X348 (03): Materia

La familia crece y las cosas tienden a materializarse. Feliz cuarentena, cochinitos :-*

Por aquellos días, llegaron mis sobrinos, Carla y Rodri. Había acordado con mi hermana Marta que se quedarían en casa durante el tiempo que duraran sus carreras. La pobre siempre andaba con apuros económicos, así que hablé con ella muy en serio y acordamos que me haría cargo de sus matrículas y sus gastos, y que se quedarían con nosotras. Me costó conseguir que aceptara. Tuve que ponerme muy seria y decirle que no era lógico que los chicos se quedaran sin estudiar cuando a mí no me suponía un gran sacrificio hacerme cargo. Finalmente, creo que se sintió aliviada, y nuestra relación se consolidó, a pesar de la distancia.

En cualquier caso, su llegada me incomodó un poco. No es que me molestaran: eran una pareja de gemelos de diecisiete años encantadores, pelirrojos y pecosos, saladísimos, que tenían esa naturalidad de chicos de pueblo de mi infancia que era una delicia. Tan sólo me perturbaba un poco la idea de que pudieran interrumpir aquella exploración de mi sexualidad en que me encontraba inmersa.

Disfrutaba de aquello de una manera intensa, como si cada día fuera un descubrimiento, y mi nueva relación con Julia, por anómala que pudiera haber parecido desde fuera, me había abierto a un abanico de experiencias que me permitían materializar lo que, sin ella, no hubieran dejado de ser simples sesiones masturbatorias con mucho apoyo tecnológico.

Con ella conectaron al instante. Aunque no habían mantenido una relación muy estrecha, se conocían desde críos, y tenían la misma edad, así que parecieron formar una pandilla al instante. A las pocas horas de estar en casa, casi sin tiempo más que para instalarse, era como si llevaran toda la vida juntos. A mi hija le divertía su acento gallego, y ellos la miraban con un cierto aire de fascinación, como si haberse criado en Madrid la convirtiera a sus ojos en una mujer de mundo.

Y yo me quedé un poco más sola, excluida de su relación, como era natural, y un poco abandonada por mi hija justo en el momento en que avanzábamos en la “materialización” de aquellas experiencias virtuales que habían cambiado mi perspectiva en algunas materias cruciales de la vida a las que, hasta entonces, no había prestado la atención que se merecían.

Naturalmente, seguía jugando con mi 348X, torturando a María José y probando toda clase de experiencias cada vez más fuertes, pero, pese a que conseguía tremendos orgasmos, eran menos satisfactorios que cuando se producía aquella interacción entre nosotras que dotaba a la experiencia de un toque de realidad que superaba con mucho a la mera experiencia digital.

Debían haber transcurrido ocho o diez días desde su llegada cuando, una mañana en que Rodri se había ido a la facultad a solucionar no sé qué problema que había surgido con su matrícula, escuché unos gemidos tras la puerta del cuarto de las chicas que me pusieron en alerta. No es que las espiara, quiero aclararlo, o no exactamente al menos, porque sí es cierto que sentía curiosidad y quizás aguzara más el oído que lo normal, pero el caso es que las escuché y no pude resistirme. Sabía que no podían verme si estaban sumidas en una fantasía.

Entreabrí la puerta y me asomé sintiéndome al mismo tiempo avergonzada por lo que sabía que era una intromisión en su intimidad, y excitada o, más bien, caliente como una perra. La simple idea de que estarían jugando juntas con la máquina bastaba para causarme ese efecto. La escena tenía un aire irreal. Nunca me lo había planteado, y entonces comprendí que, mientras lo usábamos, nuestros cuerpos reproducían los movimientos de la fantasía. Julia, a cuatro patas, parecía cabalgar a alguien mientras que movía la cabeza con la boca muy abierta como si se estuviera tragando una polla enorme. De cuando en cuando, emitía un gritito y se llevaba la mano al culito. Parecía que estaba follándose a tres tíos.

Carla, por su parte, permanecía tumbada boca arriba, muy abierta de piernas y moviendo la pelvis arriba y abajo. Cada una de sus manos parecía menear una polla más. Me quedé fascinada con su cuerpecillo, que no había visto desnudo hasta entonces: debía tomar el sol con bañador, y las partes que quedaban expuestas estaban cubiertas de pecas, mientras que el resto mostraba una piel blanca, casi sonrosada, preciosa, como de terciopelo. Su cuerpo menudo era redondeado, de caderas anchas, con una tripita no demasiado abultada, y unas tetillas preciosas, redondas como manzanas, de pezones ampliamente areolados de un color sonrosado, muy pálido, que apenas destacaba sobre su piel nívea. Los tenía duros, y la areola aparecía cubierta de granitos. Una maraña de delicadas venillas apenas azuladas parecía transparentarse bajo la piel. Su coñito, sonrosado, de vello naranja, estaba mojado y muy abierto, con los labios inflamados y el clítoris pequeñito, pero evidentemente expuesto, se veía con claridad, duro y brillante.

Pensé en marcharme. Una voz en mi interior me decía que aquello no estaba bien, que era una indecencia. Pensé en marcharme, pero no lo hice. En su lugar, me acerqué a ella diciéndome que sólo quería verla más de cerca. Su rostro, con los ojos cerrados, mostraba una expresión de placer deliciosa, y gemía como una gatita. Podía escucharla:

-          Así… cómemelo… así… asíiiiiiii…

Me dije que sólo quería tocarlo, comprobar si estaba tan húmeda como parecía, y me encontré con dos dedos follándola. Resbalaban en ella. Me arrodillé y presioné levemente con el pulgar su clítoris, que resbaló bajo él. Dio un chillido mimoso.

-          Síiiiiii… síiiiiiii… No pareeeeees…

Era perfectamente consciente de que no me lo decía a mí, pero no pude contenerme. Sentía latirme la sangre en las sienes, latirme deprisa, muy deprisa; me dominaba un estado de ansiedad que me hacía jadear, respirar con esfuerzo. Notaba mis bragas empapadas y un calambre que me recorría entera. Estaba ardiendo.

-          No te pares… cómemelo…

Y me incliné sobre ella. Comencé a lamerla despacio, a recorrer con la lengua los labios entreabiertos. Sus gemidos se hacían más intensos. Todavía jugaba con sus manos, como si masturbara a dos hombres, y el ritmo del movimiento de su coñito comenzaba a ajustarse al ritmo en el la lamía. Poco a poco, fui haciéndolo más deprisa, con más intensidad, metiéndole la lengua, ayudándome con los dedos, buscando su clítoris con los labios para besarlo como a una lengüecilla. Culeaba como una loca. Me frotaba el chochito en la cara mojándome. A veces, se le escapaban chorritos de lo que parecía un pis insípido. Empecé a acariciarme. Me pedía que siguiera, me decía que lo hacía muy bien, se corría una vez tras otra jadeando, gimiendo, a veces con un gemido ronco, como si se le secara la garganta. Me comía su chochito de color zanahoria con ansia. Me acariciaba con la mano bajo las bragas. Me corría con ella.

-          Shhhhhh… Quieta… No pasa nada…

Giré la cabeza y di un respingo al sentir las manos de Rodri subiéndome la falda. Debía habernos estado mirando desde la puerta. Estaba desnudo, y su polla parecía de piedra. Carla gritaba exigiendo que siguiera, y lo hice. Noté cómo me bajaba las bragas hasta medio muslo, y cómo metía su polla en mi coño empapado. Chillé cuando empezó a culearme. Me daba azotes suaves y se agarraba con fuerza a mis caderas golpeándome el culo con el pubis.

-          Cómeselo… tía Cuca… Cómeselo…

Me follaba deprisa, con fuerza. Su polla entraba y salía de mí a un ritmo endemoniado. Me sumergí en ella comiéndola como una loca, enloquecida, haciéndola chillar. Sus manos ya habían soltado las pollas virtuales y se apoyaban en mi cabeza, se agarraba a mi pelo. Culeaba histérica.

-          Tiempo cumplido. La fantasía va a finalizar en 10, 9, 8,…

Ni siquiera intenté disimular. Seguí lamiéndoselo, bebiéndomela como una loca, follándola con la lengua, mamando su clítoris. Pude ver su rostro contraído, sus ojos en blanco. Se me corría en la boca culeando como una yegua desbocada.

-          Tía… Cu… ca… Tía… Cu… caaaaaaaaaaaaaaaa.

-          ¡Joder con mamá!

Julia estaba a mi lado de rodillas. Me sobaba las tetas y metía uno de sus dedos en mi culo. Me corría desesperadamente, salvajemente, como no me había corrido jamás, sujetando con las manos su culito duro, sintiendo a mi sobrino llenarme de leche que me escurría por los muslos.

Apenas tuve tiempo de recomponerme. Carla se estremecía todavía con una mano entre los muslos y su cuerpecillo tembloroso, cuando Julia se metió entre mis piernas. Ni siquiera puede decirse que mi ritmo cardiaco se hubiera recuperado, y sus labios me provocaron una especie de calambre violento que me hizo gritar.

-          ¡Para! ¡Para! Por favor… Por favoooor… ¡Ahhhhhhhh…!

Fue como si aquel orgasmo violento que acababa de experimentar se reactivara prácticamente en el mismo punto. Apenas podía hablar. Comenzó a lamerme como una posesa, a jugar con su lengua sobre mi clítoris y follarme con dos dedos. Me volvía loca. No tuve fuerzas para negarme, aunque aquello me resultaba casi doloroso. Literalmente me desarmaba, me dejaba inane. Pronto estuve culeando, chillando como una posesa ante la atenta mirada de mis sobrinos, que parecían maravillados. No tardé en tener la polla de Rodri entre los labios, y comencé a chuparla como si fuera un biberón, succionándola con fuerza. Carla se masturbaba con una sonrisa en los labios. Estaba al alcance de mi mano y tendí el brazo hasta alcanzar su chochito sonrosado. Gimió inclinándose hacia mí. Nos besábamos los labios y chupábamos juntas la polla de su hermano mientras sentía en los dedos el tacto jasco de su vello anaranjado. Me gemía en la boca mientras mi hija iba haciendo poco a poco su caricia más intensa. Comprendí que me follaba con tres dedos ya. Me dolía, causándome al mismo tiempo un gran placer. No podía verla.

De repente, Sentí un dolor intenso, como un desgarro. Aparté a mi sobrino de un empujón violento y pude ver a Julia que, con los ojos encendidos me follaba con la mano entera. Me rompía y, pese a ello, la imagen me causaba una excitación incontenible. Rodri follaba a Carla a cuatro patas, y ella me gemía en la boca y acariciaba mi clítoris. Sentí que me volvía loca. Movía la pelvis como una posesa, culeando sin dejar de gritar y de gemir. Me destrozaba y me volvía loca de placer. Follábamos en el suelo. Mi hija movía su puño en el interior de mi coño, que ardía, y mis sobrinos jadeaban. Clara me lamía los pezones, los mordía entre gemidos. Julia, de repente, sacó su mano de mí. Fue como si me rompiera. Comenzó a darme cachetes en el coño, cachetes rápidos y fuertes que terminaron de volverme loca. Sentí la polla de Rodri en la boca. Ya no veía nada. Comenzó a correrse, y me tragaba su lechita con un ansia enloquecida. Me salpicaba en la cara. Mi cuerpo temblaba, se convulsionaba violentamente. Notaba arder mi coño y un calambre interminable me recorría la espalda.

Recuperé la consciencia en la bañera grande de mi cuarto de baño. La habían llenado con agua caliente y perfumado con aceite. Jugaban a lavarme y se reían. Carla frotaba mi coño con una esponja grande y jabonosa. Me escocía un poco y, pese a ello, sonreí. Julia me enjabonaba las tetas, probablemente entreteniéndose más de lo necesario. Rodri nos miraba con aire ausente, como hipnotizado. Su polla seguía estando dura. Era una buena polla, grande y bonita, extrañamente pálida. Su capullo descubierto aparecía enrojecido, casi violáceo. La luz del sol entraba por el ventanal grande de cristal esmerilado y se reproducía reflejada en el alicatado blanco, formando en la bruma del vapor del agua un aire irreal, delicioso.

-          ¿A que no te atreves a metérsela en el culo?

-          ¡Joder, Julia!

-          No seas boba, mamá, si va a gustarte.

Por alguna razón, me parecía imposible poder negarles nada. Respiré hondo y me dispuse. Quería comerle el coño a Julia. Estaba preciosa, la cabrona.