Xalapa Erótica 1: Daniel (Capítulo 1).

¿Cuántas historias nos esconde nuestra amada ciudad?... No estamos hablando de ese tipo de historias. Ésta es una Xalapa Erótica, llena de sorpresas para sus lujuriosos habitantes... Daniel esconde un gran secreto al universo, pronto nos enteraremos de qué se trata...

Xalapa Erótica 1: Daniel (Capítulo 1).

Me mantuve atento, a la espera de ese sonido que indicaba mi libertad. Pero la demora del mismo me comenzaba a mermar los nervios. No lo soportaría ni un segundo más. Para distraerme un poco me puse a hacer los deberes de la escuela. ¡Vaya que tenía mucho que hacer! Quizá lo mejor hubiera sido dejar aquel momento para otro día y dedicarme al cien por ciento a la tarea. Matemáticas, Geografía y Química, las tres con maestros que superaban la rigidez de todos los demás que había conocido hasta el momento. No podía fallar. Los trabajos de aquellas materias eran cortos, pero exigían de mí una disciplina que apenas comenzaba a adoptar.

Me senté en el comedor, saqué los libros y libretas que necesitaba para aquella labor tan poco deseada. Antes de comenzar observé el reloj. ¡Ya eran las cinco de la tarde! Sospeché que mi hermana no saldría ya de la casa. Suspiré con un poco de derrotismo en mi mente. También vi el lado amable al asunto. En un par de meses estaría presentando un examen de admisión para entrar en el bachillerato. Sabía que mi única opción aquí en Xalapa sería el CPX (Colegio Preparatorio de Xalapa). De renombre y de apariencia estricta. Por dentro era algo totalmente diferente. Podías prepararte bastante bien para el siguiente paso en la vida, pero los maestros no pretendían hacerte la vida imposible. Eso era lo que necesitaba. Formación excelente con esfuerzo moderado, nada de exigencias u obligaciones sobrehumanas.

Escogí, primero, Matemáticas. La ciencia de los números era sumisa ante mi intelecto. Me gustaba tomar esa clase. A diferencia de la “gente normal” en el salón, yo me rellenaba de energía cada vez que el maestro comenzaba a explicar cualquier tema. Me concentraba de una forma que resultaba espectacular a los ojos de mis lentos compañeros  de clase. Me costó algunos días de bullying, esa actitud, pero pronto dejaron de molestarme. Sustituyeron los abusos verbales por peticiones amables. “¿Me pasas la tarea?”, “¿puedes explicarme ese tema?”, “¿podemos estar en tu equipo de trabajo”, etc. Yo fui resentido, de forma que ayudaba a quien me lo pedía.

Justo cuando iba a comenzar escuché algunos pasos provenientes del pasillo. Me hice el concentrado y esperé a ver qué sucedía. Un minuto después apareció mi hermana en el comedor.

-¿Qué haces, Dany?- preguntó sin percatarse de todas las cosas de escuela que estaban sobre la mesa. En lugar de quedarse ahí para esperar una respuesta se dirigió a la cocina, tomó un vaso y lo llenó con agua.

-Estoy haciendo tarea, vaya que tengo algo…- le respondí en voz alta para que pudiera escucharme hasta donde estaba. Aunque fue un poco inútil, ya que regresó al comedor tan rápido como terminé de decir la oración.

-¡Bien, eres una hormiguita trabajadora! Qué bueno que estés concentrado, Dany. ¿Necesitas algo de ayuda?

-No te preocupes, estaré bien. Es algo, pero no lo considero excesivo. ¿Vas a salir?

-¡Sí, iré con Jesús! Prometió llevarme a la Feria del Libro Universitario. Quiero comprarme un par de Best Sellers.- una carcajada brotó entre ambos. Sabíamos que la literatura no era el fuerte de ninguno, de forma que no se acostumbraba en casa gastar en libros.- En realidad iremos a ver a uno de sus primos presentar un libro.

-Ya veo, espero que se diviertan.

-Nada de eso. ¿Te puedo contar algo? Estoy aburrida de las salidas con Jesús. Ya no es como al principio. Siento que todo se volvió más físico.

-¿Enserio? ¿Por qué crees eso?- entre mi hermana y yo había secretos, especialmente de mi parte. Pero cuando queríamos desahogarnos podíamos confiar en el otro. Jamás nuestras conversaciones llegaban a nuestros padres o a oídos indeseados.

-No quiero distraerte. Si quieres platicamos de eso después.

-No me quitarás mucho tiempo, puedes platicarme sin preocupaciones.

-No, mejor lo dejamos para la noche. Sigue con tus deberes y yo terminaré de arreglarme.

-Como quieras, Pau… Si me necesitas sabes que cuentas conmigo.

-Vale.

Se volvió a adentrar en el pasillo que contenía las entradas al cuarto de mi mamá, el de Paulina, el de Rodrigo y el mío. Sin mencionar el baño compartido. Era una casa pequeña, pero familiar. Nunca tuvimos problemas, excepto cuando papá nos visitaba. Tres hermanos con mamá eran habitantes suficientes y al mismo tiempo insuficientes para llenar aquel edificio. Escuché que cerró su puerta. Lo que indicaba que esta vez de verdad terminará de arreglarse y se iría. Entre luchas espirituales, intenté concentrarme en mi trabajo. Debía aprovechar hasta el último segundo antes de que ella se fuera. Tenía bien claro lo que significaba estar en casa solo. Sabía que hacer la tarea no era algo que se pudiera llevar a cabo con oportunidades como la que se me presentaba en aquel día.

No sé si pasaron cinco minutos o media hora hasta que Paulina salió finalmente de su recámara. Escuché pasos más persistentes, y supe de inmediato que se había puesto los tacones cafés. Apareció enfrente de mí y me dirigió una sonrisa. Abrió los brazos y me modeló unos segundos.

-¿Qué dices?

-¡Te ves increíble, Pau!... Tú siempre te vistes bien.

De arriba hacia abajo; el cabellos largo y chino lo había esponjado un poco, se maquillo pasivamente sin exageraciones de color, estaba usando unos aretes pequeños con una piedrita de color rojo, se puso una camisa de estilo texano a cuadros, se le podía ver el ombligo, los jeans ajustados remarcaban su abundante trasero, y finalmente las zapatillas cafés que tanto me gustaban. Lo que coronaba a Pau no era el estilo de vestir, era su belleza abrumadora. Su rostro era angelical, aparentaba ser una chica totalmente inocente, su piel bronceada tenía la tonalidad perfecta para cualquier ocasión.

-¡Gracias, Dany!... Tu siempre tan bueno conmigo.- ambos reímos. Momentos después se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Siempre se despedía de esa forma.

-¡Nos vemos, Pau! ¡Que te diviertas!

-¡Lo intentaré, lo intentaré! Vuelvo a las diez…

Tan pronto como se cerró la puerta de entrada principal salté de mi lugar en el comedor. Corrí a toda velocidad hasta mi cuarto. Abrí con brutal desesperación el último cajón del mueble que albergaba mi ropa. Moví todo lo que me estorbó hasta que encontré una bolsa de Liverpool. Todavía tenía la etiqueta de compra bloqueando mi libre acceso. Rompí aquella sin tener cuidado de dejar visible las palabras que especificaban todos los artículos que había adquirido. Lo que me importaba era el contenido, no la envoltura. Tuve dos opciones; sacar artículo por artículo o vaciar por completo la bolsa sobre mi cama. Opté por la segunda. Cuando el montón de cosas se apiñó en el centro del colchón, repasé con la mirada todo. Antes de hacer cualquier cosa, respiré hondo y me dispuse a ordenarlo lentamente. Primero busqué y organicé la ropa interior. Dos pantys, uno de color rojo, y el otro de color blanco; una tanga negra minúscula con unos detalles en los bordes de color rosa; dos tops ajustados o de estilo deportivo que hacían juego con los pantys; unas medias negras que no dejaban transparentar la piel, eran largas hasta la mitad de los muslos; otras de color blanco que tampoco se transparentaban. Sí, la elección me gustó muchísimo. Mientras pasaba mis delicadas manos sobre las mencionadas prendas, en mi mente se formó una imagen de cómo me vería usándolas. Comenzaba a excitarme. No le tomé importancia y continúe mi labor. Después organicé las prendas que se encontraban allí. Una blusa sin escote, con mangas cortas y un decorado en naranja; otra negra del mismo diseño y forma; una camisa como las que mi hermana acostumbraba usar, estilo texano a cuadros rojos y azules; unos jeans ajustados de color negro; una minifalda de mezclilla del mismo color; unos micro shorts naranjas de lycra. La selección me hiso sentir satisfecho. Los ahorros de un año fueron invertidos con sabiduría, y en lugar de gastar en videojuegos o aparatos electrónicos, lo hice en algo que me volvió verdaderamente feliz. Ya sólo faltaba acomodar los accesorios. Un par de aretes pequeños a presión; un collar y una gargantilla de fantasía; un par de sets principiantes de maquillaje; unas botas a media pantorrilla de color negro.

Me quedé inmóvil unos segundos enfrente de todo mi lote. No podía evitar sonreír. Los ojos se me empezaban a llenar de lágrimas. No sé como describir la felicidad que me atacó en aquel momento. Por fin tenía mi propia ropa. Ya no iba a ser necesario entrar al cuarto de mi hermana y probarme sus cosas. Además evitaría volver a caer en aquel accidente que tuve cuando apenas comenzaba en mi vida de travestismo. Lo que sucedió fue lo que a cualquier “amateur” en el tema le pasa. Me puse una tanga de hermana, y desde el momento en que la sentí en mi cuerpo mi excitación me jugó mal. Bastó con ponerla en su lugar, acomodar el hilo entre mis nalgas y subirla un poco más para sentir las convulsiones del orgasmo. Fue tan intenso que no tuve tiempo para reaccionar. De mi pequeño pene comenzaron a salir gotas de semen y terminé por hacer un desastre sobre esa pobre prenda. Lo que hice fue envolverla en papel de baño y tirarla de escondida en el bote de basura. Al paso de los días mi hermana se extrañaba con la misteriosa pérdida de su ropa interior… Eso ya no pasaría jamás.

Dejé de hacer memoria y me concentré en el presente. Lo que estaba a punto de pasar me envolvía de lleno y no me permitía pensar en otras cosas. Al asunto le metí velocidad y dedicación. Cerré la puerta de mi cuarto con seguro. Me desnudé lo más rápido que pude. Encendí mi Ipad y busqué en Youtube videos para aprender a maquillarse. Estudié un par antes de proceder al campo de prácticas. Pero no encontraba el valor para hacerlo, no me sentía lo bastante femenino para proceder. Entonces se me ocurrió otra idea. No hay mejor motivación que la lujuria. Y para conseguirla se me vino a la mente lo más normal del universo; antes de maquillarme me vestiría. Así lo hice. Escogí el panty de color blanco y el top del mismo color. El top pude ponérmelo sin dificultad, pero la ropa interior de abajo me costó. No me refiero a deslizarla por mis largas piernas de color caucásico, si no al momento de ajustarlo a mis curvas. Soy un tipo con cuerpo atlético, y por fortuna a mis cortos quince años no presento un solo vello en mi cuerpo. Mis nalgas son prenunciadas y firmes, se podría decir que un trasero de chica. El verdadero problema de haberme puesto el panty recae directamente en lo único que no pude ser lindo y delicado en mi cuerpo… Mi pene. Ya tenía una erección monumental, y aunque es pequeño, no me dejaba acomodarlo con facilidad. Opté por utilizar la técnica más vista en la pornografía de ese giro; lo coloqué hacia un lado. La presión era fuerte, pero era lo más femenino que lograría.

Con la ropa encima, mis nalgas apretadas y redondas y mis genitales apretados e incómodos, por fin me envalentoné a maquillarme. Quizá me llevó poco más de media hora. Por ser primerizo todo lo hice con extremo cuidado. Me comprometí a aprender rápido viendo los videos que se exhibían en mi Ipad. Cuando terminé caminé hasta el otro lado de cuarto, ahí tenía un espejo de piso donde podría ver el resultado del asunto. Me quedé brutalmente impactado de verme. ¡Era una verdadera chiquilla! De no ser por las estúpidas reglas de la Secundaria, yo me hubiera dejado el cabello largo. Para ser honesto, las pelucas nunca me gustaron, son totalmente impersonales. No perdí ni un segundo más y me vestí la blusa blanca y los jeans negros. ¡Vaya que me había convertido en una niña! Caminé tanto como pude paseando por mi casa. Me sentía dueña absoluta del universo. Me senté aquí y allá, contorneaba mi figura con frecuencia. Me metí a la cocina y tomé un poco de agua. Con las horas, regresé a mi habitación. Volví a ponerme enfrente del espejo y pensé en voz alta.

-Necesitas un nombre, pequeña…

¿Qué nombre daría a mí contra género que amenazaba con absorber por completo mi masculinidad? No sería “Daniela”, eso es de mal gusto. Cambiar la terminación de tu nombre original se me hacía un escape para no pensar más en el asunto. Tampoco podría ser un nombre exageradamente sugestivo. Pronto encontré la palabra perfecta para mí. A partir de ese día, mi nombre se convirtió en “Emma”.

Le di la oportunidad, a Emma, de permanecer a mi lado unos minutos más. Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, tuve que despedirme de ella. Me dolió desprenderme de todo aquello que me había dado horas de verdadera alegría. Pero me prometí que esto se tendría que repetir más seguido. Incluso llegó a mi mente un sueño escandaloso. Antes de que acabara el tercer año me presentaría como Emma con algún chico de la escuela. Y por caprichos del destino, ese sueño pronto se cumpliría.

CONTINUACIÓN: Daniel (Capítulo 2).