Y desperté...
Historia de un inusitado secuestro.
Somnoliento, abrí los ojos y me di cuenta que estos habían sido vendados. Me hallaba desnudo y atado a juzgar por el roce de mis brazos con la piel, ya que todo lo que veía era negro. Nada parecía indicarme dónde estaba, qué día era y cómo había llegado a lo que parecía una silla de madera. Ciertamente, me hallaba desnudo, vendado y bien atado a una silla. Si bien al principio parecía estar aturdido, poco a poco iba cobrando la conciencia.
Fue entonces cuando me colocaron algo para esnifar directamente en la nariz; algo que me hizo agudizar los sentidos, a excepción, obviamente, de la vista. Pregunté quién era, mas no obtuve respuesta. Pasaron lo que imaginé fueron cinco minutos, cuando, sin esperarlo, note cómo me rociaban en el pecho y piernas con una sustancia. Parecía aceite, a juzgar por su tacto y el aroma que desprendía. También algunas gotas cayeron sobre mi miembro, lo cual me hizo estremecerme aún más.
El incipiente frio que se siente al estar largo tiempo desnudo, pronto se convirtió en un inusitado calor, una vez noté como una mano, comenzó a recorrer mi pecho, extendiendo todo el aceite que habían vertido. Nuevamente pregunté quién era, pero jamás contestó. Traté de forcejear y zafarme de alguna de las ataduras, si bien resultó imposible. Tobillos atados cada uno en las patas delanteras; muñecas, cada una en las traseras. Me hallaba completamente vendido; indefenso al criterio de la otra persona. Sin embargo, su mano, que pronto estuvo acompañada de una segunda, sólo me daba placer - ¿Quién eres? - pregunté. Esta vez un dedo vino a parar a mis labios; claramente, la orden era la de mantener silencio.
Durante diez minutos, aquellas manos se limitaron a acariciar y masajear mis hombros, el pecho y la barriga. Acto seguido, una de ellas prosiguió descendiendo, lenta... muy lentamente, hasta hallarse próximo a mis testículos, lo que me produjo gran excitación. La erección parecía ser inevitable. La respiración tornó en jadeo con esos dedos casi acariciendo mi escroto - Joder - exclamé, obteniendo un sonoro bofetón, el cual me dejó aún más excitado. Tras semejante aviso, aquellas manos aceitosas sigueron bajando, ofreciendome un espectacular masaje en las piernas. Por un momento traté de imaginarme, ahí sentado, desnudo y con la polla completamente erecta, mientras esa persona sin sexo ni nombre proseguía masajeandome y embadurnandome de aceite , ignorándola.
Pese al tremendo placer, amén de la excitación mental, en un instante de coordura, traté de rehacerme e indagar cómo pude llegar a allí ¿No era de noche cuando, me hallaba tranquilamente tomando copas con unos amigos en un pub? ¿No acababa de conocer a una hermosa chica? Qué gran sonrisa. Pero ¿qué había pasado después?
Habrían transcurrido veinte minutos más, o tal vez media hora, con aquellas manos recorriendo tanto pecho como piernas; cuello y hombros; goteando incluso aceite de la gran cantidad que había empleado, cuando estas manos se detuvieron en mis caderas, dejando en ellas su calor. Quizás permanecerían ahí un minuto o dos... y entonces, precedieron a lo que instintivamente había deseado. Lentamente esa persona comenzó a masturbarme, haciendo muy a menudo estremecerme, al dejar completamente visible mi capullo y frotarlo con la palma de sus manos. Tal eran los espasmos que daba, que incluso una vez estuve a punto de desequilibrar la silla y caer al suelo. La respuesta fue otra bofetada y el sonido de una trampilla, la cual dejaba mi culo al descubierto.
Con una mano en mi polla, la otra no tardo en dirigirse a mi entreperna, acariciando y libricando tanto el perineo como el ano. Ciertamente, aunque jamás había probado dicha práctica, el placer era indescriptible. Loco de placer, recibiendo semejante paja a la par que me acariciban el ano, notaba cómo poco a poco ascendía cierto cosquilleo por mi vientre, anunciando una abundante corrida - Voy a correrme - dije. Otra vez un bofetón ¿Pero qué hacer si dicho momento era casi inevitable? Al menos, aquellas manos pararon, dejandome libre tan sólo un momento. La guantada también habían servido para alejar la eyaculación, mas, cierto era que, si esas mans volvían a la acción, poco tardaría en liberar mi leche.
Si te corres, vas a arrepentirte por ello - me dijo un susurro forzado, imposible de adivinar su sexo. Escuché además cómo esta persona se había lubricado aún más las manos. Sin aviso, como de costumbre, una de sus manos masajeó mis huevos, mientras sentía cómo un dedo atravesaba mi ano, haciendome gritar de puro placer. Éste subía y bajaba frenéticamente, a la par que su otra mano subió hasta la cabeza de mi polla y comenzó a masturbarme rápidamente - No te corras - susurró de nuevo ¿Cómo no hacerlo? En cuestión de segundos, el orgasmo surgió, casi de la nada, haciendo soltar una generosa corrida, que iría a parar a las manos de esta persona, a mis piernas, pecho, y a saber a qué otros lugares. Su venganza estaba asegurada...
Justo cuando tu cuerpo pide parar; cuando la respiración está fuera de sí... aquellas manos seguían violandome por atrás y acariciando el glande de mi polla, haciendo retorcerme, gritar e implorar un descanso. Placer y espasmo camiban de la mano, haciendo de nuevo peligrar el equilibrio de la silla - Ahora vas a darme más - me dijo, como siempre, forzando la voz para no delatarse. Sin embargo ya no atendía al mundo exterior, sino aquello que sentía apoderarse de mi cuerpo, desequilibrandolo por completo. Fue entonces cuando traspasé el umbral, alcanzando un nuevo orgasmo jamás sentido. Gritando casi como si me matasen. Tras hacerme retorcer al menos durante un minuto más, aquella mano se aseguró de recoger toda la leche esparcida en mi cuerpo, para luego restregarmela por la cara.
Y así, fui abandonado a mi suerte en aquella silla del placer, sin ser desatado ni permitirme la vista.
No recuerdo cuándo volví a quedarme dormido... mas al despertar, hallábame en mi cama, desatado y sin venda en los ojos. Obviamente no había sido aquello un sueño: aún permanecía bañado en aceite y sin limpiar, tras aquel inusitado secuestro.