World Wildlife Zombie VI
Lo que en Cecilia parecían horribles moratones en Lily parecían elegantes topos similares a los de un dálmata o un irvis. Hizo el amago de arroparla pero decidió que disfrutaba más contemplando como su piel pálida y delicada se erizaba por el efecto del fresco de la mañana.
En algún punto del centro de Madrid. Veinticuatro de julio 7.15h
Alberto conducía por entre el tráfico su Kangoo a una velocidad endemoniada. Una de las pocas cosas que aun conservaba de su antiguo trabajo era la acreditación para cubrir ruedas de prensa del gobierno de la comunidad y cuando recibió la alerta de la comparecencia del rey en pocos minutos en el Ministerio del Interior, supo inmediatamente de que iba a tratar y se dirigió hacia allí saltándose todas las señales de tráfico.
La madrugada había sido de locos. De no ser por Agustina hubiese puesto pies en polvorosa inmediatamente. En cambio se habían dedicado a correr por el centro de la ciudad de un lado a otro siguiendo las frases inconexas y las ordenes que captaba el escáner de la policía. Gracias a ello habían captado impresionantes imágenes en los alrededores del cementerio de la Almudena hasta que los efectivos allí destacados tuvieron que retirarse por temor a verse rebasados por la enorme multitud de zombis que salía del cementerio.
Con el material obtenido habían conseguido apalabrar un trato con Telecinco para venderles todas las imágenes así que al menos ahora podía oler el dinero por fin.
El tráfico aun no era muy denso en el centro, y como tenía muy poco tiempo se metió por la avenida Juan Bravo. Tras avanzar veinte metros vio un coche accidentado en uno de los carriles. Iban a desviarse por la Calle Maceda cuando Agustina creyó reconocer el A8 atravesado con las puertas abiertas.
—¡Para, Alberto! ¡Para! —gritó Agustina clavándole las uñas en el brazo.
—¿Qué demonios? —dijo Alberto pisando el freno a tope.
—¡Da marcha atrás! ¡Rápido!
—Pero... ¿Y la rueda de prensa? —preguntó él confundido.
—¿No lo has visto? Eso parecía un coche oficial.
Alberto dio marcha atrás y aparcó la furgoneta justo delante del Audi. Agustina salió como una flecha mientras Alberto salía con más dificultad cargado con su cámara al hombro.
En cuanto afirmó los pies hizo una panorámica de la calle para luego fijarse en el Audi. Aun que no perteneciese a ningún capitoste las imágenes del frontal abollado del coche, las puertas abiertas y las manchas de sangre en la tapicería de cuero eran unas imágenes impactantes.
—Por aquí, rápido. —dijo Agustina con una sonrisa espléndida.
Alberto se acercó a ella, enfocándola con la cámara. Cada vez que lo hacía un escalofrío recorría su cuerpo. Aun vestida con unos vaqueros y una sencilla blusa de Zara estaba espectacular. Un par de mechones de pelo negro se habían escapado de la cola de caballo y empujados por una suave brisa se empeñaban en hacerle cosquillas en el rostro. La joven no se dio cuenta de que Alberto la observaba y señaló el asiento trasero.
Alberto apartó la cámara con desgana y enfocó el interior del coche. En el asiento trasero un inconfundible maletín ministerial con el escudo de España yacía abierto.
Alberto enfocó hasta que se pudo leer Ministerio de Agricultura entre las manchas de sangre coagulada.
—Vamos no nos podemos entretener más o llegaremos tarde a la conferencia —dijo a Alberto. El cámara siguió a la joven como un corderito en dirección a la furgo cuando un alarido llamó su atención. La chica señaló algo a su izquierda.
Alberto por puro instinto apuntó la cámara hacia allí y vio a través de la lente un hombre alto y fuerte, vestido con un traje barato lleno de la sangre que había salido de una horrenda herida de su cuello.
El tipo husmeó el aire y tras unos segundos de duda les vio. Con un nuevo grito se lanzó sobre ellos a toda velocidad.
—¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! —dijo Agustina entrando en la furgoneta.
La adrenalina hizo que Alberto volase con la cámara al hombro y entrase en la furgo con el tiempo justo de cerrar la puerta y poner el seguro. El hombre chocó contra el vehículo y empezó a arañar la ventanilla del conductor.
Alberto no se paró a averiguar qué era lo que quería aquel tipo y salió quemando rueda dejándole atrás mientras Agustina cogía la cámara y enfocaba la calle con ella.
Apenas habían recorrido diez metros cuando un hombre gordo con la pechera de su traje arrancada a mordiscos y parte de sus tripas colgando de una enorme herida en el vientre se lanzó sobre la furgoneta. La Kangoo no había adquirido velocidad suficiente así que el golpe no fue lo suficientemente contundente para derribar al zombi y lanzarlo fuera de su camino. En cambio aquella bestia sanguinolenta se agarró a la cubierta del capó y trepando a pesar de los bandazos que daba Alberto intentando librarse de él, pegó la cara al parabrisas dando a Agustina un detallado primer plano de la dentadura y los ojos rabiosos del que había sido hasta hacía unos instantes el ministro de agricultura.
Cagado de miedo Alberto frenó en seco y puso la marcha atrás. Pisó el acelerador a fondo, la furgoneta salió zumbando con el ministro agarrado al capó y Alberto no dejó de pisar el acelerador, ni siquiera cuando golpearon al otro zombi que les perseguía. Finalmente con un impulso fruto de la desesperación giro el volante y dio un tirón al freno de mano. La furgoneta hizo un trompo y el zombi salió rodando hasta acabar tendido con el cuello roto entre unos contenedores.
—¡Vamos! Apura o no llegaremos a la conferencia de prensa —dijo Agustina apagando la cámara para ahorrar batería—¡Este está siendo un día fantástico!
Sala de prensa del ministerio del interior. Veinticuatro de julio 7.30h
Agustina y Alberto llegaron tres minutos antes, pero no les costó demasiado encontrar sitio. Con todos los corresponsales y presentadores desperdigados por la capital y con la premura con la que se había convocado la rueda de prensa solo la mitad de los asientos estaban ocupados.
Alberto ensambló el trípode y colocó la cámara en un lugar que le permitía tanto enfocar a la mesa de autoridades como a los asientos desde los que los periodistas harían las preguntas.
—Hola Bertín —le dijo un antiguo compañero—¿Todavía persiguiendo a ese chochito? Cuando consigas comértelo usa la cámara, si no nadie te va a creer.
—Yo que tú me preocuparía más por conservar el culo, creo que a partir de ahora por los pasillos de Telemadrid solo van a pasear cuerpos semipodridos. —respondió Alberto justo cuando el rey entraba en la sala por una puerta lateral.
Los focos y los flases se centraron en la figura alta y aparentemente tranquila del rey. Su majestad se paró unos instantes tras el estrado que le habían preparado esperando a que los flases dejasen de deslumbrarle.
Tras él se habían colocado en pie la vicepresidenta, la Ministra del Interior y un tipo con uniforme militar y cara de muy malas pulgas.
—Bien, seré breve. —dijo el rey cuando los flases hubieron terminado— Esta madrugada por circunstancias que aun no podemos aclarar se ha producido un fenómeno inexplicable. Al parecer miles de cadáveres han resucitado y....
—Por favor, silencio, déjenme terminar la declaración y luego harán las preguntas que quieran.—dijo el rey aplacando con las manos el griterío provocado por la sensacional declaración.
—Sé que es difícil de digerir —dijo el rey— pero ante los testimonios gráficos de vuestros compañeros y la información que obra en nuestro poder, no cabe otra explicación posible. Además los informes de los bomberos y las fuerzas de seguridad del estado son inequívocos. Todo en un radio de veinte quilómetros alrededor del cementerio de La Almudena está bajo una especie de influjo que hace que todo cadáver que haya en ella vuelva a la vida.
—¿Cómo saben que son veinte quilómetros? —pregunto un periodista.
—¿Estamos hablando de que Madrid está invadida por zombis? —preguntó otro.
—Estos seres son extremadamente agresivos y peligrosos y en estos momentos están vagando en gran número por las calles de Madrid. Las fuerzas de seguridad han sido movilizadas en su totalidad y están tratando de solventar el problema. Además varias unidades de la UME se dirigen hacia aquí para apoyarlas. Debido a las circunstancias y ante la ausencia del presidente, me veo obligado a declarar el estado de sitio. A partir de ahora se recomienda a los habitantes de Madrid y área metropolitana a que se queden en sus casas y esperen a ser evacuados...
—¿Van a evacuar la capital? ¿Están locos? ¿Y el derbi de pasado mañana?— preguntó un reportero del As.
—Hemos sopesado todas las alternativas y está es la única segura para los madrileños. Tenemos informes de que todo aquel que muere en este área que he descrito se convierte automáticamente en un zombi. Los hospitales están empezando a colapsarse con el número de heridos...
—¿Se están tomando medidas para aislar a los heridos? —pregunto Agustina.
—Se están siguiendo los protocolos de prevención contra una enfermedad infecciosa por precaución, aunque ninguno de los heridos presenta signos de empeorar ni de convertirse en una de esas criaturas. Tengan en cuenta que esto no es una serie de la tele y por tanto no tenemos ni idea de cómo va a evolucionar esta situación, además estamos seguros al noventa por ciento de que la causa no es un virus o ningún otro agente biológico.
—¿Dónde está el presidente del gobierno?¿No debería ser él el que diese esta rueda de prensa?—preguntó un locutor de la SER.
—Eso me gustaría saber también a mí. —respondió el rey haciendo que vicepresidenta y ministra se revolvieran inquietas— En todo caso su ausencia no impide que esté al tanto de todas nuestras decisiones y haya aprobado la evacuación. En todo caso, se aconseja a todos los ciudadanos de la capital que se queden en casa y no acudan a su trabajo bajo ningún concepto exceptuando los servicios esenciales. Si alguno pertenece a este sector que llame a su centro de trabajo. Se están organizando caravanas para transportarlos con seguridad. Si ya está en el trabajo quédese ahí y espere la evacuación. Cualquier persona o entidad que obligue a cualquiera de sus empleados a acudir hoy a su puesto de trabajo se le imputara un delito de desobediencia civil en un estado de sitio, delito penado con la cárcel. Ni que decir tiene que cualquier persona a la que se le pille saqueando será sometido a un consejo de guerra.
—Por último anuncio que acabo de firmar un decreto por el que este comunicado deberá de emitirse por todos los medios de comunicación cada quince minutos.
—Una última pregunta Majestad —dijo Agustina—¿El ministro de agricultura se ha presentado en la reunión previa a la rueda de prensa?
—No, no le he visto. Pero me imagino la razón, anoche tuvo una reunión muy dura. —dijo el rey recogiendo sus papeles ante la rechifla general—Ahora les sugiero señores que envíen sus crónicas y elijan un sitio adecuado para esperar a la Unidad Militar de Emergencias.
El rey acabó su declaración y abandonó la sala esquivando un aluvión de preguntas de los periodistas presentes. El gobernador tomó entonces el mando de la rueda de prensa y empezó a señalar a gente y responder las preguntas con evasivas y medias verdades.
—Vámonos. —dijo Agustina tirando de Alberto— A este le conozco, no va a soltar nada. Y tenemos cosas que hacer.
—¿No has oído las advertencias? —dijo Alberto poniéndose en movimiento—¿A dónde coño quieres ir?
—Si queremos pasearnos por Madrid vamos a necesitar algo mejor que esa camioneta y creo que se dónde encontrarlo. En marcha. —respondió Agustina con un sonrisa.
Valdemorillo del Risco. Veinticuatro de julio, 10.30h
En cuanto se retiraron de los alrededores de la Almudena, Fele había ido a informar a no sé qué gabinete de crisis, pero antes había dejado órdenes. Fredo y el novato debían ir con los antidisturbios restantes al museo militar y llenar las lecheras con sables y cualquier tipo de arma blanca disponible mientras que Nuno debía coger el BMW y hacer una visita a la bruja en Valdemorillo para verificar la historia de aquellos dos payasos. Quizás ella tuviese la solución a todo aquel lío.
No le costó demasiado encontrar la vieja casona de piedra al final del camino de grava. Cuando llegó a la plaza que ocupaba la entrada, la mujer ya estaba esperando a la puerta. Nuno aparcó el BMW y se fijó en el anciano que estaba rastrillando las hojas del césped con una lentitud desesperante.
—Buenos días agente —dijo la mujer adelantándose a saludarle con una sonrisa zalamera—¿En qué puedo ayudarle?
—Cabo Nuno Ferreira, policía nacional —dijo Nuno enseñándole la placa a la vez que radiografiaba a la mujer con la mirada— ¿Es usted Doña Escotofia Martínez?
—Sí soy yo. —respondió ella jugando con su melena rojiza—Pero por favor, pase, estaba haciendo té ahora mismo. ¿Le apetece una taza?
El interior de la casa era cálido y acogedor. Los muebles eran antiguos, de sólida madera maciza, aunque la decoración era un pelín lóbrega para el gusto de Nuno. La mujer le guio por un pasillo hasta la cocina y el policía aprovechó para admirar le silueta de la mujer enfundada en un vestido largo y ceñido a su figura madura y curvilínea.
—Bonitas máscaras.—dijo Nuno señalando unas máscaras de madera oscura, toscamente talladas, adornadas con clavos y fibras de coco— ¿Son africanas?
—No, haitianas, en realidad no me gustan demasiado, pero son un recuerdo de familia.
—¿Eres de allí? —preguntó Nuno sentándose a la mesa en la amplia cocina.
—No solo mi abuela lo era. —respondió Escotofia sirviendo una infusión caliente y aromática—Mi bisabuelo era el vicegobernador de la República dominicana. Durante un baile en Puerto Príncipe conoció a mi abuela y se enamoraron perdidamente. Un par de meses después estaban casados.
—¿Fue de ella de quién heredó sus conocimientos? —preguntó Nuno sin ningún tipo de sutileza mientras daba un sorbo al té.
—¿Qué le hace creer eso? —preguntó ella evasiva.
—Vamos, no hace falta que finja por más tiempo. Tiene que haber visto u oído las noticias. Hemos cogido a los dos idiotas que han montado todo este berenjenal y han cantado de plano. ¿O prefiere que le haga un análisis de sangre al jardinero?
—Esos malditos inconscientes. Las recetas del libro se deben hacer al pie de la letra o si no las consecuencias pueden ser... —respondió la mujer cruzando los brazos bajos sus pechos haciendo resaltar su tamaño y su forma extraordinariamente generosos.
—Ya las hemos comprobado—dijo Nuno flemático— ¿Podría al menos decirnos cuanto podría durar esta situación? ¿Hay alguna manera de revertirlo?
—Lo siento pero esta no es una poción de Panoramix. Los efectos pueden ser persistentes e incluso permanentes. No hay forma de saberlo si no siguieron las instrucciones y es virtualmente imposible sin la formación adecuada. Y ni siquiera el más poderos bokor podría eliminar los efectos.
—¡Estupendo! —dijo Nuno tragándose un juramento— Por cierto, un té muy rico. ¿Dónde lo consigue?
—Oh es una receta casera a base de hierbas que recojo por aquí. —respondió ella con una sonrisa extraña.
Nuno intentó buscar alguna otra pregunta pero se sentía levemente ofuscado y solo podía enfocar los ojos verdes y grandes de la mujer, sus labios gruesos y rojos y sus pechos cada vez más grandes y redondos...
Estudios de Telecinco. Veinticuatro de julio 11.30h.
—¡Hola Miguel! —saludó Agustina entrando como un torbellino en el despacho del director de informativos.
—Hola Agustina, ¿Qué quieres ahora? —dijo el director con un resoplido—Cada vez que vienes por aquí desaparece algo.
—No, solo he venido a traerte otra exclusiva, —dijo ella agitando una tarjeta de memoria como si fuese un póquer de ases— E incluso no te voy a cobrar nada por ella, solo te pido que me prestes algo que sé que ahora está cogiendo polvo en un garaje y que me ayudará a seguir dándote material cómo este.
—Déjate de evasivas y desembucha —dijo Miguel metiendo la tarjeta en su portátil.
—Necesitamos movernos por la ciudad con un poco más de seguridad. Nuestra Kangoo se cae a pedazos. Quiero algo más sólido, quiero el Humvee que utilizasteis en esa serie ambientada en Afganistán.
—¿Cómo sabes que aun lo tenemos? —preguntó el director mientras abría el archivo y veía las primeras imágenes.
—Sé de alguien que pretendió llevarme hasta él para que comprobase lo amplio y cómodo que era. —respondió Agustina con una sonrisa torcida.
—Entonces sabrás que a esa persona no le gustará quedarse sin ese cacharro. —replicó Miguel— Además es un Humvee auténtico, un vehículo militar no está autorizado a circu... ¡Eh! ¡Qué demonios! ¿Pero ese no es el ministro? ¿Qué coños? ¡Oh Dios mío!
—En efecto, si quieren enterrarlo tendrán que cazarlo primero —dijo Alberto— No deja de ser irónico dado lo que le gustaban a ese hombre las cacerías.
—¡Dios, esto es oro puro! —dijo Miguel sacando la tarjeta de memoria del ordenador— Dile a Lucho que te lo prepare. Yo me voy a editar esto ahora mismo.
Motel El Ventorrillo, cerca de Arévalo. Veinticuatro de julio, 12.00h
Cecilia se despertó y se levantó intentando no despertar a Lily. Estaba hecha una mierda. La jornada de protesta contra aquellos paletos no había tenido más resultado que un montón de verdugones en el cuerpo de ambas. Echó un nuevo vistazo a Lily que seguía durmiendo como un tronco a pesar de el incómodo colchón y el olor a moho de aquel tugurio. Lily se removió y se rascó la nariz haciendo que las sábanas resbalasen y dejando su hermoso cuerpo a la vista. Lo que en Cecilia parecían horribles moratones en Lily parecían elegantes topos similares a los de un dálmata o un irvis. Hizo el amago de arroparla pero decidió que disfrutaba más contemplando como su piel pálida y delicada se erizaba por el efecto del fresco de la mañana.
Se dirigió al baño para darse una ducha y después de enjuagarla para hacer desaparecer varios pelos cortos y rizados se metió dentro. El agua estaba milagrosamente caliente y tras un par de minutos se sintió humana de nuevo.
—Buenos días —dijo Lily desde la cama.
La joven sabía que Cecilia la estaba observando y se incorporó dejando que su amante observase sus pechos pequeños y redondos con los pezones grandes y erectos apuntando orgullosos hacia el techo.
—¿Cómo te encuentras? ¿Te hicieron daño esos animales? —preguntó Cecilia mientras sacaba un poco de leche y unos sobres de descafeinado que habían comprado en un supermercado la tarde anterior de las bolsas.
—Estoy bien, solo son unos moratones de nada. Esos cavernícolas no tenían muy buena puntería, apuesto a que van a salir extremadamente favorecidos en la tele. Tenemos que concienciar a la gente que el fraking destruirá toda la comarca. —respondió ella dando un saltito de alegría qué hizo que todo el cuerpo de Cecilia se estremeciese de deseo— ¿Tienes magdalenas, Ceci? Sabes que me encantan.
El cuerpo de Lily era tan arrebatador que Cecilia no se pudo contener y adelantando un brazo le acarició uno de sus pechos.
—Mmm, eres una vieja verde. —dijo Lily con una sonrisa mientras los dedos de Cecilia acariciaban sus pezones provocándole escalofríos de placer.
Ceci no contestó y quitándose la camiseta que se había puesto tras ducharse, se acercó a la joven para abrazar su cuerpo desnudo. El contacto de su piel aun tibia por efecto del agua caliente con la piel fresca de Lily le resultó delicioso. Sin poder evitarlo acercó sus labios a los de la joven y la besó con suavidad, disfrutando de cada roce, juntando su lengua con la de Lily solo lo justo para tocarse y saborearse.
La joven suspiró y se colgó de su cuello. Ceci cogió su brillante melena rubia y la apartó para poder observar a placer sus ojos azul celeste y su nariz pequeña y respingona. Era tan joven y tan endiabladamente bella que solo con mirarla sentía como todo su cuerpo reaccionaba excitándose y humedeciéndose.
Lily se separó un momento y se exhibió con impudicia delante de su amante. Sabía que a Ceci le encantaba disfrutar observando su cuerpo esbelto, sus pechos pequeños y redondos, su culo respingón y suave.
Ceci se mordió el labio y observó indignada los moratones que cubrían la blanca piel de su amante sintiendo por un momento el deseo de matarlos a todos. ¿Por qué coños todo el mundo tenía que ser tan incivilizado? Hacía diez mil años que habían salido de las cavernas y no podía evitar pensar que la humanidad apenas había avanzado.
Un mohín de Lily le sacó de sus pensamientos. Cecí bajó la mirada del rostro de la joven y la fijó en sus ingles. El sexo totalmente rasurado hacia que pareciese aun más joven. Se recreó observando cómo las líneas de los labios de su vulva terminaban formando un Monte de Venus pálido y suave que estaba deseando acariciar y besar.
Lily se lo acarició y empezó a retroceder de nuevo en dirección a la cama hasta que sus piernas chocaron con ella. Ceci la siguió y la besó de nuevo mientras sus manos se multiplicaban acariciando el cuerpo de la joven.
—¡Eh cuidado! —dijo Lily cuando su amante le estrujó uno de los moratones que tenía en su culo sin darse cuenta.
Murmurando un "lo siento" no muy convincente, Ceci se agachó y besó y lamió el moratón con suavidad. De un suave empujón tumbó a la joven sobre el lecho y comenzó a acariciar y besar con suavidad todos los cardenales que adornaban su cuerpo uno a uno. En pocos segundos su amante comenzó a gemir y retorcer su cuerpo excitada.
Con deliberada lentitud, Ceci fue aproximando besos y caricias hacia su sexo hasta que las súplicas de la joven se volvieron tan ansiosas que no pudo dejar de complacerla.
Lily le recibió abriendo sus piernas y tensando todos los músculos de su cuerpo. El sabor y la suavidad del sexo de la joven hizo que Ceci perdiera el sentido de la moderación y le comiera el coño como un depredador hambriento. Lily se retorcía, gemía y gritaba excitada, animando a su amante con gritos obscenos.
Dándole un respiro apartó la boca de su sexo y sus labios comenzaron a subir por el cuerpo de la joven. Acarició y mordisqueó el vientre plano y los pequeños pechos de la joven. En ese momento Lily le dio un empujón y se puso encima de ella aprisionando las muñecas de Ceci contra la cama. La joven apenas pesaba cuarenta y cinco kilos. Le hubiese sido sencillo liberarse, pero Cecilia se quedó quieta y le dejó hacer a su amante.
Siempre se había sentido un poco intimidada por la belleza de Lily y aun no se explicaba que era lo que había visto en ella. Solo en momentos como ese, cuando Lily se inclinaba sobre ella y le besaba con un ansia incontenible, estaba totalmente segura de que la joven la amaba.
Cuando volvió a la realidad se dio cuenta que Lily se había sentado sobre su muslo y frotaba su sexo contra él gimiendo y jadeando. Tras uno segundos se inclinó sobre ella y le besó los pechos y le chupó los pezones haciendo que un intenso placer recorriese su columna.
Con una sonrisa Lily se echó hacia atrás y se puso de lado arrastrando a Ceci con su movimiento. Ceci no se hizo de rogar y entrelazó las piernas con las de la joven hasta que sus sexos contactaron. La sensación fue tan colosal como siempre. Las dos mujeres empezaron a moverse la una contra la otra con desesperación hasta que el cuerpo de Lily se vio paralizado por un violento orgasmo.
Ceci disfrutó del placer de la joven como el suyo propio, tanto que no se dio cuenta de que se había separado y ahora estaba inclinada sobre ella. Los dedos de la joven penetraron en su cuerpo haciendo que se estremeciera. Lily sabía exactamente lo que le gustaba y con movimientos rápidos y bruscos penetró su coño a la vez que besaba el botón de su clítoris.
Cecilia no pudo contenerse más y un intenso placer le recorrió el cuerpo hasta hacerle ver las estrellas.
Minutos después Cecilia sacaba unos boles de plástico y vertía en ellos leche y sendos sobres de descafeinado. Mientras ella se echó unos insípidos cereales con fibra le dio a Lily una bolsas de magdalenas. Odiaba la juventud, Lily comía como una bestia todo lo que quería mientras que Cecilia tenía que comer esa basura si no quería ponerse como una foca.
Encendió la pequeña televisión esperando ver si alguna cadena de televisión se había hecho eco de sus protestas. Llevó los cereales a la boca y lo que vio casi le hizo expulsarlos por la nariz.
Allí estaba el señor ministro de agricultura mirando y aullando a la cámara con su traje destrozado y sus tripas colgando mientras una voz en off relataba los espeluznantes sucesos que se habían producido durante la madrugada.
—¡Mierda! —exclamó Lily— Creo que ese gordo cabrón nos ha vuelto a robar la portada.