Y de repente un extraño 2
Lamento haberme retrasado. Sobretodo por Hombre fx y Alexander, a los que les gustó el relato. Prometo ser más constante y recomiendo leer la primera parte que se publicó el 27 de junio. Gracias por vuestros comentarios. Aquí empezareís a dilucidar que el pederasta "hijo de puta" lo tiene mas chungo
— ¿Qué es exactamente lo qué quieres qué hagamos? — Maria parecía nerviosa y el deje de su voz delataba su estado.
—Nada cariño, sólo espero que obedezcáis mis órdenes hasta el final. Así no tendremos problemas ni tendréis nada que denunciar. Cualquier cosa que hagáis habrá sido consentida y sobre todo, disfrutada.
—No te acabo de entender: entras en nuestra casa como un ladrón y pretendes que te obedezcamos como putas marionetas. No tiene ningún sentido.
—Escucha Juan— se atusó la nuca nuevamente alzando su mirada al infinito —yo no te he preguntado… sólo ordeno— observó a Carla con deleite —empezaras tú, muñeca, quiero que deshagas de este camisón que tanto te incomoda.
Carla lo observó aterrorizada.
—Cuando todos se hayan desnudado te situarás frente a los demás y te desharás de tu ropa lentamente, dejando que todos nos deleitemos con tu cuerpo. Los cuatro os acomodareis en el sofá muy juntitos, por el momento no hace falta que hagáis nada más, quiero que la coreografía sea perfecta, ¿entendido?
Cruzaron sus miradas entre sí con evidente desazón y Maria se armó de valor para intervenir una vez más.
—Si piensa que vamos ha hacer esto esta usted loco…
—Bien, entonces Twither se ocupará de Paula y de Carla en tu habitación, pero te advierto que la experiencia puede resultarles muy traumática.
El joven asintió con la cabeza con expresión enfermiza.
Maria se puso en pie y empezó a desnudarse con evidente rubor mientras el resto la imitaba.
—No quiero oír una sola palabra más hasta nuevo aviso.
Con gesto trémulo desanudó el pareo dejando que este resbalase por sus caderas y desabotonó su blusa quedando con unas tenues braguitas de satén azul y un sujetador a juego. Todos intentaban no cruzar sus miradas en aquella sicalíptica escena. Paula ocultaba su desnudez como podía sin atreverse a gesticular sonido alguno y Pablo parecía el más abochornado. Cuando todos estuvieron totalmente desnudos tomaron asiento en el sofá, cruzando las piernas en un vano intento de que sus cuerpos no rozasen entre si. Ante la sorpresa general Twither y Verónica situaron sendas cámaras y varios focos en puntos estratégicos de la habitación.
—Muy bien, es tu turno Carla.
La chica lloraba y su expresión denotaba una incontrolada furia, pero no se atrevió a desobedecer a aquel monstruo. Se situó frente a ellos y con gesto frívolo se deshizo del camisón y cubrió sus pechos y su sexo con los brazos, Verónica se situó tras ella y sujetó sus puños obligándola a colocar los brazos hacia atrás. Todos evitaban ver aquello y dirigían sus miradas a algún punto de la sala. Carlos y Juan no parecían reaccionar a ningún tipo de estimulo y sus flácidos falos así lo delataban. La voz de su captor irrumpió de nuevo en sus cerebros.
—Demuestras muy poca profesionalidad niña, nadie pagaría por ver un espectáculo así. Vamos a caldear el ambiente ¿os parece?
Lanzó una mirada a Twither y este fue hasta la cocina para volver con una bandeja en la que se apoyaban varios vasos de cristal y media docena de botellas de licor. Con la mayor parsimonia los colocó sobre la mesa de cristal y procedió a escanciar en ellos aquellos licores de forma aleatoria, hasta llenarlos por la mitad. Todos permanecían nerviosos y expectantes intentando comprender el significado de aquello, pero les paralizó el observar como el hombre introducía en cada uno de los vasos unas capsulas naranjas que se diluyeron al instante.
—Ahora quiero que cada uno de vosotros ingiera este líquido sin derramar ni una sola gota, ¿lo habéis entendido?
— ¿Piensas drogarnos?— María esbozó una sonrisa forzada — Sabe perfectamente que eso agravará el delito, acabarán con sus huesos en la cárcel…
—Bien Maria, gracias por preocuparte de nosotros, ahora obedeced— de nuevo miró a su compinche y éste les mostró sendas jeringuillas de considerable tamaño —si no lo hacéis me veré obligado a inyectaros esto uno a uno y mi pulso no es muy firme, suelo tener que pinchar varias veces hasta que consigo inyectarlo todo.
De nuevo una ola de calor recorrió sus cuerpos pero esta vez nadie se atrevió a contradecir al hombre. Todos fueron hasta la mesa e ingirieron aquel líquido rojizo que rasgó sus paladares hasta provocarles arcadas. Por un instante creyeron desvanecer, pero de inmediato una sensación de calidez recorrió sus arterias desde los pies a la cabeza, fue como cientos de pequeñas descargas eléctricas se sucediesen en segundos irrigando cada poro de sus pieles hasta sumirles en una especie de sopor debilitante pero cálido. Los rostros de todos perdieron la notable palidez para pigmentarse exageradamente y sus cerebros parecieron divagar impidiéndoles enfocar la realidad de su entorno.
—Ahora Maria, quiero que cojas con tus manos al pene de tu cuñado y ejecutes una lenta masturbación, quiero que concentréis vuestras miradas en Verónica y en Carla… que no dejéis de observarlas ni un solo instante. Y tú, Paula, harás lo mismo con tu hermano. Si ninguna de las dos no consigue hacer excitar a su partner respectivo buscaremos otras formas de hacerlos reaccionar.
Verónica adoptó una postura febril para acariciar el torso de Carla mientras esta cubría su desnudez en vanos y forzados gestos para evitar aquellas caricias. Lisonjeaba sus pechos mientras buscaba la boca de la niña con sus labios, obligándola a doblar el cuello y a girar el rostro y haciendo qué esta se contornease exponiendo su desnudez más lasciva ante su improvisado auditorio. La joven sentía como aquel lascivo movimiento sobre sus pechos laceraban su piel y su orgullo, y sin embargo sentía una calidez que jamás en su vida había manifestado. Odiaba aquello. Maria había optado por asir el miembro de su cuñado entre sus dedos, evitando cruzar cu mirada con la de el y Paula la imitó rozando tenuemente el falo de su hermano para masturbarlo quedamente, era la primera vez que ambos experimentaban una relación sexual, y ello se hacia evidente en sus reacciones. Ninguno respondía a estímulo alguno y los dos trataban de inhibirse por completo, pero la naturaleza y aquella maldita química hacían que todo ello fuese inútil. Pablo, sintió aquel roce en su pene, mientras era obligado a observar como su hermana mayor se convertía en el objeto de lascivia de aquella puta lesbiana y su pene reaccionaba a su pesar en forma de una colosal excitación. Virginia pellizcaba febrilmente los rosados pezones de Verónica y el dolor hacía que emitiese entrecortados quejidos de impotencia y forzase sus gestos.
—Creo que la cosa no va bien— Raúl observaba la escena sin atisbo de pudor —quizás no he sabido explicarme con suficiente claridad, quiero ver una orgía real, no a un puñado de mojigatos dejándose magrear como fantoches.
María lo observó con expresión asqueada.
—Somos familia ¿sabes?
—Por supuesto, esto lo hace aún más interesante. Veamos, voy ha hacerte una propuesta Maria— se atusó la barbilla como si pensara mientras hablaba —si Juan y tú os encerráis en la habitación con Verónica y conmigo, Twither se quedará a cargo de tus hijos y no les pondrá una mano encima.
—Estás completamente loco— Juan parecía nervioso y el hombre ignoró su comentario.
—Siempre, claro esta, que obedezcáis todas y cada una de nuestras órdenes, es decir, que seáis nuestros esclavos unas horas.
Maria no pudo evitar que sendas lágrimas surcaran sus mejillas.
—No nos obligues ha hacer eso— fue un ruego más que una petición.
—Esta bien, os sustituiremos por tus hijos, nos encerraremos con ellos en la habitación.
—Espera… vamos con vosotros— María asió la mano de Juan y ambos entraron en el dormitorio de esta precedidos por Raúl y Verónica y cerrando la puerta tras de si. Ya no les sorprendió que también allí hubiesen instalado sendas cámaras de video profesional y varios focos.
—Ahora quiero que os abracéis muy fuertemente, que vuestras caderas oscilen lentamente, que os beséis muy tiernamente, como si lo hubieseis deseado siempre.
La completa desnudez de sus cuerpos les aterraba, como si aquel maldito baile pudiese excitarles de algún modo para deleite de aquellos monstruos, pero Maria pasó sus brazos tras la nuca de de Juan e inició un calido beso uniendo sus labios con los de él. Raúl observaba aquella escena y parecía satisfecho, Verónica intuyó su excitación e introdujo su mano en su cintura hasta palpar el miembro de su cuñado, sintió como el pene rozaba su bajo vientre y adquiría una relevante proporción, pero muy a su pesar mantuvo unidas sus caderas con las de él sin dejar de contornearse suavemente, haciendo que su bello púbico rozase el prepucio del hombre, intentando sacar de su cabeza el hecho de que se trataba en realidad del hermano de su marido. Ahora ya no parecía un gesto forzado, sino que prolongaban aquel beso mientras sus lenguas se rozaban con un atisbo libidinoso.
—Maria, tenemos que acabar esto cuanto antes— susurraba a su oído con acusado nerviosismo.
—Esto es una locura Juan, pero debemos proteger a los niños…
—Supongo que estaréis hablando de sexo.
Dirigieron sus miradas hacia el sin dejar de abrazarse
—Llévala hasta la cama, quiero verla gozar.
—Obedécele Juan— de nuevo un susurro
Lentamente la condujo hasta allí acompañando su cintura con el brazo y María se acomodó sobre la colcha entreabriendo sus piernas frente a Raúl y su hermana. Ambos observaron ensimismados cada gesto, mientras se deshacían de sus ropas, el rostro de Maria parecía tenso, la visión de aquel cuerpo perfecto sobre la cama gigantesca, sus cabellos rubios despeinados ocultando su cara parcialmente, sus proporcionados pechos cuyos pezones resaltaban sobre las aureolas desafiantes y su sexo, poblado de una escaso y rizado bello púbico les subyugaban. Cuando Juan penetró por primera vez a su cuñada lo hizo con denostada precaución pero instantes después cabalgaba sobre ella sin atisbo de cualquier prejuicio entre gritos ahogados y palabras entrecortadas por suspiros de Maria que aceleraba la cadencia con el vaivén de su cintura obligándole a que la penetrase hasta el fondo de su sexo.
Raúl y Verónica habían encendido las cámaras y los focos y se sentaron junto a ellos en la cama, parecían tan abstraídos que ni siquiera reaccionaron cuando el hombre acarició el cutis de Maria con el torco de su mano y Verónica asió la espalda de Juan para besarle el cuello tenuemente. Ya nada respondía a aquella realidad. Los captores esperaron a que aquel coito llegase a su fin acariciándose mutuamente y cuando ocurrió Maria estallo en infinitos y descontrolados multi orgasmos que la hicieron palidecer de nuevo mientras Juan se vaciaba completamente en el sexo de Maria. No hubo tregua, cuando pareció recomponerse se incorporó sudorosa y jadeante, se preguntó como podía ser que siguiera deseando aquellas sensaciones aún con más fuerza que hacía unos segundos y fijo su mirada perdida en el rostro de Verónica. Por primera vez la vio atractiva y deseable, estaba frente a ella sonriéndola, semisentada sobre la colcha con las piernas cruzadas en la más absoluta desnudez e instintivamente posó sus manos sobre los pómulos de Maria dirigiendo su rostro junto al de ella.
—Eres la mujer más deseable que he conocido nunca.
Aquellas palabras sonaron en oídos de Maria como la respuesta a una suplica callada, jamás había tenido ni deseado relación alguna con ninguna otra mujer y sin embargo, en ese instante necesitaba complacer a aquella desconocida, darle todo el amor y la satisfacción sexual que fuera capaz de conseguir.
—Tú también— balbuceó bajando la mirada para ocultar su rubor.
No hubo más palabras, Verónica abrazo su nuca e hizo que se recostase de nuevo para tenderse sobre su cuerpo mientras sus lenguas se rozaban entre sí y entrelazaban sus cuerpos desnudos, como si un deseo perverso se hubiese adueñado de ambas. Los hombres permanecían expectantes y sabían que cualquier tentativa de intervención haría que se perdiese aquella magia. Raúl observó el pene erecto de Juan y lo rodeó con sus manos para masturbarlo quedamente, la primera reacción de Juan fue la de desasirse de aquel gesto como fuese, pero la mirada histriónica del hombre le detuvo y decidió dejar que ocurriese cualquier cosa. Intentó evadirse vanamente llevando su imaginación a otros derroteros, pero la visión de Verónica y de María amándose sin ningún tipo de tabú le excitaba sobremanera, casi sin darse cuenta asió el pene de Raúl y procedió a emular sus gestos, masturbándole a él también. Aquello duró media hora larga en la que los cuatro cambiaron de pareja varias veces sin importarles a ninguno cuál era el amante de turno al que debían acariciar, sumidos en un inexplicable éxtasis que hacían que se solaparan decenas de orgasmos, en forma de guturales gemidos ahogados por parte de los tres.
María sintió como si ese sopor confuso que le había impedido discernir con la mínima clarividencia se desvaneciese en la nada: Estaba desnuda y Verónica hurgaba su sexo introduciendo su rostro entre sus piernas con la máxima delación… De repente se sintió sucia, pero era incapaz de recordar las últimas horas de su vida, recordó difusamente las últimas horas transcurridas y la imagen de aquellos focos centrando el haz de luz en sus cuerpos desnudos le provocó una reacción de asco y repulsión. Casi instintivamente golpeó la frente de Verónica haciendo que esta se incorporase para proferirle una mirada irónica.
—Se está despertando Raúl, ahora a la puta le da asco que le sobe.
El hombre la observó con mirada ausente mientras se deleitaba con la profusa mamada que Juan le profería y abofeteó su nuca para sacárselo de encima.
—Entonces a este le faltará muy poco, es una pena… el hijo de puta se estaba esmerando, estaba apunto de correrme otra vez.
— ¿Qué hacemos hermanito?, a mi también me gustaba la puta.
—Dales otro pico, pero esta vez dóblales la dosis e inyéctaselos en la vena, no quiero acabar la fiesta antes de que Fernando Díaz se presente aquí con la pasta, voy a ver que tipo de barbaridad habrá hecho Twither con los niños.
Maria se revolvió nerviosa intentando incorporarse de la cama, tardó unos segundos en apercibirse que sus muñecas estaban atadas al dosel con recias cintas. Verónica acercó su rostro al de ella con intención de besar sus labios pero reaccionó girando su cara en un gesto despectivo… el tiempo suficiente para que la mujer le clavara una pequeña jeringuilla en su cuello. De nuevo aquella maldita sensación, sentir como se difuminaban los recuerdos en su mente y, otra vez, aquella sensación de que miles de micro descargas eléctricas recorrían su columna vertebral para sumirla en un sopor momentáneo que derrotaba sus músculos haciéndola desfallecer. José se masturbaba febrilmente frente a ellas y Verónica fue hasta el para aplicarle un tratamiento idéntico. Asió su rostro y le inyectó la misma dosis que a Maria, aún tardarían unos minutos en reaccionar.
CONTINUARÁ