Wulf y Cassandra
Texto tomado de un excelente libro.. cassandra y wulf un amor imposible, aunque no en sueños....
En cuanto Wulf se durmió, sus sueños comenzaron a vagabundear. Vio el club nuevamente, y sintió los labios de la mujer desconocida contra los suyos.
Sintió sus manos sobre él mientras lo aferraba…
¿Cómo sería ser recordado por una amante nuevamente?
¿Sólo una vez?
Una extraña bruma en espiral lo rodeó, y lo próximo que supo fue que estaba en una cama desconocida.
Wulf hizo una mueca ante su tamaño –era una cama normal, por lo que tenía que doblar sus piernas para que los pies no le colgaran del borde.
Frunciendo el ceño, miró alrededor de la oscura habitación. Las paredes blancas estaban desnudas y cubiertas con dibujos artísticos. Algo hacía que tuviera una cierta cualidad institucional.
Había un escritorio construido pegado a la pared junto a la ventana, un tocador cuadrado con una TV y una radio, y una lámpara de lava encendida en la esquina, lanzando extrañas sombras sobre las paredes.
En ese momento se dio cuenta de que no estaba solo en la cama.
Alguien estaba recostado junto a él.
Wulf estudió a la mujer que vestía un mojigato pijama de franela rosa que ocultaba su cuerpo mientras ella estaba de espaldas a él. Inclinándose hacia ella, vio el cabello rubio—rojizo rizado que llevaba trenzado.
Wulf sonrió en el momento en que reconoció a la mujer del club. Le agradaba este sueño…
Pero no tanto como le gustaba la expresión de su rostro sereno.
Y a diferencia de los Daimons, a él no le molestaba “desenvolver” su alimento.
Con su cuerpo despertando instantáneamente, rodó sobre ella y comenzó a desabotonarle el pijama.
Los ojos de Cassandra pestañearon abriéndose, al sentir unas manos fuertes y calientes desabotonando su camisón de franela. Aturdida, miró fijamente al Cazador Oscuro que le había salvado la vida en el club.
Sus ojos de medianoche estaban hambrientos de deseo mientras la observaba.
—Eres tú –susurró, con la cabeza confusa por sus sueños.
Él sonrió y pareció deleitado por sus palabras.
—¿Me recuerdas?
—Claro. ¿Cómo podría olvidar el modo en que besas?
La sonrisa de él se ensanchó ferozmente mientras apartaba su camisón y pasaba las manos por la piel desnuda de Cassandra. Ella gimió ante la calidez de la palma sobre su carne. Contra su voluntad, una puñalada de deseo la atravesó mientras sus pechos hormigueaban ante su toque abrasador. Los callos de sus ásperos dedos raspaban suave y ligeramente sus pezones inflamados. Hizo que su estómago se contrajera aún más. Hizo que vibrara mientras la humedad se instalaba entre sus piernas, logrando que deseara aún más tomar toda su fuerza dentro de su cuerpo.
Cassandra se percató de que su salvador Vikingo estaba en su cama, completamente desnudo. Bueno, quizás no completamente. Tenía un collar de plata con el martillo de Thor y un pequeño crucifijo.
Bien, tal vez era un poco agresivo. Pero el collar quedaba muy bien contra su piel bronceada.
Las luces bajas acariciaban cada contorno de su magnífico cuerpo. Sus hombros eran amplios y musculosos, su pecho era una perfecta escultura de proporciones masculinas.
Y su trasero…
¡Era legendario!
Su pecho y piernas estaban levemente cubiertos por un vello oscuro. Su mentón fuerte y con apenas un poco de barba pedía a gritos que una mujer lo lamiera por completo, hasta echarle la cabeza atrás y continuar con su exquisito cuello.
Pero lo que la fascinaba era el intrincado tatuaje nórdico que cubría todo su hombro derecho y terminaba en una banda estilizada que rodeaba su bíceps. Era hermoso.
Y aún así no le llegaba ni a la suela de los zapatos del hombre que estaba entre sus brazos.
Era precioso. De un modo que hacía agua la boca.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó mientras él trazaba círculos alrededor de sus pechos con su lengua caliente.
—Te estoy haciendo el amor.
Si no hubiera estado dormida esas palabras la hubiesen aterrorizado. Pero sus temores y todo lo demás se dispersaron cuando él acunó su pecho en una mano.
Ella siseó con placer y expectativa.
Gentilmente, él la masajeó, frotando su palma callosa contra el tirante pezón hasta que estuvo tan tenso que ella quería rogarle que la besara. Rogarle que la chupara.
—Tan suave –susurró él contra sus labios antes de reclamarlos.
Cassandra suspiró. Su cuerpo ardía con una sorprendente intensidad mientras ella paseaba sus manos por los hombros anchos y desnudos. Jamás había sentido algo como eso. Bien formados y perfectos, se ondulaban con su poder y su fuerza.
Y ella quería sentir más de él.
Él apartó la mano y tomó su trenza. Cassandra lo observó estudiar su cabello mientras lo soltaba.
—¿Por qué llevas tu cabello de este modo? –le preguntó, con una voz embriagadora y profundamente acentuada.
—Los rizos se enredan si no lo hago.
Los ojos de él lanzaban fuego, como si pensara que su trenza era una especie de abominación.
—No me agrada. Tu cabello es demasiado hermoso para ser atado.
Pasó sus manos por los rizos liberados y su mirada se hizo más tierna instantáneamente. Suave. Le peinó el cabello con los dedos hasta que cubrieron sus pechos desnudos. Su respiración rozó la piel de Cassandra mientras tentaba sus pezones con los rulos y su toque.
—Ahí está –dijo, con su acento nórdico más suave y canturreando—. Jamás he visto una mujer más hermosa.
Con el cuerpo derretido, Cassandra no podía hacer más que mirar cómo la observaba.
Él era increíblemente apuesto. Masculino en un modo salvaje que hacía que la mujer en ella rechinara con una necesidad primaria.
Era evidente que este era un hombre peligroso. Básico. Duro. Inflexible.
—¿Cuál es tu nombre? –le preguntó mientras él hundía la cabeza para mordisquearle el cuello.
Sus mejillas barbudas pincharon su carne, provocándole temblores mientras él la saboreaba.
—Wulf.
Ella se estremeció al darse cuenta de la fuente de esta fantasía nocturna.
—¿Como Beowulf?
Él sonrió ávidamente, dejándole echar un breve vistazo a sus largos caninos.
—En realidad, soy más parecido a Grendel. Sólo salgo por las noches a devorarte.
Ella tembló otra vez mientras él le daba una larga y deliciosa lamida al costado inferior de su seno.
Este era un hombre que sabía bien cómo complacer a una mujer. Y, mejor aún, no parecía apurado por terminar, sino que se tomaba su tiempo con ella.
Si le quedaba alguna duda, ¡eso solo le probaba que estaba soñando!
Wulf pasó su lengua sobre la suave piel y se deleitó con los murmullos de placer de Cassandra mientras saboreaba su carne dulce—salada. Adoraba la sensación cálida y sedante y el aroma de esta mujer.
Era deliciosa.
Wulf no había tenido un sueño así en siglos. Era tan real, pero él sabía que no lo era.
Ella era sólo un producto de su hambrienta imaginación.
Aún así, ella lo tocaba de un modo que él jamás había sentido antes. Y olía tan bien… como rosas frescas y talco.
Femenina. Suave.
Un delicado manjar esperando a que él la probara. O mejor aún, la devorara.
Apartándose, Wulf regresó a ese cabello que le recordaba al color de los rayos del sol. Los llameantes mechones dorados lo cautivaron, cuando los rizos se envolvieron alrededor de sus dedos y lucharon contra los límites de su corazón de piedra.
—Tienes un cabello tan hermoso.
—También tú –dijo ella mientras le apartaba el pelo de la cara.
Cassandra rasguñó su barba con las uñas mientras trazaba la curva de su mandíbula. Dioses, ¿cuánto hacía desde la última vez que había estado con una mujer?
¿Tres, cuatro meses?
¿Tres, cuatro décadas?
Era difícil llevar la cuenta cuando el tiempo se estiraba interminablemente. Todo lo que sabía era que hacía mucho que había abandonado el sueño de tener a una mujer así debajo de él.
Como ninguna podía recordarlo, se rehusaba a llevar mujeres decentes a su cama.
Sabía demasiado bien lo que era despertar luego de tener sexo y no entender qué le había sucedido. Quedarse allí tirado sin saber qué tanto había sido real y qué tanto un sueño.
Entonces, había relegado sus encuentros a mujeres a las que les podía pagar por sus servicios, y únicamente lo hacía cuando ya no soportaba su celibato.
Pero ésta había recordado su beso.
Se había acordado de él.
Esa idea hizo volar su corazón. Le gustaba este sueño, y si pudiera, se quedaría en él para siempre.
—Dime tu nombre, villkat.
—Cassandra.
Wulf sintió que la palabra retumbaba bajo sus labios mientras besaba la columna de su garganta. Ella tembló en respuesta a la lengua que acariciaba su piel.
Y a él le encantó. Le encantaban los sonidos que ella hacía mientras le devolvía las caricias. Cassandra pasó sus manos calientes y ávidas por la espalda desnuda y detuvo su mano derecha sobre la marca de su hombro izquierdo.
—¿Qué es esto? –le preguntó con curiosidad.
Él miró el símbolo de arco y flecha.
—Es la marca de Artemisa, la diosa de la caza y de la luna.
—¿Todos los Cazadores Oscuros la tienen?
—Sí.
—Qué extraño…
Wulf ya no podía soportar la barrera de franela. Quería ver más de ella.
Levantó el borde de su camisón.
—Deberían quemar esta cosa.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque me aparta de ti.
Con un tirón, lo quitó por su cabeza.
Los ojos de Cassandra se ensancharon por un instante, luego se oscurecieron con su propia pasión.
—Ahora está mejor –susurró él, deleitándose con la imagen de sus tensos senos, su estrecha cintura, y lo mejor de todo, los rizos dorado—rojizos en la unión de sus muslos.
Pasó su mano suavemente entre los pechos, hacia abajo por el estómago y alrededor de la cadera.
Cassandra se estiró y pasó su mano por la gloriosa piel de su pecho, deleitándose con el terreno rocoso de sus músculos. Él se sentía tan maravillosamente. Su cuerpo se ondulaba con cada movimiento que hacía.
El devastador poder de Wulf era innegable, y aún así, en su cama era tan gentil como un león domado. No podía creer la ternura que había en su toque caliente y experto.
Sus rasgos oscuros y tristes la conmovían profundamente, y sus ojos tenían una inteligencia muy vivaz mientras absorbían el mundo que lo rodeaba.
Ella quería domar a esta bestia salvaje.
Darle de comer de su propia mano.
Con ese pensamiento en mente, Cassandra buscó entre sus cuerpos y tomó su rígido pene en la palma.
Él gruñó muy grave, luego la besó inconscientemente.
Como un depredador elegante y musculoso, se movió hacia su boca, quemándola con sus besos.
—Sí – jadeó, mientras ella lo enfundaba con sus manos. Con la respiración enfurecida, la observó con un hambre tan cruda que la hizo temblar de anticipación—. Tócame, Cassandra –susurró, cubriendo su mano con la de él.
Ella observó que él cerraba los ojos y le mostraba cómo acariciarlo. Cassandra se mordió los labios al sentirlo entre sus manos. Era un hombre enorme. Enorme, y grueso, y poderoso.
Con la mandíbula de acero, abrió los ojos y la chamuscó con una caliente mirada. Ella supo que había terminado el momento de jugar.
Como un depredador liberado, la hizo rodar sobre su espalda y le separó los muslos con las rodillas. Descendió su cuerpo largo y esbelto sobre ella y, como había prometido, la devoró.
Cassandra jadeó mientras las manos y los labios de Wulf buscaban cada centímetro de su cuerpo con una furiosa intensidad. Y cuando enterró la mano entre sus piernas, ella tembló entera. Sus largos dedos la acariciaban e indagaban profundamente dentro suyo, provocándola hasta dejarla débil.
—Estás tan húmeda –gruñó en su oído mientras se apartaba de ella. Cassandra tembló cuando él le abrió aún más las piernas—. Mírame –le ordenó—. Quiero observar tu placer cuando te tome.
Ella miró hacia arriba.
En el momento en que sus miradas se encontraron, él se enterró profundamente dentro de ella.
Cassandra gimió con placer. Él estaba tan duro y grueso, y se sentía maravilloso mientras embestía contra sus caderas.
Wulf se apartó para poder observar su rostro mientras se tomaba su tiempo haciéndole el amor y saboreando la sensación de su cuerpo cálido y mojado debajo suyo. Se mordió los labios cuando ella le pasó las manos por la columna, y luego arañó su espalda con las uñas.
Él gruñó en respuesta, deseando su desenfreno.
Su pasión.
Cassandra colocó sus manos en la espalda baja de Wulf, urgiéndolo a ir más rápido. Él le hizo el favor más que gustosamente. Ella elevó las caderas y él rió.
Si ella quería tomar el control, él desde luego que estaba de ánimos para permitírselo. Rodando, la colocó sobre él sin abandonar su cuerpo.
Ella jadeó mientras lo miraba.
—Cabálgame, elskling —susurró.
Con los ojos oscuros e indomados, Cassandra se inclinó hacia adelante, derramando su cabello sobre el pecho de Wulf mientras se deslizaba hacia abajo por su longitud hasta que estuvo apenas enfundado por su cuerpo, entonces se echó hacia atrás, empujándolo totalmente dentro de ella.
Él se sacudió ante el poder.
Acunó sus pechos y los apretó suavemente mientras ella tomaba el control del placer de ambos.
Cassandra no podía creer el modo en que lo sentía debajo suyo. Hacía mucho tiempo desde que le había hecho el amor a un hombre, y nunca había tenido a alguien así.
Alguien que era tan innatamente masculino. Tan viril y salvaje.
Alguien de quien no sabía nada, excepto que hacía temblar de terror a la gente de su madre.
Y él le había salvado la vida.
Debía ser su sexualidad reprimida lo que lo había conjurado en sus sueños. Su necesidad de conectar con alguien antes de morir.
Ese era su mayor arrepentimiento. Debido a la maldición de la familia de su madre, había tenido miedo de acercarse a otros Apolitas. Al igual que su madre antes que ella, se había visto forzada a vivir en el mundo humano como uno de ellos.
Pero nunca lo había sido. No realmente.
Todo lo que siempre había querido era ser aceptada. Encontrar a alguien que pudiese entender su pasado y que no creyera que estaba desquiciada cuando contaba historias acerca de un linaje maldito.
Y monstruos que acechaban en la noche.
Ahora tenía a un Cazador Oscuro para ella sola.
Al menos por esta noche.
Agradecida por eso, se recostó sobre él y dejó que el calor del cuerpo de Wulf aliviara al suyo.
Wulf acunó su rostro y la observó experimentar las alturas del placer. Entonces rodó con ella, y tomó el control. Embistió profundamente dentro de ella mientras su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. El jadeo de Cassandra acentuó sus movimientos de un modo que parecía que ella estaba cantando.
Él rió.
Hasta que sintió que su propio cuerpo explotaba.
Cassandra envolvió su cuerpo entero alrededor de él al sentir su liberación. Él colapsó encima de ella.
Su peso se sentía tan bien ahí. Tan maravilloso.
—Eso fue increíble –dijo Wulf, levantando la cabeza para sonreírle mientras continuaban íntimamente unidos—. Gracias.
Ella le devolvió la sonrisa.
Justo cuando se estiraba para ahuecar su rostro, escuchó que la alarma de su reloj sonaba.
Cassandra despertó bruscamente.
Su corazón aún latía violentamente cuando se estiró para apagar el reloj. Y fue sólo entonces que se dio cuenta de que su cabello ya no estaba trenzado y que su camisón yacía en el suelo hecho un estrujado montón…
Wulf despertó sobresaltado. Con el corazón latiendo violentamente, observó su reloj. Eran apenas pasadas las seis y por la actividad que había escaleras arriba podía decir que era la mañana.