World Wildlife Zombie XXII
Sus uñas se hincaron con fuerza en el abdomen de Fele sintiendo como se contraía con cada chupada. Poco a poco Fele comenzó a acompañar la felación con suaves movimientos de cadera.
Ministerio del interior. Treinta de julio, 15.00h.
Iba a matar a ese maldito gilipollas. Hacía casi doce horas que nadie sabía nada de él. El primer signo de que algo iba mal fue su ausencia en la reunión diaria del gabinete. Veinte minutos más tarde, Clara recibió la llamada preocupada de su secretaría diciéndole que las puertas del despacho estaban cerradas por dentro y no contestaba a las llamadas.
Temiéndose lo peor llamó a Fele y quedó con él en la puerta del despacho del gobernador. Cuando llegó él ya le estaba esperando, de pie, con los brazos cruzados en torno a su pecho, con un ligero gesto de hastío. En cuanto estuvo en su campo visual Clara cambió su actitud inmediatamente, sus pasos se volvieron menos apresurados y comenzó a cruzar ligeramente las piernas para contonear sus caderas. El policía no pudo evitar una mirada apreciativa que hizo a la ministra sonreír por dentro.
—Buenos, días. —dijo ella al llegar a su altura— Siento molestarte, pero creo que tenemos un problema. El gobernador ha desaparecido y no podemos acceder ni a su despacho ni a sus estancias personales.
Abrieron la puerta de la antesala y descubrieron a una joven rubia de aspecto angelical casi temblando de miedo. Les contó atropelladamente lo sucedido desde que había llegado a ocupar su puesto de trabajo, sin añadir ningún dato más de utilidad.
Clara escuchó con paciencia fingiendo no ser consciente de las miradas que echaba Fele al ajustado vestido de lana que dejaba muy poco a la imaginación. No estaba dispuesta a darle a ese cabrón la satisfacción de mostrar la oleada de celos que le invadía. Deseaba machacar ese bonito rostro con sus puños desnudos estrujar ese cuello fino y esbelto y arrancar aquellos gruesos pezones que hacían relieve en el vestido con unas tenazas al rojo.
Cuando salió de la ensoñación vio que Fele había hecho saltar la cerradura de una patada y entraba en el despacho con la pistola preparada.
—¡Señor Gálvez! —gritó el policía mientras apuntaba con su arma a todos los rincones.
Tras unos segundos Clara le siguió encontrando la sala totalmente vacía, aunque unos sonidos apagados provenían de la puerta que separaba el despacho de los aposentos . Fele se acercó con precaución. Le dio una patada y, aunque la cerradura resistió, la puerta se combó. Soltó un juramento, se apartó y cogiendo carrerilla la embistió con el hombro. La puerta crujió y se vino abajo a la vez que Fele se dejaba caer y rodaba por el suelo con la pistola preparada para repeler cualquier agresión.
Clara pudo evitar a duras penas suspirar como una adolescente enamorada al ver como el hombre se jugaba la vida con aquella sangre fría, aunque estaba casi convencida de que Fele se estaba adornando un poco más de lo necesario.
La ministra entró tras él y vio al policía de pie petrificado y mudo de sorpresa ante el espectáculo. El gobernador estaba totalmente desnudo, atado a la cabecera de la cama con una cara sonriente pintada con rotulador permanente en el centro de la frente.
Como política se había encontrado en multitud de situaciones tremendamente embarazosas, pero ninguna comparable a esta.
Clara fue la primera en recuperarse de la sorpresa y se volvió echando a la secretaria antes de que pudiese ver nada, asegurándole que el gobernador estaba bien, que todo estaba bajo control y la ordenó que se quedase a la puerta montando guardia impidiendo que nadie entrase hasta que ella diese la autorización.
—¡Vaya! Veo que al fin una de tus putas te ha metido en un lío. —dijo dejando que el gobernador percibiera su tono de guasa.
—Maldita furcia, me ha dejado tirado. Menos mal que eres tú quién me ha encontrado. —replico el gobernador intentando quitar importancia deliberadamente al asunto.
—Esto es grave Gálvez. Estamos en estado de excepción y a ti se te ocurre colar en el edificio de gobierno a una puta. Vete tú a saber que más habrá hecho aparte de dejarte en evidencia.
El hombre se encogió instintivamente y miró a Fele pidiéndole ayuda sin conseguir más que una mirada de desprecio por parte del GEO.
—Tranquilo —dijo Clara sonriendo— No he venido aquí en persona para crucificarte. De hecho, todo esto podría devenir en nuestro mutuo beneficio...
—¡Aja! Ahora es cuando me propones un trato.
—Veo que no eres tonto. En realidad no es nada del otro mundo, tú me apoyas como candidata para las próximas elecciones y yo no cuento a nadie todo lo que he visto. —dijo Clara señalando la zona púbica que el gobernador trataba por todos los medios cruzando sus piernas— Por supuesto, si yo llego a la presidencia, el ministerio quedara vacante...
—¿Y este? —le interrumpió el gobernador señalando a Fele que no podía evitar poner los ojos en blanco al ser testigo del sucio cambalache.
—No tienes que preocuparte, odia a todos los políticos por igual. —dijo Clara observando la mirada enigmática del policía—Si se lo pido se mantendrá en silencio.
El gobernador pareció calmarse y hasta sonrió mientras Fele abría las esposas y dejaba que el gobernador cogiese una sabana y se dirigiese corriendo al baño mientras Clara le ordenaba que se cerciorase de que la puta no se había llevado nada más que su orgullo.
—Perfecto, —dijo el policía— ya has añadido otro hombre a tu esfera de poder. Una muesca más en tu cinturón, un paso menos para llegar a la cumbre.
—Vamos no hace falta que seas tan sarcástico. —dijo Clara dirigiéndose hacia la salida— Esto forma parte del juego. Si lo hago bien me convertiré en la mujer más poderosa de este país.
—Y en qué posición me deja a mí eso.
—En la de ser la única persona en el mundo que será capaz de darme por el culo. —dijo Clara con una sonrisa ambigua y dándole inmediatamente la espalda.
Sin volver a mirar atrás caminó con paso rápido hacia la salida convencida de que los ojos del hombre estaban fijos en el meneo de su culo.
Motel El Ocaso. Treinta de julio, 23.35h.
Tenía que reconocer que aquella gente tenía contactos. Los ecologistas se habían presentado en dos coches. Eran seis en total. Entre ellos estaban las dos chicas que parecía ser las que manejaban el cotarro y un tipo delgado de gafas oscuras que llevaba un rollo de planos bajo el brazo. En la misma habitación siguieron los planos de las conducciones del gas y la electricidad hasta una trampilla en el suelo del animalario. Una vez allí unos pocos minutos para grabar todo lo que pudiesen antes de que llegasen los de seguridad.
A continuación Ceci les contó su plan mientras repasaba la estructura del CAPEZ con la cámara de Alberto de testigo. Agustina le preguntó si pensaba que aquello era buena idea a la vez que inspeccionaba los planos del edificio buscando una ruta de escape por si aquello se desmandaba.
Ceci frunció el ceño acostumbrada a que todo el mundo siguiese sus órdenes y cogió su mochila dirigiéndose a la puerta por toda contestación.
Media hora después estaban siguiendo el tenue haz de las linternas en las entrañas de la ciudad. El hombre de las gafas iba en vanguardia echando rápidos vistazos a los mapas y conduciéndolos por un laberinto de aspecto interminable. Agustina miraba nerviosa en torno suyo y deseaba salir de aquel apestoso lugar cuanto antes.
Tres recodos después, el hombre indicó unas escaleras que llevaban a una trampilla en el techo del túnel. Ceci se adelantó y subió las escaleras con seguridad. Alberto filmó el ascenso de la mujer no muy convencido de sus intenciones.
CAPEZ, Humanes. Treinta y uno de julio, 00.15h.
Isabel observó con estupor como unos tipos emergían de una trampilla en el suelo y sin mirar a su alrededor se dirigían directamente a las celdas. Reconoció inmediatamente a Cecilia y al instante supo lo que iban a hacer. Se le pasó por la cabeza intentar detenerlos, pero sabía que no era gente con la que se pudiese razonar, así que salió corriendo en dirección a la salida a la vez que alertaba a todo el personal.
Corrió por el pasillo y estuvo a punto de cerrar y asegurar la puerta inmediatamente por fuera pero no tuvo valor. Los intrusos le daban igual, pero aun quedaban varios compañeros. No podía hacer otra cosa que quedarse allí y observar impotente como aquellos malditos gilipollas abrían las celdas y dejaban paso libre a aquellas criaturas.
En cuanto llegaron al pasillo Agustina vio lo que Ceci y sus compañeros iban a hacer y con un escalofrío, tiró de Alberto y le obligó a tomar las imágenes desde una distancia prudencial, lo más cerca posible de la salida. Alberto accionó el zoom y observó a las criaturas que parecían apelotonarse en una esquina de las celdas, exactamente debajo de unas lámparas que emitían una intensa luz blanca.
Los cerrajeros eran hábiles y a pesar de que los empleados del complejo intentaron detenerles Ceci, su novia y los demás los retuvieron el tiempo suficiente para que forzaran las cerraduras.
Al principio los zombis no reaccionaron al ver las puertas abiertas y se mostraron dubitativos.
—Vamos chicos... —dijo Ceci haciendo señas a los bichos— Sois libres.
Aquellas criaturas parecían más desorientadas que peligrosas. Poco a poco se dirigieron a la puerta y olfatearon con prudencia unos segundos antes de lanzarse sobre sus liberadores con unos aullidos capaces de helar la sangre.
Los que estaban al lado de las puertas de las celdas se dieron cuenta del peligro, pero ya era demasiado tarde y la fuerza de la masa de zombis superó sus esfuerzos por mantenerlos dentro y cayeron en el suelo del pasillo.
Tres de ellos no tuvieron oportunidad y acabaron bajo una masa bullente de zombis que se peleaban por conseguir un jirón de carne de aquellos desgraciados. Ceci esquivó a los dos primeros y se lanzó al pasillo a toda prisa. Estaba a punto de llegar a la puerta cuando un grito agudo la dejó congelada.
Alberto enfocó a Ceci dándose la vuelta y observando como un zombi saltaba por encima del tumulto que se había formado sobre los tres muertos y agarraba a su novia por un tobillo. Lily cayó al suelo e intentó incorporarse alargando una mano hacia Ceci.
Dos celadores que habían conseguido cerrar las otras celdas se apresuraron a ayudar a la joven intentando separar al zombi, pero el resto de las criaturas se lanzaron sobre ellos y les derribaron arrancando miembros y metiendo sus cabezas hambrientas en su vientres abiertos.
Con las lágrimas corriendo por sus mejillas la cabecilla de los ecologistas se dirigió a la puerta.
Alberto y Agustina retrocedieron sin dejar de enfocar al zombi que mordía los glúteos de la joven con evidentes muestras de placer, mientras esta aun se debatía y llamaba a Ceci pidiendo auxilio.
Los cadáveres ya estaban fríos y los zombis se incorporaron buscando nuevas víctimas. Los dos únicos seres que quedaban vivos en aquel pasillo eran los dos reporteros. Isabel estuvo a punto de encerrarlos allí dentro con los zombis, se lo merecían, pero no tuvo fuerzas y los zombis estaban tan cerca que sabía que sería inútil intentar cerrar la puerta, así que salió corriendo en dirección al recibidor del animalario.
Reinaldo estaba viéndolo todo. Desde la distancia le gritó a Isabel que saliera de allí zumbando, pero al ver que la chica no se movía desenfundó la pistola y cogiendo la katana de la que no se había separado en los últimos días se lanzó escaleras abajo.
A pesar de estar a la vista las escaleras y los diferentes controles de acceso le hicieron perder un minuto precioso. Cuando llegó a la última puerta que le separaba de Isabel, el coronel Molina ya estaba allí.
—Vamos dentro. —dijo Reinaldo posando la mano sobre el pomo de la puerta.
—No, debemos contener a los ejemplares. —respondió Molina acercándose al tablero digital para bloquearlo— El equipo de contención estará aquí en dos minutos y los volverá a meter en las celdas. Esos bichos valen su peso en oro.
Reinaldo no lo pensó. Isabel estaba allí dentro. Para cuando llegase la ayuda no quedaría nadie vivo allí. Apartó al coronel de un empujón y entró en el pasillo de conexión con el animalario.
En dos segundos estaba en el gran recibidor que daba a las diferentes secciones del animalario. Isabel no tardó en llegar y se colgó del cuello de Reinaldo temblando como una hoja. Reinaldo la abrazó un instante para a continuación separarla con suavidad y ponerla tras él. A parte de ellos solo quedaban los reporteros y una mujer de mediana edad con la culpabilidad marcada en el rostro.
Reinaldo volteó su katana y esperó la llegada de las bestias que no se hicieron esperar. No se anduvo con filigranas y acercándose a la puerta que daba acceso a la estancia le arrancó la cabeza de un tajo a un tipo alto y un poco podrido mientras le reventaba la cabeza a otro que aun roía una mano con un par de balazos.
—Eh, tú deja esa cámara y ven a echarme una mano.
Alberto se dio cuenta de que no podía limitarse a ser un espectador si quería sobrevivir. No estaba dispuesto a morir y menos ahora que al fin tenía todo lo que había deseado en su vida. Miró a su alrededor desesperado sin ver un arma hasta que se fijó en la manguera de incendios cogiendo polvo en un cajetín en la esquina más alejada del hall. Haciéndole una seña a Ceci rompió el cristal y sacó la manguera indicando a la activista que abriese la llave hasta el tope.
Reinaldo seguía moviendo la katana con fluidez de un lado a otro arrancando miembros y cercenando cuellos tan rápido como podía. Cuando se veía acosado por varios zombis cambiaba las armas de mano y volaba unas cuantas cabezas para despejar un poco la zona, pero los zombis seguían llegando y estaba a punto de ser sobrepasado, con dos bichos mordiéndole en el muslo cuando un chorro de agua pasó a su lado tirando a varios zombis al suelo.
Agustina vio como Alberto controlando la presión del agua a duras penas y rechazó a las criaturas de nuevo hacia la galería que llevaba a las celdas. Mientras le enfocaba con la cámara notaba como el orgullo y la excitación podían con ella, cuando esa pesadilla quedase atrás pensaba matar a polvos a ese hombre.
Isabel estaba a su lado, temblando aun, observando cómo su novio le arrancaba la cabeza a los dos zombis que le habían mordido y persiguiendo por la estancia a un par de bichos que habían esquivado el agua.
El agua además de ir a una gran presión estaba muy fría lo que contribuyó a aletargar a los zombis lo suficiente como para que el equipo de contención de Molina, que acababa de llegar, los empujase a base de golpes de nuevo hacia las celdas.
Ceci no quería pensar. Allí no podía hacer nada. Todos estaban muertos y ella era la culpable. Nunca se le pasó por la cabeza que aquellas criaturas fuesen como perros rabiosos y ahora Lily, su pequeña Lily estaba muerta. Habían conseguido detener a las criaturas, pero era demasiado tarde. En ese momento entraron los hombres de Molina y se dio cuenta de que aun estaba en un lío. Aprovechando el caos y los gritos abandonó su lugar al lado de la llave del agua y se escurrió fuera de la sala. En cuanto estuvo fuera de vista echó a correr en dirección a la salida. No se encontró a nadie en su camino y ni siquiera el hombre de la garita que estaba muy ocupado atendiendo el teléfono se percató de su paso. Cuando llegó al coche fue a coger las llaves y se dio cuenta de que las tenía Lily.
Se apoyó en el coche abrumada por la sensación. No volvería a tener aquel cuerpo joven y cálido a su lado dándole vida solo con su presencia. Lily no volvería despertarle con un beso y una taza de café bien cargado. No volvería a animarle cuando las cosas fueran mal. Se dejó caer en el suelo con las lágrimas corriendo por sus mejillas sin poder pensar en nada sintiendo como el odio hacia esas criaturas crecía sin límite.
Al Rojo Escocido. Programa de la Sexta. Treinta y uno de julio, 18.00h.
—Buenas tardes. —saludó el presentador si poder ocultar su fastidio— Al parecer la señorita Agustina Juárez se ha hecho con una nueva exclusiva. El gobierno tiene un laboratorio de investigación donde, con la excusa de averiguar cómo acabar con esta plaga están experimentando con los zombis y estudian cómo hacer de ellos un producto económicamente rentable. ¿Qué opináis de ello? Pili por favor.
—Bueno, sé que es un tema delicado, pero hay que tener en cuenta que las pérdidas económicas que suponen la maldición en la que está sumida la capital. Si traficar con esas criaturas supone un beneficio económico que ayude a paliar la situación...
—Me pregunto si pensarías lo mismo si los que estuviesen siendo viviseccionados en esas mesas fuesen parientes tuyos. —le interrumpió Fernando con su sempiterna pajarita— Es muy fácil cuando los cadáveres que se están descuartizando son los de los demás.
—Sé que no es una decisión fácil, pero me temo que en estos momentos hay que pensar en el bien común.
—¡Ja! Creo que eso ya lo he oído más veces, Deja que rememore... Ah sí cuando explotó la crisis también hicimos sacrificios los más pobres para que los ricos se hiciesen más ricos...
—Eso es una falacia. —le interrumpió la rubia— Eso son mentiras de la izquierda radical. Todos sufrimos con la crisis y es precisamente el tejido empresarial y las finanzas de este país los que han conseguido con su esfuerzo y la ayuda de la gente de...
—Perdona, Pili, pero estamos en directo con la que es la nueva estrella del periodismo nacional. —dijo el presentador— Buenos días Agustina. Después de ver las imágenes que tú y Alberto habéis grabado no puedo dejar de felicitaros.
—Gracias, Enrique es un placer hablar contigo.
—¿Qué opinas de todo esto?
—La verdad es que estoy demasiado cerca como para poder tener una opinión. Nuestra función aquí es servir de testigos para que gente con experiencia y conocimientos juzgue si estos experimentos son buenos o no. Lo único que se tras estos pocos días es que si tengo un zombi delante, no pienso preguntarle lo que opina y huiré o pelearé dependiendo de las opciones que tenga. Esos seres no tienen alma solo una intensa sed de sangre.
—Creo que habéis tenido un desagradable encuentro con esos seres.
—En efecto, Enrique. Seguimos a un grupo de activistas pensando que lo que querían era documentar los experimentos para poder detenerlos, pero intentaron liberarlos.
—Sí y creo que su cámara, Alberto ha ayudado a contener el desastre. —dijo el presentador mientras los focos se fijaban en un hombre joven de aspecto tímido, evidentemente más acostumbrado a estar tras la cámara que delante de ella.
—Eh, sí. Me temo que esta vez no pudimos mantenernos neutrales y tuve que ayudar a contener los zombis y hacer que se retiraran de nuevo hacia las celdas.
—Entiendo, me alegra que hayas sabido reaccionar y estéis aquí para poder contarlo. Gracias por estas excepcionales imágenes. —dijo el presentador despidiéndose.
—Sean o no necesarias estas actuaciones, lo que está claro es que se ha hecho en el más estricto secreto, ocultando los hechos a la opinión pública y sin que se haya generado un debate adecuado para establecer unos límites en estas investigaciones. ¿Es lícito?¿Es ético?¿Beneficia a alguien? Estas son las preguntas que trataremos de responder en este programa...
Ministerio del Interior. Treinta y uno de Julio, 23.30h.
La noche anterior había sido un caos y estaba realmente cansada. Clara se había pasado todo el día apagando lo fuegos creados por la intrusión de los activistas pro derechos de los zombis en el centro de investigación. Luego, esa pequeña zorra se había escondido la tarjeta de la grabación de los disturbios quién sabía dónde y al tipo que la registró le dio una vacía con lo que a la tarde había tenido que dar explicaciones de nuevo. Finalmente a eso de las nueve le había dado al padre Matiacci el libro de brujería en una ceremonia discreta con solo un par de personas presentes.
Ahora estaba cansada y harta de todo. Solo quería una cosa y esta vez no iba a buscar ninguna excusa para evitarlo. Se sentó con un whisky en la mano y cogió el teléfono mientras se quitaba los zapatos con un gesto de alivio.
—Hola, Fele.
—Ministra. ¿Qué desea?
—Si no estás ocupado me gustaría que te acercases al despacho. —dijo Clara intentando que su voz pareciese lo más tranquila posible.
—Iré en cuanto pueda.
Fele se hizo de rogar y tardó algo más de media hora en llegar. Clara agitaba los hielos del vaso nerviosa mientras daba cortos tragos al líquido ambarino sin dejar de mirar a la puerta ensayando el pequeño discurso que tenía preparado.
Se presentó con el uniforme impecable y el gesto tranquilo. Clara no se levantó del sofá y le indicó con un gesto que se sirviese un trago. El GEO se dirigió al mueble y se sirvió una generosa medida de Whisky en medio de un silencio expectante.
—Sé que no estás de acuerdo con lo que hacemos, pero odio que esto nos separe. —dijo ella levantándose y acercándose a él.
Cuando iba en tacones sus ojos casi estaban a la misma altura, pero esta vez se acercó solo calzada con las medias y se vio obligada a inclinar la cabeza hacia atrás cuando estuvo a su lado.
—Estos días han sido los más emocionantes de mi vida y no por todo lo que ha sucedido a nuestro alrededor sino porque todo eso me ha permitido conocerte. Durante estos días he intentado convencerme a mi misma de que lo que siento por ti es el capricho de una mujer de treinta y muchos que intenta por todos los medio sentirse aun joven y deseada... Yo, yo...
Su mente se puso en blanco cuando Fele se inclinó y le acarició la mejilla. Con un escalofrío Clara se puso de puntillas y acercó sus labios. Fele hundió las manos en su melena y la besó. Una abrumadora sensación de alivio la envolvió al sentir la lengua del policía explorándola con ansia. Con rapidez el hombre apartó las manos de su melena para adelantarlas y estrujar sus pechos con fuerza. El placer de sentir de nuevo aquellas manos explorándola fue tan intenso que perdió un instante el equilibrio y sus bocas se separaron.
Le miró a los ojos, quería decirle todo lo que tenía pensado pero las palabras se arremolinaban desordenadamente en su mente, por una vez la grandilocuente ministra no sabía que decir ni cómo explicar lo que sentía. Necesitaba urgentemente dar placer a ese hombre, demostrarle que no era el ser cruel y egoísta que él pensaba que era.
Sin dejar de mirarle a los ojos se arrodilló y acarició sus muslos con una mano mientras que con la otra le soltaba el cinturón y le desabotonaba los pantalones del uniforme. La polla de Fele ya estaba dura y palpitaba dentro de los ajustados boxers. La acarició unos instantes por encima de la resbaladiza lycra y la sacó de su encierro. Todo su cuerpo tembló de deseo ante la vista del miembro duro y caliente.
Lo acarició con suavidad, recorriendo la fina red de venas que tapizaban su superficie con sus afiladas uñas. La polla se retorció espasmódicamente y Clara la cogió con firmeza entre sus manos. Sintió en el calor del instrumento el deseo de Fele y no le hizo esperar más. Acercó sus labios y tirando del prepucio desnudó su glande y le pegó su suave lametón. El miembro entero palpitó y pareció aumentar ligeramente de tamaño unos instantes mientras el policía soltaba un apagado gemido.
Clara volvió a mirarle a los ojos y se metió una nueva porción de polla hasta que sintió como la punta golpeaba su paladar. Con suavidad se retiró a la vez que con su lengua acariciaba con suavidad la parte inferior del miembro. Un nuevo suspiro de macho, un suspiro apagado, contenido, intentando sin éxito parecer ligeramente indiferente.
A continuación apartó las manos del miembro, ahora más hinchado y caliente que nunca y comenzó a chuparlo con fuerza. Cada chupetón era más largo y profundo que el anterior y terminaba con ligeros mordiscos en el glande.
Sus uñas se hincaron con fuerza en el abdomen de Fele sintiendo como se contraía con cada chupada. Poco a poco Fele comenzó a acompañar la felación con suaves movimientos de cadera. Clara apartó entonces sus manos y las puso a su espalda dejando que él tomase la iniciativa.
Las manos del policía se cerraron entorno a su barbilla y colocaron su garganta de forma que esta fuese una continuación de su boca. La polla de Fele entró profundamente hasta alojarse en su garganta. Sintió la asfixia, sintió el calor del miembro, sintió un deseo increíblemente intenso de que ese hombre la follase. A través de sus ojos bañados en lágrimas vio la cara de placer de Fele y tuvo que contenerse para no echar las manos a su coño y masturbarse como una loca.
Pero hoy no, hoy solo quería demostrarle que no solo sabía recibir que también sabía dar. Sin poder aguantar más se apartó. Notó como el miembro resbalaba por su garganta y salía de su boca, brillante, envuelto por una gruesa capa de saliva. Dándose una tregua cogió el lustroso cetro y lo acarició rudamente con una mano a la vez que con la otra masajeaba los testículos. Restos de carmín corrido destacaban en el glande y la ministra no pudo evitar pensar que en esos momentos debía estar espantosa.
Fele pareció adivinar sus pensamientos y con delicadeza limpió el rímel y el carmín corridos de su cara. Aquellas caricias extendieron un excitante hormigueó por todo su cuerpo que no paraba de gritar y demostrar con todo tipo de temblores y secreciones que deseaba aquella polla dentro de él.
Haciendo caso omiso a sus deseos por primera vez en mucho tiempo, volvió a meterse el pene de Fele en la boca y lo chupó con fuerza, metiéndolo y sacándolo con suficiente brusquedad como para ahogar los instintos que amenazaban con hacerla perder el control.
El que comenzó a perder el control fue el policía cuyos gemidos ya no podía acallar. Intentó apartar la polla para eyacular fuera, pero Clara no le dejó y se agarró a sus muslos mientras le daba dos profundos chupetones que acabaron por desencadenar el orgasmo. El semen tibio y espeso inundó su boca en continuas oleadas mientras ella chupaba y exprimía los huevos del policía con las manos intentando vaciarlos hasta la última gota.
Fele soltó un gritó y se inclinó envolviéndola con su cuerpo mientras ella apuraba las últimas gotas de semen que emergían de su polla.
Tras unos segundos él se apartó y la ayudó a levantarse. Estaba un poco acalambrada y le dolían las rodillas, pero la cara de satisfacción del GEO lo compensó todo. Fele la abrazó. Fue un abrazo de oso, nada de magreo, solo cariño, solo ansia de contacto. Estaba a punto de volver a ponerse de puntillas para besarle cuando el ruido de lo que parecían petardos les sorprendió.
—Pero que coños...
Clara iba a dirigirse hacia la puerta cuando Fele la tiró al suelo y desenfundó su Beretta justo antes de que un tipo de uno noventa vestido de negro de la cabeza a los pies entrase en el despacho subfusil en mano.
Dos tiros en la barriga, justo por debajo del chaleco y uno en la cabeza bastaron para acabar con él. Rápidamente Fele se ajustó los pantalones, cogió el subfusil de la mano inerte del intruso y se asomó con prudencia la pasillo.
Clara oyó dos rápidas ráfagas y el sonido sordo que hacían dos cuerpos al caer. Segundo después Fele reapareció tirando de otros dos cuerpos. Con rapidez los registraron sin encontrar ninguna identificación.
—Voy a ver lo que pasa. —dijo Fele dándole su Beretta— Tu escóndete en el baño y no salgas de allí hasta que vuelva.
Clara sintió como todo su cuerpo temblaba, esta vez de terror.
—Tranquila, estoy seguro de que sé a qué vienen esos tipos y tú no eres el objetivo. —dijo el dándole un beso rápido— Vuelvo en un segundo. Te quiero.
Mientras Fele se lanzaba pasillo abajo Clara se dirigió al baño con las dos últimas palabras del hombre rebotando alegremente dentro de su cabeza.
Monasterio del Escorial. 1 de agosto, 00.15h.
Matiacci estaba inspeccionando el grimorio sin poder evitar su admiración. Aquel documento podría darle más información sobre las brujas y como encontrarlas que todos los rumores y especulaciones que había recopilado la Santa Sede en los últimos trescientos años. En apenas tres horas había llenado un block de notas y estaba a punto de comenzar el siguiente cuando el estruendo de disparos le sorprendió.
No lo dudó ni un segundo, atacaban el edificio y la única causa de tomarse tantos riesgos solo podía ser el libro. Podía ser cualquiera, lo único que sabía es que tenía que poner el libro a salvo.
Nuno Había visto como el padre volvía al monasterio con el grimorio en la mano, así que cuando oyó la primera detonación cogió a Escotofia y se dirigió a la habitación que ocupaba el legado.
Escondidos tras una columna observaron como dos monjes iban apresuradamente hasta su puerta y entraban sin llamar. Tras unos minutos el padre Matiacci acompañado de los dos monjes se dirigieron a las entrañas del monasterio, en busca de un pasadizo de escape sin duda.
Mientras corrían la bruja lanzó un pequeño conjuro que les ayudaría a pasar desapercibidos mientras seguían a las tres figuras. Atravesaron el refectorio y volvieron a las cocinas. En esta ocasión la entrada del pasadizo no era una vieja estantería sino que tuvieron que arrastrar y tirar al suelo un pesado frigorífico para dejar a la vista un estrecho pasadizo que daba a unas escaleras.
Allí los monjes dejaron solo al legado y volvieron a sus aposentos. Entraron tras el inquisidor, pisándole los talones. Ya no eran necesario el sigilo. El ruido lo alertó y se dio la vuelta. La mirada de sorpresa fue tal que Escotofia no pudo evitar una carcajada. El cura comenzó a bajar las angostas escaleras de tres en tres, pero no tenía ninguna posibilidad. Nuno estaba en mejor forma y no cargaba con un pesado libro.
Consiguió llegar abajo antes de que Nuno lo desequilibrara con un empujón y le hiciese caer en el suelo de una pequeña caverna.
Con sorprendente rapidez el inquisidor se levantó con un cuchillo en la mano buena. Con tranquilidad Nuno sacó su Sig-sauer y le apuntó con cuidado al centro de la cocorota.
—Si no sueltas eso y te apartas te juro que esta vez no fallaré. —le dijo Nuno con una sonrisa torva.
El cura dejó caer el cuchillo con un gesto de derrota inconfundible marcado en su rostro.
—Piénsalo bien, hijo, con esta acción te estás condenando para la eternidad. Deja a esa zorra del demonio y sígueme, sigue la verdadera fe.
—Vamos padre deje eso y apártese si no quiere que le sacuda otro pildorazo.
Matiacci se apartó y tiró el cuchillo, intentó hablar otra vez pero la culata de la pistola interrumpió su discurso dejando al cura inconsciente en el suelo.
Nuno cogió el libro y se volvió en dirección a la luz que se adivinaba a la izquierda, pero ella le interrumpió.
—Espera aun tengo algo que hacer.
Sin dejarle replicar cogió el libro y sacó unas hierbas que había cogido en la cocina. Ayudándose de unas piedras y una estalagmita plana a modo de mortero las machacó hasta hacer una pomada que hizo tragar al cura. A continuación frotó sus genitales con el restó y abriendo el libro buscó un hechizo y recitó un conjuro del que Nuno no entendió nada.
Cuando terminó un ligero vapor saliendo de los genitales del cura fue la indicación de que el hechizo estaba completado. Dando su tarea por terminada Escotofia le cogió del brazo y con una sonrisa cómplice ambos se dirigieron hacia la luz.
GUÍA DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:
Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.
Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.
Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.
Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.
Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.
Fredo: compañero de Fele.
Reinaldo: el novato del grupo de Fele.
Clara Ayuso: Ministra del interior.
Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.
Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.
Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.
Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.
Jose Perez : Oscuro funcionario del CNI.
Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.
Libio: consejero de Vicenzo.
Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.
Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.
Manuel Llopart: Director del CESIC.
Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.
Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.
Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.
Pili : Tertuliana del pelo rubio en el programa de Al Rojo Escocido.