V&W (Capítulo 3)
Misterios, secretos y situaciones en las que Samantha deberá usar toda su inteligencia, valía y decisión para salir airosa... e incluso viva.
-Lo siento –murmuró John junto a sus labios, separándose de ella.
Samantha lo miró extrañada, sorprendida y sonrojada.
- ¿Por qué?
-No… no debí hacerlo. Fue un impulso que debí controlar… Es una dama, y yo debo respetarla… Mis mas sinceras disculpas –comienza a marcharse a paso ligero.
La joven lo observó con cara de circunstancia, intentando analizar la situación, sin entender muy bien que estaba sucediendo y las emociones que estaban colapsando su cabeza.
-Espera… -Samantha se apresuró en intentar alcanzarlo- Señor Hardestat… John… -mientras camina hacia él, intenta ponerse el abrigo como puede, resguardándose con él del frío- No se como llamarte… Bueno, si sé como lo haría si estuviéramos en la oficina, por asuntos de trabajo –con un movimiento rápido, se colocó delante de él, cortándole el paso- pero esto no es la oficina. Ni este es un asunto de trabajo… y aún no creo que me hayas faltado al respeto. Y espero que no vuelva a hablarme de usted fuera de la oficina… a parte de que opino que es una lástima que te disculpes por un beso…
“¿Qué haces, Sam? Ese hombre es tu jefe. Vale, es tu atractivo jefe… Tu jefe joven y atractivo que hace un momento te invitaba a su casa y te besaba de manera tan apasionada que te ha sido casi imposible reaccionar… pero, ¿qué haces?”
John se detuvo al verla plantarse delante suya, y clavó como dagas sus ojos azules en los de ella.
-No debí hacerlo. Ser tu jefe no me da permiso para besarte. ¡Si hasta podías denunciarme por eso! –dicho esto, y como si fuera a revelar el mayor secreto que había mantenido un su vida, apartó la vista a un lado para murmurar- Me gustas mucho, Sam.
Una sonrisa cargada de ternura se dibujó en los labios de la joven. ¿De verdad la veía capaz de eso? Puede que Samantha Anne James si lo hiciera, pero a Sam ni se le había ocurrido. Era una de las consecuencias de desconectar de la capa de sofisticación de Samantha. Podía ser ella. Podía reaccionar como quisiera, sin temor a las consecuencias… por muy delicado que fuera el tema.
-No voy a denunciarte por besarme… No se me ocurriría. Como he dicho antes, aquí no eres mi jefe… Mañana cuando vaya a tu despacho, cuando te deje el traje, cuando tenga que recoger mi horario, quizás seas en ese instante mi jefe. Pero ahora no. Solo somos dos personas que se encontraban de copas en uno de los locales de moda de la ciudad, entre las que parece existir una atracción… mutua… -murmuró sonrojándose en las últimas palabras, y después prosiguió:- muertas de frío… Y que van a un sitio donde estén más cómodos para hablar y seguir conociéndose. Después de todo, creo que mañana no tengo que madrugar y puedo permitírmelo…
“Samantha Anne James, te estás metiendo en un lío - la voz de su conciencia volvió a la carga- Este Don Juan te va a partir el corazón. Lo sé… y ahora mismo, me da igual…”
Con una de las sonrisas más encantadoras que Samantha había visto hasta ahora y suma delicadeza, John tomó su mano entre las de él.
-Vayamos en mi coche –suavemente tiró de ella sin dejarla responder, riendo feliz, como un niño al que Santa Claus le ha dejado el regalo soñado por Navidad.
Samantha paseó junto a él tranquilamente, dejándose guiar, hasta que llegaron al lugar donde John había aparcado. Ante ellos, el mismo coche que había llamado su atención en el aparcamiento de W&N , y ahora que lo tenía cerca comprendía muy bien porqué había despertado en ella tanta curiosidad. Era un precioso deportivo de color negro, lo suficientemente sofisticado como para dar a entender que era uno de esos carísimos coches de diseño fabricados por encargo. En la parte delantera, en vez de la típica firma o el símbolo de la casa fabricante, las iniciales de JH y un tigre rodeándolas.
Durante unos instantes, Samantha se quedó atónita contemplándolo.
-Vamos –John apretó la llave del coche y las puertas se abrieron hacia arriba.
Una voz metálica salió de su interior.
//Buenas noches, señor Hardestat//
La joven arqueó la ceja extrañada. Se suponía que el coche se encontraba vacío; es más, esa voz no le había resultado precisamente humana…
-Bonito coche, señor Hardestat… -fue lo único que susurró.
John sonrió divertido antes la cara de desconcierto de Samantha.
-Edén, saluda a Sam –ordenó en un tono cordial.
Automáticamente, la voz volvió a hacerse notar.
//Buenas noches, señor Sam//
John rió de buena gana ante el error.
-Sam es una mujer –se apresuró en corregirle.
//Buenas noches, señorita Sam//
Samantha miró extrañada a su alrededor.
-Pero… ¿y mi coche? Lo he dejado ahí aparcado… -bajó la mirada hacia aquel coche tan extraño y luego volvió a mirar a John- esto… Eh… Buenas noches, Edén –murmuró confundida. Si alguien le hubiera dicho que saludaría a una especie de coche parlante, seguramente se habría reído en su cara. Pero ahora… -Tu… tu coche, ¿habla? ¿Es como la serie esa de los años 80?… El coche fantástico…
-Más o menos –respondió sonriente y buscó con la mirada el coche de la chica- Más tarde mandaré a alguien para que venga por él, si a ti no te importa… -espera impaciente su contestación, manteniendo la puerta de copiloto abierta.
La parda mirada se paseó por el coche en el que había venido, y después en el asiento vació que se encontraba ante ella, y el hombre que galantemente esperaba a que se decidiera, y Sam asintió con una sonrisa.
-Vale, no hay ningún problema… pero aún no me has dicho como tengo que llamarte ahora que no estamos reunidos por asuntos de trabajo…
John cerró con cuidado la puerta del copiloto y con rapidez entró por la parte del piloto, con una sonrisa amable dibujada en sus labios.
-Edén, llévanos a casa –volvió a ordenar.
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John le dedicó una mirada tan intensa a Samantha, que varios escalofríos recorrieron la espalda de la joven.
-Puedes llamarme John.
Samantha sonrió nerviosa. ¿Pero qué le pasaba? Definitivamente su comportamiento estaba siendo cada vez más próximo al de una adolescente.
-Me parece bien, John.
Un segundo más tarde, el coche arrancó de manera automática, empezando a conducir solo, ante la mirada asombrada de Samantha. Aquella estaba siendo la experiencia más impresionante e increíble que estaba viviendo nunca.
-Hoy va a ser una gran noche –la voz masculina de John y su sonrisa, sacaron a Sam de su ensoñación- La mansión Hardestat es muy bonita, y estoy seguro de que te va a encantar.
Ella asintió a sus palabras.
-No lo pongo en duda… Viendo el coche que tienes… Creo que eres el único en el planeta que puede disfrutar de ir en coche, sin necesidad de un chófer ni de andar pendiente de la calle y de la carretera. Supuso que gozabas de una posición privilegiada… pero nunca imaginé que tanto.
John le sonrió y cambió de tema completamente, impidiendo que aquella conversación llegara más allá. Hablar sobre el tema superficial de su posición económica y la amplitud de su cartera, no era precisamente lo que consideraba un buen tema para conocerse mejor.
- ¿Qué música quieres escuchar?
Samantha se sintió de repente mareada, como si todo el cansancio del día acumulado cayera de golpe ante ella. “No, por favor. No puede ser verdad. No puedes quedarte dormida ahora… ¿qué es lo que te ha preguntado? ¡Ah! Si. Ha dicho algo de la música…”
-Mmmm la que prefieras –murmuró somnolienta- o mejor algo movido… Porque con el calor que hace en el coche… me está entrando algo de sueño.
-Edén, pon música Hardcore y Dance.
//Procesando//
La velocidad de reacción de aquel vehículo ante una órden de John era asombrosa. Un segundo más tarde, música al más puro estilo Pont Aeri , escapaba de los altavoces del coche.
- ¿Esto te parece bien? –le preguntó un poco incrédulo. La imagen que tenía de Samantha no pegaba nada con aquel estilo musical.
Samantha rió.
-No es mi estilo, pero me ayudará a mantenerme despierta.
Un cuarto de hora es lo que Edén tardó en llevarlos a su destino. Un cuarto de hora en que ninguno dijo nada más. Quizás por el estruendo de la música, quizás porque ninguno tenía muy claro cómo romper el silencio.
La verja de la mansión se abrió de forma mecánica, y tres minutos más tarde, después de cruza sinuosos jardines en penumbra, llegaron ante el imponente edificio. Era una casa señorial de época y diseño victoriano, y con todos los avances tecnológicos en seguridad. Varias esculturas adornaban la entrada y se repartían por el jardín, e incluso se podía admirar cómo una parte de los setos se encontraban dispuestos cómo si fueran un laberinto. Justo delante de la puerta, una pequeña fuente coronada por la figura de un niño de mármol con un jarro del que caía el agua, precedían a la enorme puerta de color caoba.
Y todo parecía mantenerse inerte, a la espera de su amo.
Samantha no pudo reprimir el suave silbido de asombro mientras bajaba del coche y se encontraba con la imponente visión.
-Si lo que querías era impresionarme, te aseguro que lo has conseguido –cerró la puerta del coche a sus espaldas, con un suave movimiento- Es enorme… y preciosa… Me había mentalizado para esperar una gran mansión, pero esto supera con creces todas mis expectativas, señor Hardes… John.
John sonrió complacido ante las palabras de Samantha, bajando con rapidez del coche y cerrando la puerta, y cruzó con rapidez la distancia que lo separaba de ella, inclinándose sobre su rostro.
- ¿Puedo?
Samantha movió su cabeza en gesto afirmativo, sonriendo con timidez, y sin estar muy segura para qué le pedía permiso. Con una suavidad casi mortuoria, John besó su mejilla con mucho cariño y dedicación; y después la guió hacia el interior de la casa.
A ella le pareció que aquel era el gesto más encantador que nunca antes nadie le había demostrado.
Nada más entrar en le majestuoso recibidor, Samantha comprobó que aquello era tan imponente cómo la fachada. Unas escaleras centrales que se bifurcaban a derecha e izquierda daban acceso al segundo piso; un suelo enmoquetado en terciopelo rojo; un paragüero de diseño del siglo XVIII; un elaborado perchero de madera que parecía datar también de una fecha próxima al del paragüero, sobre el que colgaban varios abrigos y sombreros…
Toda aquella estancia se encontraba decorada con un gusto exquisito, y los acabados victorianos de las paredes y las escayolas parecían capaces de transportar a alguien en el tiempo con cada segundo que de respiración allí.
Samantha lo observaba todo realmente maravillada. Debía de admitir que ni en las mejores películas con mayores oscars por decorados había visto algo parecido. Aquella enorme casa asustaba tanto como fascinaba. El mármol blanco de las escaleras fundiéndose con el rojo del enmoquetado del suelo, y junto con el verde de los paredes creaba un efecto visual que hacía creer que aquella casa era mucho más grande de lo que ya lo era a simple vista.
Desde su posición en la entrada, podía averiguar que en el nexo de unión de las escaleras antes de bifurcarse cada una en una dirección, parecía que se encontraba una puerta de madera y cristal que daba a un balcón, y esa puerta se encontraba franqueada por una armadura medieval. Y por toda la pared, cuadros y retratos de famosos pintores que si bien se les reconocían por la técnica, no era porque las obras fueran las más famosas. Pero aún así, un aire de sobria elegancia cubría todo aquel enorme recibidor, acentuado por la luz tenue que iluminaba las zonas más recónditas de la estancia, coronada majestuosamente por una enorme lámpara de cristal de siglo XVI.
-Bienvenida a mi humilde morada –le dijo, sonriendo con falsa modestia- Pasemos al salón. Allí es dónde se consigue que el ambiente sea el más cálido.
La joven asintió enmudecida durante unos instantes, observándolo todo con atención mientras John la guiaba por el pasillo hacia el salón decorado con espadas, lienzos y tapices medievales, al igual que varios retratos que parecían guardar un cierto parecido con John.
-La verdad… Impresiona mucho –murmuró ella, desabrochándose un par de botones de su abrigo.
-Estos son mis antepasados, y las espadas que consiguieron para conseguir sus feudos y mantener a raya al enemigo –sonríe orgulloso- Yo también poseo la mía, pero en mi caso es más como un símbolo que por otra cosa. Actualmente, en esta época en la que nos ha tocado vivir, una espada solo sirve para eso –sigue caminando, sujetando la mano de Samantha con suavidad.
El salón al que John la llevaba no tenía nada que ver con la estancia que se había imaginado Samantha. Aquella sala era inmensa. Probablemente cupiera más de la mitad de su ático sólo en ella. El suelo de parquet brillaba de manera resplandeciente. Los muebles del más puro estilo victoriano; una elegante y enorme chimenea presidiendo la habitación, decorada por trofeos de caza; una enorme vidriera en la que se guardan figuras muy antiguas y unos ventanales que daban acceso a una inmejorable vista del jardín. Y junto al sofá, en una elaborada mesita de nogal, una pequeña selección de libros de grandes escritores de la literatura universal, como Shakespeare, Dante, Ovidio…
-Voy a poner la calefacción –le dice, guiñándole un ojo y se acerca a la chimenea.
-Es una buena selección de libros –murmura observándola y examinando después la sala- La verdad es que tienes una casa increíble. Es como verte en un enorme castillo… como en los libros… o en una película. - “Muy bien, Sam. Lo estas abrumando seguro. ¿Quieres calmarte un poco? Solo es un hombre… ¡y qué hombre! Y encima es tu jefe… Es un error. ¡Arrrgg, cállate por favor, y déjame tranquila!”- ¿Necesitas ayuda con esa calefacción? –sonríe diverta al verlo trastolear en la chimenea para encenderla.
John negó con la cabeza, y una pequeña llama se prendió.
-No ya está. Puedes sentarte en el sofá, voy a traer algo de bebida, ¿te apetece? –dice, incorporándose y caminando hacia un escondido mueble bar en forma de bola del mundo- Yo tomaré coñac rojo, ¿qué te pongo?
-Mucho… -murmuró en su ensoñación, pero enseguida tuvo consciencia de aquel descuido y sus mejillas se tiñeron de rojo, muy nerviosa. Quitándose su abrigo, se sentó en el sofá, muerta de la vergüenza- Digo… un baylis, si te viene bien… sino… otro coñac.
Él la miró sonriente y volvió su atención al bar.
-Pues un baylis –después de llenar ambas copas, caminó lentamente hacia ella, dejando la copa de Samantha en una mesa a su lado- Voy a cambiarme de ropa –el sonido de un rayo y después el de la lluvia incesante llenó el ambiente- y con el tiempo que hace deberías quedarte aquí y descansar. Mañana ya será otro día –asegura, sentándose a su lado y sonriéndole con complicidad- Se mucho de tu trabajo, pero poco de ti y de tus aficiones. ¿Cómo es la señorita Samantha James cuándo no está con el traje de abogado puesto?
Samantha se sonrojó de manera inmediata.
-Es una buena pregunta… Creo que llevo tanto tiempo creándome una máscara de sofisticación a juego con mi trabajo… que ahora mismo no recuerdo cómo soy realmente –bromea- Pero creo que tu sabes más cosas de mí que yo de ti. ¿Cómo es John Hardestat cuando no está comprando toda una empresa por contar con un abogado más entre los mucho que ya tiene, o supervisando disimuladamente uno de sus locales? –le pregunta con una sonrisa resplandeciente en los labios.
-Creo que para responderte a esa pregunta, deberías de pasar una eternidad a mi lado –rió de manera sarcástica tapándose la boca al ver la cara de sorpresa de Samantha- No me tomes en serio. Solo soy un triste mortal más en un mundo que solo gira para torturarnos día tras día, haciéndonos débiles ante las cosas que no poseemos realmente. Sócrates estaba en lo cierto cuando dijo que es más feliz el que menos conoce.
Samantha lo miró observó con curiosidad.
-Extraña y filosófica respuesta –la joven cogió su copa y bebió un trago largo- Pero teniendo en cuenta que mañana empezaré a trabajar para ti en total exclusividad… creo que ambos vamos a poder tener tiempo para conocernos -le sonríe con timidez- Yo me entero de cómo es John Hardestat… y tú puedes descubrir cómo es realmente Samantha James.
John le devolvió la sonrisa, acariciando la mejilla de la joven con su cálida mano. Samantha se sonrojó.
-Ya no estás tan frío…
-Me gustas mucho, Sam.
El rubor cubrió sus mejillas y una sonrisa nerviosa asomó en sus labios.
-Me sorprende mucho escucharte decirlo… -se sincera.
Él la miró extrañado.
- ¿Por qué? –se retiró un poco de ella.
-No estoy acostumbrada a que me lo digan… y mucho menos que me lo diga alguien como tú, nada más conocerme –le sonrió con dulzura.
John volvió a clavar sus ojos azules en los de ella, de manera intensa.
- ¿Me… me dejas que te de otro beso?
-No creo que tengas que pedirme permiso… Tampoco creo que seas de las personas acostumbradas a pedirlo…
No pudo continuar. La boca de John y después parte de su cuerpo, cayó sobre ella, abalanzándose como si fuera una fiera desesperada por saborear a su víctima. Tras el primer momento de desconcierto, sorpresa y rubor, Samantha comenzó a devolverle el beso con igual pasión.
Las manos de John recorrieron sus costados por encima de la ropa y ella respondió a esas caricias con un suave estremecimiento y liberando sus labios.
-Tengo cosquillas –le susurró con una sonrisa inocente.
John apartó sus manos, deslizándolas por sus caderas hasta llegar al trasero femenino, pegando con suavidad su cuerpo al de ella. La joven le dedicó una mirada de sorpresa, mientras sus manos perfilaban el rostro de John con suavidad. Y como si fuera un joven al que acaban de sorprender con una travesura, las mejillas de John se sonrojaron al toparse con su mirada.
- ¿Ocurre algo? –le preguntó Samantha, sonriéndole con cariño.
-Nada –una sonrisa bobalicona se dibujó en sus labios- Me gusta besarte. No pensé que fuera tan fácil.
Samantha arqueó la ceja, dejando se sonreír y separándose de él.
- ¿Tan fácil?
John la miró sorprendido y de manera inocente.
- ¿Dije algo malo?
Ella lo miró confundida.
-No lo sé –murmuró mirando su reloj de reojo- creo que… será mejor que me marche –comenzó a levantarse del sofá.
Él la miró preocupado.
-Llueve mucho –un relámpago iluminó la estancia- quédate esta noche aquí, por favor.
Samantha dirigió su mirada hacia la ventana dónde vio la lluvia inclemente en el exterior, y después volvió a mirar a John.
- ¿Qué has querido decir con que ha sido muy fácil?
-Por que siempre he pensado que me abofetearías la primera vez que te besara.
Ello lo miró con incredulidad.
-Me has besado a la salida de tu club, y no lo hice. ¿Por qué debía de haberlo hecho ahora?
John suspiró pacientemente.
-Solo era un comentario. No entiendo porqué te pones así.
Un nuevo relámpago seguido por un trueno ensordecedor rasgó el cielo de nuevo. Samantha dio un respingo ante el estruendo.
-No lo se yo tampoco… -murmuró confundida- lo siento.
John se levantó, abrazándola con suavidad al notar cómo se había sobresaltado.
- ¿Te encuentras bien?
La cabeza castaña se movió en gesto afirmativo.
-Si… es solo… la tormenta… odio las tormentas…
John asintió sin mucho convencimiento, acercándose al teléfono.
-Mandaré que preparen una habitación para ti.
Samantha intentó detenerlo.
-No quiero causarte molestias…
Él le sonrió de manera tranquila y confiada.
-No me causarás ninguna molestia –respondió, marcando uno de los números de teléfono interior de la casa. Pocos segundos después, alguien respondió- Buenas noches, Françine. Prepara la habitación de invitados, por favor –a su espalda, Samantha le observaba sin perder detalle, mientras intentaba borrar las arrugas imaginarias de su camisa- Si, esa –silencio- Muchas gracias, Françine. -después de colgar, se giró sonriente hacia ella- Ya está todo listo. Françine se encargará de todo.
Ella asintió con timidez, dejando de pelearse con la camisa.
-No tenías porqué molestarte.
John la ignoró. Lo último que le apetecía era discutir con ella sobre lo que consideraba una molestia y lo que no.
-Te dejaré una camisa vieja para que puedas dormir, así no se estropeará tu ropa. Acompáñame.
John guió a Samantha en silencio hacia las escaleras y de ahí a la segunda planta. Un pasillo enorme de macizas puertas y hermosas obras de arte rodeaban apareció ante ellos. Él se detuvo en una de las puertas y entró. El dormitorio era elegante, sobrio y muy masculino. De tonos oscuros.
Caminaron hacia el guardarropa, donde había un enorme armario, y de éste John sacó una camisa, de lo que parecía seda, y se la tendió a Samantha.
-Es un poco vieja, pero por esta noche te valdrá.
Samantha se apresuró en cogerla.
-Si, gracias… Esta camisa está bien –sus dedos acariciaron la mano de John al coger la camisa.
Él le sonrió con ternura.
-Ven, te llevaré a tu habitación.
Con igual de ceremonia, John acompañó a Samantha a la habitación de invitados. Mantenía el mismo tono de sobriedad y elegancia, pero sus colores eran más tenues, resaltando el blanco y colores tostados.
-Espero que todo sea de tu agrado. Esperaré mientras te cambias.
Ella se giró para mirarle sorprendida.
- ¿En dónde esperaras?
-En el pasillo, como buen caballero –bromeó, saliendo y cerrando la puerta tras él.
Samantha se aproximó con rapidez a la cama, quitándose la ropa y doblándola con cuidado en un rincón. Después se puso la camisa de John sobre su ropa interior. Le quedaba demasiado larga, y le cubría la mitad del muslo. De manera eficaz se abrochó la camisa, y dejó los zapatos en un rincón en el suelo.
Un minuto más tarde la puerta de la habitación volvió a abrirse para John, quién esperaba pacientemente a que ella terminara. Y la visión que tuvo lo dejó pasmado ante unos segundos. Ante él veía a una Samantha diferente, pero radiante a pesar de la indumentaria. Con los cabellos que caían desordenados sobre sus hombros hasta la mitad de sus senos, sonriendo con timidez, y las esbeltas piernas desnudas, desprovistas de la protección de aquellos elegantes pantalones que había llevado toda la noche. Hizo ademán de tragar saliva, sin perder detalle de ninguno de sus rasgos, intentando inmortalizar aquel momento en su memoria para siempre.
-Espero no haberte hecho esperar mucho…
John no respondió, simplemente se aproximó a ella, tomándola entre sus brazos y besándola con pasión sin dejarla terminar la frase. Samantha rodeó con sus brazos el cuello de John, mientras él se movía por la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas con la ayuda de su pie derecho, hasta llevarla a la cama.
La respiración de la joven se fue agitando casi tanto como su corazón con cada profundidad de aquel beso. Parecía que le latía a mil por hora. John la tumbó con cuidado sobre la cama, tumbándose a su lado sin querer dejar de besarla.
Samantha consiguió controlar la situación durante unos segundos, separando sus labios de los de él.
-Es la primera vez que acabo en casa de alguien a quien conozco desde hace unas horas… y más si ese alguien va a ser mi jefe… No quiero que pienses que soy… -murmuró sonrojándose.
John negó con la cabeza.
-No pensaré nada –siguió besándola como devoción delicadeza.
Un nuevo gemido escapó de su garganta, y sus manos comenzaron a deslizarse por el pecho de John, acariciándolo por encima de la fina camisa, mientras él empezaba a desabrochar los botones de la suya.
Un nuevo atisbo de sensatez iluminó la mente de Samantha.
-No… no deberíamos –murmuró, tirando de la camisa de él para sacarla del pantalón y pudiendo así acariciar su piel con las suaves yemas de sus dedos- No… no soy persona –gime con suavidad al notar como los labios de John van descendiendo hacia su cuello- de ligues de una noche… nos traerá problemas.. –susurró con la respiración entrecortada por la excitación que aumentaba en ella de manera sobrenatural mientras aquella cálida boca seguía recorriendo su delicado cuello.
Era como si su cuerpo y su mente reaccionaran ante el efecto de veinte mil afrodisíacos tomados antes de hacer el amor.
La espalda femenina se arqueó, retorciéndose de placer, mientras las manos de Samantha recorrían el abdomen de John.
De repente todo se volvió borroso, y la joven sintió que sus fuerzas se escapan por algún sitio. ¿Es que estaba volviendo a quedarse dormida? Un poco asustada intentó oponer una débil resistencia, pero la oscuridad se cernía ante sus ojos, a pesar de que sabía que los tenía abiertos.
Intentó hablar, pero su garganta no emitió más que un suave sonido gutural.
-Ahora escúchame, mi vida –la voz serena, viril y sensual de John alcanzó sus oídos y su cuerpo y su mente reaccionaron a ella como si fuera un imán- Quiero pasar la eternidad junto a ti, ¿tú también quieres?