Y dejo de ser mi madre

Juan tiene una relación envidiable con su madre y una compenetración total como hijo, hasta que surge algo que le hacen aflorar otros sentimientos.

Como presentación mi nombre es Juan, tengo 22 años, estudio en la universidad de Barcelona el último curso de ingenieros y espero acabar este año. Tengo novia y vivo con mis padres. Bueno, prácticamente con mi madre ya que mi padre esta la mayoría del tiempo ausente.

La historia que quiero contaros es real y quiero haceros participes de cómo llegó a producirse el cambio en mi vida que me ha colmado y llenado de felicidad.

Era un viernes de Junio y regresaba a casa agotado. Había estado toda la tarde estudiando y estaba deseando llegar a casa, pegarme una ducha e ir a descansar.

Entré en casa y como siempre en voz alta dije “¡mami!”. No obtuve respuesta y me extraño. Aunque no tenía que hacer mucho tiempo que debería haber llegado mi madre de su trabajo, (era diseñadora) debería estar en casa. Si por casualidad algún día se retrasaba, siempre me lo comunicaba realizando una llamada de teléfono.

Con mi madre tenía una relación envidiable nos compenetrábamos a las mil maravillas y era un autentico placer estar junto a ella y hablar. Tenía una conversación muy amena y con un buen sentido del humor. Únicamente había un tema que nunca sacaba a relucir, o no quería, y era concerniente a la relación que tenía con mi padre. Si alguna vez yo preguntaba algo sobre ellos, salía con evasivas y me quedaba sin respuesta.

Mi padre hacía dos años que no lo veíamos. Estaba en Venezuela de profesor y esporádicamente nos escribía. Casi siempre en sus cartas ponía excusas diciendo que lo lamentaba mucho, pero que debido al trabajo, de momento le era imposible volver a Barcelona. La verdad es que nunca me he entendido muy bien con él y tampoco lo necesitaba.

Mi madre Leonor tenía 39 años, mis ojos de hijo la veían como una mujer dulce, agradable y cariñosa. Para otros, por las miradas que le realizaban, era una mujer muy deseable. Lo cierto es que tenía un cuerpo extraordinario y muy proporcionado, por lo que no me extrañaba que  causase cierto revuelo en los hombres. Además tenía una cara preciosa,  a la que se le unía una media melena de color castaño claro, que le daba a su rostro un aire muy juvenil. Su afición y práctica de deporte le hacía que su edad fuese pura anécdota. Algunos fines de semana le acompañaba a correr y para mi era una autentica satisfacción compartir con ella esos momentos y ver como se mantenía en forma.

Me gustaba salir con ella. Viéndonos juntos nadie pensaba que éramos madre e hijo. Dábamos tranquilamente el pego de una  verdadera pareja. Es por ello que si los hombres a ella la miraban con deseo a mí me contemplaban con cierta envidia.

Volviendo a mi entrada en casa y extrañarme su ausencia, me dirigí a mi habitación para inmediatamente meterme en la ducha, cuando desde la habitación de mis padres, que se ubicaba al fondo del pasillo, sentí como una especie de sollozos entrecortados. Me acerqué, abrí la puerta y tumbada boca abajo encima de la cama, encontré a mi madre sollozando.

Rápidamente me aproximé a ella y le dije que le pasaba sin obtener respuesta. Observé que en su mano tenía un papel arrugado, se lo arranqué y me puse a leerlo. Era una carta de mi padre en la que anunciaba su deseo de no regresar a España, solicitando a mi madre que accediese a efectuar la separación matrimonial.

Me senté junto a ella y le obligué a incorporarse para abrazarla. Ella se unió a mí con otro abrazo y rompió a llorar nuevamente pero esta vez con mayor intensidad.

No puse por menos que intentar calmarla y comencé a darle besos por toda la cara hasta que sin darme cuenta, nuestros labios se encontraron y nos besamos en la boca. Al principio eran unos besos muy cortos pero poco a poco comenzamos a abrir suavemente la boca hasta que nuestras lenguas se rozaron. Me encontraba excitadísimo. Me abracé más fuerte a ella y me correspondió hasta que de repente se separó de mí diciéndome: “gracias cielo por intentar consolarme, me voy al lavabo para quitarme estas lagrimas de la cara”.

Me quedé encima de su cama con el corazón latiéndome a mil por hora y mi miembro se encontraba completamente rígido. Nuca había besado a mi madre en la boca y me pareció una de las cosas mas hermosas que había echo hasta ese momento.

Dejé la cama y decidí a ir a tomar una ducha para amainar el calentamiento que tenía. Mi madre ya no se encontraba en el baño, me metí en la ducha, dejé que el agua rociara todo mi cuerpo, hasta que creí que se me había aplacado mi excitación.

Salí del baño, me metí en mi habitación para ponerme el pijama de verano y después me acerqué a la cocina donde se encontraba mi madre. Ella me vio llegar y sin dar mencionar para nada lo que había sucedido comenzó a decir:

-Ya casi tengo lista la cena.

Me quedé un poco turbado y ella al ver que me quedaba quieto sin decir nada, continuó:

-No te quedes hay como un pasmarote y prepara la mesa.

Reaccioné y le dije:

-No voy a cenar, he tomado algo en la facultad y casi prefiero ir a descansar. Pero si prefieres que me quede y hablamos, lo haré con mucho gusto.

-Casi prefiero hoy no hablar nada, necesito estar sola con mis pensamientos.

-Como quieras, pero mañana no pasa sin que hablemos.

-De acuerdo –respondió sin más.

Me acerqué a ella y como hacía siempre, le dí un beso en la mejilla dándole las buenas noches.

No había manera de conciliar el sueño. El beso con mi madre no se apartaba de mi pensamiento. Era lo que me faltaba. Mi madre me parecía un ser sensacional y además me había excitado ardientemente lo que la convertía en la mujer que siempre había soñado.

No es que fuera un hombre que no hubiera tenido aventuras más o menos ardientes con mujeres. Nunca se me había dado mal y con más de una había tenido sexo.

Me vino a la mente mi novia Sara con la que llevaba saliendo unos dos años y comencé a compararlas. Pobre Sara al lado de Leonor tenía todas las de perder. Su forma de ser, su cuerpo, su compostura. Lo único que tenía a su favor es que era más joven, pero esa juventud relacionándola con mi madre no era muy significativa.

No es que Sara no tuviera atractivo y yo no disfrutase con ella, pero ante Leonor no había color. Lo único que podía decir en esta comparación a favor de Sara, es que con ella había mantenido sexo y con mi madre no.

Esta posibilidad de poseer a mi madre no me dejaba dormir y me venía a la mente la palabra “incesto”.

Sabía que a lo largo de la historia ha primado la prohibición del incesto, porque de esta manera se establecían nuevos vínculos de parentesco fuera del grupo social de origen y al tener nuevas relaciones sociales con otro grupo, se conseguían otros beneficios.

Intentaba apartar la palabra incesto pensando que lo que me interesaba de una mujer con la que deseaba unir mi vida, era mantener un vínculo perfecto de entendimiento y armonía. Aparte, sin dejar por ello de ser muy importante, era mantener una estrecha y placentera vida  sexual.

Ese primer vínculo perfecto ya me lo daba mi madre, y si lograba o  accedía a que integrásemos la otra parte,  se completaba  en ella todo lo que soñaba sobre la mujer idónea con la cual compartir mi vida.

Dando vueltas y vueltas al tema, al final me quede dormido a altas horas de la noche.

Me desperté sobresaltado. Aunque era sábado y no tenía clase en la universidad, había quedado a las once con unos compañeros para repasar unas asignaturas concernientes a los exámenes proximos y en esos momentos eran las diez.

Me levanté rápidamente, me aseé y después fui a la cocina para tomar algo ligero. Mi madre al verme nervioso me dijo:

-¿Qué te pasa?

-Que llego tarde, he quedado a las once con los compañeros de clase y me he quedado dormido.

-¿Como no me dijiste nada ayer?, te podía haber despertado.

-Se me pasó. ¿Qué tienes para tomar algo rápido?

-En un segundo te lo preparo.

Mientras ella de forma apresurada se disponía a prepararme el desayuno, yo la observaba todos sus movimientos. No había duda, esta era la mujer que yo necesitaba para el resto de mi vida y no solo como madre.

Cuando terminé me dirigí a ella para despedirme y le dije:

-No vendré a comer pero quiero que estés preparada para cuando venga, vamos a ir los dos a cenar fuera.

-¿Pero no quedas los sábados con  Sara?

-He quedado contigo y ya sabes que ayer dijimos que hoy teníamos que hablar.

No le dejé pronunciar palabra, le dí un beso cerca de la comisura de sus labios y me marché volando.

Por la tarde la llamé por teléfono para recordarle la cena. La conocía y sabía que alguna disculpa prepararía con tal de que no le diese plantón a Sara.

-¿Dígame?

-Señorita Leonor; le recuerdo que dentro de una hora estaré en su domicilio para recogerla e irnos a cenar.

-¿Pero no será mejor que te vayas con Sara?, estará esperando impaciente que vayas a buscarla y seguro que te lo pasaras mejor con ella que conmigo.

-Tú no te preocupes de Sara y estate preparada dentro de una hora.

Algo me iba a decir pero colgué el móvil.

Más tarde llamé a Sara para disculparme por no poder acudir a la cita que teníamos concertada.

Al cabo de una hora aproximadamente estaba en casa. Desde la puerta pronuncié el “mami” acostumbrado y enseguida respondió que se encontraba en la habitación.

Cuando la vi estaba radiante. Se encontraba delante del tocador dándose las últimas pinceladas. Llevaba puesto un vestido de una pieza negro con pequeños lunares blancos. No tenía excesivo escote pero las formas de su cuerpo quedaban perfectamente marcadas a lo largo de la tela. El vestido terminaba por encima de sus rodillas y dejaba ver sus firmes y contorneadas piernas.

Al quedarme extasiado observándola ella me dijo:

-Te gusto.

-Estás preciosa.

-Gracias cielo, en cinco minutos estoy lista.

-Tranquila me doy una ducha rápida, me cambio de ropa y salimos.

Ya en la calle nos cogimos del brazo y nos dirigimos como dos enamorados en busca de un taxi.

Fuimos a  un restaurante del centro que lo consideraba idóneo para ocasiones especiales y esta no cabía duda que lo era. La cena trascurrió de forma  muy amena. Con Leonor nunca hay espacios muertos en una conversación, cuando se encuentra a gusto. No siempre es así, porque cuando la compañía no le agrada, se convierte en una autentica muda.

Fue una bonita cena acompañada de un buen vino. Entre animadas risas acabamos la botella. No quise sacar para nada el tema de la separación y tampoco ella lo hizo. Lo quise dejar para más tarde.

Después de cenar nos dispusimos a pasear y cogiéndome fuertemente del brazo  comentó:

-¿Dónde me vas a llevar ahora?

-Mira, por aquí cerca hay una coctelería musical muy cuca que te va ha encantar, si no la conoces.

-Seguro que no he estado. ¿Llevas allí a tu novia?

-Llevo allí a todas mis amantes.

-Anda tontorrón que era un decir.

Ya en la coctelería nos sentamos en un lugar discreto. Esperaba que ese ambiente sería propicio para que mi madre me contase el tema tabú de sus relaciones con mi padre, además ver si le escapaba algún comentario sobre nuestro calido beso.

No le costó mucho a Leonor entrar en el tema. Se encontraba muy risueña. El coctel que nos estábamos tomando y el vino que llevábamos encima estaban haciendo efecto.

Comenzó diciendo que la noche que la encontré llorando, no era porque mi padre la dejaba, era de rabia por haber aguantado tantos años y haberle sido fiel, pudiendo haber roto hacía muchísimos años y rehecho una nueva vida.

Esto me dejó un poco descolocado y le dije si yo contaba en esa nueva vida que podía haber llevado..

Me dio un sonoro beso en la mejilla  y riéndose me contestó.

-Cielo, tú has sido todo para mí y sin ti me hubiera vuelto loca. Me refiero que hubiésemos estado mejor sin estar pendientes del mamarracho de tu padre.

-Ya sabes que, a pesar de ser mi padre, no ha sido santo de mi devoción. Quiero que me cuentes tu relación con él y no me vale: “déjalo estar”.

-Ahora no me importa contártelo. Me había negado a decírtelo antes, para que no tuvieses una idea de tu padre sesgada, pero ya que has visto que se ha desprendido de los dos sin explicaciones, estará bien que sepas mi versión.

Dio un sorbo de la copa y mirándome a los ojos me cogió la cara con las dos manos  y me plantó un beso en la boca. Fue como un pico pero me supo a gloria. Enseguida se dispuso a contarme su historia.

-No esperes que te narre aquí todos los detalles, para que te sirva de momento, te haré un resumen: veras, cuando tenía 17 años vino al instituto donde yo estaba estudiando, un joven profesor del que nos encandilamos todas las alumnas. Fue en mí en la más se fijó el guapo profesor, y no se si por vanidad o arrogancia me dejé seducir por él. Buscaba siempre lugares donde nadie nos pudiera ver para encandilarme y poder tocarme sin pudor. En un principio se conformaba con unos buenos achuchones que después fueron a más, hasta que un día y aunque yo no quería, no pude lograr que él me forzara y me penetrara con su miembro mi virgen vagina, hasta que su semen inundó mis entrañas. Me hizo bastante daño al alojar sin miramiento todo su pene. No tuvo en cuenta que era virgen. En mi contra está que a pesar de no querer que me lo introdujese, me había dejado meter mano por todo el cuerpo y eso hizo que se excitase como un loco, y de nada valieron mis suplicas para que no me poseyese. El caso es que quedé preñada.

Eran otros tiempos y mis padres quedaron abochornados por mi embarazo. Enseguida acordándolo con tu padre, prepararon la boda. Yo por mucho que me negué, me vi obligada a acceder. Tu padre estaba encantado, yo  era un buen  partido y además en esos años yo era muy apetecible.

A partir de aquí más o menos te puedes hacer una idea. Naciste tú que es lo mas hermoso que me ha ocurrido y por lo que respecta a tu padre nunca lo he amado. Se positivamente que me ha engañado en multitud de ocasiones pero yo he sido incapaz de mantener otra relación con otro hombre.

Paró su narración para tomar otro sorbo del coctel y yo que ya tenía suficiente con lo que me había contado, le manifesté:

-Gracias por contar tú historia y siento mucho que el tener que venir yo al mundo te haya causado el tener que convivir con un hombre que no querías.

-No lo sientas por mi cielo, que como te he dicho eres lo mejor que me ha pasado.

Yo con las palabras que habían salido de su boca me sentía extremadamente satisfecho. No había nada que le uniese a mi padre y era libre para que yo compartiese su vida sin ninguna atadura. Desde ese momento dejaba de ser mi madre y era simplemente Leonor.

-Ah, -le aclaré-, en cuanto que antes eras apetecible a los hombres, ahora sigues siéndolo tanto o mas que en esos años.

Me dio un nuevo beso igual de breve que el anterior y me contestó:

-Eres un cielo por halagarme.

Después de tomarnos un segundo coctel decidimos irnos a casa. Cogimos un taxi y ya dentro de él Leonor apoyó su cabeza en mi hombro, yo pasé mi brazo por debajo de su cuello al mismo tiempo que besaba su frente. Me sentía enormemente feliz. Solo faltaba culminar algo para convertir en realidad mi sueño. Pero no tenía prisa. Estaba convencido que estaba a las puertas y quería que al igual que yo, fuera también ella la que desease nuestra nueva relación.

Entramos en casa abrazados fuimos directamente al salón y Leonor se sentó en el sillón completamente a sus anchas diciendo en voz alta:

-Me siento completamente liberada.

Yo había ido a la cocina para sacar una botella de cava y brindar con Leonor.

-A partir de ahora que te gustaría hacer –le dije una vez en el salón con la botella de cava en una mano y en la otra con dos copas.

-No se, realizar cosas nuevas, por ejemplo en estos momentos me apetece bailar.

-Eso es fácil respondí, de momento vamos a brindar por tu liberación –llené las copas de cava y efectuamos un brindis.

Me levanté y en la minicadena puse  un CD de boleros. La puse en marcha y me senté junto a Leonor.

Tomamos una nueva copa y nos reíamos de cualquier cosa que se nos ocurría. La bebida tomada durante toda la noche, estaba haciendo su efecto.

-Ahora toca cumplir tu primer deseo –le dije levantándome y cogiendo su mano, la invité a efectuar lo mismo.

Sonaba un bolero muy dulzón y nos dispusimos a bailar. Nuestros cuerpos se unieron y nuestras caras se juntaron. Así enlazados continuamos un rato y yo sentía que me estaba entrando una agitación en mi cuerpo que no podía controlar. Paramos de bailar cuando acabó la canción, la miré a los ojos y acerqué mis labios a los suyos. Se fundieron en un prolongado beso que esta vez no fue rechazado ni interrumpido, sino que se prolongó hasta que nuestras lenguas se enroscaban como deseando unirse en un lazo.

Cuando ya casi sin respiración nos separamos dijo:

-Me siento un poco mareada. Sería conveniente que nos fuésemos a acostar, mañana será otro día.

No puse ninguna objeción y le acompañé a su habitación. Una vez en ella, Leonor se echo encima de la cama y con voz cansada dijo:

-No tengo fuerzas ni para quitarme la ropa.

No dije nada, pero con delicadeza me arrodillé junto a ella y comencé a quitarle el vestido quedando al descubierto su fantástico y hermoso cuerpo. Solo quedaban escondidas, aunque se vislumbraba que eran perfectas, las partes de su cuerpo que tapaban el sujetador y las braguitas. Aquella belleza era más de lo que me había imaginado. Nunca la había tenido tan cerca. Me incliné a ella y de nuevo nuestros labios se enzarzaron de nuevo. Su deliciosa boca me volvía loco. Ella me abrazaba con autentica pasión.

Cambié el rumbo de mi boca y al mismo tiempo que iba besando su cuello con la boca, dejaba también arrastrar mi lengua. Me acerqué a sus pechos, que todavía estaban encarcelados por el sujetador, y sus senos palpitaban como pidiendo salir de su encierro.

No perdí un instante y en un abrir y cerrar de ojos conseguí liberarlos. Dos hermosos y turgentes pechos, florecieron con unos pezones grandes y claros que casi se confundían con el color de su cuerpo.

Pasé la lengua por sus pezones y estos se erectaron no pudiendo por menos mi boca chupar en ellos. Pensar que los tenia abandonados desde hacia tantos años, todavía me excitaba más.

Leonor en ese momento jadeaba diciendo entrecortadamente: “sigue mi amor”, “me estas destrozando”. Me agarró de la camisa y casi como implorando me pidió que me la quitase para que mi pecho rozase el suyo.

No tardé ni un segundo de desprenderme de ella y nuestros cuerpos se unieron apretadamente mientras nuestras bocas se unían en un abrasador beso.

Sus brazos y piernas enlazaron mi cuerpo como deseando mantenerme fijo a ella. Todavía tenía puesto el pantalón y mi miembro estaba loco por escapar de su encierro.

-¡No me dejes nunca mi vida! –jadeaba Leonor.

-Pase lo que pase siempre estaré contigo, mi amor –respondí con voz completamente excitada.

Continúe con mis caricias bucales por todo su cuerpo mientras ella llena de placer clavaba suavemente sus uñas en mi espalda.

Fui bajando hasta tropezar con las braguitas pequeñas y finas, que albergaban su tesoro dispuesto a ser rescatado. Mi lengua se poso en ellas y estaban completamente mojadas. Sus jadeos iban en aumento  me agarraba fuertemente del pelo mientras su vagina le producía unos espasmos que hacían oscilar mi boca.

No pude por menos en ese momento que quitarle suavemente sus braguitas,  aprovechando al mismo tiempo de desprenderme de mis pantalones. Cuando me quité el slip, mi pene erecto como un mástil saltó como un resorte.

Le hice esperar a mi miembro para su desfogue, porque inmediatamente mi boca fue directamente a su vagina para lamer el maravilloso flujo que iba desprendiendo.

Tenía un sabor ligeramente salado con un amargor muy agradable. Me sabía a gloria. Mis manos no perdían tiempo y se amarraron a sus imponentes nalgas.

Leonor en ese momento se encontraba excitadísima y los movimientos de sus nalgas, hacían que mi lengua  se hundiese más en su vagina.

No se podía contener y jadeando me suplicó:

-Poséeme mi amor…, hazme tuya…

No podía responder porque en ese momento me incorporaba apuntando mi pene, completamente duro, a su coño. De mi boca solo salían jadeos intermitentes y mi pene suavemente fui introduciéndose en su maravillosa cueva. Gracias al flujo que emanaba, facilitó mi penetración. Se notaba que en esa gruta admirable, hacía mucho tiempo que no había sido explorada.

Tuve mucho tacto en introducir mi miembro hasta lo más hondo. Recordaba sus palabras en las que expuso que mi padre no tuvo ningún miramiento, la primera vez que la penetró.

Una vez totalmente dentro, mi pene comenzó a moverse acompasado con los movimientos de  Leonor.

Los dos gemíamos de placer. Oía sus jadeos cada vez más fuertes:

-Aaah…, aaah, …, aaah…,  aaaah, … , aaaaah…, AAAAAAH…, AAAAAAAAH…

-Leonor tuvo un nuevo orgasmo que lleno de flujo mi pene al mismo tiempo que mi miembro lanzó un tremendo chorro de semen, inundando hasta los recodos más profundos de  su vagina.

Un grito prolongado de placer se escapó de mi boca al mismo tiempo que caí exhausto. Mis labios tomaron los suyos nos abrazamos y el alcohol que teníamos encima hizo el resto, para que en esa postura nos  quedáramos profundamente dormidos.

Cuando me desperté Leonor no estaba en la cama. Noté un terrible dolor de cabeza. Fui a mi habitación me puso el pantalón corto del pijama y me fui al baño para intentar espabilarme un poco. No perdí mucho tiempo y me dirigí a la cocina donde se encontraba Leonor.

-Buenos días amor –le dije entrando en la cocina al mismo tiempo que le propicie un beso en los labios.

Ella correspondió pero sin mayor efusión.

-¿Qué tal estas? –proseguí

-La cabeza parece que me va ha estallar. Además estoy muy aturdida y desconcertada.

-¿Por qué?

-Porque no esta bien lo que hicimos ayer. Soy tu madre.

-Te arrepientes de haberlo hecho.

-No me arrepiento porque es la mejor noche que he pasado en toda mi vida, pero sigo pensando que esto que hicimos es un incesto. Además no tomo nada y puedo quedar preñada.

Le mandé sentar en la mesa y cogiendo sus manos le explique lo que para mí representaba el incesto y que su prohibición, no me iba a privar para mantener una relación con el ser que más quería en el mundo. Le comenté que para mí había dejado de ser mi madre y que si ella me aceptaba iba a ser el hombre, con todas las consecuencias, con el que compartir su vida.

Unas lágrimas aparecieron en sus ojos y recalco:

-No te inquietes que esta vez no lloro de rabia si no de felicidad.

Me levanté me fui hacia ella y la besé. Esta vez su boca se prestó totalmente y prolongamos el beso hasta que nos quedamos sin respiración.

Me miró a los ojos y notaba que su pensamiento estaba en otra parte a lo que le manifesté:

-Dime que estas pensando. No quiero que haya secretos entre nosotros.

-Estaba pensando en tu novia Sara. ¿Nos vas a tener a las dos?

-¡Hay mi dulce tesoro!, espera un poco.

Al pronunciar el nombre de Sara,  recordé que tenía guardado un anillo de compromiso que un amigo me lo había agenciado por un buen precio, y que lo guardaba por si algún día surgía el obsequiárselo a  la prometida con la que compartiría mi vida.

Regresé a la cocina y Leonor estaba ultimando de preparar el desayuno. Le hice abandonar sus tareas le cogí su mano y le dije que lo que le iba a expresar a continuación era muy serio y precisaba de toda su atención. En plan ceremonioso comencé:

-Yo Juan, te acepto a ti Leonor como mi legitima esposa y prometo serte fiel en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Leonor estaba atónita y perpleja. Saque el anillo del estuche y se lo puse en el dedo de su mano diciendo:

-Recibe este anillo como signo de mi amor y de mi felicidad.

Leonor se puso como loca, me abrazó y me colmó a besos por toda la cara hasta que se juntaron nuestros labios en un escalofriante beso.

Estaba completamente empalmado y ella lo notó en su cuerpo por el roce que le producía.

-Me has hecho la mujer más feliz del mundo y van a ir al diablo todos los prejuicios y prohibiciones. Ven, que aunque sea de otra manera, ahora me toca a mí.

Me agarró de la mano y me llevó a su habitación. Al llegar junto a la cama me dio un beso y me empujó para caer de espaldas encima de la cama. Me quitó el pantalón del pijama y salió a relucir mi pene con todo su esplendor. Leonor se arrodilló encima de la cama cogió mi mano y comenzó a decir:

-Yo Leonor, te acepto a ti Juan como mi legitimo esposo y prometo serte fiel en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida…

-Recibe este anillo como signo de mi amor y de mi felicidad.

Me quede boquiabierto con la ocurrencia que tuvo. En lugar de anillo puso su boca en mi pene, comenzó con un beso en el glande y enseguida pasó su lengua por toda su longitud. Ahora era yo el que gemía de placer. Cubrió con su saliva mi pene, lo que hizo que su boca se desplazase con suavidad a lo largo de toda su magnitud absorbiéndolo sin piedad.

Estaba a punto de llegar al cenit cuando ella cambió de posición. Abandono su boca de mi miembro y se sentó encima de mí  introduciendo el pene en su vagina. Comenzó a moverse y yo me lancé a acariciar sus hermosos pechos hasta que ella se agacho y metí en mi boca sus lindos pezones.

Los dos llegamos a tal clímax de excitación que nuestras bocas exhalaron unos gritos de placer, al mismo tiempo que nuestros cuerpos lanzaban sus respectivos líquidos. Mi semen se perdió en sus entrañas y su flujo embadurnó mi pene y mis testículos.

Nos fundimos en un nuevo beso y después le dije:

-Ha sido maravilloso y me ha sorprendido tu idea de ofrecerme tus dos encantadores anillos. Además no te ha importado que mi semen te haya invadido tu vagina.

-Mi vida…, después de lo que nos hemos prometido, sería maravilloso concebir un hijo tuyo. En cuanto a los dos anillos que te he ofrecido, los tendrás siempre que los solicites y si no, me encargaré yo de ofrecértelos.

Se puso a mirar el anillo que le había puesto en el dedo de mano, me dio un beso y terminó diciéndome:

-No te preocupes mi vida, que mañana sellaremos completamente nuestra unión con un anillo de estos que colocaré en tu mano. Nuestro viaje de novios lo aplazaremos hasta que acabes los exámenes, y nos perderemos en algún lugar del mundo.

Nos echamos a reír y nos abrazamos una vez más. Nos miramos y no hacían falta palabras, nuestra compenetración ya era total. Sabíamos que nuestros cuerpos estaban de nuevo a punto, para una nueva y apasionada exploración romántica.