V&W (Capítulo 2)

Misterios, secretos y situaciones en las que Samantha deberá usar toda su inteligencia, valía y decisión para salir airosa... e incluso viva.

Veinte minutos tardó Samantha en llegar al

American Idol

. Y seguramente habían sido los veinte minutos más largos de su vida. Odiaba no causar una buena impresión, y aquello era una prueba de fuego con su nuevo jefe.

Esperando lo más paciente que podía en la cola de entrada al local, miraba su reloj y le parecía que este avanzaba mucho más rápido de lo que ella podía moverse ahí. No, no se lo estaba pareciendo. Era un hecho.

El enorme gorila que tenían puesto como seguridad en la entrada, la franqueaba de tal manera que no había posibilidad ni de pasar, ni de colarse.

Diez minutos más tarde, diez minutos que para Sam fueron una eternidad, por fin había llegado su turno.

-Esta lleno. Tienes que esperar a que salga alguien.

Samantha miró con incredulidad a aquel tipo. No podía hablar enserio…

“Cálmate, Sam… Cálmate.”

-Perdone, pero el señor Hardestat me está esperando…

El enorme hombre le lanzó una mirada de desprecio. Todas las noches venía una así. Conozco al señor Hardestat…. El señor Hardestat me espera… siempre así…Una tras otra. No podía negar que el jefe tenía un imán asombroso con el género femenino.

-Está lleno. Y todo el mundo conoce al señor Hardestat –respondió en un tono que le dio a entender que ella solo era una estúpida más.

Samantha suspiró.

“¿Qué todo el mundo conoce a Hardestat? Pues debo ser la única en esta ciudad, en este país, en este mundo… que nunca había escuchado nada él hasta esta misma noche”

-Mire, soy Samantha James, su abogado… Así que si es tan amable… ¿le importaría dejarme entrar y hacer su trabajo, para así poder hacer yo el mío?

El hombre miró con cara de pocos amigos a la mujer. Las había insistentes, pero había algo en esa chica… una especie de soberbia escondida por la que le entraban ganas de darle un escarmiento. Aún así, optó por hacerse el sueco y ser cordialmente correcto.

-Disculpe señorita James, pero usted tiene que esperar como todo el mundo.

Samantha le lanzó una llamada fulminante al hombre.

-Créame… si el señor Hardestat se enfada porque llegue tarde… Usted va a pagar las consecuencias.

El tipo se estiró, mostrando una total indiferencia a lo que ella pudiera decirle.

Samantha miró de nuevo su reloj.

“Nota mental, Sam: el próximo día…si no vas con él, pídele que te apunte en la lista de vips. Porque los sitios estos siempre tienen listas así”.

Veinte minutos más tuvo que esperar hasta ver que alguien salía. Veinte minutos de empujones, fríos, miradas de odio eterno a aquel mastodonte… Y cuando vio que aquella puerta se abría, fue como si el mismo cielo se abriese para ella.

-Por fin –suspiró, haciendo el ademán para encaminarse hacia la entrada.

Pero el guarda de seguridad sonrió, y sin dudarlo ni un instante, señaló a una exótica y sensual jovencita, de un vestido tan escueto como el de un piny.pon.

  • ¡Usted! Puede entrar –le hizo un gesto a la joven para que pasara ante una asombrada Samantha.

  • ¿Qué? No puede estar hablando enserio. Ella acaba de llegar y yo llevo aquí desde… ni se sabe cuánto.

La escultural Barbie sonrió de manera triunfal, con una mirada de superioridad en el rostro. Y antes de que cualquiera pudiera reaccionar, ésta había pegado su cuerpo al de aquel tipo, besándolo con lujuria en los labios, mientras éste deslizaba su mano por debajo de su minúscula falda cinturón.

-Muchas gracias, cariño –y sin más entró en el local.

Samantha suspiró exasperada.

“Lo que me faltaba por ver… dios… la gente hace cualquier cosa por entrar en un sitio de estos”.

Mira… oye… no entiendo porqué estos sitios están tan de moda… ni porque la gente se somete a estas colas y magreos incesantes… sólo por poder pasar; pero realmente yo no me muero por pasar dentro. Sólo necesito hablar con el señor Hardestat. Y si no quieres dejarme entrar, ¿por qué no nos haces un favor a ambos? Avisa al señor Hardestat, y así yo dejo de molestarte… y te aseguras el poder seguir magreando a todas las chicas que quieras.

El hombre miró molestó a Samantha. Aquella muchacha por muy bien vestida que fuera, no era mejor que las fulanitas niñas de papá que solían venir en busca de emociones fuertes y ligues fáciles.

-Está lleno, y no sé dónde está Hardestat. Deberá esperar aquí o marcharse. No tiene más opciones.

Samantha miró desafiante a aquel hombre. ¿Qué no había más opciones? ¡Claro que las había! Siempre las había. Era algo que había descubierto desde que era bien niña. Sin pensárselo dos veces se giró sobre sus talones, dándole la espalda. En un rápido movimiento desabrochó su abrigo y varios botones del escote de su camisa, dejando entrever el vaporoso y elaborado corpiño de encaje negro. Después se llevó la mano al caballo, deshaciéndose aquel recogido que le había llevado su tiempo hacer, dejando caer sus cabellos. Volvió a girarse y moviendo su cabeza con suavidad, dejando que su pelo se coloque como él prefiera. Era algo que siempre había hecho.

Con paso seguro y provocativo, caminó hacia aquel odioso hombre que se interponía entre ella y su objetivo final, moviendo las caderas de manera insinuante. Cuando estuvo completamente frente a él, deslizó su mano por el fornido pecho, acariciándolo a través de la camisa con el filo de su uña, bajando hasta su abdomen, sintiendo como él contiene la respiración… Y cuando menos se lo espera, la mano de Samantha se desliza por su entre pierna, cerrándose sobre su paquete con fuerza.

-Esto ya no es una petición cordial. O entro… -la joven le sonríe con cierta malicia, girando su muñeca unos treinta grados- o tu

“princesa Dorita”

no volverá a ser la misma, ni se animará al ver a una de las frescas cómo la de antes… Y ni se te ocurra tocarme, porque las demandas que caerán sobre tu persona te pesarán tanto, que tendrás que prostituir a tus hijos, y a los hijos de tus hijos para poder hacerles frente…

La mirada castaña de la joven no transmitía ninguna emoción. Simplemente absoluta frialdad. Volvió a cerrar con más fuerza su mano hasta que el guarda cayó de rodillas ante ella.

Samantha James entró con una sonrisa triunfal en el local, caminando con paso decidido. Paseó su mirada por el local buscando a su jefe. La luz del incesante flash y los cuerpos agitándose, algunos de manera más rítmica que otros, le dificultaron un poco la búsqueda, pero finalmente encontró a John en un lugar apartado, charlando tranquilamente con un enorme hombre de aspecto latino y con más pintas de asesino que de sofisticado hombre de negocios, y una elegante y hermosa mujer que fumaba tabaco con una boquilla larga.

Como si John presintiera que ella estaba cerca del lugar, la buscó con la mirada y sonrió al verla llegar, levantándose para recibirla y presentársela al resto del grupo.

-Hola James, te voy a presentar a unos amigos. Ella es Chantall Blunt y él es Hugo Cortés.

Samantha sonrió de manera cordial, quitándose su abrigo para dejarlo en un rincón.

-Encantada de conocerles –después miró a John- siento el retraso, pero el caballero de la entrada no me dejaba pasar…

John la miró extrañado.

  • ¿No le enseñaste la tarjeta que te di?

El rostro de Samantha palideció.

-Uh… la tarjeta… esto… la olvidé… y creo que no me volverá a dejar entrar durante una… una buena temporada.

Una carcajada escapó de la garganta de John, mientras le señalaba con discreción que se sentara a su lado en el sofá, haciéndole hueco.

-Eddie se toma demasiado en serio su trabajo. ¿Qué le hiciste?

Samantha suspiró sentándose a su lado con timidez.

-A él nada… a su princesa Dorita… tuvimos una toma de contacto.

  • ¿Su princesa…? –la cara de circunstancia de John era todo un poema, a Samantha le decía algo como

“Estás loca. ¿De qué demonios estás hablando?”

La pareja amiga de John estalló en carcajadas.

-Dale, Hardi… tu chica le agarró el paquete y le dijo “sopla” –intervino Cortés entre carcajadas.

Samantha sentía cómo el rubor cubría todo su rostro.

“Menos mal que estamos a oscuras… creo que en mi vida he pasado tanta vergüenza como ahora. Te dije que te controlaras… Si, se que el tipo se lo merecía, pero no tenías que haber llegado a ese extremo… y lo que es peor, no tenías que habérselo contado nunca a John y sus amigos. ¿En qué diablos estás pensando? Tienes una imagen que mantener”

.

A diferencia de sus amigos, John volvía a estar serio.

-Bueno, James es mi nueva abogado personal. Hace una hora y poco que ha firmado el contrato.

La mirada oscura de Cortés repasó a Samantha de arriba abajo, deteniéndose de manera descarada en su escote.

-Hermano, siempre las escoges hermosas, ¡yay!

-No se de que me hablas –respondió John riendo divertido por el comentario, mientras Samantha intentaba abrocharse un par de botones de manera discreta.

Chantall sonrió de manera provocativa al verla.

-Mira, la hiciste sonrojar hasta el punto de volverse más recatada.

John suspiró mirando con severidad a sus amigos.

-Venga, dejadla. No merece vuestros continuos ataques –clavó su mirada azul en el rostro delicado de su joven abogado- No se lo tengas en cuenta, solo bromean.

Samantha miró de manera condescendiente a John.

-Da igual, no… no te preocupes…

-Perdona querida, no pretendía que te sintieras incómoda –intervino Chantall, dedicándole una sonrisa cariñosa.

Cortes volvió a lanzar una mirada lasciva a Samantha.

-Si quieres sentirte cómoda, “mamasita”, siéntate acá…

-Estoy muy bien aquí, gracias –sonrió divertida con la proposición.

John le lanzó una mirada de severidad y callada posesión a su amigo.

-Cortessssssssss –solo dijo eso, pero todos percataron que se trataba de una advertencia lo que se disimulaba en su voz. Hasta un sordo se habría dado cuenta de ello.

Samantha se apresuró en mirar a su jefe. Lo último que quería era crear más conflictos. Con todos lo que ya había tenido, eran bastantes por una noche.

-No te preocupes de verdad –le sonrió de manera serena- no me ha incomodado nada.

Con un gesto disimulado de la mano, John indicó a unas camareras del local que se acercara a la mesa.

  • ¿Desea algo, señor Hardestat?

John negó con la cabeza.

-Aun tengo mi copa, Lucy. Pero a lo mejor James si quiere algo para beber.

Samantha asintió.

-Un

Bloddy Mary

¸ por favor. -con un suave asentimiento de cabeza, la camarera desapareció de la mesa tan rápido cómo había llegado, en busca de la bebida.

John suspiró. Presenciaba lo que vendría a ser un silencio tenso. Y él odiaba esa clase de silencios. Incómodos, vacíos… mejor conseguir que Cortés dijera unas palabras antes de que la cosa empeorara.

-Bueno, Cortés, me enteré que hace poco volviste a tu tierra… Cuéntanos, ¿cómo es México?

Cortés miró extrañado a John, pero su respuesta fue de lo más escueta.

-Seco.

-Seco –repitió John.

-Si, seco.

John asintió.

-Vale, seco.

Cortés suspiró exasperado. Odiaba cuando Hardestat se ponía en ese plan.

  • ¿Por qué tienes que tener siempre la última palabra?

John lo miró con sorpresa.

-Pero si solo he dicho “seco”, Hugo.

-Otra vez lo hiciste –masculló molesto.

Samantha arqueó la ceja, observando con una mirada curiosa y divertida la escena. No entendía muy bien que sucedía entre aquellos dos hombres…

-Hugo, cariño, no seas estúpido. Solo dijo “seco” –la voz femenina y sensual de Chantall atrajo toda la atención del mexicano.

Cortés le lanzó una mirada fulminante.

  • ¿Te estás riendo de mi país?

-A mi me importa un bledo los drogatas de tu país de mierda –replicó con suavidad y parsimonia.

Pero Cortés no era tan tranquilo como Chantall. En un arrebato se levantó de su sitio, dando un golpe en la mesa. Samantha se encogió, temiendo que la situación fuera a llegar a más. En cambio, Chantall seguía igual, con una sonrisa divertida en los labios.

  • ¿Ya vas a montar una de tus escenitas?

John se acercó más a Samantha en el sofá, al notar la encogida que ella había dado.

-Shhh tranquila, con ellos nunca llega la sangre al río. Aquí viene lo divertido –le guiñó el ojo.

Samantha le miró no muy convencida. Si Cortés decidiera hacer cualquier locura, se iban a necesitar muchos hombres para reducirlo. O al menos, esa era la impresión que le daba a ella.

Pero Chantall seguía en su posición segura y altanera. Con una sonrisa inocente y una mirada cargada de lujuria, siguió a Cortés.

  • ¿A mami le vas a hacer pupa?

En una fracción de segundo y con aquel simple comentario, toda aquella explosión de carácter y agresividad, toda aquella violencia del momento en el rostro de Hugo Cortés fue reemplazado por la cara del hombre más enamorado del mundo. Sin dejar de sonreírle de manera cariñosa, volvió a sentarse a su lado, abrazando a Chantall por la cintura y besándola con suavidad en el cuello.

Samantha sonrió observando la escena, y una voz en su cabecita volvió a susurrarle lo mucho que hacía que nadie la abrazaba y besaba así. Intentó sacudirse su sombrío estado de ánimo. Aquel no era el momento ni el lugar para empezar a reprocharse porqué todas sus relaciones habían acabado mal.

-Que bonito es el amor –susurró.

John rió con suavidad, echándole el brazo por encima de los hombros y pegándola más a él.

-Si, es cierto –respondió, clavando sus ojos azules intensos en su mirada marrón.

Samantha no pudo más que sonreír nerviosa y sentirse estúpida por parecer seguramente una colegiala.

-Cuando existe… -fue lo único que atinó a responder.

John la volvió a mirar con aquella expresión seria con la que parecía querer meterse en su cabeza, robarle sus ideas, capturar sus pensamientos…

-Yo hace mucho que no siento eso.

-Ah, ¿tu también?

-Si te digo que hace por lo menos 100 años que no me siento querido y que no me he enamorado de alguien… ¿qué pensarías?

Samantha lo miró sorprendida en un primer instante.

  • ¿Cómo? Y… ¿quién es tu cirujano?

John rió divertido con su respuesta.

-Soy un exagerado.

-Y ahora era cuando yo te hacia un halago sobre lo bien que te conservas…

John rió de buena gana, mirándola divertido.

-Se puede decir que no es solo por tu trabajo por lo que te he escogido.

  • ¿Ah, no? –preguntó la joven extrañada y sorprendida.

Él negó con la cabeza.

-La verdad es que me pareces una mujer muy atractiva.

El rubor volvió a acudir a las mejillas de Samantha.

-Creo que eres de los pocos a los que les pareceré así… -sonrió con timidez- pero no hace falta que seas cumplido.

John se inclinó sobre su oído sin dejar de sonreír de manera encantadora, y Samantha sintió cómo todo su cuerpo se ponía en alerta.

-Cuando has venido tan seductora hace unos instantes, me has matado –se alejó de ella nuevamente para sonreírle de manera provocativa.

Y una vez más, Samantha volvió a sentirse cómo una adolescente estúpida, novata en los asuntos de la seducción y completamente… ¿intimidada? ¿Fascinada? ¿Impresionada? Una sonrisa nerviosa y mal disimulada se dibujó en sus labios, mientras John bebía de manera tranquila de su copa., sin apartar la mirada de ella.

Dios, necesito un trago. No me lo puedo creer… ¿Dónde está esa camarera?”

Tras medio minuto de incómodo silencio entre ambos, la camarera volvió a aparecer con la bebida de Samantha y ella suspiró con alivio. Aunque fue él quién lo rompió.

-Pero, entiendo que no quieras nada con tu jefe, James – dijo, dejando su copa de nuevo en la mesa.

Samantha lo miró sorprendida.

-Si, claro… en las relaciones laborales es en lo que estaba yo pensando ahora… -y sin más bebió un sorbo rápido y largo de su bebida.

Un nuevo silencio se apoderó del ambiente durante unos segundos, y Samantha bajó su mirada hacia la copa que sostenía entre sus manos, sin saber muy bien que decir.

-Vivo solo, ¿te apetece ver mi casa?

-Yo también vivo sola… aunque no sé porqué me da la impresión de que mi casa no llegará a ser la tercera parte de la tuya.

Tan sorprendida estaba ella misma con su respuesta que bebió un trago algo más largo de su Bloddy Mary, buscando en ese gesto el valor que había tenido para responder algo así a su propuesta.

Pero el trago había sido demasiado rápido, demasiado largo… y su estómago se encontraba más que vacío y el mareo como consecuencia de ello fue algo inevitable. La copa tembló en sus manos, su cabeza dio pequeñas vueltas… y John estaba allí para darse cuenta y sujetarla con firmeza y gesto protector por los hombros.

  • ¿Te encuentras bien?

Ella asintió.

-Si, tranquilo… es solo que no debía haber bebido tan rápido, pero hace calor… – decir que hacía calor era mejor que admitir que su jefe la estaba poniendo realmente nerviosa… ¿Por qué ese calor que sentía era debido a los nervios?

-Pues yo creo que estoy enfermo porque tengo un frío negro –dicho esto, John tomó la mano de Samantha entre las de él, y realmente estaban heladas.

-Vaya… pues sí,… demasiado frías. Antes en el despacho las mías eran las que estaban así… y las tuyas estaban tan calentitas…

Muy bien Sam, eres tan elocuente… ahora pensará que eres definitivamente estúpida”.

Pero para su propia sorpresa, John le sonreía de manera encantadora. Y ella, le devolvió la sonrisa. Poco a poco, él se fue acercando, hasta casi rozar sus labios para hablarle.

-Me muero por besar tus labios desde la primera vez que te vi en una fotografía.

Samantha dudó durante unos instantes si aquello sucedía realmente o sólo era producto de su imaginación. A lo mejor realmente seguía en el despacho de Oxford, despacho que ahora sería de John, y entonces su imaginación había volado mucho más rápido de lo que lo había hecho antes… y no había podido detenerla… Aunque también puede que fuera una broma de su nuevo jefe… o que realmente dijera la verdad y… lo miró extrañada. Hacía años que no se había vuelto a hacer una foto…

  • ¿Has dicho que viste una fotografía mía? ¿Dónde? Yo nunca doy las ruedas de prensa cuando hay que darlas… y no permito que nadie me fotografíe…

Con una sonrisa de picardía, John sacó del bolsillo interior de su chaqueta una foto de carnet de Samantha. Ella lo miró sorprendida.

-Pero… ¿De dónde la has sacado? Es una foto horrible… –ignorando sus palabras, John volvió a guardar la foto en el mismo lugar de dónde la había sacado- Oh, por el amor de dios… No te la guardes. Si se merece la quema –bromea- es una de las peores fotos mías que he visto nunca… y te aseguro que mi madre tiene varias que deberían de estar prohibidas…

John le lanzó una mirada provocativa.

-Ven a mi casa y nos hacemos las fotos que quieras.

Samantha no podía creer lo que le estaba pasando aquella noche, lo que aquel hombre increíblemente atractivo le estaba diciendo tan cerca de sus labios que la hacía temblar de la cabeza a los pies sólo con el roce de su aliento.

“Tienes que hacer algo… tienes que decir algo antes de que toda esta situación se desborde… antes de que pierdas el control”

.

Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía, se separó unos centímetros de aquellos labios y aquel hombre que tan poco indiferente le resultaba.

-No soy especialmente fotogénica…

-Tranquila, no voy a obligarte. Solo soy tu jefe, y tú no eres mi esclava.

John había visto la duda en su mirada, e inmediatamente supo que aquel no era un buen camino, con un gesto cariñoso y cordial, la besó en la mejilla. Sus labios estaban casi tan fríos como sus manos.

-Gracias por lo del traje.

-No creo que me hayas tratado en ningún momento como tu esclava. Además –había llegado el momento de quitarle hierro al asunto e intentar recuperar el control sobre sí misma- creo que tampoco te dejaría. Dicen que tengo mucho carácter… Me extraña que Henry no te haya hablado de eso… -no supo por qué, pero en aquel instante se sorprendió a sí misma sonriendo con ternura por haberle besado en la mejilla, y por el mismo impulso, le estaba acariciando la mejilla con las yemas de sus dedos- Estas helado… -su mirada ascendió de manera inconsciente hacia los ojos azules de John, para volver a posarse nuevamente en los labios de él- No… No tienes que darme las gracias por el traje. Aún no lo he dejado en el despacho y no estoy muy segura de si lo elegiré bien. No acostumbro a comprar ropa masculina… ni tampoco conozco la talla que usas…

Como si quemara aquel frío contacto, Samantha intentó apartar la mano de su rostro, sonrojándose, pero John fue mucho más rápido, tomando su mano entre las de él.

-Creo que aquí no llega bien la calefacción, voy a tener que enviar a alguien para que la revise, porque estoy muerto de frío. En cuanto a mi traje, estoy seguro de que lo harás bien… Además –una sonrisa de perversa provocación asomó a sus labios- viendo como vistes por dentro y por fuera… se que tienes buen gusto. Tenemos dos opciones, James… porque tengo realmente frío: quedarnos aquí y que tú me abraces para darme calor… o irnos a mi casa dónde la calefacción si funciona correctamente.

Samantha asintió a sus palabras, y los escalofríos comenzaron a recorrer su cuerpo, sintiendo aquel insondable frío que calaba hasta los huesos.

-Creo que si. Tienes que hacer algo con esa calefacción. Empiezo a tener frío –murmura, cogiendo su abrigo- si nos quedamos aquí vamos a terminar helados y enfermando –se levanta de su sitio y lo mira, sin liberar su mano.

John se levantó con rapidez, e hizo un ademán para despedirse de sus amigos, pero aquella pareja había encontrado una manera más eficaz de combatir el frío y se encontraban sumergidos en un apasionado beso. Con una sonrisa divertida, miró a Samantha.

-Creo que estos dos ya no necesitan calefacción –y sin más, tiró de la mano por la que sujetaba a Samantha para sacarla del local por la puerta de atrás.

Lo primero que notó Samantha nada más salir de aquel lugar, fue la humedad el ambiente, el vapor de una alcantarilla… y una de las manos de John acariciando su rostro hasta la base de su garganta y cómo la otra apretaba su cuerpo contra el de él. Se apoderó de su boca y saltó con ella sus cinco sentidos… Invadiéndola con su lengua… Haciéndola temblar de deseo.