V&W (Capítulo 7)

V&W (Capítulo 7)...

Samantha observó detenidamente el lujoso cuarto de baño que tenía ante ella. En tonos dorados y negros. Moderno. Desde luego aquella estancia resaltaba ante el sobrio aire de antigüedad del resto de la enorme casa. John la había acompañado hasta la puerta y se había marchado, dejándola sola, en busca de una toalla.

Abrió el grifo de agua caliente y se metió dentro de la ducha sin pensarlo dos veces. Se sorprendió al notar el calor del agua calentándole su cuerpo helado. Era... sorprendente. Hasta ahora no se había percatado de que no emitía ningún calor... y que tampoco había sentido frío. Probablemente era... ¿normal en ella algo así ahora que todo había cambiado? Había leído en todas aquellas novelas en su adolescencia que los vampiros no guardaban calor alguno. ¿Cuántas cosas de las que había leído formaban parte del mito y cuáles de la realidad?

Vertió un poco de gel de baño con aroma a vainilla en una esponja y comenzó a limpiarse la sangre que cubría su entrepierna y que se había deslizado a través de sus muslos. ¿Siempre sería así? Eso si que le preocupaba un poco... pasar de el momento de placer que la abrazaba y envolvía, a ese corte rojizo deslizándose por sus piernas. ¿Eran todas las relaciones así?

La sangre mezclada con el agua y el gel de baño se coló por el desagüe. Samantha lo observó durante unos instantes, inmóvil. Aquello era como la escena de psicosis... Solo que ella estaba viva; mejor dicho, relativamente viva, no era Janet Leigh, y tampoco tenía a un perturbado que la acabara de acuchillar en el baño.

Sacudió la idea de su cabeza y cogió champú para lavarse el cabello. Quería estar de nuevo limpia y resplandeciente... solo por y para él. ¡Cielo santo! No conocía a John pero sentía la imperiosa necesidad de contentarlo, complacerle... de sentirse querida por él. ¿Cómo podía sentir algo tan fuerte por un desconocido? Pero él le había dicho que la quería, le había dicho que llevaba siglos esperando por ella... Sin poder evitarlo, comenzó a canturrear la Habanera de Carmen, recordando cómo John la hbía interpretado a piano minutos antes. Las brillantes baldosas danzaban con su reflejo.

Durante unos minutos más, apuró su ducha. La verdad es que disfrutaba de la sensación que le producía el agua caliente sobre su piel helada. La ducha siempre había sido uno de sus momentos preferidos. Podía hacerlas eternas, cuando nadie la esperaba. Relajantes. La sensación a limpio, el aroma que quedaba sobre su piel cuándo salía. Con una buena ducha, a veces sentía que el tiempo se había detenido a su alrededor y que nada más importaba.

Con un suspiro, cerró el grifo de la ducha y escurrió el agua de su cabello antes de salir. Dio un respingo al encontrarse de bruces con John mirándola, con una toalla extendida en sus manos.

-Que susto me has dado. ¿Por qué no me has dicho que estabas ahí? Hubiera tardado menos -le sonrió.

John se acercó a ella y la abrazó rodeando su cuerpo con la toalla.

-Quizás no te he dicho nada, porque no quería que tardaras menos -Samantha sonrió, besándolo en la mejilla- ¿Has disfrutado de tu ducha?

La cabeza rubia de la joven se movió en un gesto afirmativo.

-Durante años, ha sido uno de mis momentos preferidos del día. Siempre conseguía que me olvidara de todo. ¿Me puedes dejar otra toalla para el pelo, por favor?

John asintió, dejándola con la toalla para alcanzar una nueva más pequeña de uno de los armarios de baño. Con paso sereno, se aproximó a ella y envolvió su cabello con la toalla, sacudiendo el pelo con suavidad-

-¿Mejor?

La joven sonrió y asintió. Nunca nadie se había tomado tantas molestias por ella. Es más, desde que era una niña, nadie la había vuelto a secar a la salida de ducha o del baño. Solamente su madre se había encargado de ello. Y eso solo había durado hasta que ella había sido lo bastante autosuficiente como para necesitar ayuda a pesar de no abultar ni dos palmos del suelo.

-Si, muchísimo mejor... gracias -murmuró. Ahí, bajo la atenta mirada azul de él, con esa confianza que parecía que se había generado en tan poco tiempo, con esos detalles, se sentía con ánimo de saber más de él, de su vida, de su pasado...- John... háblame de ti, por favor -le pidió mientras empezaba a frotar la toalla contra su cuerpo con suavidad, secando cualquier rastro de agua- Tu lo sabes todo de mí, y yo de ti... sé más bien poco. ¿De dónde eres realmente? ¿Cuándo conociste a Mary Anne... eras vampiro o aún no? ¿Qué cosas te gustan? ¿Cómo es John Hardestat?

John la observó. ¿Cuánto hacía que nadie mostraba un verdadero interés por él, más allá de lo que su cargo o su poder implicaba? Y allí estaba ella... una preciosa neonata. Su chiquilla. Su amor perdido y pronto recuperado. Observó sus ojos castaños que lo miraban con esa admiración profunda, parte por el vínculo, parte por las propias aspiraciones románticas de la chica. ¿Por qué no ceder un poco a su capricho y darle parte de lo que pedía?

-Conocí a Mary Anne siendo humano. Su padre la concertó en matrimonio conmigo, pero no era uno de esos matrimonios de la época en la que no había lugar para el amor. Ambos sentíamos la enorme felicidad de saber que nuestro amor era correspondido. Cada día de mi vida lo dedicaba a ella, hasta el fatídico día... -bajó su mirada azul hacia el suelo oscuro. Habían pasado siglos desde aquel día... pero jamás lo iba a olvidar. Y parece ser, que a pesar de todo, jamás iba a dejar de afectarle tanto. A pesar del tiempo. A pesar de volver a ver su rostro... con otro corte de pelo... el maquillaje diferente... pero su rostro oculto en el de aquella joven abogada. No había tenido intención de convertirla tan pronto. Hubiera preferido poder explicarle todo antes. Pero era tan tentadora... que no había podido controlarse.- Después... después quería morir para encontrarme con ella. Pero el que sería mi sire, durante un viaje a Nueva Orleans, un señor chaman del vudú, me dijo que no desesperara, que la vida seguía y que encontraría a otra mujer. Me negué a escucharlo, así que el decidió convertirme. Y con ello, me dio dos regalos y una maldición. El primer regalo fue el poder vengarme de aquellos que habían hecho mal a mi amada; y el segundo, que ella volvería a reencarnarse tras 200 años -acaricio los cabellos mojados de la joven. Ella era la viva muestra de su segundo regalo. Le había llevado más tiempo de lo que esperaba, pero por fin la había encontrado- La maldición, vino al poco tiempo. No recuerdo que fue lo que hice para que se enfureciera tanto, pero me castigó. Me maldijo, asegurando que la reencarnación jamás me amaría, que ella buscaría el amor en los brazos de otro hombre, y yo la luz del sol para encontrar la muerte definitiva -miró al suelo una vez más y a sus manos después, antes de volver a mirar a la mujer que tenía delante de él, envuelta en esas toallas que él mismo le había llevado- Sam, tu eres la reencarnación de Mary Anne. Pronto brotarán en ti recuerdos de tu vida pasada, de cuando fuimos felices... y temo que la maldición se cumpla.

Samantha lo miró apenada. Imaginaba el dolor que había tenido que pasar, tantos años solo... siglos. Y ahora había aparecido ella, que por lo visto tenía el rostro de la mujer a la que había entregado su corazón, a la que tanto había amado. Y él parecía tan seguro de sus palabras, de que ella era...

  • ¿Y si no soy su reencarnación y solo soy una descendiente con un parecido asombroso? -la joven lo abrazó con cariño. Por un momento el gran hombre que le había parecido que era John en un primer momento, ahora parecía más un cachorrito abandonado al que mimar- No creo en las maldiciones.. -le besó en el cuello y le sonrió, intentando que la expresión de pena de su mirada desaparezca.

-Eres tu... debes ser tu... todo concuerda.

Ella lo miró poco convencida. ¿Qué concordaba? John Hardestat había cambiado su vida su vida de los pies a la cabeza en cuestión de un día y ahora... lo que él le estaba contando.

  • ¿El qué concuerda? ¿Yo? Yo solo sé que soy Samantha Ann James, James para mi jefe... Sam para tí -besó con suavidad sus labios- No sé de vidas pasadas, ni de maldiciones, ni de vampiros... pero se que me estremezco cada vez que me tocas... y que me gusta besarte y que me beses...-se separó de él, sujetando la toalla contra su cuerpo con firmeza- Claro que eso puede que no sea suficiente para ti.

John la atrajo hacia él con gesto posesivo, acariciando su rostro.

-Eres mía, para mí -asaltó su boca con un beso feroz, que intentó suavizar con algo de cariño- Adoptaremos bebés si es lo que deseas y seremos una familia feliz.

Samantha no pudo evitar sonreír con cariño.

-Quiero ser egoísta ahora, y no quiero compartirte con nadie - “Pero, ¿tú te estás escuchando? ¿Desde cuándo has querido ser tan posesiva con alguien? ¡Y mucho menos con un hombre!”. No pudo evitar el impulso de besarle con suavidad- Ya.. ya pensaremos en niños... algún día. Ahora solo somos Sam y John -deslizó sus dedos por la espalda masculina, acariciándole por encima de la chaqueta.

John deslizó su nariz por el cuello, acariciándola, aspirando ese aroma que lo volvía loco.

-Hueles muy bien -comenzó a dejar suaves besos a su paso- Deberías vestirte... y que no te vea... o volveré a desearte como antes.

-Claro... y eso sería terrible -dijo divertida, dándole un último beso- Tengo mi único vestido y los zapatos en el salón... voy a por ellos.

Las facetas de ese hombre no iban a dejar de sorprenderla. El John seductor, el enojado, es despiadado, el encantador y dulce, el cariñoso... y él que más le gustaba, el que parecía que se moría de deseo por ella. Cuando Samantha pasó por su lado, John le dio un azote en el trasero. Ella lo miró sorprendida.

-No tardes demasiado. Iremos a tomar algo.