Y boom! Despertar sexual (I)
Quiero contar cómo gracias a un despiste de mi padre, recibo una avalancha de información sexual que enciende la mecha de mi despertar sexual. Las consecuencias las pagará mi pobre hermano, el único que está en casa...
Hola a todos. Me llamo Lara, pero como al contrario de la mayoría de relatos que leído, no os diré que es “obviamente” es falso. ¿Por qué os revelo mi nombre? Es simple… fantaseo que algún día alguno de los implicados se tope con este relato. De hecho, pensar que algún compañero de instituto, vecino o familiar me imagine haciendo lo que os voy a contar, me pone a mil. Así que sí, soy Lara. Esa Lara que conoces, con diecisiete años, con la melena larga y castaña, ojos marrones claros que a veces brillan en tono miel y sí, ese par de tetas que parecieron brotar de un día para otro. Ojalá me conozcas y ojalá me imagines. Quiero sentir el gusanillo nervioso cuando me cruce contigo y piense ¿Por qué me mira así? ¿Habrá leído el relato? ¿Estará fantaseando con él..? Bueno, volvamos al asunto que me pierdo.
Ya os he dicho que actualmente tengo diecisiete años y la historia que os voy a contar… creo que empezó cuando rondaba los nueve o diez. Quizás no recuerde exactamente la fecha, pero la tarde en la que empezó todo jamás la olvidaré. La tarde en la que mi sexualidad explotó. En la que comencé a ver la vida de forma completamente distinta y… divertida.
Papá se había marchado corriendo por asuntos de trabajo, y mamá no hacía mucho que había empezado su turno de tarde. Por lo tanto me había quedado a solas con mi hermano mayor, Diego, que entonces tendría unos trece. Estaba enfrascado en la consola, aporreando los botones de un juego de disparos y yo me aburría como una ostra. La lluvia escurría por las ventanas y me quedé mirando la puerta de casa por la que se había marchado hace nada papá. Sin nada mejor que ver, me fijé en el ordenador del salón. Se lo había dejado encendido. Y sin bloquear, lo que despertó mi astucia. Había esperado desde hace mucho una oportunidad así, y es que su cuenta no tenía el dichoso filtro anti-porno. Sabía que no tenía mucho tiempo, en cualquier momento se bloquearía por estar sin usar y no podía desaprovechar la oportunidad. Salté del sofá y corrí a mover el ratón. Con una sonrisa de malicia pensé que era el momento de ver todo lo que tenía prohibido. Nerviosa atrás a Diego, mi hermano, pero él seguía a lo suyo con la consola y ni se había enterado de lo que estaba a punto de hacer.
Recuerdo que lo primero que busqué fue directamente “sexo”. Me encontré con algunos resultados que hablaban de noticias acerca de sexo, así que probé a pinchar en “Imágenes”. Algo frustrada vi imágenes de parejas desnudas abrazándose y poco más. Aunque rondaba los diez años, ya sabía que el sexo iba por ahí. Quería más detalles. Con un cosquilleo de nerviosismo recordé una palabra fea que creía que tenía que ver. “Follar”. Cinco minutos después ya estaba roja como un tomate, mezcla de nervios y excitación, aunque en ese momento no sabía muy bien que me pasaba y me lo tomé como parte de la aventura. No tardé en acabar en una página de videos, alucinando con las imágenes que dejaban entrever lo que se vería en el video si lo abriese. No me atrevía a abrir ninguno, aunque la tentación era grande. Estuve durante varios minutos aprendiendo todo lo que se me ponía por delante, buscando palabras que no entendía, viendo imágenes explicitas y confirmando todo lo que creía saber. Pero había muchísimo más de lo que creía y que ni me imaginaba. Gente que hacía sexo en la cama, en el sofá, en el jardín, con la boca, por el trasero, de todas las posturas imaginadas, usando cosas que se metían, o con muchos a la vez… Sentí que mis partes íntimas estaban ardiendo, además de un cosquilleo que me hizo llevar mi mano izquierda dentro de mis braguitas, mientras con la derecha seguía navegando por todos esos sitios prohibidos.
—Lara ¿merendamos? —dijo de repente mi hermano, haciéndome botar del susto.
Como un rayo cerré el navegador y me volteé para ver si me había descubierto. Le encontré como le había dejado, de espaldas a mí, con la mirada fija en el televisor, con su interminable partida. Yo respiré aliviada, con el corazón a mil y me di cuenta que mi mano seguía dentro de mi braguita. Sentí que mis dedos estaban mojados y si me hubiesen preguntado una hora antes habría pensado que me había meado encima. Ahora ya sabía que mi coñito se había mojado como parte del sexo. Curioseé con mis dedos, notándolo pegajoso y muy suave. “Es para que entre mejor…” pensé para mí misma, sin dejar de mirar a mi hermano. Por un momento imaginé qué polla podría tener. Sé que no era más que un niño como yo, pero era mi hermano mayor y algo tendría que tener.
—Mira a ver si tenemos nocilla, anda— me dijo otra vez, sacándome de mi turbación y esta vez sí, girando el cuello para mirar si le estaba haciendo caso.
Fui rápida y no me vio sacar la mano a toda prisa de dentro de mis braguitas.
—¡Voy! —corrí nerviosa a la cocina, y a salvo, miré mis dedos empapados. Curiosa los olfateé, pues había leído a hombres que decían que les encantaba el olor y el sabor. No me desagradó, y con algo de reparo, pero llena de curiosidad, les pegué un pequeño lametón. Tampoco me disgustó, pero tampoco entendí la fogosidad con la que algunos hombres parecían lamer ahí abajo. Sin darme cuenta, ya tenía otra mano metida dentro de las braguitas y volví a tocarme el coñito empapado, esta vez imaginando que alguien estaba paseando su lengua por ahí. Estaba a mil y necesitaba una investigación “profunda”.
—Sí que hay, tate. Espera que voy al servicio —dije al abandonar la cocina, atravesar a toda velocidad el salón y encerrarme en el cuarto de baño. Me bajé los pantalones y las braguitas, y ya tenía otra vez mis manos hurgando ahí abajo. Quería meterme los dedos dentro, pero no me atrevía. Además tampoco quería dejar de ser virgen por hacerlo, pues en ese entonces no sabía apenas nada de la masturbación femenina. Lo que sí hice fue terminar de desnudarme y mirarme al espejo. Aunque era muy joven, mi cuerpo se había desarrollado anormalmente rápido, por lo que tenía unos senos bastante creciditos y ya se me iba notando cada vez más las caderas. Me tiré juguetona de los pocos pelitos que me habían salido en el pubis y, mirándome otra vez en el espejo, me pregunté si ya podría gustar a los chicos. Pensé en los de mi clase, pero no eran más que unos niños. Quizás los de instituto, o mi hermano… ¡No! ¿Por qué volvía a pensar en él?
Me sentía ansiosa por hacer todas esas cosas sucias que había visto, todas las chicas parecían disfrutar muchísimo, casi como si estuviesen muriendo placer. Y podía entenderlo, solo con acariciarme el coñito ya estaba viendo las estrellas e imaginé que esto no era más que el principio. Me froté más y más rápido, y fantaseé aún más. Era incapaz de imaginar a ningún hombre, pues no había visto en vivo a nadie fuera de mi familia, tan solo las escenas normales de la convivencia en casa. Uno que sale de la ducha y otro que entra, en verano la poca ropa, puertas abiertas, etc... Intentando imaginar a alguno de los que había visto en internet, me encontré incapaz. De repente, me encontré otra vez imaginando a mi hermano en uno de los últimos baños que tomamos juntos. Me rendí y mi mente empezó a hervir en fantasías. Mientras tanto iba ideando un plan para verle de nuevo la polla en vivo, pues ahora ya no era un “pito gracioso” que colgaba ahí. Le vería el miembro con otros ojos. Me froté intensamente el chochito por última vez y me vestí, ya tendría tiempo para acariciarme después, ahora tenía que aprovechar la oportunidad.
Salí disparada de nuevo al salón, rezando por que el ordenador no se hubiese bloqueado. Lo encontré tal cual lo había dejado, pero en el escritorio había un trozo de pan untado de nocilla. A veces mi hermano era hasta buena persona, me empezaba a saber mal la trampa que había ideado…
—Gracias tate —le dije al pegarle un bocado, a lo que él ni contestó de nuevo con la consola.
Mordiéndome nerviosamente los labios, abrí un par de páginas guarras y por delante puse una ventana de youtube con alguna tontería que me gustase en ese momento, ni recuerdo qué era. Solo que duraba lo suficiente para mi plan. Lo puse a un volumen considerable y mi hermano no tardó en quejarse.
—¿Ya estás con esa tontería? —me dijo, como si sus juegos de tiros fuesen música celestial.
Le ignoré por un rato mientras el bufaba de vez en cuando, molesto por tanto ruido. Yo no dejaba de pensar en lo que podía pasar mientras me comía el pan con chocolate. Cogí fuerzas y lo puse desde el principio, esperé un poco y me levanté. Cuando salía del salón, grité en voz alta:
—¡Me voy a bañar, tate!
—¡Pero quita esa mierda!
—¡Ay, lo siento! ¿Puedes apagar tú el ordenador? ¡Gracias! —y di un sonoro portazo al entrar al baño. Había soltado el cebo.
Abrí los grifos de la ducha, pero no me metí. Escuché maldecir a mi hermano al tener que levantarse. Al poco, solo escuchaba la música repetitiva de la pausa del juego. Con mucho cuidado salí y me asomé por el pasillo al salón. Mi plan había resultado. Vi a mi hermano sentado en el ordenador, quien había “descubierto” las páginas guarras al cerrar youtube. También vi como su brazo se movía frenéticamente arriba y abajo, así que supuse que se estaba tocando aprovechando que yo estaba en la ducha.
Poco a poco me fui acercando por detrás, me moría de ganas por verle su cosa, por ver cuánto había crecido desde la última vez que jugamos a los barquitos en la bañera. Por los nervios fui torpe y rocé con el pie una de las sillas, a lo que él saltó asustado intentando guardarse el miembro y mirándome asustado. Yo por un segundo no supe qué hacer, mi plan había fallado y había perdido mi oportunidad de espiarle a escondidas, así que salí del paso haciéndome la tonta.
—¿Qué hacías?
—¿Eh? ¿Yo? ¡Nada! —me contestó lleno de nervios
—Pues yo creo que sí. Te estabas pajeando —a día de hoy no sé cómo pude soltar alegremente esa barbaridad.
—¿Eh? —supongo que ver a su hermana pequeña hablando así le dejo mudo.
—Te he visto. Se lo voy a decir a papá.
—¡Lara! ¡No! Por favor, no se lo digas, yo… te juro que estaba abierto cuando fui a cerrarlo. Sería publicidad que salió sola, yo no estaba mirando porno.
—Pero te estabas pajeando —insistí, apretando más a Diego. Decir esa palabra tan sucia incluso me empezaba a excitar más.
—Por favor, no se lo digas —rogó de nuevo—, haré lo que quieras.
Las palabras mágicas. Me moría de ganas de decirle que se bajase los pantalones y me dejase ver, pero también me moría de vergüenza de tan solo pensarlo.
—Vale… pues quiero ver lo que estabas viendo.
—Pero lo he cerrado, y te juro que estaba ya abierto…
—Bueno, pues vamos a buscar más porno —me acerqué a él y con todo mi desparpajo me senté en su rodilla —. Venga.
Él estaba petrificado, sin saber qué hacer.
—¡Vamos, hombre!—le apremié y Diego cogió nervioso el ratón para abrir una nueva ventana.
Nos quedamos un par de segundos viendo la página en blanco.
—No… no sé qué poner.
—Ay chico —suspiré, tecleando “porno”.
Pronto entramos a la web de videos y mi corazón empezó a acelerarse otra vez.
—Abre éste —le dije señalando uno que me llamó la atención.
Era una chica con unas tetas enormes encima de un chico, y en la previsualización se veía como tenía metida la polla hasta el fondo. Diego dio al play y nos quedamos mudos viendo las letras de presentación con las que empezaba. Hablaban en inglés y pronto me desesperé.
— Dale para adelante —le ordené, y pronto la imagen saltó a algo mucho más interesante.
Un primer plano de una polla enorme entraba y salía del coño de la chica, que estaba a cuatro patas y gritaba de placer como una loca. Miré a la cara de mi hermano y le encontré rojo como un tomate, cosa que por un momento me pareció adorable. Miré a su entrepierna pero no noté ningún bulto ¿era tan pequeña? ¿o acaso no la tenía dura por los nervios? Pensando en cómo atreverme a decirle que me la enseñase, vi algo que me llamó la atención. En los videos relacionados, un título en español se me quedó grabado: “Hermanita se folla a su hermano”. Fue leerlo y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, encendiéndose aún más la excitación que tenía. Benditas casualidades.
—Mira este —le dije señalando el vídeo en cuestión.
—Qué… qué pasa?
—Pone que son dos hermanos haciéndolo. Ábrelo.
—Pero eso es mentira Lara, son actores.
—Ábrelo, venga.
El rechistó y cambió al otro video. Esta vez no había presentación, y la cámara estaba fija apuntando al chico y a la chica, que empezaron a besarse.
—Mira, no son actores. Son dos hermanos haciéndolo —insistí yo.
—Que no, Lara. Que eso no se puede hacer.
—¿Por qué? —pregunté entre la malicia y la curiosidad
—¡Pues por que no! Esto no se hace entre hermanos.
—Ya, pero ¿por qué?
—Pues porque no.
—Pues vaya razones.
—Imagina que tienen un hijo, saldría deforme.
—Pero mira, el chico se está poniendo un condón.
Le dejé sin razones y el video avanzaba. Pronto estaban follando como locos y pasándoselo en grande.
—Y mira lo bien que se lo pasan.
—Piensa lo que quieras Lara… —volví a mirarle la entrepierna y ahora sí que se notaba un buen bulto. Cada vez estaba más cachonda y envalentonada
—¿Tienes ganas de pajearte?
—Joder Lara…
—Yo si tengo —no podía creerme lo que estaba diciendo—. Estoy muy mojadita.
Le dejé sin palabras, e hizo un amago de tocarse por encima del pantalón.
—Si quieres…
—No —contestó rápido él.
—¡Pero si no he dicho nada!
—Ya, pero esto no está bien —paró el video e intentó quitarme de encima suyo.
—¡Eh, para! Suéltame o a papá que vas.
—¡Pero si todo esto es idea tuya!
—Ya, ¿pero a quién va a creer? —él me miró incrédulo, como incapaz de creer que su pequeña hermanita fuese tan cabrona— Jo Diego, que solo estamos pasándolo bien un poco. Estamos aprendiendo. ¿Tu habías visto porno antes?
—Bueno… algo. En el móvil de uno de clase…
—¿Y ya te habías pajeado?
Diego se quedó mudo, sin atreverse a contestar.
—Pues yo sí —me las dí de listilla marcándome un farol —, y me gusta mucho. Además no está mal hacerlo, es normal —dije recordando un pequeño artículo que había leído antes acerca de masturbarse.
—Ya sé que es normal… pero es algo privado.
—¿Entonces lo has hecho?
—Sí, alguna vez.
—¿Quieres hacerlo ahora? —casi me atraganté yo misma diciéndolo.
—¡No! ¡Ya te he dicho que es algo privado!
—Somos hermanos, tate. Yo no se lo diré a nadie… —intenté convencerlo.
—Te he dicho que no.
—Venga, hazlo o se lo digo a papá.
—Pues díselo, me da igual, estás loca. No voy a hacerlo contigo aquí.
Rabiosa por no conseguir convencerle, le di al “play” del video para que siguiese.
—Pues yo si lo voy a hacer —no podía creerme a dónde me estaba llevando todo esto. ¿Tan caliente estaba? ¿Tantas ganas tenía de verle la polla?
—Pues haz lo que quieras —dijo él, terco como una mula, mirando para otro lado.
Y para terca, yo. Me sujeté con la mano a la mesa y con la otra encontré mi chochito totalmente empapado bajo mis braguitas. Al primer roce sentí una corriente eléctrica que me hizo suspirar y soltar un pequeño gemido. Incrédulo, Diego se volvió y me miró a mí y a mi mano escondida
—Y será verdad —hizo el amago de levantarse, a lo que yo me recosté sobre su pecho y me agarré a su pijama
—No… no por favor… no te levantes —dije entre suspiros y gemidos.
De reojo veía el video, aunque apenas era lo que me importaba en ese momento. No podía creer que me estaba tocando sentada encima de mi hermano, en el cual estaba apoyada y muriéndome de placer. Seguí jugando con mis dedos por encima de mi coñito, rozándolos por todas partes y encontrando los lugares que más placer me daban. Justo cuando creía que iba a explotar, escuchamos las llaves de casa en la puerta.
Entramos en pánico y yo salté y eché a correr al baño, donde escuché que aún seguía el agua cayendo. Escuché a Diego maldecir mil insultos mientras cerraba todo y supongo intentaba disimular lo que estaba sucediendo.
Cerré de un portazo y apoyé la espalda en la puerta con el corazón a mil por hora. Tenía el chochito palpitando. Corrí a desnudarme y a meterme en la ducha, donde terminé la primera paja de mi vida y ahogué el orgasmo entre gemidos bajo la cortina de agua.
Me quedé de rodillas, con mi mano aun sintiendo palpitar mi sexo, maldiciendo la oportunidad perdida y cómo podría organizar mi siguiente asalto…