Voyeur electrónico

Preocupado por su falta de erección, un hombre acude a una clínica especializada. Esperando solo, en la zona de recepción, descubre el monitor de una cámara de vigilancia. Sorprendido se da cuenta de que goza de una perfecta visión del vestuario en el que una mujer se ducha.

Siempre he sido un golfo, el más golfo de mi pueblo. No sería muy grave si no fuera porque mi pueblo se llama Madrid y tiene unos 4 millones de habitantes censados; a los que hay que sumar la población flotante, trabajadores, turistas y habitantes no censados. El sector femenino de la población siempre gozó de mis atenciones, deseoso de dar una buena imagen de la ciudad, tanto a nativas como a foráneas.

En primavera y verano, la eclosión de piel generosamente enseñada por las mujeres, es mi perdición. Las piernas, los brazos y los escotes, maravillosos centímetros cuadrados de piel desnuda, me han causado siempre un enorme interés. Las divinas transparencias de las telas sutiles, que revelan las ocultas anatomías, son poesías vivas a Venus y Afrodita. La moda del tanga, que permite adivinar las esferas perfectas de las nalgas, las ajustadas camisetas revelando la topografía de los pechos, son gloriosa oda a la escultura realista. Todo ello me lleva ene SOS días a una especie de éxtasis sensorial que acrecienta mi actividad sexual por encima de la media anual. Es el milagro de la vida, que acude puntual todos los años.

Mi táctica habitual para lograr el acceso al recinto sagrado de las hembras de nuestra especie, se basa en varias normas sencillas. Intentar ser un tipo normal, huir de la pesada insistencia, procurar no caer en los tópicos usuales, tener claro que para ligar una vez hay que intentarlo muchas, y la fundamental: no obsesionarse nunca por obtener un plan a toda costa. No siempre se tiene suerte y no todas las mujeres sienten deseos de caer irremediablemente en brazos de un varón.

Las cafeterías de hotel a medio día, son un buen lugar para trabar amistad con mujeres de paso. Mi trabajo me brinda la excusa perfecta para iniciar un acercamiento, que en caso de obtener respuesta, como mínimo me proporciona un mayor conocimiento de otras culturales. Estudié filología, y me dedico a escribir artículos para revistas de viajes. No está mal pagado, me permite viajar y tener unos horarios laborales desahogados. Cuando observo una mujer apetecible y surge la posibilidad, con perfecta educación, la pregunto de donde es, con el pretexto de tratar de identificar el acento. No soy poligloto, pero me defiendo en inglés, francés, italiano y portugués.

Pero un día sucedió que mi actividad sexual disminuyó de modo alarmante, hasta el doloroso extremo de su desaparición. Todo empezó, cuando estando yo en la cafetería de un hotel céntrico repasando mis notas para un artículo, entró una mujer de agradable aspecto. Unos 30 años, una camiseta de tirantes que dejaba ver unos hombros morenos y redondeados, y una falda de sugerentes transparencias.

Dado que llevaba un ejemplar de Le Monde con ella, deduje que era francesa, y no me equivoqué. Momentos después la escuché hablar por el móvil en la lengua de Víctor Hugo. Así que cuando terminó la llamada, la saludé cordialmente y la pregunté si era correcta mi deducción de que por su acento, era parisina. Sin profundizar más en la historia, resumiré que tras una agradable conversación sobre París, una visita a un cercano museo, y un par de vinos; dos horas después, estábamos desnudos y juntos en su habitación del hotel.

Pero aquí viene lo importante de esta situación, a pesar del avanzado dominio de las artes amatorias por parte de la dama gala, no logré que mi miembro se enderezase. Aunque suene a tópico, nunca me había pasado antes. La mujer se esmeró en sus atenciones bucales para con mi insensible órgano, pero no dieron resultado. Por cortesía, calme las necesidades de la mujer usando otras partes de mi cuerpo, parece que con resultado satisfactorio, porque al día siguiente intentó repetir la cita. Lo que yo evadí pretextando una urgente reunión de trabajo en Barcelona. Eloisse, que así se llamaba la sensual francesa, prometió llamarme en su próxima y visita y yo ofrecí hacer lo mismo cuando viajase a Paris.

Aquella falta de respuesta sexual me preocupó. Pero lo dejé estar, pensando en los efectos del calor, cansancio, nervios, o hasta un virus. Días después, en casa, intenté lograr que mediante la estimulación personal mi pene cobrase vida. No conseguí resultados, ni pensando en Eloiise, u otras experiencias pasadas. Navegué por Internet en páginas de contenido erótico, por cierto hay una espléndida con relatos muy sugerentes, www.todorelatos.com . Vi una película porno, llamé a un teléfono erótico. Pero no lograba los resultados buscados. Me preocupé más, y comencé a decirme cosas del tipo: el sexo no es tan importante, en la vida hay muchas más cosas, se puede vivir sin sexo. Decidí ignorar el problema por unos días, pensando que ya llegaría la erección.

El ansiado empalme no llegó, y yo estaba obsesionado con el sexo; descubriendo que la televisión, el cine, la publicidad, los libros y revistas, los objetos, hasta las situaciones cotidianas más prosaicas, rebosan sexo. Un día, me invitaron a la presentación de una revista, y decidí probar de nuevo con la estimulación externa por parte de una digna representante del otro sexo. Acabé ligando con una madura morena y estupenda, de abundante pecho apenas contenido por un minúsculo escote. Pero el temido fracaso eréctil se repitió. Cada vez más preocupado busque en una biblioteca información sobre disfunciones sexuales masculinas. Me empapé del tema, añadiendo datos sacados de páginas científicas y médicas de Internet. Realicé el extraño experimento de poner un trozo de papel de filtro de cafetera pegado a mi pene, para comprobar si tenía erecciones nocturnas que lo rompieran. Dormí desnudo sobre la cama para grabarme en video, descubriendo tras el minucioso visionado que mi aparato dormía un profundo sueño. Fui a mi médico de cabecera, y pedí que me hiciera un completo chequeo. Estaba sano como una lechuga. Pedí cita con el urólogo y le expliqué mi problema, me envió a hacer más pruebas, y concluyó que mi aparato reproductor estaba en perfecto estado, y debería pensar en un problema de índole mental. Me aconsejó ir a un psicólogo experto en este tema; me recomendó ejercicios extraños, técnicas de relajación y recondicionamiento orgásmico, pero aquello no se ponía duro de ninguna forma.

Uno de mis mejores amigos es asesor fiscal, y uno de sus clientes es el dueño de una clínica dedicada al tratamiento de problemas sexuales, que por sus ingresos debía ser efectiva en sus resultados. Cuando le conté mi problema, me dio la dirección y el teléfono, y llamé para pedir hora. Atendido por una señorita de amable voz y discreción exquisita, me explicó que antes de acudir a la cita, el doctor Sanz me llamaría para hablar sobre mi problema, pues era su sistema de trabajo. Recibí la llamada del doctor Sanz, que realizó unas preguntas exploratorias sobre mi consulta. La charla duro cerca de quince minutos, tras lo cual me dio hora para el día siguiente, a última hora de la tarde.

Llegue a la clínica, situada en una tranquila zona residencial. Era un moderno, pero a pesar de ello bonito edificio. Nervioso y con cierta vergüenza, llame al timbre. En unos segundos abrió la puerta la amable recepcionista. Se disculpó porque estaban en obras y las salas de espera no estaban disponibles, por lo que debería aguardar en la recepción. El doctor me atendería en unos minutos, en cuanto terminase otra consulta. Si no me hacía falta nada, me explicó que habían tenido un día duro de trabajo, me dejaría solo mientras esperaba al doctor Sanz, pues ella quería marcharse. Agradecí su atención y me senté a esperar. Al cabo de unos minutos se abrió la puesta que daba acceso a la zona de consultas. El doctor Sanz entró, me saludo cordialmente y se disculpó, tardaría casi media hora más en atenderme porque se había retrasado con un paciente. Indicándome que tras el mostrador había una pequeña nevera con bebidas, que tomase lo que quisiera, y que me sintiera cómodo para hacer lo que gustara.

Fui a la nevera, estaba bien provista de bebidas de todo tipo, elegí un refresco sin calorías, recordando el ligero sobrepeso que había percibido en mi filmación nocturna. No puede evitar mirar unos monitores de televisión sobre el mostrador, eran de las cámaras del sistema de vigilancia. En la parte exterior había un guardia junto a la entrada, que por las noches seguramente vigilaba desde allí. Un panel de mandos indicaba los lugares de la clínica que aparecían en cada monitor.

Reparé en el monitor tres, recogía la imagen de una oficina, donde la mujer que me había recibido se encontraba guardando unos papeles. Resultaba curioso estar viendo lo que hacía sin que ella pensara que alguien la observaba. La seguí virtualmente por un pasillo y de ahí a unos vestuarios. La película se ponía interesante. Un monitor principal más grande permitía seleccionar la cámara elegida. En éste la calidad de imagen era muy buena. Me acomodé en la silla, y observe a la mujer en los vestuarios. Sin lugar a dudas se estaba preparando para darse una ducha.

Abrió un armario del que sacó una percha. Se descalzó y dejo los zapatos dentro del mueble. Tenía una panorámica lateral de su cuerpo, que podía variar ligeramente tocando un mando que movía la cámara. Entusiasmado descubrí que también había un teleobjetivo que proporcionaba buenos primeros planos. La persona que niegue que alguna vez ha fantaseado con disfrutar de una situación así, miente.

Se sacó la camisa por fuera de la falda, y lentamente desabrochó los botones, de abajo hacia arriba. Se la quitó y la colocó parsimoniosamente en la percha. Era una mujer madura con maravillosas curvas. Su sujetador blanco y pequeño, dejaba visible la mayor parte del pecho, tanto que se veía el rosado contorno de las areolas que abarcaban casi la mitad del mismo. Debía de tener unos pezones de esos maravillosamente grandes, que a mi personalmente me vuelven loco. Se quitó la falda dejándola caer al suelo con un gracioso movimiento.

Su culo era una belleza apenas contenida por unas bragas también blancas y de escaso tamaño. Se veía el inicio de la maravillosa separación de las nalgas por arriba, y las desnudas partes inferiores abajo. Estaba tremendamente sexy con aquel conjunto blanco y las medias color carne. Su cuerpo redondeado resultaba más atractivo que los cuerpos esculturales de modelos y actrices, este era de verdad, natural y maravilloso.

Por fin se quitó el sostén y pude ver aquellas maravillosas tetas, ni erguidas ni caídas, ni enormes ni pequeñas, con sus pezones grandes. Me habría gustado mucho tocárselas en ese momento. Haciendo gancho con los pulgares, se bajó las bragas, y se divisó el oscuro vello del pubis. No pude por menos que buscar un primer plano, muy artístico, de su precioso coño. Que atractivas resultan las mujeres de verdad, con sus curvas, y porqué no las pequeñas imperfecciones de la piel. Cada vez me gustan menos las pieles tersas y artificiales. Aquella espalda me parecía un cálido mármol blanco en el que me perdería por horas.

Subió la pierna izquierda sobre una banqueta, y pude ver con felicidad su deseable vulva. No soy fetichista de medias, pero ver como sus manos bajaban el sutil tejido lentamente, era ver una obra de arte. Su cintura ligeramente doblada hacia delante daba a sus pechos el aspecto de dos frutos mágicos que me habría comido hasta la indigestión. Repitió la operación con la otra pierna. Había sido el streptease mejor que he visto he mi vida, y el único público era yo, en exclusiva. Claro que ella no lo sabía, y eso le añadía más morbo. Se agachó para recoger las medias y su culo estaba en una poción en la que un santo se habría condenado por poseerla por detrás.

Estaba tan absorto en mi espionaje, que no me había dado cuenta de que mi glande estaba mojado, y pene sufría un aumento de volumen. La mujer completamente desnuda, que creo es la manera de vestir que más excitante hace a una hembra, guardaba la ropa en el armario, y sacaba los elementos necesarios para la ducha. En sus paseos por el vestuario quede seducido por los movimientos de su cuerpo, el suave oleaje dinámico movía sus tetas y su culo. Provocando en mi un huracán de deseo sexual. Mi mano de forma inconsciente toco mi miembro que estaba plenamente erecto. Lo acaricié bajo el pantalón y sentí un estremecimiento de placer.

Para mi ventura, las duchas estaban frente a mí, y la cámara estaba paralela con la mampara divisoria. Disfrutaría de la función en primera fila. Abrió las tres alcachofas de la instalación, y la fina lluvia mojó su pelo y su cuerpo por momentos. Los miles de gotitas sobre su piel la otorgaban el radiante aspecto de una diosa marina. Se paseó bajo el agua frotando su cuerpo con las manos, los pechos, el vientre, los hombros, las nalgas. Los dos estábamos entregados a un momento placentero. Un primer plano de sus pezones mojados y turgentes hizo que no soportase más la inacción, y sacando el pene de pantalón mi mano derecha lo rodeó, acariciándolo.

Ella cogió una esponja y un bote de gel, que derramó abundantemente sobre la misma. La habría enjabonado personalmente hasta los huecos entre los dedos de los pies. Comenzó a frotar sus pechos y la espuma blanca cubrió su piel, pero sin lograr tapar las deliciosas cumbres erectas de los pezones. Mi mano apretó más, y descapullé mi falo. Siguió dándose jabón por toda la piel, y debió de calentarse como yo, porque acarició su sexo, ahora mas visible al estar mojado su pelo. Mi mano aceleraba, pero controlando la velocidad, porque quería disfrutar de aquella escena lo máximo posible. Se metió un dedo en el coño, y con los ojos cerrados se apoyó en la pared. Se acariciaba suavemente al principio, incrementando el ritmo y por su expresión el placer. Mi deposito después de tantos días lleno, se vació abundantemente, pero la fortuna había puesto cerca de mi una caja de pañuelos de papel, así que con varios de ellos, limpié mi abundante secreción; sin dejar de contemplar los movimientos de la sensual escena que ejecutaba la mujer objeto de mi deseo.

A pesar de mi culminación, seguía contemplando las imágenes con fijación casi hipnótica. El desnudo cuerpo femenino, excitantemente mojado de agua, se agitaba entre espasmos de placer; su mano derecha daba placer a su sexo y la izquierda acariciaba sus pechos. Por los movimientos agitados y la boca entreabierta en lo que parecía un prolongado gemido, ella también debía haber alcanzado la cima de la escalada placentera. Con ojos cerrados y visible cara de placer, la satisfecha dama disfrutaba la caricia del agua sobre su piel desnuda, en esos instantes de paz producto de un orgasmo. Ella volvió al mundo real, daría unos meses de mi vida por haber conocido sus fantasías, y terminó la voluptuosa ducha.

Yo seguía en mi privilegiada visión de semidiós, contemplando la vida de aquella dulce mortal, que ahora secaba cuidadosamente su piel con una toalla del tamaño justo para poder disfrutar de su anatomía. Era una poesía ver como secaba sus pechos, su culo y el amoroso secado del rizado vello. Cuando resignado preveía que las odiosas ropas me iban a privar de la desnudez de su piel, la suerte quiso prolongar mi gozo. Su piel descubierta gratificó mis ojos mientras cepillaba sus dientes. Un espejo permitía que yo viera sus tetas graciosamente sacudidas por el movimiento de su brazo, a la vez me deleitaba con el suave temblor de sus nalgas. La erección de pene no se batió en retirada, por el contrario retomó posiciones. Mi mano acudió en auxilio de la avanzadilla guerrera.

La mujer me descubría ahora lo excitante que resulta el secado del pelo. Con un cepillo en una mano y el secador en la otra, graciosamente daba forma y volumen al cada vez menos mojado cabello. Esas maniobras daban lugar a un delicioso vals en el que los brazos hacían subir y bajar armoniosamente los pechos. Los músculos de la espalda, los de las piernas y los brazos ejecutaban una sinfonía. que habría hecho romper los votos de castidad de una legión entera de hombres castos. Mi mano me hacía disfrutar de las terminaciones nerviosas sabiamente colocadas por la madre naturaleza en mi miembro viril.

El acabose tuvo lugar cuando la la magnifica moza, terminado el secado de su cabello, inició la hidratación de su piel. La crema de color parecido a la que brota del sexo masculino cuando se entrega a la felicidad, cayó delicadamente en su mano. Con suavidad la extendió sobre sus hombros y parte de su cuello y espalda. Una nueva dosis se distribuyó sobre sus brazos, haciéndome desear que mi mano fuera la suya; siguió poniendo el bálsamo sobre su redondo vientre arrancándome un suspiro profundo cuando llegó a su sexo. El maravilloso navío de su mano navegaba por sus torneadas piernas, haciendo escala en las esféricas nalgas. Mi mano remaba entre mis piernas. Cuando directamente la crema cayó sobre sus tetas como cálido semen del díos de plástico del envase, y aplicó la sustancia a dos manos sobre la carne objeto de mi lujuria, me corrí con un espasmo salvaje. Sin lugar a dudas, si había tenido algún problema con mi sexo, estaba definitivamente arreglado.

Como el que ve los títulos de crédito de una película, contemple con una mezcla de nostalgia y alegría la ceremonia de vestido. Un conjunto interior negro con atractivos encajes, cubrió la piel prohibida del sexo, las nalgas y los hermosos pechos. Dejé la pantalla principal como estaba, y me quede con el dulce recuerdo de aquellas imágenes. Aun sin saber si se podía o no fumar en aquel lugar, encendí el cigarrillo que marca el rito del después.

Minutos más tarde, el doctor Sanz me recibía, y charlábamos en su despacho sobre mi problema. Yo le expliqué que aquel mismo día se había solucionado, pero que pedida la cita, no me parecía correcto anularla. Examinó las pruebas que me habían realizado, hablamos un rato, y finalmente opinó que había sufrido un episodio temporal de estrés, que preocupándome en exceso impidió mi erección. Me dijo que una vez roto el circulo vicioso, todo volvería a la normalidad. Sobre sus honorarios, me explicó que aunque no era lo normal, ingresase en su cuenta la cifra que considerase oportuna y que recibiría por correo la correspondiente factura.

A la mañana siguiente hice dos cosas: acudí a mi banco para realizar una generosa transferencia a la cuenta del doctor Sanz; y realicé una llamada telefónica a Eloisse para preguntar si quería recibir mi vista este fin de semana. Una hora después tenía en mi mano el billete a París.