Y aquí estoy. Nerviosa
Espero que les guste tanto leerlo como a mí el escribirlo
Y aquí estoy. Nerviosa, muy nerviosa. Esperando que llegue su camión. En una tierra desconocida para ambas, pero más para ella. Es la tercera vez que piso esta central. Las dos anteriores estuve con ella. Pero de eso ya hace varios meses, casi medio año.
Jamás en ese momento me hubiera imaginado vivir esta situación. Esperándola con tales ansias porque tiene 3 meses que no la veo. Los 3 meses más largos de mi existir. O tal vez no, los más largos fueron antes de estar juntas. De amarnos y de eso hacen ya varios años.
Por fin juntas y ahora separadas por un gran trecho de mi país. No es tanto si piensas que en cinco horas sólo caben dos películas. Y éstas han sido sí, las cinco horas más largas de mi vida. De esperar y desesperar. De recoger la casa, escombrar la recámara. Adornar, acomodar, limpiar, ordenar. Unas velas por aquí y por allá. Escencia de lavanda y limón para que a su llegada todo sea agradable, fresco y armonioso. Malditos nervios que a la hora de la salida me hacen regresar tres veces. Dos por el celular y una a mitad de ambas por las llaves. Bendita sea la comstumbre de estos sitios rurales donde no es necesario colocar el seguro en las puertas porque de otra manera pasaríamos la noche en un parque de seguro.
Y bueno sigo aquí esperando. Veo salir gente de los andenes pero no la encuentro. Busco sus ojos, marrones. Busco su sonrisa, franca. Intento divisar su figura pequeñita de entre tanta gente. Algunos parecen del norte, con sombrero y bigote y unas sendas maletas que sabrá dios que carguen en ellas. Tambien hay gente del sur, se distinguen por su ropa fresca y veraniega.
De entre toda esa gente logro vislumbrar una figura pequeñita, una figura con el cabello rojizo, de ojos bellos, de labios finos. Completamente ajena a todo a su alrededor. Con mirada dispersa y preocupación en el rostro. Me acerco sin que se de cuenta y tomo su maleta. Le causo un susto, sí. Pero tambien la alegría de estar frente a frente. De mirarnos a los ojos por fín.
El tiempo se para y no estamos sino ella y yo. Con un mundo alrededor pero en nuestro mundo. Sonrío con tranquilidad. Con felicidad de haberla encontrado por fin. Con complicidad por ser dos una vez más.
No hay necesidad de usar palabras. Sus manos aferradas a mi cuello y sus labios buscando los míos hablan por sí solos. Tomo su equipaje y abordamos el transporte a casa. Las luces, puentes, semáforos y el tráfico habitual de una capital en crecimiento son los testigos de las miradas que hay entre nosotras. Tengo su mano sujetada con fuerza. Para que entienda que ya está aquí, conmigo. En mí.
Por fin llegamos a casa. Sigue reinando el silencio. Basta entrar a la recámara para encender el momento mágico. Su cara de sorpresa ante los detalles que preparé basta para querer seguir llenándola de amor. Suavecito la abrazo por la espalda y susurro en su oido –¿Te gustó? – ella sólo logra asentir levemente – Todo lo preparé pensando en ti– le digo mientras beso su cuello.
Así con la misma tranquilidad que llegamos se suelta de mi abrazo. Voltea su rostro contra el mío. Y me besa. Un beso lleno de amor, de calidez, de exrañarnos. Un beso de tiempo. Vacío de necesidad. Completo. Así despacito. Tomo sus manos y las coloco en mis hombros. – Hoy es especial princesa, estamos juntas – me dice mientras comienza a besarme de una manera más pasional. Siento su lengua jugar con mis labios. La manera que los acaricia, suave pero firme. Sin prisa y con la seguridad de que no he encontrado mejores besos que los suyos. Comienza a sorber mi labio superior. A mordisquear las orillas de mi boca y busca con sus manos sentir la calidez de mis pechos. Yo no puedo si no colocar mis manos en sus caderas. Que con la intensidad del beso comienzan un vaiven que nos lleva a estar cada vez más cerca. Comenzamos a recorrer la recámara hasta llegar a la orilla de la cama. Estando ahí me pide unos minutos para refescarse del viaje. Comienzo a dormitar pues la emoción del momento parece haber pasado y ella tarda mucho en salir. Me desperezo y toco la puerta del baño. No responde así que decido entrar y lo que veo me deja impactada. Es ella, en pijama. Una para nada sutil pijama que lo único que logra hacer no es cubrir su cuerpo sino reavivar mis ganas de ella.
Así, sin esperar respuesta ni nada la tomo por la cintura para girarla. Dejarla frente a mí – Ha sido mucho tiempo sin ti, guapa– le digo mirando sus ojos, su boca que en una sonrisa me regala el mundo. Alcanzo a subirla al lavabo antes de enlazarnos en un beso eterno. Recorro sus piernas de arriba abajo con la yema de mis dedos mientras ella acaricia mi espalda. Beso su rostro. Sus ojos, las pestañas, las cejas. La comisura de sus labios. Ella no deja de tocarme. Siento sus manos através de la tela de mi camiseta. Sus dedos buscando mis sentidos. Y por supuesto que activa mis sentidos. Recorro su cuello con la punta de mi lengua y regreso a soplar sobre ese húmedo camino. Miro sus ojos cerrados en señal de la excitación que comienza a llegarle. Reconstruyo ese camino con besos, pequeños besos dejados al azar en los que ahora alcanzo a tocar sus senos. La despojo de la camisola que lleva encima para poder besar a placer. Tomo uno de sus senos con una mano y me dedico a hacerle mimos con la lengua al otro. Son tan expresivos sus pezones que al instante de ser acariciados están duros como rocas y en espera de más. Sigo besando sus pechos. Intercalando entre uno y otro. Los gemidos que en un inicio su boca quiso ocultar son ahora tan expresivos que yo sólo puedo calentarme más, si es que eso es aún posible.
Siento sus manos en mis hombros. Me empuja levemente y me toma del mentón. Me jala hacia sí para besarme y entre besos decirme – no es justo que sólo yo no traiga ropa – así que me quita la camisa. Toma mis senos, los estruja entre sus manos. Los pezones entre el dedo pulgar y medio. Toca mis labios con sus dedos y yo alcanzo a lamer sólo la punta, que se convierte en humedad suficiente para darme frío y aumentar mis sensaciones. No hemos dejado de besarnos mas que para decir uno que otro te amo o cuánto te he extrañado.
Entre todo tomo sus piernas y las entrelazo a mi cintura. Y así, aferradas una de la otra me dirijo a la cama. Donde deposito su bello cuerpo y ella con una pequeña jugarreta logra llevarme encima suyo. Mi cara por lo brusco del movimiento queda frente a su abdomen y decido comenzar el juego. Doy pequeños besos por todo su vientre mientras ella se retuerce por las cosquillas. Pero al acercarme de poco a su intimidad esa risa va siendo desplazada por gemidos, profundos. Guturales. Gemidos de placer que me indican que voy por buen camino, disfruto de su cuerpo y sensaciones. Regreso por su vientre hasta sus labios. Recorro el camino de una forma lenta, casi exasperante. No me canso de decirle cuanto le he extrañado. Mientras asciendo, beso nuevamente sus senos. Comenzamos a quitarnos toda la ropa, que no es que quedara mucha pero entre dos cuerpos con la necesidad que teníamos la una de la otra cualquier prenda venía a ser un estorbo.
Aprovecha ese pequeño instante para empujarme y ser ahora ella quien queda sobre mi. Así toma mis manos y las coloca al lado de mi cuerpo – ya has tocado lo suficiente – dice – ahora es mi turno – y comienza a besar todo mi cuerpo. Desde la punta de mis pies hasta la parte más alta de mi cabeza. Y en el reverso. Sentir sus labios sobre mi espalda mientras yo estoy contra la cama es de lo más excitante. Sus manos recorren el interior de mis muslos de una manera parsimoniosa, desesperante. No puedo más y se lo pido – Tócame – ella sólo ríe y dice – ¿Ya no quieres seguir jugando? – no logro responderle pues sin más ha introducido dos de sus dedos en mi intimidad y la excitación es tanta que juro que podría haber terminado en ese momento. Se queda quieta por instantes para evitar que la excitación gane. Besa mi oreja y gime despacito. – No sabes cuanto quería hacerte esto desde que llegamos – dice – Pues creo que has tardado– le respondo.
Comienza un movimiento de entrada y salida muy despacio. Con dos de sus dedos dentro de mi y un tercero buscando el contacto con mi clítroris. Hace movimientos circulares sobre él. Mi humedad es tanta que nada le cuesta absolutamente ningún tabajo. Todo fluye entre nosotras. De esta forma me arranca suspiros, gemidos y gritos de éxtasis. Un orgasmo llega tras el otro mientras juega con la intensidad de sus movimientos. A veces despacio a veces rápido. Yo sólo me dejo hacer.
Me llena de ella tanto que sólo digo su nombre. Y es que la manera que tiene de tocarme es sublime. En un descanso giro mi cuerpo para besarla nuevamente, y es que son sus besos mi delirio. Toco su cuepo con vehemencia. Acaricio su vientre y poso la palma de mi mano en su entrepierna. Muerdo el lóbulo de su oreja y toco con mi lengua toda la orilla. Suspiro y ella estremece todo su ser.
Introduzco mis dedos por entre sus labios mayores y me encuentro con su clítoris. Ese pequeño montecito con el que me dedico a jugar. COn mis dedos dibujo palabras, dibujo un millón de te amos, de te quieros, hacer círculos, espirales, soles, montañas. Estrellas y lunas como las que ella ha bajado para mí. Mededico a hacer lo que más disfruto que es hacerla disfrutar.
Vuelvo a recorrer su vientre con besos pero en esta ocasión logro llegar a mi destino, comienzo con pequeños círculos alrededor, introduzco mi lengua por su apertura, lamo de arriba abajo sin dejar una sola zona sin tocar. Me dedico a ese pequeño botón, que con delicadeza succiono, rozo levemente con los dientes sin llegar a morder y toco una y otra vez con la punta de mi lengua. Me llena de su sabor, de su olor. Estoy entre sus rodillas con mis brazos por debajo de sus muslos y sosteniendo sus caderas para que sus movimientos no le hagan escapar de mi boca. Sigo besando sus ingles mientras le doy un pequeño descanso. Con bastante habilidad gira su cuerpo y comienza a hacer lo mismo para mí. Nos llenamos de nosotras mismas unas cuantas veces hasta que es el cansancio del cuerpo y la luz en mi ventana la que nos indica que es hora de descansar.
Vuelvo a su boca y la beso con ternura. Su sabor y el mío se mezclan en un beso que quisiera que durara por siempre. Y así lo expreso – no te vayas, quédate conmigo– susurro con pena por ser yo quien lo tiene que pedir –¿Irme? ¿Quién dijo que me iría? Acaso no viste el tamaño de mi equipaje? – ciertamente no lo había razonado pero sí, eran demasiadas maletas para un solo fin de semana. Sonreí. Y así con la promesa de de una nueva vida juntas caí rendida en sus brazos.
Y aquí estoy. Nerviosa. Porque hoy, ella ha llegado.