Wulf y Cassandra (2)

Y en sueños ellos se pueden ver...

No puedo creer que esté pensando en esto mientras tengo a una doncella tan hermosa conmigo. Realmente estoy envejeciendo si prefiero hablar antes que actuar –dijo con una profunda risa—. Ya es suficiente de pensamientos morbosos. –La atrajo hacia sí con fuerza—. ¿Por qué estamos perdiendo nuestro tiempo cuando podríamos estar pasándolo mucho más productivamente?

—¿Productivamente cómo?

La sonrisa de Wulf era traviesa, cálida, y la devoraba.

—Me parece que podría dar mejor uso a mi lengua. ¿Qué dices?

Él condujo dicho miembro por la columna de su garganta hasta que alcanzó a mordisquear su oreja. Su cálido aliento quemó su cuello, haciéndola estremecer.

—Oh, sí –jadeó Cassandra—. Pienso que ese es un modo mucho mejor de usar tu lengua.

Él rió mientras desenlazaba la parte trasera de su vestido. Lenta, seductoramente, lo bajó por los hombros y dejó que cayera directo al piso. La tela se deslizó sensualmente por la piel de Cassandra mientras abandonaba su cuerpo y el aire frío la acariciaba.

Desnuda frente a él, no pudo reprimir un profundo temblor. Era tan extraño estar expuesta mientras él estaba parado frente a ella vistiendo su armadura. La luz del fuego jugaba en sus oscuros ojos.

Wulf miró fijamente la simple belleza de la mujer ante él. Era aún más exquisita que la última vez que había soñado con ella. Pasó la mano tiernamente sobre su pecho, dejando que el pezón provocara a su palma.

Cassandra le recordaba a Saga, la diosa escandinava de la poesía. Elegante, refinada. Amable. Cosas que él había desdeñado mientras era un hombre mortal.

Ahora estaba cautivado por ella.

Aún no sabía porqué había confiado en ella. No era habitual en él hablar tan libremente, y aún así ella lo había seducido.

Pero no quería hacerle el amor aquí. No en el pasado, donde sus recuerdos y la culpabilidad por aquellos a quienes había fallado lo azotaban.

Ella merecía algo mejor.

Cerrando sus ojos, los invocó a una copia exacta de habitación actual. Sólo que había hecho algunas modificaciones…

Cassandra quedó boquiabierta mientras se echaba atrás ligeramente y miraba alrededor. Las paredes que los rodeaban eran de un negro que reflejaba, con decoraciones blancas, excepto la pared a su derecha, que estaba construida con ventanas que llegaban del suelo al techo. Las ventanas abiertas estaban enmarcadas por cortinas blancas de gasa que flotaban con el viento, estirándose hacia ellos y haciendo que la llama de docenas de velas que había en la habitación danzaran.

Pero las velas no se apagaban. Titilaban alrededor de ellos como estrellas.

Había una enorme cama en el centro de la habitación, elevada sobre una plataforma. Tenía sábanas de seda negra y un grueso edredón de duvet de seda negra sobre la colcha. La cama estaba hecha de una recargada fundición de hierro que formaba un intrincado cuadrado dosel entre cuatro postes. Había más gasa blanca envuelta alrededor del mismo, y estaba suelto para enroscarse con el viento.

Wulf estaba desnudo. La levantó en brazos y la cargó hacia la gigantesca y acogedora cama.

Cassandra suspiró al sentir el suave colchón debajo, mientras el peso de Wulf la aplastaba. Era como ser presionada contra una nube.

Mirando hacia arriba, rió al darse cuenta de que había un espejo en el techo, y vio que Wulf sostenía una rosa de tallo largo detrás de la espalda.

Las paredes destellaron, y entonces también se convirtieron en espejos.

—¿De quién es esta fantasía? –le preguntó mientras Wulf acercaba la rosa y pasaba sus suaves pétalos sobre el endurecido pezón de su seno derecho.

—Nuestra, blomster –dijo Wulf mientras apartaba sus muslos y reposaba su largo cuerpo entre sus piernas.

Cassandra gimió ante la intensa sensación de tener todo su suntuoso poder reposando sobre ella. Los vellos masculinos de su cuerpo provocaban al suyo hasta alcanzar una sobrecarga de éxtasis sensual.

Él se movió sinuosamente, como una bestia oscura y prohibida que había venido a consumirla.

Cassandra lo observó moverse en el espejo que estaba sobre ella. Qué extraño que lo hubiera creado en su sueño. Siempre había sido tan cautelosa en su vida. Tan cuidadosa de a quién permitía que la tocara. Así que había conjurado a un glorioso amante en su inconsciente, dado que no se atrevía a tener uno en la vida real.

Debido a su sentencia de muerte, no quería importarle a nadie, ni que se enamorasen de ella. No quería tener un hijo que lloraría su muerte. Un hijo que quedaría solo, asustado.

Cazado.

Lo último que deseaba era dejar detrás a alguien como Wulf que lamentara su muerte. Alguien que tendría que ver morir a su hijo en la flor de su juventud por culpa de una maldición que no tenía nada que ver con ninguno de sus actos.

Pero en sus sueños, era libre para amarlo con todo su cuerpo. Allí no había miedo. Ni promesas. Ni corazones que pudiesen romperse.

Sólo ellos y este momento perfecto.

Wulf gruñó gravemente mientras mordisqueaba su cadera. Ella siseó y acunó su cabeza. Él permitió que la suavidad de sus manos en el cabello lo calmara.

Por mucho tiempo, había vagado en sueños por el pasado. Siempre en busca de quien lo había engañado para cambiar lugares. Jamás estuvo destinado a ser un Cazador Oscuro. Nunca había prometido su alma a Artemisa o había recibido un Acto de Venganza a cambio de su servicio.

Wulf había estado buscando a alguien que aliviara el dolor que sentía por la muerte de su hermano. Un cuerpo tierno en el que pudiera hundirse y olvidar por un momento que él había conducido a Erik a una batalla, lejos de su hogar.

Morginne había parecido la respuesta perfecta. Lo deseaba tanto como él a ella.

Pero la mañana posterior a su única noche con la Cazadora Oscura, todo había cambiado. De algún modo, ya fuese durante o luego de su encuentro sexual, ella había intercambiado su alma con la de él. Ya no era mortal, y se encontró con una nueva vida.

Y perversamente hechizado por Morginne para que ningún mortal pudiera recordarlo. Mientras tanto ella había escapado al servicio de Artemisa, y podía pasar la eternidad con el dios nórdico Loki.

Su maldición de despedida había sido el golpe más duro de todos, y era algo que no comprendía hasta el día de hoy.

Ni siquiera su sobrino Bironulf lo había reconocido después.

Wulf estaría ahora completamente perdido si Acheron Parthenopaeus no se hubiese apiadado de su situación. Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, le había dicho que nadie podía deshacer la magia de Morginne, pero que él podía modificarla. Tomando una gota de la sangre de Bironulf, Acheron había hecho que todos aquellos que llevaran su sangre recordaran a Wulf. Además, el Atlante había otorgado a Wulf poderes psíquicos y le había explicado cómo se había convertido en inmortal y cuáles eran sus limitaciones, tales como su sensibilidad a la luz del sol.

Y como Artemisa poseía la “nueva” alma de Wulf, no tenía otra opción más que servirla.

Artemisa no tenía intención de dejarlo ir jamás. No era que a él en realidad le importara. La inmortalidad tenía sus beneficios.

La mujer debajo de él era definitivamente uno de ellos. Pasó su mano hacia abajo por el muslo y escuchó su respiración. Ella sabía a sal y a mujer. Olía a talco y rosas.

Su sabor y su aroma lo incitaban hasta un punto que jamás había llegado. Por primera vez en siglos, se sintió posesivo hacia una mujer.

Quería quedarse con ésta. El Vikingo dentro de él rugió a la vida. En su tiempo como humano, la habría cargado y asesinado a cualquiera que hubiese osado intentar apartarla de él.

Y luego de todos esos siglos, no estaba más cerca de ser civilizado. Tomaba lo que quería. Siempre.

Cassandra gritó en el instante en que Wulf la tomó en la boca. Su cuerpo hervía de deseo por él. Arqueó la espalda y lo observó a través del espejo que había sobre la cama.

Jamás había visto algo más erótico que la imagen de Wulf provocándola mientras los músculos de su espalda se flexionaban. Podía ver cada centímetro de su cuerpo desnudo y bronceado mientras le daba placer. Y tenía un cuerpo increíble.

Un cuerpo que ella deseaba tocar.

Moviendo las piernas debajo de su cuerpo, utilizó los pies para acariciar lentamente la rígida extensión de su pene.

Él gruñó en respuesta.

—Tienes unos pies muy talentosos, villkatt.

—Para acariciarte mejor –dijo suavemente, mientras pensaba que de hecho se sentía como Caperucita Roja siendo comida por el Gran Lobo Malo.

La risa de Wulf se unió a la suya. Cassandra enterró las manos en las suaves ondas de su cabello y dejó que se saliera con la suya. Su lengua era la cosa más increíble que había conocido, mientras la hacía girar a su alrededor. Lamiendo, incitando, saboreando.

Justo cuando pensaba que no podía sentirse mejor, él deslizó dos dedos profundamente dentro de ella.

Cassandra tuvo un orgasmo inmediatamente.

Aún así, él continuó acariciándola hasta que estuvo ardiendo y débil de felicidad.

—Mmm –murmuró, apartándose de ella—. Creo que mi gatita está hambrienta.

—Famélica –dijo ella, levantándolo sobre su cuerpo para poder deleitarse con su piel del modo en que él se había deleitado con ella.

Enterró los labios en su cuello y lo mordisqueó con cada parte suya que estaba desesperadamente hambrienta por él. ¿Qué tenía este hombre, que la volvía loca de deseo? Era magnífico. Estupendo. Sexy. Jamás había deseado a alguien de este modo.

Wulf no podía soportar el modo en que lo estaba agarrando. Lo hacía enloquecer por ella. Elevaba su necesidad hasta estar prácticamente mareado.

Incapaz de tolerarlo más, la hizo rodar hacia el costado y entró en ella.

Cassandra gritó ante el inesperado placer que la llenó. Jamás había tenido dentro a un hombre en esta posición, completamente recostada sobre su lado. Wulf estaba metido tan profundo que ella juró que podía sentirlo hasta el útero.

Lo observó en la pared espejada mientras él embestía una y otra vez dentro suyo, más y más profundamente, hasta que quiso gritar de placer.

El poder y la fuerza de Wulf no eran parecidos a nada que hubiese conocido. Cada enérgica embestida la dejaba débil, sin aliento.

Ella tuvo otro orgasmo justo antes que él.

Wulf se apartó de ella y se recostó a su lado.

Su corazón saltaba por la furia de su pasión. Pero aún no estaba saciado. Alcanzándola, la subió a su pecho para poder sentir cada centímetro de su cuerpo.

—Eres espectacular, villkat.

Ella hociqueó su pecho con el rostro.

—Tú no estás tan mal, villwulf.

Él rió ante su expresión cariñosa inventada. Realmente le gustaba esta mujer, y su ingenio.

Cassandra permaneció en la paz de los brazos de Wulf. Por primera vez en su vida, se sentía completamente a salvo. Como si nadie ni nada pudiera tocarla. Nunca se había sentido de ese modo. Ni siquiera cuando era pequeña. Había crecido con temor cada vez que alguien desconocido golpeaba a la puerta.