World Wildlife Zombie XIII

Poco le faltó para vomitar cuando la criatura fijó los ojos vacíos y lechosos en los suyos. El zombi giró la cabeza y abriendo la desencajada mandíbula sacó su lengua y saboreó la mejilla de la doctora.

Al Rojo Escocido, programa de La Sexta. Veintiséis de julio, 16:40h.

—Seguimos aquí, en La Sexta, analizando todos los aspectos de esta crisis. Una crisis que puede resultar catastrófica para el gobierno. Esta mañana las bolsas han bajado otros diez puntos ante la falta de noticias del gobierno y la prima de riesgo ha subido otros cien.

—Han pasado casi setenta y dos horas del incidente y a parte de la primera declaración del gobierno  y de esa corta entrevista de la ministra del interior para otro canal no hemos tenido más noticias. —continuó el moderador— No sabemos si este fenómeno es pasajero o no, ni si las familias podrán volver a sus casas. Lo único que sabemos es que han evacuado la mayor parte del área metropolitana de Madrid  y  que han prohibido matar zombis indiscriminadamente. Intentamos mandar a alguien al Palacio del Escorial, pero con la excusa del Estado de Sitio lo mantienen sellado e inaccesible para los medios. Para todos, excepto para uno, claro.  La señorita Agustina Juárez sigue campando a sus anchas por donde quiere sin que aparentemente nadie se lo impida.

—La verdad es que es algo sospechoso. —dijo uno de los tertulianos.

—¿A qué creéis que puede deberse? —dijo el presentador señalando al tipo de la pajarita que volvía a estar en el set por segundo día consecutivo.

—Está claro que el gobierno está ganando tiempo y le interesa tener la información controlada. Quiere ocultar todos los detalles del suceso con su política habitual de callar la boca y ocultar los hechos hasta que estos se solucionen por sí mismos.

—Creo que eso es injusto. —dijo la rubia peleona— Jamás este país se ha enfrentado a una crisis semejante. Las condiciónes en las que el gobierno está trabajando, fuera de su centro de poder habitual no son las ideales. Creo que no hay nuevas declaraciones sencillamente  porque no hay nuevas noticias.

—Y precisamente por eso nuestro presidente sigue en Berlín haciéndole la pelota a Merkel —le interrumpió el de la pajarita con una sonrisa de triunfo.

—Sencillamente creo que este partido se debe ganar en todos los frentes —dijo un tercer tertuliano con pinta de niño pijo— Tan importante es gestionar la crisis aquí como pelear en Bruselas por conseguir subvenciones y ayudas de todo tipo.

—Pues la verdad es que yo he visto a la ministra del interior muy tranquila en la entrevista, como si tuviese un as en la manga y en estos momentos se está limitando a disfrutar del farol. —dijo el moderador.

—Yo sigo opinando que el gobierno no sabe muy bien qué hacer. —dijo el de la pajarita.

—¿Y qué opináis de que hayan decidido no eliminar a los zombis?—intervino el moderador— No tiene ningún sentido. ¿Es que dan la capital por perdida?

—Tal como los explicó la ministra, la zona de cuarentena seguiría sin ser segura aunque la limpiásemos. —dijo la rubia con aire de entendida— Cualquier persona que muera en el área se convertirá automáticamente en un zombi. No se puede mantener una población estable en una ciudad  en estas circunstancias. ¿De qué serviría eliminar a esas criaturas o arrasar la ciudad?

—Por lo menos daríamos una imagen de firmeza...

—¿Ante quién? ¿O acaso crees que esos bichos piensan algo  o sienten miedo?

—Para responder a esta pregunta y a otras que se les ocurran a nuestros tertulianos tenemos a nuestro compañero Iker Jimenez que como ya sabéis, es el director del conocido programa de televisión centrado en este tipo de sucesos. Buenas tardes Iker.

—Buenas tardes compañero. —dijo Iker con cara de emoción.

—Supongo que has seguido todos los detalles de lo ocurrido estos últimos días.

—Por supuesto, nunca en mi vida he pensado que tendría pruebas tan palpables de un suceso sobrenatural.

—¿Qué piensas de las declaraciones de la ministra?

—Por lo poco que ha contado parece claro que las personas responsables de esto han realizado un complejo ritual de magia negra para crear un zombi y se les ha ido de las manos. Investigaciones realizadas por compañeros de la facultad de parapsicología de la  universidad de Bishop para crear un zombi se debe maldecir una pequeña área durante un espacio corto de tiempo, pero es evidente que algo ha salido mal.

—¿Hay en tu opinión alguna forma de revertir el proceso?

—No creo que la haya, por lo menos nadie lo ha realizado ya que jamás se ha dado el caso.

—¿Quiere decir que nunca ha habido experimentos fallidos?

—Claro que sí. —respondió Iker— Pero es que este suceso es totalmente anormal. La magia es un poco como la repostería, si no se sigue la receta lo normal es que el bizcocho no suba, no que se produzca un superbizcocho mutante que te explote en la cara cuando abras el horno. Que yo sepa nadie se ha enfrentado a una situación así. Se necesitaría crear un nuevo conjuro partiendo desde cero.

—Entiendo y la I+D en brujería también se ha visto afectada por la crisis. —intervino el hombre de la pajarita en tono escéptico.

—¿Qué opinas de la decisión del gobierno de no destruir estas criaturas?— preguntó el moderador sonriendo— ¿Ves alguna conspiración en ello?

—En mi opinión el gobierno hace bien, aunque probablemente lo haga por las razones equivocadas. —respondió Iker.

—Explícate.

—Creo que aun es demasiado pronto, pero ya sabemos algo de estos zombis. Primero que son muy agresivos, segundo que aunque los eliminemos no podremos ocupar de nuevo la ciudad, tercero que son un recordatorio que aun tenemos mucho que descubrir de la naturaleza humana.  Deberíamos conservarlos para investigar sobre ellos y utilizarlos como una especie de puerta que nos ayude a explorar el más allá, pero me temo que lo que pretende el gobierno es explorar sus posibilidades comerciales, de hecho se me ocurren un montón de ellas a bote pronto.

—¿Está diciendo que debemos renunciar definitivamente a la capital de nuestro país y crear una especie de reserva natural para zombis? —le interrumpió la rubia—¿Qué hay de malo en que el gobierno intente sacar algo positivo de esta desgracia?

—Pues que realmente no sabemos lo que esos zombis piensan o sienten...

—¡Por favor! —intervino el hombre de la pajarita— Creo que este debate está empezando a degenerar. No os dais cuenta de la paradoja que representaría el defender el derecho a la vida de unos muertos reanimados.

—No lo sé —replicó Iker—  aun no tenemos toda la información, pero no me parece que a las familias de esas personas les guste que se trafique con sus muertos...

CAPEZ, Humanes. Veintiséis de Julio, 17:00h.

Habían pasado las últimas seis horas estudiando a esas criaturas y había sido una experiencia fascinante. Reinaldo se había tenido que emplear a fondo para inmovilizar a las criaturas. Primero habían empezado con el hombre. Tras un par de minutos de forcejeos y con la ayuda del coronel consiguieron amarrarlo a una camilla. A partir de ahí todo fue más sencillo.

Isabel le quitó los girones de ropa que le quedaban y observó el cuerpo lívido y ligeramente putrefacto del cadáver. Tenía dos espantosas heridas, una en el hombro y otra en el interior del muslo derecho. Las observó con detenimiento, se podían ver las marcas de los dientes. Por el tamaño de los bocados su agresor debió ser un niño.

Las heridas estaban abiertas y sucias pero no había signos de infección o inflamación. El mordisco del muslo era profundo y hurgando en él con una pinza descubrió que la femoral estaba seccionada. A pesar de ello apenas salía de ella un liquido negruzco y nauseabundo que le recordaba a la sangre coagulada. Con ayuda de las pinzas y un bisturí recogió unas muestras para analizarlas.

El zombi no pareció percibir el dolor, o  al menos no intentó debatirse o gritar más de lo que lo había hecho hasta ese momento.

La temperatura caporal era de tan solo un par de grados más que la del local. Auscultó al zombi durante unos minutos sin conseguir escuchar más que sonidos burbujeantes y pastosos. Ningún latido, nada que se pareciese a una respiración.

Con la ayuda del policía cogió la camilla y la llevó al lugar ocupado por los aparatos de radiodiagnóstico.


Esa gente era soberanamente aburrida, mientras el coronel los dejaba tras ayudar a Reinaldo a atar el cadáver a la camilla, la doctora se había inclinado sobre ella y estaba analizando cada milímetro del cuerpo de aquella bestia que no paraba de gritar  y tirar de las correas que lo inmovilizaban.

Allí sentado, sin nada que hacer no pudo evitar observar a la doctora. Era bajita y no parecía aparentar más de veintiún años, tenía el pelo rizado de color castaño claro. La falta de actividad física le había pasado factura y tenía un ligero exceso de peso que se había acumulado en su culo y sobre todo en sus pechos. Su cara era redonda, con la nariz pequeña y unos labios gordos y jugosos que, consciente de que eran los que daban personalidad a su rostro, los tenía perfectamente pintados y perfilados.

Tras un par de horas de observar la monótona tarea  su mente empezó a divagar y finalmente se quedó dormido.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no debía haber sido mucho. La joven doctora seguía inclinada sobre el engendro y no parecía darse cuenta de nada de lo que le rodeaba. Cogió un bisturí con una mano firme y delicada, sus dedos eran largos y delgados. Con una mirada concentrada acercó la hoja a la piel del zombi e hizo un profundo corte a lo largo del muslo, el zombi soltó un alarido indignado y tiró de sus correas.

Reinaldo se fijó en que las ligaduras de una de las muñecas estaba empezando a deshilacharse. El GEO tuvo el primer impulso de avisar a la joven, pero cuando fue a abrir la boca se sintió incapaz. De repente tenía la necesidad de saber qué ocurriría si el zombi se soltaba.

Absorta en su trabajo, la doctora no se había percatado del peligro y seguía pinchando y cortando, buscando algún lugar en la anatomía del cadáver que tuviese algún tipo de sensibilidad.

Finalmente ocurrió y Reinaldo lo vio todo como si fuese en cámara lenta. Con un último tirón las últimas fibras que unían la muñeca de la bestia a la camilla se rompieron. La bestia, con una de las manos libres dio un empujón a Isabel lanzándola al otro extremo de la habitación donde quedó en el suelo ligeramente conmocionada.

El zombi no se entretuvo y se volvió sobre la muñeca que aun continuaba atada royéndola hasta que finalmente quedó libre. El bicho intentó levantarse y solo entonces se dio cuenta de que también estaba atado por los tobillos. Le llevó un buen rato, pero finalmente consiguió librarse de las ligaduras y levantarse de la camilla.

Isabel intentó ponerse en pie, pero  el terror se apoderó de ella y las piernas le fallaron cuando el zombi olisqueó el aire y fijó su mirada en ella. Con los cortes aun rezumando aquel asqueroso liquido negro, el zombi se acercó y cogió a la doctora por el pelo.

Isabel se levantó con un grito e intentó resistirse. El zombi la levantó un poco más hasta que sus pies dejaron de estar en contacto con el suelo y acercó su cara hasta que la doctora pudo paladear el pútrido aliento de la bestia.

Poco le faltó para vomitar cuando la criatura fijó los ojos vacíos y lechosos en los suyos. El zombi giró la cabeza y abriendo la desencajada mandíbula sacó su lengua y saboreó la mejilla de la doctora.

Isabel se debatió asqueada y sin saber lo que hacía intentó meterle los dedos en los ojos. El zombi  pegó un alarido y agarrándola por el cuello la estampó con todas sus fuerzas contra la camilla.

El policía vio como la joven perdía el aliento y quedaba totalmente indefensa. La bata se había abierto dejando a la vista la parte inferior de su cuerpo. El zombi se acercó a la joven con un gesto hambriento, pero cuando vio las piernas firmes  y suaves que asomaban por el extremo de la escueta minifalda pareció dudar un momento. Acercó una de su manos a la pierna de la mujer y la acarició con un gesto ensimismado.

Isabel lo miró aterrada sin atreverse a mover un solo pelo, ni siquiera cuando el zombi empezó a mover la mano por sus piernas explorando curioso bajo la falda.

Reinaldo se irguió en su silla mirando atónito como la bestia babeaba de un hambre distinta, hambre de sexo. Con un gruñido sordo arremangó la falda de la mujer que seguía paralizada por el miedo.

¡La muy guarrilla no llevaba ropa interior! La vista del coño de Isabel totalmente depilado excitó al zombi que  se inclinó sobre ella e introdujo dos de sus dedos pálidos y verdosos en él.  La doctora tembló de pies a cabeza ante el repugnante contacto y finalmente intentó resistirse. Se retorció e intentó tirarse de la camilla, pero el zombi reaccionó rápidamente y le puso la mano libre sobre el vientre inmovilizándola.

Por fin la doctora había conseguido que el zombi sintiese algo. Tras explorar el  interior de la joven sacó los dedos, los olfateó con interés y se los metió en la boca. El sabor pareció agradarle ya que en un instante había introducido la cabeza entre las piernas de la joven y estaba chupando y sorbiendo su sexo con evidentes gruñidos de placer.

Isabel se retorcía y gritaba pegando un aluvión de golpes al zombi que parecía no sentir. Reinaldo observó divertido en los harapientos pantalones de pana del engendro una tienda de campaña de respetable tamaño. La doctora debería apuntar eso en su informe.

El bicho levantó la cabeza y echó un vistazo alrededor, temeroso de que hubiese algún competidor que le disputase su presa. Tras cerciorarse de que no había ningún problema se bajo los pantalones y cogió con sus manos su polla grande,  pálida y rebosante de un moco de aspecto verdoso.

El no muerto aun recordaba cómo se usaba esa herramienta. Isabel, aterrada, se dio la vuelta e intentó gatear por la camilla, pero el zombi la agarró por las piernas y tiró de ella hacia sí penetrándola.

El alarido de la joven  le  indicó a Reinaldo que el zombi se había equivocado de agujero, pero no pareció importarle. Con una serie de rugidos gorgoteantes empezó a sodomizar a la joven mientras se agarraba a su culo gordo y blanco.

Los gritos de la joven eran  cada vez más fuertes mientras el zombi con la lengua afuera aumentaba el ritmo  hasta hacerlo insoportable. Los salvajes empujones hacían temblar el cuerpo entero de la doctora y movían la pesada camilla.

Tras un par de minutos más de tortura el  zombi se quedo paralizado y tras un salvaje empujón, se separó y cogiendo la polla  entre sus manos eyaculó unos cuajarones oscuros y sanguinolentos sobre el culo de la joven.

Una vez terminado el espectáculo Reinaldo se levantó dispuesto a acabar con aquel espantapájaros salido. El zombi se percató de su presencia y aun con la polla fuera se lanzó sobre él aullando. El GEO echó mano a su cartuchera descubriendo con terror que estaba vacía. Apenas le dio tiempo a ponerse en guardia cuando el zombi hincó los dientes en su hombro zarandeándole con fuerza...

—¡Eh! ¿Quiere dejar de dormir y echarme una mano con la camilla? —dijo la doctora sacudiéndole el hombro.

Reinaldo reaccionó instantáneamente y le cogió el brazo a la joven retorciéndoselo en la espalda dolorosamente.

—Imbécil, ¿Qué está haciendo? ¡Suélteme animal!

—Yo... Lo siento —se disculpó Reinaldo turbado en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

El GEO aguantó como pudo la lluvia de improperios mientras ayudaba a la doctora a transportar al zombi a la zona de radiodiagnóstico. Pasaron  el zombi convenientemente maniatado y amordazado a un aparato en forma de donut del que sobresalía una especie de cama quirúrgica.

La tomografía requería que el individuo estuviese totalmente inmovilizado. La doctora probó todo lo que tenía a mano, pero ante la mirada divertida de Reinaldo tuvo que clavarlo a la superficie para que el bicho se estuviese quieto. Finalmente le introdujo el contraste y le sometió a una serie de estímulos.

A pesar de la mirada agria de la mujer el policía se metió con ella en la pequeña cabina dónde estaba el ordenador que controlaba la máquina. En la pantalla aparecieron una serie de gráficos de colores que a Reinaldo le sonaron a chino, pero que la doctora observó con fascinación.

Isabel tecleó una serie de comandos y en la pantalla apareció la inconfundible silueta de un cerebro cortado por la mitad vivamente coloreado.

Reinaldo preguntó qué era lo que estaba viendo esperando un bufido y el silencio por toda respuesta, pero la mujer parecía estar tan fascinada por el espectáculo que se prestó encantada a darle una detallada explicación.

—Es realmente interesante. ¿Ves estos colores? —dijo ella señalando una zona el centro de la masa cerebral. Indican el grado de flujo sanguíneo en las distintas áreas cerebrales, a mas riego sanguíneo más actividad cerebral.

—Entiendo, ¿Y esa zona? —preguntó él señalando un área relativamente pequeña en lo más profundo de la masa encefálica que estaba iluminada como un árbol de navidad en comparación con el resto casi totalmente oscuro.

—Es el sistema límbico. Es la zona más profunda y primitiva de nuestro cerebro, donde se originan nuestros instintos más básicos. Algunos autores lo llaman cerebro reptiliano ya que estas estructuras son prácticamente las que constituyen el cerebro de los anfibios y reptiles. Ahora aplicamos una descarga eléctrica y observaremos cómo reacciona el cerebro del zombi.

La mujer apretó un botón que tenía a su lado y enseguida se vio como esas estructuras se iluminaban y destellaban con fuerza, irradiando hacia el tallo cerebral y la médula espinal.

—Como has podido ver, el resto del cerebro no ha sufrido apenas cambios. El estímulo ha llegado y se ha producido una respuesta rápida y automática, ¿Ves cómo se debate? No hay procesamiento de la información recibida por la corteza cerebral. Por eso reaccionan tan rápidamente. Ahora vemos casi un minuto después como hay algún chispazo en las áreas de la corteza encargadas del pensamiento creativo y a continuación vemos como el ejemplar examina sus muñecas y desiste de intentar soltarse.

—¿Entonces me estás diciendo que estos bichos actúan como si fuesen reptiles? —preguntó Reinaldo.

—Veo que lo has entendido, —replicó ella— después de todo no eres tan idiota como pareces. Todo lo que he podido averiguar me hace llegar a la conclusión de que estas personas se han convertido en seres de sangre fría, dominados por un cerebro primitivo en el que se antepone el instinto de supervivencia por encima de cualquier otro. A pesar de todo parece que tienen una cierta capacidad residual de razonar aunque con un solo ejemplar no sé hasta qué punto esto es cierto, supongo que también dependerá del grado de putrefacción en el que se encuentre.

—¿Por qué tienen esa avidez por la sangre?

—Supongo que no has estudiado mucha biología así que haré una pequeña aclaración. —dijo ella dándole una nueva descarga al no muerto para comprobar si los resultados se repetían— El concepto de sangre fría puede llevar a error. Los animales con esta característica no tienen una temperatura corporal más baja sino que la tienen más variable. Su temperatura corporal oscila con la del medio ambiente y mientras más alta sea más actividad despliegan. Por eso se ven las lagartijas tomando el sol por las mañanas...

—Están cargando las baterías, —dijo Reinaldo interrumpiéndola—son híbridos, como un Prius, se alimentan de la luz del sol además que de la comida.

—Podría interpretarse así, el caso es que los zombis actúan de la misma manera, se ven atraídos por las fuentes de calor y se alimentan de animales de sangre caliente. Por eso cuando la víctima se enfría deja de ser apetecible. De hecho, de momento, ninguno de los dos individuos han aceptado carne muerta y han preferido acercarse a las fuentes de calor. Sospecho que podrían pasar bastante tiempo sin alimentarse, pero si les sometiésemos a un frío intenso por un periodo prolongado de tiempo entrarían en una especie de letargo.

Los dos estaban tan enfrascados en la conversación que no se dieron cuenta cuando llegó Fredo para tomar el relevo. Reinaldo se fue con una ligera sensación de decepción mientras Fredo se sentaba en una silla con el último ejemplar de Armas Internacional esperando no quedarse dormido.

Cuartel de los GEOS, Palacio del Escorial. Veintiséis de Julio, 23.00h.

Nuno llevaba esposado al radiador casi dos días. Durante todo ese tiempo se había comportado con aparente apatía mientras en secreto buscaba una oportunidad. Y la oportunidad no tardó en llegar. Con el paso de las horas las personas que tenía a su alrededor dejaron de hacerle caso y le dejaron solo durante periodos cada vez  más largos de tiempo. Aprovechando que todos estaban fuera en ese momento, forcejeó hasta que logró quitarse la hebilla  de la bota y con ella fue quitando, con exasperante lentitud, los tornillos que unían el radiador a la pared.

En su mente solo había un objetivo, encontrar a Escotofia y liberarla. Cada vez que cerraba los ojos no podía ver otra cosa que la bruja desnuda acariciándose el cuerpo y haciéndole gestos obscenos hasta el punto de que a menudo interrumpía su tarea para poder masturbarse mientras fantaseaba con las múltiples formas en que iba a follársela cuando estuviesen de nuevo juntos.

El último tornillo fue especialmente difícil ya que tenía la cabeza deformada por su continuado uso, pero al final, cerca de la medianoche, cedió.

La estancia donde dormían el resto de sus compañeros la encontró vacía como esperaba. Él lo ignoraba, pero Fredo y Reinaldo estaban realizando el cambio de guardia en el CAPEZ y Fele estaba intercambiando las "impresiones del día" con la ministra del interior.

Tras cerciorarse de que estaba solo no le costó encontrar su equipo en uno de los armarios y sacó la llave de las esposas para poder liberarse. Se vistió con su uniforme para no llamar la atención y se dirigió a las celdas.

Encontró al vigilante, el mismo que había perdido a Escotofia, jugando al Candy Crush.

—Hola, ¿Qué tal? ¿Una noche aburrida?

—La verdad es que hoy apenas ha habido movimiento. Ni siquiera el padre Matiacci se ha acercado por aquí.

—Vengo a ver a la bruja, necesito hacerle un par de preguntas.

—Pero... —dijo el vigilante soltando la tableta confundido.

—Vamos, rápido, no tengo tiempo para discutir.

—Lo siento señor, ¿Cómo es que no sabe que la bruja a desaparecido? —pregunto el vigilante levantándose de su asiento y echando mano a la cartuchera.

Consciente al fin de su error Nuno se echó encima del vigilante arreándole un directo a la mandíbula y una patada en la barriga antes de que el vigilante pudiese desenfundar.

—¿Qué ha pasado? —dijo Nuno cogiendo al tipo por la pechera y sentándolo a la vez que le ponía una pistola en la sien.

—¡Oh! No, por favor, otra vez no. —suplicó el vigilante con el labio manando sangre.

—¿Qué coño ha pasado? ¿Dónde está la bruja? —dijo Nuno levantando al hombre por la pechera.

—No sé, alguien me drogó, no recuerdo nada. —dijo el vigilante lloriqueando—Sospechan del cura, de Matiacci.

—Maldito cabrón. —dijo el GEO dejando caer al tipo en la silla— De acuerdo, tú no me has visto, ¿Entendido? Así no tendrás que decir que alguien te ha vuelto a inmovilizar y yo no tendré que matarte.

Sin esperar a que el vigilante respondiera se dio la vuelta y salió corriendo de los sótanos en dirección al monasterio. El padre Matiacci solo podía habérsela llevado allí, era cuestión de encontrarle y seguirle para que le llevase directamente al escondite dónde tenía a Escotofía.

Detroit, Michigan. Veintiséis de julio, 17.00h.

La clave de su trabajo era la paciencia. Cualquiera podía matar a alguien, pero la diferencia entre un buen asesino y un sicario de tres al cuarto era que el primero no dejaba huellas. Había seguido a su víctima un par de días hasta encontrar el lugar adecuado para su eliminación. Y  a partir de aquel día había esperado que se diese la oportunidad perfecta.

Kenneth era ciego y todos los días hacía la misma ruta a pie para llegar al trabajo. Cada día a las siete y veinticinco atravesaba el cruce de Pensilvania Avenue con la Sexta y esperaba a que el semáforo comenzase a imitar el trino de un pájaro para atravesar el cruce por el paso de peatones y cada día John esperaba la oportunidad perfecta. Tras siete intentos fallidos se dieron las circunstancias perfectas. Algunos testigos, pero no lo suficientemente cerca para oír nada, el semáforo en rojo y sobre todo un camión de la basura acercándose a toda leche.

John se aproximó por detrás y colocándose entre su víctima y el semáforo sacó su móvil y fingiendo que buscaba cobertura lo puso en alto y reprodujo la melodía que se activaba cuando el semáforo se ponía en verde. La víctima sonrió y bajó de la acera  apenas cuatro metros por delante del camión de la basura. El conductor tocó el claxon y pisó el freno a tope, pero todo fue inútil, el camión embistió al hombre con tal fuerza que este salió despedido y se empotró en la luna de un coche que estaba aparcado a más de quince metros de distancia.

Aquel cabrón ciego estaba muerto, víctima de un desafortunado accidente. Ya no volvería a   descargar su frustración con su familia y su viuda podría cobrar el abultado seguro de vida y trasladarse a la soleada Florida  sin la menor sombra de sospecha. El asesino se aproximó al lugar dónde había caído simulando intentar ayudar al desgraciado. Tenía toda la parte izquierda del cuerpo machacada y sangraba abundantemente por las orejas y la nariz. Cuando los curiosos empezaron a  agolparse y a comentar lo que habían visto,  John se escurrió con discreción. Nadie recordaría aquel hombre de estatura mediana y aspecto vulgar que estaba esperando en el semáforo al lado de la víctima cuando la policía llegase.

Estaba entrando en la estación de tren para volver a Boston cuando el teléfono que tenía para el trabajo sonó.

—Pizzas Ancelotti. ¿En qué puedo servirle? —dijo el asesino.

—Hola, quiero una prosciutto extragrande con doble de pepinillo. —respondió una voz ronca al otro lado de la línea.

—¿Me puede dar la dirección por favor?

—El doscientos treinta y siete de Manor Street. —respondió la voz indicándole al ejecutor que le llegaría el encargo por la vía habitual.

—Perfecto, señor. Estará ahí en menos de cuarenta minutos. Ya sabe que si tardamos, aunque sea un solo minuto más, la pizza le saldrá gratis. Muchas gracias. —dijo el asesino y colgó.

Mientras subía al tren que le llevaría a casa no pudo evitar sonreír. Hacía tiempo que no recibía un encargo del señor Badalamenti y sabía que los negocios con él siempre eran muy lucrativos. Se recostó en el sillón y decidió echarse una siesta mientras pensaba que haría con el dinero que ganaría con el nuevo encargo.

Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.

Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe  de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.

Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.

Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.

Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.

Fredo: compañero de Fele.

Reinaldo: el novato del grupo de Fele.

Clara Ayuso: Ministra del interior.

Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.

Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.

Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.

Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.

Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.

Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.

Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.

Manuel Llopart: Director del CESIC.

Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.

Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.

Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.

Pili : Tertuliana del pelo rubio  en el programa de Al Rojo Escocido.