Xalapa Erótica 1: Liliana (Capítulo 1)

¿Cuántas historias nos esconde nuestra amada ciudad?... No estamos hablando de ese tipo de historias. Ésta es una Xalapa Erótica, llena de sorpresas para sus lujuriosos habitantes... Liliana, nuestra primera protagonista...

Xalapa Erótica 1: Liliana (Capítulo 1).

Llevaba casi diez minutos con los ojos abiertos. Tenía ganas de pasearlos por toda la recámara, pero eso sólo me hubiera puesto más ansiosa. Intentaba no mover mi cuerpo más de la cuenta; no quería despertarla. La respiración que emanaba de su delicada nariz era hipnótica. Dormía como lo que era, una pequeña niña.

No aguanté ni un segundo más. En mi mente ya se empezaban a formular algunas ideas que no me resultaban cómodas en ese momento. Con movimientos lentos y brutalmente silenciosos me deslicé hasta el borde del colchón y me levanté tan lento que no sé si me llevó uno o dos minutos estar totalmente de pie. El piso alfombrado de su cuarto me causaba una sensación deliciosa en mis desnudos pies. De hecho, la primera vez que me llevó hasta ahí, recuerdo que me pidió caminar sin calzado, pues no le gustaba la idea de imaginar que su alfombra quedara manchada o llena de gérmenes provenientes de la calle. Caminé hasta llegar a la gran ventana que adornaba su habitación. El cristal oscuro, que no permitía observar el interior desde afuera, era una bendición en todo momento. Me recargué un instante sobre él. La calle estaba totalmente desierta, clásico de la zona residencial en donde ella vivía. Por unos segundos imaginé que hubiera sido genial ver, aunque sea de vez en cuando, algo del tráfico que ya atestaba el resto de la ciudad.

Di media vuelta y examiné la escena que se encontraba a mis espaldas. Escritorio, librero, clóset, estanterías, buró, tocador, cama, lámparas de piso, muñecos de peluche por montones y la cama; todo indicaba que se trataba de un cuarto cuya propietaria no poesía más de los dieciséis años de edad. Y en verdad que así era. Sobre la cama, que estaba hecha un verdadero desastre, se encontraba esa niña. Me acerqué unos pasos más, hasta que tuve la sensación de estar observando desde una distancia segura sin inmutar a mi objetivo. Empecé a analizarla con pulcritud. Sus delicados pies, que siempre me gustaron, exhibían el color rojo oscuro de sus uñas. Hice una inspección de sus piernas; no tenían el mínimo deterioro, eran unas piernas vírgenes, perfectamente formadas. Hubiera querido ver sus rodillas, pero su posición boca abajo no me ayudó a hacerlo. Su pequeño trasero era un territorio que exploré tan pronto como tuve la oportunidad de hacerlo. Terso y suave suelen ser sinónimos, pero ambas palabras me son necesarias para describir esos montecitos que se alzaban debajo de su espalda; y aprovechando la oportunidad… ¡Dios! Su espalda… ¡No puedo describirla! Si no hubiera estado limitada por el sentimiento que explicaré en pocas líneas más adelante, seguramente la hubiera tocado con mis dedos, me hubiera acercado hasta que estuviera suficientemente pegada a mis labios, y desde luego, la hubiera besado a cada centímetro. Sus hombros quedaban bloqueados por su largo cabello negro. ¿Qué recuerdo de ese cabello que me enloquecía con cada movimiento? El aroma, producto, probablemente, de algún shampoo con olor a frutas. Me fascinaba aspirar con fuerza su melena. Me excitaba. De pronto, mientras proseguía con mi análisis, algo me recorrió la espalda. Mi cuerpo se quedó helado, sin producir un solo movimiento, afiné mi oído y de preparé para otra conversación con esa voz interior que tanto me había asediado durante aquella semana.

-¿Y bien?... ¿Qué vas a hacer?- preguntó aquella con una voz desafiante y poco tediosa.

-¿Qué quieres que haga?... ¡Mírala!... ¡Es hermosa!... Debería intentar rescatar lo que pueda y continuar con esta relación.- le respondí con inseguridad. Nunca le tuve miedo, pero en ocasiones me incomodaba su persistencia sobre el mismo tema.

-¡Bien!... ¿Qué vas a hacer, entonces, con Karla?... ¿La descartarás como pareja para siempre?

-¡Sí, eso mismo voy a hacer!... Me quedaré con mi niña hermosa. Ella no me ha hecho nada, y no se me hace justo pensar en dejarlo sólo porque me gusta, físicamente, Karla.

-¿Qué planes tienes con Fernanda? Hasta donde platicamos ayer, estabas diciendo que no veías futuro a la relación. ¿Qué vas a hacer para poder vislumbrar algo a su lado?

-¡Ya pensaré en eso después!

-¡Mentira!... No pensarás en eso. Sé bien en lo que pensarás. Es lo mismo que has estado pensando desde que conociste a Karla. Pensarás en cómo serían las cosas entando con ella en lugar de Fernanda. Y haces bien. Fernanda es sólo una chiquilla que no conoce el mundo en el que tú vives.

-¿Qué dices?... Tu deberías poner un poco de tu parte. Fuiste una buena amiga, y me has ayudado en todo, pero noto que estás distante ahora. ¡Ayúdame a pensar con claridad!... Vamos a poner las cosas sobre la mesa. Primero; tengo veinte años, ella sólo tiene dieciséis, el lógico que no le vea futuro a esto. Segundo; llevamos un año saliendo, hemos vivido muchas cosas juntas, la ayudé a salir del clóset tan rápido que apenas tuvo tiempo de lamentarse por no haberlo hecho antes. Tercero; le quité su tesoro, le arrebaté su inocencia, me confió el hacerlo, ¿me entiendes? ¡Me lo confió, dejó que la llevara por ese camino sin oponer algo!...

-Cuarto; pensabas que la amabas, hasta que viste a Karla. Quinto; Karla tiene tu edad, y si de físicos vamos a platicar, sabes bien que bastante superior a Fernanda, ella sí es una mujer hecha…

-¿Qué voy a hacer, entonces?...

-¿Qué vamos a hacer, entonces?...

Antes de volver a entablar conversación con mi conciencia, Fernanda se movió en la cama. Estiró su desnudo cuerpo y bostezó con la finalidad de despertar de su sueño. Abrió los ojos y me buscó con la mirada por su alcoba hasta que me halló enfrente de su cama. Me dirigió una sonrisa, me vio con sus ojos verdes, recorrió mi cuerpo y se quedó unos instantes viendo mis senos; era algo que siempre le había gustado, quizá porque los de ella aún no estaban totalmente desarrollados; con todo y eso los míos no eran para nada grandes.

-¿Qué haces ahí, Lily?... ¿Ya es tarde?- me preguntó con un tono entre coqueto y perezoso.

-¡No, pequeña! No pasan de las seis.- le contesté casi inconscientemente en un suspiro.

-¡Me acabaste hoy, amor!... ¡Adoro cuando me regalas esos orgasmos tan deliciosos!... ¡Eres una maestra en la cama!- al finalizar su frase volvió a estirarse y no pude evitar clavar la mirada en su entrepierna, la cual ya estaba bien abierta con el movimiento de estiramiento.

-No soy una maestra… ¿Cómo puedes decir eso?... No has estado aún con otras chicas, soy la primera.

-¡Lily, amor!... Mira como estoy…- se llevó su delicada mano izquierda a sus genitales. Deslizó los dedos índice y medio por sus labios vaginales y luego los alzó para que pudiera apreciarlos. Estaban mojados. Los juntó y luego los separó lentamente.-… Estoy empapada, amor. ¿No quieres “limpiarme”, por favor?...

Regularmente, o al menos cuando no estaba rodeada de estos extraños momentos de duda, cada vez que ella terminaba, yo me acercaba a su entrepierna, y con un movimiento, que considero común o normal, de mi boca besaba sensualmente su clítoris, luego bajaba un poco más y recorría toda su humedad con mi lengua. Pero no lo hacía como desesperada o con la intención de volver a prenderla. Lo hacía porque para mí era como un premio. Saboreaba ese viscoso jugo que emanaba a montones desde su pequeñísimo agujero. Lo llamamos al poco tiempo “limpiar”.

-Vale… Te limpio…

Me coloqué en una orilla de la cama y tomando sus piernas, dirigí sus genitales a mi dirección. Levanté sus muslos y los separé con delicadeza. Mojé mis labios con mi lengua y casi de inmediato besé su pequeño botón. Ella dio un saltito y gimió suavemente. Separé los labios de su punto de éxtasis y bajé unos centímetros más. Utilizando mi mano derecha separé aquellos pedacitos de carne que me impedían gozar de su miel. Pasé dos veces mi lengua por aquella zona húmeda y me llevé tanto como pude de aquel líquido. Terminado eso, me levanté de nuevo y caminé por el cuarto en búsqueda de mi ropa. Ella permaneció inmóvil en la cama, sentía como me miraba. Encontré en un montoncito de prendas junto a la ventana mi tanga y mi bra, busqué un poco más y pude hallar mi blusa naranja y mi falda de mezclilla. Primero me puse el bra, y luego la blusa.

-¡Quédate así, amor!... Quiero ver tus piernas y tu vientre. No te pongas tu tanguita, ¿vale?... Así te ves ya muy sexy.- me espetó cuando estaba a punto de levantar la pierna para poner la diminuta prenda.

-Pero, pequeña… No tarda en llegar tu mami, y no quiero, por nada del mundo, que nos vaya a encontrar en una situación incómoda. ¿Recuerdas lo que pasó hace un mes? Mejor nos vestimos de una vez, ¿sale?...

El mes pasado estábamos todavía en el momento de acción, cuando se escuchó la puerta principal. En ese instante nos quedamos mirando una a la otra, y un segundo después me dijo en voz baja; “…es mi mamá”. Saltamos de inmediato de la cama, buscamos como enloquecidas nuestra ropa. Ella se puso la falda de la escuela y un suéter que encontró a la mano. Yo no tuve mejor suerte. Me vestí la blusa y los mallones negros, desgraciadamente estaba demasiado excitada, y no tuve la oportunidad de secarme un poco. A los pocos segundos su madre entró en el cuarto y nosotras fingimos estar viendo la televisión. Cuando la señora se acercó a saludarme, tuve que levantarme del suelo y fue cuando noté que había una mancha en mi prenda, me apené tanto que apenas pude disimular la mortal incomodidad que me invadía. Según Fernanda, su mamá ni cuenta se dio de todo el asunto. Yo no quería volver a correr riesgos.

-¡No te preocupes, Lily!... Esta vez tienes la falda a la mano, ¿no? Si llega mi mamá te la pones rápido y todo quedará como si nada. No te hagas del rogar, amor…

La idea me estaba prendiendo, pero nuevamente mi estado de ánimo terminó por apaciguar todo lo que se pudiera venir al juego.

-¡No, pequeña!... Hoy no vamos a correr riesgos. Tú también debes vestirte.- mientras decía las palabras anteriores, me puse la tanga y me metí como pude la falda.- Pasaré a tu baño, voy a secarme bien y a acomodarme todo.

-¿Lily?

-Dime…

-¡Te amo!... Eres lo mejor que me ha pasado.

-¡Gracias, pequeña!... ¡Pienso lo mismo!

Ella saltó de la cama y se apresuró a cortarme el paso. Me miró fijamente a los ojos y levantó sus brazos con rapidez, los pasó por mis hombros. Cerró sus ojos y me plantó un largo beso en la boca. Jugamos con nuestras lenguas unos instantes. Luego se separó de mí y se dispuso a buscar su ropa.

Cuando llegué al baño, cerré la puerta y me recargué de ella al mismísimo estilo novelesco. Cerré mis ojos y noté que un nudo se me empezaba a formar en la garganta. ¿Qué pasaría conmigo?... Jamás había sentido una preocupación tan grande. Tenía ganas de correr por toda la ciudad y que alguien más arreglara mi problema. Pero eso era absurdo. Me coloqué enfrente del lavamanos y me vi en el espejo. Aquella voz regresó unos momentos.

-¡Lily!... ¿Qué vamos a hacer?...

-No lo sé, amiga… No tengo idea…

CONTINUACIÓN: Liliana (Capítulo 2).