Xalapa Erótica 1: Liliana (Capítulo 2).

La lucha de sensaciones y sentimientos que vive Liliana está por comenzar. Un cliché histórico, una leyenda antigua, un cuento para niños; pero no es lo mismo escucharlo que vivirlo...

Xalapa Erótica 1: Liliana (Capítulo 2).

Sobre el día siguiente no recuerdo grandes detalles. Por ejemplo, no sé qué desayuné, a qué hora me desperté, o cómo logré llegar a tiempo a la Facultad. Sólo sé que ahí estaba sentada para mi clase de Redacción Cultural. No fui la primera en llegar, pero sería una mentira si aproximara un número de personas que ya se encontraban dentro del salón de clases. No es que yo sea antisocial, pero en aquel momento no me sentía con el ánimo de estar al lado de los compañeros de clase. Para mi mala, o buena suerte, a gusto del lector, llegó la chica que menos quería tener cerca.

-¡Hola Lily!- se aproximó hasta donde estaba y me besó la mejilla, una costumbre más que arraigada en mi ciudad. Era la manera correcta de saludar a tus compañeros. Extraño que entre los hombres no se practique.

-¡Hola, Karla!... ¿Cómo estás?- de nuevo la sensación de tristeza me invadió la mente. Llegué temprano porque sabía que ella era bastante impuntual, de esa manera no nos cruzaríamos palabra alguna. Además, su amabilidad comenzaba a enfermarme. Si por casualidad yo llegaba más tarde que ella, siempre me guardaba una silla a su lado. Yo no hacía lo mismo. Cuando me “reclamaba” yo me escudaba diciendo que no podía negarle la silla a un compañero.

-¡Bien, gracias!... Oye, ¿ya tienes compañero de trabajo para la redacción del trabajo final?- las comparaciones mentales no se hicieron esperar. Su voz no era tan dulce como la de mi niña hermosa, Fernanda.

-Pues…

¡Pues no! Eso es lo que pensé que debía contestarle. De otra forma me metería en aprietos. Los trabajos de la clase de Redacción Cultural no eran juegos. Se necesitaba de una cantidad de tiempo y esfuerzo sobrehumanos. Hacer dicho escrito en equipo no me parecía la tarea más fácil; por el contrario se debía encontrar a una persona que tuviera tantas cualidades como las de uno mismo. Karla era muy buena en la clase, ella era por excelencia la compañera ideal. Pero con los sentimientos que comenzaba a experimentar, lo mejor sería mantenerme alejada lo más que pudiera.

-¡Perfecto! Entonces vamos a hacer el trabajo juntas, ¿te parece? Yo ya tengo una idea de qué tema nos puede funcionar bien, además pienso que si lo empezamos hoy mismo, nos llevará poco menos de una semana terminarlo.

-¿Enserio? ¡Qué bien planificado tienes el tiempo! ¿Qué tema crees que nos ayudará?

-Eso te lo muestro después. Primero quiero poner un par de reglas en el trabajo.- todavía no habíamos empezado y ya estaba imponiendo “reglas”. Pensé que su liderazgo era atractivo, me gustaba la idea de que pudiera ser ella quien llevara las riendas de la relación laboral.

-¿Qué reglas quieres poner?

-Las horas de trabajo serán vespertinas y/o nocturnas. Tengo toda mi mañana llena de clases. Y a medio día estoy acostumbrada a comer sola. Esas horas, por lo tanto, son intocables.

-Bien, me parece buena idea.

-La otra regla es más sencilla y lógica. Si alguna de las dos empieza a descuidar el trabajo, la otra podrá optar por “separarse” y llevarse lo que se tenga hecho hasta ese día. La floja se quedará con nada y tendrá que empezar de ceros su propio ensayo. ¿Suena bien, no?

-Por mi está perfecta.

A cada palabra me impresionaba más. Karla era sin duda una mujer, y no cualquier mujer. Su grado de responsabilidad académica no eclipsaba su popularidad social, siempre estaba abierta al relajo, al ocio, al entretenimiento. Jamás tuve la oportunidad de verla rechazar a una persona o que otros le hicieran “feos” cuando estaba cerca. Ese día aprendí también la gran habilidad para administrar Recursos Humanos que dormía en su interior. ¡Era una gran chica!

-Bien, entonces así lo haremos. Ahora, si me permites, debo bajar al baño antes de que llegue el maestro. Regreso en unos segundos.

-Vale, aquí estaré.- ¡idiota! ¿En dónde más podría estar? Mis mejillas comenzaron a sonrojarse. Pero ella ya estaba entrada en camino y no me observó.

Mi mirada se clavó de lleno en su cuerpo. Mis pensamientos estaban dedicados a descubrirla, a conocer más sobre su personalidad o su carácter. Lo físico ya me había dominado, me había corrompido hasta el punto de desearla. Lo que sí recuerdo bien de ese día es todo sobre Karla. Llevaba un suéter negro con cierre al frente, no tengo idea de lo había debajo del mismo; unos jeans de mezclilla de color azul intenso y unos converse de color negro y blanco. Su cabello largo, lacio, oscuro y suelto se movía a como si tuviera vida propia. Su cuerpo era verdaderamente envidiable. Era alta, y estaba perfectamente formada, tenía complexión atlética pero sin marcas de ejercicio. Mi perversión me llevó a imaginarla desnuda, al menos, una docena de veces. Sabía que sus pechos eran más grandes que los míos, y su trasero más firme. Nunca usaba faldas o shorts, de manera que nada podía opinar sobre sus piernas, pero seguro que eran tan suaves como la seda y el algodón. Su tonalidad de piel, un poco caucásica, un poco blanca, un poco natural. No era una chica que necesitara el poder del maquillaje para sorprender, aún así lo utilizaba con gentileza. Lamento decepcionar al lector, pero no puedo describir su rostro. ¿Cómo lo haría? Ella era encantadora, todo lo que se podía observar resultaba brutalmente atractivo a la vista. Algunos decían que tenía pecas, otros que tenía dos marcas de varicela, una en la frente y otra junto a su ojo derecho, había quien mencionaba que sus dientes quedaron como de actriz después de su tratamiento con brackets, algunos se empeñaban en mencionar la forma de sus grandes ojos, y que si los tuviera de color, sería una Diosa de la belleza. Repito, los comentarios anteriores se murmuraban por ahí, yo no estoy aventurando ninguna descripción de su cara.

-¿En qué piensas, Lily?... ¡Otra vez piensas en ella! Qué vergüenza me das…- entonó un tanto molesta mi voz interior. La verdad es que no la extrañaba, pero en cada ocasión que tenía la oportunidad de meditar sobre Karla, ésta aparecía y comenzaba a regañarme.

-¿Por qué te doy vergüenza? ¿Qué no la ves? Es hermosa.- le contesté suspirando.

-¡Pues haz algo al respecto! Deja de una vez a Fernanda y aventúrate con Karla. ¿Por qué le das tantas vueltas al asunto?

-Porque no es así de fácil. A Fernanda la amo. Karla sólo me gusta. No puedo cambiar lo que tengo por una pasión física absurda. ¿Qué no lo entiendes?

-¡Eres una idiota! No amas a Fernanda. Te causa morbo andar con ella. Ni siquiera la puedes presumir por la calle. Cuando salen lo hacen a escondidas, y estando afuera no puedes tratarla como novia. ¿Sabes? Eres patética. Y no sólo eso, eres una pervertida. Te fascina hacer gemir a esa chiquilla. Pero, ¿podrías repetir tus hazañas con Karla? Presiento que no, que con ella tendrías que aprender a ser una lesbiana de verdad.

-¡Ya cállate! Por favor, déjame en paz. Estoy en la escuela. No me molestes aquí. Hoy estas insoportable. Vete y no regreses si no me vas a ayudar con mis problemas, ¿vale?...

-No son sólo tus problemas, Lily… Pero me voy…

Cuando me percaté de realidad, noté que el salón estaba ya casi lleno. Karla apareció por la puerta y se sentó en la silla de al lado. No entablamos conversación durante la clase. De hecho, tomamos tantos apuntes que apenas tuve la oportunidad de gozar de su presencia. Pero no sería decepcionada por mucho tiempo. Al final de la lección, guardé y mis cosas y estaba por retirarme cuando ella me tomó del brazo aún sentada.

-¿A dónde vas, Lily?- me preguntó mirándome directo a los ojos. Desde luego no pude sostener un encuentro visual, de forma que desvié mi vista hacia las ventanas del aula.

-Pues voy a desayunar algo. Supongo que será algún snack, porque tengo clases dentro de quince minutos.

-Nada de eso, amiga. Ven, te voy a invitar un café.

-No, ¿cómo crees? Yo sólo compraré algunas galletas y con eso me será suficiente.

-¡Dios! ¿Me vas a rechazar mi invitación? ¿Es que quieres empezar con el pie izquierdo? ¡Vamos, no seas así! El lugar está a una cuadra.

-Yo soy zurda. Me gusta empezar con el pie izquierdo.- reímos unos segundos.- ¿Qué pasará con mi próxima clase? Ya casi terminamos el semestre y no me gustaría…

-¿Por qué eres tan matada? Juro por los Dioses que no has faltado a una sola clase. ¿Por qué te preocupa, entonces? Será tu primera falta. ¡Anda! Vamos.

Sin darme oportunidad de volverme a negar tomó mi mano y me jaló con fuerza para que fuera detrás de ella. Lo que extrañó es que no me soltó cuando estábamos fuera del salón. Recorrimos el pasillo del tercer piso, bajamos las escaleras, cruzamos la explanada de la Facultad y estando siempre de la mano. Yo, por supuesto, ya sudaba a montones. Estoy segura de que ella se dio cuenta, pero no hizo comentario alguno. La seguía como si fuera mi dueña. Caminamos durante una cuadra y llegamos a un lugar bastante agradable y tranquilo. El mesero parecía conocerla bien, pues la saludo con entusiasmo y le señaló una mesita en el fondo.

-¡Ven, esa es nuestra mesa!

Me guió de nuevo entre sillas, personas y bancos. Cuando llegamos al destino, me quedé, como siempre, pasmada del nerviosismo que me ocasionaba el estar en contacto físico con ella.

-¿Eh, todo bien, Lily?- me pregunto mientras dejaba caer su mochila al lado de la que sería su silla.

-Sí, claro… Sí. Todo bien.

-Entonces… ¿Nos sentamos?

Cuando reaccioné me puse roja como un tomate. ¡No! Un tomate estaba pálido en comparación conmigo. Yo estaba sujetando la mano de Karla aún con fuerza. No me había percatado de que sus dedos ya no me sujetaban, al contrario, esperaban a ser liberados de la presión que mi mano les propinaba. Rápidamente la solté y me disculpé.

-¿Qué pasa? Lily, estás rojísima. ¡Tranquila, fue un despiste! A cualquiera le pasa. ¿Está bien?

-Sí, lo siento, es que no me di cuenta. Yo estaba la verdad pensando un poco en la clase de…

-Sí, seguro. Cálmate tantito. Qué graciosa eres, Lily.

-No te burles. Soy un poco distraída pero no volverá a pasar.

-¿Puedo preguntarte algo?

-Sí, por supuesto.

-¿Siempre sudas así de las manos?

Otra vez el calor de la situación me hizo sonrojar. Quería llorar de la vergüenza. No quería saber nada de Karla ni del mundo. Se me antojó encerrarme en mi cuarto a solas, encender el estéreo a todo volumen y escuchar Bruno Mars. Pero debía lidiar con la situación por el momento. No sería normal escapar corriendo de Karla. Algo inteligente se me tenía que ocurrir en aquel instante incómodo.

-No, bueno sí, pero lo que pasa es… Es decir, no quiero que me mal interpretes. Yo sólo creo que a veces pasa. Otras no siempre, pero en general puede pasar.- en mi mente sólo se formo una frase; “¿sabes lo que es ser estúpido?”

-¡Ah!... ¿Cómo? Es que no te entiendo… Lily, qué extraña eres. Tomaré tu respuesta cantinflesca como un “sí”. ¿Te parece?

-Sí, eso es lo que quise decir, pero no encontraba la manera de decirlo bien.

Ella me mostró una sonrisa y tomó de la mesa el menú del establecimiento. La imité y busqué el apartado de bebidas calientes. Sin demorar mucho, el mesero se apareció entre nosotras y sacó su pequeño block de notas.

-¿Qué les voy a servir hoy, señoritas?

-Cappuccino helado. Por el momento sólo quiero eso.- se anticipó Karla.

-Yo quiero un té de limón.- ordené amablemente.

-Vale, en un minuto les traigo sus bebidas.

Se alejó a paso relajado y siempre exhibiendo una sonrisa que transmitía mucha calma. Tuve la oportunidad de observar bien el lugar. Vaya que eres bonito. Además, estaba perfectamente limpio, no había manchas en las paredes o en el piso, se percibía un aroma a café recién molido. Me resultó extraño que jamás hubiera escuchado de él. Busqué el nombre y finalmente lo encontré en un letrero encima de la barra de bebidas; “Café Tranquilo”. Nombre que me pareció ideal para el establecimiento.

-Voy a ser honesta contigo, Lily. He tenido ganas de conocerte mejor, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo. En clase te me haces una chica tímida. Aunque nunca he visto que te equivoques al momento de participar. Además, no entiendo por qué no te juntas más con tus amigos. Siempre estas cambiando de salón. Pensé que hoy sería un magnífico día para entablar conversación y despejar las dudas sobre tu personalidad. ¿Qué te parece?- había algo que no sabía que tendría que aguantar. Sus ojos. Sus enormes ojos. Siempre clavados sobre los míos, como esperando una respuesta inmediata. Más bien, como analizándome a cada segundo. Comenzaba a incomodarme sólo por sentirlos encima.

-Pues por mí no hay problema. Yo también quiero saber un poco más sobre ti. Te me haces una tipa interesante.

-¡Hey, gracias! Somos un par de interesadas. Bueno, platícame un poco de ti. Pero que no sean cosas convencionales. No quiero nada académico. Intenta sorprenderme.

-Bueno, no sé qué contar. Mejor tú haces las preguntas, y yo las contesto.- pensé que eso me haría sentir más cómoda.

-Vale. ¿Qué tipo de música te gusta?

-Todas con excepción de reggaetón y banda. Estoy abierta a cualquier tipo de música. Lo que me interesa, en la mayoría de los casos, es la esencia de la canción.

-Ya veo. ¿Dónde te gusta más escuchar tu música?... ¿En tu casa, cuarto, recostada en la cama conectada con tu reproductor…?

-Pues no importa donde sea, mientras que tenga la oportunidad de disfrutarla. Con frecuencia me meto tanto en ella que cierro los ojos y me imagino todo lo que dice la letra.

-¡Qué bien! Gozas de la música, entonces. ¿Qué me puedes contar sobre tu familia?... ¿Están contigo tus padres, tienes hermanos?

-Pues sí, mi papá y mi mamá viven conmigo. Tengo un hermano mayor, pero está trabajando en Guadalajara. Nos vemos durante las vacaciones de Diciembre. Siempre viene a visitarnos.

-¿Lo extrañas?

-Sí, pero no tanto como pueda parecer. En realidad platicamos por el Facebook dos o tres veces por semana. Nos llevamos bien, pero ha estado allá tanto tiempo que siento que nos hemos perdido grandes acontecimientos del otro.

El mesero cumplió su promesa y no tardó en volver a la mesa con las bebidas en las manos. Las dejó sobre la mesa, nos sonrió y se puso a nuestra disposición en el caso de que necesitáramos más de sus servicios. Luego se retiró sorteando las mochilas de ambas que se encontraban en el suelo. Karla tomó su vaso y comenzó a sorber por el popote su cappuccino. Yo, en cambio, tomé una pequeña cuchara y comencé a girar el líquido amarillo que comenzaba a formarse alrededor del sobrecito de té. En aquellos momentos no pensaba en otra cosa que no fuera responder a las preguntas de mi compañera lo más honesta posible. Me sentía cómoda sabiendo que ella tenía iniciativa. Yo sólo me dejaba llevar.

-¿Tus papás se llevan bien?- preguntó con timidez.

-Sí. Tienen discusiones, eso es común. Pero todo lo resuelven pronto. Los admiro porque se esfuerzan en entenderse y en darse apoyo incondicional.

-¡Qué envidia! Recuerdo que los míos eran todo lo contrario. Se proponían en secreto acabar con la paciencia del otro. Eran días horribles. Yo no tenía el respaldo de un hermano. Soy hija única, y por lo mismo me tocaron todas sus estúpidas peleas. En fin, no detallemos ahí. ¿Vives por aquí?

Su pequeñísima anécdota me conmovió. Sé que no sonó como una novela, pero entendí en pocas palabras lo que una vida dura puede enseñarte. Quería decirle que la entendía y que podía confiar en mí si lo necesitaba. Pero eso sería mentira. Yo no viví nada por el estilo. Mi familia fue unida desde sus comienzos. Si escuché problemas eran más sobre educación, puntualidad o irresponsabilidad que por celos, borracheras o caprichos. Karla se me hacía una chica sentimental, pero no muy expresiva. Con el paso de los minutos yo me embelesaba con ella.

-No, bueno sí. Vivo cerca pero no por estos rumbos. Bueno, ¿me entiendes, no?- otra vez mi poca habilidad para esconder mis nervios me traicionó.

-No…- soltó una carcajada que me mostró sus dientes. Estaban tan blancos y tan perfectamente alineados que me sentí incómoda de saber que los míos no se les equiparaban.- Pero no te preocupes. Parece que si quiero llevarme bien contigo tendré que acostumbrarme a tus momentos de poca dicción.- reímos juntas.

-¡Vaya!... A lo que me refiero es que mi casa no está a la vuelta de la Facultad. Pero no vivo en una zona retirada. Me lleva entre diez y quince minutos llegar caminando.

-Entonces sí vives cerca. Oye, ¿te molestaría que nos reuniéramos en tu casa para hacer el trabajo? Yo odio las bibliotecas, y ciertamente no me gusta estar cerca de alguno de mis padres. Yo te agradecería mucho que me entendieras.

-¡Claro! Podemos trabajar ahí. Si necesitamos información o bibliografías podemos venir caminando hasta aquí y llevarnos los libros que necesitemos para continuar.

-¡Bien, entonces así lo haremos! ¿No causaré molestias a tu familia?

-¿Cómo crees? Mi papá llega tarde del trabajo, y mi mamá, aunque está con frecuencia en la casa, es brutalmente amable y cordial con las visitas. Además, se nota que eres una…- en ese momento me congelé. ¿Qué es lo que estaba a punto de hacer? Analicé lo más rápido que pude la frase que no terminé de decir. Buscaba la palabra adecuada. No encontré alguna que fuera válida en mi oración. Pronto levanté la mirada y me quedé viendo a sus ojos. Ella sonrió y agachó la cabeza. Una parte de su cabello cubrió el lado derecho de su rostro.

-¿Qué es lo que se nota que soy?- me preguntó utilizando sabiamente su cabello como amortiguador a las palabras.

-Pues se nota a kilómetros que eres… Vaya a lo que me refiero es que eres una buena persona. Se nota que eres buena persona.- sentí como si me hubiera quitado cincuenta kilos de encima.

-¡Ah! Bueno, si tú lo dices.- no paraba de sonreír. Y eso me estaba haciendo sentir extraña. Ya no se podía negarlo; Karla me gustaba muchísimo.- Oye, ¿qué me puedes decir de tu novio?

Aquí supe que tenía dos opciones, o tal vez más, pero sólo pude pensar en un par de caminos a seguir para responder aquella pregunta. Podía decirle la verdad; “no tengo novio porque soy lesbiana. Tengo novia”. Pero eso involucraba más cuestionamientos, y tendría que mentirle sobre quién y por qué es mi chica. La segunda opción me daría más margen de escapatoria, pero igual tendría que mentirle; “no tengo. Sigo en busca de la persona ideal”.

-Pues de momento no he conocido a la persona que cumpla con mis exigencias.- pobre Fernanda. Le quité su lugar. Fue negada. Aunque ya lo habíamos planteado, no pensé que llegaría el día de rechazar mi relación enfrente de Karla.- Además, tengo gustos un tanto únicos. Creo que falta un poco para conocerla.

-¿Gustos únicos?- en aquel instante sonó mi celular. Era el timbre de mensajes. Palpé el aparato entre los bolsillos de mi mochila y lo saqué para leer el texto.

¡Buenos días, amor! Hoy salí temprano. Te espero en casa. ¡Te amo! Besos ”.

Casi inmediatamente que terminé de leer se me llenaban los ojos de lágrimas. No podía dejar que Karla me viera así, no tanto por la pena, sino porque haría más preguntas. Lo que se me ocurrió fue fingir un bostezo prolongado.

-Aún es temprano, Lily. ¿Ya tienes flojera?- preguntó entre carcajadas.

-¡Para nada! Es culpa del lugar. Me transmite mucha calma. No se escuchan automóviles o gentíos. Es verdaderamente relajante.- me felicité por aquel acertado comentario.

-Sí, cuando lo conocí me pasó igual. Durante las mañanas suelo venir por algo rápido y regreso a la Facultad. Luego a medio día prefiero ir por ahí a comer. No me gusta la compañía cuando es a la hora de la comida principal. No me siento cómoda.

-Ya veo… En lo particular a mi no me desagrada. Pero cada quien tiene sus gustos. Bueno, y en tu caso, ¿qué me puedes decir de tu novio?- la pregunta ya me había comido las entrañas de ansias.

-No tengo. Y no me interesan los hombres.- recuerdo que experimente el mismo tipo de felicidad cuando me avisaron que había quedado en la Universidad Veracruzana. Se trataba de una sensación intensa que me relajaba los músculos y me llenaba de aire los pulmones.- Son aburridos e inútiles. Sólo quitan el tiempo. Es mejor tener al lado una mujer. Ella sabrá entenderte en todo lo que se requiera.

-Sí, pienso lo mismo.- ¿qué piensas lo mismo? Vaya, cedí terreno fácilmente. La pregunta que me haría a continuación fue obligada por mi afirmación.

-¿Eres lesbiana, también?- preguntó apartándose el cabello de la cara. Ahora sí podía ver sus dos hermosos ojos.

-Sí. Soy lesbiana.

-No lo noté ni por un momento. Quizá porque no me había dado el tiempo de conocerte, pero jamás lo imaginé. Qué pequeño es el mundo. ¿Cómo fue que…?

Su pregunta se interrumpió por el estruendoso tono de llamada de su celular. Lo buscó con calma haciendo una mueca de decepción. Contestó la llamada y hasta donde entendí escuchando sólo una parte de la conversación, se trataba de algún trabajo escolar o algo por el estilo. Fue respetuosa conmigo y me dio mi lugar.

-¡Hey! Estoy enfrente con una amiga. Dame tres minutos y te alcanzo, ¿vale?... Bye.

Colgó el teléfono y volvió a ejecutar un gesto de irritación. Parecía que no había recibido noticias amables.

-Bueno, hasta aquí llegué hoy. Mi equipo de Historia de las Letras Hispanas me está esperando. No pueden hacer algo si no estoy con ellos.

-Sí, suele pasar…

-Bien, te veo aquí a las cuatro de la tarde. Te explicaré el trabajo y nos pondremos manos a la obra. No tolero tener tarea y dejarla para los últimos días de la fecha de entrega.

-Bien. Entonces paso por ti aquí mismo.

Se levantó de su silla y se acercó a la mía. Yo me quedé sentada pensando que ya habíamos terminado de despedirnos. Cuando estuvo justo a mi lado me tomó la cara con sus suaves manos y me besó la frente. Me quedé anonadada con ese movimiento. Para variar no fui capaz de reaccionar positivamente. Mis manos fueron al encuentro de las suyas, que aún no se separaban de mi rostro. Ella se alejó un poco y tomó también mis manos.

-Nos vemos en un rato, Lily. ¡Cuídate!

-Sí, aquí nos vemos. ¡Cuídate también!

La desunión de nuestras manos fue inmediata. Pero yo la sentí eterna. Saboreé cada milímetro que la fricción nos regaló. Sentí sus dedos deslizarse por toda la palma de mis manos. Cuando ya sólo faltaban nuestros dedos medios, capturé los suyos con toda mi mano y luego la dejé ir.

Poco después de que Karla saliera del café, hice lo mismo. Paré un taxi y me dirigí a la casa de Fernanda. Tendría que hacerle saber que en la tarde no estaría con ella, pues el trabajo final me lo impedía. En el trayecto, no fui consciente del camino que seguía. Sé que el viaje entre los dos puntos toma, aproximadamente, quince minutos, pero se fueron volando. Yo sentí que sólo parpadeé un par de veces. Finalmente estaba ya en la casa de Fernanda. Me bajé tan rápido que casi olvido pagar al chofer. Toqué el timbre y esperé algunos segundos a que ella me abriera la puerta. Lo primero que hice fue empujarla hacia dentro, cerrar la puerta detrás de mí y luego tomarla de los brazos. La tuve que arrimar a la pared más cercana para apoyar su espalda ahí. Sus ojos estaban desorbitados. Quizá no entendía qué pasaba, pero así tenía que hacerlo. Cuando la tuve atrapada entre mi cuerpo y el muro solté sus brazos y mi mano izquierda fue directo a su rostro, la utilicé para apartar todo el cabello que se interpusiera en mi camino; la mano derecha buscaba con desesperación el borde final de su falda escolar, y una vez que la halló lo levantó recorriendo su delicado muslo. Me quedé observando un segundo su tierna mirada. Su boca estaba abierta, quizá por la sorpresa, o quizá por la excitación, no lo supe y no me importó.

-¡Lily! ¿Qué haces, amor? ¡Dios, no me esperaba esto!- me dijo con palabras entrecortadas y evitando hacer cualquier movimiento con el resto de su cuerpo.

-¡Ni yo!... Pero no aguanto las ganas. Te quiero hacer el amor en este instante. Quiero hacerte mía ya…

No dejé que hablara. La bese en la boca con fuerza. Al principio pensé que la lastimaría, y por lo mismo disminuí la intensidad de mis movimientos; pero después dejó de importarme. Quería desahogar algo que no entiendo hasta el momento qué era. La excitación me estaba quemando por dentro. Fernanda, aquella mocosa de dieciséis años se veía incapaz de detenerme, y eso me prendía aún más. Metí mi lengua en su boca y jugué con la suya desesperadamente. Ella intentaba hacer la cabeza para atrás, quizá estaba ahogándola, pero la pared se lo impedía, y como consecuencia de su impotencia, comenzaba a respirar aceleradamente por la boca, arrebatando la posibilidad de mantener el beso discreto. Mientras, mi mano derecha había perdido el control. Ya no acariciaba el muslo de la niña, ahora estaba deslizando los dedos índice y medio por la entrepierna de mi novia. Sentí la ropa interior de algodón. Esa era de mis favoritas, sentía que era inocente, que yo estaba por poseerla como si fuera la primera vez que lo hacía. Mientras duraba el beso, la mano izquierda fue innecesaria en su rostro, de forma que la empleé para alzar bruscamente su blusa y bra, sus pequeñísimos pechos no quedaron al aire, pues la tela escolar se escurre más que la mantequilla en el teflón. Aún así, apreté lo que pude de esos pedacitos de carne. Me sentía como una loba en celo, yo quería tomarla sin pensar en nada.

-¡Ah! Lily, ¿no crees…?- intentó hablar pero lo ocasionó que yo moviera mi lengua más intensamente dentro de  su boca y que mis labios intentaran devorar por completo los suyos.

Solté su pecho y busqué el cierre de la falda gris escolar. Finalmente dejé que su falda cayera al suelo, pero no me conformé con verla así. El panty fue el siguiente en ir abajo. Al fin terminé el beso, pero no la dejé en libertad. Me arrodillé ante ella como si fuera una Diosa, separé bruscamente sus piernas y me aseguré con ambas manos de que no las cerraría mientras hacía mi trabajo. No sé si era por la edad o porque así sería el resto de su vida, pero ni un solo vello púbico había aparecido en su entrepierna. Su línea sexual estaba intacta y bien delimitada. No era difícil saber qué hacer a continuación. Me acerqué hasta que pude respirarle encima. Besé a los lados de sus genitales, paseaba la lengua para que ella se excitara aún más.

-¡Lily! ¿Qué me estás haciendo, amor?... ¡Ah!... Me estas acabando muy rápido, amor…- la pobre niña nada tenía que hacer contra mi lujuria.

-No quiero hables más, pequeña… ¿Vale?... Sólo disfruta el momento.

Como acto casi final del encuentro, comencé a deslizar mi tensada lengua por sus labios externos, no hace falta mencionar que aquella chiquilla estaba empapada en su propio jugo, que por cierto era tan dulce como un durazno. Quizá estuve haciendo eso durante un par de minutos. Noté que sus piernas ejercían cada vez más presión sobre mis manos. Sabía que todo iba a terminar pronto. Presioné con más fuerza y logré entrar a su vulva. Pero ya no me interesé en seguir con los juegos. Tan pronto como encontré sus clítoris, comencé a bombardearlo con estocadas orales, primero directas y con presión y luego circulares y con la parte inferior de mi lengua. Fernanda gemía, pero no lo hacía como otras veces, ahora era más leve el sonido que emitía. No quise ver su rostro, pues hubiera sido desconcentrarme de mi labor. En cosa de un minuto o dos, tuvo su orgasmo. Su cuerpecito brincaba con locura y su vientre se contraía con espasmos inmoderados. Fue sólo entonces cuando le di la libertad de cerrar sus piernas; y lo hizo inmediatamente.

-Lily… amor… estoy cansada…- me suspiró botándose en el suelo a mi lado. Ambas nos sentamos y nos besamos con nos pasión unos momentos.

-Ve a descansar, pequeña. Yo tengo que volver a la escuela. Tengo que empezar a redactar mi trabajo final.- le dije viéndola directamente a los ojos.

-¿Qué?... ¡No, amor! No me hagas eso… No me dejes. ¡Quédate un rato más!- sus súplicas apenas eran entendibles, su semblante era curioso. Parecía que estaba por dormirse pero hacía un intento por mantenerse despierta. Me levanté y le ofrecí mi mano para que se apoyara e hiciera lo mismo que yo. Cuando estuvo a mi lado la abracé fuerte.

-Tengo que irme, pequeña. Si termino de hacer la parte de hoy temprano, te prometo que pasaré a verte, ¿vale?- mientras hablaba no pude evitar aspirar el aroma desequilibrante de su cabello. Me volvía verdaderamente loca.

-Vale…- me contestó al momento que ejercía más fuerza sobre mi cuerpo.- Eres una maravilla, amor. No sabes cuánto te amo.- y alzó la mirada para buscar mi boca.

-Yo también te amo, Fernanda.- no la dejé con las ganas y la besé nuevamente.

Nos separamos y ella se dispuso a recoger su falda y su calzoncito. Cuando se alzó me dirigió una sonrisa y siguió caminando hasta llegar a las escaleras que la llevarían al segundo piso, y por lo tanto, a su cuarto. Yo sólo me quedé mirando. Se veía increíble. Su cabello desordenado, su blusa escolar estaba bien colocada, sus nalgas desnudas moviéndose al ritmo de sus pasos, sus formadas piernas blancas que se movían haciendo fricción una con la otra, sus calcetas blancas que cubrían de su rodilla para abajo y sus zapatos de piso color negro. Era una colegiala deliciosa. Pero tuve que dejar el placer de mi vista. Me aclaré la garganta y me apresuré a recoger mi mochila. Abrí la puerta y me aventuré en las calles de Xalapa; primero para pensar, después para comer y finalmente para volver a ver a la persona que imaginé mientras le hacía el amor a Fernanda…