Wicked Games

TODOS los personajes son mayores de 18 años.

Wicked Games

What a wicked game to play, to make me feel this way.

What a wicked thing to do, to let me dream of you.

What a wicked thing to say, you never felt this way.

What a wicked thing to do, to make me dream of you

"Wicked Game"

Chris Isaak

El agua helada me calaba hasta los huesos mientras apretaba el paso para llegar a mi hotel lo más pronto posible y librarme del torrencial aguacero que había iniciado hacía apenas un minuto, algo por completo inusual para el clima de aquella época del año en San Luis Potosí, ciudad donde me encontraba en un viaje de trabajo.

Toda la mañana y parte de la tarde me la había pasado tratando de resolver algunos negocios que cada año me llevan a ese pintoresco rincón de México y lo que más deseaba, una vez terminadas mis obligaciones, era cambiarme de ropa y tomar un taxi para refugiarme en alguno de los confortables cafés del centro, ordenar una de las abundantes comidas que aquí son costumbre y luego encaminarme hacia la avenida Carranza para entrar a alguno de los antros de moda en los que, muy a mi pesar, cada día estaba más fuera de lugar a mis 35 años.

Sin embargo, el aguacero aquel podía dar al traste con todos mis planes, sobre todo por el caos vial que una tormenta así puede provocar en una ciudad diseñada para el clima seco de aquella región semiárida.

Aunque cada paso que daba me acercaba más a mi hotel, la tormenta parecía arreciar más a cada momento, como si quisiera asegurarse de no dejar seco ni siquiera el más recóndito rincón de mi cuerpo; por fortuna, por fin alcancé a distinguir, a unos 30 metros, la entrada del hotel, aunque a unos 10 podía ver con toda claridad el acceso al estacionamiento, que me ofrecía un atajo directo hasta mi habitación en aquel confortable hostal diseñado con un enorme jardín central, rodeado por edificios de dos plantas de pasillos descubiertos, en los cuales se distribuyen unas 150 habitaciones.

La perspectiva de un baño caliente, ropa seca y una cómoda cama en la cual instalarme a leer me hizo pegar tremenda carrera en dirección a la entrada de aquel "nirvana" hecho en casa, sin importarme chapotear (con un regocijo totalmente infantil) en cada charco que se me atravesó en el camino; sin embargo, apenas a unos pasos de la puerta, un violento golpe me llevó al suelo, arrastrando conmigo a otra persona, quien justo había cruzado la calle también con la intención de sortear la valla que daba acceso al hotel.

-¡Fíjate pen...!- una sola mirada de aquellos enormes ojos cafés y la sonrisa de aquel rostro casi infantil fueron suficientes para detener las duras palabras en la punta de mi lengua y, en cambio: -Dis... discúlpame, no te vi ¿estás bien?-

Volteó a verme apenada, sabía que, en realidad, todo había sido culpa suya -Sí, sí gracias, no te preocupes-

Preocuparme, no obstante, fue inevitable al ver cómo intentaba pararse con un tacón roto, las medias rasgadas y su abrigo lleno de lodo, -Déjame ayudarte- atiné a decir mientras la tomaba por una cintura mucho más breve de lo que el grueso abrigo dejaba ver, al tiempo que ella pasaba uno de sus brazos sobre mi hombro para usarme de apoyo.

Aunque apenas pude verlo por culpa del aguacero, que se negaba a amainar, el encargado del garage del hotel esbozó una retorcida sonrisa (no supe si de burla o de complicidad) al momento de pasar frente a su caseta.

Mientras caminábamos pude darme cuenta de que, a pesar de ser un poco más alta que yo, la chica de unos 20 años era muy liviana, señal de uno de esos cuerpecitos esbeltos que tanto me encantan y el cercano contacto, aunado a un poco de imaginación y a una semana lejos de casa y de la cama de mi novia, fue suficiente para que mi miembro se levantara como impulsado por un resorte, de hecho, podía imaginarlo asomando la cabeza por encima de mi trusa, jadeando con cara de loco enfebrecido y olfateando en busca de feromonas femeninas.

Pero nada pasó en aquel momento, simplemente llegamos a su habitación, que por una bendita casualidad estaba justo antes que la mía, donde intercambiamos otra serie de torpes disculpas, la dejé mientras ella metía la mano a la estropeada bolsa de su abrigo para sacar la tarjeta de acceso a su cuarto y yo me dirigí a la puerta del mío, con la mente puesta en un regaderazo caliente y un cambio de ropa.

-¡Oh no! ¡No por favor, ahora no! ¡Chingada madre!-

El grito frustrado de la chica y una serie de fuertes golpes a la puerta me obligaron a regresar a ver qué ocurría, en cuanto me vio, ella se limitó a mostrarme la tarjeta, doblada prácticamente a la mitad y cubierta de lodo, en otras palabras, inservible.

La joven de larga (y empapada) cabellera negra volteó a ver angustiada el amplio patio azotado por la casi infernal tormenta, como preparándose para atravesarlo por completo hasta la recepción para solicitar un repuesto de la tarjeta.

-Si quieres, puedes usar el teléfono de mi cuarto para hablar a recepción-

Todavía no había terminado yo de hablar, cuando ella ya se había colgado de mi brazo y se encaminaba hacia mi puerta. Una vez dentro, yo caminé directo al baño para sacar unas toallas mientras ella hablaba a recepción.

-Aaah, entonces no está... ¿y cuánto tarda?... aaah... ¿y con la llave maestra?... ¿¡tampoco está!?... ¡Y entonces yo qué hago!... Ajá... ajá... OK, unas dos horas, entonces... bueno, gracias por nada-

-¿Sí escuchaste?- me preguntó al verme parado en la puerta del baño mientras le extendía una toalla.

-No pude evitarlo- su mirada de cachorrita perdida me ablandó en menos de un segundo y, contra lo que dicta la prudencia, no tuve más remedio que decir -puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites, es más, si quieres bañarte...-

-Weeeeno... si no es molestia- dijo al mismo tiempo que se despojaba del abrigo, debajo del cual iba vestida con una estrecha minifalda de mezclilla que dejaba ver la mayor parte de unas piernas largas y esbeltas, deliciosamente torneadas, a su vez cubiertas con unas medias de color "natural"; arriba, la hermosa morenita usaba una ombliguera blanca con un enorme corazón rojo, que dejaba al descubierto un abdomen plano con un piercing en el ombligo que hacía resaltar aún más lo estrecho de su cintura.

-Oye ¿y si pedimos algo para el frío?- me preguntó ya desde el baño, haciéndose oir sobre el ruido de la regadera.

-Claro que sí ¿quieres que te pida un café?-

Ella asomó la cabeza por la puerta del baño con una sonrisa que decía "¡eres muy tierno!" mientras su mirada aclaraba "pero muy baboso" -Mejor un tequilita ¿no? O un wishkito-

Las bebidas llegaron justo cuando ella salía del baño, la lluvia ya había cesado, de modo que el "bell boy" no tuvo problemas para llevar una botella de Casco Viejo, una de sangrita Viuda de Romero, limones y sal, además de unas tapas de atún y paté que pedí para calmar a la "solitaria" que ya me mataba (todo, cortesía de los viáticos de la empresa)

En cuanto se fue el mensajero, la jovencita salió del baño, apenas cubierta por su ropa interior, apurada para contestar su teléfono celular, que prácticamente no había dejado de sonar en los 30 minutos que llevábamos en mi cuarto, aunque esa era la primera llamada que atendía.

El calor del semidesierto que rodea la ciudad había desplazado sin problemas al frío dejado por el endemoniado aguacero, de modo que ella caminaba con toda comodidad a lo largo y ancho de la habitación.

-No corazón, ahorita no te puedo atender... no, lo siento... tuve un mega problema en mi hotel... sí, sorry peshosho... si, dos mil... ajá... ajá... órale, mañana entonces... a primera hora... bayi, besos con gloss sabor fresa-

-¿Negocios?- pregunté mientras le extendía un caballito y una mitad de limón.

-Sip- se limitó a decir, y no tenía que explicar más, no era yo tan ingenuo como para no saber a qué se dedicaba... ni lo que en realidad era y verla me recordó aquella tarde hacía tantos años, en la que un mocoso medio borracho se gastó el dinero de la colegiatura de la prepa en una caguama y una "puta" que le vendió una de las mejores y más desconcertantes experiencias de su vida.

No estoy seguro de por qué, pero ninguno de los dos se sintió incómodo cuando nos recostamos en la cama, uno al lado de la otra, para tomar nuestros tragos y entonces los minutos volaron en medio de una chispeante conversación, la chica me demostró que ser una "profesional" no estaba peleado con tener cultura.

-¡Oye, pero tú ni siquiera te has secado! ¡Te va a dar pulmonía y todo por mi culpa!- con movimientos casi felinos, la chiquilla se movió a través de la cama para alcanzar una de las toallas que habían quedado tiradas, con lo que me dio una vista perfecta de un par de glúteos deliciosamente redondos, los cuales resaltaban aún más gracias al delicado bikini de algodón blanco decorado con florecitas que los cubrían, y tampoco pude evitar notar la incitante forma en que sus tetitas colgaban con todo y el brasier rojo que hacía juego con el calzoncito de niña.

En cuanto recogió un par de toallas, hizo que me sentara en la cama, se arrodilló a mis espaldas y con movimientos delicados pero firmes, comenzó a frotar mi cabello, el cual ya estaba casi seco, sin embargo, ella parecía disfrutar el contacto casi tanto como yo.

-También tienes que quitarte esta ropa húmeda- dejó la toalla en mi cabeza y rodeándome con sus brazos comenzó a desabotonarme la camisa, la presión de sus senos pequeños, pero firmes, en mi espalda me provocó una erección instantánea y sentir su cálido cuerpo tan cerca de mí me provocó una serie de perturbadoras fantasías pedófilas que nunca había tenido.

Mientras mi mente peleaba con los sentimientos encontrados, ella terminó de desabrochar la camisa, la retiró de mis hombros y con un delicado jalón me recostó sobre la cama; en ese momento mi mundo se volteó de cabeza, la hermosa chica me plantó un largo beso, enroscando con lujuria su lengua en la mía y recorriendo con ella cada rincón de mi boca, mientras sus manos acariciaban mi pecho y mi abdomen con delicadeza.

El beso se prolongó durante lo que a mí me parecieron horas, mientras ella dejó de acariciar mi pecho y llevó sus manos hasta mi pantalón para comenzar a desatar el cinturón, sin embargo, justo en ese momento el recuerdo de la llamada llegó a mi mente y la detuve, mientras hacía cálculos casi a la velocidad de la luz para decidir hasta dónde podía estirar mi presupuesto.

Como si leyera mi mente, la jovencita me miró a los ojos y me dijo -No te preocupes ¿sabes lo que es una "cachucha"?- no, no tenía idea, pero otro lascivo beso hizo que dejara de tener importancia, de hecho, cualquier otra cosa en el mundo dejó de tener importancia, lo único que era importante para mí en ese momento, era recorrer con mis manos cada centímetro de ese delicioso cuerpo que se me ofrecía, tibio y turgente, como el de una adolescente dispuesta a descubrir los misterios del placer.

Mientras mis manos recorrían cada rincón y cada curva de su tersa espalda, hasta bajar a la pronunciada redondez de su exquisito culo, nuestras lenguas se enfrascaban en un duelo de esgrima en miniatura, avanzando, retrocediendo, atacando o defendiendo en cada centímetro de terreno disponible.

Con un rápido movimiento, logré voltearme y colocarla a ella de espaldas sobre la cama, en busca de librarme del húmedo pantalón y el calzón que me estorbaban para poder sentir contra mi cuerpo la maravillosa calidez de aquella piel casi de quinceañera y cuando por fin lo logré, me tendí sobre ella cuan largo soy para volverla a besar, mientras mis manos hurgaban ansiosas a su espalda tratando de encontrar el broche del brassier, para liberar aquellas tetas menuditas que se me habían clavado en la mente con más fuerza que en mi espalda hacía unos minutos.

Sin embargo, cuando por fin lo logré, decidí tomarme mi tiempo y explorar su cuello con mi boca y meter mi lengua en sus oídos, arrancándole suspiros de placer, y al mismo tiempo que mis inquietas manos masajeaban aquellos dos trocitos de carne, ella recorría mi espalda con las yemas de sus dedos o la punta de sus uñas, lo que me llevó a un punto de excitación mucho más allá de lo que creí posible.

Después de unos minutos y cuando sentí que mis caricias ya habían saturado su cuello y su cara, decidí bajar para deleitarme con el sabor de sus tetitas, sin embargo, justo cuando mis labios se estaban posando sobre el delicado pezón, ella, usando su tono de voz más dulce (casi empalagoso, podría decir) me preguntó -¿Qué me estás haciendo, papito?- el corazón me dio un vuelco al darme cuenta de que aquel no era el apodo cariñoso que una mujer le da a su amante, era el inicio de un perverso juego que sacó a la luz fantasías que ni siquiera sabía que tenía.

-No te preocupes, mi chiquita, tu papi sólo quiere jugar contigo... igual que juega con tu mami-

-Aaahh ¿y a mamá le gusta este juego?-

-¡Claro que sí! Pero no puede enterarse de que tú también juegas, porque si no se enojaría mucho con nosotros dos-

-¿Y a ti te gusta?-

-Sí, mi vida, me encanta jugar contigo-

-Bueno, papito, si tú me lo pides...-

Y de inmediato aferró mi cabeza con sus manos, la llevó hasta uno de sus deliciosos senos y yo lo devoré con una lujuria desconocida hasta ese momento para mí, pasando la lengua en círculos concéntricos hasta alcanzar el pezón, el cual jalaba delicadamente con los labios, mientras con una mano masajeaba con delicadeza su otro pecho, recorriéndolo con la palma de la mano o apenas con la punta de los dedos, para terminar con un delicado pellizco, que le arrancaba a la joven estremecedores gemidos de placer.

Poco a poco fui bajando, ansioso por descubrir la sorpresa que sabía me esperaba más abajo, la cual ya había podido sentir escurriéndose entre mis muslos y contra mi abdomen mientras me entretenía con sus hermosas chiches.

Pero antes, preferí realizar una prolongada escala en su ombligo, el cual exploré a conciencia con cada uno de mis sentidos: su forma perfecta, el rastro de un perfume dulce y picante a la vez, su sabor saladito, su tacto sedoso y el sonido que hacían mis labios al succionarlo, haciendo que ella se retorciera entre mis brazos como una sirena recién arrancada del mar.

Por fin llegó el momento y, al despojarla de su bikini de florecitas, su miembro apareció ante mis ojos como una pequeña torre de carne morena, con una brillante gotita de líquido en la punta; una tenue chispa de sentido común brilló dentro de mi cabeza, pero en cuanto me volví para verla, ella ya me estaba ofreciendo un condón recién salido de su estuche, lo coloqué en su lugar y de inmediato me prendí de aquel delicioso trozo de ella, mamando y chupando con sonoro placer.

Sin decir palabra, ella fue acomodándose para colocar su cabeza entre mis piernas, sin permitirme soltar su deliciosa verga, la cual parecía, si aquello era posible, estar más dura a cada segundo; de repente, pude sentir la fría sensación del lubricante del condón sobre mi verga y al siguiente instante -¡AAAAAAHHHHH!- la calidez de aquella tierna boca me arrancó un intenso gemido de placer, que nunca había emitido ni siquiera en las más salvajes sesiones de sexo con mi novia.

El tiempo se me deslizó entre los dedos sin apenas darme cuenta, pero el encanto pareció romperse cuando ella encajó, casi con salvajismo, sus uñas en la base de mi escroto, haciéndome brincar y empujarla a tal grado que casi la tiro de la cama.

-¡¡QUE TE PASA!! ¡¿Estás loca o qué chingados!?-

-Perdón papi, no quise lastimarte, pero no sé jugar bien. No me castigues, papito, te prometo que voy a aprender a jugar como a ti te gusta-

Los roles estaban bien aprendidos.

-Lo siento, cariñito, pero fuiste una niña muy mala y voy a tener que darte unas nalgadas-

En cuanto ella me escuchó, se volteó, sacó una almohada y la puso bajo su vientre para levantar aún más aquel culito delicioso que pedía a gritos ser besado, acariciado y mimado pero, en cambio, "¡slap!" mi mano cayó sobre uno de los tersos cachetitos, aún con timidez y sin estar del todo seguro de hasta dónde podía llegar, aunque la falta de respuesta de ella fue un excelente indicador de que podía seguir "¡SLAP!" el siguiente fue bastante más fuerte -¡Aaaaaahhhh!- y arrancó un ligero gemido de placer de la garganta de mi… niña.

"¡SLAP, SLAP!" dos fuertes nalgadas seguidas la hicieron retorcer de placer.

-Para que no te duela tanto, voy a sobarte un poco, mi niña-

Busqué acomodo sobre aquel delicioso cuerpecito que se encontraba tendido y a mi merced, haciendo que mi verga, la cual estaba tan dura que me dolía, se encajara entre sus deliciosas nalgas, todavía sin penetrarla, y comencé a moverme de arriba hacia abajo y luego en pequeños círculos, para lograr que mi miembro se restregara en cada centímetro de aquel rinconcito de placer que parecía llamarme impaciente.

-Mmmmm, si papi, así no me duelen tanto las nalgadas-

De nueva cuenta me levanté y planté dos sonoras palmadas a su trasero, para a continuación volver a restregarme sobre ella, la operación se repitió un par de veces, hasta que su culo estuvo completamente rojo, en ese momento, decidí que sería mejor bajar y darle un poco de lengua a aquel maravilloso culito, mientras le jalaba con firmeza su aún duro miembro.

Después de un par de minutos, ella abandonó su papel y con ronca voz me pidió -Ya no aguanto, cógeme, mi amor-, dicho esto me estiró un tubito de gel lubricante, el cual distribuí con generosidad tanto en el condón como en su culo y acto seguido la penetré de a perrito, aún descargando alguna nalgada ocasional, ya sin fuerza, para complementar el placer que ambos sentíamos.

-¡Jálamela, quiero venirme junto contigo!-

No tuvo que pedírmelo dos veces y yo empecé a jalar con decisión, pero con delicadeza, para que ella me alcanzara lo más pronto posible, ya que su apretado culito me estaba llevando hacia el orgasmo a pasos agigantados.

-¡Ya, ya suéltalos! ¡Yaaaaa!-

Sentirla estremecerse de aquel modo en medio de su propio placer fue más de lo que pude soportar y de inmediato solté una carga como si no me hubiera venido en años, las intensas sacudidas del orgasmo más extremo que había tenido en mi vida me derribaron sobre la cama, arrastrándola conmigo.

Ambos permanecimos tendidos todavía varios minutos tratando de recuperarnos de la intensa sesión, finalmente, los dos juntamos fuerza suficiente para meternos debajo de las sábanas (el calor nos obligó a botar las cobijas) y juntos nos quedamos dormidos.

La insistente alarma me despertó a las ocho de la mañana siguiente y aunque estaba solo en la cama, una notita en el buró, firmada con un beso de gloss sabor cereza, se despedía de mí y me agradecía tanto la ayuda como el orgasmo.

No nos volvimos a encontrar, yo tenía que salir cuando ella apenas se había acostado y ella se tenía que ir cuando yo aún no regresaba del trabajo, dos días después volví a la ciudad y a mi vida, sin olvidar jamás a "Mi Niña"