World Wildlife Zombie XX

¿Me echabas de menos? —preguntó ella quitándole la cinta de un doloroso tirón y sentándose sobre la cara de Gálvez— Te aseguro que te arrepentirás de ello.

Patio del Escorial. Veintinueve de Julio, 15. 30h.

Fredo estaba que reventaba de satisfacción, iba a volver a la zona de exclusión y lo iba a hacer con un equipo de ocho voluntarios entre los policías destinados a la protección del edificio a sus órdenes.

Los policías se mantenían en posición de firmes ante él con la mirada al frente mientras se paseaba balanceando a Julita con aire desenfadado.

—¡Esta bien chicos! —comenzó un pequeño discurso— Sé que os morís por entrar ahí y cargaros unos cuantos bichos, pero solo lo haremos en caso de necesidad. Vamos a entrar en la zona de exclusión, vamos a capturar una docena de zombis, provocando el menor alboroto posible y nos iremos por donde hemos venido. No quiero que nadie se haga el héroe o piense que esto es una montería. Iremos a zonas donde los zombis no sean muy numerosos y si la cosa se pone un poco fea cogemos los coches y cambiamos de zona. Quiero una operación rápida y limpia.

Los policías respondieron con un "sí señor".

—Si mantenemos la calma y seguís mis órdenes, esto será coser y cantar. Tú y tú os encargareis del volante. —dijo señalando a dos tipos más mayores—Quiero a un hombre en la ametralladora pesada del todoterreno cubriéndonos constantemente. Castro  a la furgoneta, el resto al todoterreno conmigo. ¿Alguna pregunta?

—No señor. —exclamaron todos al unísono.

—Pues vamos allá. —dijo señalando los vehículos con la maza.

Una hora después estaban entrando en Madrid, Fredo decidió desviarse y dirigirse a los alrededores de el cementerio de El Pardo. Un cementerio no muy grande que les ayudaría a encontrar individuos, pero donde no  esperaba encontrar grandes grupos de zombis. El convoy redujo su marcha y se acercó por el este al cementerio. Cuando estaban a poco menos de un kilómetro del cementerio aparecieron los tres primeros. Dos de ellos no valían nada. Uno era un cadáver tan deteriorado que no entendía como podía mantenerse entero y no convertirse en polvo, al otro le faltaba un brazo y casi todas las vísceras así que lo desecharon rápidamente, pero el tercero era un ejemplar realmente único. Era una mujer a la que la muerte le había sorprendido en un avanzado estado de gestación y por el aspecto que mostraba, a Fredo no le costó demasiado saber lo que había pasado. Era evidente que el bebé había muerto en el vientre de su madre y se había alimentado de ella. Tras zamparse todas sus vísceras había roto la piel asomando la cabeza y uno de sus brazos fuera del vientre. En ese momento la mujer se había enfriado y el bebe había dejado de alimentarse de ella.

Mientras dejaba que sus hombres acabasen en silencio con los otros dos, Fredo se acercó a la preñada y esquivando los torpes movimientos y las mandíbulas de la madre y su retoño se puso a su espalda y la inmovilizó con facilidad. Antes de amordazarlos no pudo evitar echar un vistazo más detenido. El bebe se debatía agarrando su brazo con unas manitas sorprendentemente fuertes para su tamaño mientras abría y cerraba sus mandíbulas desdentadas. Sin poder imaginar cómo se las había arreglado aquella criatura para romper el vientre de su madre les amordazó y en pocos segundos estaban empaquetados en el furgón.

Con tranquilidad y sin hacer ruido continuaron con su recolección. Fredo procuró  que todos tuviesen la oportunidad de derribar o capturar alguna criatura para que estuviesen contentos y estaban a punto de retirarse con la misión cumplida cuando una figura gorda y oscura, vestida con un uniforme que parecía sacado de una comedia Leslie Nielsen apareció ante ellos.

—¿Quién demonios es ese tipo? —dijo Fredo con la boca abierta viendo aquel cadáver apestoso cargado de estrambóticas condecoraciones y con un sombrero adornado de plumas de avestruz tapándole la cara ennegrecida por la corrupción.

—¡Coño! —dijo el veterano conductor del todoterreno— A este le he visto en un documental sobre los tejemanejes de la CIA en Centroamérica,  era aquel dictador de  Puerto Rico... No, de la Republica Dominicana, un gordinflón salido y sanguinario, Leónidas Trujillo. Era un gran amigo de Franco que siempre le recibió con los brazos abiertos como si fuese un gran estadista y no un maldito demente.

—Sé que se ha cerrado el cupo, pero ¿No podemos cargárnoslo? —preguntó el hombre que estaba a cargo de la ametralladora pesada.

—¿Y acabar con su sufrimiento? —dijo  otro hombre cuya tez no podía ocultar su ascendencia latinoamericana.

—Es cierto —dijo Fredo saliendo del todoterreno con una sonrisa y haciéndole una seña al hombre que acaba de hablar— González ven conmigo. Este tipo se merece ser el conejillo de indias de una de esas Farmacéuticas. Ojalá le torturen durante años.

Se acercaron uno por cada lado y a una señal Fredo le quitó el sombrero emplumado mientras dejaba que González le arrease un porrazo en la cabeza. El zombi no pareció acusarlo y se lanzó sobre el policía como una fiera sedienta de sangre. A pesar de estar en sorprendente buen estado, aquel cadáver tenía cerca de cincuenta años con lo que  no se movía lo suficientemente deprisa como para ser una amenaza. González le volvió a aporrear mientras Fredo por detrás le daba con la maza en la parte posterior de las rodillas haciéndole caer.

Procurando que no se le estropease la brillante indumentaria, lo maniataron y lo amordazaron. Tras arrearle unas cuantas patadas de propina lo pusieron en lo alto de la pila de zombis en la furgoneta sin olvidarse de volver a ponerle el sombrero emplumado y salieron de allí rumbo al CAPEZ para poner a buen recaudo su valiosa carga.

Despacho del gobernador Gálvez. Veintinueve de Julio, 21.30h

Conchita llegó deliberadamente pronto. No tenían cita hasta que hubiese terminado su jornada de trabajo, pero aprovechando el pasadizo que le había enseñado el gobernador se había colado en el despacho y le había dado al gobernador una sorpresa que casi le había tirado de su butacón.

Realmente no se había presentado tan pronto solo por darle una sorpresa a ese gordo gimoteante, pero creyó que sería una buena idea saber cómo trabajaba para hacerse una idea de cómo robar a aquel hombre el contenido del  grimorio.

Tenía tres alternativas: robarlo, exigirlo como prenda de su sumisión o chantajearlo. De las tres la primera, si conseguía hacerlo de manera que el gobernador no se enterase, era su preferida, las otras, aunque más rápidas tenían un riesgo. A pesar de ser un blando con ella estaba convencida de que nadie llega a gobernador de una capital de estado si no se es un hijoputa redomado.

Decidida a averiguar cómo obtener la información pasó frente al sorprendido funcionario luciendo un corpiño de cuero negro y una minifalda también de cuero imposiblemente corta. Se paseo lentamente, balanceando sus caderas con paso largos y decididos, clavando con fuerza los tacones de aguja de sus zapatos mientras evitaba mirarle deliberadamente.

Tras estar segura de que había captado su atención se sentó en un sofá frente al gobernador, sé colocó la melena sobre uno de sus hombros, apoyó los brazos en la parte superior de los cojines y cruzó las piernas pausadamente, con una maligna sonrisa.

—¿No habíamos quedado dentro de un par de horas? —dijo el hombre carraspeando mientras fingía enfrascarse en el estudio de un informe.

—Tienes razón, pero la sesión con el hombre que te precedía ha resultado ser decepcionantemente corta y como no tenía que hacer he decidido venir directamente aquí. Siempre he tenido curiosidad en saber qué es lo que hace un gobernador.

—No deberías haber venido tan pronto.

—Tranquilo, —le interrumpió ella con seguridad— me acordaba perfectamente de la ruta por la que me colaste el otro día y me he asegurado de que nadie me viese. Tú trabaja, yo me quedaré aquí y me limitaré a observar.

El gobernador asintió y gruño no del todo convencido. Trató de ignorarla  y siguió enfrascado en el trabajo. Conchita, sin quitarle ojo, se dedicaba a jugar con su melena observar todos los rincones del despacho y cambiar de postura con la frecuencia justa para llamar la atención y excitar la imaginación de Gálvez.

Tras revisar un par de informes y firmar una serie de papeles que venían en una carpeta con el escudo de la comunidad dirigió su interés al ordenador que tenía olvidado en uno de los extremos de la mesa. Acercó el liviano portátil hacia sí y lo abrió con el gesto de desagrado típico del que lo más complicado que ha usado la mayor parte de su vida era un ábaco. Se quedó uno segundos intentando recordar la contraseña   para desbloquearlo.

Suponiendo que recordar esas cosas no era su fuerte Conchita se estiró y se acarició los pechos con lascivia desconcentrando totalmente al gobernador. Como esperaba, el hombre se quedó totalmente en blanco y cagándose en todos los santos, tiro de una pequeña tablilla disimulada en el borde de la mesa y copió la contraseña.

El ordenador se desbloqueó y el gobernador comenzó a  trabajar mientras Conchita ocultaba un sonrisa de satisfacción.

Transcurrieron los minutos, ella seguía cambiando de postura cada poco, dejando que el hombre pudiera admirar su anatomía, provocándole y obligándole a apresurarse en el trabajo para poder disfrutar de su compañía.

Con un movimiento brusco se levantó y se dirigió hacia él. El hombre levantó la cabeza y  sus miradas se cruzaron. Satisfecha pudo comprobar cómo bajaba la mirada esperando que la riñese por haberse portado con semejante descaro. Sin embargo Conchita se limitó a sonreírle y a urgirle para que apagase el ordenador y acabase con aquello. El ordenador se apagó con un ruido casi inaudible y Conchita rodeó el escritorio acercándose al gobernador.

Sin miramientos puso uno de sus zapatos sobre las rodillas del gobernador e inclinándose sobre él le cogió por la corbata y tiró con todas sus fuerzas.

Gálvez emitió un gruñido ahogado y se dejó caer al suelo para ponerse a cuatro patas tal como ella le ordenaba.

Conchita sonrió satisfecha y tirando de la corbata se llevó su perrito hasta la habitación. Una vez allí lo subió a la cama, lo desnudó rápidamente y poniéndole de nuevo  a cuatro patas y le ordenó que no se moviera.

Desde la cama y tratando de no moverse, él la observó  hurgar dentro del gran bolso que se había traído. Tras unos segundos puso sobre una de las mesitas una pequeña fusta de piel de hipopótamo y dos pares de esposas. Gálvez las observó y no pudo evitar sonreír al pensar el castigo que le esperaba,

La joven se dio cuenta e inmediatamente reaccionó cogiendo la fusta y descargando sobre la espalda del hombre cuatro rápidos zurriagazos que borraron la sonrisa de su rostro. El hombre se tragó los tacos, le dio las gracias  y se concentró en mantener el equilibrio y  evitar que se le escapase cualquier gesto de dolor.

Conchita se mostro satisfecha y le dio un par de golpes, esta vez más suaves procurando que el dolor fuese menos intenso. En pocos segundos pudo percibir como el hombre estaba empezando a disfrutar. Continuó la sesión alternando los golpes duros con momentos en los que se limitaba a mantener la sensación de escozor y picazón en la espalda y las nalgas del gobernador, que en ese momento ya gemía excitado con una respetable erección colgando de sus ingles.

Conchita se tomó unos segundos de descanso. Con el calor de aquella noche estival y el ejercicio que suponía darle la paliza a aquel hombre notó como su cuerpo se cubría  de sudor.

Acercándose dejó que el perrito se lo lamiera. El gobernador se lanzó sobre ella sonriendo servicial y eliminando el sudor que bañaba su vientre y sus muslos.

Le dejó hacer dándole a su perro pequeñas palmaditas en la cabeza, para a continuación cogerlo por el escaso pelo de sus sienes y acercarlo a la cabecera de la cama. El hombre obedeció y dejó que le esposase a los gruesos barrotes de bronce del cabezal de  la cama sin apenas protestas por su parte.

No se apresuró. Le dejó colocarse y ponerse cómodo, al menos todo lo que le permitían las esposas. Cuando le vio más o menos relajado le tapó los ojos con un pañuelo y comenzó a recorrer su cuerpo con la fusta. El hombre comenzó a gemir excitado a medida que la fusta evolucionaba por su pecho hirsuto y su abultado vientre provocando apagados gemidos de placer.

Con dos ligeros toques consiguió que la polla del gobernador saltase y se retorciese dura y abotagada. Por un momento se le pasó por la cabeza coger un cuchillo y cortar aquel venoso instrumento para ver como aquel cochino se desangraba y chillaba hasta su muerte. Disfrutó unos instantes más de la imagen y con un suspiro se resignó desechando la idea mientras descargaba un par de dolorosos fustazos en el escroto de Gálvez.

El gobernador gritó y se dobló en postura fetal intentando proteger su entrepierna mientras tiraba inútilmente de las esposas. Conchita no pudo evitar un gesto de desagrado y volviendo al bolso sacó un rollo de cinta americana y amordazó al hombre con él.

A continuación le sometió a una nueva sesión de fustazos repartiendo sistemáticamente el castigo por todo su cuerpo.

Cuando terminó todo el cuerpo del gobernador estaba en carne viva.

—¿Te ha gustado?

—Mmmmf , mmmf —dijo él desde detrás de su mordaza.

Conchita se acercó y volvió a pasar su fusta por la barriga del hombre, con estilo, remedando el gesto que hacen los toreros con la espada sobre el lomo del toro rendido. Tras darle un suave golpe en la barbilla contempló unos segundos más al hombre respirando agitadamente por la nariz, intentando coger suficiente oxígeno para no asfixiarse y salió de la alcoba en dirección al despacho.

No se entretuvo y se fue directamente al ordenador. Mientras lo encendía buscó la tablilla donde el gobernador escondía la contraseña y la insertó desbloqueándolo. Durante los siguientes minutos estudió minuciosamente los archivos y no le costó encontrar la copia del grimorio. No perdió el tiempo y la cargó con rapidez en un pendrive. Cuando la lucecita termino de parpadear accedió de nuevo al menú y buscó una orden de traslado para los dos tipos que había causado todo aquel lío. Con un gesto de desilusión pudo comprobar que había órdenes expresas de que continuasen en sus celdas incomunicados para evitar que les pasase nada.

Se paró un segundo a pensar y buscó en el directorio algún otro archivo de valor. Se le acababa el tiempo y estaba a punto de cerrar el ordenador cuando descubrió una carpeta que tenía por título "plan de seguridad de la nueva sede de gobierno". No se molestó en curiosear y lo copió rápidamente. Utilizando lo que le había enseñado un antiguo novio trató de borrar sus huellas lo mejor que pudo. La intrusión no pasaría una inspección detenida por parte de un experto, pero confiaba que aquel gordo llorón no sospechase nada y no pidiese que le inspeccionasen el ordenador hasta que ella estuviese lejos, en el Caribe, sentada en una hamaca con un  margarita helado a su lado.

—¿Me echabas de menos? —preguntó ella quitándole la cinta de un doloroso tirón y sentándose sobre la cara de Gálvez— Te aseguro que te arrepentirás de ello.

El hombre abrió la boca y comenzó a besar y lamer su sexo por encima de su escueto tanga. Conchita bajó las caderas sofocándole. La calva del gobernador enrojeció para luego empezar a adoptar un color violáceo sin que el hombre dejase de mover los labios y la lengua furiosamente.

Conchita se apartó un instante  para dejarle respirar y se quitó el tanga empapado de saliva y flujos vaginales. Dándose la vuelta se puso de espaldas y volvió a plantarle su culo sobre la cara a la vez que le cogía la polla.

Empezó a mover las caderas con suavidad adelante y atrás, suspirando de placer. Agitó y retorció la polla hasta que estuvo dura como una piedra. Estaba caliente y palpitante y se movía espasmódicamente entre sus manos. Con un movimiento rápido la retorció a la vez que le daba unos golpes en el escroto.

El gobernador gimió  y levantó la cabeza instintivamente golpeándole el pubis con deliciosa intensidad. Le golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza. Gálvez gimió y se retorció, pero no dejó de chuperretear su chocho haciendo que ardiera.

Cuando se dio cuenta estaba saltando sobre la cabeza del gobernador sintiendo como su lengua entraba en su coño agitándose y provocándole un placer cada vez más intenso hasta que terminó por correrse.

Satisfecha siguió retorciendo y pajeando la polla del gobernador mientras seguía balanceando las caderas con suavidad, agotando los últimos relámpagos de placer.

Mientras el hombre que tenía bajo ella se estremecía y expulsaba una respetable cantidad de semen no pudo evitar pensar que le iba a echar un poco de menos, por lo menos a su portentosa lengua.

Se levantó, se puso el tanga y se  estiró la falda satisfecha mientras el hombre le cubría de serviles agradecimientos.

El hombre hizo tintinear las esposas pidiéndole que le liberase y Conchita no pudo evitarlo. Se lo pensó mejor y volvió a quitarse el tanga, se inclinó sobre el gobernador que no paraba de suplicar que le liberase, le quito el pañuelo de los ojos y le puso el tanga sobre la cabeza.

Las súplicas se transformaron en órdenes y las órdenes en insultos mientras ella cogía su dinero y abandonaba poco a poco la habitación por el pasadizo secreto riendo como una loca y besando el pequeño pendrive que le iba a ayudar a olvidarse de todos aquellos majaderos.

GUÍA  DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:

Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.

Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe  de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.

Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.

Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.

Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.

Fredo: compañero de Fele.

Reinaldo: el novato del grupo de Fele.

Clara Ayuso: Ministra del interior.

Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.

Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.

Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.

Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.

Jose Perez : Oscuro funcionario del CNI.

Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.

Libio: consejero de Vicenzo.

Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.

Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.

Manuel Llopart: Director del CESIC.

Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.

Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.

Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.

Pili : Tertuliana del pelo rubio  en el programa de Al Rojo Escocido.