World Wildlife Zombie XIX
Estaba en el séptimo cielo, deseando que aquello no acabara nunca cuando notó que los movimientos del hombre se aceleraban e hincando los dedos en su culo eyaculaba en su interior. Desesperada notó como una oleada espesa y ardiente invadía su vagina intensificando su placer pero no lo suficiente...
Cuartel de los GEOS, El Escorial. Veintinueve de julio, 01.00h
El día había sido largo y realmente fatigoso. En las dos últimas jornadas apenas había dormido, pero el sueño se resistía a llegar. Dio un par de vueltas en la cama buscando una postura más cómoda sin ningún resultado. Mientras tiraba de las sábanas intentaba achacar su insomnio al calor de la noche, a todo el maldito lío de los zombis, a las miserias de los políticos, pero no era un hombre que ignorase la realidad, así que terminó por aceptar que la ausencia de aquella mujer a su lado era lo que no le dejaba dormir y estaba asustado y confundido. Nunca le había pasado nada parecido. Jamás una mujer le había quitado el sueño.
Estuvo a punto de levantarse. Tenía uno de los pies en el suelo, pero lo pensó bien y volvió a tumbarse. Tenía que ser realista, lo único que quería esa mujer era un poco de diversión. Una buena cabalgada para quitarse el estrés de encima y de paso quemar unas cuantas calorías.
Harto de dar vueltas en la cama se levantó y poniéndose unos pantalones cortos y unas zapatillas de crossing salió al exterior en plena madrugada. Los primeros rayos del sol del amanecer le sorprendieron haciendo el camino de vuelta desde el Valle de los Caídos.
Humanes. Veintinueve de julio, 3.00h.
Odiaba a muerte a aquel jodido coronel. A pesar de sus protestas había seguido con sus planes, había dejado que el pervertido se follase a la zombi y se había reído en su cara cuando protestó enérgicamente contra aquella idiotez.
Isabel creyó que sus maquinaciones habían llegado a su fin, pero nada más terminar su "experimento" le ordenó colocar una serie de electrodos en otro de los ejemplares. Se intentó negar con todas sus fuerzas porque no le veía el sentido a la operación, pero la intervención del doctor Llopart no le dio ninguna opción y tuvo que cumplir con las ordenes.
Recordando las excusas de los nazis sobre la obediencia debida, abrió el cráneo de la criatura y le colocó una serie de electrodos en el sistema límbico de manera que descargasen dolorosos estímulos a voluntad en la única zona sensible del zombi. No era demasiado difícil adivinar en lo que pensaba el coronel Molina.
Terminó muy tarde y estaba realmente derrotada, así que cuando Reinaldo, que acababa de terminar su turno, se ofreció a llevarle a su hotel aceptó agradecida el ofrecimiento.
La verdad es que no esperaba que un madero fuese capaz de ser un tipo inteligente y sensible. Desde la noche anterior, una pequeña corriente de afecto se había establecido entre ellos y al entrar en el todoterreno sintió que esta no hacía sino aumentar. En cuanto arrancó no pudo dejar de soltar exabruptos contra aquel carbón mientras Reinaldo asentía y le daba la razón en la mayoría de sus quejas.
Y es que estaba claro que el coronel no quería acabar con los bichos si no que los quería usar como maquinas teledirigidas. Cuando le preguntó a Reinaldo si se follaría a un bicho de aquellos se río y dijo que él no lo haría pero que siempre sobrarían voluntarios,
Dando rienda suelta a su sentido del humor el GEO se dedicó a hacer chistes sobre la depravación a la que podía llegar cierta gente. Isabel no paró de reír durante todo el camino con las ocurrencias y por primera vez desde que lo conocía se preguntó cómo sería estar entre los brazos de aquel hombre.
Cuando llegaron al hotel no lo pensó y le invitó a tomar una copa en el bar. Reinaldo aceptó sin dudarlo, pero cuando entraron en el edificio se llevaron un chasco; la cafetería del hotel llevaba más de una hora cerrada.
Reinaldo estaba allí, sin saber que decir, a punto de irse. Ella desesperada porque continuase a su lado se acordó de la nevera de su habitación y le sugirió que podían tomar la última copa allí.
El policía asintió y le acompañó al ascensor. Durante el trayecto no puso evitar cruzar su mirada con la de él. Aquellos ojos marrones y risueños la observaban desde arriba calvándose en los suyos y provocando en su cuerpo una oleada de excitación.
Con las manos temblorosas metió la tarjeta en la ranura y abrió la puerta. Reinaldo entró tras ella, muy cerca haciendo que ella sintiese su fuerza y su calor pero sin llegar a entrar en contacto con su cuerpo.
Intentando no mirarle para evitar que descubriese su turbación se dirigió a la nevera y sacó unos botellines de licor.
—¿Qué prefieres? Ginebra, ron, Whisky...
Él no la dejó terminar, cogiéndola por la cintura se inclinó y la besó suavemente. Isabel dejó caer los botellines sobre la moqueta y se puso de puntillas para devolverle el beso.
Cuando se dio cuenta se vio alzada en el aire mientras exploraba la boca de aquel hombre sin descanso. Abrazó su cuerpo duro con brazos y piernas y cerró los ojos para poder concentrarse en las sensaciones que le asaltaban.
Tras uno segundos Reinaldo se tumbó sobre ella encima de la cama. Por un instante se sintió inmovilizada bajo su peso, pero él enseguida se dio cuenta y sin dejar de besarla le dejó un poco de espacio.
Isabel aprovechó para darle un empujón y sentarse encima. Con una sonrisa se irguió y comenzó a mecerse encima del prominente bulto que se adivinaba en los pantalones del policía. Reinaldo gruñó y se dejó hacer acariciando su cuerpo por encima de la ropa.
Las manos del hombre eran fuertes y expertas a pesar de su juventud y pronto sintió como todo su cuerpo ardía de deseo. Cuando las manos se cerraron sobre sus pechos no pudo evitar un gemido.
Cerró los ojos de nuevo disfrutando la sensación de las manos explorando su pecho a través de la tela hasta encontrar sus pezones, los rozó y haciendo que se pusiesen duros y emitiendo una deliciosa sensación de placer.
Gimió de nuevo y Reinaldo aprovechó para meter dos dedos en su boca. Los chupó con ansía mientras se movía cada vez con más violencia, notando como su sexo se encharcaba de deseo. De repente, sintió como si toda esa ropa fuese un estorbo imperdonable. Se levantó y se quitó la ropa precipitadamente. Nada de quitarse la ropa poco a poco haciendo al tipo sudar. Luchó con ella con todas sus fuerzas hasta que solo le quedó el tanga.
En ese momento el aire acondicionado le ayudó a darse cuenta de lo que estaba haciendo y sintió vergüenza. No por hecho de quedarse desnuda sino por su cuerpo. Siempre había tenido complejo con aquellas caderas tan anchas y ese culo y esos muslos tan gruesos que parecían las ancas de una yegua.
No era la primera vez que se quedaba desnuda ante un hombre, pero nunca antes de tener confianza suficiente para que eso supusiese un problema.
Intentó tapar su cuerpo desnudo con las manos pero Reinaldo que ya se había desnudado a su vez se acercó a ella con una sonrisa tranquilizadora y volvió a besarla. La sensación de vergüenza y vulnerabilidad desapareció al instante sustituida por un deseo voraz. De puntillas para poder seguir en contacto con los labios del policía aprovechó para acariciar su pecho y su vientre.
Abrió los ojos y se separó un instante observando el pelo corto y negro, la nariz pequeña y recta, la boca grande y siempre sonriente y aquellos ojos grandes color marrón que destilaban ternura y confianza.
Su mirada bajó un poco más y observó aquel cuerpo que parecía esculpido en piedra. Sus amantes siempre había sido hombres normales en los que el aspecto físico era secundario y lo que realmente les importaba era mantener en forma el musculo que tenían dentro de su cráneo.
Sin poder evitarlo se acercó un poco para observar aquel cuerpo con más detenimiento y acariciarlo como si fuese algún misterio que tuviese que desentrañar. Sus manos bajaron por su vientre hasta tropezar con el miembro del hombre, era grande y grueso y estaba duro y caliente. Lo acarició con suavidad deseando tenerlo ya en su interior.
Casi sin que se diese cuenta Reinaldo la cogió por los hombros y la puso de espaldas a él. Sin moverse sintió como las manos ásperas del hombre acariciaban su nuca y su espalda haciendo que todo su cuerpo hormigueara. A las manos le siguieron los labios y lo dientes que fueron recorriendo su espalda hasta llegar a su culo. De un empujón el policía la acorraló contra la pared mientras separaba su piernas y tiraba de sus caderas hacia atrás sacándole el tanga para poder acceder a su sexo sin obstáculos.
A pesar de saber lo que iba a pasar no pudo evitar un sobresalto cuando los labios de Reinaldo contactaron con su sexo y su lengua se internó en su vagina. Instintivamente se cogió sus grandes cachetes y los separó para que los besos fueran aun más profundos a la vez que meneaba las caderas disfrutando de cada lametón y cada caricia.
Cuando se dio cuenta estaba gritando de placer, sintiendo como todo su vientre hervía y chispeaba por efecto de los sabios dedos del GEO moviéndose en el interior de su coño y contrastando deliciosamente con el dolor de los mordiscos que recibía en la parte carnosa de su culo y sus muslos.
En poco tiempo todo su cuerpo temblaba sudoroso. Reinaldo se irguió y la abrazó por detrás pegando su cuerpo contra ella. Sintió el calor y la dureza de su miembro palpitando contra su espalda y gimió de nuevo poseída por un lujurioso frenesí. El policía no la penetró inmediatamente sino que jugó un rato con ella. Metiendo la polla entre sus muslos y rozando su vulva una y otra vez obligándola a morderse la lengua para no suplicar que la penetrara.
Estaba a punto de soltarle un "fóllame de un vez jodido hijoputa" cuando el miembro del GEO resbaló en su húmedo interior. Sintió como su vagina se dilataba y palpitaba deliciosamente a medida que iba acogiendo aquel pene. Una vez hubo enterrado toda la polla en su interior Reinaldo estiró las piernas obligando a la joven a ponerse de puntillas para no perder el contacto con el suelo.
Las manos del hombre se deslizaron por su muslos y su culo contraídos por el esfuerzo y subieron lentamente hasta cerrarse en torno a sus senos, a la vez que comenzaba a moverse en su interior con movimientos bruscos y espaciados. No podía evitarlo, recibía cada embate con un grito descontrolado. Se dio la vuelta y apoyándose en los brazos del policía, que aun la sujetaban por el pecho se colgó de su cuello y le besó con lascivia para a continuación retrasar sus caderas de forma que con cada empujón los huevos de Reinaldo golpeasen su clítoris con fuerza.
Estaba en el séptimo cielo, deseando que aquello no acabara nunca cuando notó que los movimientos del hombre se aceleraban e hincando los dedos en su culo eyaculaba en su interior. Desesperada notó como una oleada espesa y ardiente invadía su vagina intensificando su placer, pero no lo suficiente para llegar al orgasmo.
¡No! ¡No! ¡No! —pensó ella arrodillándose frente a Reinaldo.
No estaba dispuesta a que aquello terminase así y cogiendo la polla aun estremecida del policía se la metió en la boca con el único pensamiento de volver a tenerla dentro de ella, tan dura y ansiosa como segundos antes. El intenso sabor del semen de él y sus flujos invadieron su boca excitándola aun más. Chupó el glande un par de veces con fuerza y lo sacó de su boca para observarlo sin dejar de acariciarlo con sus manos. Era grueso y de color purpura. Lo lamió y mordisqueó arrancándole a Reinaldo gemido de placer.
Sosteniendo la polla por la base abrió la boca y se la metió hasta alojarla en el fondo de su garganta. Notó como Reinaldo empujaba ligeramente mientras ella contenía la respiración hasta que no pudo más y tuvo que apartarse. Un grueso cordón de saliva quedó conectando su boca con el glande mientras jadeaba intentando coger aire desesperadamente. Tras un segundo escupió la saliva sobre aquel miembro ya candente y lo pajeó unos segundos. Cuando la soltó pudo ver satisfecha como la polla de Reinado se retorcía espasmódicamente buscando su sexo de nuevo.
Y no solo era la polla, con un bramido el GEO la levantó como si fuera una pluma y la penetró contrayendo su soberbia musculatura para levantarla y dejarla caer repetidamente en su polla. Se agarró como pudo con sus piernas en torno a las caderas de él, a la vez que acariciaba y mordía los músculos tensos y sudorosos. Esta vez el ritmo fue tan intenso que no tardo más que unos segundos en correrse. Todo su cuerpo se contrajo involuntariamente ante la avalancha de sensaciones de tal forma que creyó que se iba a romper mientras el policía la tumbaba en la cama y seguía penetrándola con violencia.
Cuando se recuperó un poco Reinaldo metió los dedos en su vagina sin dejar de penetrarla con su polla buscando su punto g. Isabel no pudo evitar un grito cuando lo encontró. En ese momento, con una sonrisa torva comenzó a follarla de nuevo con fuerza a la vez que con los dedos índice y corazón acariciaba aquella zona ultrasensible y con el dedo gordo le masajeaba el clítoris.
Gritó y se debatió mientras un orgasmo fuerte y prolongado seguido de otros más leves pero repetidos la asaltaban hasta dejarla sin aliento.
Con el cuerpo chorreando sudor y flujos orgásmicos apartó a Reinaldo y se sentó sobre la cama. Tiró del rabo del policía y lo introdujo entre sus pechos dejando que empujase entre ellos. Los gemidos de él se hicieron más intensos, pero aun le tenía preparada una clase de anatomía antes de terminar.
Se metió dos dedos en la boca y los embadurno bien con su saliva antes de meterse la polla de Reinaldo de nuevo en la boca. La chupó con suavidad mientras metía los dedos delicadamente en su ano.
El GEO y hizo amago de resistirse, pero ella se apartó un momento para pedirle que confiase en ella. Reinaldo no se mostró muy de acuerdo, pero le dejó hacer hasta que con una sonrisa notó como todo el cuerpo del hombre se tensaba al empezar a masajear su próstata.
Reinaldo comenzó a gemir y ella aumentó la intensidad de las chupadas y los masajes hasta que los gemidos se convirtieron en bramidos. El cuerpo de Reinaldo se puso rígido y a continuación su polla comenzó a llenar su boca con fuertes chorros de semen. Sin dejar de mugir como un toro en celo apartó la polla y eyaculó sobre sus pechos inundándolos de germen pringoso y caliente.
Isabel sonrió y se tumbó en la cama jugando con la mezcla de leche y sudor que cubría su pecho mientras Reinaldo se tumbaba agotado a su lado.
—Siempre imaginé que las científicas erais una especie de tímidos ratones de biblioteca y en vez de eso descubro una insaciable diosa del sexo. —le comentó él apartándole el pelo mojado de la frente y dándole un beso.
—No me considero una diosa, pero con lo de insaciable quizás tengas un punto de razón. —replicó ella acariciándole la polla de nuevo.
Ministerio del Interior. Veintinueve de julio, 10.30h.
La reunión del consejo de ministros había sido un éxito. Todos sus objetivos se estaban cumpliendo. El primero en hablar había sido el rey, que manteniendo un gesto hierático, les contó la extrema satisfacción del rey Mahmud con la cacería. Se llevaba un trofeo increíble para poner en la pared de su pabellón de caza y la demostración de los helicópteros de ataque había sido tan efectiva y espectacular que había hecho un pequeño pedido de prueba con vistas a ampliarlo si las aeronaves aguantaban mejor las condiciones del desierto que los complicados Apaches americanos. El problema con el tren de alta velocidad también estaba solucionado y ahora su padre estaba echándole la bronca a los constructores para que no volviese a suceder nada parecido.
El siguiente fue el gobernador de Madrid. Los americanos habían enviado un batallón de abogados para concretar las condiciones del contrato y aunque intentaban mostrarse agresivos, sus funcionarios, al mando de José Pérez, que cada día se mostraba más imprescindible, tenían todas las de ganar y se limitaban a imponer las condiciones haciendo pequeñas concesiones sin importancia para que aquel grupo de picapleitos pudiera justificar su sueldo.
A continuación, el ministro de sanidad, tal y como les tenía acostumbrados, con enormes aspavientos y tras un largo discurso que el presidente le obligó a acortar, anunció que había conseguido vender una docena de ejemplares a tres grandes empresas farmacéuticas, a tres millones de euros la pieza, más importantes descuentos de sus productos estrella, incluido el carísimo milagro contra la hepatitis C.
Adelantándose de nuevo a la vicepresidenta, Clara se había levantado y se había mostrado complacida por el acuerdo afirmando que se encargaría de todo para que los individuos fuesen capturados y almacenados en el CAPEZ hasta que las farmacéuticas hiciesen el pago y pasasen a recogerlos.
La vicepresidenta, como no tenía otro remedio, hizo algunas preguntas destinadas a poner en duda la capacidad de Clara para capturar y mantener bajo custodia un número tan grande de zombis sin poner en peligro la seguridad del complejo, pero no insistió mucho al escuchar el run run de desaprobación que empezaba a dominar el consejo. La ministra sentía con satisfacción como cada minuto que pasaba el poder de la vicepresidenta disminuía a ojos vista y si la cosa seguía así no tardaría en abandonar la carrera por suceder al presidente.
Y sin embargo, su felicidad no era completa. Por primera vez en su vida el poder y la manipulación no era suficiente para llenar su vida. Se dio cuenta de que necesitaba algo más, algo que nunca había echado de menos porque nunca lo había tenido hasta ese momento.
Una vez disuelta la reunión, ya en el despacho, cogió el teléfono con un temblor imperceptible y marcó el número de Fele agradecida por tener una excusa para poder escuchar su voz.
—Buenos días señora ministra. —dijo Fele fríamente.
—Hola, Rafael, necesito que volváis a la zona de exclusión. —dijo ella tratando de no mostrar los nervios y la excitación que sentía— Tenéis que capturar otra docena de zombis.
—¿Es que no os cansáis nunca? —se quejó Fele— Esas criaturas están empezando a darme pena.
—Esas pobres criaturas han puesto nuestro mundo del revés. —replicó la ministra secamente apoyando la mano libre inconscientemente entre sus piernas.
Se escuchó un suspiro al otro lado de la línea como si el policía estuviese haciendo un esfuerzo por dominarse lo que le produjo a Clara una cálida sensación de satisfacción.
—Está bien, lo entiendo. ¿Qué es lo que quieres?
—Necesitamos un par de niños, ocho hombres y cuatro mujeres, los hombres y las mujeres deben de ser de un espectro de edad lo más amplio posible. Eso sí, deben ser cadáveres frescos.
—Entiendo, ¿Algo más?
—Los necesito para ya mismo.
—No hay problema, esta tarde enviaré a Fredo con unos cuantos voluntarios en un par de furgonetas y antes de anochecer estarán en el CAPEZ.
—Perfecto. —dijo ella conciliadora— ¿Se sabe algo de tu compañero desaparecido?
—Nada, es como si se lo hubiese tragado la tierra. Sospecho que aun sigue en el monasterio, pero no creo que me de permiso para ponerlo patas arriba.
—Lo siento, quiero que entiendas que sé por lo que estás pasando, pero no hace falta que te diga lo que me harían si ordenase un registro en el monasterio solo por una corazonada.
—Me lo figuraba. —dijo Fele dando muestras palpables en su voz de su decepción.
—En fin, seguiré vigilando los entornos del monasterio por si intenta escapar. Si no necesitas nada más...
Clara sintió ganas de gritar, quería verle, necesitaba tenerle de nuevo entre sus piernas haciéndole sentirse hermosa y deseada, pero lo único que hizo fue darle las gracias y alargar un poco más la conversación con detalles técnicos sin importancia.
Cuando finalmente se cortó la comunicación se dio cuenta de que se estaba acariciando el sexo con suavidad. Con un suspiro retiró la mano de su vulva húmeda y caliente y se recostó sobre su silla respirando profundamente para intentar calmar su mente antes de comenzar una larga jornada de trabajo.
GUÍA DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:
Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.
Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.
Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.
Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.
Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.
Fredo: compañero de Fele.
Reinaldo: el novato del grupo de Fele.
Clara Ayuso: Ministra del interior.
Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.
Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.
Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.
Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.
Jose Perez : Oscuro funcionario del CNI.
Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.
Libio: consejero de Vicenzo.
Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.
Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.
Manuel Llopart: Director del CESIC.
Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.
Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.
Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.
Pili : Tertuliana del pelo rubio en el programa de Al Rojo Escocido.