World Wildlife Zombie III
La polla de Gálvez se retorció involuntariamente y una pequeña gota de líquido preseminal cayó en el inmaculado guante de la mujer provocando su ira inmediata.
Cementerio de la Almudena. Veinticuatro de julio 2.30h
Ninguno de los presentes podía creer lo que estaban viendo. Fele intentó hablar por el intercomunicador con su equipo, pero la onda expansiva lo había dejado frito, al igual que su Iphone.
Por señas les dijo a sus hombres que avanzaran para detener a los sospechosos cuando el cadáver se levantó con un chillido escalofriante y se abalanzó sobre su sospechoso principal. Durante un momento los cuatro hombres se quedaron atónitos viendo como la mujer, reanimada, se alimentaba con glotonería del cuello del hurón. Solo reaccionaron el ver al tipo gordito correr en pelotas hacia ellos con cara de haber visto un fantasma, lo cual no andaba muy lejos de la realidad.
Los dos tipos escapaban a tal velocidad que ni si quiera se dieron cuenta cuando Nuno y Fredo extendieron los brazos a la altura de sus pechos para derribarles.
Corrieron entre las hileras de tumbas sin saber hacia dónde iban. El único objetivo era huir del monstruo que habían creado, así que no vieron venir a los polis y sin saber cómo, unos segundos después estaban tirados en el suelo con sendos HKs apuntándoles a la cabeza.
—Quietos, no me gustaría tener que esparcir vuestro sesos en terreno sagrado. Odio tener que confesarme. —dijo un cincuentón con bigotillo que les miraba con una sonrisa torcida.
Fele dejó a Fredo y a Nuno reduciendo a los dos sospechosos e indicando al novato que le cubriese se acercó a la criatura que seguía alimentándose ajena a lo que ocurría a su alrededor.
—¡Eh! ¡Tú! ¡Engendro! —gritó Fele para llamar su atención.
—La criatura sacó la cabeza de la cavidad abdominal del cadáver y con la cara llena de sangre le dirigió un gruñido gutural enseñándole los dientes.
—¡A la mierda, paso de tener que contar esto en un informe! —dijo Fele levantando el arma y descargando una ráfaga en el pecho de la no muerta.
La criatura recibió los impactos y cayó despatarrada detrás del panteón.
—Todo listo —dijo el sargento dándose la vuelta y poniendo el seguro de su subfusil.
En ese momento vio como Reinaldo levantaba el suyo apuntando hacia él. Fele se protegió la cara con las manos cuando el novato apretó el gatillo. El sargento vio la deflagración y sintió las dos balas corriendo a la altura de su oreja para terminar con un sonido sordo un par de metros a su espalda.
—Parece mentira — dijo el novato— ¿Es que nunca has visto The Walking Dead? Hay que sacudirles en la chola si no quieres que se vuelvan a levantar.
—Buen tiro. —replicó Fele lacónico dándole una patada al cadáver de la rapera cachonda— De acuerdo, vamos a llevarnos a esos dos y buscar un teléfono . A ver cómo explicamos todo este desastre sin que nos metan en un psiquiátrico.
Cuando llegaron donde estaban los sospechosos Nuno y Fredo ya los tenía sentados en el suelo con las manos atadas tras la espalda con unas bridas.
—Bien ¿Quien de vosotros dos me va a contar de qué va esto?
Fele miro a los dos tipos uno era alto y delgado y tenía una perilla rala. Llevaba unos pantalones vaqueros llenos de lamparones y una camiseta de colorines el otro tenía unos quince quilos de sobrepeso y estaba totalmente desnudo y tenía la piel en carne viva.
—¿Por qué no empezamos contigo Shaggy? —dijo Fele acuclillándose y dándole un bofetón.
El tipo delgado se quejó pero no dijo nada, sin embargo el sargento vio por el rabillo del ojo como el gordito abría lo ojos espantado y decidió centrarse en él.
—¿Y tú, me vas a decir algo? —le preguntó Fele al gordo dándole un golpe blando en la cara.
—Yo no... Nosotros no ... Demasiado potente... Esto no debía pasar... Yo... Josele. —se limitó a balbucear antes de que le sobreviniesen las arcadas y devolviese parte de la pizza que habían comido sobre las botas del sargento.
—Serás cerdo —dijo pateando al gordo con cara de asco—Te voy a...
—Jefe creo que deberíamos irnos.—dijo Fredo interrumpiéndole y señalando algo a su izquierda.
Concentrados en los sospechosos, no se habían dado cuenta de los ruidos y chasquidos que les rodeaban hasta que los primeros cuerpos comenzaron a aparecer de las lápidas removidas por la onda expansiva. Los engendros habían logrado atravesar la madera podrida de los ataúdes y salían de sus tumbas con rostros hambrientos.
—Creo que tienes razón —dijo Fele poniendo en pie a los dos sospechosos—Formación cerrada. Fredo, el novato y tú en cabeza abriendo paso. No desperdiciéis municiones un tiro para pararlos y otro en la cabeza para deshaceros de ellos. Solo al que nos impida el paso, vamos en dirección a la puerta principal. Nuno y yo iremos por detrás...
—Mierda, el primer sospechoso se está levantando creo que esta malherido pero no muerto. —intervino el Nuno al echar un último vistazo hacia atrás— ¿Le ayudamos?
—No seas idiota ese tipo está muerto y ahora es un zombi. —respondió el novato alzando su arma y descerrajándole un tiro entre ceja y ceja justo cuando se abalanzaba sobre ellos hambriento.
—Vamos, en marcha.
Avanzaron a paso ligero entre las tumbas por la vía más ancha que encontraron en dirección a la salida. Al principio no encontraron demasiada oposición, los zombis aun estaban intentando salir de sus lugares de reposo, pero el cementerio era grande y la puerta estaba aun a más de un kilómetro de distancia. Además, los sospechosos y sobre todo el gordito estaban tan aterrados que apenas podían caminar y les entorpecían la marcha.
El primero que se lanzó sobre ellos lo derribó el novato. Seis balas hicieron que la cabeza de la criatura reventara como un melón cubriéndoles a él y a Fredo de sangre y trocitos de sesos.
—¿Pero qué haces gilipollas? —dijo Fredo limpiándose la sangre de la cara— ¿Y si son infecciosos?
—Tranquilo Fredo, —interrumpió Fele— esto no es una secuela de Resident Evil, si empezamos a guiarnos por las películas estamos jodidos. Y tú, novato, no te lo repetiré, una bala por zombi.
—Sí señor. —respondió Reinaldo con voz temblorosa.
Continuaron avanzando y después de derribar a otros tres zombis que se les acercaban por la izquierda se metieron en una calleja lateral y empezaron a ascender por unas escaleras. Mientras subían, un numeroso grupo se les acercó por la izquierda. Nuno cambió el selector del disparo a ráfaga y derribo la primera fila, pero eso solo les retrasó unos segundos.
—La cosa se está poniendo jodida señor.—dijo Nuno.
—Sí, deberían enterrar a los muertos boca abajo , es lo que hacen en Haití para que no se levanten. —intervino Fredo mientras se cargaba con la ayuda del novato a tres que les acechaban por delante.
—¡Vamos!¡Vamos! ¡Vamos! —dijo Fele empujando a los dos sospechosos para intentar acelerar su paso.
Siguieron por una avenida flanqueada de cipreses en dirección a otro tramo de escaleras. Fele conocía un poco el cementerio y sabía que tras el tercer tramo de escaleras quedarían apenas quinientos metros hasta la puerta principal.
Al coronar el segundo tramo dejó descansar a los prisioneros un momento mientras disparaba a la riada de zombis que les seguía formando un tapón en la entrada de las escaleras esperando que aquello los retrasase. Nuno adivinó lo que su jefe trataba de hacer y ambos vaciaron dos cargadores formando un atasco que no pudieron evitar comparar con las montoneras que se formaban a la entrada de la plaza en los Sanfermines.
Tras unos segundos, con el gordo jadeando como una locomotora vieja, llegaron al tercer tramo de escaleras sin demasiados incidentes. Una vez que llegaron arriba se pararon un instante y echaron un vistazo alrededor. La panorámica fue demoledora. De los cinco millones de personas enterradas allí desde finales del siglo diecinueve al menos la mitad se había levantado de su tumba y olisqueaba el aire en busca de comida.
Con angustia Fele pudo ver que el camino hacia la libertad estaba interrumpido por unos cuantos miles de cadáveres hambrientos.
—Mierda —graznó Nuno— Nunca lo conseguiremos.
Convencido de que su compañero tenía razón Fele se giró buscando una escapatoria.
—¡Vamos! A la izquierda. —dijo el sargento mientras un montón de zombis se les echaba encima desde todas las direcciones.
Fele no se lo pensó, no tenían otra alternativa, dirigió a sus hombres a un Mausoleo que se alzaba a la izquierda. El edificio era grande, de piedra y con unas columnas a ambos lados de una solida puerta de bronce. Afortunadamente la cerradura no era tan sólida y Fredo la descerrajó de un tiro. Entraron con el tiempo justo de cerrarla y asegurarla por dentro con un par de candelabros de pie. El ruido de los zombis estrellándose contra la puerta para luego empezar a arañar el bronce intentando atravesarla fue escalofriante.
—Estamos bien jodidos. —dijo el novato nervioso— ¿Qué coños vamos a hacer ahora?
—Resistir hasta que alguien se dé cuenta de lo que está pasando —dijo Nuno echando un vistazo alrededor— y mientras tanto estos dos van a respondernos unas cuantas preguntitas —dijo amartillando su Beretta ruidosamente.
Domicilio del gobernador Gálvez. Veinticuatro de julio 3.00 h
Conchita era hija de dominicanos, pero había vivido toda su vida aquí. Al principio a su familia le había ido bastante bien. Su madre había conseguido trabajo de traductora de francés y su padre trabajaba en la construcción haciendo horas extras como un cabrón para que a su niña no le faltase de nada, pero llegó la crisis del ladrillo y la joven Conchita, a sus tiernos dieciocho años, se vio prácticamente en la puta calle. Y ya se sabe, de lo malo a lo bueno se va bien, pero al revés no mola nada.
Afortunadamente para Galvez la joven no estaba dispuesta a renunciar a su Iphone y a su cartera de Louis Vuitton y tiró de lo único que tenía de valor, un cuerpo tierno, juvenil y por qué no decirlo, de infarto.
A Gálvez nunca le había contado cómo, pero el caso es que terminó especializándose en el sado y ahora era una de las amas más cotizadas del área metropolitana. Visitaba a domicilio a una clientela escogida minuciosamente por ella y les cobraba una pasta increíble por cada sesión. Lo importante es que aquella noche había venido a verle a él.
Cuando abrió la puerta no hubo saludos, solo un empujón y una mueca de asco.
—Te dije que limpiases esta letrina y no me has hecho caso. —dijo ella enarbolando la fusta que llevaba consigo y descargando un fuerte golpe en el hombro del gobernador.
—Sí ama. Lo siento ama —dijo el gobernador tirándose al suelo y limpiando con la manga de su camisa de Armani el suelo que tocaban las largas botas de Conchita.
A pesar de que sabía que lo tenía totalmente prohibido, el gobernador no pudo evitarlo y echó un vistazo a la joven. Si solo fuese por su cuerpo esbelto, sus pechos grandes y jugosos y sus caderas rotundas no pasaría de ser otra zorra más, pero su cara delgada y angulosa y esos ojos negros que cuando te miraban parecían devastarte con su desprecio, le hacían la mujer más deseable del mundo. Todos los hombres que la conocían estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de complacerla y a ella solo le complacía el dolor.
Con una mirada apresurada Gálvez repasó su largo pelo alisado y brillante, atado en una tirante cola de caballo, el corsé de cuero con hebillas plateadas unidas por un cordón y una pequeña falda de látex que no llegaba a cubrir el ligero. Las medias de seda negra desaparecían bajo unas largas botas de tacón que se ajustaban como una segunda piel a sus pantorrillas hasta llegar casi a las rodillas.
—Agacha la cabeza cerdo. Sabes que lo tienes prohibido. —dijo Conchita dándole una patada en el costado que le hizo ver las estrellas—Como se te ocurra volver a mirar antes de que te lo permita te voy a dar una paliza que no olvidarás. ¿Entendido?
—Sí ama, gracias ama —respondió Gálvez obediente mientras retrocedía a cuatro patas en dirección al dormitorio sin dejar de limpiar el suelo con la manga.
—Buff , me he puesto perdidas las botas de camino a este lugar. Detesto este barrio, todo es sucio y mohoso —dijo golpeándose las botas suavemente con la fusta.
—Lo siento ama, es culpa mía ama. —replicó Gálvez ansioso.
—¡Límpiamelas! —le ordenó Conchita con una orden poniendo una de sus botas sobre una banqueta.
—Gracias ama
Gálvez se acercó aun a cuatro patas y se lanzó sobre la bota lamiéndola con fruición, procurando retirar hasta la más mínima mota de polvo de las brillantes botas de la mujer. Al levantar la pierna la falda de Conchita se había subido y con una mirada fugaz observó el interior de los muslos y el pubis de la joven, cubierto con un delicado tanga negro a través del que se veía una fina mata vello negro y rizado.
Gálvez siguió lamiendo con su lengua la bota y se arriesgó a echar un segundo vistazo, pero esta vez Conchita se dio cuenta e iracunda apartó la pierna y lanzándose sobre él le dio varios fustazos en las nalgas y la espalda, a los que Gálvez respondía con un lacónico "gracias ama" y algún que otro gemido.
—Has sido malo, muy malo y voy a tener que castigarte ¡desnúdate!
Con otro "si ama" el gobernador se quitó la ropa hasta dejar a la vista un cuerpo rechoncho y fofo, cuya palidez solo se veía interrumpida por los verdugones que había provocado la fusta de Conchita.
En cuanto estuvo desnudo, Conchita le obligó a quedarse de pie con los brazos en cruz. Sin mediar una sola palabra Conchita le arreó varios fustazos en la espalda, el culo y detrás de las rodillas. La piel de la espalda le hormigueaba estremecida, provocándole un placer tan intenso al gobernador que se empalmó casi inmediatamente.
—¡Cerdo! ¡Pervertido! ¿Cómo te atreves a mostrar tu falo erecto? —dijo Conchita acercando su mano enguantada a la polla del gobernador.
—Lo siento Ama.
—Sentirlo es poco —dijo ella recorriendo con la punta de su dedo la verga del gobernador en dirección a los huevos.
La polla de Gálvez se retorció involuntariamente y una pequeña gota de líquido preseminal cayó en el inmaculado guante de la mujer provocando su ira inmediata. El estrujón que le propinó a aquellos huevos hizo que el rostro del gobernador se pusiese pálido y abriese la boca expulsando un grito que no se llegó a oír.
Retorciendo los huevos del gobernador lo empujó hasta la cama y lo tumbó en ella boca arriba. Sin ninguna protesta por su parte, la mujer lo ató a la cama con brazos y piernas abiertas.
—Ahora si puedes mirarme —dijo ella sentándose sobre él justo un centímetro por delante de su hambrienta polla.
—Gracias ama.
La joven sonrió satisfecha y retrasó lo justo su culo para que la punta del glande de hombre lo rozara. Conchita sonrió maliciosa y retorció los pezones de Gálvez mientras se retrasaba un poco más.
Cuando Gálvez dejó de sentir las garras de la joven sobe sus tetillas se dio cuenta de que se había sentado encima de su polla y se estrujaba los pechos que había sacado del estrecho abrazo del corsé.
La sensación de tortura se intensificó al saber que solo una fina capa de seda le separaba de aquel chocho moreno. Su polla volvió a crecer aun más presionando contra la vulva de Conchita que reaccionó inmediatamente retrasando una mano y acariciando con la fusta los huevos del gobernador.
Tras unos segundos Conchita levantó unos centímetros sus nalgas y comenzó fustigar los huevos de Gálvez cada vez más fuerte. El gobernador tensaba todo su cuerpo con cada golpe aullando, tirando de sus ligaduras y elevando sus caderas hasta que su pubis chocaba con el tanga de su Ama.
—Gracias Ama. —decía el gobernador con el rostro abotagado y sudoroso tras cada fustazo.
La ama se limitaba a morderse el labio y ahogar el placer que le producía el rítmico golpeteo justo cuando el teléfono comenzó a sonar.
El teléfono tuvo que sonar seis veces antes de que el gobernador civil pudiese desatarse y contestar.
—¿Qué hostias pasa que no pueda esperar hasta mañana? —respondió el gobernador Matías Gálvez mientras indicaba con un suspiro a la mujer que se retirara, cosa que ella hizo echando chispas por los ojos.— ¿Es qué no sabe qué hora es?
—Sí señor, soy el comisario Martínez, se que son las tres de la mañana, pero hemos tenido de informes de disturbios en los alrededores del cementerio de La Almudena.
—¿Qué? —preguntó el gobernador terminando de desatarse— ¿Pero quién coño?
—Aun no tenemos informes detallados, pero parece ser que un montón de desharrapados se ha reunido en el lugar, aun no sabemos por qué.
—Estupendo, otra manifestación de perroflautas. Lo que me faltaba. Ese maldito coletas, deberían detenerlo por incitación a la rebelión. Está bien, manda a los antidisturbios con una docena de lecheras. Quiero que dejéis el lugar limpio. Avísame cuando todo esté controlado.
—A sus órdenes, no se preocupe, estará todo solucionado antes del desayuno.
—Eso espero —dijo el gobernador colgando el teléfono.
—¿Por dónde íbamos? —dijo la espectacular Conchita acercando la fusta al cuerpo del gobernador Gálvez.
—Creo por hoy hemos terminado, me temo que tengo una crisis entre manos...
—¿Estás seguro ?—dijo la mujer arreando un fustazo al gobernador en el interior de su muslo izquierdo añadiendo un nuevo verdugón a la colección de ellos que poseía el gobernador por todo el cuerpo.
—Me temo que sí pequeña, —respondió Gálvez después de dar un pequeño gritito— pero no te preocupes, recibirás tu remuneración completa —dijo alargando una de las tarjetas de gastos del Ministerio del Interior.