World Wildlife Zombie. Epílogo.

Para despedir el relato un 6 en 1 contando el destino de los personajes principales.

EPILOGO

Unos días después...

El Vaticano

—Buenos días Doctor. —el padre Matiacci no podía ocultar la zozobra a la que estaba sometido desde su encontronazo final con aquella puta del demonio— ¿Hay noticias?

—Me temo que estamos totalmente desconcertados. —respondió el médico abriendo su historial y colocándose las gafas— Los análisis están perfectos. Las hormonas adrenérgicas y la testosterona un pelín altas, pero esto puede deberse al estrés que está sufriendo. En cuanto a la ecografía no revela ningún daño ni constricción en los vasos, en resumen es totalmente normal salvo por ya sabe... la próxima vez debería avisar a la enfermera de que va a eyacular o por lo menos desviar el chorro a otro sitio que no sea la cara o el escote del pijama.

—Yo, dígale que lo siento, jamás había perdido el control así. —dijo el inquisidor compungido intentando tapar con las sábanas la enorme erección— cualquier cosa tibia que me roza el pene desencadena una eyaculación casi instantánea...

—Y abundante por cierto. Es como si todo el semen que ha contenido durante todos estos años saliese de una sola vez con cada eyaculación. —dijo el doctor recolocándose las gafas nerviosamente— Si dispusiéramos al menos de una muestra del ungüento que le aplicó la mujer, quizás podríamos hacer algo para revertir el efecto, pero sin tener nada no se me ocurre que hacer salvo esperar a que se pase solo.

—Le entiendo, doctor, pero mi primer instinto fue eliminar todo rastro de ese veneno para intentar paliar su efectos, pero me temo que esa mujer, cuando hace una cosa, la hace a conciencia, creo que no hay nada que la medicina pueda hacer para ayudarme.

—He consultado con varios colegas y hay algún caso en la historia de la medicina de priapismo permanente derivado de un trauma en la zona perineal, pero la erección nunca es total y no está asociada a una hipersensibilidad peneana.

—¿Qué me recomienda entonces? —pregunto el padre Matiacci intentado ocultar su ansiedad.

—Me temo que deberá tomárselo como una prueba. Debe ser fuerte, padre. Creo que este caso excede los conocimientos de la medicina y que entra dentro de lo que podríamos llamar hechos inexplicables. Quizás convendría que le visitara un exorcista, puede que él tenga éxito donde nosotros hemos fracasado, padre... La única otra solución posible sería la amputación.

En algún lugar de la Selva de Bohemia.

Afortunadamente estaba habituado a las largas marchas, así que no tuvo problema a pesar de la larga caminata por el tortuoso sendero, ni siquiera con el lastre que suponía el pesado grimorio. Mientras preparaban el vetusto círculo de piedras para el ritual y ponían una olla al fuego, no pudo evitar reírse al pensar en lo diferente que había resultado esa gente de lo que todo el mundo, incluido él, se imaginaba. Eran seres como cualquiera, solo que no se dedicaban a exprimir lo que les rodeaba para obtener un beneficio inmediato, sino que procuraban vivir de lo que la naturaleza les proporcionaba, intentando causar el menor daño posible en ella.

El aquelarre de Modrava era un grupo con el que Escotofía y sus ascendientes siempre habían mantenido excelentes relaciones, así que les recibieron como hermanos y para celebrarlo decidieron adelantar la reunión anual en su honor.

Todos, hombres y mujeres, vestían vaporosas túnicas de algodón y en cuanto todo estuvo preparado empezaron a bailar descalzos alrededor de la gran piedra de alabastro que marcaba el centro geométrico del círculo de piedras. La olla pronto comenzó a hervir y todo el mundo interrumpió el baile para observar como Anna, la suma sacerdotisa del aquelarre preparaba la pócima que serviría para la comunión de todo el grupo y la iniciación de Nuno. En pocos minutos la olla comenzó a emitir un leve destello verdoso signo de que estaba preparada la poción. Todo el mundo esperó su turno y bebió unos tragos a la vez que recitaban una complicada salmodia.

Cuando llegó su turno, la mujer lo detuvo un instante mientras añadía unos últimos ingredientes. Nuno observó con fingida atención mientras observaba los pechos saltarines de la mujer que se adivinaban a través del tenue tejido de la túnica.

Finalmente lo probó y al sentirse satisfecha le acercó un cuenco a Nuno. La pócima era pestilente y tenía un sabor acerbo que le dejó la lengua estropajosa, pero rápidamente notó como una placentera sensación recorría su cuerpo. Cuando se dio cuenta estaba bailando entorno al altar al ritmo de una flauta que tocaba un hombre vestido  únicamente con una piel de cabra.

El tiempo se difuminó y el mareo de las piruetas se unió a la excitación que le estaba produciendo la droga y a la visión de cuerpos esbeltos y atractivos apenas tapados por tenues túnicas.

En ese momento la suma sacerdotisa se tumbó sobre el ara y Nuno se vio empujado hacia ella por una multitud de brazos. Los signos de la mujer  retorciéndose y acariciando su cuerpo por encima de la túnica no dejaban lugar a dudas de sus intenciones y Nuno buscó a Escotofia sin saber qué hacer.

Escotofia se acercó a él y le cogió la mano, momento en el que el resto del aquelarre se apartó para dejarles espacio. Guiándole, le dejó al lado de la sacerdotisa. La sacerdotisa le cogió la mano y con una sonrisa lasciva se la pasó por su cuerpo con suavidad mientras Escotofia acariciaba la espalda de Nuno.

El mareo y la droga hicieron el resto. Con un salto Nuno se subió sobre el altar y abriendo las piernas de la mujer le acarició el pubis y el interior de los muslos. La mujer se retorció y gimió arqueando la espalda y haciendo que Nuno se fijase de nuevo en sus pechos.

Escotofia, que se había colocado a la cabecera del altar, acarició lo hombros de la sacerdotisa y a continuación cogió sus manos entrelazando sus dedos con los de ella y la besó en la boca a la vez que Nuno le besaba la vulva.

El efecto de la droga hacía que se moviese solo influido por sus deseos más primarios y en ese momento deseaba penetrar  aquel cuerpo que no paraba de retorcerse ansioso. Sus caricias se hicieron más bruscas y los besos se convirtieron en mordiscos hasta que no se pudo aguantar más y le metió la polla de un brusco empujón. La mujer pegó un gritó y se retorció a la vez que recitaba una corta frase que Nuno no entendió.

El coño de aquella mujer era tan cálido y estrecho como el de Escotofia, con cada empujón su  coño vibraba y se contraía produciendo en el policía un intenso placer y una sed de sexo creciente. Apoyó las manos en sus caderas e intensificó el ritmo y la violencia de sus pollazos haciendo que todo el cuerpo de la bruja se retorciese y vibrase.

Escotofia se subió también y apoyando las rodillas a ambos lados de la cabeza  de la sacerdotisa se remangó  la túnica. La mujer se agarró a su muslos y comenzó a  comerle el sexo.

Con cada golpe el cuerpo de la mujer se retorcía y su labios chocaban con violencia contra el sexo de Escotofia que no tardó en empezar a gemir. Nuno miró a  su amante y la observó gemir y cerrar los ojos atravesada por el placer cada vez que los labios de la sacerdotisa conectaban con las zonas más sensibles de su vulva. Mientras empujaba salvajemente Nuno observó a Escotofia, observó su piel blanca brillando a la luz de la luna, su pelo rojo flotando y destellando, rodeado por las  pavesas que escapaban del fuego y  sus pechos  agitarse por la ansiosa respiración; le parecía estar en presencia de una diosa.

En lo que le pareció un instante la sacerdotisa se contorsionó y  gritó  clavando las uñas en los níveos muslos de Escotofia. Cuando la mujer terminó de contorsionarse Nuno la dejó sobre el ara y cogiendo a Escotofia la bajó de allí y la empujó contra una de aquellas monumentales piedras.

Mientras  frotaba su polla contra el culo de su amante, levantó un instante la vista y miró a su alrededor. La danza había derivado en una orgía; a su lado había una pareja tumbada sobre la hierba, una mujer de pelo corto y negro cabalgaba un hombre mientras se estrujaba los pechos y se retorcía los pezones con fuerza. Un poco más allá el macho cabrío había dejado la flauta y acompañado por otro hombre delgado y calvo se estaban follando una mujer rubia de aspecto robusto y largas trenzas que se retorcía y gemía pidiendo más.

Excitado apretó el cuerpo de Escotofia contra la áspera piedra y entró en su culo, primero con suavidad dejando que se fuese habituando poco a poco hasta que sus gritos de placer fueron más intensos que los suyos propios. Aquella mujer era deliciosa ni siquiera las contorsiones de la suma sacerdotisa podían compararse a la suavidad y el calor de las entrañas de su amante a la suavidad de su piel, a la dulzura de su gestos y sus gemidos.

Cuando se dio cuenta su polla entraba y salía de su culo con fuerza mientras le mordisqueaba la nuca. Con el rabillo del ojo Nuno vio como el cabrón se acercaba a ellos. Bajó las manos, acarició con suavidad los pechos y el culo de su amante y, sin dejar de sodomizarla, agarró sus muslos y la alzó en el aire con las piernas abiertas poniéndola de cara al cabrón.

Escotofia soltó un gemido al sentirse emparedada por dos cuerpos duros y ansiosos. Nuno notó la polla del desconocido chocar contra la suya apenas separada por un par de finas capas de epitelio. Escotofia gemía y saltaba propulsada por sus pollas, cada vez más excitada hasta que un fuerte orgasmo la paralizó.

Sin darle tregua el cabrón se tumbó en el suelo, aguantando el peso de Escotofia y Nuno. Enseguida cogieron el ritmo y empezaron a penetrarla acompasadamente. No tardó en volver a correrse una segunda vez a la vez que el cabrón eyaculaba dentro de su coño.

Aun empalmado, el macho cabrío se apartó y acercándose  a la suma sacerdotisa que estaba siendo follada por un joven en el altar le metió  la polla en la boca.

Un segundo después Nuno sacó su polla del culo de Escotofia y la dio la vuelta para poder mirarla a los ojos mientras se corría.  Los chorreones de semen inundaron su coño juntándose con los del cabrón haciendo que rebosasen de su sexo y provocando que Escotofia se corriese de nuevo.

El GEO pensó que ya no sería capaz de nada más, pero la joven de pelo corto se le acercó y cogiéndole la polla se la metió en la boca mientras jugaba con los jugos que escapaban del sexo de Escotofia...

El Malecón, La Habana.

Agustina se levantó y se asomó a la terraza de la habitación buscando escapar del ambiente cálido y pesado de la estancia. Una brisa fresca procedente del mar agitó su pelo y atravesó el fino tejido de su camisón, haciendo que sus pezones se erizaran. Miró hacia el horizonte observando las nubes que se arremolinaban amenazadoras y no pudo evitar pensar en los pobres desgraciados que intentarían atravesar el estrecho de Florida camino de una salvación cada vez más incierta.

Alberto y ella llevaban tres días documentando la llegada en masa de refugiados procedentes de Estados Unidos buscando un lugar libre de zombis. La maldición parecía incapaz de atravesar grandes extensiones de agua con lo que las islas que rodeaban el continente estaban siendo el objeto de una migración en masa. El problema era que no eran suficientemente grandes como para absorber semejante caudal de refugiados y las autoridades cubanas lo mismo que las de otras islas del Caribe habían empezado a rechazar las embarcaciones.

Intensos rumores corrían por la isla relativos a planes de invasión por parte del ejército americano, lo que no hacía sino avivar la desconfianza de los cubanos con respecto a los refugiados.

Se acodó en la barandilla de hierro forjado y trató de imaginar el caos que dominaba al otro lado del mar cuando notó una presencia a su espalda. Agustina no se movió pero sonrió cuando Alberto la abrazó por la espalda. Con un gesto casual se cogió la melena y la apartó dejando la parte derecha de su cuello al descubierto.

Enseguida sintió los dientes y lo labios de su amante acariciando y mordisqueando. Rápidos escalofríos recorrieron su cuerpo excitándose de nuevo, provocando que el deseo creciese en ella poco a poco.

Agustina retraso su culo hasta contactar con las ingles de Alberto que respondió inmediatamente pegándose  a ella sin dejar de besar su cuello y la línea de su mandíbula.

La fina tela no le impedía sentir la polla dura de su novio presionar contra la raja de su culo subiendo y bajando, empujando y apartándose. Cogió sus manos y se acarició la cara con ellas, sintiendo un dulce cosquilleo en su piel. Sonrió y suspiró guiando aquellas manos hacia abajo, por el cuello hasta sus pechos.

Alberto se inclinó sobre ella y Agustina giró su cabeza para recibir sus labios. Sus lenguas y sus cuerpos se hicieron uno al mismo tiempo. Las manos de Alberto se cerraron con fuerza en torno a sus pechos estrujándolos mientras ella movía su culo restregándolo contra el miembro palpitante. El aire pesado y eléctrico de La Habana tenía algo que hacía que sintiese el permanente deseo de tener a Alberto dentro de ella... ¿O era el propio Alberto?

Él interrumpió sus meditaciones levantándole la falda del camisón y penetrándola, con lentitud, haciendo que sintiese como su coño se dilataba al dejar paso a su polla centímetro a centímetro. Agustina gimió y se agarró a la barandilla dejando que fuese Alberto el que marcase el ritmo.

Sintió como la envolvía con sus brazos y le hincaba la polla hasta el fondo haciendo temblar todo su cuerpo. Agustina separó las piernas y se puso de puntillas, moviendo las caderas al ritmo de los empujones, disfrutando de las intensas sensaciones que irradiaban de su sexo.

Con brusquedad se separó y se giró besando con intensidad a Alberto mientras con las uñas marcaba su espalda y su pecho. Deseaba saborearlo, deseaba comérselo, deseaba fundirse con él.

Sin dejar de explorarle la boca con sus dedos y su lengua lo empujó contra una silla y lo obligó a sentarse en ella. Se separó cogiéndole el rabo con la mano y se arrodilló frente a él. No era el más grande, ni el más grueso, pero en ese momento no deseaba ningún otro. Lo acarició  y se lo metió en la boca. Su sabor le abrumó e hizo que sintiese el deseo de tenerlo de nuevo dentro, pero se contuvo y mirando a Alberto a los ojos comenzó a chuparlo con parsimonia, como si fuese una sabrosa piruleta.

La polla palpitó y se contrajo en sus manos. Agustina chupó con fuerza y la notó crecer un poco más en su boca. Los gemidos de su amante la excitaron y aumentó la profundidad y el ritmo de sus chupadas hasta que Alberto tuvo que apartarla para no correrse antes de tiempo.

A continuación se incorporó y se sentó sobre él. Sintió el miembro de Alberto palpitar entre sus vientres, hambriento. Ella lo ignoró y besó a Alberto que no cesaba de acariciar y amasar sus pechos. Por primera vez mostró impaciencia y estrujó sus pechos y pellizcó sus pezones. El pinchazo de dolor se unió a la excitación arrancándole un par de gemidos y paralizando su lengua por un instante. Alberto aprovechó y la cogió entre sus labios saboreándola y mordisqueándola con suavidad.

No aguantaba más, temblando se  irguió para meterse la polla de Alberto. Se dejó caer y empezó a mover sus caderas quitándose el camisón y exhibiendo su cuerpo y gimiendo cada vez más intensamente.

Alberto se abrazó a ella y le chupó los pechos y los pezones. De repente la alzó en el aire y aprisionándola contra la pared la folló con fuerza haciendo saltar todo su cuerpo con cada empujón hasta que eyaculó dentro de ella. Agustina le siguió segundos después. El placer le paralizó y tardó  casi un minuto en darse cuenta de que había dejado de respirar.

Alberto la llevó en volandas y se tumbó en la cama encima de ella con su polla aun dentro moviéndose suavemente.

—Vamos. Tenemos que salir ahora si queremos llegar a Santa Clara antes del mediodía.

—Uf... ¿Tenemos que ir? ¿Por qué no nos quedamos aquí?

—Vamos —dijo ella arreándole con la almohada no me obligues a tomar medidas...

Embajada española en Indonesia. Yakarta.

Hace un año lo hubiese considerado una desgracia. El descubrimiento del laboratorio de investigación, la incursión en el palacio, la pérdida del libro y de los responsables de la maldición había sido un golpe letal y habían acabado con su carrera, pero no le importaba lo más mínimo.

Aun le debían unos cuantos favores, le habían dado una embajada en un lugar cómodo y discreto y habían puesto a un GEO a su servicio para  garantizar su seguridad.

Quedaba menos de una hora para que empezase la recepción y aun estaba sin vestirse. Se colocó un sujetador sin copa para poder poner el vestido de profundo escote que descansaba sobre la cama y le dio tiempo a ponerse las medías y el portaligas antes de que Fele apareciese por la puerta.

Le dijo que tenía prisa, que iba a llegar tarde a su fiesta, que aun tenía que cerciorarse de que todo estaba en orden, pero no sirvió de nada. Fele ya estaba colgado de su pecho chupándole los pezones con fuerza, haciendo que todo su cuerpo temblase de deseo.

—Vale, pero uno rápido. —fue la única frase que pudo articular antes de que sus bocas se fundieran en un beso sucio y violento.

Fele bajó las manos obediente y fue directo al grano explorando su sexo apresuradamente.

Aquella mujer era puro fuego, en cuestión de segundos estaba gimiendo y retorciéndose con su coño empapado de flujos. De un empujón la lanzó sobre la cama con cuidado de que no cayese sobre el vestido y la penetró. Ella gimió y envolvió su cintura con las piernas apretando con fuerza.

Fele acarició los muslos tensos recubiertos por la resbaladiza seda de las medías y la folló como a ella la gustaba, duro y profundo, mirándole a los ojos.

No podía creer que se sintiese tan plena y feliz tan alejada de todo. Clara gemía e hincaba las uñas en la espalda de Fele mientras el empujaba sin descanso besando sus pechos y acariciando sus muslos.

Con un par de movimientos bruscos se liberó y se puso a cuatro patas sobre la cama. Fele la cogió por las piernas y la obligo a tumbarse con una almohada debajo de su pelvis.

Apoyó la punta de su polla contra el culo de su mujer y presionó con firmeza. Clara soltó un suave quejido y mordió las sabanas a medida que el miembro resbalaba en su interior. Cuando estuvo toda dentro Fele se detuvo y acarició el cuerpo de Clara unos segundos antes de volver a moverse. Poco a poco el dolor dejó paso al placer y ella comenzó a gemir animando a Fele, que continuó sodomizándola hasta correrse.

Rápidamente Fele le dio la vuelta y se inclinó sobre su sexo tomándolo entre sus labios mientras la penetraba con sus dedos.

Él sabía exactamente dónde tocar y cuando se dio cuenta estaba gritando con el cuerpo atravesado por miles de aguijonazos de placer hasta que un orgasmo la recorrió de arriba abajo haciendo que el tiempo  dejase de importar. Quería quedarse así en ese placer suspendido indefinidamente, pero el placer se apagó y los dedos de Fele se apartaron dejando que volviese a la realidad.

Aun escalofriada, cogió la mano de Fele y se la llevó a la boca. Recibiría al presidente de Indonesia con el sabor de su propio orgasmo en la boca...

Área de exclusión, centro de Madrid

Desde el día en que huyó del laboratorio no había podido pensar en otra cosa. La imagen de Lily atrapada y alargando la mano hacia ella pidiéndole ayuda. Cada vez que cerraba los ojos su bello rostro contraído por la angustia se le aparecía impidiéndole dormir, pensar o hacer cualquier otra cosa que llorar.

No le había costado demasiado internarse en la zona aprovechando la confusión creada por la construcción del muro. Uno de sus petos, un casco y una pick up camuflada con el logo de una de las empresas constructoras le bastaron para colarse y esconderse en un garaje  hasta que se hizo de noche.

Despertó gritando con el cuerpo cubierto de sudor. Sin mirar el reloj puso en marcha la furgoneta y se internó en la ciudad sin rumbo fijo. No tardó en encontrar los primeros bichos. Atropelló los dos primeros sin disminuir siquiera la velocidad de la Hilux y siguió avanzando mientras los zombis se lanzaban hacia ella atraídos por el ruido del todoterreno. Con cada bicho que aplastaba el peso que oprimía su corazón se aliviaba por un instante. Pisó el acelerador a fondo y  golpeó a un tipo gordo que saltó por el aire, golpeó el techo de la cabina y cayó de cabeza en el asfalto rompiéndose el cuello.

Frenó, dio marcha atrás y pasó por encima del torso del caído un par de veces antes de continuar su camino...

Departamento de Neurología, Hospital universitario de Salamanca.

Al fin la pesadilla había terminado. Volvía a estar de nuevo en su viejo laboratorio, con sus máquinas renqueantes y su becario tímido y nervioso. Miró el reloj una vez más y se quitó la bata. Era hora de volver a casa.

Veinte minutos después estaba subiendo las escaleras de su edificio. Estaba cansada después de doce horas de trabajo y lo único que quería era tumbarse sobre la cama y dormir toda la noche.

Abrió la puerta y se quedó helada, un olor a marihuana hizo que todos sus sentidos se pusiesen en alerta. Se giró buscando un arma en la penumbra y se fijó en un pesado candelabro que había traído como recuerdo de un viaje a Portugal.

Estuvo a punto de encender las luces, pero se lo pensó mejor, ella conocía mejor su casa que cualquier intruso. En silencio se acercó al cajetín de la electricidad y desconectó los fusibles. Intentando contener el temblor de sus miembros se adentró en el pasillo. El viejo edificio crujía y el viento silbaba al colarse por las ventanas mal ajustadas poniéndole los nervios de punta.

Se acercó a la puerta de la cocina y se asomó empuñando la improvisada arma cuando una sombra se movió tras ella. Isabel se giró enarbolando el candelabro, pero una mano se cerró entorno a su muñeca inmovilizándola mientras la otra la empujaba contra la pared del pasillo.

Su instinto la impulsó a  resistirse  y debatiéndose abrió la boca para gritar, pero se encontró con una boca conocida.  La lengua ansiosa de Reinaldo invadió su boca impregnándola con el aroma de la maría.

—¡Gilipollas! ¡Me has dado un susto de muerte! —dijo Isabel dejando caer el pesado candelabro con estrépito— ¿Y cómo diablos has conseguido colarte en mi casa?

—Doctora esto es un registro. —replicó Reinaldo— Me he visto obligado a forzar la cerradura al percibir un fuerte olor a marihuana saliendo de su domicilio.

—¡Déjate de coñas! ¡Esto no tiene gracia! —replicó Isabel enfadada.

—Dese la vuelta. Voy a proceder a su registro. —dijo girando ciento ochenta grados a Isabel y empujándola contra la pared.

—Tiene derecho a  permanecer con las piernas cerradas. —dijo Reinaldo cacheándola— Si no lo hace podré utilizar mi polla en su contra...

Reinaldo palpó sus pechos con manos expertas sin dejar de decirle lo que la había echado de menos durante su misión en no podía decir dónde y para cuando sus manos bajaron hasta su cintura  ya estaba caliente como una yegua en celo.

Finalmente, la doctora decidió renunciar a sus derechos y separó sus piernas haciendo que su ajustada minifalda resbalase muslo arriba. Reinaldo terminó de remangarla y acarició su culo y el interior de sus muslos arrancándole un gemido de impaciencia.

Isabel cerró los ojos y pegó su frente contra la pared mientras Reinaldo se agachaba y le besaba y mordisqueaba el culo. A continuación notó como las manos del hombre separaban sus cachetes un instante antes de que la boca de él envolviese su sexo. Isabel tembló de placer y retrasó las caderas disfrutando de los lametones. Cuando se dio cuenta estaba jadeando y arañando la pared. El sexo con aquel hombre le hacía perder el sentido. Cómo neuróloga intentaba explicar aquello como una mezcla de estímulos y hormonas, pero eso no explicaba que cuando estaba con él se sintiese en el paraíso.

Reinaldo notó que la mujer estaba comenzando a divagar y, cogiéndola por la cintura, la llevó hacia la cocina y empujó su torso contra la mesa mientras sacaba su polla y la restregaba contra aquel culazo grande e increíblemente terso.

Sin poder contenerse más la penetró. Isabel soltó un gemido ahogado y todo su cuerpo tembló de nuevo incitándole a follarla aun con más fuerza. La joven se agarraba a los extremos de la mesa y se ponía de puntillas para evitar verse alzada en el aire con cada empujón.

Le encantaba la sensación que le producirá ver como aquella mujer metódica y racional se convertía en una gata salvaje y sedienta de sexo cuando hacían el amor. Con un gesto rápido volteó a Isabel y la obligó a incorporarse. Le abrió apresuradamente la blusa y el sujetador y le magreó y le chupó los pechos pequeños y redondos con glotonería antes de volver a penetrarla. Esta vez no hizo prisioneros y cogiendo a la joven por la nuca la penetró con todas sus fuerzas sin dejar de mirarle a los ojos y explorar su boca con su lengua y sus dedos. Su polla entró una y otra vez en aquel coño estrecho y cálido, sin descanso, hasta que no pudo más y lo inundo con su leche. Los últimos empujones hicieron saltar el menudo cuerpo de la joven varias veces antes de que Reinaldo volviese de nuevo a la carga y la penetrase hasta que un agudo grito le indicó que ella también había llegado al orgasmo.

Jadeando por el esfuerzo Reinaldo se inclinó sobre ella y le mordió el hombro. Isabel jadeaba y sonreía un poco mareada. Lo abrazó y lo besó de nuevo esta vez con dulzura.

—Vamos llévame a la cama. —susurró al oído de Reinaldo.

—Creo que al renunciar a tus derechos has demostrado que eres una chica muy mala, me temo que voy a tener que esposarte...

Playa Samana, Santo Domingo.

Podía haber usado el bote para llegar a la solitaria playa, pero el yate estaba cerca y prefirió nadar desde el barco disfrutando del frescor de aquellas aguas color turquesa. Filo la siguió aprovechando para exhibirse, nadando muy cerca de ella con la gracia de un oscuro delfín, mostrando sus abultados músculos, sumergiéndose para aparecer a uno u otro lado tratando de sorprenderla.

A Conchita le gustaba ese hombre grande, atractivo y sencillo. Ideal para pasar una temporada y tener una relación casual, sin complicaciones. Las manos de él rozaron sus caderas e intentaron aprisionarla, pero Conchita se escurrió y siguió nadando en dirección a la orilla, cada vez más excitada.

Unos cuantos metros más y las olas la depositaron mansamente en la orilla. Filo salió del agua totalmente desnudo, con su gran polla colgando un poco mermada por el frescor del agua. Fingiendo ignorarle se alejó de la orilla. Su pequeño bikini goteaba y le estorbaba. Deseaba quitárselo, pero le daba la sensación de que mientras lo llevara mantendría el control de la situación.

Se tumbó sobre la arena blanca y fina y dejó que el sol lamiera su piel color caramelo mientras cerraba los ojos. Segundos después notó su presencia y abrió los ojos observando a Filo tumbarse a su lado.

Con la típica zalamería de la isla el hombre comenzó a susurrarle piropos al oído que no por esperados eran menos excitantes. El aliento en su oreja le hizo cosquillas. Conchita sonrió complacida y él se lo tomó como un permiso para avanzar un poco más. Filo envolvió su oreja con la  boca, mordisqueo su pabellón, chupó su lóbulo y le exploró detrás de la oreja con la lengua obligándole a contener los estremecimientos de deseo.

Conchita no mostró ningún placer pero tampoco le impidió a Filo seguir avanzando. Las manos del hombre acariciaron un instante sus pechos y se metieron por debajo de la braguita del bikini. Sus dedos se movieron hábilmente acariciando y explorando y pronto Conchita no pudo fingir indiferencia por más tiempo. Su respiración se agitó y no pudo evitar un gemido cuando los dedos de Filo penetraron en su sexo y se movieron en su húmedo interior provocando relámpagos de placer cada vez más intensos.

Con una sonrisa Filo se levantó. Se llevó los dedos a la boca y los saboreó mientras se acariciaba la polla hasta que estuvo totalmente erecta.

Por un instante deseó tener ese intimidante pollón en su interior, pero no quería hacerlo allí. No había nada más molesto que follar con diminutos e irritantes granos de arena interponiéndose entre una polla y un coño, así que abrió las piernas y cuando el hombre se acercó le obligó a inclinarse y meter la cabeza entre ellas. La boca de Filo se cerró sobre su sexo y ansiosa por tener un contacto directo con aquellos labios y aquella lengua se soltó los cordones que sujetaban la braguita y la apartó a un lado.

La sensación fue deliciosa, gimió y acarició el pelo del hombre mientras movía las caderas al ritmo de las chupadas de Filo  que adelantó las manos acariciando su vientre y estrujando sus pechos.

La sensación de follar al fin  sin que hubiese un trato económico de por medio hacia que el placer fuese aun más intenso con lo que tardó escasos minutos en correrse. Conchita gritó y su cuerpo se crispó, pero Filo siguió besando, mordisqueando y chupando, recogiendo todos los flujos que escapaban de su sexo y volviendo a excitarla casi inmediatamente.

El hombre se separó e iba a tumbarse sobre ella para penetrarla cuando Conchita se separó e incorporándose se dirigió al agua. Con un rugido de frustración él se incorporó y la siguió con su miembro erecto y enorme balanceándose  cómicamente en su entrepierna.

Finalmente Filo la atrapó al lado del agua y cogiéndola por la cintura se giró dejándose caer de forma que ella cayese sobre su cuerpo. Conchita se dio la vuelta inmediatamente y apoyó las manos sobre el torso musculoso de Filo. Hincó las uñas en él hasta que hizo un leve gesto de dolor y lo besó sin dejar de sentir la polla negra y dura entre sus piernas.

Una ola los azotó y los separó por un instante. Cuando Conchita se volvió a unir, el hombre, rápido como una serpiente le clavó la polla hasta el fondo de su coño.  Conchita suspiró y observó que aun había unas pulgadas fuera de su estirado coño. Filo se movió y la vagina protestó distendiéndose hasta acoger la totalidad de su polla. El placer fue tan intenso que apenas sentía la brisa, ni el agua, ni la luz del sol. Apoyando sus manos sobre el pecho de Filo comenzó a mover sus caderas cada vez más rápido e intentando contraer su coño en torno al gigantesco miembro. Una nueva ola los separó y Filo aprovechó para abrazarla por la espalda y poniéndola a cuatro patas, volver a penetrarla.

Con cada empujón, el hombre la hacía vacilar con su peso y con el placer que le proporcionaba aquel pollón. Los embates se hicieron cada vez más duros y rápidos Conchita se volvió a correr mientras Filo se agarró a su cuello y con dos violentos empujones eyaculó en su interior. El calor del semen invadiendo su coño, unido a la leve presión que ejercía Filo sobre su cuello desencadenaron un nuevo orgasmo, tan intenso que creyó que se iba a partir en dos.

Otra ola los separó y la devolvió a la realidad. Cuando se volvió hacia Filo vio la sonrisa de suficiencia en su cara y sin pensarlo le dio un bofetón con todas sus fuerzas. Filo se quedó helado por la sorpresa y con una sonrisa malévola Conchita se tiró encima de él y le besó.

Camerinos de La Sexta

—¿Cómo te atreves a decir que la situación en América es consecuencia de la actividad de agentes izquierdistas? —dijo Fernando con la pajarita torcida por la ira.

—Porque me pagan por decirlo y porque lo creo.

—Como puedes ser tan... —dijo conteniendo el insulto en el último momento— ¿Ahora resulta que la mafia es comunista?

—Vamos no seas obtuso...

La sangre hervía en los oídos de Fernando impidiéndole escuchar nada más. Necesitaba hacer callar a esa gallina gritona, necesitaba gritarle, necesitaba pegarle, necesitaba...

Cuando se dio cuenta estaba besando aquellos labios finos y rojos como la sangre y acariciando su cabello rubio. Los dos abrieron los ojos sorprendidos a la vez.

Por un momento pensó en retirarse y disculparse, pero sin saber muy bien de donde había sacado esa determinación empujó a aquella harpía contra uno de los tocadores y metió la mano por debajo de su falda.

Pili, sorprendida, al principio no reaccionó y cuando quiso hacerlo su cuerpo lo había hecho por ella hormigueando de placer anticipado al sentir como unas manos acariciaban el interior de sus muslos por encima de sus pantis.

—¡Cerdo! ¡Cabrón! —dijo ella justo antes de comerse a aquel jodido antipático a  besos.

Con un gruñido Fernando le abrió las piernas a la mujer y con impaciencia hincó los dedos en los pantis de aquella bruja desgarrándolos para así poder acceder  a su sexo.

Con urgencia se bajó la bragueta y apartando las bragas de la mujer la penetró. Pili chilló y le insultó mientras sonreía complacida, sintiendo como aquella polla arrasaba su chocho con un placer enloquecedor.

Los movimientos eran apresurados, fruto del intenso deseo del hombre y los apremios de la mujer.

Por un instante Fernando se separó para coger aire y Pili se dio la vuelta quitándose la falda y poniéndose de cara al espejo. Fernando le desgarró aun más los pantis, observó su culo grueso y sin pensarlo le metió a Pili la polla en su estrecho ojete. La mujer se debatió un segundo, pero él se mantuvo firme y rodeando su cintura le acarició el clítoris hasta que el sucio placer de la sodomía se apoderó de ella.

El placer y el dolor se mezclaban en una serie de relámpagos deliciosos. Pili apartó la cara para no verse la cara, pero él la cogió por el pelo obligándola a mirarse al espejo y observar su rostro contraerse por el placer y el vicio que provocaban cada pollazo de Fernando y susurrándole al oído guarradas que harían sonrojar a una puta poligonera.

El tertuliano no pudo contenerse más y eyaculó dentro de la mujer chorro tras chorro de leche caliente y espesa y siguió sodomizándola hasta que un grito le indicó que ella también se había corrido.

El dolor, la excitación, y el placer se mezclaron en la mujer con el cansancio y la culpabilidad haciendo de aquel orgasmo algo tan único y sublime como irrepetible.

Un wasap sonó en los teléfonos de ambos señalándole que había terminado su descanso. Se recompusieron la ropa como pudieron y salieron del camerino intentando que no se notase en su semblante el placer y la satisfacción vividos hacia unos instantes...

FIN

GUÍA  DE PERSONAJES DE WORLD WILDLIFE ZOMBIE:

Carlos y Fernando: amiguetes y porreros que roban a la bruja.

Doña Escotofía Martínez: bruja perteneciente a una antigua estirpe  de brujas que huyeron de Centroeuropa en la edad media propietaria de un poderoso libro de magia.

Josele el hurón: traficante y colega de Carlos y Fernando.

Rafael "Fele" Arienza: Sargento de los GEOS.

Nuno rodríguez: El más veterano de los compañeros de Fele.

Fredo: compañero de Fele.

Reinaldo: el novato del grupo de Fele.

Clara Ayuso: Ministra del interior.

Margarita Alcazar : Vicepresidenta del gobierno.

Martín Gálvez: Gobernador civil de Madrid.

Conchita Cerrón: Prostituta de lujo especializada en dominación.

Agustina Juárez y Alberto Yeres: periodistas en plan freelance antiguos trabajadores de Telecinco.

Jose Perez : Oscuro funcionario del CNI.

Vicenzo Badalamenti: empresario del juego en Las Vegas.

Libio: consejero de Vicenzo.

Padre Giusseppe Mattiaci: Miembro de la congregación para la doctrina de la Fe emviado por el Papa.

Cecilia y Lily: Activistas de un grupo defensor de los derechos de los animales.

Manuel Llopart: Director del CESIC.

Pedro Molina: Coronel del ejercito de tierra jefe de la sección de guerra química y bacteriológica.

Isabel Jover: Neuróloga becada por el CESIC.

Fernando : Tertuliano de la pajarita en el programa de Al Rojo Escocido.

Pili : Tertuliana del pelo rubio  en el programa de Al Rojo Escocido.