X348 (04): revenge

Aparece María José en cuerpo y carne mortal, y no es lo que parecía (o quizás sí)

Cualquiera podrá imaginar que, tras aquello, la vida en mi casa se había convertido en poco menos que una orgía permanente. Rodri y las chicas, con ese vigor de la juventud de que gozaban, se encargaran de que, en cualquier momento, cualquiera pudiera encontrarse con cualquier cosa, y a menudo, sobre todo por las noches, las actividades eran comunitarias, de manera que me encontraba atendida como no lo había estado nunca, y ello, aunque pueda parecer increíble para quien no haya vivido en un ambiente así, lejos de dejarla a una satisfecha, parecía provocar una suerte de “tolerancia”, de manera que, cuanto más follaba, más me apetecía follar y más a menudo, aunque algunas veces, algunas partes de mi cuerpo se encontraban resentidas. Inventábamos toda clase de juegos y gozábamos de un ambiente delicioso.

Por las mañanas, mientras los chicos estaban en sus facultades, aprovechaba para descansar: leía en el sofá o en la terraza, según el tiempo que hiciera, cocinaba mientras Maica, la muchacha, limpiaba la casa y lavaba y planchaba la ropa, salía de compras… Me venía bien para reponerme, porque las tardes y las noches, como comentaba antes, eran muy exigentes.

Debían haber pasado siete u ocho días desde la primera experiencia real con los chicos, y estaba tirada en el sofá leyendo, cómoda, con un pijama corto muy liviano y una bata preciosa de seda floreada en rojo y verde muy oscuros, cuando sonó el timbre.

-          Señora, es doña María José, la vecina de arriba, que quiere hablar con usted.

-          Pues dile que pase, cielo, claro.

Me quedé un poco sorprendida, porque no teníamos relación más allá del trato cortés entre vecinos y era poco sociable, pero fantaseaba con ella y mi X348, así que la idea de tenerla frente a frente me causó una cierta excitación, que se convirtió en calentura cuando apareció vestida de amazona, con un bolso cuadrado precioso de Vuitton que parecía un portafolio, en cuya parte superior se veía una fusta cruzada.

-          Hola, Cuca, perdona que me presente así. Iba a montar y me he acordado de un asunto que quiero tratar contigo hace días.

-          No te preocupes, mujer. Si te estoy recibiendo vestida de andar por casa… Bueno, ¿Y qué es ese asunto?

-          Pues es que creo que no debes saber muy bien cómo funciona el X348, y has cometido algunos errores que vas a pagar muy caros.

-          ¿Cómo?

Se había puesto de pie y tenía la fusta en la mano. Caminaba en círculos alrededor del sofá mirándome con expresión airada mientras me explicaba muy despacio, con aquella pronunciación suya perfectamente neutra, elegantísima.

-          Verás: yo comparto mi personaje, como has podido ver. Es una cosa muy común. Lo hace mucha gente, y a nadie la extraña.

Sentí que el corazón se me aceleraba. Su actitud resultaba desconcertante. Se dirigía a mí con una altivez y un desprecio que, por extraño que pueda parecer, además de preocuparme, me causaba un puntito de excitación.

-          Lo que no es tan normal es tener tan mal configurado el aparato que compartas las sesiones, no sé si me entiendes.

-          ¿Las sesiones?

-          Sí, cariño, todas y cada una de las sesiones que has tenido con tu juguete, cada polvo, cada situación, cada personaje…

-          Todas…

Me quedé helada al darme cuenta de que la cabrona aquella había podido acceder a las sesiones que había tenido con ella y, lo que era peor, las que había experimentado con Julia y los gemelos. Me invadió tal vértigo que tuve que cogerme las manos para no evidenciar su temblor. Me ahogaba de angustia.

-          Sí… Y he podido ver que, además de ser una zorra incestuosa (que ya hablaremos de eso), has utilizado mi avatar en tareas que, por decirlo suave, no se corresponden bien con mi personalidad, así que he decidido venir a verte para explicarte con claridad el respeto que exijo a las zorras como tú.

-          Pero… Pero ¿tú qué te has creído?

Se había detenido frente a mí, y su última frase la había pronunciado apoyando la fusta en mi mejilla y con un tono de desprecio que me hizo sentir verdaderamente ofendida.

-          Pues mira, puta idiota, me he creído que tengo grabadas sesiones donde te follas a tu hija, que creo que es menor de edad, y también las grabaciones simultáneas de tu hija, lo que no deja lugar a dudas; me he creído que también tengo otras donde, junto con la puta de tu hija, te follas a la zorrita de tu sobrina, la zanahoria, y te dejas dar por culo por su hermanito mientras le sobas el chochito; y me he creído que, como no creo que quieras que eso llegue a la palurda de tu hermanita, ni mucho menos que el mundo entero pueda comprarlo en internet, vas a hacer lo que me dé la real gana, empezando por quitarte el short del pijama y las bragas para que pueda verte el coño.

Obedecí temblando. Levantando el culo, me quité al mismo tiempo ambas prendas. Tenía ganas de llorar y se me habían nublado los ojos. De repente, mi vida parecía deshacérseme entre los dedos, y no se me ocurrió nada que no fuera obedecerla. Apenas balbuceaba.

-          Por favor, María José…

-          Por favor, por favor, por favor… ¡Bah!

-          Yo… haré lo que quieras… Por favor…

-          Claro que harás lo que quiera, zorra… ¡Oye, pero si estás mojada!

-          …

-          Vaya con Cuquita…

-          ¡Ay!

Me avergonzó que se diera cuenta. Me descargo un vergajazo en la cara interna del muslo que me dejó una huella enrojecida, haciéndome muchísimo daño. Tenía la respiración agitada y una violenta sensación de ansiedad.

-          Anda, quítate el resto de la ropa y ayúdame a desnudarme. Vamos a ver si eres tan tremenda como te crees.

-          …

-          ¿Qué se dice?

-          Sí…

-          Sí, señora, cielo, no me hagas enfadar, que no te conviene.

-          Sí, señora.

Me obligó a hacerlo despacio. Incluso me gané un nuevo vergajazo en el culo cuando dejé su blusa encima del sofá.

-          Deja mi ropa bien colocada en la silla, idiota. No querrás que salga de aquí lena de arrugas.

Fui desnudándola poco a poco, colocando la blusa en el respaldo de la silla con un cuidado mimoso, doblando los pantalones sobre el asiento y bragas y sostén sobre ellos. Dejé las botas delante, perfectamente alineadas. Mientras lo hacía, e iba descubriendo su cuerpo poco a poco, notaba que mi excitación iba en aumento. Contribuía a ello su cuerpazo maduro, precioso, cuya materialidad superaba con mucho a la imagen virtual proyectada en el cerebro. Comprendí que la humillación, aquella autoridad que ejercía sobre mí abusando de su ventaja, contribuía a calentarme más. Me sentía desconcertada.

-          Te pone cachonda ¿Verdad?

-          Sí…

-          ¿Sí?

-          Sí… señora.

-          No es raro. No eres la primera putilla que me encuentro así. Os hacéis las ofendidas y, a la primera de cambio, sois unas perras sumisas que os morís por que os den lo que os merecéis. Bueno, cállate y deja que te vea.

Comenzó a girar a mi alrededor. Me palpaba como si fuera una yegua. Sopesó mis tetas con una expresión satisfecha; pellizcó con fuerza mis pezones, que ya estaban duros y sensibles, hasta hacer que me quejara; palmeo mi culo varias veces, como si comprobara su firmeza; me metió dos dedos en el coño, como si comprobara lo mojada que estaba, y, a continuación, me los puso en la boca. Los lamí sin esperar a que me lo mandara.

-          Estás un poco gorda ¿No?

-          Un poco…, señora.

-          Bien, no importa. Me gusta. Es curioso ver cómo se te mueve la carne cuando tiemblas ¿Tienes miedo?

-          Sí… señora

-          Bien… Conéctate a la máquina.

Obedecí sin pensar. No sabía cual era su intención, pero obedecí. Me sentía extrañamente caliente. Aquella cabrona me trataba como a una criada, o una esclava más bien: me daba vergajazos en el culo cuando no se sentía satisfecha con mi actitud, me toqueteaba como si fuera una yegua en el mercado, y yo la obedecía.

-          Autorízame a conectarme.

-          Sí… Ya…

-          ¿La clave de administrador?

-          Pero…

-          La clave, idiota.

-          Puta386

-          ¡Qué graciosa!

Me hizo llevar el aparato hasta el salón y, una vez allí, comenzó a manipularlo con muchísima soltura. Pulsando en dos discretos botones que yo no había descubierto, desplegó una pequeña pantalla y un teclado, también de escuetas dimensiones, sobre el que tecleaba muy deprisa. Cuando hubo hecho lo que quisiera que fuera que hiciera, los volvió a ocultar y empezó a hablar con él.

-          386X identifica administrador: Dueña.

-          Administrados “Dueña” identificado.

-          Otorga control total.

-          Introduzca usuario y clave.

-          Dueña Puta386

-          Asignado control total Dueña.

-          Lectura de clave privada.

-          Identificando clave privada.

-          A ver, tú, puta, dime tu móvil.

-          ¿Mi… mi móvil?

-          ¿Estás sorda?

-          647 85 49 62

-          Vincula móvil 647 95 49 62

-          Móvil vinculado.

-          Si la gente supiera lo fácil que es hackearlos…

Me obligó a proporcionarle los teléfonos de los chicos y repitió los mismos comandos, que la máquina aceptaba uno tras otro. Mientras los buscaba en el mío, sentí un estremecimiento. Sin comprender exactamente por qué, sabía que aquello no podía ser bueno. En su mirada, despectiva como siempre, percibía una decisión de acero. Aquella mujer tenía un no sé qué que daba miedo, y que, al mismo tiempo, me causaba una terrible excitación.

-          Instala app en móviles vinculados.

-          Instalando…. … … Rutina completada.

-          Dueña control total app todos los usuarios.

-          Control total asignado usuario 1… Usuario 2… Usuario 3… Usuario 4… Completado.

-          Bloquear Adm.

-          Administrador bloqueado. Control total asignado y bloqueado.

-          ¿Sabes, puta?

-          …

-          Voy a convertir tu vida en un infierno.

Tras ordenarme sentarme, se vistió ante mí parsimoniosamente, repasando cada prenda hasta encontrarse perfecta. Yo, semidesnuda en el sofá, me sentía avergonzada. Experimentaba una radical conciencia de mi desnudez y una sensación de indefensión desoladora.

-          ¿No vas a invitarme a un café?

-          Yo…

-          ¿No está claro, idiota?

Sonrojada hasta los tuétanos, hice sonar la campanilla. Maica acudió a los pocos segundos. Se quedó paralizada ante la puerta sin atreverse a mirarme. Hice de tripas corazón.

-          Sírvenos unos cafés, por favor.

-          Co… como mande la señora…

María José sonreía divertida mirándome fijamente a los ojos. Había un brillo perverso en su mirada.

-          Iniciando rutina 1 usuario 1.

De repente, experimenté un ardor insoportable, una excitación incontenible que me hacía jadear como si me faltara el aire. Mi coño, que ya estaba previamente humedecido, comenzó literalmente a chorrear. Incapaz de contenerme, como si mi cuerpo obedeciera a una voluntad superior a la mía, comencé a acariciarme. La caricia de mis dedos me proporcionaba un placer desconocido, alimentando aquella ansia que no parecía mía.

-          Por… por favor… No me hagas… esto…

-          Rutina 1, nivel 2.

-          Por… favoooooor…

Cuando Maica regresó con la bandeja de porcelana blanca y el servicio de café, me clavaba los dedos en el coño muy abierta de piernas y jadeaba como una perra en celo. La pobre muchacha, desconcertada, dejó la bandeja en la mesita auxiliar y sirvió los cafés procurando una normalidad que el temblor de sus manos desmentía.

-          ¡Oh, cariño! ¿No has traído una taza para ti? Anda, tráela y acompáñanos.

Se dirigió a ella con total normalidad, como si yo no estuviera corriéndome como una zorra delante de sus ojos, y la pobrecita obedeció. La invitó a sentarse a mi lado. No podía detenerme. Sentía una vergüenza intensa, devastadora, y, pese a ello, me retorcía de placer follándome con los dedos.

-          Rutina 1, nivel 5.

-          ¡No…! ¡Por… favor…!

-          ¡Cállate, puta!

-          ¡Señora! ¡Señoraaa!

Me abalancé sobre ella. La pobrecita chillaba sin atreverse a defenderse de mí. Me abalancé sobre ella presa de una calentura salvaje que mi voluntad era incapaz de contener. Comencé a magrear sus tetas, a meter la mano bajo su falda para sobar su chochito de vello jasco. Aquella belleza negra dominicana debía tener veinte años. En algún rincón de mi cerebro, la parte consciente de mí misma, horrorizada, intentaba sin éxito detenerme, y mientras, mis manos se colaban bajo sus bragas y mis dedos escarbaban entre los labios oscuros. Lloriqueaba, y sus lágrimas parecían estimular más aquel deseo malsano. Me sentía horrorizada.

-          Por favor, señora, por favor… No haga… no haga eso… por favor…

Trató de oponerse débilmente y la abofeteé. Pese a la intensa vergüenza que sentía, nada podía detenerme. Lloraba a moco tendido, indefensa y asustada, cuando me arrodillé entre sus muslos de ébano, cuando le rompí las bragas para comerme aquel chochito sonrosado que brillaba como una joya en el centro de su piel oscura. La follaba con los dedos, y comenzó a gemir. Su voz seguía suplicándome que la dejara, pero mis manos ya no tenían que hacer fuerza para sujetar sus muslos abiertos. Restregaba mi cara en su chochito empapado, y la notaba culear.

-          Por… favor… ¡Ahhhhhh…!

-          ¿Vaya! Parece que a la putilla negra le gusta que le coman el chochito. Rutina 1, nivel 7.

Aquel descontrol en que me encontraba adquirió de repente las dimensiones de una locura. Follaba su coñito con rabia, clavándole los dedos con fuerza, haciéndole daño. A veces, los sacaba y lo palmeaba con fuerza, casi con rabia, y la escuchaba chillar como una cerda. Seguía culeando. Se había subido la camiseta y se pellizcaba los pezones negros, tiraba de ellos como si quisiera arrancárselos. María José, impasible, hacía chascar su fusta en mis nalgas, a veces en mi coño empapado, arrancándome gritos de dolor que debían resonar en el chochito inflamado de la pobre Maica, que lloraba, chillaba, y se corría, todo al mismo tiempo, culeando en mi cara como una loca. Fustigó uno de sus pezones. Se desesperaba intentando debatirse, como si realmente quisiera detener aquella sucesión de orgasmos que padecía, que la agotaban y acerca de los cuales tenía la evidente percepción de era malo, que no debía ser, sin que pudiera hacer nada por contenerlos.

-          Bueno, querida, no puedo perder más tiempo con tus zorrerías. Ya sabrás de mí.

-          …

-          Desactivar.

Aquello ya no podía detenerse. Ni siquiera cuando se apagó la máquina, dejé de lamer el chochito oscuro de Maica, que se agarraba con fuerza a mi pelo temblando, sacudiéndose como una posesa. Me frotaba el mío con las manos. Me clavaba los dedos corriéndome, succionando su clítoris, como enloquecida.

Cuando regresó Rodri, nos encontró rendidas: yo caída en el suelo, todavía víctima de convulsiones que contraían mi cuerpo en espasmos como residuos de aquella sucesión interminable de orgasmos; Maica temblorosa, casi desmayada en el sofá, muy abierta de piernas, con el chochito abierto, mojado y enrojecido. Sin desnudarse siquiera, tan sólo se desabrochó la bragueta, sacó su polla, y, arrodillándose ante ella, comenzó a follarla.

-          No… por favor… Por fav… vooooooooor…

Lloriqueaba sin dejar de mover aquel culito redondeado y prominente. Mi sobrino pellizcaba sus pezones, y ella lloraba corriéndose una vez más, exhausta, y su cuerpo delgado se sacudía como roto.

-          ¿Le preparo el baño, señora?

Maica, tratando de recomponer su camiseta roja rota, como pretendiendo recuperar la dignidad en una normalidad imposible, me ayudaba a levantarme. Parecía querer negar lo que había sucedido, actuar como si no. Un reguerillo de esperma le corría por el muslo hasta por debajo de la falda. Se movía torpemente, como si le costara mantener el equilibrio.

-          Sí, cariño, por favor… Y luego… tómate la tarde libre ¿Quieres?