Y al final fuimos tres.....
Fue una sensación extraña, pero a la vez rica, que no me hacía dudar en ningún momento de mi sexualidad pero me incitaba a más.
Mentiría si dijese que nunca se me pasó por la cabeza tener sexo con más de una persona a la vez, pero nunca creí que sería una realidad formar parte de un trío de la forma en que lo llegué a experimentar.
Empecé a trabajar en una agencia publicitaria hace seis años, tiempo que llevo de conocer a Carmen, ex compañera de trabajo que llegó a convertirse en una gran e íntima amiga. Con ella compartí muchas cosas de amistad antes de conocer a Mauricio, que ingresó a la empresa dos años después que yo, e inmediatamente logró integrarse a nuestro círculo de amigos que formamos con otros seis o siete compañeros.
Generalmente, los miembros del grupo acostumbrábamos reunirnos en la casa de alguno de los integrantes para hacer fiestas, mirar videos o escuchar música, acompañados por algunos tragos. Las ocasiones siempre fueron propicias para relajarnos y olvidarnos del arduo trabajo y de paso conocernos mejor.
Como en todo ambiente laboral uno llega a conocer mejor o establecer una relación más confiable y cercana con las personas con las que interactúa más frecuentemente. Ese fue mi caso con Mauricio, que entró al mismo departamento en el que yo estaba, a diferencia de Carmen que trabajaba en el mismo piso pero en una oficina distinta.
Mauricio tiene 30 años, es un tipo alto y muy lindo, así que no fue difícil que llegara a atraerme, tomando en cuenta que en la oficina no había muchos como él, y que yo ya había terminado una relación hacía mucho tiempo y estaba sola.
Durante los primeros meses de trabajo logramos un acercamiento y confianza tal que nos llevaba a buscar excusas para vernos fuera del trabajo o coincidir en alguna reunión social, siendo evidente que yo también le gustaba, a pesar de su timidez.
El problema fue que a Carmen también le gustaba Mauricio y al parecer tenía intenciones más serias que yo. Eso nos distanció como amigas durante un tiempo, el cual ella aprovechó para concretar una relación con él y mostrarse antes todos como su novia.
Sin embargo, se notaba que para Mauricio la relación no era tan seria. Poco tiempo después, tuve mi fiesta de cumpleaños a la que Carmen no asistió pues estábamos enojadas, pero él si fue.
La celebración fue en un local nocturno a la que asistieron varios amigos y conocidos. Mauricio me felicitó, bailo conmigo algunas piezas y compartió unos tragos, luego se la pasó compartiendo con los amigos, mientras yo disfrutaba de mi fiesta bailando sin parar.
Cerca de las 3:00 y con varias copas encima decidí retirarme del local y buscar un taxi para que me lleve a mi apartamento. Mauricio que se encontraba afuera me dijo que me acompañaba. Así lo hizo, pero en lugar de tomar taxi decidimos caminar las seis cuadras que nos separaban del edificio donde vivía. En el trayecto hablamos de todo, reímos y jugamos a empujarnos, a la vez que, ayudados por el alcohol, nos dábamos ánimo para vencer el natural temor que teníamos al caminar por las calles vacías a esa hora.
Era una locura, pero de alguna manera ambos queríamos que las cosas así sucedieran, pues al llegar al portal del edificio no había mucho que decir.
Subimos hasta mi habitación. Yo me moría de ganas de amarlo, y sabía que lo que sentía en ese instante no era solamente por efectos del alcohol. De eso estoy segura, pues de haber estado sobria, igual no hubiese dudado en llevarlo a mi cuarto, ya que desde que lo vi deseaba estar con él. Mauricio no dijo nada, yo tampoco; ni bien cerré la puerta se abalanzó hacia mí, me tomó de ambos brazos y me empujó contra la pared de la sala. Nos empezamos a besar apasionadamente, a estrujar nuestras manos en las espaldas y a acercar nuestros sexos por debajo de nuestra ropa cada vez con mayor intensidad.
Me quitó la blusa, el corpiño y me bajó el pantalón, mientras yo continuaba contra la pared. Me besó, lamió y chupó ambos pechos mientras me sujetaba ambas manos con fuerza y comenzaba a bajar lamiendo mi vientre hasta llegar al pubis. Allí se detuvo para humedecer mi calzón y mi vello púbico con sus labios y su lengua.
Yo ya no daba más, estaba toda húmeda desde mi vulva hasta la punta de mis pies. Mis líquidos empezaban a escurrirse por entre mis muslos cuando Mauricio me levantó en sus brazos y en un segundo me recostó en el sofá. Arrodillado en el piso, mientras yo yacía sentada en el borde del mueble, volvió a dirigir su rostro hacia mi sexo, pero antes me arrancó con fuerza el calzón, me agarró de los muslos y abrió mis piernas de forma tal que pudiese trabajar con comodidad.
Bajó por mi vientre besándome e hizo una curva alrededor de mis labios mayores, para luego situarse en la entrada de mi vagina. Con sus dedos se abrió paso para poder lamerme el clítoris e introducir uno de ellos hasta el fondo mientras me hacía girar de placer con esa lengua húmeda que daba vueltas en mi coño acompañada por la presión de sus labios y, en determinados momentos, de sus dientes.
Los espasmos no tardaron en llegar, tampoco la sensación de que me venía inminentemente. En el lapso de aproximadamente cinco minutos, tuve tres orgasmos con eyaculación incluida, que me dejaron totalmente extasiada y a Mauricio con mis jugos en su boca.
Luego de permanecer un rato recostado sobre la alfombra, Mauricio se levantó y me pidió que fuésemos al cuarto. Antes, entró el baño, mientras yo me puse a revisar mi celular y a cerrar las cortinas de mi habitación, cuya ventana daba a la calle. No supe en qué momento salió del baño pero, en ese instante, antes de que terminara de recorrer una de las cortinas, me tomó por detrás, agarrándome las tetas, lamiendo mi cuello y apretando su verga contra mis nalgas. Así, comenzó a hurgar con su mano en mi nuevamente humedecida vulva presionando con fuerza en el clítoris.
Yo que sentía cada vez más dura esa pija en mis nalgas, no quise esperar más para tenerla mi boca. Me di vuelta y baje hasta ella sujetándola de la base con fuerza, lamiendo desde el tronco hasta la punta y lengüeteando alrededor de la cabeza, que parecía que crecía a punto de estallar a medida que la saboreaba.
Cuando pensé que iba a lanzar un chorro de leche dentro de mi boca, me detuvo y me levantó pero no para llevarme a la cama, como imaginaba, sino que abrió la cortina y se puso detrás de mí mientras yo tenía medio cuerpo mirando a la calle. Lo que hizo en ese instante fue metérmela con fuerza y de una, provocando que lanzara un gemido intenso pero hacia dentro mío, ya que temía que alguien de afuera nos pudiese oír o ver.
A Mauricio eso no le importó, más bien le gustaba imaginar la posibilidad de que alguien nos pudiera observar. La cosa es que al estar tan extasiados por lo que hacíamos en ese instante, no nos fijábamos en otros detalles. La verga de Mauricio se sentía tan rica y caliente dentro mío que yo no podía hacer más que moverme a la par de él, que me sujetaba de las caderas y por momentos de los hombros y el cabello para realizar las embestidas contra mi vagina.
El trabajo previo que había realizado con sus manos sirvió para dejarme a flor de piel, así que no fue difícil que luego de unos cuantos minutos de penetraciones profundas, Mauricio me provocara uno de los momentos más excitantes de mi vida.
Allí estaba yo, a las 4 de la mañana mirando a la calle, con medio cuerpo desnudo sobresaliendo por la ventana de mi departamento, sintiendo un fenomenal y explosivo orgasmo que me hizo lanzar extensos alaridos de placer sin importarme lo que pudiese pensar algún eventual transeúnte o vecino que me hubiese escuchado. Mis gemidos y gritos encendieron al máximo a Mauricio que no tardó en vaciar todo esa carga de semen caliente que me inundó de tal manera que sentía que me rebalsaba por dentro y se me escurría por las piernas.
Recién después de ese mágico momento, nos dirigimos a la cama para dormir desnudos y ser despertados horas más tarde por un entrometido sol que ingresó por esa ventana, testigo de nuestra aventura.
Definitivamente, fue el mejor regalo de cumpleaños que recibí ese día, le dije a Mauricio, en un gesto de agradecimiento, mientras besaba su pecho bajo las sábanas con rumbo a ese tronco enorme que me enloquecía y me provocaba volver a probarlo.
Lo saboree durante unos minutos mientras lo sacudía con la mano derecha y de paso me metía sus huevos en toda la boca. Si había algo que me encantaba del pene de Mauricio (además del buen tamaño y sabor) era que lo tenía rasurado alrededor de la base, lo cual lo volvía suave pero a la vez áspero, dependiendo de lo que se quería hacer con él.
A medida que me metía más al fondo de mi garganta esa verga dura e inmensa Mauricio se excitaba y estremecía, siendo inminente el orgasmo que le iba a provocar. Al parecer él tenía intenciones de acabar en mi cara, pero yo traía unas ganas locas de beberme su leche hasta la última gota, así que no deje que lo retirara de entre mis labios.
De ese modo, cuando sentí que el glande se le hinchaba más de lo que ya estaba, supe que un gran torrente de esperma llegaría hasta mi boca irremediablemente. Dicen que por las mañanas (luego de haber dormido, por supuesto) los hombres están totalmente recargados para el sexo. Definitivamente eso lo comprobé cuando Mauricio eyaculó una increíble cantidad de semen caliente y salado en mi boca, que yo me encargué de engullir con gozo y felicidad.
No supe si me volví a dormir o estaba alucinando de placer, pero el sabor de Mauricio entre mis labios me decía que no había más que hacer que disfrutar al máximo del momento mientras yacía recostada junto a él en la cama de mi apartamento.
Por suerte ese día era sábado. No nos volveríamos a ver hasta el lunes en la oficina. ¿Se llegaría a enterar Carmen de lo que hicimos? No me importaba, pues sabía que luego de esa experiencia cualquier cosa podía pasar y yo no iba a perder la oportunidad de quedarme con Mauricio.
Al pasar los días, las cosas se fueron dando no como creía que se podían dar inicialmente. No hubo un comportamiento hostil de parte de Carmen hacia mí; es más, nuestra amistad volvió a su cauce, a pesar de que ella continuaba saliendo con Mauricio.
No obstante, yo me fui quitando poco a poco la idea de que Mauricio terminaría siendo el hombre ideal para mí, mientras esperaba que algún día dejase a Carmen para venirse conmigo. Cada una de nosotras era consciente de que Mauricio no era hombre de una sola mujer. Eso lo comprobé desde el momento en que engañó a Carmen conmigo, lo cual afortunadamente no fue algo tan fuerte como para romper la amistad de las dos.
Así fue como Carmen no tardaría en romper con Mauricio, que, por su parte, siguió siendo el compañero de trabajo que vivía por su cuenta y compartía con sus amigos y frecuentaba similares lugares donde nos encontrábamos. Ambas nos encargábamos de contarnos las cosas que nos enterábamos de él y, por su puesto, algo nos guardábamos para nosotras.
Supimos, por ejemplo, que anduvo con una secretaria de primer piso, de la cual se fue alejando poco a poco para no tener problemas con el marido.
Pasado más de un año desde que lo conocimos, Carmen y yo terminamos convirtiéndonos en algo así como las grandes amigas de Mauricio y las compañeras más cercanas y confidentes dentro del mundillo laboral en el que habitábamos.
Claro que eso no dejaba ocultar otras cosas, esas cosas que uno las siente y difícilmente puede disimular, aunque intente disfrazarlas de compañerismo y amistad. Una noche como esa que viví la primera vez que estuve con Mauricio (y otro par de veces que volvimos a hacerlo después) no se olvida fácilmente. Desnudarlo mentalmente mientras lo veía levantarse de su escritorio era una de mis prácticas más frecuentes en la oficina, mientras que estando recostada desnuda en mi cama, venían a mi cabeza los recuerdos de las veces que me hizo suya ahí mismo y generalmente terminaba masturbándome mirando una foto que tenía de él, ayudado por un consolador de plástico que compré con esa intención.
Después de cinco años de trabajar en aquella empresa sentí que había cumplido un ciclo y decidí renunciar para encarar proyectos propios. Tenía 27 años y quería enfocar mi vida en nuevos desafíos por mi cuenta sin descartar encontrar un hombre, casarme, tener hijos, etc. Era como querer tomarme más en serio la vida, pero sin dejar de lado la diversión, aprovechando mi soltería.
Durante dos meses salí con dos tipos que no llenaron mis expectativas y que no representaron gran competencia para mi consolador, que seguía siendo el número uno, superado únicamente por el recuerdo de Mauricio.
Casualmente, una de las noches en que me encontraba completamente desnuda en mi cama y con el juguete sexual en mi mano derecha, sonó mi celular. Al comprobar en el identificador de llamadas que era el número de Mauricio, una sensación de nervios, alegría y ansiedad me recorrió inmediatamente el cuerpo, que me perdí y casi dejo perder la llamada.
Me llamaba para invitarme a una fiesta que estaba organizando en su apartamento con motivo de su cumpleaños y me rogaba que no faltase. Faltarme era lo último que haría, le dije a la vez que veía la forma de aprovechar la conversación para fantasear con su voz. Mauricio tal vez no sospechaba bien cuáles eran mis intenciones, pero, seguramente, luego se fue dando cuenta por la forma indisimulada en que yo seguía buscando motivo para charlar, sin notar incluso que preguntaba lo mismo dos veces o le pedía datos que era obvio que sabía. Pude haberle dicho que en ese momento estaba sin ropa, en mi cama, introduciéndome un consolador, haciendo de cuenta que era su verga maravillosa que alguna vez tuve dentro de mí, pero creo que Mauricio también quería ser cómplice a su modo, así que decidí continuar con mi fantasía hablando con él de otras cosas y tratando de evitar que se me escape algún gemido. Antes de cortar la llamada le dije que no me había olvidado de él y que esperaba alguna vez volver a vivir algo similar a lo que tuvimos. Él se despidió recordándome que la fiesta era el viernes y que esperaba que allí se repitiese la experiencia, lo cual fue suficiente para mí en ese instante. Largué el celular, me saqué el consolador de la vagina e introduciéndome en su lugar tres dedos de mi mano izquierda y masajeándome el clítoris con las yemas de los dedos de mi mano derecha, completé la tarea de darme placer sola, imaginándome que Mauricio me daba la mejor cogida de mi vida.
Llegado el día de la fiesta, la ansiedad, por supuesto, fue creciendo a medida que me dirigía a la casa de Mauricio, que como todo soltero empedernido vivía sólo, aunque eso no signifique no estar acompañado.
Para mi consuelo, no estaba agarrado de la mano de nadie cuando salió a recibirme y tampoco había muchas mujeres que pudieran verse como sus potenciales novias entre los invitados. Claro que entre ellos estaba Carmen, era casi obvio que a ella también la había invitado.
Fue lindo volver a encontrarme con los compañeros y recordar los buenos momentos, además de bailar las canciones que tanto me gustan. Todo transcurrió en normalidad. Pasadas unas horas de la fiesta, todo era alegría, bromas, anécdotas y fraternidad, aunque el consumo de alcohol en la mayoría de los presentes ya empezaba a hacer su efecto. Un par de conocidos con los que bailé intentó, cada uno a su turno, seducirme, pero yo les dejé claro con mi lenguaje visual que no pasaba nada con ellos, aunque sin mencionarles que quien me interesaba era el cumpleañero.
A medida que se terminaba la celebración con quien más se veía a Mauricio era conmigo y con Carmen, nada que tuviera que resultar extraño dado el tiempo que trabajamos juntos y los cercanos que fuimos siempre. No hacía falta que ella me lo dijera para adivinar que Carmen tenía las mismas intenciones que yo con Mauricio en esa fiesta, la cuestión era que ninguna lo quería mostrar tan obvio frente a los invitados.
Entonces, tal vez sin darnos cuenta, estábamos compartiendo con Mauricio mostrándonos como tres buenos amigos, sin ninguna intención de pretender algo más.
No obstante, al final fue como dicen, las cosas siempre pasan por algo. Los invitados fueron retirándose, quedando Carmen y yo junto a Mauricio sentados en el sofá de su sala, con varias copas de vodka en la cabeza, otras más en la mesa y unas ganas incontenibles de amarlo ahí mismo.
Al menos eso era lo que pensaba yo y me imaginaba que Carmen también porque se veía que no pensaba moverse del lugar a pesar de la hora. Cuando Mauricio fue al baño, aproveché para a preguntar a mi amiga si pensaba irse, que podía llamarle un taxi. Ella lanzó una carcajada y me dijo que no estaba loca para dejarme sola con él. De alguna forma me gustó su sinceridad y le respondí de la misma manera, que no estaba dispuesta a dejar pasar esta oportunidad.
No nos queda otra que compartir entonces, nos dijimos y nos lazamos a la risa hasta que Mauricio volvió y nos miró con la misma cara de complicidad que teníamos las dos. A partir de allí las palabras estaban por demás. Nadie nos dijo que era lo que teníamos que hacer pero así parecía. Cuando Mauricio se sentó en el sofá de enfrente me levanté y me subí sobre él besándolo salvajemente, mientras Carmen se colocó a un lado acariciándole un oreja con la mano, como esperando su turno. No tardó ella en besarlo mientras yo le desabotonaba la camisa y empezaba a besar su pecho y a bajar hasta su pantalones y quitarle el cinturón.
Hasta ese instante la mezcla de alcohol y lujuria no nos dejaba pensar en la incomodidad de hacer algo así entre tres subidos en un sofá. Fue Mauricio que nos detuvo y nos puso de pie para ser él quien nos empiece a quitar la ropa a ambas. Lo hizo lentamente a medida que nos acariciaba y tocaba en lugares precisos para aumentar la excitación.
Para volver a manejar la situación le dijimos que se ponga cómodo, que nosotras haríamos el resto. Luego le quitamos el pantalón, la ropa interior, los zapatos y arrodilladas en frente de él nos dirigimos a esa cosa dura que tanto anhelábamos volver a probar.
Carmen dijo que la veía más grande, yo también dije lo mismo y nos reímos a carcajadas. En ese marco de confianza no quisimos perder más el tiempo y arremetimos con nuestras bocas al mismo tiempo en esa verga maravillosa. Empecé a lamer alrededor de la cabeza, mientras Carmen chupaba y besaba las bolas. Luego me metí la inmensa pija hasta el fondo de mi garganta, cuando la saqué Mauricio nos pidió que la besemos ambas de desde abajo y vayamos subiendo. Cuando llegamos a la punta, nuestros labios se confundieron el alrededor del glande y entre lengüeteadas ambas terminamos besándonos de forma desenfrenada sin poder evitarlo.
Fue una sensación extraña, pero a la vez rica, que no me hacía dudar en ningún momento de mi sexualidad pero me incitaba a más. Mauricio, que no es ningún tonto en estos temas, se dio cuenta inmediatamente de ello e hizo que Carmen se recostara en el piso de espaldas mientras yo me arrodillaba enfrente de ella. De repente Mauricio me empezó a coger en la posición de perrito, mientras yo, al tener el coño de Carmen en frente mío, atiné a besarlo y comérmelo como si se tratase de una pija.
Me encantó ver el rostro de Carmen que se retorcía por el placer que yo le proporcionaba al lamer su vulva, a la vez que yo gozaba con la penetración que Mauricio me brindaba. Carmen por su parte demostró tener mejores ideas y se levantó para ofrecerme hacer un 69 ahí mismo en el piso. Estando yo debajo, siendo lamida en el húmedo sexo por la lengua de mi amiga, hice lo mismo con ella, al mismo tiempo que tenía una vista espléndida de la cogida que Mauricio le daba. Aproveché entonces para lamer las bolas de mi amado, que las tenía bien cerca de mi cara, mientras él penetraba con violencia a Carmen y ella me comía el coño.
Era tan buen sexo oral el que me estaba dando Carmen que no dudé en decirle, entre gemidos y jadeos, que no pare. Sentía unas ganas tan incontenibles de llegar al orgasmo de esa forma y en ese instante que hasta Mauricio se dio cuenta de ello. Así que, quizá para hacer equitativo el asunto, dejó de penetrar a Carmen y puso su cabeza debajo de ella para chuparle el coño al mismo ritmo que ella lo hacía conmigo.
Fue tal la sincronía y la sobreexcitación que justo cuando yo sentía como mil orgasmos al mismo tiempo, Carmen se estremecía y movía las caderas de un lado a otro como si Mauricio la estuviera penetrando con una lengua vibradora. Los gritos de las dos hicieron tan ardiente e increíble el momento, que hizo que nos cayéramos exhaustas y nos recostáramos en el piso con la respiración entrecortada y los cuerpos temblorosos.
Mauricio se levantó a tomar agua en botella y se dirigió a su habitación todo desnudo, mientras nosotras nos quedamos un rato en el piso pensando en lo que acabábamos de hacer. Luego de unos minutos, desde el suelo y por debajo de la mesa divisé a Mauricio recostado en el borde de su cama con la verga dura apuntando al techo como un farol encendido que nos recordaba que la noche aún era joven.
Yo no dudé en levantarme e ir hasta él, que me invitó a subirme en su regazo. Me puse de cuclillas con las piernas abiertas, me introduje esa cosa inmensa hasta el fondo de mi vagina y empecé a subir y bajar mientras Carmen observaba como me cogía al hombre que ella también deseaba.
Ella se acercó a la cama y se acostó al lado de Mauricio para besarlo y recorrer su cuerpo con su lengua. Luego se arrodilló encima de él y me besó apasionadamente mientras Mauricio movía sus caderas de arriba abajo haciendo más profunda la penetración. No sé si fueron los besos de Carmen o la verga de Mauricio pero fue como si explotará todo mi ser tras sentir varios espasmos consecutivos, realmente, algo indescriptible.
Tras que me retiré, Carmen intentó subirse a Mauricio pero éste la dio vuelta, la acostó de espaldas sujetándola de los tobillos y la penetró primero en esa posición y luego en la pose de perrito mientras el permanecía de pie al borde de la cama y yo observaba de cerca cada uno de sus movimientos.
Los tres éramos un solo. La compenetración de nuestras mentes y el nivel de lujuria era tal que parecía como si lo hubiésemos hecho antes varias veces de esa forma.
Un gemido fuerte y extenso fue la señal que nos indicaba que Mauricio iba a correrse en ese instante. Sacó la verga del coño de Carmen y se quedó masturbándose de pie, esperando que nos acercásemos para recibir ese chorro de semen tan ansiado.
Allí estábamos las dos amigas, las ex compañeras de oficina, las que se disputaron en su momento al hombre que estaba frente a ellas apuntando con su sexo a sus rostros, mientras aguardaban que las bañe de placer.
Mauricio lanzó un grito y dirigió su órgano hinchado y rojo al rostro de Carmen, regando una inmensa cantidad de semen en su cuello, mejillas, labios, párpados, frente y cabello.
Quizá debía haberme sentido celosa en ese instante al ver lo que Mauricio hizo, pero en lugar de preguntarme por qué escogió eyacular sobre ella, lo que atiné fue a acercarme a Carmen y lamer en todos los rincones de su piel en los que nuestro hombre había dejado su leche caliente y espesa. Fue una sensación tan única saborear ese esperma que se escurría por la comisura de sus labios o que descendía por su frente hasta posarse en sus pestañas. Lo hice con suavidad pero también con pasión desenfrenada, mientras Mauricio observaba sonriendo los resultados de su gloriosa acción.
Los tres sabíamos que después de esa noche las cosas no volverían a ser las mismas. Pero también éramos conscientes de nuestras realidades y pretender sentarnos a analizar el por qué habíamos hecho lo de esa noche, de hecho no nos llevaría a ningún lado. Así que cada uno de los tres decidimos seguir nuestras vidas normalmente, sin ningún compromiso, conservando esa amistad que durante años nos mantuvo unidos, aunque claro, con la complicidad de saber que una vez vivimos el momento más loco y apasionado de nuestras vidas y que la posibilidad de repetirlo permanecería latente hasta que se diera la oportunidad.