Xalapa Erótica 1: Rigoberto (Capítulo 2).

¿Cómo lograr que sus sueños se hagan realidad?... Recurrir a la violencia sólo volvería todo imposible. "Beto" tiene que encontrar la manera de conquistar a sus hijas y llevarlas a la cama antes de perder la cabeza...

Xalapa Erótica 1: Rigoberto (Capítulo 2).

Al ritmo de “ Just for you ” de su grupo favorito, Rigoberto seguía meditando sobre los planes que había fraguado durante más de dos semanas. Todos ellos eran ridículos, y ninguno le proporcionaba con seguridad lo que quería obtener, de forma que la frustración le golpeaba la cordura. En su casa nadie lo había notado. La rutina era fuerte, y en escasas ocasiones algo fuera de lo común ocurría. Casi todo el tiempo permanecía encerrado en el estudio, y cuando llegaba el momento, se reunía con Tania y Kamila, esposa e hija menor respectivamente. Pero tan pronto como terminaba, lazaba una excusa y regresaba a su escritorio hogareño.

Estando en la oficina, las cosas no eran muy diferentes. Su rendimiento empezaba a opacarse y uno de sus superiores se vio obligado a llamarle la atención. Rigoberto corrigió un poco el camino pero no volvería a ser el mismo de antes. Con todo y eso jamás hubo pérdidas monetarias para la empresa, lo único que andaba mal era el desempeño de Beto.

Tan pronto como terminó la canción, se apresuró a repetirla. Quizá la había escuchado ya una docena de veces. Pero eso no le molestaba, y ciertamente no interrumpía el trabajo de alguien más, pues tenía el aparato de sonido a bajo volumen. Cualquiera que lo viera en aquel momento, sabría que era un hombre feliz y tranquilo, pero su mente ya estaba arruinada.

“No sé qué hacer. Ya no puedo aguantar más esta tortura que me viene encima todo el tiempo. Voy a terminar en la cárcel si me dedico a violar a mis hijas. Eso sin mencionar que Tania me mandaría a matar casi de inmediato. Además, de nada me serviría violarlas, pues sólo desataría el hambre de hacerlo una y otra vez. Tengo que lograr que me amen como se ama a un buen hombre. Pero para eso no tengo tiempo. Si no lo consigo en días, terminaré quemándome por dentro.”

Repitió la canción una vez más. Suspiró al aire como si hubiera sufrido la decepción más grande del universo. Parecía derrotado y frágil. Pensó que pronto su lujuria le orillaría a cometer actos absurdos en contra de sus seres queridos. Esa idea le aterraba. Pero en cierta forma era lo único que podría hacer. Dentro de alguno de sus muchos momentos de locura, pensó en drogar a cada una de ellas y poseerlas mientras estaban inconscientes, pero nuevamente surgía el problema de la necesidad de repetir la ocasión.

“¿Cómo puedo hacer que se enamoren de mí? Soy un viejo de cincuenta y tres años, y con todo y mi físico, no entiendo su nuevo mundo. ¿Qué hacer para conquistarlas? Tengo mucho dinero, pero eso nunca les ha llamado la atención. Las lleno de regalos todo el tiempo, de manera que tampoco será materialmente. Necesito conocerlas más íntimamente para saber de qué pata cojea cada una”

Igualmente supo que esa idea llevaría meses para realizarse. Que conseguir información sobre los gustos o disgustos de sus hijas no era tan sencillo como revisar el diario secreto bajo las sábanas. Además, sólo Kamila estaba en Xalapa. Karmen aún no regresaba de su viaje a Londres, y siempre había sido difícil platicar con ella de padre a hija. Karen sólo los visitaba en vacaciones, el resto del año trabajaba en el “New Line Mexican Hospital”, un centro médico de origen Inglés que había abierto una serie de clínicas en varias partes del mundo, incluido México. La idea de conseguirlas de esa forma se desvaneció pronto.

El día laboral ya había terminado. Se quedó unos minutos más para ordenar algo de papeleo. Su secretaría se retiro temprano y por lo mismo pudo sentir la privacidad no sólo de su oficina, sino de su piso entero. Se sentó en la mini sala de espera. Pocas veces había estado ahí, pues no había la necesidad. Se reclinó y descansó su cabeza sobre el cojín más grande de aquel sillón negro. Le sorprendió descubrir que no estaba pensando, sólo descansando. Tuvo ganas de encender de nuevo la música y escucharla con mayor volumen, pero eso sería desordenar de nuevo el cubículo de trabajo. El mundo de Rigoberto se detuvo durante los quince minutos que durmió en ese lugar.

Cuando despertó, lo primero que hizo fue verificar la hora. Ya pasaban de las cuatro. Su esposa e hija ya estarían próximas a llegar a casa, y por lo mismo no tardarían en marcarle para que las alcanzara a comer. Aquello no le gustaba en absoluto. No se sentía con el humor para una comida familiar, además, era jueves, y eso quería decir que Kamila tendría la compañía de Sandra en la casa. Cada vez que veía a aquellas dos niñas besarse o ponerse melosas, sentía como si lo estuvieran insultando en la cara. Odiaba con fuerza a Sandra, y lo que le había hecho a su pequeña hija.

Se levantó finalmente del sillón y caminó en dirección al elevador del edificio. Cuando estaba por llegar, su celular comenzó a vibrar. Revisó la pantalla y vio que era su esposa quien le estaba llamando.

-¿Bueno?- contestó de mala gana Rigoberto.

- ¿Cariño? Oye, tengo noticias sobre el trabajo. - apresuró Tania con una voz un tanto acelerada.

-¿Qué pasó con el trabajo?- el hombre hizo un ademán de desaprobación al escuchar a su vieja esposa.

- Me necesitan en Panamá. Van a designar a los nuevos jefes de sección y estoy nominada para México… ¡Qué emoción, cariño!... Tengo que presentarme el Lunes allá. - esa era una noticia que a Beto le resultaba poco importante. Aunque tendría la oportunidad de descansar de ver el rostro arrugado de aquella mujer.

-¿Cuánto tiempo estarás allá?- fue la primera pregunta que se le ocurrió, aunque esperó no sonar muy agresivo con ella.

- ¿Me vas a extrañar, cariño?... No te preocupes, son tres días de empadronamiento, tres más de candidaturas, dos de vacaciones, tres de representaciones y finalmente otros tres de elecciones. Supongo que habrá que esperar el resultado allá mismo. Según mi amiga Julia eso lleva un par de días más.

-Bueno, tendré que arreglármela para vivir sin ti durante esos días. No te preocupes, ahora que te vea en la casa te ayudo a lo que necesitas, ¿vale?

- ¡Gracias, amor! Te veo en una hora en la casa. Tengo que contarle también a Kamila. ¡Te amo!

-Te veo en un rato, entonces. Adiós.

Mientras bajaba hasta el estacionamiento y salía del mismo en su Chevy, pensó que dieciséis días no estarían mal. Eran dos semanas de libertad para podre circular por la casa sin el peligro de caer en los brazos de Tania. De pronto idealizó que tendría más oportunidades de acercarse a su hija pequeña. Quizá podría conocerla mejor después de todo. Pero no garantizaba que pudiera suceder algo más. De todas formas la oportunidad estaba ahí enfrente.

Kamila reaccionó excitada ante la noticia de su madre, y juró por todos los Dioses que mandaría todas sus buenas vibras desde Xalapa. Que se conectaría todo el tiempo al Facebook para platicar con ella y que estaría al pendiente de la menor noticia que se presentara sobre el proceso de elección. Tania le hizo prometer que se portaría bien con su padre y que acataría todas las órdenes que éste le diera. La chiquilla aceptó de muy buena forma y aseguró que nada estaría en desorden en su ausencia.

Esa misma tarde, Rigoberto ayudó a Tania a hacer un par de maletas de medianas proporciones. Se aseguraron de hacer listas para que nada faltara, y los faltantes los comprarían al día siguiente. Gracias a la habilidad informática de la pequeña hija, pudieron comprar los boletos desde la computadora de casa. Consiguieron el de salida para el sábado a las cuatro de la tarde. Como despedida, también acordaron ir al cine y a cenar el viernes, es decir, el día siguiente. A Kamila le pareció excelente la idea, y a su padre no tanto; no obstante aceptó y dijo que estaría bien por él.

Durante la noche del jueves, Beto se vio obligado a responder a su mujer. Tania tenía cincuenta años, era alta y delgada, no hacía ejercicio y eso le molestaba a su esposo, pues el cuerpo perdía firmeza con el paso de los años. El embarazo de Kamila fue más que sorpresivo, y por mucho un logro épico. Según el ginecólogo ella ya no estaba en condiciones de lograr otro parto, pero su error lo volvió más cuidadoso con sus interpretaciones de resultados de análisis. Lo cierto es que después de eso, Tania no recuperó su físico.

Tania se levantó de la cama y fue al cuarto de baño, que es compartido para todas las habitaciones del segundo piso. Con mucha exaltación se puso un camisón negro transparente, y debajo llevaba sólo una diminuta tanga del mismo color. Se calzó unas zapatillas de color rojo intenso y regresó al lado de su esposo. Él no le prestó mucha atención por el atuendo, pero en determinado punto tuvo que admitir que ayudó a excitarlo. La penetró con poca curia y atacó su clítoris con una fuerza que ya comenzaba a molestar a Tania. Estuvieron en aquello durante casi quince minutos antes de que ella terminara. Rigoberto no se preocupó en seguir dentro y demoró unos minutos más en terminar. Ni siquiera se besaron cuando se encontraban ya de frente listos para descansar.

-Te amo, cariño. Gracias por darme mi despedida.- le dijo en tono incitante.

-No te preocupes, voy a extrañarte. Supongo que la despedida fue para los dos.- contestó el hombre con poca energía.- Mejor nos dormimos antes de que sea más tarde. Mañana debo irme temprano a la oficina si quiero escaparme para ir al cine con ustedes.

-Sí, tienes razón, voy a cambiarme.

Ella se levantó de la cama y volvió a meterse en el camisón negro. Antes de salir del cuarto buscó en el tocador un pañuelo desechable; se lo llevó a los genitales y se limpió un poco. El semen de su marido ya comenzaba a salir por su húmeda vagina. La escena disgustó tanto a Rigoberto que comenzó a sentir asco.

-Ve a cambiarte, Tania. Aprovecha que Kamila está dormida.

-Sí, ya vuelvo.

“¡Qué mierda de mujer!... ¿Cómo puede ser que aún me excite estando con ella? Bueno, ya vendrá el descanso. Luego veré qué hacer para que no vuelva a pedirme algo como esto.”

La mañana siguiente fue desesperante para Rigoberto. Se marchó tan pronto como pudo a la oficina, y desgraciadamente para él, el tiempo pasó volando. Apenas tuvo minutos para pensar en sus hijas o el viaje de su esposa. Pero pronto cambiaría todo y aquel viernes sería un día de éxito y avance en el plan de aquel hombre.

Recorría la avenida 20 de Noviembre en su Chevy, en busca de una pastelería que, según Kamila, vendía los mejores pasteles de Xalapa. Él no reconoció el nombre, pero no dudo en que su hija dijera la verdad. Finalmente la encontró, pidió cualquiera que le vino en mente y lo pagó con la tarjeta de crédito. También compró una vela decorativa. El objetivo era que llegaría a casa con el dichoso postre y lo obsequiaría a Tania en nombre propio y de la niña. Antes de salir del establecimiento recibió la llamada de la pequeña.

-¿Sigues en “La Zarza”?- preguntó con voz calmada.

-Sí, hija. Aquí estoy. ¿Necesitas algo más?- preguntó Beto con un poco de tedio.

-Sí, se me antoja una gelatina. Si mamá se acaba el pastel en su “despedida” será cosa de ella. Pero de esa manera tú y yo podemos disfrutar de la gelatina mañana… ¿Qué dices, papá?- ella siempre conseguía lo que buscaba. Era casa de pedir y recibir.

-Vale, compraré la gelatina. ¿Ya llegó tu madre?

-No, aún no. Así que mejor date prisa, papi.- dicho lo anterior cortó la llamada y acto seguido el hombre compró lo que había acordado.

Se dirigió con marcha acelerada a su casa, la cual estaba ubicada a un par de cuadras del Teatro del Estado. Su hogar no era pequeño, pero debido a la personalidad ahorrativa de la pareja, no se exhibían lujos. Había suficiente espacio para lo que se quisiera hacer, y aunque Rigoberto y Tania ya no compartían los mismos deseos, tuvieron en común el perseguir una piscina. El año pasado estuvieron a punto de levantar todo el jardín con la intención de construirla ahí, pero al momento de soltar los billetes decidieron dejarlo para “mejores tiempos”.

No hubo novedades durante la comida. Al finalizar la pareja y la hija se dirigieron a sus respectivos cuartos, la finalidad era la de “arreglarse” para salir al cine y a cenar; actividad que no disfrutaban juntos hacía más de cinco años. Beto decidió usar una camisa formal de color lila y unos pantalones de vestir negros. Su esposa se metió un vestido a las rodillas de estilo casual color beige. Quizá en algún otro momento de la relación, el ver a Tania metida en un corte de tela como ese, el pensativo tipo le hubiera caído encima en cosa de segundos; pero eso ya no iría así jamás. Bajaron a la sala y esperaron casi quince minutos antes de que Kamila hiciera su aparición.

-Ya estoy lista, disculpen la espera.

Rigoberto no pudo dejar de verla ni un segundo. La recorría como un lobo analiza a su presa antes del ataque. Comenzaba a sentir un latido demasiado acelerado que le movía el pecho como si llevara dos o tres horas haciendo ejercicio. Su hija menor con sólo diecisiete años de edad, jamás había lucido tan sensual como aquella tarde. Se había recogido el cabello para hacer un enmarañado adorno en la parte superior de la cabeza. Usó sombras y rímel en los ojos para dar un efecto alargado sutil. Labial rojo claro. Collar de oro largo, el dije colgaba a la altura de los pechos. Llevaba puesta una blusa blanca sin escote y con un acabado liso. Exhibía sus delgadas piernas morenas utilizando un mini short de mezclilla negro y unas zapatillas, también negras, de tacón alto con el pie totalmente cubierto.

-¿Están listos, también?- preguntó la criatura recién bajando las escaleras.

-Sí, ya estamos todos listos. Vámonos pues. Espero que la película esté tan buena como la detallaste, Kamila.- contestó Tania sin siquiera percatarse al cien por ciento en la pose embelesada  de su lujurioso esposo.

-Les digo que la disfrutarán. Los críticos le han dado ya un montón de comentarios positivos.- comentó Kamila mientras se caminaba detrás de su madre en dirección a la puerta principal.

Rigoberto se quedó, estratégicamente, unos segundos atrás. Pudo observar, y analizar hasta cierto punto, el trasero de su hija. No era grande, y definitivamente no demostraba que fuera una chica atlética, pues el short hacía una ligera bolsa detrás en lugar de afianzar y moldear la figura de su portadora. De todas formas sí logró deleitarse con los muslos y las pantorrillas de aquella Diosa coqueta. Su cuerpo no le respondía bien, pues estaba luchando con la poca decencia que le quedaba dentro. Por un lado sabía que había adquirido un nivel de enfermedad elevado al excitarse con su hija menor; por el otro lado no podía negarse a la realidad, él era un hombre con necesidades de innovación, y ella una chiquilla descarriada que gritaba por volver al mundo recto y legal. Según aquel triste hombre, ambos estaban hechos el uno para el otro.

El trayecto no fue enriquecedor, pero en más de un par de ocasiones, Rigoberto se vio comprometido al “espiar” a su pequeña utilizando el espejo retrovisor interno. ¿Qué es lo que buscaba? Poco le interesó contestar esa pregunta. No podía concentrarse en la calle, y eso le hacía manejar de una manera extraña.

-¿Qué pasa, cariño? Te noto desconcentrado. ¿Estás bien?- preguntó Tania justo después de que su esposo evitara un pequeño roce automovilístico por tercera vez.

-No te voy a mentir, amor. Me siento un poco raro. Quizá algo de mareo, pero no te preocupes por mí. Si me llegara a sentir peor te lo diría. Por el momento vamos a concentrarnos en que disfrutes de tu tarde, ¿vale?

“Amor” era una palabra descriptiva que Beto no utilizaba más con su esposa. Quizá el miedo de ser descubierto lo orilla a cometer esa acción tan humilde. Tania agradeció el cuidado y la gentiliza de su esposo al hacer presente que lo importante era que ella gozara con la salida que su hija había propuesto.

Al momento de acomodarse en los asientos para comenzar a ver la película, Rigoberto, mañosamente, se sentó entre las dos mujeres. De esa manera podría contemplar la desnudes a medias de su hija sin descuidar a la mujer mayor, que ya se había convertido en una máquina de miel desde el viaje en automóvil. Durante el transcurso del largometraje, no pasó algo que valiera la pena contar, sin embargo, cerca de los últimos minutos, Kamila tomó la mano de su padre, la cual se encontraba descansando en el apoyo lateral del asiento. Primero la tomó con fuerza, como para darse apoyo en un momento de suspenso hollywoodense, luego relajó los dedos y se dispuso a acariciar la rugosa superficie de los de su padre. Rigoberto no tomó esto como un gesto cariñoso, al contrario, su mente enferma ya lo había convertido en una insinuación para que él pusiera atención a la niña morena que se encontraba a su lado. Tomó aire y se envalentonó, entonces volteó la mano para que ambas quedaran palma con palma. Espero unos segundos para ver qué ocurriría, y para su sorpresa, Kamila entrelazó sus delgados dedos a los gruesos y callosos de él. Parecía que fueran amantes. Incluso se acomodaron ligeramente para poder sentir más libertad en los músculos del antebrazo y poder disfrutar mejor el momento. Él volteaba en ocasiones para mirarla, y ella hacía de vez en vez lo mismo, pero nunca coincidieron. Continuaron unidos de esa manera hasta que los créditos comenzaron a mostrarse en pantalla. Kamila suspiró debido a la trágicamente muerte de uno de los protagonistas, y su madre tenía ya los ojos llenos de lágrimas. Sólo Rigoberto se lamentó por romper con el lazo que lo mantuvo excitado el último tramo de filme. Mientras salían del complejo, el enajenado hombre recordaba con brutal necesidad la suavidad de aquella mano infantil recorriendo su piel. Se imaginó que el resto del pequeño cuerpo de Kamila sería, al menos, diez veces más terso. Eso sólo le proporcionó momentos de incomodidad, pues perdió el control de su masculinidad y tuvo que disimular con un paso lento y sacando un poco el trasero. Naturalmente que se veía ridículo, y los jóvenes que lo tuvieron la oportunidad de verlo, sabían lo que escondía. Madre e hija iban enfrente, y por lo mismo no les llegó la oportunidad de mirar al señor que tenían detrás.

-Bueno, lo prometido es deuda. Ahora papá nos invitará la cena. ¿Dónde cenaremos papá?- preguntó Kamila en un tono un poco juguetón.

-Bueno, pues ya que estamos aquí, pueden escoger entre las Crepas y el Café Bola de Oro. Ustedes decidan.- afirmó con rapidez Rigoberto para que las mujeres se concentraran en tomar la decisión y no pudieran tener tiempo de verlo hacer el ridículo.

-Que mamá escoja. ¿Qué prefieres?- dirigió una mirada muy amistosa a Tania, y ésta a su vez, sonrió delicadamente.

-Bueno, pues entonces vamos a cenar en las Crepas. Siento que ahí podremos escoger más cosas que en el café, además, hay que aprovechar que tu padre está de caritativo con nosotras.- ambas carcajearon en voz alta, y el padre no tuvo más opción que reír un poco junto con ellas.

Regresaron sus pasos por el característico pasillo de “Plaza Museo”, pasaron la pastelería y la farmacia, y finalmente llegaron al pequeño pero acogedor lugar en donde cenarían. La única mesa libre se encontraba en una esquina del fondo. Tania se sentó primero, luego Rigoberto lo haría justo al lado de ella, pero Kamila lo tiró del brazo y lo impidió.

-Papá, ahora te sentarás a mi lado. Recuerda que mamá es la festejada.

-Yo… No sé… Es que…- el hombre no sabía qué hacer, pero una mirada amable de su esposa lo terminó de animar.- Vale, me siento entonces de este otro lado.

Mientras miraban la carta con el menú, Tania se levantó de la mesa para dirigirse al baño, fue entonces cuando Rigoberto y Kamila tuvieron unos minutos de soledad. El padre quería hablar, quería intentar socializar, pero no se atrevía, su sexto sentido le decía que era mejor esperar a que la chiquilla iniciara cualquier tipo de conversación. Pero un par de minutos pasaron y se estaban desperdiciando más a cada momento. Finalmente, Kamila se aclaró la garganta e hizo una observación.

-Se me antoja una crepa dulce… Quizá la que tiene crema de manzana… No lo sé… ¿Qué pedirás pa’?...- preguntó la niña como si hablara al aire.

-Aún no lo sé, supongo que pediré también algo dulce y algún café.

-Pide lo mismo que yo. Sé que te gustará.- Kamila guiñó el ojo derecho a su padre, quien no supo como contestar aquel gesto infantil y terminó por sonreír.

-Bien, pediré lo que vayas a ordenar. Espero que sea bueno.

-¿Qué no fu buena idea la del cine?... ¿No te gustó la película?- la pequeña niña morena se acercó a su padre y tomó nuevamente la masculina mano izquierda.- ¿No te gustó estar conmigo?

¿Qué clase de pregunta había hecho ahora? Muchas respuestas vinieron amontonadas a la confundida cabeza de Rigoberto, pero ninguna fue capaz de pronunciar. Estaba congelado en un estado de impotencia tremendo.

-¿Cómo?... No entiendo bien… ¿A qué te refieres, hija?- preguntó más que nervioso el pobre hombre, quien ya estaba empapado de sudor en las manos.

Kamila apretó la mano de su padre y se la llevó directo a la boca. Besó los nudillos de su padre y luego volvió a hablar.

-Sólo decía que me divertí mucho viendo el filme. ¿Vale?... Todo tranquilo, papi…- volvió a guiñar el ojo y estaba por alejarse, justo cuando Rigoberto la sujetó unos segundos más.

-Kamila, ¿estás hablando de lo que creo que estás hablando?... Es que…- en ese momento notaron que Tania estaba saliendo del baño, se dirigía a lavarse las manos, sólo les quedaban unos segundos de intimidad antes de verse interrumpidos.- Es que si no es así, sería mejor que…

-No comas ansias, cariño… Hay que esperar a que se vaya mamá, ¿vale?

Ambos se separaron y se acomodaron con naturalidad en sus sillas. Tania los miró unos segundos y les dirigió una sonrisa, estaba satisfecha y feliz con el transcurso de la tarde y la noche. Su familia le demostraba el interés, y probablemente le extrañarían muchísimo.

-Ya decidieron qué van a pedir, ¿cierto?- preguntó la madre de familia.

-Sí mami, ya lo decidimos…

P.D. ¡Gracias a los que me han escrito! Intento tomar en cuenta sus consejos y peticiones. Espero que mis relatos les sigan gustando tanto como a mí escribirlos. La segunda parte de "Yazmín" esta casi terminada, prometo enviarla pronto ;)... ¡Saludos a todos!...