V&W (Capítulo 6)

Samantha se enfrenta a su primera noche (Part. I)

Hacía años que dormía y ningún sueño acudía a su cabeza. Pero aquella primera noche como vampira al despertar sola, en la enorme cama, se sintió un poco vacía por la falta de sueños.

Samantha estiró sus entumecidos músculos por el descanso y se incorporó, observando la habitación un poco desconcertada. Siempre le había sucedido igual cuándo se despertaba en algún lugar desconocido. Junto a ella, en el lado de la cama dónde John había descansado, en su  almohada, una preciosa rosa roja de tallo largo, junto a una tarjeta.

Una sonrisa se dibujó en sus labios al encontrar la flor, la cogió acercándosela a la nariz para olerla mientras cogía la nota y la leía.

Ten una primera noche espectacular como la Reina de la Noche y de  mi corazón.

J.H

Se sonrojó, mientras sonreía embobada y algo nerviosa, levantándose de la cama sin saber muy bien qué hacer, sin soltar la rosa ni la tarjeta, y mirando a su alrededor para ver si encontraba la ropa con la que llegó a la casa para ponérsela.

“Es lo más bonito que te han dicho en mucho tiempo… Lo sé… Te acabarás enamorando y pasará lo que tanto te has empeñado en evitar siempre: te partirá el corazón… ¡Oh! ¡Cállate y déjame disfrutar del momento!”

Caminó lentamente por la habitación hasta el enorme guardarropa. Abrió las puertas y dentro sólo encontró un montón de ropa de caballero que pertenecía a John. La examinó con detenimiento, parecía guardar allí toda la ropa que había tenido… desde que era humano hasta la actualidad. Distraída, acarició la manga de uno de los trajes.

  • ¿Y yo qué? –preguntó al vacío de la habitación- No puedo pasear en camisa y sin ropa interior por toda la casa… -cerró de nuevo la puerta del armario.

Al abrir la puerta que de la habitación, la melodía de un piano llegó a sus oídos. Caminó con cuidado, dirigiéndose hacia dónde parecía provenir: el salón.

Samantha se asomó a la puerta con timidez. Dentro, John se encontraba tocando el piano como el más prodigioso de los artistas. A su lado, sobre la mesa, un precioso vestido oscuro de Chanel, junto con unos zapatos y un bolso a juego.

La joven se acercó en silencio a John, con mucho cuidado de no hacer ruido alguno, y  dejándose llevar por un impulso, acarició los fuertes hombros de John con sus manos, hasta rodearlo con sus brazos y abrazarlo con cariño, sin molestarle mientras tocaba y besándole con suavidad en la nuca.

Con cada gesto de ternura que Samantha le había dedicado, la música que John interpretaba se volvía cada vez  más profunda, como si aquello que tocaba se correspondiera con los actos que ella realizaba.

Sonriéndole maravillada por aquella magistral manera de interpretar, lo liberó de su abrazo, colocándose de pie, junto al piano, observándole con detenimiento mientras tocaba, sin decir nada, sin querer molestarle y romper su concentración, disfrutando de la melodía y de él, por miedo a romper el encanto.

Las manos de John, elegantes y esbeltas, manos de pianista sin duda alguna, se deslizaron por las teclas, comenzando a interpretar “La Habanera”, de la Ópera Carmen, mientras su mirada se clavaba en la de Samantha. Ella lo observó maravillada. No necesitaba mirar para poder tocar como los ángeles… era como si ese piano fuera parte de su cuerpo.

“Es increíble… que maravilla… que manera de interpretar… Y la Habanera… es un genio… ¡Sencillamente perfecto!”

Cuando terminó de interpretar, John se quedó unos segundos en silencio, cerrando con cuidado la tapa del piano.

-Es maravilloso poder oírte tocar –murmuró con orgullo.

John le sonrió.

-Gracias –tocó de manera suave el vestido- Esto es un regalo para ti.

Ella lo miró sorprendida, acercándose al vestido.

  • ¿Un regalo para mí? –lo acarició con suavidad- Es… ¿seda? Es un vestido precioso… mmm y ya veo que conoces bien mi talla…

La cabeza rubia se movió en gesto afirmativo.

-Es para que te lo pongas ahora. Después iremos a visitar a un amigo y podrás comprar todos los vestidos que te gusten. Pero antes, debes aprender a alimentarte tu sola.

  • ¿Alimentarme sola? –dejó en la mesa la rosa y la tarjeta y comenzó a desabrocharse los primeros botones de la camisa.

John se incorporó de la banqueta y caminó hacia ella.

-No debes de depender de mí para esos menesteres… -comenzó a ayudarla a desabrocharse la camisa- Eres preciosa. Magníficamente bella.

Samantha aceptó su ayuda, sin oponer ninguna resistencia.

-No quiero que pase como anoche… no quiero matar de nuevo –le sonrió con timidez- Nunca me he visto magníficamente bella como dices.

-Tienes que matar… ¿Acaso no se mata a un cerdo para que su carne nos alimente? –él le quitó con suavidad la camisa, acariciando sus hombros al hacerlo, dejándola completamente desnuda- ¿O a un pato o una vaca? –le retiró el pelo del rostro- Pues tu ahora te alimentas de personas. Hoy te llevaré a la cárcel, matarás a gente que lo merezca: maltratadores, violadores, asesinos… Será un buen comienzo.

Samantha asintió a sus palabras, observando el vestido con atención.

-Es un vestido muy elegante para ir a la cárcel…

-Debes ser elegante, eso no riñe con tu nueva condición –dicho esto, le lanzó una mirada suplicante- ¿me dejarás hacerte hoy el amor?

Ella le miró fingiendo enojo.

-Siempre he sido elegante… creo… Bueno, menos cuando estaba sola en mi casa, y solía pasear con unos pantalones cortos y una camiseta de hockey vieja –se sonrojó, sonriéndole con cariño, y acarició su rostro con las yemas de sus dedos- creo que ya te dije que no te veía acostumbrado a pedir permiso… Y se me hace raro verte haciéndolo –besó de manera suave pero insistente sus labios.

John la estrechó entre sus brazos, volviendo el beso cada vez más apasionado.

  • ¿Te ha gustado la flor de hoy?

-Ha sido un detalle precioso. Me ha encantado –volvió a besar con pasión los labios de John.

-Deberías… deberías vestirte –la apremió, sin soltarla.

Samantha asintió con suavidad y John se separó de ella con pesadez, como si perder esa proximidad que mantenían fuera lo último que quisiera hacer en su no vida. Sonriéndole con cariño, cogió el vestido de la mesa y le miró divertida.

  • ¿Lo tengo que llevar sin nada de ropa debajo?

John la miró con inocencia pero sonriente, llevándose la mano hacia la cabeza.

-Olvidé eso.

Ella le sonrió.

-No pasa nada… Por una noche, creo que podré superarlo –y comenzó a ponerse el vestido.

La fina seda con la que estaba tejido, se deslizaba por cada curva de su cuerpo, acariciándolo con suavidad.

John la observaba ensimismado hasta que ya no pudo contenerse más, y cuando el vestido se encontraba a medio deslizar, la besó de manera sorpresiva en los labios. Con una pasión tan desbordante que parecía que quisiera incluso morderla y devorarla.

Samantha ahogó una exclamación de sorpresa, comenzando a devolverle el beso mientras el vestido terminaba de adaptarse a su cuerpo.

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, John se separó de ella casi con un suave gruñido. La lucha interior estaba servida. Una parte de él no deseaba separarse de aquella boca cálida nunca, otra sabía que tenía que hacerlo si quería dominar a la bestia interior que le incitaba a saborearla y devorarla hasta sentirse completamente saciado de ella.

La joven alzó su mirada para encontrarse con la de John y varios escalofríos recorrieron su espalda. Aquello ojos azules que desde el primer momento la había hechizado, habían perdido su color natural y en su lugar, dos llamas rojizas brillaban con intensidad.

-Creo que estás muy hermosa –dijo John.

Ella le miró con sorpresa, sonriéndole con timidez.

-Has elegido un vestido precioso, cualquier mujer se vería muy hermosa con él… -le acarició la mejilla con la mano un poco temblorosa- ¿qué le ocurren a tus ojos?

Algo dentro de él se fue relajando, y Samantha lo sintió. Poco a poco sus ojos volvieron a ser igual de azules como el mar. John bajó su mirada hacia sus manos, y después volvió a mirarla a ella.

-Mis ojos… la bestia… -murmuró.

Ella lo miró desconcertada.

  • ¿La bestia?

John le dedicó una mirada cargada de inquietud y miedo.

-Eres capaz de provocar mi bestia interior.

  • ¿Yo? –preguntó sorprendida- Pero si no he hecho nada –le acarició el rostro intentando tranquilizarlo; y después se agachó para coger los zapatos, sentándose en la banqueta del piano para ponérselos.

Antes de que empezara a ponérselos, John la levantó de la banqueta bajo la mirada de sorpresa de la joven. Con cuidado, recostó el torso femenino sobre el piano, subiendo el vestido mientras la acariciaba con su mano, hasta rozar su sexo con ellas.

Samantha ahogó una exclamación de sorpresa.

  • ¿Así es cómo te gusta? –preguntó meloso.

Ella suspiró, mientras su piel se erizaba con las deliciosas sensaciones que John y sus manos estaban provocándole.

-Me gusta que seas tú él que lo haga –murmuró con la voz entrecortada en un arrebato de sinceridad.

John aceleró el ritmo de sus caricias en el centro de su deseo.

  • ¿Quieres más?

Un escalofrío recorrió su espalda cómo respuesta, arqueándose con suavidad, y las piernas le temblaron. Satisfecho con aquella reacción, dejó de acariciarla con sus manos en aquella zona tan íntima, deslizándolas por sus esbeltas piernas mientras se arrodillaba a su lado.

Lo siguiente que Samantha sintió allí, fue la caricia cálida y húmeda de su lengua, rodeándola, acariciando sus aterciopelados pétalos, introduciéndose en ella con suavidad., lamiendo y succionando con dedicación mientras sus piernas no dejaban de acariciar sus piernas.

Los gemidos de Samantha se volvieron cada vez más apasionados, cargados de deseo, y su respiración se iba acelerando.

Con pereza, se separó de ella.

-Suplica más –le susurró incorporándose y mordisqueando con suavidad el lóbulo de su oreja.

Ella se encogió ante las cosquillas y las sensaciones, ladeando el rostro para mirarle con los ojos brillantes por el deseo y la pasión.

John la besó en el cuello, a la espera de su repuesta.

Samantha, que hacía años  se había jurado que nunca volvería a suplicar por nada ni nadie tuvo que faltar a su palabra.

-Por favor… -murmuró.

Él no se hizo de rogar durante mucho más tiempo. Con una rapidez asombrosa, se había deshecho de la prisión de sus pantalones y su ropa interior y se adentró en ella sin compasión, permaneciendo en su interior durante unos instantes. Samantha contuvo la respiración. Aquello rozaba el placer y el dolor, y aún así no quería detenerse.

Suavemente, comenzó a moverse dentro de ella, pero Samantha necesitaba más que todo aquello que parecía estar dispuesto a darle y movió sus caderas acelerando el ritmo de sus envestidas, manteniendo el control.

John se acopló perfectamente a las exigencias de aquel delicioso cuerpo que se movía ante él, y sin previo aviso cogió su delicada mano, recorriéndola con suaves besos hasta que le mordió en la muñeca.

Lejos de dolerle, aquello provocó que todas las hormonas y todo el deseo que Samantha pudiera albergar en su cuerpo se multiplicasen por mil, y murmuró su nombre con pasión.

Con una sonrisa de orgullo masculino, John le ofreció su muñeca para que ella hiciera lo mismo que él. Pero ella acarició su muñeca primero, perfilándola con su lengua, besándola con devoción, para luego morderle con suavidad.

Todo estalló para ambos, en aquella unión perfecta. Con la sangre entremezclándose, colmándolos, llenándolos de placer. Aquello era algo mucho más grande y satisfactorio que el sexo convencional, algo más profundo que “hacer el amor”. Y el placer que sintió Samantha era algo totalmente sobrenatural, bebiendo con suavidad de él mientras su cuerpo se movía con delirante placer ante el ritmo que John le iba marcando.

-Mi Sam… mi dulce Sam… -susurró junto a su oído, apartando su mano y dejando de beber de ella, mientras aceleraba el ritmo de sus embestidas.

Miles de escalofríos recorrieron el cuerpo de la joven al escuchar con cuánto cariño pronunciaba su nombre. John cruzó su brazo por debajo del pecho femenino, abrazándola. Samantha apoyó su espalda contra el pecho de él, arqueándola y echando su cabeza hacia atrás. Le estaba haciendo el amor, pero ella necesitaba sentirlo más allá de sus caricias. La sensación era increíble.

-Como… como puedes hacer que me sienta así –murmuró con la voz entrecortada y cargada de deseo a punto de estallar, mientras los dedos de John jugaban con sus pezones.

Él sonrió con satisfacción al notar como su pequeña estaba perdiendo poco a poco el control. Aceleró el ritmo de sus envestidas.

Todo alrededor de Samantha se paralizó, excepto él y las sensaciones tan maravillosas que le producía. Las oleadas de placer era cada vez más fuertes, y los gemidos de ambos se iban entremezclando en el ambiente. La joven sintió cómo las piernas le empezaban a flaquear hasta que el orgasmo estalló, llevándoselo todo mientras John seguía haciéndole el amor con insistencia.

Poco después, John explotó con ella, llenándola por dentro. Samantha volvió a estremecerse al notarlo. Algo recorrió la cara interior de su  muslo con gran rapidez.

-Mierda –masculló John, saliendo de ella.

Samantha se giró para mirarlo desconcertada.

-¿Qué ocurre?

John tenía la mirada clavada en  sus piernas. Ella bajó sus ojos castaños hasta donde él miraba y se encontró con la entrepierna manchada de sangre. Sintió miedo. ¿Qué ocurría? Nunca le había pasado nada así. John terminó de desnudarla completamente, para evitar que el vestido se ensuciara.

-Será mejor que tomes una ducha.

La cabeza rubia asintió a sus palabras, sin comprender que era lo que ocurría. ¿Por qué sangraba así? ¿La había roto por dentro?

-¿Dónde… dónde puedo darme una ducha? –preguntó, sin atreverse a mirarlo avergonzada-  Tu  también te has manchado –murmuró ella observando que, lo que antes era el inmaculado pantalón de John, se encontraba manchado con su sangre- Me temo que se ha estropeado… la sangre es difícil de limpiar…

-Tengo más. Tú no tienes más vestidos –replicó con sequedad.