X348 (05): real world?
María José sigue utilizando su extraordinario poder para poner en aprietos a la familia de Cuca. En este ocasión, será Carlita la víctima de su venganza.
Carla volvía a casa en el cercanías de Alcalá. Era tarde. Su grupo de estudio se había entretenido terminando un trabajo en la biblioteca de la Facultad hasta que los echaron de allí para cerrar. En el vagón, un grupo de cuatro chicos con muy mala pinta de pie frente a ella, y una mujer madura de aspecto cansado en el extremo opuesto. Se colocó los cascos para tratar de aislarse y, segundos después, a través de ellos, escuchó un click.
Sintió un ardor repentino, una de aquellas sensaciones tan reales que provocaba el X348. Trató de resistirse murmurando la orden:
- Cancelar.
- Acción bloqueada por el administrador Dueña.
- ¡Joder! ¡Cancelar!
- Acción bloqueada por el administrador Dueña.
Sintió pánico. La escena, contra lo que era habitual, no cambiaba. Era tan sólo aquel impulso contra el que trataba inútilmente de rebelarse.
Cuca, recostada en el sofá escuchando música, oyó el mismo chasquido casi inapreciable. Sintió aquella impresión de recomponerse el mundo alrededor que provocaba la máquina, y se encontró sentada en el metro. Frente a ella, su sobrina abría y cerraba las piernas en el asiento de enfrente. Parecía asustada y confusa. Un grupo de cuatro muchachos amacarrados se daban codazos y la señalaban. El ruido la impedía escuchar sus comentarios, que imaginó procaces a juzgar por sus gestos.
- Parece que la zanahoria está cachonda.
María José se había materializado a su lado vestida de amazona, como por la mañana. Sonreía señalándola con el dedo. La pobre muchacha había abierto las piernas incapaz de resistirse, y comenzaba a acariciarse con lágrimas en los ojos. Los comentarios de los chavales sonaban más alto. Parecían animarse unos a otros.
- ¿Qué te pasa, bonita? ¿Tienes el chochito caliente?
- Si quieres yo te ayudo, guapa.
- ¿Lo tienes mojadito?
- No… ¡Déjame! Por… por favor… ¡No! ¡Tía Cuca…! ¡Por favoooor!
El más gallito se había sentado a su lado y le tocaba las tetillas. Carla apenas pudo mover el hombro para tratar de resistirse. No podía apartar la mano de su chochito. Se había subido la falda y el movimiento de su mano bajo la braguita de algodón resultaba indisimulable.
Cuca se lanzó sobre ellos tratando de defenderla. Sus manos los atravesaban. Sencillamente, desaparecían al tratar de tocarlos. La pobrecita estaba rodeada. Otro de los muchachos desabrochaba su blusa.
- No seas idiota, tú no estás allí.
- ¡Para esto! ¡Hija de puta!
- No entiendes nada, cariño. Esto no se puede parar, no es una fantasía. No creo que esos muchachos fueran a pararse ahora aunque a tu putita se le pasara el calentón.
- ¿Pero es…?
- Claro que es real. La pobre ha tenido un calentón incontenible en el momento menos oportuno. Como tú…
- Hija de puta…
Sintió que se mojaba. Comprendió que era incapaz de controlar su deseo. Uno de los muchachos, agarrándola por el pelo, obligaba a Carla a meterse su polla en la boca. Otros dos la manoseaban. Habían bajado sus braguitas hasta las rodillas y le metían los dedos en el chochito de vello anaranjado; le chuparan los pezoncillos sonrosados. Ella gemía negándose todavía, resistiéndose tan sólo de palabra mientras su culito empezaba a moverse adelante y atrás de una manera cada vez más evidente. La mujer al otro lado del vagón contemplaba la escena con un gesto de desaprobación.
- Hija… de… puta…
- Ya… Pero sincera, por que te lo advertí ¿No?
- …
- Además ¿De qué te quejas? No parece disgustarte demasiado.
Cuca se dio cuenta de que estaba acariciándose. Había vuelto a su asiento y acariciaba su coño contemplando cómo los muchachos trataban a su sobrina cada vez con menos delicadeza. La pobre Carla, a cuatro patas sobre el asiento, le mamaba la polla a aquel hijo de puta mientras que otro, por detrás, follaba con dos dedos su chochito sonrosado haciéndola gemir. Uno más, de pie junto a ellos, había cogido su mano conduciéndola hasta su polla, y la chiquilla se la meneaba. Estaba fuera de sí.
- ¿Te vas a correr viéndola, zorra?
- Ca… bro… na…
- ¡Deja de tocarte, puta! ¿No te da vergüenza?
Había descargado un fustazo sobre su mano obligándola a apartarla y, acto seguido, otro en su coño empapado, que restalló causándola un dolor intenso. Trató de cubrirse, y recibió dos más, muy rápidos, sobre cada uno de sus pezones. La tela liviana del camisón apenas podía protegerla. Comenzó a sollozar. No podía dejar de masturbarse.
- Están violando a tu sobrinita, zorra, y tú metiéndote los dedos en el coño ¿Qué pensaría tu hermana?
- Hija… de puta…
La habían puesto de pie y uno de los muchachos la follaba por detrás. Inclinada, su cuerpecillo menudo se sacudía a los golpes rápidos que le propinaba. Los demás se peleaban para follarle la boca. Ella agarraba las pollas de los otros dos como si temiera caerse. Manoseaban sus tetillas, le metían dedos en el culito. Gimoteaba y jadeaba. Babeaba tragándose sus pollas hasta la garganta.
- Bueno, no parece que la disguste… Ha salido puta, como su tía.
Cuca se masturbaba frenéticamente. Dos de los chavales habían cogido en volandas a su sobrina y la habían sentado sobre la polla de otro, que se la había clavado en el culito haciéndola chillar desesperadamente. El tipo culeaba como un animal rompiéndoselo, mientras otro de ellos, arrodillándose frente a ella, se la clavaba el coñito. La follaban como animales. Los otros dos llevaban su boca a las suyas agarrándola del pelo. Uno de ellos se había corrido en su cara, y gruesos goterones de esperma chorreaban sobre sus tetillas ensuciando su blusa. El otro se le metió hasta la garganta sujetándola con fuerza. Cuando comenzó a manar esperma por su nariz, tenía el rostro azulado y los ojos en blanco.
- ¡Joder! La están dando bien. Casi me da penita.
Cuca se corría frotándose el coño y clavándose los dedos como si quisiera desgarrarlo. Sentía los vergajazos de la fusta de María José, que se reía a carcajadas observándola, y ni siquiera aquello podía contenerla. Se corría una y otra vez. Se corría viendo cómo el culito de Carla rezumaba leche cuando uno de ellos se la sacaba para dejar lugar a otro; se corría viéndola casi ahogarse con un rabo en la garganta y rezumando lechita por la nariz; se corría escuchando a la mujer del otro extremo del vagón gritarla “puta”, y “cerda”; se corría al sentir un fustazo en los pezones, en los muslos, en el coño….
La escena se desdibujó de repente cuando los muchachos se bajaron en la siguiente parada. Carla, como desmallada, rezumaba esperma por todos sus agujeritos. Dos vigilantes del metro trataban de reanimarla. Tenía la ropa rota y marcas rojizas de dedos en la piel de sus tetitas pálidas, de su culito…
Se encontró en el salón de su casa, con los muslos muy abiertos, los dedos en el coño, y una repentina sensación de abatimiento. La excitación había desaparecido por completo, sólo le quedaba la vergüenza y el desaliento, una vergüenza intensa, devastadora.
Frente a ella, la imagen todavía perfectamente definida de María José, impecablemente vestida y sonriendo, seguía hablándola. Pronunciaba nítida y claramente, casi silabeando.
- Te dije que te habías equivocado, idiota. Tú no sabes con quién te has metido, pero yo te lo voy a explicar ¿Has visto a tu zanahoria? Pues esto es solo el principio. Ni te imaginas lo que vas a tener que vivir.
- Carla… Mi sobrina…
- ¡Bah! No te preocupes ¿No has visto a los guardias? Ya te la traerán cuando la miren en el hospital. Buena jaca la putilla. Parece mentira, tan menudita y con esa carita de ángel.
- Hija… de puta…
- Bueno, cielo, ya me marcho, que tengo cosas que hacer. Tú córrete un par de veces más, anda, así se te hará la espera más corta.
La vio perderse en el pasillo mientras, con lágrimas en los ojos, volvía a acariciar su clítoris y sentir aquella vibración incontrolable. La odiaba con todas sus fuerzas. Quería matarla. Quería… Gimió con los ojos en blanco y el rostro contraído en una mueca absurda de placer.
Media hora después, logró vencer su agotamiento para ir al aseo a lavarse la cara. Estaba exhausta y desolada. Se sentía avergonzada hasta el autodesprecio. No podía dejar de llorar. Al pasar frente al dormitorio de las chicas, escuchó un ruido. Abrió la puerta para comprobar qué era. Clara estaba allí, caída en el suelo, con el short en los tobillos, una marcada expresión de desconcierto y la mano entre los muslos cerrados, como protegiendo su chochito sonrosado.
- Tía… No sé… No sé qué me ha pasado… Ha sido…
En sus oídos resonó la risa de María José. Su voz resonaba en su cerebro: “Pero podía haber sido cierto, idiota… Cualquier día será cierto…”.
Se dejó caer en el suelo. Lloraron abrazadas, incapaces de articular una frase coherente, tratando de contarse lo que habían vivido, sintiéndose desnudas e impotentes.
- Vamos a darnos un baño en el jakuzzi, cariño. Tengo un aceite de flores…