World Wildlife Zombie XI
El sacerdote agarró su melena roja y sudorosa obligando a la bruja a mirarle a la cara y repitió su pregunta: ¿Reconoces que eres una bruja y practicas la magia negra? ¡Que te den pol culo cerdo sádico!
Despacho del Ministerio del Interior. Veinticinco de julio, 23. 30h
—Hola Agustina, perdona que te haya llamado tan tarde pero como comprenderás ha sido un día de locos. —dijo la ministra invitando a la reportera a sentarse.
—Lo entiendo excelencia y me hago cargo.
—El sargento Rafael Arienza me ha contado las circunstancias de su rescate y debo agradecerle su intervención.
—De nada señora ministra, era lo menos que podía hacer.
—Se que llegasteis a un trato y que entre lo que has averiguado y lo que te han contado conoces las extraordinarias circunstancias que han dado lugar a esta catástrofe.
—En efecto y quería que usted me confirmase, confirmase al público, que todo esto es cierto.
—La verdad, señorita Juárez, es que en este momento la situación es aun muy delicada y me gustaría que no publicase ese material por ahora.
—¿Está ordenándome que no publique la noticia más sensacional que he tenido en toda mi vida? —preguntó la reportera que empezaba a enfadarse.
—No, estoy pidiéndole un favor. Un favor que le deberé y podrá aprovechar en el futuro.
—Esto es coartar la libertad de prensa...
—Mira niña, —le interrumpió la ministra perdiendo la paciencia— Si publicas todo eso sin mi consentimiento el gobierno desmentirá la noticia y a ti te meteré en un calabozo a hacer compañía a esos dos imbéciles. Por si no te habías dado cuenta estamos en Estado de Sitio y la libertad de prensa me la paso por ya sabes dónde.
—No pienso soportar... —dijo la joven haciendo amago de levantarse.
—Soportará lo que le mande. No sé si se ha fijado, pero usted es la única representante de los medios de información aquí. Tiene una ventaja importantísima, así que no jorobe y seguirá siendo la única que pueda grabar sus crónicas en directo.
—Quiero una entrevista con usted en directo. —dijo Agustina sonriendo satisfecha por su genial idea.
—¿Qué? —preguntó Clara sorprendida.
—Quiero una entrevista con usted para hablar de todo esto.
—Está bien, pero tengo su palabra de que no publicará nada de lo que ha averiguado hasta que se lo autorice.
—Le prometo que no publicaré nada a menos que algún otro medio se entere.
—Está bien eso bastará de momento. Hable con mi secretaria y que le haga un hueco de cuarenta y cinco minutos mañana por la tarde. Más tarde le enviaremos un correo con las preguntas que están vetadas.
—Gracias señora ministra no se arrepentirá. —dijo Agustina levantándose del asiento.
—¡Ah! Una última cosa. El sargento de los GEOS en mío. Si te acercas a él te echó de aquí. —dijo la ministra con una mirada tan cargada de odio que hizo que la reportera se encogiera instintivamente.
Palacio del Escorial. Veintiséis de julio, 3.00h.
—Padre ¿Está seguro de que esto es lo más acertado? —preguntó el monje no muy convencido.
—No se preocupe yo me encargo de todo. Si ocurre algo yo asumiré toda la responsabilidad. Solo obedecéis órdenes de un legado papal. Órdenes que se deben cumplir sin excusas.
—Lo entiendo, padre, y estoy totalmente a su servicio, pero ingerir en los asuntos de un país de esta forma...
—Los dirigentes políticos no tienen ni idea del peligro al que se enfrentan. La existencia de brujas es un peligro, no solo para la iglesia y debemos erradicarlas de este mundo cueste lo que cueste. Necesito información y mediante los métodos normales no voy a conseguir ninguna.
La conversación terminó a una seña del inquisidor. Estaban saliendo de la zona del monasterio e internándose en el palacio. La oscuridad de la noche y los hábitos oscuros de los tres frailes agustinos que le acompañaban les ayudaron a deslizarse en silencio por los distintos pasillos.
Bajaron al sótano y llegaron al área de detención. El lugar era oscuro y frío y la humedad se filtraba entre las piedras haciendo la estancia de los vigilantes sumamente incómoda.
Matiacci detuvo a sus hombres fuera del campo de visión del vigilante y se acercó con un termo en la mano.
—Vaya te a ha tocado el peor turno. —dijo Matiacci abriendo el termo y sirviendo una taza al policía que estaba sentado intentando mantenerse despierto— ¿Te apetece un café?
—Se lo agradezco. Esta humedad está calándome hasta los huesos. —respondió el hombre agarrando la taza para calentarse las manos— ¿Qué le trae por aquí, padre?
—El deber, voy a intentar aprovechar estas horas de la madrugada para pillar a esa zorra del infierno desorientada, a ver si logro sacarle algo.
—¿A estas horas?—preguntó el policía dando un sorbito al café.
—Ya sé que es un poco raro, pero esta mujer no es una delincuente común y los métodos para interrogarla no pueden ser los habituales.
—Claro, claro. Lo comprendo, padre. Ahora mismo le abro la puerta. Vamos a ver... ¡Ah! Aquí está la llave.
El hombre abrió el cajón y sacó una gran llave de hierro fundido. Intentó levantarse pero las piernas le fallaron y cayó de nuevo pesadamente sobre el asiento.
—¡Qué diablos! —dijo el guardián justo antes de perder el conocimiento.
El padre Matiacci colocó al hombre lo más cómodamente posible e hizo una seña a los monjes para que se acercaran. En total silencio abrieron la puerta del calabozo y entraron. La bruja dormía como una piedra y no se enteró de lo que pasaba hasta que el legado le puso la cinta de cinta americana sobre la boca y los monjes le inmovilizaron los miembros.
Impotente Escotofia vio como aquel asqueroso matón del Vaticano le ataba con bridas las manos y los pies y con una sonrisa ordenaba a los monjes que se la echaran al hombro como si fuese un fardo.
Dejaron la puerta cerrada y las llaves en su sitio antes de marcharse. Cuanto más tiempo tardase en saberse mejor y el rohipnol que le había dado al poli además de dormirle le impediría recordar que era lo que había pasado. Con suerte, cuando despertase no recordaría nada y pensaría que se habría dormido, intentaría disimular y eso les daría un poco más de tiempo.
Avanzaron por pasillos desiertos y fríos, con el inquisidor unos metros adelantado para evitar encontronazos mientras los frailes agustinos con sus hábitos color negro comando avanzaban con un bulto que no paraba de moverse en sus hombros.
La procesión terminó en menos de diez minutos y los pacíficos frailes no pudieron evitar un suspiro de alivio cuando al fin lograron pasar a las dependencias del monasterio.
Sin darse un minuto de descanso avanzaron por los pasillos en silencio, intentando no despertar al resto de los hermanos que dormían apaciblemente ajenos al delito que se estaba cometiendo ante sus narices.
Ni siquiera el abad se había enterado de la maniobra del legado. El padre Matiacci había abordado a los tres monjes en el refectorio y le había ordenado que le ayudasen y no se lo dijesen a nadie. La autoridad de un legado papal era indiscutible así que a pesar de que los tres renegaban de aquella misión, no tuvieron más remedio que cumplirla a pies juntillas.
Rápidamente, con unas ganas inmensas de librarse de aquella desagradable misión, transportaron a la bruja, que no paraba de debatirse, por el refectorio hasta las cocinas y de allí a la gran despensa que estaba totalmente desierta a esas horas de la noche y una vez allí la tumbaron sobre una mesa.
Ayudaron al padre a mover una pequeña alacena con cuidado dejando a la vista una puerta de madera mohosa. Uno de los frailes sacó una llave de aspecto herrumbroso y la metió en la cerradura. Necesitaron dos minutos de esfuerzos y medio litro de aceite de oliva para conseguir que la cerradura cediese.
La puerta daba a unas escaleras de caracol que se internaban profundamente bajo el nivel del suelo. Dos de los frailes cogieron en fardo mientras que otro más se encargaba de volver a poner la alacena en su sitio y borrar todo rastro de que hubiese sido movida.
El padre Matiacci se unió a los otros dos frailes en el transporte de la bruja. Notó como la mujer pugnaba inútilmente por librarse. Su cuerpo estaba sudoroso por el esfuerzo.
Tras una bajada que parecía interminable llegaron a otra puerta, esta no estaba cerrada con llave y la abrieron de dos empujones. Daba a un largo pasillo que terminaba en un rastrillo.
Los frailes depositaron a la mujer en el suelo y levantaron el rastrillo mediante una rueda que había a la derecha de la puerta. Aseguraron la cadena y entraron en una sala cuadrada con seis calabozos y una gran puerta de dos hojas en el fondo.
—Hasta aquí hemos llegado, padre. Le suplico que no nos obligue a hacer nada más. Nuestra orden está consagrada a meditar y ayudar a los demás, no a hacer esto. —dijo uno de los frailes tendiéndole un manojo de llaves.
—De acuerdo, os agradezco vuestra ayuda. —dijo cogiéndolas y abriendo uno de los calabozos para meter a Escotofía en él a rastras.
—¡Hijo de puta! ¿Qué te has creído que es esto? No estamos en la edad media. —gritó la mujer en cuanto el padre Matiacci le arrancó la cinta americana.— ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
—Puedes gritar todo lo que quieras —dijo el inquisidor sin molestarse en quitarle las ataduras a la mujer— Entre tú y cualquier ayuda posible hay cuarenta y cinco metros de piedra y roca. Mañana tú y yo hablaremos y para variar no me responderás con mentiras y vaguedades o lo vas a pasar muy mal.
Matiacci salió del calabozo y cerró la puerta con llave. Escotofia no pudo evitar un escalofrío al ver la puerta cerrarse a espaldas del inquisidor y oír el rechinar de la cerradura.
—Ahora vámonos. —dijo el Padre Matiacci cogiendo un pasillo diferente que les llevaría a un trastero olvidado en la esquina sureste del monasterio— Y de esto ni una palabra o el Papa en persona os excomulgará. Si queréis confesaros podéis hacerlo conmigo, pero con nadie más. ¿He sido claro?
Los monjes asintieron con gravedad y suspiraron de alivio al ver que no iban a tener nada más que ver con aquel truculento asunto.
Despacho del Ministerio del Interior. Veintiséis de julio, 8.30h
Dios, la mujer era una máquina, Fele se sentía agotado. Su excelencia le había llamado a las dos de la mañana. Había acudido a toda velocidad temiendo una emergencia, pero al abrir, la mujer estaba esperándole a la puerta del dormitorio con un espectacular conjunto de lencería.
Se la había tirado tres veces y explorado todos sus orificios naturales, haciéndole gritar, gemir, suspirar y suplicar, así que cuando Fredo le llamó al móvil a las ocho y media le recibió con una sarta de improperios.
—¿Qué puñetas pasa? ¿Se puede saber que cojones puede pasar que no pueda esperar un par de horas? Llevamos dos días de aúpa y ahora que consigo descabezar una siestecita me la jodes. —dijo Fele en voz baja.
—Lo siento señor, pero me temo que es grave. —dio Fredo con un hilo de voz.
—Está bien, —susurro Fele levantándose de la cama y saliendo de la habitación en silencio, procurando no despertar a Clara— ¿Qué demonios pasa ahora?
—Es la bruja, ha desaparecido.
—¿Y el vigilante?
—Dice que no sabe cómo ocurrió, que se durmió y no recuerda nada.
—¡Mecagüen la puta! ¿Es que tengo que estar pendiente de todo? Estoy ahí en dos minutos. Mierda, ¿Dónde coños he puesto los pantalones?
Dos minutos después estaba en el pasillo que daba a las celdas. Fredo le estaba esperando acompañado de un policía de aspecto compungido.
—Bien ¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Fele acercándose.
—Lo siento señor, —dijo el hombre encogiéndose— no sé cómo demonios ha podido ocurrir. Tengo la mente totalmente en blanco. Lo último que recuerdo es que me senté en esta silla con una novela de Assa Larsson en las manos y luego... nada más.
—Intenta concentrarte —dijo el sargento intentando contener su exasperación.
—Lo siento, señor, pero parece cosa de brujas.
—Los cojones, esto es cosa de curas. Fredo busca al padre Matiacci le quiero aquí lo antes posible. Le voy a arrancar el espantaputas a hostias.
En algún lugar cerca de Humanes, Madrid. Veintiséis de julio, 9.30h.
Isabel estaba indignada, un militar todo emperifollado se había presentado en su laboratorio a última hora del día anterior diciendo que el CESIC la requería para un nuevo trabajo que la ocuparía a jornada completa y que debía tener las maletas preparadas para que alguien la recogiese a las seis de la mañana en su casa. Ella intentó resistirse, aduciendo que estaba en medio de una investigación que podía ser crucial para la lucha contra el Alzheimer, pero su interlocutor ignoró todas sus objeciones ordenándole que estuviese preparada a las seis o que al día siguiente estaría en la lista del paro.
Otro tipo uniformado, pero con menos chatarra en el pecho y cara de pocos amigos, la recogió de su casa y la llevó en un coche con matrícula del ejército hasta un pequeño polígono industrial al sur de Madrid. Las innumerables preguntas que le hizo al hombre durante el viaje de dos horas y media fueron respondidas invariablemente con un ominoso silencio. El coche finalmente aparcó a la entrada de un gran recinto dominado por una nave enorme de color verde con un enorme logotipo en negro encima de la entrada. Otro militar salió de la garita y pidió la identificación a los dos aunque parecía conocer de sobra la chofer.
Tras asegurarse de que figuraban en la lista subió la barrera y le dejó pasar. Dos minutos después paraba el coche a la puerta de la nave, el militar le abría la puerta del vehículo y le invitaba a entrar en el edificio.
El interior era una gigantesca nave de producción de medicamentos. El hombre le guio en silencio por pasillos y pasarelas hasta la parte posterior donde había una puerta adornada con los símbolos de peligro biológico.
Al otro lado les esperaba el militar del día anterior con el mismo uniforme cuajado de condecoraciones y Manuel Llopart, el jefe del CESIC y el encargado de aprobar las becas que le daban de comer.
—Hola Isabel, bienvenida. Ya conoce al coronel Molina. Espero que el viaje haya sido cómodo.
—Un poco aburrido, pero podía haber sido peor. —dijo la joven alargando la mano a los dos hombres mientras el chofer desaparecía a sus espaldas— ¿Puedo saber qué hago aquí?
—Va a intervenir en una investigación de vital importancia...
—¿Más importante que la cura del Alzheimer? —preguntó la joven interrumpiendo al coronel.
—¿Seguro que esta jovencita es la persona adecuada para el trabajo?
—Lo siento coronel pero las neurologas de talla mundial no crecen en los árboles y después de la desaparición de la doctora Helena Torres* para eludir a la justicia, esta es la única persona en España capaz de hacer el trabajo.
—No sé, no me convence, preferiría trabajar con voluntarios...
—¡Eh! ¡Hola! ¡Estoy aquí! ¿Se puede saber a qué viene tanto secreto?
—Señorita Jover, sé que esto es un poco irregular, pero supongo que se habrá enterado de lo que ha pasado estos días en Madrid.
—Algo he oído, pero que tiene que ver eso conmigo.
—Estamos montando un equipo para estudiar a esas criaturas... —empezó el jefe del CESIC.
—¿Está insinuando que es verdad eso de que una horda de zombis anda suelta por ahí? ¿No es una broma inventada por la televisión? —le interrumpió la joven sorprendida.
—Señorita ¿Se puede saber dónde ha estado metida las últimas cuarenta y ocho horas? —preguntó el coronel cada vez más irritado.
—La verdad es que últimamente trabajo bastante y no hago mucho caso a la televisión. ¿Pueden decirme lo que está pasando? ¡Ah! Y por cierto, si usted me llama doctora, yo le llamaré coronel.
Entre los dos hombres le contaron los acontecimientos de los dos últimos días a la vez que le enseñaban a la doctora las instalaciones. Tras completar el informe la joven se quedó parada un momento digiriendo e intentando explicarse cómo podía no haberse enterado de lo sucedido.
—¿Bien, qué más necesita en su investigación? —Preguntó el coronel tras revisar las instalaciones.
—Necesitaremos que desinfecten las instalaciones y me vendría bien un aparato de resonancia magnética, un espectrógrafo de masas y un tomógrafo emisor de positrones. El microscopio electrónico de barrido me valdrá de momento, pero necesito un modelo más moderno
—Sin problema, lo tendrá todo antes del mediodía junto con los dos primeros sujetos de investigación. —dijo el coronel ante la mirada patidifusa de la investigadora.
—¿Cómo? ¿Pero no van a regatear? ¿No me van a obligar a rellenar informes durante semanas? ¿Así de fácil?
—Ahora forma parte del CAPEZ, el Centro Avanzado Para el Estudio de los Zombis. Es la ventaja de intervenir en proyectos secretos. —respondió el militar satisfecho— Si me sigue, le presentaré al resto de equipo. Creo que harán buenas migas...
Sótanos del monasterio del Escorial. Veintiséis de julio, 9.00h.
Los tres ayudantes habían llegado una hora antes de Roma y se habían colado en el monasterio con los uniformes de monjes agustinos para no llamar la atención. Tras los saludos pertinentes Angelo, Martino y Vittorio se pusieron manos a la obra.
Abrieron la puerta del calabozo dónde encontraron a la bruja tumbada en el suelo con manos y pies atados, encogida y temblando de frío. Los hombres se inclinaron y cortaron las ligaduras a la mujer que intentó revolverse y huir, pero los tres hombres habían sido entrenados para ese tipo de actuaciones y la redujeron con facilidad poniendo especial cuidado en inmovilizar sus brazos y sus manos.
Sacaron a la mujer del calabozo y la llevaron a rastras hacia la puerta de dos hojas. Matiacci abrió los portones dejando que la bruja se quedase sin aliento al ver la gran sala cavada en la roca y atestada de todo tipo de instrumentos de tortura.
Sin esfuerzo los tres hombres la izaron en vilo y le ataron a dos pesados maderos unidos en forma de aspa. Una vez atadas las cuatro extremidades a cada brazo del aspa le arrancaron la ropa sin ningún miramiento y a un gesto del padre Matiacci se retiraron a descansar.
—Hijo de puta —siseó la mujer al ver acercarse a Matiacci.
—¿Sabes cuánto hacia que no se usaba esta sala? —preguntó el padre ignorándola—Más de cien años, lo he investigado. Desde finales del diecinueve, cuando alguien decidió que las brujas no era más que un invento y que su existencia era incompatible con el progreso. Ha tenido que pasar esta catástrofe para que las autoridades se den cuenta de que la brujería es un peligro real.
—Tengo mis derechos...
—Aquí no tienes nada, no eres nadie, —dijo el cura dándole un bofetón.
—Cerdo, animal, ya no estamos en el siglo dieciséis. Suéltame ahora mismo o...
El legado ignoró las amenazas y se acercó a la pared de donde cogió un gato de nueve colas. El mango no era muy largo, de madera recubierta con cuero, terminado en un gruesa bola de bronce adornado con las cabezas de cuatro gruesos clavos y cada una de sus colas recorrida por diminutos nudos para intensificar el dolor.
—Ahora vas a decirme todo lo que quiero saber o vas a pasarlo muy mal. Se han acabado las preguntas educadas. —dijo haciendo silbar el látigo a escasos centímetros de la cara de la bruja.
—Lo que en realidad desearías es disfrutar este cuerpo, todos los de tu calaña sois iguales, lo que quieres en realidad es echarme un polvo, pero en vez de admitir tu naturaleza lasciva le echas la culpa a las mujeres —dijo Escotofia intentando disimular el terror que sentía en ese momento.
El padre Matiacci no respondió y cogiendo varios pelos del pubis de la bruja los arrancó de un solo tirón. Esotofía gritó con fuerza y le escupió a la cara. El legado se limpió con la manga y retirándose un par de pasos descargó un golpe con el látigo en los muslos de la mujer.
A pesar de que el hombre había descargado el golpe con aparente desgana un relámpago de dolor y un escozor increíblemente intenso recorrió su cuerpo cuando el cuero contactó con sus muslos. Gritó e insultó de nuevo a aquel hijoputa, pero el inquisidor se limitó a sonreír y descargar un nuevo golpe esta vez sobre sus pechos.
Matiacci no pudo evitar pensar en que aquella odiosa mujer tenía un punto de razón. Observando su cuerpo maduro y pálido de caderas anchas y firmes y pechos grandes y turgentes, no pudo evitar que una fuerte desazón partiese de sus ingles invadiendo todo su cuerpo. Cuando se dio cuenta, el cuerpo de la mujer estaba recorrido por un apretado entramado de marcas y todavía no le había hecho ni una sola pregunta.
Se apartó un poco y se enjugó la frente sudorosa con un pañuelo de lienzo que sacó de su pantalón. Esperó unos segundos dejando que la mujer se relajase unos momentos y tomase conciencia del castigo sufrido y del que aun le quedaba por sufrir. Su piel, desde el cuello hasta las rodillas, estaba en carne viva y la mujer jadeaba y se estremecía. Dos largos regueros de lagrimas recorrían sus mejillas, pero se mordía los labios desafiante para evitar gemir de dolor.
—¿Reconoces que eres una bruja y practicas la magia negra? —preguntó él cuando la respiración de la mujer se hubo normalizado un poco.
—¿Y a ti se te pone dura cada vez que pegas a un mujer desnuda e indefensa, jodido eunuco? —respondió ella con otra pregunta.
El sacerdote levantó su gato de nueve colas y le volvió a administrar un doloroso golpe en la zona más sensible del interior de sus muslos. La mujer gritó y se retorció intentando liberarse al sentir el mordisco del cuero en una zona tan sensible.
—¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¡Ojalá se te seque la polla y no puedas volver a pajearte pensando en tus compañeros de seminario!
Matiacci encajó el insulto sin mover un músculo del rostro. Sin perder la serenidad ordenó a sus ayudantes que le diesen la vuelta a la mujer, abandonasen la sala de torturas y descansasen un poco.
Los tres hombres soltaron los grilletes que la unían a los maderos y le dieron la vuelta poniéndola de cara a la madera. De no ser por los grilletes con los que la volvieron a atar al madero se habría caído incapaz de mantenerse en pie. Una vez seguros de que no se soltaría, los tres monjes saludaron respetuosamente al legado y abandonaron la tenebrosa estancia.
El padre Matiacci se quedó quieto observando el cuerpo jadeante brillar de sudor a pesar del frío que reinaba en la mazmorra. Se acercó en silencio y rozó la espalda de la bruja, que contrajo todo su cuerpo presintiendo un nuevo latigazo que no acababa de llegar.
—Sería mucho más fácil si me dijeses todo lo que quiero saber. Se acabaría el castigo. Haría que alguien limpiase y curase tus heridas.
—¡Cabrón, cerdo misógino!
—Solo me limito a hacer la obra del señor. ¿Cuántas son las brujas que componen tu aquelarre?
—Vete a la mierda, maricón.
—Si confiesas te prometo que tendrás un juicio justo y no serás ajusticiada, al fin y al cabo estamos en el siglo XXI.
La mujer se obstinó en permanecer callada y tras acariciar de nuevo la espalda de la mujer descargó dos dolorosos azotes en sus costados. Escotofia gritó y crispó su cuerpo haciendo que Matiacci no pudiese evitar admirar el culo y las largas piernas de la mujer contraídos por el dolor de los latigazos. Continuó repartiendo los golpes uniformemente por todo el cuerpo de la bruja ensañándose especialmente en sus sensibles costados hasta que el brazo le dolió y los gritos fueron sustituidos por desfallecidos quejidos.
El sacerdote agarró su melena roja y sudorosa obligando a la bruja a mirarle a la cara y repitió su pregunta:
—¿Reconoces que eres una bruja y practicas la magia negra?
—¡Que te den pol culo cerdo sádico!
—¡Aquí soy yo el que da por el culo! —Estalló el padre Matiacci dándole la vuelta al látigo e hincando el mango del látigo en el ano de la mujer.
Escotofía soltó un agónico alarido al notar la enorme bola de bronce perforar su culo causándole tanto dolor que se creía morir. El inquisidor no le dio tregua y comenzó a mover el mango arriba y abajo hincándolo profundamente y provocando un dolor tan intenso que a punto estuvo la bruja de desmayarse.
Justo en ese momento sonó el móvil del sacerdote. El inquisidor respondió con dos escuetas afirmaciones para evitar que Escotofia pudiese adivinar nada sobre la conversación y cortó.
—Bien, ahora me tengo que ir, pero continuaremos esta conversación. Espero que recapacites y en mi próxima visita te muestres más locuaz.
A continuación sacó el mango del látigo del dolorido culo de la mujer y soltó sus grilletes. Escotofia, incapaz de mantenerse en pie, cayó como un fardo a los pies del cura. Sin la ayuda de sus compañeros de congregación optó por coger a la mujer de sus erosionadas muñecas y la arrastró por el irregular suelo de piedra hasta devolverla de nuevo al calabozo. Volvió a atar sus muñecas y tobillos y le echó una manta encima antes de cerrar la puerta, aun la necesitaba con vida.
Hotel Doménico, afueras de Toledo. Veintiséis de julio 11.00h.
A Vicenzo le encantaban las jovencitas de pelo largo y liso y ojos grandes y expresivos, pero sobre todo que la supiesen chupar. Siempre había opinado y ahora, con sus sesenta y tres años y treinta kilos de sobrepeso aun más, que follar era de obreros. Libio había elegido bien y la putita, además de joven y hermosa, tenía una boca grande y jugosa y era una experta feladora. Mientras la joven se aplicaba haciendo crecer la polla grande y nudosa del mafioso con delicados chupetones, su cabeza no había parado de maquinar desde su reunión con el presidente madrileño. No tenía otra alternativa que montar Eurovegas allí por muy buenas que fuesen las condiciones que les daban los italianos. Y encima sabía que los españoles eran unos tipos rencorosos y ahora que tenían la sartén por el mango se lo iban a hacer pagar.
Libio se sentó a su lado y admiró los edificios de la ciudad antigua dominados por el alcázar en un silencio solo interrumpido por los ruidos de succión que hacía la joven, esperando que fuese su jefe el que empezase la conversación.
—Bien ¿Y ahora qué hacemos? ¿Crees que si soltamos un poco de dinero a esos mandriles lograremos unas condiciones un poco más ventajosas? —preguntó Vicenzo seguro de que la puta que había contratado su ayudante no entendería ni una sola palabra de inglés.
—No lo creo, Don Vicenzo. Primero: aun están cabreados por haberles usado de comodín en la negociación con los italianos y segundo: las cosas están tan mal que se de buena fuente que al que le pillen arramplando con algo le cortan las manos.
—Ya veo. —dijo el empresario acariciando el suave pelo de la chica y empujando hacia abajo para que su chupetones fuesen más profundos— Si queremos ganar... mmmmucho dinero tendríamos que tener por lo menos vía libre para matar zombis. Un par de miles está bien, pero no es suficiente. Hay un mogollón de gente aburrida que se volvería loca por tener su propia aventura entre zombis y matar a unos cuantos. Necesitaríamos unos treinta y cinco mil al año por lo menos.
—Podemos traerlos nosotros. —dijo Libio— Seguro que hay unos cuantos estados africanos que nos venderían sus fiambres solo para quitarse el olor a podrido de encima. Podríamos utilizar las rutas que empleamos en el tráfico de armas llevaríamos AKs y RPG7 y nos volveríamos con los fiambres.
—Nadie quiere aporrear cadáveres de negros esqueléticos. —dijo Vicenzo soltando un gruñido de satisfacción al sentir los pequeños dientecillos de aquella putilla raspándole el glande con suavidad— Necesitamos cuerpos de todos los tipos y tamaños. A la gente le gusta la variedad... Creo que deberíamos entrar en el negocio de las funerarias a nivel mundial.
—Entiendo, don Vicenzo me ocuparé de ello enseguida. ¿Algo más?
—Ya sé que no podemos untar a los jefazos, pero quiero que intentes sobornar a alguien de dentro. Quiero información sobre esos bichos, cómo han aparecido, cómo se comportan y si se puede reproducir el efecto de forma más controlada. Si todo esto me va a costar un ojo de la cara quiero sacarle el mayor rendimiento posible.
—De acuerdo jefe, me pongo en ello ahora mismo. —dijo Libio largándose de la habitación sin haber echado una sola mirada a la puta en toda la conversación.
Sin dejar de preguntarse si su asistente sería marica, dejó por un momento de pensar en los negocios y se concentró en la pequeña putilla de ojos claros y bonitas tetas grandes y redondas que la edad no había empezado a descolgar.
Con una mirada nada inocente la joven se levantó y exhibió su cuerpo ante Vicenzo, acariciándose el pelo bailó ante él desnuda salvo por un pequeño tanga que no ocultaba nada y unos zapatos de tacón que estilizaban sus piernas y moldeaban su culito haciéndolo redondo y respingón.
Sin parar de moverse la joven se dio la vuelta y acercó su culo a la cara del empresario moviéndolo como una avispa. Tras unos segundos se sentó sobre el hombre y comenzó a moverse sobre su erección con movimientos circulares, haciendo que por un momento Vicenzo sopesase meterle la polla y follarla hasta partir en dos a aquella delicada criatura.
La chica sin embargo no le dio tiempo e irguiéndose se dio la vuelta acercando sus pechos grandes y blancos con los pezones morenos y erectos. Vicenzo los cogió amasándolos como su tatarabuelo debió hacer con la masa del pan más de cien años antes en Siracusa y atrayéndolos hacia sí.
Los metió en su boca y los chupó saboreándolos y sintiendo el tacto los pezones erectos de la joven dentro de su boca. En ese momento Vicenzo cerró sus mandíbulas mordiéndolos con fuerza, la joven cambió los gemidos por un grito de enfado y dolor. Intentó apartarlos instintivamente, pero solo consiguió que el mafioso contemplase divertido como se estiraban acompañados de nuevos gritos de dolor.
Tras unos instantes los soltó. La joven se los frotó con suavidad, aliviada, pero en vez de enfadarse hizo un mohín y señalándole acusadoramente con la mano sonrió e inclinándose sobre él los acercó a su polla. Con la habilidad de una veterana metió la polla entre sus pechos y comenzó a agitarlos haciendo que el calor y la suavidad de estos le excitasen tanto como la sonrisa grande y sucia que mostraba la jovencita.
De vez en cuando su polla sobrepasaba el límite de los pechos y ella aprovechaba para lamer o chupar el capullo del hombre arrancándole roncos gemidos de placer.
Vicenzo estaba extasiado con las habilidades de la joven, pensando seriamente en llevársela a casa. Tras uno segundos más su polla eyaculó derramando el contenido de sus huevos sobre los pechos y una pequeña medalla de la virgen que colgaba del cuello de la joven.
Excitado todavía por la mezcla de anfetaminas y Viagra cogió a la joven, que no debería pesar más de cuarenta kilos y levantándola en el aire le dio la vuelta para que tuviese de nuevo su polla a la altura de la boca.
La joven cogió la polla erecta y palpitante y sostenida por los brazos del hombre se la metió en la boca a la vez que le metía uno de los delicados dedos por el culo.
Con el coño depilado a la altura de su boca, Vicenzo no se pudo reprimir y comenzó a chuparlo y mordisquearlo. Enseguida notó como la joven comenzaba a agitarse excitada sin parar de chupar glotonamente su polla.
Con un movimiento rápido cogió a la joven por la cintura y la tiró sobre la cama dejando que su cabeza colgara del borde. Obediente dejó que el anciano le golpease la cara con la polla embadurnándole la cara con el rímel y el carmín corridos antes de metérsela en la boca poco a poco.
La joven la abrió todo lo que pudo y relajó la garganta para permitir que el miembro de Vicenzo avanzase hasta enterrase por completo en su interior. Con satisfacción el mafioso comenzó a empujar suavemente disfrutando con la visión de su cipote haciendo relieve en el delicado cuello de la joven mientras esta se masturbaba.
Gruesos lagrimones se empezaron a acumular en los ojos de la putilla que empezaba a notar la falta de oxigeno, pero no intentó separarse sino que metió tres de sus dedos en su coño masturbándose con furia hasta que todo su cuerpo se retorció y se convulsionó asaltada por un orgasmo bestial. Vicenzo se retiró un segundo dejándola respirar un par de bocanadas para luego volver a meterle la polla y eyacular incapaz de resistir más ante aquel fantástico espectáculo.
Tras un par de minutos jadeando se levantó y el dio a la joven una generosa propina y por señas le indicó que le diese su teléfono a Libio para poder contratarla de nuevo en el futuro. Con una sonrisa la joven recogió su ropa y desnuda y cubierta de semen y sudor salió de la habitación.
Tras dos minutos más de autocomplacencia su cerebro comenzó a funcionar de nuevo y a hacer planes. Lo de las funerarias era buena idea, pero en el fondo creía que debía haber alguna otra alternativa.
GUÍA DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:
Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.
Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.
Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.
Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.
Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.
Fredo: compañero de Fele.
Reinaldo: el novato del grupo de Fele.
Clara Ayuso: Ministra del interior.
Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.
Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.
Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.
Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.
Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.
Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.
Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.
Manuel Llopart: Director del CESID.
Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.
Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESID.
Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.
Pili : Tertuliana del pelo rubio en el programa de Al Rojo Escocido.