X348 (02): interacción
Seguir experimentando con el nuevo juguete da lugar a sexo lésbico, futa, incesto, sado... Un popurrí de perversas fantasías.
Pocas semanas después, estaba claro que el X348 no nos aburría. Las tardes eran de Julia, que se encerraba con él en su cuarto. Por la noche, era yo quien lo utilizaba. Había conseguido una cierta destreza y ya me consentía sesiones de media hora y hasta una hora entera alguna vez, y debo confesar que me sentía más contenta, más relajada.
Durante los primeros días, había probado de todo, incluso un par de actores de televisión no demasiado caros, pero siempre terminaba buscando gente normal, a menudo conocida, y, muy frecuentemente, era María José mi víctima. Por alguna razón, me ponía putearla, y era perfectamente capaz de colocarla en situaciones complicadas y correrme viéndola. Había aprendido por casualidad en mi primer uso de la máquina que podía vencer su voluntad sin privarla de su conciencia y la idea de verla sufriendo mientras la violaban, o se entregaba víctima de un calentón incontenible a un sexo brutal y culpable a la vista de todo el mundo, me resultaba terriblemente excitante. Trataba de convencerme de que era ese fastidiarla lo que me excitaba, pero resultaba evidente que aquel cuerpo de mujerota me causaba una atracción oscura que me negaba a admitir. Aunque nunca había sentido tales inclinaciones en mi vida “real”, en la fantástica iba asumiendo la posibilidad de hacerlo con ella, e incluso fantaseaba con otras mujeres con quienes me cruzaba por la calle.
Paralelamente, la idea de que Julia, mi hija, utilizara la máquina, me causaba una impresión contradictoria: la madre preocupada que era temía que se aficionara demasiado. De alguna manera, yo misma tenía dificultades para interpretar el juego, que me causaba una cierta sensación de culpabilidad, aunque tuviera claro que, pareciera lo que pareciera, no dejaba de ser una distracción sin mayor trascendencia, que no causaba víctimas ni escándalo.
Por otra parte, la idea de que mientras que yo me ocupaba de mis cosas por la casa ella pudiera estar en su cuarto corriéndose mientras fantaseaba con una orgía, o vete a saber qué cosa, me causaba una excitación culpable de la que procuraba distraerme. En cierto modo, su presencia cercana convertía el juego en un hecho material. Sabía que podría abrir la puerta de su cuarto y verla sin que ni siquiera se diese cuenta, aunque siempre me resistí a hacerlo. Respetaba su intimidad desde niña, y no quería romper ese principio.
Pese a ello, durante aquellas primeras semanas, tenía la sensación de que se había establecido entre nosotras una especie de complicidad que dudaba si era real o imaginaria. Por lo que había leído, aunque hubiera gente que utilizaba su X348 para experimentar viajes o aventuras, la mayor parte lo dedicábamos al sexo que, según decían, estaba cambiando desde su aparición. Estaba casi segura de que ella también lo hacía, y me preguntaba si me imaginaba a mí de la misma manera.
- Oye, mamá.
- Dime cariño.
- ¿Sabes que pueden usarlo dos personas a la vez?
Por un momento pensé que me iba a dar un infarto. Traté de sobreponerme diciéndome a mí misma que no me estaba proponiendo lo que creía, que probablemente hablaría de pasear por París o cenar en El Celler. Con todo y con eso, creo que me tembló la voz al responder:
- ¡Anda!
- ¿Probamos?
- No sé…
- Anda, boba, ya verás.
Me puso los cascos casi sin darme tiempo a pensar, dictó una orden a la máquina pidiéndola ejecutar una fantasía preprogramada, sentí esa sensación de caída al vacío, y me encontré en casa, en el salón, como si nada hubiera pasado, con uno de mis vestidos en lugar del pijama, y frente a Julia, que sonreía pícara.
- Podemos hablar.
- ¡Huy!
- No lo había probado todavía.
- Yo tampoco ¿Y ahora?
- Espera, ya verás.
Al instante sonó el timbre. Me quedé quieta, sin saber qué hacer, y Julia me animó a ir a abrir la puerta. Obedecí y, seguida por ella, me dirigí a la entrada. Me quedé de piedra al descubrir que la inesperada visita no era otra que María José, la vecina de abajo, que me miraba con ese aire suyo de suficiencia malhumorada y me preguntaba para qué la había llamado. Debía de haber encontrado las grabaciones que guardaba sin preocuparme por la posibilidad de que aquello sucediera.
- He sido yo, María José, pasa.
- Pues dime lo que sea, que ando muy liada.
Cerró la puerta, porque yo me había quedado en shock al comprender que mi hija debía haber accedido a alguna de las grabaciones que tan alegremente había guardado sin pensar en aquel riesgo y me sentía a la vez asustada y avergonzada. Las seguí hasta el salón en silencio.
- Pues la cosa es que no sabía qué hacer esta tarde y me he dicho “¿Y si me follo a la zorra de abajo?”.
- ¿Pero tú qué te has creído, cabeza loca?
De repente, todo se desencadenó como en un estallido: María José, que había tomado asiento en el sofá, trató de levantarse indignada, y Julia volvió a sentarla de un bofetón. Parecía sorprendida, y apenas acertó a llevarse la mano a la mejilla enrojecida. Hacía pucheros y no parecía saber cómo reaccionar.
- Tú… tú… Estás loca…
Ni siquiera se había llegado a quitar el abrigo. Julia se le echó encima y, bajándoselo hasta la cintura, inmovilizó sus brazos con las mangas. Parecía una loca. Comenzó a sobarle las tetas. La pobre chillaba exigiendo que la dejara en paz entre sollozos sin poder hacer nada para evitarlo. Mi hija tiró con fuerza de su blusa y arrancó los botones haciendo aparecer aquellas dos tetazas pálidas de pequeños pezones oscuros que yo misma había imaginado. Se los chupaba como una posesa.
- ¡Vamos, mamá! No me digas que no te pone.
Me ponía ¡Vaya si me ponía! Me di cuenta de que estaba mojada y, de repente, fue como si sonara un clic y se desactivara cualquier resistencia. Me arrodillé junto a ella en el sofá y yo misma empecé a acariciarla, a manosearla más bien. Nunca me había animado a hacerlo y allí estaba, violándola junto con mi hija, magreando sus tetazas y pellizcando los pezones de aquella tía antipática que pataleaba insultándonos a veces, suplicando otras…
- Por favor… por favor… Dejadme… Dejadme…No diré nada… ¡Ahhhhhhhh!
Se le había subido la falda con el forcejeo. Metí la mano bajo sus bragas y empecé a frotar su coño peludo. La muy puta estaba mojada, y su resistencia parecía hacerse más débil, casi simbólica, cuando empecé a clavarle los dedos. Aunque seguía diciendo que no, que la dejáramos, apenas hacía fuerza, y su voz se entrecortaba. Incluso movía las caderas.
- Por favor… por… favor…
Julia se había levantado y peleaba con sus jeans súper ceñidos. Cuando consiguió bajárselos, apareció ante mis ojos una enorme polla terriblemente dura que le colocó en la boca tras arrodillarse junto a ella. Debió notárseme el asombro en la cara.
- ¡Pero hija!
- ¿No sabías que se puede?
- Yo… no…
- Sólo tienes que desearlo.
Sentí que lo quería y lo noté surgir junto con una urgencia que siempre había pensado que les causaba a los hombres. La zorra estaba entregada. Mis dedos chapoteaban literalmente en su coño abierto y mojado. Culeaba y mamaba la polla de Julia como si le fuera la vida en ello. Levanté la falda de mi vestido. Mi braguita era demasiado pequeña para contenerla. Era tan grande como la de Julia, enorme. Llevé su mano hasta ella y le hice agarrármela. Hacía un rato que no se resistía. Estaba medio desnuda: el abrigo por el suelo, las bragas en las rodillas, la blusa rota. Julia le arrancó el sostén. Seguía negándose, aunque movía el culo y mamaba como una perra.
- ¡Madre mía, madre mía! ¡Glllllll…!
Estrujé sus tetas. Me excitaba oírla gritar ahogadamente con la polla de Julia clavada hasta la garganta. Se le saltaban las lágrimas y se le corría el rimmel. Abría los muslos y las bragas se le tensaban. Parecía que iban a estallar. No se las podría poner para volver a casa. Di una palmada fuerte que restalló en su coño. Chilló una vez más. Otra, una tercera. La muy perra se corría con los ojos en blanco. Le salía leche por la nariz. Julia la insultaba mientras se derramaba en su garganta. Se apartó de ella. Le hacía fotos con el móvil y se las enseñaba. Resultaban brutales: la mirada perdida, el rimmel corrido, goterones de esperma chorreando por su cara…
- A tu marido le van a encantar.
- Por favor… No… No lo hagas… Madre mía… madre mía…
Lloriqueaba como una idiota. Todavía movía el culo, aunque había dejado de masturbarla, y seguía agarrada a mi polla. Me fascinó la maldad de mi hija. Me sorprendía, pero, sobre todo, me fascinaba. Parecía imposible que cupiera en ella aquel nivel de perversión. Se reía de ella y la torturaba. La obligó a ponerse en pie y giraba a su alrededor. Mi polla iba a estallar. Me ponía a mil aquella mujerona orgullosa y estirada, su degradación. Tenía unas tetas magníficas, un culazo impresionante, la piel suave, como de melocotón, morena salvo en los lugares donde no le daba el sol, que aparecían blancos como la leche. Lloriqueaba hipando como una cría.
- ¿Y por qué no? ¿No quieres que te vea hecha una perra?
- Por favor… por favor…
- ¿No quieres que sepa que eres una comepollas?
- Por… favor…
- ¿Y qué vas a darme a cambio?
- …
- ¿Vas a darme tu culito? ¿Tu chochito? ¿Esas tetorras de ramera?
Giraba a su alrededor y cacheteaba cada parte de su cuerpo que mencionaba haciéndola emitir un gritito cada vez como si siguiera sorprendiéndose. Asentía con la cabeza sin dejar de lloriquear. Julia la dejó plantada y se acercó a mi. Sin una palabra, sonriéndome, me ayudó a desnudarme y me hizo sentar en una silla. Sin dejar de sonreírme con dulzura, fue atándome con lo primero que encontraba. Su polla seguía durísima, enorme. Ató mis muñecas a los brazos de la silla utilizando mis medias; los tobillos a las patas con su camiseta y un cinturón. Me fijé en su cuerpo mirándola de una manera nueva. Estaba preciosa, delgada, con esas tetillas picudas y pálidas de pezones esponjosos, sus grandes ojos negros, su pubis rasurado, aquella polla enorme…
- Ven, anda, puta. Ponte de rodillas aquí y escúchame bien: quiero que se la comas a mamá muy despacito y mirándole a los ojos, pero muy despacito, porque como hagas que se corra voy a mandarle a tu hombrecito las fotos de tu cara ¿Entiendes?
- …
- ¿Qué si entiendes? Que pareces idiota.
Inmediatamente antes de que se inclinara, me miró a los ojos como implorando compasión, y sonreí. Me volvía loca la imagen de su degradación. Tenía los ojos inflamados, como febriles, y todavía restos de esperma en las comisuras de los labios. Seguía estando guapa, la muy cabrona. Chillé al sentir sus labios en el capullo descubierto. Mi polla estaba como de piedra, rígida. Julia fotografiaba cada detalle con su móvil.
- Despacio, y más adentro, idiota. Relaja la garganta y traga como una buena mamona.
- …
- Y mirándola a los ojos, joder.
De repente, su actitud había cambiado. Ya no pedía compasión. Más bien, era Julia quien tenía que frenarla. Mantenía el juego de hacerla pasar vergüenza, pero estaba excitada. Me maravilló la capacidad de mi hija de concebir pequeñas maldades. Había comenzado a chuparme aquella tremenda verga y me causaba una mezcla terrible de placer y angustia, una especie de desesperación casi dolorosa. Mi polla se mantenía rígida, terriblemente dura, y su color iba poco a poco tornándose violáceo. María José, a quien Julia mantenía caliente como una perra alternando las caricias con azotes con que corregía lo que ella consideraba desviaciones, mamaba mi capullo lentamente. Cada vez que se aceleraba, Julia la corregía. Resultaba terriblemente excitante, me causaba una ansiedad imperiosa, una necesidad de correrme que se convertía en sufrimiento cada vez que conseguía ponerme a punto de lograrlo.
- ¡Para, idiota! ¿No ves que va a correrse?
Abandonaba mi polla por unos minutos. La dejaba tensa, cabeceando como si rebotara en mi tripita, y yo me agarraba a los brazos de la silla y acompañaba sus movimientos con sacudidas de mi pelvis como si pudiera alcanzarla.
- Te vuelves loca, zorra. Te pones a mamar como si no hubiera un mañana.
- ¡Madre mía, qué vergüenza!
- Idiota… Cómele las pelotas, anda, y no dejes de mirarla a los ojos.
Comenzó a masturbarla deprisa. Frotaba su coño como si quisiera rompérselo. María José chillaba, lloriqueaba de placer, y disparaba a veces pequeños chorritos de pis. Trataba de seguir mirándome, pero sus ojos a menudo se cerraban o se ponían en blanco como parte de aquella contracción brutal de su rostro que la convertía en la pura imagen de la lujuria. Mi polla babeaba sin dejar ni por un instante de sacudirse. Parecía querer saltar sobre ella. Me moría por follarla.
- Para un poco, puta. Ponte de pie.
Obedeció temblorosa. Julia terminó de desnudarla mientras la interrogaba y se burlaba de ella. Me volvía loca su cuerpo tembloroso. Moreno, como iluminado por las manchas blancas que dibujaban sus tetas grandes de pezones casi negros, apretados; su culo amplio; su pubis ligeramente abultado, como carnoso, cubierto por una espesa mata de vello jasco y negro, que contrastaba tan vivamente con el rubio platino de su melena rizada. Temblaba, y sus tetas se movían como flanes. Estaba cachonda, muy cachonda, y le costaba mantenerse quieta. Movía los pies como bailoteando, pese a que intentaba contenerlo.
- ¿Te folla tu marido?
- Sí… a veces…
- ¿Bien?
- Bueno…
- Así que te enchufas a la máquina para correrte…
- Sí…
- ¿Y con quien juegas?
- …
- Conteeeeesta…
De cuando en cuando, le daba un azote. Había conseguido la timidez suficiente para que le costara responder a sus preguntas. Los azotes parecían excitarla. Respondía con quejiditos casi coquetos.
- Con hombres…
- ¿Varios?
- Y…
- ¿Y?
- ¡Qué vergüenza…!
- ¡Contesta, joder!
- Y negros…
- ¡Vaya con la estirada! ¿Y qué haces con ellos?
- Les chupo los penes…
- ¿Penes?
- Las pollas… Les chupo las pollas…
- ¿Y te lo tragas?
- A veces…
- ¿Y otras?
- Se corren en mi chochito… Y en mi culo…
- ¡Joder!
- ¿Te ha follado el culo tu chico?
- No… Él no… A veces…
- ¿Sí?
- A veces… uno de los negros… Le folla a él…
Julia la había sentado en el sofá, enfrente de mi. Se masturbaba lentamente mientras hablaba, con las piernas muy abiertas, permitiéndome ver su coño abierto y brillante. Acariciaba su clítoris atrapándolo entre los pliegues de piel de alrededor. A veces se metía los dedos y aceleraba hasta que julia mandaba ir más despacio. Me sentía al borde de la desesperación.
- Cuéntame eso, con detalles.
- Dos negros me follan, a la vez… Otro me la mete en la boca, y otros tres esperan. Entra en la habitación y nos sorprende… Se enfada… Pero los que esperan le dominan… Le desnudan… ¡Ahhhh…!
- Como te corras te mato, zorra.
- Le ponen… Le ponen mis braguitas… Le arrodillan…
- ¿Y se las chupa?
- Al principio despacio, como con ver… güenza…
- ¿Y luego?
- Luego deprisa. Parece que le gusta.
- ¿Por qué?
- Por que se le pone dura… Se las come como con ansia, y se las toca…
- ¿Cómo la tiene?
- Pequeñita… Como de cuatro dedos…
- ¿Y luego?
- Uno… Uno se la mete…
- ¿De rodillas?
- De pie… Están muy cerca… Los tres siguen… follándome…
Puedo imaginar la escena con una vivacidad asombrosa. Me vuelve loca la idea. Literalmente, la veo sacudida, ensartada, temblorosa, mientras su marido lloriquea con una tranca en el culo y mama pollas negras. Me duele la mía. Está casi amoratada, y mana un líquido transparente y sedoso que forma un charquito bajo mis pelotas en el asiento de la silla. Tiro de mis ataduras sin éxito tratando de soltarme. La quiero follar.
- Gimotea. El que le folla le sujeta por los brazos y él está inclinado, mamándoselas a los otros. Se corren en su boca.
- ¿Y él?
- Se corre también. Como si la polla que le folla bombeara su lechita. Se la clava, y dispara un chorrito; se la vuelve a clavar y otro…
- ¿Se la traga?
- Sí…
- Ven
Recostada en el sofá, con María José arrodillada entre sus piernas, Julia acariciaba su polla enorme con ambas manos. La miraba a los ojos con una sonrisa malévola y se humedecía los labios mientras la miraba a los ojos con una intensidad ardiente. El efecto resultaba hipnótico. Dura, nervuda, brillante… Yo misma me hubiera lanzado sobre ella de haber podido. En su lugar, me veía obligada a contemplar la escena como una espectadora. Me desesperaba.
- ¿Te gusta la mía?
- Sí…
- ¿Te gustaría clavártela?
- …
- ¡Vamos, putita! ¿Te da vergüenza?
- Sí…
- Tienes el coño empapado y te mueres por que te folle.
- ¡Madre mía! ¡Síiii!
Incapaz de contenerse, se masturbaba frente a mi hija, que se burlaba de ella. De rodillas, con una mano en el coño y la otra pellizcándose un pezón, se masturbaba con una mirada implorante y, al mismo tiempo, avergonzada. Jadeaba de ansiedad.
- Ven.
Desde mi silla, junto al sofá, pude ver cómo María José. Como con miedo, dirigía la polla enorme de mi hija hacia su coño. Se fue clavando en ella despacio, asustada. Su rostro se contraía en un rictus de dolor y, pese a ello, iba dejándose caer. Me agarró la mano. La apretaba con fuerza. Mi polla chorreaba y sentía una angustia espantosa, como si me faltara el aire. Comenzó a moverse despacio, con un ritmo cadencioso, sin llegar a metérsela entera. Gemía. Julia, sin previo aviso, se hundió en ella con un movimiento brusco de sus caderas. Chilló. Hiperventilaba como si la dominara el pánico. Chillaba con los dientes apretados. Cada movimiento del traqueteo infernal al que la sometía parecía ir a romperla.
- ¡Dios… mío!... ¡Dios… mío…!
De repente, mi hija extendió su brazo. Un simple tirón de la lazada que sujetaba mi muñeca izquierda bastó para liberar el nudo. Me temblaba el pulso mientras me iba desatando con la respiración agitada. La sujetaba con fuerza por la cintura. La follaba cada vez más fuerte, más deprisa.
- ¿Qué… qué… haces…? ¡¡¡No… nooooooooo…!!!
Separé con las manos abiertas sus nalgas grandes y pálidas, apunté mi polla al agujerito estrecho. Trataba de resistirse. No me importó. Sencillamente, quería follarla con desesperación. Quería atravesarla. Emitió un sonido gutural al sentirme dentro, y un grito desesperado cuando empujé con fuerza. La follaba con desesperación, con ansia. Sentía el cacheteo de su culo en mi pubis y empujaba. Su cuerpo se movía exangüe. Julia se reía. Sentí que iba a correrme y me agarré con fuerza a sus tetas echándome sobre ella. Un calambre de placer me recorría la espalda.
- Tiempo cumplido. La simulación terminará en 5, 4, 3…
- ¡¡¡No!!! ¡¡¡Noooooooooo…!!!
Me sentí caer de nuevo con desesperación. Mi cuerpo temblaba sobre el sofá y padecía una angustia espantosa, una ansiedad insoportable.
- ¿No has terminado? ¡Pobrecita…!
Entre mis muslos, sonriendo, Julia se inclinó sobre mí. Me estremecí al sentir el contacto de sus labios.
- ¡Julia… Julia…! ¡No…! ¡Que soy… tu… madreeeeeeeee…!
Mi pelvis golpeaba su cara en movimientos convulsivos, automáticos. Julia se reía. Se me escapaban chorritos de pis que la obligaban a cerrar los ojos sin dejar de comerme en un beso brutal, Se masturbaba con saña. Eché de menos mi polla. Hubiera querido clavarla en su culito delgado y estrecho. Una sucesión de espasmos violentos y rápidos, como ráfagas de luz, me recorrían entera. Si hubiera podido controlarme, habría mordido sus pezoncillos esponjosos. Apenas sentí que me desmayaba. Parecía otra parte del sueño…