Wulf y Cassandra (3)

No mas sueños volvemos a la realidad

Era tan extraño estar allí. Con él, en su dominio. No había pasado la noche con un hombre ni una sola vez. Los pocos tipos con los que se había acostado habían sido romances momentáneos, y ella se había ido de sus casas en cuanto había podido. No había necesidad de quedarse y que se apegaran uno a otro.

Pero ella estaba apegada a Wulf. Mucho más de lo que debería. ¿O no? Él era el padre de su bebé. ¿No deberían tener algún grado de intimidad?

Parecía adecuado.

Salió del baño para encontrarlo sentado, completamente vestido excepto por sus pies desnudos, sobre el reclinador en el área para sentarse.

—Puedes tomar la cama –le dijo—. Yo me quedaré con el sofá.

—Sabes, no tienes que hacer eso. No es como si pudieras dejarme embarazada o algo así.

Él no pareció divertido por sus palabras.

Cassandra achicó la distancia entre ellos y lo tomó de la mano.

—Vamos, Grandullón. No hay necesidad de que aprietes ese cuerpo extremadamente alto en un pequeño sillón cuando hay una cama perfectamente buena esperándote.

—Jamás he ido a la cama con una mujer. –Ella arqueó una ceja—. Para dormir –le aclaró—. Jamás he pasado la noche con alguien.

—¿Nunca? –Él negó con la cabeza. Bueno, entonces eran mucho más parecidos de lo que ella hubiese imaginado—. Bien, nunca eres demasiado viejo para tener nuevas experiencias. Bueno, quizás tú lo eres, pero en la mayoría de los casos esa es una declaración verdadera.

El ceño de Wulf se profundizó hasta ese nivel familiar.

—¿Todo es una broma para ti?

—No –dijo ella sinceramente mientras lo conducía hacia la cama—. Pero con humor es como atravieso los horrores de mi vida. O sea, vamos… Es reír o llorar, y llorar toma demasiada energía, que necesito para pasar el día, ¿sabes?

Cassandra lo soltó para poder trenzarse el cabello.

Wulf tomó sus manos entre las suyas y la detuvo.

—No me gusta que hagas eso.

Ella tragó con fuerza ante la hambrienta mirada de sus ojos de medianoche. Tenía una extraña sensación de déjà vu, aquí en su habitación, con esa expresión en su rostro. Aunque no debía, le gustaba ver el fuego en su mirada oscura. Le gustaba la sensación de esas manos sobre las suyas.

O mejor aún, la sensación de esas manos sobre su cuerpo…

Wulf sabía que no tenía sentido estar con ella, ni compartir la cama ni ninguna otra cosa, y aún así no podía impedirse hacerlo.

Quería tocar su piel realmente esta vez. Quería tener sus piernas enroscadas alrededor suyo mientras permitía que el calor del cuerpo de ella calmara a su cansado corazón.

No lo hagas.

La orden fue tan fuerte que casi le hizo caso, pero Wulf Tryggvason jamás había sido el tipo de hombre que sigue órdenes.

Ni siquiera las suyas.

Inclinó la cabeza de Cassandra hacia arriba, para poder ver el apasionado calor de sus ojos verdes. Eso lo quemó. Los labios de ella se separaron, dándole la bienvenida.

Pasó suavemente sus dedos por la línea de su mandíbula hasta enterrarlos en el cabello rubio—rojizo. Luego tomó posesión de su boca. Ella sabía a calidez.

Ella lo acercó, sus brazos apretados y exigentes mientras pasaba las manos por la espalda de Wulf. El cuerpo de él se agitó, su pene se endureció inmediatamente.

Gimiendo, la levantó en sus brazos. Para su sorpresa, ella levantó las piernas y las enroscó alrededor de su cintura.

Él rió ante su respuesta justo cuando el calor de su cuerpo lo aguijoneaba. Su núcleo estaba presionado contra su entrepierna, haciéndolo consciente de lo cerca que estaba esa parte de ella.

Con los ojos oscurecidos por la pasión, le quitó la remera.

—¿Tienes hambre, villkat? –murmuró contra sus labios.

—Sí –jadeó ella, para su deleite.

Wulf la recostó en su cama. Ella bajó la mano entre sus cuerpos y le desabrochó el pantalón. Él gruñó profundamente en el instante en que su hambrienta mano lo tocó. La sensación de esos dedos acariciando su vara estremeció cada parte suya. Ella incluso recordaba cómo le gustaba que lo tocara. Acariciara.

Casi sentía ganas de llorar ante ese milagro. Quizás debería haber tomado a una Apolita o a una Were como amante siglos atrás.

No, pensó mientras enterraba sus labios contra la columna de su garganta e inhalaba el aroma a rosas. No habría sido Cassandra, y sin ser ella, tampoco habrían tenido lo que él necesitaba.

Había algo en esta mujer que lo llenaba. Que lo hacía arder de un modo que nadie había logrado.

Sólo por ella él rompería el código que le prohibía llevar a una Apolita a su cama.

Cassandra levantó los brazos mientras Wulf le quitaba la remera. Ella gimió por lo bien que se sentía el calor del cuerpo desnudo de Wulf apretado contra el suyo. Toda esa gloriosa piel masculina era un festín divino para sus ojos.

Él pasó el revés de sus dedos sobre sus pechos, dejándolos endurecidos y anhelantes. Tomó el derecho en su boca y la saboreó de un modo que hizo que el corazón de Cassandra latiera violentamente. La lengua de Wulf era ligera y suave mientras golpeteaba rápidamente una y otra vez. Su estómago se agitó en respuesta al intenso placer que le estaba dando.

Entonces, él descendió el camino de sus besos, sobre su abdomen. Se detuvo para mordisquear el hueso de su cadera mientras sus manos le bajaban el pantalón.

Cassandra levantó la cadera para que pudiera deslizarlos. Él los tiró sobre el piso y luego usó sus manos para abrirle las piernas.

Ella lo miró fijamente, con una expectativa llena de necesidad mientras él observaba la parte más privada de su cuerpo. Él se veía salvaje y hambriento. Posesivo. Y eso envió una oleada eléctrica a través de ella.

Cassandra siseó mientras él pasaba los dedos por su hendidura. Su toque la provocaba y la excitaba. Su toque era divino. Saciando e incitando.

Wulf observó el placer en su rostro mientras ella se frotaba contra su mano. Amaba el modo en que ella le respondía. El modo en que estaba completamente abierta e indefensa.

Trepando sobre la cama, recostó su cuerpo sobre el de ella, y luego rodó con ella. Cassandra envolvió su cuerpo alrededor del de Wulf mientras se besaban hambrientamente. Su piel se deslizaba contra la de él en una sensual sinfonía que lo encendía aún más. Wulf se sentó, con Cassandra sobre su falda. Ella enroscó sus largas piernas alrededor de su cintura mientras sus manos acariciaban el cuero cabelludo de Wulf, y sus dedos se enredaban en su pelo.

Wulf estaba sinceramente atemorizado de lo que sentía mientras Cassandra se levantaba y lo tomaba dentro de su cuerpo. Lo cabalgó ávidamente, mientras su cuerpo lo exprimía para tomar lo que ella necesitaba y darle lo que él deseaba ardientemente.

Wulf no quería dejarla ir. No quería abandonar esta cama nunca más.

Cassandra se mordió los labios ante el éxtasis de tener realmente a Wulf profundamente dentro suyo. Era tan duro y grueso. Se sentía aún mejor en carne y hueso que en sus sueños.

El suave vello de su pecho tentaba a sus pechos sensibles mientras él ahuecaba su trasero e incitaba sus movimientos. Ella miró fijamente sus ojos, que estaban oscurecidos por la pasión.

Sus respiraciones estaban sincronizadas mientras ella chocaba su cadera contra la entrepierna de Wulf una y otra vez.

Cassandra jamás le había hecho el amor a un hombre de este modo. Sobre su falda, sus cuerpos envueltos. Era la cosa más íntima que había experimentado.

Inclinó la cabeza hacia atrás cuando Wulf chupó sus pechos. Sosteniendo su cabeza, se sintió abrumada por el placer.

Y cuando se corrió, gritó.

Wulf levantó la cabeza para observarla mientras alcanzaba el clímax. Era tan hermosa a sus ojos. La recostó sobre la cama sin abandonar su cuerpo, y entonces tomó el control. Cerrando los ojos, no pensó en nada excepto la sensación de la calidez y la humedad de Cassandra debajo suyo.

No había pasado, no había mañana. Ni Cazador Oscuro. Ni Apolita.

Eran sólo ellos dos. Las manos de Cassandra en su espalda, sus piernas enredadas con las suyas mientras embestía profundamente dentro de ella.

Necesitando esto más de lo que jamás había necesitado algo, enterró su rostro en el cabello de Cassandra y se liberó dentro de ella.

Cassandra abrazó fuertemente a Wulf mientras lo sentía convulsionar. Su respiración le hacía cosquillas en el cuello. Su cuerpo estaba húmedo por la transpiración, y su largo cabello negro tentaba a su piel. Ninguno de los dos se movió mientras respiraban desigualmente, con una sensación de bienestar.

Ella se reconfortó en el peso de Wulf aplastándola. La sensación de su áspero cuerpo masculino pinchando el suyo. Cassandra paseó sus manos por la musculosa espalda, sobre sus cicatrices, y luego trazó perezosamente el tatuaje en su hombro.

Él se levantó para poder mirarla a los ojos.

—Creo que soy adicto a ti.

Ella sonrió ante su declaración, aunque una parte de ella se entristecía al escucharlo. El cabello de Wulf caía alrededor de su rostro, que era suave y tierno bajo la débil luz. Colocándole el cabello detrás de las orejas, lo besó.

Los brazos de Wulf se apretaron a su alrededor. Ella amaba esa sensación. La hacía sentir protegida. A salvo.

Suspirando soñadoramente, se apartó.

—Necesito ir a limpiarme.

Él no la soltó.

—No quiero que lo hagas. –Ella levantó la cabeza, mirándolo confundida—. Me agrada ver mi semilla en ti, Cassandra –dijo agitadamente en su oído—. Mi aroma en tu piel. El tuyo en la mía. Más que nada, me agrada saber que en la mañana recordarás lo que hicimos esta noche y aún sabrás mi nombre.

Ella apoyó su mano contra la barbuda mejilla. El dolor en sus ojos la tocó intensamente. Lo besó suavemente y se acurrucó contra él.

Wulf se retiró sólo lo suficiente como para poder acomodarse detrás de ella. Cassandra descansó su cabeza sobre su bíceps mientras él la acunaba tiernamente. Su corazón latía con alegría mientras lo escuchaba respirar.

Él levantó la cabeza, la besó en la mejilla y luego se recostó con una mano enterrada en el cabello de ella.

A los pocos minutos estaba completamente dormido. Era el momento más pacífico de la vida de Cassandra. Muy dentro de su corazón sabía que esa noche Wulf le había mostrado una parte de sí mismo que no le había dejado ver a nadie más.

Él era brusco y severo. Pero, en sus brazos, era un tierno amante. Y en el fondo de su mente estaba la idea de que podría aprender a amar a un hombre así. No sería difícil.

Cassandra se quedó acostada silenciosamente en la calma de la madrugada. No estaba segura de qué hora era, sólo estaba segura de que Wulf entibiaba una parte de ella que hasta ahora no sabía que estaba fría.

Mientras estaba allí recostada, se preguntó cuántos siglos habría estado Wulf confinado a un área como esta. Él le había dicho que su casa tenía poco más de cien años.

Mirando alrededor, intentó imaginar cómo sería estar aquí sola, día tras día, década tras década.

Debía ser solitario para él.

Descendió su mano y la colocó sobre su panza mientras intentaba imaginar al bebé que estaba allí. ¿Sería un niño o una niña? ¿De cabellos claros como ella, u oscuros como su padre?

Probablemente jamás sabría el verdadero color de pelo del bebé. El cabello de la mayoría de los bebés se caía, y uno no podía saberlo hasta que empezaban a gatear.

Para entonces estaría muerta. Muerta antes de su primer diente. Su primer paso o su primera palabra.