Vover con Mauricio
Que extraño fue volver a ver Mauricio, después de casi dos años de aquella noche loca en la que fuimos un solo cuerpo junto a Carmen
Volver con Mauricio
Que extraño fue volver a ver Mauricio, después de casi dos años de aquella noche loca en la que fuimos un solo cuerpo junto a Carmen, los tres, al finalizar su fiesta de cumpleaños.
De paso por la ciudad, visité mi antigua empresa donde los conocía a los dos, con quienes experimenté mi primera relación sexual en trío, algo que hasta ahora no puedo sacarme de la cabeza.
Aunque, en verdad, al que nunca pude sacar de mi cabeza fue a Mauricio, y no fue desde aquella noche, sino desde mucho antes, cuando mantuvimos durante algún tiempo una relación estable, la cual no duró mucho debido a que él estaba muy enamorado de Carmen.
Pero las cosas cambiaron entre ellos. Así lo pude percibir el fin de semana que los vi en una discoteca a la que solíamos acudir a pasarla bien con los amigos de la empresa. Toda la noche, Mauricio no me despegó la mirada desde su mesa, a la que no me quise acercar ya que percibí cierta actitud hostil de Carmen hacia mí desde el momento en que llegué.
Sin embargo Mauricio si se acercó a mi cuando iba al baño y nos quedamos conversando un rato mientras Carmen nos miraba muerta de rabia.
Mauricio me dijo que yo estaba más linda, y me preguntó si iba a ir a la fiesta de fin de año que organiza la empresa. Le contesté que tal vez, lo cual provocó en él una alegría que no podía disimular, mientras Carmen no nos quitaba la mirada a la distancia. Yo, que no tenía nada que perder, tenía una oportunidad de oro para volver a estar con Mauricio, pues me seguía gustando.
Llegado el día de la fiesta me encargué de mantener ocupado a Mauricio en observar cada detalle de mis movimientos, empezando con el vestido negro escotado que me puse. Carmen no se apartó de él en ningún momento, excepto cuando un amigo la invitó a bailar. El momento fue aprovechado por Mauricio que me invitó también a la pista de baile. El ritmo invitaba a moverse apegados y así lo hicimos durante varias piezas hasta que Carmen se acercó y me preguntó qué era lo que pretendía. ¿Qué te parece que es lo que pretendo?, le respondí e inmediatamente se fue hacia la calle no sin antes gritarme “¡perra!”. Mauricio la siguió para intentar calmarla. Se quedaron discutiendo en la esquina hasta que ella no quiso saber más y se subió a un taxi y se marchó.
Mauricio buscó su auto y fue tras ella. Eso me decepcionó de alguna forma, pues yo esperaba que él la dejara y volviera a la fiesta para seguir conmigo.
Al cabo de una hora cuando ya nos estaban echando del lugar, decidí sumarme a un grupo que iba a continuar el festejo en otro local. De repente apareció Mauricio en su vehículo y me preguntó si podía acompañarme. En ese instante sentí un cosquilleo en el vientre, que en realidad era una lujuria que procedía de más abajo.
A esas alturas ya no nos interesaba acompañar a los demás, pero tampoco queríamos ser tan obvios, así que yo les dije que me iba y que necesitaba que alguien me acercase a mi apartamento. Mauricio por supuesto se brindó. El problema fue que una señora inoportuna también le pidió lo mismo, echando a perder lo planeado.
Mauricio lo resolvió. Me dejó primero en mi apartamento, acercó a la mujer a su casa y después regresó por mí.
Yo me quedé esperando en la puerta del edificio a que retorne, puesto que vivía temporalmente con una amiga y no quería tener problemas con ella. Así que Mauricio me llevó a un motel no muy alejado de la ciudad.
Allí repetimos algunos de los mejores episodios que habíamos vivido cuando estuvimos juntos. Allí me arrancó el vestido negro, luego de abalanzarse contra mis pechos y chuparlos desesperadamente, como si nunca en su vida hubiese sentido el sabor de una teta en su boca. Cada lamida, cada lengüeteo en mis pezones, me encendía más y más.
Nuestros cuerpos se frotaban por encima de nuestras ropas, yo manoseaba esa verga dura que todavía permanecía debajo del pantalón y que parecía una criatura salvaje a punto de romper la jaula dispuesta a tomar a su presa.
Yo me abalanzaba sobre ese bulto hinchado con unas ganas locas de sacar lo que había adentro y comérmelo. Pero Mauricio no me dejaba. Me obligó a acostarme de espaladas en el colchón en forma de corazón y lentamente fue despojándome de mi ropa interior, con su manos, con su labios y con sus dientes.
Antes de quitarme el calzón, que estaba humedecido con mis jugos y su saliva, me dio vuelta y empezó a morderme las nalgas, a besarlas y chuparlas. Lentamente me sacó lo último que me quedaba de ropa y puso su lengua directo en la entrada de mi coño. Como yo estaba agachada en la posición de perrito a la vez alternaba introduciendo su lengua en mi culo. Finalmente abrió mis piernas e introdujo esa verga maravillosa en mi húmeda y ardiente vagina.
Empezó a penetrarme con tal violencia que yo sentía que iba a estallar, pero no quería que el acabe sin antes dejarme probar un poco de él. Entre jadeos y gritos, le dijo que quería chupársela. Así que se detuvo y se bajó de la cama para dirigirse a un sofá ubicado cerca de la puerta.
Desde allí me dijo: aquí te espero. Yo acudí sin demora, a gatas y directo a lo que quería. Así como el hizo conmigo besé, mordí y saboree su verga por encima de la ropa, la llené de saliva y luego lo desvestí completamente.
Subí un rato por sus pechos para luego descender de nuevo y meterme todo ese pedazo de carne en la boca. Además de chuparle las bolas y saborear cada centímetro de su tremendo órgano, también le metí la lengua en el ano. Se notaba que a él también le gustaba, pues se retorcía de placer y colocaba sus piernas en mi espalada para que lo hiciera con más comodidad.
Cuando parecía que lo iba a hacer acabar, se recostó en el suelo tapizado y me invitó a que hagamos un 69. El momento fue muy interesante, pues los espejos de la habitación daban una imagen excitante de nuestros cuerpos desnudos, uno encima del otro.
En ese instante Mauricio me pidió que me ponga mis tacones y me recostara sobre el frigobar, que funcionaba como una cómoda mesa, para que me apoyara. Se notaba que a él le gustaba mirar porque desde allí se podía ver en el espejo principal la figura completa de los dos de pie. Él se paró detrás de mí y me embistió brutalmente mientras yo mantenía una posición de 45 grados apoyada en el pequeño refrigerador.
Me penetró de tal manera por un prolongado tiempo que llegó a provocarme un par de orgasmos, tan intensos que no pude evitar gritar como una perra.
Justo después de que acaba de sentir el segundo orgasmo, Mauricio sacó su verga de mi coño y se paró en el borde la cama apuntándome con su miembro a la cara. Lo sacudió y me pidió que sacara la lengua.
Fue tal el chorro de esperma que salió despedido, que mi lengua no bastó para recibir todo lo que tenía para darme. En segundos, mis mejillas mis párpados y mi frente quedaron inundados de su leche espesa y caliente, la que yo terminé de exprimir hasta la última gota de su verga maravillosa.
Así fue, precisamente, maravillosa, la noche en que volví a sentir a Mauricio dentro de mí. Nada más me importó después.