Vulgar Vulgaris (1)
La serie "Historias vulgares" continúa. Esta vez, Alfredo se encuentra casualmente con Rebeca y la invita a cenar...
Después de la fiestecita en aquel hotel nos separamos con la promesa de volver a repetirlo, pero nunca coincidíamos y la cosa se enfrió. Unas semanas más tarde me encontré casualmente con Rebeca en unas galerías comerciales. La saludé con un beso en los labios y ella se alegró mucho de verme. Mi polla también se alegró mucho de verla a ella. Le cogí de la cintura y la invité a cenar a un hotel. Alquilé una habitación, mandé dejar sus compras allí y entramos al comedor.
Allí hablamos un poco de todo, sobre todo de sexo: gustos, preferencias, límites, experiencias… La cosa se calentaba, especialmente cuando el vino dio paso a los licores. Ella llevaba un vestido con mucho escote, sin sostén, como siempre; las tetitas de Rebeca eran pequeñas y a ella le gustaba sentir el roce de los pezones en la tela. Su vestido acababa un palmo por encima de las rodillas, ideal para meterle mano si se daba el caso. Salimos de allí y fuimos a un local de copas más íntimo.
Allí nos acoplamos en un rincón oscuro de la barra y ella pidió una bebida que tenía una cereza flotando en el licor; ella la atrapó entre sus uñas, la pinchó con un palillo y se dedicó a chuparla muy lentamente, dándole vueltas entre sus labios y pasándole la lengua alrededor sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando acabó de chuparla me la puso en mis labios para que yo hiciese lo mismo. Así lo hice. Cuando terminé de chuparla me saqué la cereza de la boca, metí mi mano bajo su falda y le introduje la cereza en el coño, empujándola con un dedo.
Ella pidió otra copa y dejó que la cereza se empapase de sus jugos allí dentro metida. La bebida se me estaba subiendo y yo me acercaba a ella y la sobaba cada vez con menos disimulo. Ella también me metía mano de forma descarada. Yo le ponía un dedo en el escote y tiraba de él, echándole un vistazo a sus pezones rojos y tiesos. Ella me metía mano entre los muslos y me acariciaba el bulto de la polla y los huevos.
Todo el rato estábamos diciéndonos cochinadas, guarradas y fantasías al oído. Yo le decía que me iba a correr en su culo, que le iba a chupar el esperma del ojete y que se lo iba a escupir en la cara; ella me contestaba diciendo que me iba a reventar el culo con los dedos mientras me chupaba la polla y se meaba en mi boca. Y así todo el tiempo.
Al rato me dijo que tenía que ir al baño y yo fui con ella. Se apoyó en el lavabo, se levantó las faldas y yo le aparté las bragas a un lado. Tenía el coño depilado totalmente, como a ella le gustaba. Me puse a comerle el coño buscando la cereza con la lengua, chupando y aspirando; en pocos segundos ya tenía la cara empapada de jugos. Ella se tiraba del coño hacia arriba y el clítoris se le salía de la capucha, muy colorado y duro, recubierto de líquido brillante. Yo lo chupaba y lo lamia de vez en cuando. A veces notaba la cereza en la punta de la lengua, entonces metía un dedo en la vagina y empujaba a la pequeña fruta más adentro.
Rebeca se retorcía los pezones con una mano y con la otra me acariciaba la cabeza, gimiendo de placer con la comida de raja que le estaba haciendo. Yo quería que se corriera pronto, así que le metí un dedo en el culo y dos en el coño, follándole los dos agujeros a la vez muy rápido y sin dejar de lamerle el clítoris. Su raja pelada era una cascada y antes de venirse yo ya tenía los puños de la camisa empapados. Yo sabia que Rebeca lanzaba unos grititos muy cachondos cuando se corría, así que cuando noté que ella se venía me puse en pie y le besé con la boca abierta, ahogando sus grititos con mi lengua.
Yo tenía puesta una mano entre sus muslos cuando se corrió y la cereza cayó entre mis dedos cuando salió expulsada de la vagina. La pequeña pelotita roja estaba resbaladiza, recubierta de mucosidad vaginal. Se la puse en la boca a Rebeca y nos besamos, intercambiándonos la fruta de boca en boca hasta que uno de nosotros se la tragó. Luego ella se quitó las bragas, me las dio, y se puso a mear en la taza delante de mí, mirándome a la cara mientras se abría el coño con dos dedos. Me entraron unas ganas horribles de follármela.
Cuando terminó de mear me pidió papel para limpiarse, pero en lugar de eso me acerqué y le limpié el coño con sus bragas. Me las guardé en un bolsillo y volvimos a la barra. Pedimos más bebida. Yo estaba salidísimo y con muchas ganas, pero me las aguanté. Tenía mucha hambre de Rebeca y quería tomármelo con calma.
Rebeca se puso bastante besucona. Me metía la lengua hasta la campanilla, echándome muchas babas y salivas que yo tragaba encantado. Me mordía la lengua hasta casi sangrar y me chupaba el labio inferior con energía, aspirando muy fuerte y dándole pequeños mordiscos. Una de sus manos estaba constantemente entre mis piernas y sus dedos, largos y delgados, hacían maravillas en mis bolas.
De repente a Rebeca se le ocurre una de sus cochinadas y pide dos Martinis con un par de aceitunas con hueso. Coge su aceituna y me la da en la boca para que la chupe, quitando los restos del licor con mi lengua. Luego ella se baja del taburete y se toca allí abajo durante un rato con disimulo. Se sienta otra vez y me susurra al oído entre risitas que se ha metido la aceituna en el culo.
Rebeca quiere que yo haga lo mismo. Cojo la aceituna de mi martini, me la meto en la boca y voy al baño.
Cuando regreso un tío está intentando ligarse a Rebeca. Me acerqué y Rebeca me ignoró, aparentando que no me conocía de nada; yo le seguí el juego. El tío era un plasta bastante soso y con una conversación monotemática sobre no sé qué mierda de cosa. Rebeca no se enteraba de nada de lo que el fulano le decía. Yo tampoco. Me puse a un lado de Rebeca, oculto por una máquina expendedora y me saqué la polla por la bragueta. Cogí una de las manos de Rebeca con disimulo y se la puse encima de mi verga; ella empezó a acariciarme el glande muy despacio, sin apenas mover el brazo, mirando todo el rato al fulano mientras le hablaba de chorradas y tonterías.
El tipo tardó casi quince minutos en darse cuenta de que Rebeca me estaba haciendo una paja delante de él. Pilló un rebote de aúpa y Rebeca intentó pedirle perdón entre carcajadas, pero se largó bastante cabreado. Rebeca, riendo, hizo amago de agacharse para hacerme una mamada. Decidí que ya era hora de largarnos. La noche acababa de empezar.
En el taxi nos moderamos bastante. Sólo nos morreamos y nos tocamos, pero sin mucho escándalo. Yo me pasé casi todo el trayecto mirándole las tetitas por encima del escote. Ella se tiraba de la tela y me dejaba que le mirase los pezones tiesos, rojos y grandes. Tenía muchas ganas de chuparlos. Antes de bajar del taxi ella me puso algo en la boca: era su aceituna. De alguna manera se la había sacado del culo durante el trayecto. Yo la chupé y se la devolví en la boca con un beso. Mientras yo pagaba al taxista ella se la volvió a meter en el culo con disimulo.
En el ascensor del hotel estuve a punto de follármela a lo salvaje: con una risa floja me decía:
—Doctor ¿qué me pasa? Creo que tengo algo en el culo. ¿Podría ayudarme? ¿Ve usted algo ahí dentro?...
Y riéndose se agachaba dándome la espalda. Se levantaba la falda con el culo en popa, abriéndose mucho las nalgas blancas y redondas. Tenía el ojete totalmente depilado, como el coño, mojado y brillante a causa de los jugos que le habían bajado del chocho. Rebeca giraba la cabellera rubia y me miraba con una sonrisa etílica, abriendo y cerrando el esfínter.
—En serio Doctor, creo que se me ha metido algo en el culito… aquí…
Se chupaba un dedo y sin dejar de mirarme se lo metía muy despacio en el ojete. Yo estaba que me iba a reventar la polla dentro de los pantalones. Me bajé la cremallera de la bragueta para sacarme el rabo, dispuesto a reventar ese culo a pollazos, cuando el ascensor se detiene y las puertas se abren. El tío que esperaba se quedó alucinado al ver a la rubia inclinada, con las tetitas asomando por el escote y con las faldas por la cintura. Rebeca lo miró a los ojos, se sacó el dedo del culo, se lo metió en la boca y cuando pasó al lado del tío le guiñó un ojo.
Yo me subí la cremallera y la seguí hasta la puerta de la habitación sin dejar de reír. El tío aún estaba mirándonos con la boca abierta cuando entramos.