X386 (06): contramedidas
María José encuentra la horma de su zapato mientras Cuca se divierte con Rodri y sus amigos nerdys.
- Mira: PutaDueña386. Súper evidente.
- PutaDueña386, transfiere control en uno, dos… Vale, control total.
- Asignar control total a PutaCuca… … …
- ¡Pero Carlos!
- Lo siento, señora.
- No me llames señora, hombre.
- Subiendo fantasía… … …
- No entiendo nada.
- A ver, tía: hemos recuperado el control de tu máquina, y, de paso, nos hemos hecho con el de la suya, pero no queremos que lo sepa, así que hemos instalado una fantasía que hará que crea que sus deseos se siguen cumpliendo.
- ¿Y podemos ver…?
- Claro. Cuando crea que os está manipulando, tendremos acceso a la fantasía, y veremos lo que trata de provocar.
- ¿Y no se va a dar cuenta?
- No, porque ella va a ver siempre escenas automáticas cuando crea observaros, y se transformarán en su fantasía cuando dé órdenes a la máquina virtual que hemos hecho para ella.
A la mañana siguiente, Rodri y cinco de sus compañeros de teleco habían convertido el comedor de casa en una especie de cuartel general. Sentados alrededor de la mesa, cada uno de ellos con su propio portátil, y con el X348 en el centro convertido en una fiesta de luces de colores, tecleaban como locos sin dejar de hablarse. Parecían atacar al sistema desde todas direcciones y, a juzgar por sus sonrisas, la operación se desarrollaba exitosamente. Las chicas estaban en clase, yo andaba por ahí nerviosa perdida, y Maica nos servía taza tras taza de café.
A media mañana, Lucas dio la voz de alarma:
- ¡Atención, que entra!
- Quiere acceso a Cuca.
- ¿Puede hacer eso?
- Ya no, tía.
- Hija de puta…
- Sírvele una escena.
- ¿El súper?
- Venga.
- Proyéctala, vamos a verlo.
El aire pareció temblar y, de repente, nos encontramos en un súper mercado. A diferencia de cuando hacía un uso normal del aparato, no sentía nada diferente. Más bien, era como estar dentro de una película, pero sin verme implicada en ella. La mesa, los chicos y yo ocupábamos una burbuja en el centro. Me resultaba extraño, era como verme a mí misma haciendo mi vida, pero sin participar en ella más que como observadora.
- ¡Mira, mira, mira!
- ¡Qué cabrona!
Había que reconocer que los muchachos habían hecho una escena realista. La zorra aquella debía estar frotándose las manos. Mi alter ego se detuvo de pronto en mitad del pasillo. Parecía nerviosa y asustada. Algunas de las personas que circulaban a su alrededor se giraban para mirarla. Pareció perder el equilibrio y a duras penas consiguió evitar caerse apoyándose en uno de los estantes. Varias cajas de galletas cayeron al suelo llamando la atención de todo el mundo. Un empleado se acercó a ella.
- Señora ¿Está bien?
Parecía aterrorizada. Como sin poder evitarlo, una de sus manos empezó a estrujar una de sus tetas. Me pareció que quizás me las habían puesto demasiado grandes. Se metió la mano bajo el pantalón vaquero. Comenzó a masturbarse a la vista de todos. Se escuchaba toda clase de comentarios.
- ¿Será posible?
- Hay gente para todo.
- Se lo está tocando, la muy puta.
- ¡Pitu, no mires!
- ¡Señora, por favor!
El muchacho trataba de detenerla, y ella le agarraba el paquete. Se había subido el jersey y le enseñaba las tetas por encima del sostén. Estaba como loca. Las mujeres, que se congregaban formando círculo alrededor, la insultaban. Algunos hombres se animaron a magrearle las tetas. Uno de ellos tiraba de sus jeans para bajárselos, dejando al aire su culo grande y duro. Tenía la polla del muchacho en la mano.
- ¡Pero será puta la loca esta!
- ¡Una zorra es lo que es!
- ¡Mírala, pero si se la está meneando!
- ¡Folladme, cabrones!
Cuca, apartando la mirada de la escena, se fijó en su “brigada informática”. Los muchachos observaban la escena con los ojos abiertos como platos, y sus erecciones eran más que evidentes.
- Está bien buena.
- Sebas, joder, que es mi tía.
Me fijé en él. Tenía la polla durísima y, supongo que, sin darse cuenta, se la acariciaba por encima del pantalón agarrándosela muy fuerte y como dando tironcitos. Me causó ternura. Estaba sentado a mi derecha, y alargué la mano para acariciársela yo. Al fin y al cabo, eran mis héroes salvadores.
- Déjale, Rodri, hombre, que no pasa nada.
- Tu verás.
- Proyectar PutaDueña386 sobre la mesa.
- Grabar.
Se materializó una pequeña María José de unos treinta centímetros en el centro. En salto de cama rosa y con unas braguitas a juego, acariciaba su coño de vello negro y se rozaba uno de los pezones con un dedo que humedecía periódicamente con saliva. La muy cabrona estaba disfrutando de mi supuesto ridículo.
- ¡Doña Cuca!
El joven empollón dio un respingo cuando desabroché su bragueta y, sacándole la polla, comencé a masturbarle. Tenía una buena tranca. Aquellos chiquillos estaban muy calientes.
Frente a nosotros, la otra Cuca, arrodillada, mamaba la polla de aquel chaval. Un hombre de mediana edad que también se la había sacado, dejaba que se la meneara al mismo tiempo. A veces, de vez en cuando, dejaba la del chico y se la chupaba un rato. Otro, un señor mayor, arrodillado junto a ella, le metía la mano bajo las bragas y le estrujaba las tetas con la otra.
Yo, de pie, a la espalda de Sebas, le mordisqueaba la oreja al tiempo que subía y bajaba con la mano el pellejito de su polla. A veces, la soltaba y bajaba la mano hasta sus pelotas para agarrarlas y tirar suavemente de ellas. Se había bajado los pantalones hasta las rodillas y tenía un aspecto cómico.
- ¡Qué buena está, doña Cuca!
Carlos, que parecía el más decidido, me había subido la falda hasta la cintura y manoseaba mi culo con más ganas que arte. Me ponían aquella pandilla de empollones torpes y calientes. Me sentía una diosa ante ellos. Poco a poco, se iban acercando. Lucas me magreaba las tetas. Se había puesto a mi lado y me magreaba las tetas muy serio. Se la había sacado y me la metí en la boca.
Mi imagen virtual estaba de pie. Un hombre follaba su culo. Parecía hacerle daño, por que se escuchaban sus gritos ahogados por la polla que follaba su garganta. La trataban mal. Tenía las tetas al aire y se las estrujaban. Daban fuertes palmetazos en su culo. Las mujeres la gritaban puta y la escupían, mientras que los hombres la zarandeaban y peleaban entre ellos por follarla y por meterle sus pollas en la boca. Lloraba a moco tendido.
Mientras tanto, la pequeña María José, sobre la mesa, se masturbaba como una loca. A veces, se daba palmetazos en el coño. Lo tenía enrojecido. Decía a mi avatar que eso era la que me merecía por ser una puta idiota. Su rostro aparecía desfigurado por el placer que le causaba la tortura a que creía estar sometiéndome.
- ¿Puedo, doña Cuca?
- Fóllame, bobo.
Me la clavó y empezó a culearme a lo loco. Resultaba evidente que ninguno de aquellos chavales había tenido nunca nada con una mujer de verdad. Sebas no tardó en correrse. Su polla palpitaba en mi mano y lanzaba al aire una cantidad inusitada de lechita. Lucas hizo lo propio en mi boca. Apenas recordaba el sexo sin aparatos, guiado sólo por mi propia excitación, y aquella pandilla de pollastres calientes me estaba volviendo loca. Me llevaron al sofá y terminaron de desnudarme. Me sentía ahogada en aquel mar de manos que me tocaban hasta el último centímetro de la piel. Tiraban de mis tetas, pellizcaban mis pezones hasta hacerme chillar… Yo misma me senté a horcajadas sobre la polla de Tomi, y Blas me la clavó en el culo. Los demás mantenían sus pollas duras, y me volvían loca metiéndomelas en la boca y poniéndolas en mis manos. El propio Rodri, mi sobrino, participaba en el juego. Me hacían correrme como una colegiala en celo. Los animaba a follarme, y redoblaban sus esfuerzos. Parecían inagotables. Llegué a tener al mismo tiempo dos pollas en el coño. Ni sabía quien me estaba follando. Mi coño y mi culo chorreaban lechita, me salpicaba lechita por la cara, por las tetas. Culeaba como una desesperada de orgasmo en orgasmo. En la fantasía, la otra Cuca yacía en el suelo como desmayada, cubierta de esperma. Una miríada de hombres todavía se turnaba por follarla, y ella se dejaba hacer sin resistirse ni ayudar. Su cuerpo se bamboleaba a los golpes secos de sus pollas como si estuviera muerta. María José se corría chillando “¡Puta!, ¡Zorra!
Al cabo de una hora, yo misma, apenas tenía fuerzas para moverme, y los muchachos parecían acabar de empezar. Se turnaban para follarme y mi cuerpo se balanceaba sólo con el impulso de sus pollazos. Follaban mi coño, mi culo y mi cara indistintamente, a menudo al mismo tiempo, y me causaban orgasmos sin fuerza ni para gritar, uno tras otro, como ondas que subían y bajaban. Se corrían en mí y sobre mí, salpicándome en la cara, en el vientre, en las tetas, llenándome el coño, el culo, la boca… Tragaba leche como una muñeca rota, sin apenas moverme, corriéndome en silencio, presa de un temblor incontenible.
- Ha sido muy amable, doña Cuca.
- Y es usted muy guapa.
- Gracias.
Casi sin fuerzas ni para sonreír, me hicieron gracia aquellos muchachos tan educados que me agradecían haberles dejado follarme mientras se abrochaban los pantalones para volver a sentarse ante sus portátiles y seguir tecleando.
- ¿Qué es TVCableBloqueII?
- Es el canal de televisión del bloque.
- ¿Se ve en todas las casas?
- Sí.
- Mmmmmm…
- ¿Qué estás pensando?
- Arranque TV sistema emergencia TVCableBloqueII; Ejecuta video 1 TVCableBloqueII; Joker rutina burla.
- Pero…
- Que se lo hubiera pensado antes.
De repente, la televisión se encendió sola y en la pantalla pudo verse la imagen de María José en su cama, con su salto rosa, sin bragas, masturbándose frenéticamente y chillando con los ojos muy abiertos, como una loca:
- ¿No era eso lo que querías, zorra? ¡Pues toma polla! ¡Hártate de polla! ¿Te duele el culo? ¡Traga leche, puta, que alivia mucho! Asíiiii… Puta… Asíiiii…
Culeaba como enloquecida, y se clavaba los dedos en el coño chillando. Durante quince minutos eternos, todos los televisores del edificio pudieron verla corriéndose, dándose palmetazos en el coño empapado, temblando con el rostro descompuesto… Un Jocker, de pie frente a ella, se reía y repetía sin parar “Game over… Game over… Game over…”.
- ¡Pero chicos! ¿Qué habéis hecho?
Me miraron avergonzados, como si se dieran cuenta de repente al escucharme de la trascendencia de sus actos. Sentí ternura hacia su inocencia. Ya estaba hecho, y no tenía ganas de regañarlos. Lo que fuera, ya tendría su momento.
- ¿A quien le apetece un baño en el jakuzzi?