World Wildlife Zombie XIV
¡Cerdo salido! ¡Me has roto la blusa de Yves Saint Laurent! dijo ella dándole un bofetón. Descuéntamela del sueldo. dijo él agarrando los pechos y hundiendo la cara entre ellos.
Zaragoza. Veintiséis de julio, 23.00h.
Desde la cama Lily observaba como Ceci había ido cambiando de opinión poco a poco. Al principio no paró de echar pestes de esas criaturas que le habían robado todo el protagonismo y habían relegado la noticia por la que habían luchado tanto tiempo a un par de líneas al final de un periódico de tirada local.
Pero a medida que pasaban las horas comenzó a interesarse por aquellas desgraciadas criaturas. Había visto en la tele como primero la policía y los antidisturbios y luego los militares se despachaban a gusto con aquellos pobres engendros resultado del experimento de unos individuos sin escrúpulos.
Por eso estaba tan enamorada de ella. Incluso en aquellas circunstancias Ceci intentaba buscar signos de humanidad en aquellos monstruos. Analizaba cada toma que emitía la televisión sobre aquellas criaturas y no paraba de hacerse preguntas. ¿Por qué han vuelto a la vida? ¿Son almas atormentadas encerradas en cuerpos o son cuerpos sin alma? ¿Tenemos derecho a exterminarlos de esa manera tan cruel? ¿Qué planes tiene el gobierno para ellos? ¿Por qué había interrumpido su exterminio?
Durante el viaje no paró de hablar de ello. Al principio Lily pensó que Ceci exageraba con todo aquello. Aquellas criaturas parecían de todo menos indefensas. Cuando se lo comentó, Ceci respondió que los tigres y las serpientes de cascabel también podían ser mortales, pero no por eso dejaban de tener derecho a existir.
En cuanto llegaron a casa, Ceci cogió su agenda y empezó a llamar a todo el mundo. Desplegando una energía de la que solo ella era capaz, trabajo día y noche para hacerse un cuadro de lo que estaba pasando, solo interrumpiéndose para dormir unas horas y hacer el amor con ella tres... ¿O fueron cuatro veces?
Con la misma tenacidad con la que le había convencido para que se uniese a su grupo de protección del medio ambiente, se había empleado a fondo intentando conseguir información de primera mano que no hubiese pasado por los filtros de ningún medio interesado y estaba a punto de rendirse cuando un viejo compañero de la universidad le dio una buena pista. Según le contó el Doctor Ferreras, había sido testigo por accidente de cómo un tipo con uniforme de Coronel, acompañado de unos tipos trajeados, había llegado al laboratorio de la doctora Jover y se la había llevado prácticamente por la fuerza. Eso unido a que la mujer era una de las mejores, sino la mejor neurocirujana del país, le hizo sospechar que podía encontrarse ante una excepcional fuente de información. Cuando le preguntó por la identidad del soldado, el doctor solo supo decirle que llevaba el uniforme del ejército de tierra con tres estrellas en los hombros, un emblema con una torre en la pechera y que en la firma del registro del laboratorio solo aparecía el apellido Molina.
Lily en su lugar habría llamado directamente a la doctora, pero Ceci le demostró una vez más su astucia investigando en internet lo que significaban los galones y el emblema que Ferreras le había descrito y preguntando de nuevo a todos sus conocidos hasta averiguar la identidad y ocupación del misterioso militar.
Una vez hubo conseguido toda la información que necesitaba, Ceci marcó el número que su amigo le había dado mientras conectaba el manos libres para que Lily pudiera escuchar. Sonó cinco o seis veces y Lily vio como Ceci estaba a punto de colgar cuando la doctora contestó al teléfono:
—Dígame.
—Hola, ¿La doctora Jover?
—Sí, ¿Quién lo quiere saber?
—Buenas noches, lamento llamarla tan tarde, me llamo Cecilia, pertenezco a la sociedad para la conservación del medioambiente, la SCCM, un compañero nuestro, el Doctor Ferreras nos ha hablado de usted.
—Ah, ¿Ferreras el porretas? ¿Pertenece a una asociación para la conservación del medio ambiente? Nunca lo hubiera creído de él, sobre todo desde que compró el Camaro V8.
—¿Podría hacerle unas preguntas? —intervino Ceci interrumpiéndola a la vez que archivaba la información en la memoria para echar una bronca a Ferreras más tarde.
—Adelante, pero sea breve, mañana me debo levantar temprano.
—¿Es cierto que hombres del gobierno han ido a buscarla a su trabajo y se ha visto obligada a abandonar su investigación sin previo aviso?
—Sí —respondió la doctora lacónica.
—¿Puede decirme por qué?
—Lo siento pero me temo que no puedo hablar de mi trabajo. Me temo que voy a tener que colgar.
—Espere, escúcheme solo un momento, ¿Sabe para quién está trabajando? ¿Sabe quién es el Coronel Molina?
—Es un funcionario del ministerio de defensa...
—No exactamente, en realidad está al cargo de la sección de guerra química y bacteriológica del ejército de tierra.
—Malditos cabrones...
—¿La han contratado para investigar a los zombis?
—Sí, pero yo creía que lo que querían era saber más de ellos para poder acabar con la epidemia. —respondió la doctora desconcertada.
—Pues me temo que buscan algo más.
—¿Y usted que busca? —preguntó Isabel.
—Vera como defensora de cualquier forma de vida creo que esas criaturas tienen derechos y no deben ser utilizadas como una fuente de dinero o poder.
—Lo dirá en broma.
—No, lo digo totalmente en serio. Y si usted no quiere ser la cooperadora necesaria en un crimen contra la humanidad me ayudará a entrar en ese lugar y mostrarme lo que estáis haciendo...
—¿No estará intentando amenazarme, verdad? —preguntó la doctora cabreada.
—¡Oh! quizás no me he explicado bien. Lo que quiero decir es que creo que no sabe dónde se está metiendo y me temo que la situación terminará por superarla. Cuando todo esto explote le garantizo que no será el coronel Molina el que pague el pato.
—Ahora es cuando me propone una alternativa.
—En efecto, si me ayuda a entrar ahí y a conseguir pruebas de lo que están haciendo con esas criaturas le prometo que acabaremos con estos tejemanejes y usted podrá volver a su antiguo trabajo como si no hubiese pasado nada. Jamás nadie sabrá que nos ha ayudado.
—No sé...
—Entiendo sus recelos, pero escúcheme. ¿Por qué no quedamos mañana para hablar un rato? Sin compromisos. Yo hablo y usted escucha. Si no le gusta lo que oye, cada una se va por su lado y adiós muy buenas.
—Está bien, de acuerdo. Te llamaré mañana para quedar.
—¡Estupendo! Muchas gracias. —dijo sonriendo mientras colgaba el teléfono.
—¿Por qué estás tan contenta? —preguntó Lily— La doctora no se ha comprometido a nada.
—Sí, pero podía haberme colgado sin escucharme y lo ha hecho. Eso quiere decir que no está muy conforme con lo que está haciendo y lo que ha escuchado de mí a acrecentado sus dudas. Casi la tenemos. Y si al final no conseguimos nada, por lo menos podremos seguirla para saber dónde están realizando los experimentos. Pase lo que pase nosotras ganamos. Voy a llamar a unos cuantos amigos y nos vamos a Madrid esta misma madrugada. Hay mucho que hacer. —dijo Ceci dando un beso a la joven.
Despacho del gobernador Gálvez, El Escorial. Veintisiete e julio, 1.30h.
El gobernador había sido el encargado de repartir los despachos para los distintos ministros y por supuesto se había quedado el mejor para él. No era el más grande, ni el más elegante, pero si el más acogedor, estaba convenientemente situado entre el despacho de la vicepresidenta y el de la ministra del interior y tenía una conveniente puerta camuflada que daba a una discreta puerta en la parte trasera del edificio.
Por ella había llegado Conchita dispuesta a acabar lo que había empezado tres noches antes. Al observar los muros de piedra, la gran chimenea de mármol encendida y la araña de cristal centenaria colgando del techo, no pudo evitar romper por un segundo su rostro inmutable. Con un ademán servil la guio por el despacho hasta el pequeño dormitorio dominado por una gigantesca cama con dosel y un ventanal que daba a una terraza con una balaustrada de piedra.
Conchita pasó con sus pantalones de cuero color burdeos e inspeccionó el lugar sin echar una sola mirada a Gálvez que esperaba pacientemente que se fijase por fin en él.
—No está mal. Por fin un lugar con un poco de estilo. —dijo ella con un tono frío que apenas dejaba traslucir una mínima satisfacción.
—Gracias ama, pero lo mejor son las vistas, —dijo el gobernador abriendo otra puerta camuflada tras un tapiz al lado de la cama y guiándola por un estrecho pasillo entre los tabiques.
Avanzaron en silencio en la oscuridad, apartando las telarañas hasta que tras dar veinte pasos Gálvez se paró y abriendo una pequeña trampilla en el muro le invitó a su ama a mirar.
Conchita se asomó al agujero y vio una sofisticada mirilla encastrada en la pared. Puso los ojos en los oculares y vio la habitación que había al otro lado.
—Es una verdadera joya ama. Parece increíble que los artesanos de mediados del dieciocho fueran capaces de hacer semejantes objetos. Tienes una panorámica completa de la habitación mientras que desde el otro lado apenas se pueden ver un par de diminutos agujeros en las pupilas de un retrato de Margarita de Austria.
—El escondite perfecto, nadie se acercaría a menos de veinte metros de ese careto. —dijo la joven mulata observando cómo dos personas entraban discutiendo en la habitación.
Al ver el súbito interés de su ama, Gálvez abrió otra pequeña trampilla que permitía escuchar todo lo que se decía en la habitación.
Conchita le dio unas palmadas agradecidas en la cabeza de su esclavo mientras observaba a la ministra del interior entrar en la habitación como un vendaval seguida por un hombre vestido con un uniforme de policía.
—Mecagüen la leche puta. —dijo la ministra casi gritando— Estoy empezando a pensar que me equivoqué al elegirte para este trabajo. Primero pierdes a la bruja y luego Nuno desaparece.
Al contrario de lo que pudiese parecer el tipo parecía no darse demasiado por aludido, incluso parecía relajado. Clara se volvió echando chispas por los ojos haciendo que Conchita desease estar allí en medio de aquellos dos personajes.
—¿Es que no piensas decir nada, Fele? —preguntó ella— La has cagado bien y te quedas ahí parado como si la cosa no fuera contigo.
—Excelencia, yo no me encargaba de la vigilancia de Escotofia ni de los otros dos piraos y he permitido a Nuno escapar esperando que nos lleve a ella. —mintió Fele—El accederá a lugares que tenemos vedados, si le pescan siempre podemos decir que no cumplía órdenes nuestras, si lo consigue lo detendremos antes de que pueda salir de aquí con la bruja.
—Vaya, no es mala idea, veo que estas aprendiendo muy rápido.
—Dicen que todo se pega menos la belleza —dijo el policía acercándose a la ministra y rodeando su talle con los brazos.
—Aparta, hoy no tengo ganas, me duele la cabeza...
El hombre no la hizo ningún caso y la apretó aun más contra él mientras le daba un beso salvaje.
—De veras, esto es muy importante. —dijo ella cuando al fin pudo separar sus labios de los del GEO— Me juego mucho con esto. Con el presidente quemado con los problemas de corrupción en el partido, el único obstáculo es la zorra de Margarita. Si logro llevar todos mis planes a buen puerto la señora vicepresidenta no tendrá nada que hacer. Y lo primero que necesito como ministra del interior es un culpable, necesito a esa mujer en un juicio.
—Tranquila, si la mujer se nos escapa aun tenemos a esos dos imbéciles en las celdas del sótano para que paguen el pato. En realidad ellos son los que provocaron todo este lío, la bruja no ha cometido ningún delito hasta ahora. De todas maneras, ¿Qué coños tiene el poder que os gusta tanto? —dijo Fele sin soltar la cintura de la mujer.
—Es la misma sensación que tienes tú ahora al tenerme a tu merced, —respondió ella desafiante— solo que en vez de tener una mujer entre tus manos tienes un país entero.
En ese instante la ministra intentó separarse, pero Fele la agarró por el cuello, la obligó a fijar sus ojos en él y la fue acorralando contra uno de los postes del dosel de la cama.
—Entonces, si sigo tu lógica, de lo que realmente disfrutáis es de dejar a la gente en harapos — dijo Fele agarrando la suave blusa de seda que llevaba la ministra y tirando de ella hasta desgarrarla y dejar a la vista la ropa interior.
—¡Cerdo salido! ¡Me has roto la blusa de Yves Saint Laurent! —dijo ella dándole un bofetón.
—Descuéntamela del sueldo. —dijo él agarrando los pechos y hundiendo la cara entre ellos.
Clara se resistió todo lo que pudo dando al GEO patadas y tirando de su pelo negro sin más resultado que excitarle aun más. Con un gesto desenfadado le pegó un empujón y la tiro despatarrada sobre la cama.
Conchita observaba hipnotizada como el policía se tumbaba sobre la ministra e inmovilizaba sus brazos contra la cama. Estaba tan excitada que cogió al gobernador por el pelo de la nuca y abriendo sus pantalones de cuero apretó la cara de Gálvez contra su pubis.
La ministra no dejaba de insultarle mientras el inmovilizaba sus muñecas por encima de su cabeza con una mano y con la otra hurgaba debajo de su falda. Con dos rudos tirones le arrancó el tanga que salió despedido volando por la habitación y en cuestión de segundos el cuerpo de Fele estaba entre las piernas abiertas de Clara.
—¡Cerdo! ¡Hijoputa! —exclamó la mujer revolviéndose con la falda remangada en la cintura.
Conchita cerró los ojos por un momento disfrutando de las obedientes atenciones de su esclavo y cuando los volvió a abrir vio que la ministra se había rendido. Seguía con los brazos estirados por encima de su cabeza mientras observaba como el hombre besaba y mordía con violencia sus pechos, su cuello y sus axilas y frotaba el paquete contra su sexo desnudo.
Tirando del escaso pelo del gobernador y arañando su cuero cabelludo admiró como aquel hombre cogía a la ministra en volandas y la ponía a cuatro patas sobre la cama. En aquellos momentos Conchita deseaba con todas sus fuerzas ser ella la que estaba allí indefensa jadeando de deseo mientras aquel policía duro y musculoso acariciaba su sexo y exploraba la entrada de su ano con el dedo del gatillo.
La ministra protestó e intentó revolverse cuando Fele le metió el dedo en el culo, pero el policía utilizó el peso de su cuerpo para inmovilizarla mientras seguía explorando sus entrañas.
—¡Cabrón! ¿Ni se te ocurra dar...
Sin dejar que la ministra terminase su discurso metió los dedos de la mano que tenía libre en su boca interrumpiéndola. La mujer intentó expulsarlos escupiendo y mordiendo con fuerza, pero el sargento respondió metiéndoselos más profundamente en su boca hasta producirle arcadas.
Clara soltó un grito y su boca se lleno de espesa saliva que Fele aprovechó para lubricar el culo de la ministra justo antes de penetrarla.
El cuerpo de Clara tembló y se puso rígido por el dolor mientras Fele iba enterrando poco a poco la polla hasta tenerla totalmente alojada en su culo.
Conchita fantaseó imaginando como sería tener aquella polla dura y venosa alojada en su culo y con la ayuda de los besos y los chupetones de su perrito no pudo dominarse más y se corrió. Todo su cuerpo se estremeció mientras notaba como su chocho se hacía agua que recogía el gobernador agradecido con evidentes muestras de placer.
Con un empujón de sus zapatos de puntera de acero tiró al gobernador sobre el suelo y ordenándole que se estuviese quieto se acercó de nuevo a la mirilla.
Parecía que lo peor ya había pasado y el policía estaba agarrado a las caderas de la ministra mientras entraba y salía del tierno culo de Clara.
La mujer emitía tan solo leves quejidos cada vez que el miembro de Fele se alojaba en lo más profundo de sus entrañas. Tirando de ella la puso de pie y sin separarse la llevó hasta un tocador. Tiró de su melena para obligarla a mirarse al espejo y siguió sodomizándola a la vez que acariciaba su clítoris, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, hasta que la ministra con un gemido largo y agudo se vio recorrida por un intenso orgasmo.
Sin dejarla recuperarse Fele siguió empujando con todas sus fuerzas mientras la obligaba a ver su imagen ante el espejo. Conchita sentía la necesidad del policía de que la mujer se viese su propia cara de placer mientras tenía a aquel hombre encima de ella avasallándola hasta correrse en su culo.
Tras eyacular Fele se separó dejando a la mujer tumbada y jadeante sobre el tocador con la falda arremangada hasta la cintura y el semen y el sudor del policía escurriendo entre sus muslos.
Sin esperar a que el sargento se pusiese tierno Conchita cerró las trampillas y empujó al gobernador hasta su habitación más excitada que nunca.
Monasterio del Escorial. Veintisiete de Julio, maitines.
Entró en el monasterio aprovechando el merecido sueño de los hermanos para inspeccionar el lugar. No le costó mucho ubicarse y tras un par de vueltas encontró la lavandería. Desafortunadamente no habían hecho aun la colada y se tuvo que conformar con un hábito no demasiado sucio, pero que olía a paja que tiraba para atrás.
Sin hacer caso del sueño ni del hambre se situó en un lugar discreto cerca de la zona de las celdas donde suponía que descansaba el padre Matiacci y se dispuso a esperar. Esperó toda la noche sin resultado alguno. Estaba seguro de que la bruja estaba escondida por allí, en algún lugar, probablemente en las antiguas mazmorras de la inquisición.
Hace tres siglos las mazmorras tendrían un acceso visible, pero con el paso del tiempo tener un lugar así era más bien un motivo de vergüenza, así que las diversas reformas realizadas a lo largo del tiempo las debían haber camuflado.
Pensó en levantarse y buscarlas, pero también el inquisidor podía pasar por allí cuando el no estuviese vigilando, lo que le sumía en un mar de dudas. Finalmente fue el hambre el que decidió por él y adelantándose al toque de maitines se dirigió a la despensa para robar un poco de comida.
El sol estaba empezando a despuntar en el horizonte, entrando por los grandes ventanales e iluminando con su luz anaranjada la gran estancia atestada de comida. Revisó los estantes comprobando que los frailes no se privaban de nada. Sin pararse cogió un tarro de atún en aceite del tamaño de la cabeza de un niño y lo abrió cogiendo una tajada con los dedos sucios y grasientos. Tras dejarlo encima de la mesa cogió un cuchillo y atacó un jamón de pata negra que ya estaba algo más que mediado. Mientras comía atún y jamón acompañándolos con un poco de pan negro siguió inspeccionando la despensa por si encontraba algún majar más.
Todos los muebles estaban limpios y la comida perfectamente ordenada. Pasó a lo largo de las estanterías curioseando hasta que una pequeña que estaba en el rincón más oscuro llamó su atención. Estaba casi vacía y el polvo se acumulaba en ella como si no hubiese sido utilizada en años.
Interesado se acercó un poco más y observó que en una de las baldas había las inconfundibles marcas de unos dedos. Podrían haber sido las de un anciano y obeso fraile que tomaba un poco de aire apoyado en el mueble mientras seguía su camino en busca de un poco de licor, pero Nuno decidió investigar un poco más.
Agachándose observó todas las baldas del mueble sin descubrir más que tarros vacios llenos de polvo y fruslerías hace tiempo olvidadas. Al mirar la última balda sus ojos se desviaron al suelo. Aquel rincón era bastante oscuro pero la luz de la mañana se colaba por el ventanal y daba justo en el lugar revelando unos arañazos en forma de arco en la superficie del alicatado.
Con una sonrisa Nuno tanteó la estantería y de un tirón la sacó de su sitio. La estantería se movió sin dificultad dejando a la vista una vetusta pero solida puerta de madera cerrada con una enorme y antigua cerradura. La impaciencia le hizo pensar en derribar la gruesa puerta de madera a patadas, pero finalmente se contuvo y cogiendo un par de cubiertos y un trozo de alambre intentó forzarla.
Le costó unos minutos, más por el óxido que había acumulado por los años de abandono que por la dificultad de la propia cerradura. Con una sonrisa de satisfacción la cerradura crujió y las bisagras giraron con un chirrido. Al otro lado de la puerta había una estrecha escalera que se internaba en las oscuras profundidades de los sótanos del monasterio.
Arremangándose las faldas del hábito para no tropezar colocó la alacena en su sitio y cerró la puerta antes de comenzar a internarse en la oscuridad con la única ayuda de la escasa luz que le proporcionaba el móvil.
GUÍA DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:
Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.
Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.
Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.
Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.
Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.
Fredo: compañero de Fele.
Reinaldo: el novato del grupo de Fele.
Clara Ayuso: Ministra del interior.
Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.
Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.
Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.
Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.
Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.
Libio: consejero de Vicenzo.
Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.
Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.
Manuel Llopart: Director del CESIC.
Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.
Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.
Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.
Pili : Tertuliana del pelo rubio en el programa de Al Rojo Escocido.