World Wildlife Zombie XII

Magullada y sobrepasada por el dolor y la humillación Escotofia se sentía mareada y notaba como su mente empezaba a divagar. Estaba dispuesta a confesar todo lo que hiciese falta menos la identidad de sus compañeras así que frunció los labios y aguantó la paliza hasta que los golpes se confundieron unos con los otros.

Despacho del ministerio del interior. Veintiséis de julio, 11.30h.

El padre Matiacci entró en el despacho dónde Fele y la ministra le esperaban aparentando no saber el motivo por el que le habían llamado con tanta urgencia.

—¿Dónde está? —preguntó la ministra con gesto serio.

—¿Dónde está quién? —preguntó el cura con serenidad.

—Escotofia. —dijo Fele— ¿Qué has hecho con ella?

—¿Habéis perdido a Escotofia? —dijo el cura simulando cabrearse— ¿Cómo ha ocurrido?

—Aun estamos investigando. —respondió el GEO evitando decir que no tenían ni puta idea.

—O sea que no tenéis ni idea de cómo ha pasado. Os avisé de que era una mujer muy peligrosa, que no se la debía dejar suelta ni siquiera en la celda y ahora se ha esfumado. Si me hubieseis concedido su custodia nada de esto habría pasado y ahora el culpable soy yo, ¿Verdad?

La ministra se revolvió nerviosa ante a acusación, pero el padre Matiacci estaba seguro de que a aquel policía no lo había engañado. Fele se limitó a permanecer en silencio mientras le echaba la típica mirada de " a mí no me la pegas".

—¿Está seguro de que si ordeno ahora un registro del monasterio no voy a encontrar a la señora escondida en alguna de las mazmorras? —preguntó Fele.

—Puede venir cuando quiera. —dijo el legado seguro de que nunca encontrarían los pasadizos que daban a las mazmorras de la inquisición.

—No necesitamos su permiso. Padre Matiacci, le recuerdo que está aquí como invitado del gobierno...

—A petición suya. —le interrumpió el inquisidor con una sonrisa serena.

—... y que hemos colaborado con usted más allá de lo aconsejable, y seguiremos haciéndolo, pero si me entero de que anda por ahí ocultando información y secuestrando testigos para luego torturarlos, ni el Papa en persona podrá evitar que pase veinte años a la sombra. ¿Lo ha entendido?

—Perfectamente. —dijo el cura con total serenidad.

—Ahora puede retirarse.

Dos minutos después Clara y Fele volvían a estar solos. Fele tuvo la tentación de tirarla sobre la mesa y arrancarle la ropa a mordiscos, pero la mirada de la ministra le dijo que no era el momento.

—Ese hijoputa con alzacuello tiene a Escotofia. Estoy seguro. Dame unos cuantos hombres y pondré ese monasterio patas arriba. —dijo Fele con rabia.

—No, eso se lo encargare al comisario Negrete, para ti tengo otra misión. —dijo Clara excitada ante la mirada fulgurante y el cuerpo contraído por la rabia del policía— Ya tenemos el laboratorio para investigar a los zombis, necesito que lleves los dos especímenes que recogiste para que los investigadores empiecen cuanto antes.

—Eso lo puede hacer cualquiera...

—Pero quiero que lo hagas tú. Necesito que lo hagas en secreto así que se acabaron tus contactos con tu amiga la reportera. Si necesitas un tanque pídemelo a mí. Alicia te espera con móviles nuevos para todos tus hombres. Están encriptados y tienen el número del despacho y mi número personal para emergencias.

Fele no pudo evitar una sonrisa de satisfacción cuando notó una vacilación y una ola de celos al nombrar a la reportera. Adelantándose dos pasos cogió a la ministra por el cuello y estampó en ella un beso largo y húmedo mientras con la mano libre exploraba su cuerpo intentando ser lo más sucio y obsceno posible.

Cuando se separó vio como los puños de la mujer estaban cerrados con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

Domicilio de Conchita, sierra de Guadarrama. Veintiséis de julio, 12.00h

Para su negocio la intimidad era imprescindible, así que cuando uno de sus mejores clientes le ofreció ese apartado chalet en la sierra, no se lo pensó dos veces. Odiaba a esa pandilla de eunucos llorones, pero le daban de comer así que o tenía queja.

No lo podía evitar, pero cuando se aburría tendía a divagar. Los dos últimos días habían sido bastante tranquilos con buena parte de su clientela buscando nuevos lugares dónde meter a sus seres queridos, apenas había tenido trabajo así que se había dedicado a dormir, leer y tomar el sol.

Estaba a punto de tirarse de los pelos cuando sonó el móvil del trabajo. Se abalanzó sobre él. Al mirar la pantalla vio que provenía de un número oculto.  Pensó en colgar,  pero finalmente pudo más la curiosidad y descolgó.

—Hola. Normalmente no respondo la llamadas que no se identifican. —dijo ella cortante al auricular.

—Señorita Cerrón, no me conoce y estoy seguro de que tampoco querrá conocerme. La verdad es que he dado con usted por medio de un amigo común, creo que recordarás a Bartok. —respondió una voz que hablaba un correcto castellano con un leve acento anglosajón.

Conchita asintió reprimiendo un escalofrío. Bartok había sido su primer y único chulo. La había captado cuando sus padres estaban a punto de perder la hipoteca y había convertido su vida en un infierno. Solo gracias a una afortunada relación con un alto funcionario del ministerio de exteriores consiguió liberarse de una relación laboral asfixiante en la que se mezclaban la prostitución callejera, las palizas y las violaciones.

—Hace tiempo que ya no tengo tratos con él y no me dedico a ese tipo de servicios... —dijo a punto de colgar.

—No le llamo para eso Conchita, en realidad  necesito que me haga un favor, un favor  que pienso pagarle muy bien.

—Le escucho. —dijo la joven dominada por la avaricia y la curiosidad a partes iguales— ¿Qué es lo que quiere exactamente?

—Tengo entendido que conoce a un alto funcionario en el gobierno de Madrid. ¿Es eso cierto?

—Podría ser. —respondió Conchita evasiva.

—Verá, represento a alguien que pagaría una gran cantidad de dinero por conseguir información de primera mano sobre lo que  se está haciendo para manejar esta crisis. Sobre todo la información que tenga sobre cómo se ha producido la crisis y lo que  sabe de los zombis.

—No sé. Me parece un trabajo bastante arriesgado —dijo ella dubitativa.

—Mi cliente le ofrece treinta mil dólares al mes en una cuenta numerada en suiza y además le deberá un favor. Puede aceptar para mutuo beneficio de ambas partes o puede rechazarla y entonces sus padres recibirán toda una serie de bonitas instantáneas en las que descubrirán que su hermosa hija no es  la broker de éxito que dice ser.

—Entiendo... ya que me lo ofrecen tan gentilmente acepto su propuesta, pero serán cincuenta mil y en un banco del las Jersey. Últimamente los bancos suizos no son demasiado fiables.

—Sin problema señorita. Le llamaré la semana próxima para que me informe. Espero que tenga algo para entonces.

Área de detención del palacio del Escorial. Veintiséis de julio 12.05h.

Fredo y el novato ya le estaban esperando a la puerta de las celdas. Tras saludarlos y preguntar por Nuno que al parecer seguía esposado por precaución les repartió los nuevos móviles.

Tras otros dos minutos de charla intrascendente y establecer un grupo de wasap para hablar entre ellos se dirigieron a la celda dónde los dos zombis seguían empaquetados.

Al parecer el  permanecer más veinticuatro horas atados de pies y manos y amordazados sin probar bocado apenas había influido en su comportamiento. Seguían tan hambrientos y agresivos como siempre.

—Un momento Jefe. —dijo Fredo cogiendo a uno de los zombis sacándole la mordaza y haciéndose un selfie con el teléfono nuevo antes de que el engendro pudiese hincarle el diente— ¡Joder! ¡Estupendo! A ver quién supera eso.

—Dejad de hacer el burro y llevemos estos paquetes a su destino. —dijo el sargento poniendo la cinta americana sobre las mandíbulas ansiosas de los dos zombis.

A una orden de Fele sus compañeros se echaron los dos zombis al hombro y los cargaron en un todo terreno que les había conseguido la ministra. Tras tirar los dos fardos en el maletero iban a arrancar cuando Agustina se les acercó corriendo y se colgó de la puerta del conductor.

—¿A dónde vais? —preguntó Agustina zalamera— ¿No teníamos un trato?

—Lo teníamos, mientras necesitábamos tu trasto,  pero ahora tenemos uno propio. Además tenemos órdenes estrictas de  la ministra de no compartir ninguna información más contigo. Si quieres saber algo tendrás que preguntárselo a ella.

—¿Ni siquiera vais a contarme  dónde os lleváis los paquetes? —pregunto la reportera poniendo morritos a Reinaldo.

—Lo siento señorita pero no hay comentarios —dijo el novato poniendo cara de superioridad— Que tenga un buen día.

Agustina se retiró dejando arrancar el todoterreno y tras simular que se dirigía hacia el edificio se paró en seco y esperó a que Alberto se acercase con la Kangoo que habían recogido la noche anterior en los estudios.

Convencida de que tarde o temprano esos tipos se la iban a jugar había decidido mantenerla en reserva y había sido una idea brillante. Con esa furgoneta los podrían seguir sin llamar demasiado la atención.

El todoterreno era potente, pero pesaba casi tres toneladas así que no le resulto dificil seguirlo, sobre todo después de haberle puesto un rastreador GPS en el paso de rueda mientras hablaban.

Entraron en la M600 y atravesaron Majadahonda para después coger la  M50. Siguieron al todoterreno a unos doscientos cincuenta metros de distancia intentando mantenerse fuera del campo visual de los polis hasta que finalmente se salieron de la autovía en Fuenlabrada. Unos minutos más tarde  pararon en un pequeño polígono industrial entre Fuenlabrada y Humanes.

A pesar de estar fuera del área de cuarentena el tráfico era muy escaso y las calles estaban desiertas así que no pudieron acercarse mucho por temor a llamar la atención.

—¿Qué es ese edificio? —Preguntó a Alberto que ya estaba enfocándole con el mayor Zoom del que disponía.

—Es una planta Farmacéutica. —dijo Alberto inspeccionando el lugar por el ocular.

—Tenemos que entrar ahí. —dijo la joven con el ceño fruncido.

—Pues por la entrada principal va a ser imposible —dijo el cámara observando los hombres uniformados que vigilaban estrechamente la entrada.

CAPEZ, Madrid. Veintiséis de julio, 13.00h.

El viaje transcurrió sin incidentes y los vigilantes, después de echar un vistazo a sus órdenes, les dejaron pasar si más ceremonias. Por fuera la nave parecía bastante descuidada y decrépita,  pero cuando entraron en su interior pudieron ver que un ejército de técnicos se había encargado de acondicionarla para su nueva función.

Dejaron el todoterreno en un muelle de carga y con los dos fardos revolviéndose en los hombros de Fredo y Reinaldo siguieron a un vigilante por una serie de pasarelas hasta la parte posterior de la nave. El recinto era un gigantesco laboratorio atiborrado de tecnología en el que trasteaban media docena de personas vestidas con bata blanca.

—¡Ah! Al fin llegáis. —dijo una joven rubia y bajita que estaba manipulando un escáner— En la esquina de la derecha está el animalario. Hemos instalado allí unas celdas con todo lo necesario para nuestros huéspedes.

La joven guio a los tres hombres mientras ellos se la comían con los ojos. En una de las esquinas había un par de puertas delimitando una exclusa de aire y a continuación estaba la sala de contención. En ella habían colocado cuatro cubos prefabricados de lo que parecía cristal blindado con unas puertas de seguridad que se abrían mediante tarjetas magnéticas. La joven pasó por la ranura una tarjeta que colgaba del cuello y abrió dos de las puertas, indicando que soltasen uno de los zombis en cada una.

—Cuidado, no hace falta tratarlos con tanta brusquedad. —dijo la investigadora al ver como los GEOS se limitaban a dejar caer a los zombis desde sus hombros sin ningún miramiento.

—Tranquila señorita...

—Isabel, Isabel Jover, para usted doctora Jover. —dijo la joven mirando fijamente a Fredo con sus ojos color miel.

—Pues eso, doctora. —dijo Fredo dando una patada al cuerpo aun inmovilizado— No se preocupe. Pronto descubrirá que son de todo menos frágiles.

A continuación se inclinaron sobre uno de los cuerpos y mientras dos inmovilizaban a la criatura, el tercero se encargaba de desembalarla. Tras un par de minutos le terminaron de quitar las ultimas ligaduras y dándole una patada para alejarlo de ellos salieron corriendo de la celda y cerraron la puerta. El zombi tardó un minuto en darse cuenta de que ya no estaba atado y en cuanto fue consciente se lanzó sobre el cristal golpeándose varias veces al intentar lanzarse sobre las figuras que lo observaban desde fuera.

—¿Alguna recomendación para su mantenimiento? —preguntó la doctora mientras poco a poco el resto de los científicos se reunían para observar como el zombi se lanzaba una y otra vez sobre el cristal como una mosca cabreada.

—Manténgase en un lugar fresco y seco, alejado del alcance de los niños. —dijo Reinaldo con sorna— La verdad es que no son muy difíciles de mantener en cautividad. En el tiempo que los hemos tenido retenidos no han comido ni bebido y el que vamos a desembalar, por un error de cálculo al inmovilizarlo, se mantuvo sin aire durante el par de horas  que llevó su traslado sin que parezca haberle afectado.

Sin tanta ceremonia desempaquetaron el otro zombi que pareció más espabilado que el anterior y en cuanto fue liberado intentó morder a Fredo. Este reaccionó inmediatamente impidiéndoselo y arreándole tres hostias que le saltaron un par de dientes.

—¡Eh! ¡Tenga cuidado que son sujetos de experimentación!

—Yo que ustedes le quitaría los dientes antes de nada. —dijo el novato— Así podrían tratarlos con más seguridad.

—¡Ejem! Soy el doctor Llopart, el jefe del equipo. —dijo un hombre delgado y con gafas adelantándose— Han hecho un gran trabajo. Parecen unos especímenes excelentes.

—¿Se puede saber qué van a hacer con ellos?

—Investigarlos, lo siento pero no puedo ser más específico. De momento con estos dos nos apañaremos para empezar, pero probablemente necesitaremos más ejemplares.

—No hay problema. —dijo Reinaldo echando un nuevo vistazo a Isabel— De donde sacamos estos hay muchos más.

—Excelente. Ahora, si nos permiten, empezaremos a trabajar.

—Perdone que le interrumpa, pero ¿Tiene idea de cómo los va a manejar? —preguntó Fele señalando a los dos engendros que continuaban arañando y mordiendo el cristal excitados por la presencia de carne fresca y palpitante tan cerca de ellos.

—Lo normal en estos casos,  anestesiándolos y manejándolos en camillas atados con correas.

—Perdone que le interrumpa. Pero esto no son macacos. Les hemos disparado, golpeado, asfixiado y cortado en rodajitas y no he visto a ninguno perder el conocimiento así que dudo mucho que sus métodos funcionen. Voy  a dejar con ustedes a uno de mis hombres con armadura completa para que les ayude a manejarlos. —dijo Fele haciendo una seña a Reinaldo—No me gustaría que la próxima vez que viniese me encontrase con su equipo de sabelotodos muerto.

—Gracias jefe —dijo Reinaldo sin poder evitar lanzar una mirada lasciva a la joven investigadora.

—Diviértete, pero ten cuidado de no cagarla, te hago personalmente responsable si alguno de estos inútiles acaba como aperitivo de uno de estos bichos. No les dejes sacar a dos bichos de esos a la vez. Si consiguen averiguar algo útil sobre ellos llámame.

—A sus órdenes jefe. No se preocupe está todo controlado.

—Eso espero, te enviaré a Fredo para relevarte. —dijo Fele despidiéndose para a continuación salir de la nave y volver al Escorial.


Gracias al Zoom de la cámara de Alberto vieron como el todoterreno entraba en la nave y tras un poco más de media hora salía del recinto aunque en él solo volvía el sargento y Fredo.

—Han dejado al novato en el complejo. —dijo Alberto al ver que no iba en el coche.

—Le habrán dejado vigilando. Estoy casi segura de que aquí van a investigar  los zombis que capturaron.

—Eso parece. ¿Qué hacemos ahora? ¿Les seguimos?

—No hace falta, sabemos a dónde van. Será mejor esperar hasta que pasen de largo y volver para hacer la entrevista a la ministra. Por la noche volveremos por aquí para ver si podemos averiguar algo.

—¿Crees que es buena idea? —preguntó Alberto temeroso.

Agustina iba a responder cuando vio que el todoterreno se dirigía directamente hacia ellos, con un gesto rápido cogió a Alberto por el cuello y le dio un beso procurando que la amplia cocorota de su compañero se interpusiese en el campo de visión de los policías, que pasaron de largo sin hacerles caso.

Alberto, que en un primer momento  no se había enterado de nada, estaba alucinado recreándose con el sabor y la suavidad de la boca y la lengua de Agustina, hasta que un poco decepcionado vio el todo terreno por el rabillo del ojo y lo entendió todo.

Cuando se separaron para coger aire Alberto volvió a intentar besarla fingiendo que no se había enterado de que su compañera le había usado de cobertura pero no coló.

—Vamos Alberto no estropeemos esto ahora que estamos a punto de dar la campanada.

La voz de la joven sonaba firme y profesional pero Alberto estaba convencido  de que el beso había significado algo más.

Tan enfurruñado como excitado esperó diez minutos y arrancó la furgoneta.

Despacho del Ministerio del Interior. Veintiséis de julio, 15.20h.

Llegaron al despacho de la ministra con el tiempo justo para que no sospechara nada. Tras unos minutos en los que terminaron de negociar los detalles y Alberto ayudó a su excelencia a retocarse el maquillaje y ponerse el pinganillo, encendieron los focos y se prepararon para conectar en directo con el telediario.

A las tres y veinte en punto el presentador le dio paso. Antes de nada Agustina saludó a la ministra y le agradeció la entrevista. Clara se limitó a asentir con un gesto tranquilo.

—Señora ministra, ¿Sabemos ya exactamente lo que ha pasado? —preguntó Agustina consciente de que tenía un tiempo limitado y no podía irse por las ramas.

—Aun estamos investigando, pero parece ser que tres individuos han provocado, aun no sabemos muy bien cómo, una especie de conmoción que ha  tenido como consecuencia la reanimación de millones de cadáveres en el área metropolitana de Madrid.

—¿Podría extenderse esta plaga al resto del país?

—En realidad no es una plaga y en este punto tenemos informaciones concretas. Los individuos afectados se circunscriben a un área circular de unos veinte kilómetros de diámetro en torno al Cementerio de la Almudena. Esta área se mantiene estable, no ha aumentado ni disminuido así que todos los ciudadanos que residan fuera de este área de cuarentena están seguros.

—¿Es contagiosa?

—Ya sé que todo el mundo ha visto alguna película sobre estas... criaturas pero nada de lo que cuentan es cierto. Su mordedura aunque es peligrosa porque se infecta con facilidad, no es fatal si se trata con antibióticos y si la persona muriese por la gravedad de las heridas recibidas no se convertiría en uno de ellos, a menos que lo hiciese dentro del área de cuarentena. Es más, cualquier persona, haya sido mordida o no, que fallezca en este área se convertirá automáticamente en uno de ellos.

—¿Hay alguna manera de revertir el proceso?

—La única manera de dar descanso a esa... gente es destruir su sistema nervioso central. Cualquier cosa que destruya su cerebro o lo separe del resto del cuerpo acaba con ellos. En cuanto a la descontaminación del área estamos usando todos los recursos de los que disponemos. La gente del CESIC y del CNI está trabajando a marchas forzadas e incluso el papa ha enviado un legado por si el origen de este suceso no fuese... natural.

—Nos han llegado informaciones de que se ha dado orden de no destruir zombis a menos que sea necesario. ¿Es eso cierto? —pregunto la reportera consciente de que se había pasado un pelo.

—Hasta que tengamos más información hemos tomado la decisión de aislar la zona y esperar para ver cómo evolucionan. —respondió la ministra dejando claro a Agustina que la pregunta no le había gustado nada—Es muy importante recopilar la máxima información posible antes de tomar ninguna decisión drástica.

—¿Qué medidas se han tomado y cuáles se van a tomar en el futuro?

—Hemos procedido a evacuar la ciudad. Lo hemos hecho con éxito. La UME patrulla el área de cuarentena constantemente para evitar saqueos y de momento estos están siendo aislados y la mayoría de los saqueadores están siendo detenidos. También estamos procediendo a evacuar las obras de arte y los fondos de los bancos. En los próximos días se organizarán expediciones para que los empresarios recojan lo imprescindible para que puedan montar su negocio fuera del área de exclusión si lo desean.

—¿Y qué se han planteado hacer con los millones de desplazados?

—Acabamos de aprobar un real decreto por el que expropiamos las viviendas vacías que tienen todos los bancos del país mientras dure la crisis. Estas alrededor de doscientas mil viviendas repartidas por toda nuestra geografía se asignaran por sorteo. Además vamos a dar una serie de ayudas a todas las familias que se han quedado sin trabajo ni vivienda así como subvenciones a todas las personas físicas que opten por ceder su vivienda o acoger en su propia casa a una de estas familias en una situación tan desgraciada.

—Es una gran idea, pero ¿Cuánto tardarán e implementarse estas medidas? La gente está durmiendo prácticamente en la calle.

—Como te he dicho, el real decreto está aprobado y será publicado mañana en el B.O.E. El gobierno ya ha dispuesto un fondo de emergencia de cuatrocientos ochenta millones de euros con los que va a indemnizar a los bancos por la pérdida temporal de sus inmuebles, para contratar personal laboral y para desplazar a personal desde otras instituciones, tanto públicas como privadas con capital público, para que nos ayuden en la tarea. Una vez quede censada toda persona desplazada, cosa que con la ayuda de internet no costará mucho, realizaremos el sorteo en unas dos o tres semanas y procederemos al realojamiento de todos los desplazados.

—¿Y si estas medidas no son suficientes?

—Apelo a la responsabilidad y a la solidaridad de todos nuestros ciudadanos y les garantizo que las subvenciones llegarán puntuales y serán adecuadas en cantidad, por eso estoy segura de que el gobierno no se verá obligado a expropiar propiedades ni viviendas vacías.

—Por último, para terminar señora ministra. ¿Cuáles son los planes a largo plazo?

—Para desarrollar ese tipo de planes tenemos que investigar un poco más a fondo. Necesitamos más información. En cuanto lo sepamos, los ciudadanos serán puntualmente informados.

—¿Desea decir algo más?

—Sí, quiero reiterar que todas las instituciones están trabajando día y noche en la misma dirección para solventar esta catástrofe humanitaria sin comparación en la historia de esta país. Nuestro objetivo es que todos los madrileños que se han visto tan violentamente desalojados de sus casas vuelvan a tener un hogar y un empleo lo más pronto posible y les garantizo que esta vez el gobierno está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para cumplir su promesa.

—Gracias señora ministra.

—Gracias a ti Agustina...

Sótanos del Monasterio del Escorial. Veintiséis de julio, 16.00h.

—Hola querida —dijo Matiacci a Escotofia al abrir la puerta— quiero presentarte a mis nuevos ayudantes se llaman Angelo, Martino y Vittorio y acaban de llegar de Eritrea. Aunque no son curas son  mis más fieles acólitos. Se encargarán de la parte más... desagradable de mi trabajo. A partir de ahora yo solo me limitaré a hacer las preguntas.

La bruja no pudo evitar un escalofrío al  ver como los tres hombres, aun con su disfraz de agustinos, le miraban sonriendo malignamente.

Angelo era un negro de aspecto brutal y casi dos metros de alto, con la cabeza rapada y los ojos oscuros e inexpresivos, Martino era parecido a Matiacci más menudo y delgado pero con una mirada gris y fría como la de una serpiente. El último, Vittorio, era un tipo gordo y sudoroso que respiraba con dificultad y  tenía uno  ojos pequeños y separados en los que la bruja pudo leer sin dificultad la mentira y la lujuria.

A una seña de Matiacci Angelo cogió a Escotofía por su melena color caoba y levantándola en el aire sin miramientos, la llevó a la sala de torturas.

Inmovilizada por las bridas la bruja ahogó un grito  indefensa. Tras lo que le pareció una eternidad el hombre la depositó sobre una mesa y le cortó las ligaduras. Con un suspiro de alivio hizo el ademan de frotarse las muñecas, pero los otros dos hombres se lo impidieron poniéndole en muñecas y tobillos unos grilletes que había sobre la mesa. En cuanto estuvo presa Vittorio giró una manivela que había en la cabecera  y fue tensando las cuerdas de las  que pendían los grilletes hasta que el cuerpo de la bruja estaba tan tirante que creyó que se iba a romper.

Todas sus articulaciones desde el tobillo hasta las muñecas estaban estiradas la máximo. Los músculos y tendones tensos como cuerdas de piano se contraían furiosamente provocando dolorosos calambres. Está ves la bruja no pudo evitarlo y emitió un agónico gemido.

Con la mente aun lucida intentó concentrarse para aislarse del dolor, pero uno de sus torturadores, el delgado, había cogido una vara de bambú astillada en su extremo y había descargado con todas sus fuerzas un zurriagazo en su vientre. El dolor hizo que todos los músculos de su cuerpo intentasen doblarse para protegerse con lo que nuevos calambres recorrieron su cuerpo dolorosamente.

Martino no se paró ahí y descargó durante un par de minutos una serie de rápidos y dolorosos golpes produciendo nuevas  y dolorosas escoriaciones y verdugones que se unieron a los que el padre Matiacci le había hecho unas horas antes.

El padre Matiacci se acercó al cuerpo magullado y cubierto de sudor de la mujer y le susurró al oído:

—Nada de esto es necesario. Si me dices todo lo que quiero saber en cuestión de minutos te devolveré a esos policías tan majos y no volverás a saber de mí.

—No pienso decirte nada demonio. ¡Grandísimo hijo de la gran putaaaaaah. —dijo la mujer justo cuando el gordo le daba una nueva vuelta a la manivela del potro.

—¿Reconoces que eres una bruja y practicas la magia negra? —preguntó Matiacci.

—Si soy una bruja, lo admito, pero soltadme por favor —respondió Ecotofia con todo su cuerpo temblando y cubierto de sudor.

—¿Y admites que practicas la magia negra?

—No hay magia negra ni blanca, es blanca o negra dependiendo del uso que se le dé.

A una señal, el verdugo le dio una nueva vuelta al torno. Esta vez la bruja creyó de verdad que le iban a separar los miembros del cuerpo.

—Está bien, está bien. Lo admito dijo jadeando. Soy una bruja y practico la magia negra. Decidme lo que queréis que confiese y os lo diré todo, pero por favor aflojad las cuerdas.

Matiacci asintió con la cabeza y Vittorio aflojó un poco la tensión de la cuerda dando a la bruja un pequeño respiro.

—¿Qué tipo de brujerías has practicado?

La mujer guardo silencio intentando ganar tiempo, pero Marino se le acercó y con una sonrisa nada beatífica le puso unas mordazas en lo pezones de las que pendían unas cadenillas. La bruja sintió un dolor lacerante y notó como sus pezones se ponían duros.

—¿Qué tipo de brujerías has practicado? —volvió a preguntar el inquisidor sin resultado.

—¿Te obstinas en mantenerte en silencio? Tu misma. —dijo haciendo una seña a sus acólitos.

Esta vez Marino y Vittorio actuaron a la vez. Vittorio estiro el cuerpo de la bruja hasta casi descoyuntarlo mientras Marino tiraba de las cadenillas acentuando el dolor hasta hacerlo insoportable.

Escotofía apenas sentía ya las articulaciones que se habían agarrotado debido al esfuerzo de mantenerse unidas, pero los pezones le ardían y emitían dolorosos pinchazos. Incapaz de contenerse por más tiempo habló de sus ritos. De los filtros de amor, del mal de ojo, de las maldiciones y de los zombis. Intentó describirlos minuciosamente para ganar tiempo y tomarse un respiro, pero al inquisidor solo le interesaban los hechizos y no la forma de hacerlos.

—¿De dónde sacaste el libro? —preguntó el inquisidor cambiando de tema.

—Ha pertenecido a mi familia durante generaciones, el origen del libro es un secreto que mis antepasados más remotos se llevaron a la tumba.

—¿Estás segura? —Volvió a preguntar el padre Matiacci mientras Marino daba un tirón seco a las cadenillas que sujetaban las mordazas.

—¡Ahh! ¡Sí! ¡Sí! Lo juro por la memoria de mis antepasados.

—Le he echado un vistazo y hay en el hechizos muy poderosos y  también rituales para adorar a Belcebú. ¿Has realizado misas negras? ¿Has sacrificado niños en tus rituales?

—No, te lo juro. —respondió Escotofia aterrada— los hechizos que requieren e sacrificio de niño son un tipo de magia muy poderosa que yo no domino y están relacionados con el poder y a la mayoría de nosotras el poder no nos interesa.

—¿Cuantas brujas componen tu aquelarre y quiénes son?

—Yo no conozco a ninguna bruja más. Jamás he visto a otra bruja nada más que a mi madre y a mi abuela.

—¿Entonces por qué has dicho "a la mayoría de nosotras el poder no nos interesa"? —dijo el inquisidor satisfecho de haberla pillado en falta.

Entre tanto Marino había vuelto a coger la vara de bambú y estaba azotándola de nuevo en las partes más sensibles de su piel. Magullada y sobrepasada por el dolor y la humillación Escotofia se sentía mareada y notaba como su mente empezaba a divagar. Estaba dispuesta a confesar todo lo que hiciese falta menos la identidad de sus compañeras así que frunció los labios y aguantó la paliza hasta que los golpes se confundieron unos con los otros.

El inquisidor repitió varias veces su pregunta, pero pronto notó que la mujer no iba  a decir nada más de momento, así que ordenó a los tres hombres que la soltaran y se ocuparan de ella mientras abandonaba la estancia.

Los hombres obedecieron y por fin la bruja volvía a tener las articulaciones en su sitio. Mientras le desataban notó como los hombres miraban su cuerpo con inconfundibles muestras de deseo. Ahora que el dolor había remitido ligeramente su mente volvió a funcionar y vio en la lujuria de aquellos hombres una oportunidad.

Gimiendo suavemente se sentó sobre la mesa donde hasta hace unos minutos la habían estado maltratando aquellos mismos hombres y procurando no mirarles intentó ponerse en pie. La mujer fingió que las fuerzas no le aguantaban y se escurrió. El gigantón negro que estaba justo detrás se apresuró a recogerla y ella se las arregló para que las manos del hombre agarrasen sus pechos.

Las mordazas aun estaban en sus pezones así que el intenso dolor hizo que todo su cuerpo temblase y no pudiese evitar un gemido.

Con satisfacción descubrió que había llamado su atención. A pesar de los verdugones su cuerpo seguía siendo atractivo y notó como los tres hombres la miraban como una bonita pero peligrosa serpiente de coral.

Escotofia se irguió finalmente y para terminar de convencer a Angelo restregó su culo contra él a medida que se levantaba hasta llegar a su entrepierna. Su culo hipersensible debido a los azotes sintió como algo gigantesco crecía del otro lado del basto tejido del hábito.

Al notarlo Escotofia aprovechó la ocasión y restregó su culo varias veces contra aquel gigantesco miembro intentando no pensar en la agonía que supondría tenerlo dentro.

—¡Puta! —exclamó el hombre cogiéndola del pelo y tirándola al suelo frente a él.

Escotofia sintió como el deseo se apoderaba de él y dándose la vuelta, aun tumbada sobre la fría piedra abrió sus piernas con un gesto que exudaba pura lujuria. Miró a los tres hombres, uno detrás de otro desafiante, mordiéndose las uñas astilladas de tanto arañar la madera del potro y balanceando ligeramente los pechos haciendo sonar las cadenillas de las mordazas.

—¡Que cojones! —exclamó Vittorio agarrando a la bruja por el pelo y sentándola sobre el potro—sujetadle los brazos para que no intente una estupidez.

De nuevo estaba tumbada boca arriba en aquella odiosa mesa, pero esta vez su culo sobresalía del borde. Angelo y Marino sujetaron sus muñecas con manos de hierro mientras aquel gordo seboso se bajaba sus pantalones y se sacaba la chorra aun morcillona.

—Pegame, seguro que así termina de ponérsete dura. —dijo la mujer desafiándole.

A Escotofía siempre le había gustado el sexo duro así que cuando el hombre la abofeteó y cogiéndola por el pelo la penetró sin contemplaciones con la intención de humillarla y maltratarla sintió un escalofrío de placer.

—¿Eso es lo único que sabes hacer? —preguntó ella desafiante golpeándole con las piernas en el orondo culo como si fuera una amazona azuzando a su montura.

Vittorio encabronado agarró las cadenillas y tiró con fuerza de ellas a la vez que la penetraba con empujones rápidos y tan salvajes que hacían temblar el sólido instrumento de tortura. El dolor de las mordazas se fusionó con el placer de la salvaje cabalgada haciéndole sentirse al borde del orgasmo, pero el verdugo no pudo aguantar más y se corrió en su coño con un sonido parecido al de un verraco al montar a una cerda.

—Vaya mierda. —dijo ella medio asfixiada por el  corpachón del hombre que se había dejado caer sobre ella— Si esta es tu manera de dar placer a una mujer no creo que folles mucho.

—No pretendía darte placer —dijo el incorporándose y abofeteándola.

Con parsimonia aquel gordo sudoroso y jadeante se bajo la falda del hábito y dio paso a sus compañeros.

Los dos  restantes no guardaron cola y se abalanzaron los dos a la vez sobre ella. Se echaron encima y magrearon su cuerpo cruzado de verdugones. Los hombres alternaban las caricias y los estrujones con los golpes, los mordiscos y los tirones de las mordazas haciendo que el placer y el dolor se mezclasen hasta casi hacerse indiscernibles. Poco a poco sintió como su cuerpo sucio y dolorido despertaba excitado a pesar del asco que le producían aquellas dos bestias que la magreaban sin descanso.

Aterrada vio como Angelo se sacaba una polla enorme y la agitaba frente a su cara. Abrió la boca para insultarlo pero el enorme negro la cogió por el pelo y le metió la polla en la boca hasta asfixiarla con ella. Mientras tanto el pequeño Marino le había cogido por las caderas y exploraba con sus dedos el coño rebosante de semen.

Impotente Escotofia se dejó hacer. Angelo bombeaba con fuerza obligando a la bruja a abrir la boca tanto como era capaz. El hombre seguía empujando sin piedad alojando su polla en el fondo de su garganta.

Tras un par de minutos se separó unos instantes. Con los ojos llorosos Escotofía cogió varias bocanadas de aire aliviada. En ese momento Marino la cogió y tirándola al duro suelo la penetró. La áspera piedra del suelo de la mazmorra se le clavó en su magullada piel mientras el hombre empujaba y resoplaba encima de ella, mientras tanto, Angelo los observaba y se acariciaba su miembro sonriendo.

A un toque de Angelo, Marino se dio la vuelta de manera que Escotofia quedase encima. Antes de que pudiera saber lo que pasaba notó como el gigante hurgaba en la entrada de su culo con la punta de su enorme polla.

Con una sonrisa sádica Angelo le metió su polla de un solo golpe, el dolor fue horrible. Por un momento la mujer pensó que aquel animal le iba a reventar, pero en vez de gritar de dolor soltó un largo gemido simulando placer.

Angelo se quedó parado un instante confuso ante la reacción de la bruja, pero el placer que le producía el estrecho culo de aquella puta se impuso y comenzó a empujar acompasando su ritmo con el de Marino. Los gemidos de la bruja se fueron haciendo cada vez más intensos a medida que los hombres aceleraban el ritmo.

Tras unos minutos los dos hombres se separaron solo el tiempo suficiente para ponerla en pie y volver a penetrar sus orificios. Sin saber cómo se vio emparedada de nuevo entre dos cuerpos sudorosos con su coño y su culo salvajemente torturado por las pollas de los dos verdugos.

El dolor y el placer se mezclaban y se fueron intensificando hasta que  Escotofia se corrió con un alarido. Los dos hombres animados por los gritos de la bruja se agarraron a ella y la penetraron con todas sus fuerzas haciendo saltar el cuerpo de la mujer entre los suyos.

Con un rápido movimiento se separaron y la tiraron sobre el suelo desmadejada mientras eyaculaban sobre ella con un gesto de desprecio.

Escotofia brillante de sudor y semen les miró y sonrió desafiante, consciente de que aquellos hombres se sentían a la vez fascinados y repelidos por su actitud. Si lograba influir sobre ellos sin que Matiacci se enterase  quizás tuviese una oportunidad.

GUÍA  DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:

Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.

Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe  de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.

Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.

Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.

Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.

Fredo: compañero de Fele.

Reinaldo: el novato del grupo de Fele.

Clara Ayuso: Ministra del interior.

Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.

Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.

Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.

Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.

Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.

Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.

Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.

Manuel Llopart: Director del CESIC.

Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.

Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.

Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.

Pili : Tertuliana del pelo rubio  en el programa de Al Rojo Escocido.