... y después

Cuando un curso de alemán parece ser la mejor opción para pasar el verano...

Hasta que el despertador no sonó por tercera vez, no fui realmente consciente de que me tenía que levantar. Y cuando lo hice, me cuestioné por qué me había apuntado a un curso de alemán durante el verano, y por qué la noche anterior no decidí volver a casa un par de horas antes…

Para lo primero tenía una respuesta más que aprendida: con suerte me quedaba un año más de universidad, tenía medio controlado el inglés y empezar a controlar un poco el alemán, tal y como estaban las cosas, no me vendría mal. Además, me serviría de distracción, para no estar todo el verano sin nada que hacer y no volver a antiguos hábitos. Como sucedió por la noche…

Había salido con algunos amigos a celebrar como siempre el fin de los exámenes, el comienzo del verano y que cualquier excusa era buena para divertirse. La cosa se nos fue un poco de las manos, y lo que empezaron siendo unas cañas tranquilas mientras hablábamos en una terraza, se convirtió casi en una noche de fiesta. Noche en la que, por supuesto, me encontré con Pablo (para mi desgracia, Alicante es demasiado pequeño).

Hacía un par de años que conocía a Pablo, nos conocimos en una de las muchas fiestas universitarias que nos gusta celebrar a los estudiantes. Al principio todo era normal, un grupo más de gente con la que salir de vez en cuando y pasarlo bien. Sin embargo, la cosa se fue torciendo, y el último año había estado lleno de encontronazos con él. Estuvimos liándonos de manera esporádica, sin aclarar si la cosa iría o no a más, y nos fuimos metiendo en una espiral de la que meses después todavía no habíamos salido.

Anoche no fue menos y cuando nos encontramos volvió a suceder lo mismo. Tonteamos en el bar, nos invitamos mutuamente a alguna cerveza y a algún chupito y decidimos ir a un lugar más tranquilo. Y claro… la cosa fue por donde no tenía que ir. Pablo es un chico guapo, que lo sabe y sabe sacar partido de ello.  Es un chico alto, de pelo castaño, corto, y ojos claros. Suele pasarse por el gimnasio, así que se le ve en forma y bastante fuerte. Si a esto le sumamos que siempre va como un pincel, y yo con una cerveza de más… Pues poco hay que decir.

Lo único bueno fue que, sobre las 2 y después de llevar una hora de besos y caricias “superficiales”, salió mi vena responsable. Recordé no sé muy bien cómo que me había apuntado a ese curso y decidí irme para casa. Eso no le gustó demasiado, ya que tenía en su mente planes mucho menos inocentes que unos besos y un suave magreo. Pero fui firme en mi decisión, como ya lo había sido otras veces ese año, y lo dejé de vuelta en el bar, para que siguiera con el resto.

Así que cuando el despertador sonó a las 7, a las 7.05 y las 7.10, me maldije por haber salido, por haberme apuntado al curso y por haber vuelto a caer con Pablo. Aunque no necesariamente en este orden. Seguí mi ritual como hacía hasta hace unas semanas para ir a clase. Me duché, me vestí, me tomé un café y recogí la habitación. Cogí una libreta y un boli, deseando no necesitar mucho más, y me marché de nuevo a la universidad, que, lógicamente, estaba más que desierta… Por un momento sonreí al ser consciente de que, llegando con la hora justa, había podido aparcar a la primera en un lugar no demasiado alejado del edificio donde tenía que dar las clases.

Miré el reloj. Faltaban un par de minutos para las 9. Suspiré y me encaminé hacia el aula. Era un aula no demasiado grande. Normal teniendo en cuenta que no seríamos más de 15 en el curso. Había algunas sillas ya ocupadas, así que para controlar un poco el primer día me senté casi al final, en una mesa que quedaba libre completamente. Al echar una ojeada por la clase a ver con quién pasaría el próximo mes, me fijé en un chico que me sonrió tímidamente.

Le devolví el saludo y, por suerte, no tardé en darme cuenta de quién era. Era Lucas, íbamos juntos a clase, aunque no habíamos hablado demasiado. Creo que como mucho habíamos cruzado alguna frase suelta a la salida de algún examen o algo así. Por lo general solía sentarse solo, siempre cerca de la puerta y del profesor. No solía participar en cenas ni fiestas de clase, y aunque a veces se le veía acompañado por el campus, no era frecuente verlo con gente de la carrera.

Ya puestos a compartir el verano estudiando alemán con algún compañero hubiera preferido otro…  Miré al resto de compañeros. Quitando un par de chicas que se conocían y daban un poco de ambiente el resto estaba en silencio. La mayoría parecía que acabaran de caer de la cama. Miraban al frente o a las hojas que habían traído. Y esperaban a que viniera el profesor.

Por suerte cuando entró me dí cuenta de que parecía un tipo bastante enérgico. Y digo por suerte porque para aguantar clases de alemán de 9 a 11.30 de lunes a viernes… mejor eso que no alguien con voz monótona y que se dedica a copiar cosas en la pizarra. Como suele ser habitual en estos cursos hizo una breve introducción, se presentó y nos pidió que hiciéramos lo mismo. El típico: “Me llamo Jorge, tengo 22 años, estudio ingeniería química y me interesa este curso porque quiero aprender otro idioma a parte del inglés”

Uno por uno fuimos diciendo prácticamente lo mismo, salvo Lucas. Me sorprendió que, llegado su turno, añadiera un: “y me he apuntado a este curso porque pensé que no había nada más divertido que hacer en verano a las 9 de la mañana”. Provocó que todos nos riéramos, que el ambiente se relajara un poco, y que las dos chicas que habían estado cotorreando hasta que entró el profesor se giraran y le hicieran alguna muestra de asentimiento.

Cuando llevábamos algo más de una hora de clase se decidió hacer un pequeño descanso. Sobre todo para que los fumadores pudiera fumar y el resto nos despejáramos un rato. Me levanté con la intención de acercarme a saludar a Lucas, preguntarle por el curso y demás cosas típicas que se suelen hacer, pero su compañera de mesa se me adelantó, y cuando me giré, pude ver que estaban hablando amistosamente. Como tampoco tenía mucha confianza con él ni le iba a decir nada relevante, sonreí un poco cuando sus ojos se cruzaron con los míos y seguí hacia la salida.

A la salida del curso intenté esperarle para hablar un poco con él, después de todo nos conocíamos e íbamos a estar viéndonos todo el verano. Pero una vez se despidió de la chica con la que estaba sentado, salió corriendo de clase en dirección al parking. Otro día sería!

Mientras estaba en clase había recibido un par de mensajes. Uno era de Pablo. Quería saber si podía ir a comer a su casa y luego ver una peli o algo así allí. Aunque le idea no me disgustaba, pensé que lo mejor sería no ir. No quería volver a empezar con lo mismo. Estar liándonos casi cada fin de semana no nos había llevado a nada. Y aunque me gustaba, y me atraía mucho, sabía que no iba a pasar de ahí. Llevaba un año haciéndome ilusiones que no habían dejado nunca de ser más que eso… ilusiones.

El otro era de Rober, uno de mis amigos de toda la vida, que ofrecía un plan como los de toda la vida. Juntarnos en su casa algunos amigos para darnos un baño en la piscina y luego comer algo. Me pareció un plan mucho mejor, así que llamé a Rober y le dije que me pasaría por su casa en cuanto me cambiara.

El día fue genial, como no podía ser de otra manera. Nos bañamos, hicimos el tonto, y pedimos unas pizzas para comer. No faltaron, por supuesto, las bromitas sobre mi “relación” con Pablo, y las opiniones de algunos de ellos de que era peor que una mujer, siempre buscando una relación más estable que un rollo de fin de semana. Por suerte, en grupo de hombres, siempre las bromas pasan de uno a otro y no se me torturó demasiado. Como si mis amigos no la liaran bastante como para que no tuviéramos material para cuestionar y criticar!

Cuando volvía a casa llamé a Pablo para decirle que no había visto su mensaje, pero que lamentablemente tenía otros planes. No especifiqué mucho más y reconozco que cuando se puso a preguntar, y pude ver un pequeño atisbo de celos, me alegré un poco. Quedamos en hablar en unos días para quedar y hacer el algo el fin de semana, pero tampoco me apetecía concretar mucho más, así que con la excusa de las clases y demás lo dejamos ahí.

La semana pasaba, y debo reconocer que estaba descubriendo a un nuevo Lucas. Ya no parecía ese chico tímido que nunca hablaba con nadie, se le notaba mucho más suelto, muy participativo y bastante gracioso.

Intenté sentarme a su lado en varias ocasiones, pero no me lo ponía fácil. Primero probé a entrar pronto a clase y pillar una mesa para los dos, pero aunque cuando él entraba la mesa seguía vacía y mis saludos eran más que efusivos, siempre optaba por sentarse al otro lado de la clase. Al día siguiente intenté lo mismo, pero cambiando de lado y poniéndome donde siempre se sentaba él, y otra vez parece que encontraba otra mesa perfecta y vacía que ocupar. Lo único que me quedaba por probar es llegar cuando él estuviera ya sentado y que nadie compartiera su mesa. Lo intenté el tercer día, pero una de las chicas se me adelantó.

Decidí darlo por imposible. Estaba visto que aunque yo hubiera descubierto en él a alguien distinto, él seguía viendo en mí al mismo compañero de clase y no tenía intención de ir a más.

Sin embargo, ese mismo viernes, cuando yo salía de clase, de los últimos después de haber recogido mis cosas, él volvió a entrar. Iba hablando por teléfono, y le decía a alguien que estaba saliendo de la universidad y que no tardaría en llegar. Recogió una libreta que había dejado sobre la mesa y, como si me acabara de ver, me miró y me saludó con la cabeza.

  • Ya casi estamos a viernes y se ha pasado una semana del curso… - le dije intentando entablar conversación. Sabía que los dos íbamos al parking, y por los pocos coches que frecuentaban la universidad, que habíamos aparcado relativamente cerca.

  • Sí, en cuanto nos descuidemos estamos en septiembre empezando de nuevo las clases – contestó él.

  • Hombre, tampoco hay que pasarse, todavía tenemos dos meses para disfrutar de la playa y de la piscina y… estudiar alemán! – añadí, y vi cómo se reía con mi comentario.

Seguimos andando en dirección a los coches y en ese trayecto pude enterarme que hablaba con su hermano. Su madre y su hermano tenían un bar, donde también trabajaba la mujer de su hermano y él ayudaba algún fin de semana. Pero madre se tuvo que marchar al pueblo (era de un pueblo de Granada) porque su abuela se había puesto enferma y necesitaba que la ayudaran. Así que a él le tocaría hacer algún turno más para echar una mano. También me dijo que a su hermano le había sentado fatal que tuviera que venir a la universidad todas las mañanas, porque significaba que la hora de los desayunos se quedaba solo. Él únicamente se rió y dijo que aunque lo sentía por su hermano, tenía claro que su futuro no estaba en el bar, y aunque no pensaba dejar de ayudar, tampoco iba a esclavizarse todo el verano.

Hablamos poco más, puesto que cuando llegamos al coche nos despedimos y el se marchó corriendo. Pero me hizo pensar que el chico rarito de clase quizá era un poco menos rarito de lo que pensaba. Además, empezó a resultarme un chico bastante atractivo. Es cierto que no era tan guapo con Pablo, pero era bastante alto y delgado (sabía que frecuentaba la piscina de la universidad, pues muchas veces iba a clase directamente después de nadar, con lo que se mantenía en forma). Lucas es moreno, con el pelo un poco largo que le cae sobre la frente y una eterna barba de varios días. Tiene los ojos castaños y los rasgos bastante marcados, lo que acentúa su atractivo.

Solía vestir muy informal, casi siempre vaqueros, zapatillas de lona y alguna camiseta o sudadera en invierno. Ahora cambiaba los vaqueros por unas bermudas, pero el estilo venía a ser el mismo.

Esa noche, aunque a priori el plan tenía que ser otro, terminé quedando con Pablo. Salimos a tomar unas cervezas y picar algo, más que nada por airearnos y ver cómo se empezaba a animar la noche en Alicante. Durante el invierno había estado todo bastante parado, la misma gente en los mismos bares, pero con un poco de suerte en verano se animarían algo más las cosas…

No habíamos tomado ni la segunda cerveza, cuando noté que Pablo cada vez estaba más pegado a mí. Aprovechaba cualquier excusa para rozarse y su mano hacía ya demasiado rato que se había instalado por encima de mi rodilla. Aunque me sorprendía, no me molestaba en absoluto, y según avanzaba la noche, me fui sintiendo mucho más cómodo con este callado tonteo que nos traíamos. Tanto, que aproveché una de las oscuras calles del centro antiguo de Alicante para pegarlo sobre una pared y empezar a besarlo.

No era de piedra, y llevaba toda la noche provocándome. Si esto era lo que quería, por una noche, no se lo iba a poner nada difícil. Noté como se rendía rápidamente a mí beso y se dejaba hacer, sentía sus labios envolviendo los míos, su lengua haciendo pequeñas incursiones en mi boca y después de un rato no pude contenerme y terminé por morder su labio inferior.

Los besos fueron subiendo en intensidad. Cada vez teníamos más ganas. Cada vez cuidábamos menos los detalles. Cada vez éramos más bruscos. Pero cada vez los estábamos disfrutando más. Prueba de ello era que mis manos, que un principio lo sujetaban por sus caderas, habían empezado a recorrer todo su cuerpo. Subían por sus brazos hasta llegar a sus hombros y su cuello, le recorrí el pecho por encima de la camiseta que llevaba, y dudé menos de un segundo en meterlas debajo para notar su piel. A pesar del calor, y del sofocón que teníamos, su piel era lisa, suave, y mis manos la recorrían sin encontrar ningún tipo de obstáculo. Hasta que llegué a sus pezones, que se pusieron duros con el primer roce de mis dedos.

Entonces sentí como Pablo gemía contra mi boca, con mi lengua todavía recorriendo sus labios. Volví con mis manos a su cuello, y acaricié el pelo corto de su nuca. Nunca solía llevarlo muy largo, pero en verano siempre se lo cortaba. Ahí pude notar los primeros rastros de sudor, el calor y la humedad hacían que el verano fuera insoportable. Y muchas veces ni de madrugaba se apreciaba que refrescara un poco.

  • Deberíamos ir a mi casa – escuché que decía de pronto Pablo – Aquí terminará viéndonos alguien, y tampoco me apetece montar un numerito…

Asentí. Normalmente no me gustaba dormir allí, porque compartía piso con otro chico, pero es cierto que desde que éste se había echado novia pasaba muchas más horas encerrado en su habitación, y la mayoría de las veces ni nos cruzábamos con él.

Pablo me cogió de la mano para tirar de mí y subir hacia su casa y, para mi sorpresa, no me soltó en todo el camino. Él tenía estas cosas. Un fin de semana se comportaba como el novio perfecto: confiado, atento, cariñoso… y dos días más tarde, desaparecía del mapa durante dos o tres semanas, sin que se supiera qué hacía, con quién, o dónde. Ya había aprendido, y bien, la lección. Así que no permitía que gestos como ese me hicieran pensar que pretendía que lo que teníamos fuera algo más.

Llegamos a su casa, donde parecía no haber nadie, y directamente fuimos a su habitación y cerramos la puerta. Esta vez fue él quien me acorraló contra la pared y siguió besándome como lo hacíamos hace diez minutos, como si no lo hubiéramos dejado.

Al tener intimidad, las cosas fueron mucho más rápidas, y mi camiseta cayó al suelo casi antes de que pudiera levantar los brazos para quitármela. Notaba las manos de Pablo recorriéndome entero: subía por mis brazos hasta llegar a mis hombros y bajaba por mi pecho hasta llegar a mi cintura. Hizo el amago de desabrochar mi pantalón, pero se quedó en eso, en un amago, y sus manos volvieron a subir por mi pecho, apretando ligeramente mis pezones cuando llegó a ellos y subiendo por mi cuello hasta acariciar mis mejillas. Sentía su cadera contra la mía y esto hacía que no pudiera, ni quisiera, separarme de la pared.

Pasé mis manos por su espalda, desde los hombros hasta llegar a su culo y de ahí volví a subir, dejando que mis uñas le acariciaran en el camino. Fue en ese momento cuando me dí cuenta que él tampoco llevaba camiseta, y no podía decir en qué momento se había deshecho de ella. De lo que sí me di cuenta es de que, aunque estaba disfrutando con los besos de Pablo, necesitaba algo más. Con mis manos sobre sus hombros lo separé un poco de mí, lo justo para girarlo y que apoyara su espalda contra la pared en la que unos segundos antes me apoyaba yo.

Desabroché sus pantalones y dejé que cayeran al suelo. Pasé mi mano por encima de sus boxers, sintiendo como su miembro se ponía mucho más duro con el roce. Y sólo cuándo le escuché gemir de nuevo, me agaché y bajé su ropa interior hasta los tobillos, donde descansaban sus pantalones. Acaricié su pene despacio, inicié una masturbación muy lenta y cuando cerró sus ojos y su gemido se hizo mucho más ahogado, lo introduje en mi boca. Primero lentamente, lamiendo desde la base hasta la punta y desde la punta hasta la base. Con mi mano jugaba con sus huevos, los acariciaba, los apretaba ligeramente… Únicamente cuando escuche salir de sus labios un “por favor…” grave, intenso, casi desgarrado… fue cuando empecé a introducirme su pene en mi boca.

Lo hacía de manera suave, apretando un poco los labios e intentando meterla entera en mi boca. Cuando llegaba casi a la base volvía a sacarla para introducirla de nuevo apretando todavía más mis labios. Mantenía el ritmo todo lo lento que podía, escuchando a Pablo gemir e intentando evitar que al cogerme la cabeza fuera él quien llevara el ritmo.

Jugaba con mi lengua y con la presión de mis labios, y poco a poco fue incrementando el ritmo. Noté como las manos de Pablo aflojaban un poco, ahora que el ritmo había aumentado, no necesitaba marcarlo. Ni que decir tiene que sus gemidos cada vez eran menos disimulados. Mi mano acompañaba mi boca, intentando que su pene no dejara de recibir nunca atenciones. O Pablo estaba muy caliente o yo era muy bueno en lo que hacía (ambas opciones me parecían en ese momento igual de viables) porque al poco tiempo sentí que estaba a punto de terminar. En otras circunstancias yo me habría detenido, para evitar su orgasmo y que pudiéramos seguir un rato más, pero no esa noche. Tenía claro que quería que la cosa se quedara ahí, así que le imprimí más ritmo a mi mano y a mi boca y unos segundos después, Pablo acababa entre gemidos muy poco disimulados.

Me levanté para besarle y dedicarme unos minutos más a recorrer su pecho y sus brazos con mis manos y cuando se volvió a animar, argumenté que estaba agotado de madrugar toda la semana y que por hoy la cosa quedaba ahí. Entre que todavía no se había repuesto del todo del orgasmo que acababa de tener y que no estaba acostumbrado a que nadie más que él cortara la diversión, quedó bastante sorprendido, y eso me bastó para ponerme de nuevo mi camiseta y despedirme de él con un rápido beso en los labios.

No es que hubiera planeado ningún tipo de venganza, ni que quisiera que me suplicara, pero es cierto que me empezaba a importar poco lo que él pudiera pensar, así que en vez de hacer las cosas por cómo creía que él quería que se hicieran, las estaba haciendo por cómo me apetecía a mí hacerlas. Y, sinceramente, esa noche no me apetecía mucho más.

Me di una ducha rápida cuando llegué a casa, me metí en la cama y dormí hasta casi cerca del mediodía del día siguiente, cuando mi hermana me despertó preguntando si seguía vivo o tenían que llamar al juez para que levantara cadáver.

El fin de semana fue tranquilo, un par de visitas a la piscina, un aperitivo en una terraza y una noche tranquila tomando algo con los amigos de toda la vida. Lo que más me sorprendió fue acostarme el domingo pensando que me apetecía volver al curso para hablar con Lucas…