Xalapa Erótica 1: Rigoberto (Capítulo 1).

¿Cuántas historias nos esconde nuestra amada ciudad?... No estamos hablando de ese tipo de historias. Ésta es una Xalapa Erótica, llena de sorpresas para sus lujuriosos habitantes... ¿Cuánto amor puede tener un padre hacia sus hijas? Rigoberto nos muestra otra cara de la moneda...

Xalapa Erótica 1: Rigoberto (Capítulo 1).

Al principio pensó en suicidarse. Se le ocurría que esa era manera correcta de hacer las cosas. ¡No! Esa era, de hecho, la única forma de retirarse del mundo terrenal sin haber sido expuesto a los ojos del mundo entero por sus pensamientos. Y lo cierto es que nunca hizo nada malo. Las cosas se fueron dando, y decidió no actuar, prefirió vivir a pesos en la espalda que dejar su lujuria libre.

-¿Por qué tengo que suicidarme? ¡Es que no he hecho nada malo!... Mejor lo pienso dos veces. Las cosas no son tan malas como parecen.

No era frecuente que meditara en voz alta, pero al sentir la intimidad que sólo su pequeña oficina podía darle, no se limitó a confabular mentalmente. Trabajaba todos los días, incluso los fines de semana. Su horario resultaba brutalmente cómodo, pero se veía mermado por sus ingresos de mediana capacidad. Contabilidad, administración, gestión, todas y ninguna. Llevaba casi treinta años sentado en el mismo lugar, nunca hubo asenso a la cima. Algunos aumentos, pero siempre de categoría mínima. Lo extraño es que jamás le importo. Él amaba su vida, su sueño ya se había hecho realidad. Había formado una familia. Esposa y tres hijas. ¿Qué más podía desear un hombre? Ahí fue donde todo se echó a perder. La palabra “deseo” adquirió matices que no esperaba.

Rigoberto tenía ya cincuenta y tres años. Una edad que para muchos sería inalcanzable. Gozaba de buena salud y buen estilo de vida. Nada de lujos, o excentricidades. Tenía un Chevy 2004, lo cuidaba tanto como cualquier otro detalle de su personalidad. Era un tipo pulcro y recto, jamás participo en desfalcos o alteraciones en los números de la empresa. Quizá por eso sus superiores preferían tenerlo en donde estaba. Cuando joven, siempre se dijo que envejecer era una verdadera “chingadera”. Hasta los veinticinco años seguía pensando en quitarse la vida a más tardar a los cuarenta y cinco, de esa manera no tendría la oportunidad de envejecer. Pero la familia el amor de aquella que ahora era su esposa le hizo ver la vida desde un punto de vista diferente.

Inmerso en sus palabras internas, buscó torpemente con su mano izquierda el cajón de su escritorio. Cuando lo abrió tanteo su contenido. Pronto encontró lo que buscaba. Sacó una caja metálica pequeña, muy vista en películas de acción hoy en día. Abrió los broches y desde adentro brilló con curiosa luminosidad su H&K Usp Compact. La veía con recelo, sabía que aquella costosa pistola no tenía la tarea de pensar. Tomó el arma e introdujo el cargador que se encontraba también en la caja. Estaba por apuntar el arma a su propia cabeza cuando el timbre de su celular lo sacó del trance. Comenzó a sonar “Loosing my Religion”, el tono que le había asignado a Kamila, su hija menor.

-¿Bueno?- contestó el teléfono con cierto nerviosismo y sin mencionar el terror que le había ocasionado el sonido de la llamada.

-¿Papi?... ¡Oye, es muy rápido, sé que estás ocupado, pero prometo no quitarte mucho tiempo!...

-Dime, cariño, ¿qué necesitas?

-Estoy en Plaza Américas con Sandra, ya que está de paso a tu regreso a la casa, ¿puedes pasar por nosotras? Estaremos listas cuando nos digas.

-¡Vale! Te veo en una hora y media. Hagan lo que tengan que hacer y nos vemos ahí mismo. ¡Recuerda que es por la entrada de Liverpool!

-¡Claro, como siempre!... Nos vemos, besos.

Rigoberto sintió un alivio que no esperaba. Con movimientos torpes volvió a guardar el arma. Se aclaró la voz y se levantó por un vaso de agua. Esta vez ya no volvió a sentarse detrás de su escritorio, prefirió hacerlo en un sillón de piel color café que tenía en su pequeña oficina. Se preguntó cómo fue que había llegado tan lejos su decisión de quitarse la vida. Analizó cada aspecto que había sido involucrado en la acción… Al final se rostro demostró una sonrisa torcida. En ese preciso instante, dentro de su ser algo se quebró. A partir de ese día dejaría de ser el Rigoberto que todos conocían. Lo curioso es que no lo externaría.

Regresó a su escritorio y encendió su Laptop. Buscó en el explorador una carpeta con el nombre de “Fotos Familia”. Saltaron a pantalla, al menos, quinientas imágenes. Abrió la primera de ellas y con una lentitud abrumadora iba pasando una por una. Se detuvo, quizá, a un tercio del camino por andar. En la pantalla apareció una chica morena, con el cabello oscuro y largo, físicamente era bastante delgada, y casi podría calificarse de “esquelética”. Su rostro, sin embargo, tenía facciones sutiles, tiernas e inocentes. Llevaba puesto un traje de baño a una pieza de color azul cielo. El contraste con el tono de piel daba a la vista un manjar de deleite. El título de la foto dictaba “Kamila (Viaje 2013, Cancún)”. A “Beto”, como lo llamaba la gente cercana a él, se le aceleró el corazón y su mente se agilizaba conforme pasaban los minutos. Después de un tiempo, decidió seguir adelante mirando el resto de las fotos. En algún punto volvió a detenerse. En esta ocasión se observaba en pantalla a otra chica. Ella tenía el cabello corto, un rostro brusco coronado con una expresión un tanto altanera. Se notaba que era una persona atlética, sus brazos, abdomen y piernas estaban un poco marcadas debido a las fuertes rutinas de gimnasio que se imponía. Su tonalidad de piel era más clara que el de la anterior niña. Vestía una blusa del equipo de soccer de Chelsea y unos jeans ajustados que parecía que explotarían reteniendo aquel fornido cuerpo. En el fondo de la fotografía se apreciaba el “London Bridge”. El título de la imagen era “Karmen (Visita 2013, Londres)”. Rigoberto utilizó el zoom proporcionado por el mouse y se acercó al rostro de su hija. Lo revisó milímetro a milímetro, procuró hacer lo mismo con lo que faltaba del cuerpo de aquella joven. Cuando consideró que había terminado, se recargó con majestuosidad en su silla. Otra vez apareció la expresión torcido en su rostro. Volvió a las fotos. Cuando encontró la siguiente imagen, todo su cuerpo dejó de responderle. Sintió que sus manos se habían congelado, intentó mantener la calma, pero la respiración se entrecortaba. Abrió y cerró los ojos con la esperanza de recobrar la claridad, pero fue inútil. Ante él, en la pantalla, se veía a otra chica. El cabello largo, recogido con una coleta. Perfectamente peinada. Ojos verdes, labios finos. Su cara expresaba una seriedad dominante. Se encontraba sentada en lo que aparentaba ser un café o algún lugar por el estilo. Usaba una blusa de color negro con un escote pronunciado. Debajo se observaban sus piernas cruzadas. Rigoberto utilizó el zoom para ir desde la punta de sus zapatos flats rojos, hasta la cabeza. Pero ahora no fue meticuloso con el rostro, prefirió lo obvio. Recorría las piernas pálidas de su tercera hija con lujuria. Disfrutó de todo lo que se podía disfrutar. Aquella chica usaba una minifalda coqueta de color blanco, lo que regalaba al espectador una visión más amplia de sus bien formados muslos. También resaltaban sus pechos. Notablemente más grandes que los de sus hermanas. Pero no eran enormes, simplemente desarrollados y, a simple vista, firmes. El padre de Kamila, Karmen y Karen, se levantó de su lugar y salió rapidísimo de la oficina. Llegó a los baños del lugar y se apresuró a cerrar la puerta. Con maestría descomunal se bajó los pantalones de vestir y el bóxer gris. Saltó de inmediato un largo pene que ya no podía ser marcado con una vena más. Se masturbó con la mano izquierda tan fuerte que bastaron unos segundos para hacerlo terminar.

Después del ritual de apeo, y de vuelta a su oficina; cerró todo lo que había abierto en la computadora. Caminó con paso pensativo recorriendo todo el piso de su oficina. Usando un control remoto, encendió el pequeño equipo de sonido que tenía en un librero abarrotado de cuadernos de contabilidad. En segundos empezó a sonar “Keep on Loving You” de REO Speedwagon. Su canción favorita para el tipo de pensamientos que tendría a continuación.

Kamila, mi pequeña Kamila. Elegiste el camino equivocado, pequeña. Tú no sabes nada de amor, sólo te dejaste llevar por el momento. ¡Qué tonta eres, niña! ¿Amor a tus diecisiete años? Debería castigarte por hablar con ese tono… Pero sé lo que voy a hacer contigo. Te voy a demostrar que esa pendeja de Sandra no tiene idea de cómo complacerte. ¡Jamás una mujer sabrá complacer a otra de la misma manera en que lo hacemos los hombres!

Tomó un nuevo vaso de agua y al terminar levantó la mirada. Pareciera que estaba ignorando el hecho de que arriba de él había seis pisos más de oficinas. Él observaba directamente el cielo.

Karmen, la rebelde Karmen. ¡Eres una desgracia para la familia! Aceptar esa oferta que te hizo el gobierno fue tu más grande fracaso. ¡Mírate! Haz perdido toda la feminidad que tenías. De lejos pareces un hombre. Además, no serás perdonada por aquella desobediencia. Ese tatuaje te costará muy caro, desgraciada. Pero no te preocupes. Aquí está tu padre, él corregirá todo el desmadre que hiciste. Te enseñaré a ser mujer. Te mostraré dónde está tu lugar. Sé que no es demasiado tarde para ti, niña. Cuando tenía veinte como tú, la sociedad no toleraba desperfectos. Y así debería seguir siendo.

Tan pronto como terminó de hablarle mentalmente a su segunda hija, Beto se arrodilló un instante. Notó que el cadete de su zapato estaba suelto. Al tiempo que lo amarraba de nuevo el siguiente pensamiento brotó de entre sus ideas.

Karen… ¡Que los Dioses me ayuden a soportar lo que me haces sentir, amor! Jamás un padre se ha sentido tan orgulloso de su hija. Titulada con honores de la Facultad de Medicina en la UNAM… No tienes igual. Eres una chica bestialmente inteligente, superaste a tu padre desde que tenías doce o trece años. Siempre has sido mi favorita. Tu rectitud y buenos modos son un reflejo de lo bien que te eduqué. Pero, Karen, me vuelves loco, ya no soporto estar a tu lado sin excitarme. Estoy por perder la cabeza y plantarte un beso en esos labios tan sensuales que tienes. Sé que llevas casi cuatro años con esa porquería de Miguel. Me quema los adentros pensar en las cosas que hacen juntos. Yo tengo que poseerte, y lo tengo que hacer pronto. No quiero sentir que violas el tratado matrimonial. Karen, yo te amo…

Sumergido en sus pensamientos no había notado que al levantarse del piso, cuando ataba sus agujetas, dejó caer la cartera. Apenas se dio cuenta al terminar de hablarle a su tercera hija, la que tenía veinticuatro años y que representaba más un ídolo que una hija. Al momento de recoger el objeto en cuestión, se salió una pequeña foto que siempre llevaba junto a las tarjetas de crédito. La observó con repugnancia y desagrado.

Tania… Ya cumpliste con el objetivo de tu triste vida. Me diste tres maravillosas hijas. Poco te aguanto, es una bendición que tengas que trabajar hasta tarde. Si supieras que desde hace cuatro meses pienso en mis hijas cuando te hago el amor. Con cada embestida que te doy sueño que es a ellas a quienes les proporciono placer. De no ser porque me metería en problemas con ellas, ya te hubiera dejado.

Observó su reloj y vio que ya casi era momento de recoger a Kamila. Cerró todo con orden, acomodó cada objeto movido durante la mañana. Pasó un par de veces la brocha para sacudir el poco polvo de su escritorio. Tomó las llaves del auto y emprendió camino a Plaza Américas. Sobre cómo llevaría a cabo su fantasía de poseer a cada una de sus hijas, pensó poco. Prefería meditar con respecto a otros asuntos mientras manejaba en carretera. Con un par de minutos de anticipación, aparcó el coche justo en la entrada que había acordado con su hija. Y ella misma, con el acerbo que había adquirido del estricto de su padre, ya estaba esperándolo desde hacía también un par de minutos.

Kamila y su novia, Sandra, se aproximaron al impecable Chevy. El padre de la primera las observó, y dirigió una mirada amable a la chica que según él, había corrompido a su pequeña. Sandy, que era la manera en la que Kamila se dirigía a ella, estudiaba junto a ella desde la primaria. Se conocían mejor que nadie en el mundo. Entre los padres de ambos, siempre reinó la armonía, incluso cuando las chiquillas dieron el gran paso y anunciaron su relación. Tenía casi la misma complexión que su hija, el tono de piel era caucásico. No podía negar que se trataba de una niña bonita, pero eso no le daba las credenciales, según él, para atreverse a salir con Kamila.

-¡Hola, Señor, qué gusto verle por aquí!- saludó Sandra con entusiasmo al momento en que entraba por una de las puertas traseras del auto.

-¡Hola Sandy! ¿Cómo estás?- contestó Rigoberto lo más normal posible. Al mismo tiempo, su hija menor le plantaba un beso en la mejilla a manera de saludo.

-¡Bien, gracias a su hija!- los tres rieron casi por compromiso.- Hoy cumplimos un años y medio. ¡Qué rápido se pasa el tiempo!, ¿verdad?

-Sí… Se pasa rápido. Bueno, vamos a casa, entonces.

Si propiciar más conversación, Beto fue callado todo el camino. No quería dirigirle más palabras a esa chica insolente que le ofrecía su amistad cuando le había robado a su hija. Por otro lado, las otras dos hablaban de cualquier cosa. No permanecieron en silencio ni un minuto. Pero el momento más importante para el padre fue casi al final del camino.

-… ¿Estás celosa, entonces?- preguntó Kamila a su novia desde el asiento delantero.

-No, no estoy celosa. De todas formas, no creo que Bruno tenga oportunidad contigo… ¿Verdad?

-¡Por supuesto que no, tontis!... Y no por lo obvio de la situación, sino porque yo te amo. Y mientras eso no cambie, no me fijaré en alguien más.

-¡Yo también te amo, Kamy! No soporto que ese tipo ande atrás de ti. Me pone mal que estén detrás de mi niña hermosa. ¿Te imaginas que algún día viera que te toman de la mano o te besan?... ¡Jesús, me moriría en ese instante!

Entonces que vayan preparando los arreglos del funeral… ” Pensó en ese instante Rigoberto…

CONTINUACIÓN: Rigoberto (Capítulo 2).