Voucher al infierno

Una jovencita se gana un viaje a una paradisíaca isla caribeña. La pasa como una princesa... pero nada es gratis en la vida.

El último día de trabajo de Liz había sido muy agitado. Era el trajín típico antes de las vacaciones. Había delegado en sus compañeras de trabajo las tareas, su escritorio se veía limpio, como nunca antes. Todo estaba en orden. Ella misma estaba bien, sonreía a todo el mundo y se sentía genial.

Un mes atrás, un inesperado sorteo de una tienda en la que compraba de vez en cuando le había dado la sorpresa de su vida. Liz nunca había ganado nada en su vida. De hecho desconfiaba de las promociones con sorteos. Eso estaba arreglado de antemano según ella. Sin embargo, el mismo lunes de esa semana había tenido en mano todos los papeles del viaje que se había ganado. Un viaje al Caribe con alojamiento y todo incluido.

Liz hubiera deseado ir a ese viaje con sus amigas, pero por más que lo había intentado ellas no pudieron cambiar sus fecha de vacaciones. La fecha se le había venido encima y para ese momento era ya muy tarde para hacer ningún cambio. No le gustaba mucho la idea de ir sola, pero advertida por sus amigas de que lo iba a pasar genial, finalmente cedió y se convenció a si misma. Hay que vivir la vida y disfrutarla mientras se pueda, se decía a si misma.

Luego de salir del trabajo esa tarde Liz corrió a su casa. No tenía mucho tiempo. Había dejado preparadas las maletas con la mejor ropa. Se había tomado en serio lo que sus amigas le habían dicho. Iba a vivir la vida y disfrutar todo lo que pudiera. Llegando a la casa se dio un rápido duchazo y vistió las ropas que había separado. Una cómoda blusa de algodón blanca y un pantalón de jean eran lo suficientemente cómodos y discretos como para viajar. Una deportiva rosa y unos zoquetes de algodón blancos que le quedaban muy cómodos prometían darle un viaje confortable. El viaje era corto, y sólo llevaba una maleta pequeña y un bolso de mano. Su walkman la acompañaba a todos lados junto con la cámara de fotos.

Con el tiempo justo arrastraba su maleta por la calle hasta conseguir un taxi para el aeropuerto. En el taxi se terminaba de arreglar y maquillar. Para cuando llegaron al aeropuerto Liz corría por los corredores con su boleto en mano tratando de llegar a tiempo. Luego de despachar su maleta con suma urgencia pasó por los controles de inmigraciones y abordó el avión.

Ya en el vuelo Liz se relajó. La comodidad de sentirse bien atendida y el haber comenzado sus vacaciones borró el rictus nervioso de su rostro para reemplazarlo por una sonrisa feliz. Cenó en el vuelo y luego de un sabroso vino el sueño le entró profundamente. Para cuando despertó, el avión ya estaba carreteando en las pistas del aeropuerto tropical donde había llegado.

Semidormida tomó sus cosas personales y bajó del avión. Era aun de noche y la temperatura estaba agradable. Con su pasaporte en mano y respondiendo casi sin pensar las preguntas de los oficiales de Inmigración llegó al Caribe. Bajó un nivel por la escalera eléctrica hasta donde retiró su maleta y se dirigió apurada a la salida. Allí alguien la esperaría con un cartel de la agencia de turismo y la llevaría al hotel.

Al llegar a su habitación Liz estaba rendida de cansancio. Había sido un largo día. Se dejó caer sobre la mullida cama y sin desearlo se quedó dormida. Su walkman, su bolso de mano y su maleta quedaron a los pies de la cama sin tocarse.

A la mañana siguiente Liz se despertó con la cálida luz del sol entrando por la ventana de la habitación. Refregándose los ojos se puso de pie y miró por la ventana. Una postal increíble de mar color esmeralda y playas paradisíacas le endulzaron los ojos. Liz sonrió. Sentada en la cama pensaba como organizar su día. Poniéndose de pie tomó su maleta y la acercó a la mesa enana que había a un lado. Organizar su ropa sería lo primero, luego cuando todo eso estuviera listo desayunaría y podría ir a las playas a disfrutar del sol y el mar.

Cuando Liz abrió su maleta, su boca quedó abierta de par en par. No podía creer lo que estaba viendo. Miró la maleta por fuera nuevamente y podía asegurar que era la de ella. No tenía ninguna identificación particular, pero era la que siempre había usado. Sin embargo, algo en su contenido estaba mal. Dentro de la maleta había miles de billetes de 10, 20 y 50 dólares. No se tomó el trabajo de contarlos, pero creía que al menos habían 500 mil a un millón de dólares en esa maleta.

Por un momento Liz pensó en su ropa. Había perdido todas las cosas que traía en su maleta. Dos segundos después reaccionó. Con todo ese dinero podría comprarse lo que ella deseara. Su sonrisa ahora era una felicidad increíble. Con cuidado ordenó el dinero y lo escondió en diferentes lados de la habitación. Luego de una ducha decidió bajar al lobby del hotel y comprarse algunas ropas nuevas. Luego de ducharse y desayunar recorrió los negocios del hotel. Los precios, como era lógico eran prohibitivos y la hubieran espantado en cualquier otra situación. Sin embargo, ahora Liz sentía un extraño y perverso placer en comprar lo que deseara. En poco menos de media hora llevaba gastados cerca de 1000 dólares en ropa. Luego gastó otros 1000 más en un diskman de última generación y algunos compactos de lo poco que había allí. Era casi como una tentación irresistible el no poder negarse a comprar las cosas.

Con su traje de baño nuevo Liz lucía estupenda. Un toallón exquisito recién comprado y unas gafas de sol italianas fueron las únicas cosas que llevó a la playa. Al mediodía subió al restaurante del penthouse del hotel. Cuando el maitre le advirtió que ese restaurante no estaba incluido en el voucher del premio, ella le colocó un billete de 20 dólares en el bolsillo y pasó. Sentía el poder, el poder del dinero. Mas tarde pidió un taxi y se hizo llevar al centro de la ciudad. En la zona más cara compró más ropa, cosméticos, perfumes, joyas. En un abrir y cerrar de ojos llevaba gastados 5000 dólares más, sin contar las joyas. Por la noche regresó al hotel y subió a su habitación. Se vistió con uno de los vestidos de gala más deliciosos que halló y subió al salón discoteca. Bailó durante toda la noche y sedujo a varios apuestos galanes de la zona. Se sentía estupenda, pero no quiso avanzar más aún. Podría haber tenido el sexo que deseara esa noche, con quien deseara... Pero ella no era así. Le encantaba seducir a los hombres y tenerlos atrapados, pero debía sentirse muy segura y amada para pasar una noche con alguno.

Ya en su habitación suspiraba y reía. ¡¡Cuánto tendría para contarles a sus amigas al regresar!!. Recostada en la cama decidió que un par de compras más no estarían de más. Quizás tuviera que comprar otra maleta para el regreso, pero no importaba. Esa noche se durmió y olvidó el paseo en lancha por la bahía que el tour tenía programado al día siguiente. Ella tendría algo más importante que hacer.

Luego del segundo día de compras, las cajas y bolsas en manos de Liz no habían disminuido. Si bien no había comprado ropa, había comprado souvenir para todo el mundo, una cámara filmadora digital último modelo y varias cosas más. Al mediodía, ya de regreso subió a su habitación y se dispuso a acomodar todo nuevamente.

Cuando Liz abrió la puerta de su habitación casi grita. Todo estaba revuelto. Los vestidos y la ropa rasgada y desparramada por el cuarto. Sus pertenencias regadas por doquier. Sus maquillajes embarrados en la alfombra. Todo era un desastre total. Aterrorizada Liz entró y fue directo a los lugares donde había escondido el dinero.

-¡¡No está!!- exclamó

Buscó una y otra vez en todos los lugares y nada pudo hallar. Luego de eso llamó al conserje del hotel y reportó el desorden. Cuando le preguntaron si faltaba algo ella dudó un instante.

-No, no falta nada, solo rompieron mis ropas.- dijo mintiendo

No podía dar por perdido el dinero, no era de ella. Ayudada por dos mujeres del hotel separó la ropa destruida en un rincón y sólo se pudo quedar con una blusa rosada y una falda estampada que le llegaba un poco más alto que la rodilla. La gente del hotel amablemente se ofreció a lavarle y plancharle la ropa que llevaba puesta sin cargo e intentar reconstruir lo que pudieran de la ropa rasgada. Liz accedió, deseaba poder usar la única ropa nueva que le quedaba esa noche. Se colocó la falda y la blusa junto con los deportivos del viaje y entregó el resto a la gente del hotel. Estaba desconcertada y nerviosa.

Cuando la gente del hotel la dejó sola en la habitación, Liz paseaba como una leona enjaulada. Estaba nerviosa por lo que había sucedido y recién ahora comenzaba a caer en cuenta que alguien pudiera haber reclamado el dinero. Nerviosa tomó la botella de whisky del frigobar y se sirvió una abundante medida. Necesitaba algo fuerte para pasar el mal momento.

Sentada en el borde de la cama meditaba sobre lo que iba a hacer al respecto. En ese momento alguien golpeó la puerta de la habitación. Liz se puso de pie y se encaminó a la puerta. "Debe ser la gente del hotel con mi ropa limpia o con alguna atención" pensó y abrió la puerta.

Cuatro hombres empujaron la puerta arrojándola a ella hacia atrás. En poco tiempo y antes que ella pudiera reaccionar la habían amordazado y la habían esposado con sus manos a la espalda. Liz pateaba y se contorsionaba lo más que podía tratando de escapar, pero los hombres eran mucho más fuertes que ella. Con pánico en su rostro vio que uno de ellos arrojaba una bolsa de recolección de sábanas sobre su cabeza y la envolvía encerrándola dentro. Los gritos ahogados de Liz se podían escuchar muy tenuemente detrás de la mordaza. Un par de puntapiés a la bolsa que dieron en las nalgas y las piernas de Liz la convencieron de guardar silencio. Con la puerta abierta, otro hombre se acercó con un carro de limpieza y juntos colocaron a Liz dentro del carro. Nunca Liz supo por donde salieron del hotel, pero cuando reaccionó pudo escuchar el ruido del motor de un automóvil y el piso moviéndose. La habían secuestrado.

Lo próximo que vio Liz fue una luz extremadamente brillante en sus ojos cuando abrieron la bolsa. Tomada de los pelos fue arrastrada hasta el centro de una lujosa habitación. Los pisos eran de mármol y las paredes estaban recubiertas de las mejores mayólicas y cerámicas italianas. Dos gruesas columnas torneadas adornaban el salón en el medio. De cada una de las columnas colgaba una cadena y otra más estaba en el piso.

Al ver esto Liz cayó de rodillas al piso y suplicó que no la lastimaran. El terror se había adueñado de su rostro y algunas lágrimas comenzaban a rodar de sus mejillas.

Al fondo del salón, un hombre vestido de elegante traje negro en un sillón de pana color morado hizo una seña hacia las columnas. Los hombres alrededor de Liz no se demoraron en obedecer. Tomándola de los cabellos la arrastraron hasta las columnas. Gritando y sin poder protegerse Liz avanzó lo mejor que pudo. Sus zapatillas deportivas color rosa resbalaban en el piso mientras ella desesperada trataba de avanzar. Al llegar a las columnas los hombres le quitaron las esposas, la amarraron de sus muñecas y comenzaron a subirla. Poco a poco Liz fue abriéndose de manos y alzándose más y más hasta quedar de puntillas sobre el suelo. Con desesperación miraba las cadenas que los hombres manejaban y enrollaban alrededor de las columnas asegurándola.

En un posición incómoda y expuesta como nunca antes había sentido, Liz sentía como sus piernas le temblaban. Delante de ella, el hombre de traje se ponía de pie y se acercaba a ella.

-Veamos veamos.. qué tenemos aquí...- dijo mientras se acercaba

Liz levantó sus ojos hasta el hombre. Su figura era imponente y su mirada era extremadamente fuerte. Mientras se acercaba a ella Liz temblaba más y más. Las manos del hombre se acercaban hacia su cuerpo y ella no podía hacer nada al respecto.

-Así que tú eres la perra... - dijo

-Tú eres la putita...- agregó

-Yo no hice nada...- sollozó Liz en cuanto él le quitó la mordaza

El hombre tomó su barbilla y la acarició suavemente recorriendo su cuello con sus dedos. Liz podía sentir esas caricias y temblaba pensando lo que le harían. Sacudiendo su cabeza de un lado al otro, la mujer trataba de evitar las manos de él.

-Eres salvaje .. Me gustas..- dijo él sonriendo

-¡¡No me toque!!.- gritaba Liz

La sonrisa en el rostro del hombre iba creciendo al mismo tiempo que el nerviosismo en Liz. ¿Dónde estaba? ¿Qué harían con ella?. Las manos del hombre acariciaban sus hombros y bajaban ya hacia sus pechos. Por más que Liz intentaba escaparse no podía. Las manos del hombre jugaban con sus pechos apretándolos, saboreando sus contornos.

-¡¡Suélteme!!- le gritó Liz desperada por quitar esos manoseos de su cuerpo

-Tú sabes que lo que hiciste estuvo muy mal..- dijo él acariciándole los pezones

-Yo no hice nada...- insistió Liz sintiendo los pezones endurecerse involuntariamente

-Eres una niña muy mala.. ¿sabes?- insistía el con voz muy calma

Al decir esto, con sus manos el hombre comenzó a apretar los pezones de Liz por encima de su blusa hasta hacerla gritar del dolor.

-¡¡Noooo!!- gritaba Liz

-¡¡Me duelee!!- lloraba

De un solo movimiento, el hombre tomó el borde de la blusa de Liz y con ambas manos la rasgó abriéndola al medio violentamente. Debajo de la blusa, sólo el traje de baño de Liz la protegía. El hombre buscó en su bolsillo interior del traje y extrajo una brillante navaja que brilló ante los ojos de Liz. Sin decirle palabra la acercó hasta su rostro y presionando el botón liberó la hoja que apareció de repente frente a ella.

-No me hagas daño... les daré lo que quieran...- suplicó ella sintiéndose perdida

-¿Tienes mucho dinero perra?- le preguntó él mientras le rozaba los pezones con el filo de su navaja

-Nnno... no mucho...- dudó ella

-¿Y de dónde has sacado el dinero para comprar estas cosas?- dijo el hombre tomando la cámara digital en sus manos

Liz se quedó helada. No tenía palabras para responder. Inmediatamente comprendió todo y sus rodillas temblaron. Sus pies comenzaban a cansarse y su peso colgado de las muñecas le estaba lastimando. Miraba al hombre sin saber qué decirle.

-¿Así que te gustan las filmaciones? ¿Te gusta llevar recuerdos de todo?- dijo el pasándole la navaja por debajo de la barbilla

La indefensa muchacha asintió tímidamente con la cabeza. A una seña del hombre, dos ayudantes montaron un trípode delante de ella y colocaron la cámara sobre el trípode. A un lado de la cámara un enorme televisor mostraba el enfoque del cuerpo de la joven. Podía ver como ajustaban el foco y las luces mientras otro hombre colocaba un micrófono inalámbrico en una de las columnas cerca de ella.

-No te preocupes, nosotros nos ocuparemos de filmar este recuerdo para ti.- dijo sonriendo el hombre

-Por favooor.. les devolveré lo que gasté...- suplicaba ella con lágrimas en los ojos.

La luz de la cámara se encendió y Liz supo que todo eso estaría registrado por siempre. Luego de colocarse una máscara, el hombre giró la cabeza y miró a la cámara. Con su navaja en la mano jugaba con el borde del sostén de su traje de baño. Poco a poco iba deslizando la hoja debajo de la tela y podía verse como del otro lado acariciaba la piel de Liz con su hoja. La mujer no podía quitar la vista de sus pechos y la navaja. Estaba aterrada.

-¿Y como piensas devolvernos los 12 mil dólares que te has gastado?- preguntó el hombre cortando al medio el sostén

La cifra y el frió del aire sobre sus pechos la sobresaltó. Con los ojos abiertos de par en par miraba al hombre balbuceando una respuesta incoherente. Sin escucharla, el hombre cortaba violentamente los breteles del sostén dejándolo caer al suelo. Los pechos de Liz eran estupendos. Finos, delicadamente proporcionados y suaves, se exponían sin remedio frente a la cámara y a los ojos de los presentes. Liz tenía su rostro enrojecido por la vergüenza y sus ojos llorosos entrecerrados como deseando escapar de lo que vendría.

-¿Tienes ese dinero aquí?- le preguntó firmemente el hombre

-No.. no lo tengo...- murmuró ella derrotada

-No lo tienes....- dijo él haciendo una pausa

-¿Lo tienes en el banco?.- preguntó nuevamente

-No..- volvió a negar ella mirando el piso

-¡¡¿¿Y cómo piensas pagarnos lo que nos has robado??!! le gritó el azotándole un pecho con el revés de su mano

-¡¡Aaaauuuu!! ¡¡Lo pagaré.. se los juro.. lo pagareeee!!- respondió desesperada debatiéndose en sus ataduras

-¿Cuánto ganas por mes, perra?- le preguntó jalándole del cabello hacia atrás

-Mil dólares..- respondió ella

-¿Te das cuenta lo que tardarás en devolvérnoslo? ¡¡Más de 10 años !! ¡¡Eres una basura y no sirves para nada!!-

Luego de decirle esto el hombre guardó la navaja y con ambas manos comenzó a darle azotes de manos abiertas a sus dos pechos. Liz aullaba desesperada y se debatía inútilmente tratando de escapar al castigo. Poco a poco sus pechos tomaban un color rojizo y las marcas de los dedos comenzaban a notarse en su piel. Luego de un rato de castigarla, cansado el hombre se dejó caer en su silla. Liz colgaba penosamente de las cadenas, sus pechos rojos y su rostro bañado el lágrimas.

Durante varios minutos la dejaron llorar tendida de sus brazos y con su cabello cubriendo su rostro. Cuando la respiración de ella se calmó un poco, el hombre volvió a ella.

-¡Qué haré contigo, putita!.- le dijo alzándole la barbilla para que lo mirara

-¿Qué edad tienes?- le preguntó

-Dieciocho..- susurró ella

El hombre se mostró pensativo un rato. Volvió a sentarse en la silla y a observarla de lejos. Eso ponía más nerviosa a Liz. Sabía que estaba en las manos de esos hombres. Temía por su vida. El hombre tomó un teléfono celular e hizo varias llamadas. Ella se preguntaba angustiosamente qué tramaba. Al rato cerró el teléfono y se dirigió a ella nuevamente.

-Tengo buenas noticias para ti, putita.- le dijo sonriente

-No tendremos que matarte, que por cierto hubiera sido un gasto inútil de balas y otras cosas.- agregó

Hubo una tensa pausa en las palabras del hombre delante de ella. Liz por un momento respiró algo más aliviada, pero luego volvió a mirar a los ojos al hombre y supo que aun no había terminado de hablar. ¿Qué habían ideado para ella? ¿qué iban a hacer con ella y con lo que debía?

-Te preguntarás si hemos de perdonarte lo que nos debes...- inquirió el

-No lo creo putita...- dijo él luego de un rato

-Tendrás que pagarlo poco a poco, y te dolerá bastante.- agregó

-¿Que harán conmigo?- preguntó ella desesperada

El hombre se acercó hasta ella y acarició su vientre desnudo. Su mano se deleitaba con la suave piel del cuerpo de Liz mientras ella temblaba y lo miraba desesperada. Lentamente la mano se acercó al cierre de su falda y en un solo movimiento lo abrió dejando caer la prenda al piso.

-Tienes muy lindas piernas, serás muy interesante para lo que estamos pensando.- dijo él agregándole más incógnita a la situación

Liz trataba de cruzar sus piernas para no mostrar su tanga blanca, que era lo único que llevaba puesto aparte de sus deportivos rosa. El hombre deslizó una mano por la rodilla de Liz y acarició su muslo. Poco a poco la mano fue subiendo y acariciando sus muslos más cerca de su pubis. Finalmente el hombre acariciaba el frente de su tanga y jugaba con sus cabellos vaginales que sobresalían un poco por arriba del elástico. Sus dedos se deslizaron por debajo del elástico hacia adentro de su ropa interior y no llegaban a su sexo porque ella apretaba sus piernas.

-Abre tus piernas, perra.- le ordenó mirándole a los ojos

-¡¡No!! ¡¡Quíteme la mano de ahí!!- le respondió secamente ella

-¡¡Abre tus putas piernas!!- le gritó el abofeteándole el rostro

Liz lloraba una vez más. Con su rostro caído, mirando el suelo se sentía indefensa y vulnerable frente a ese hombre. Sin embargo, no abría las piernas. Algo dentro de ella le decía que no debía hacerlo, que ese hombre haría cosas terribles con ella. El hombre la miraba fijamente y no apartaba sus ojos de ella. Con su mano hizo una seña a uno de sus ayudantes detrás de ella. La joven no podía ver lo que estaba sucediendo a sus espaldas, pero sabía que nada bueno sería.

Como quien recibe una sorpresiva descarga, el cinto del hombre detrás de ella se estrelló ruidosamente contra las nalgas de Liz. De repente, los ojos de Liz se abrieron de par en par por la dolorosa sorpresa y un alarido invadió la habitación. En puntillas de pie, ella trataba de escapar a las mordidas del cuero del hombre suplicándoles que se detuvieran, pero los hombres no la escuchaban.

-¡¡Nooo!! ¡¡Por favooor!! ¡¡Basta yaa!!- suplicaba ella

-¡¡Aprenderás a obedecer, perra !!- le dijo él en su lloroso rostro

-¡¡Abriré mis piernas... lo haré... pero dile que se detenga!!- suplicaba ella

El hombre delante de ella, que parecía ser el jefe, no se inmutó por el pedido. Parecía disfrutar con cada uno de los saltos en las puntillas que daba ella al ruidoso contacto con el cuero. Luego de diez azotes más ordenó detenerse. Liz colgaba llorando de las cadenas. Sus nalgas le ardían como fuego. Nunca en su vida había recibido una paliza igual. Tomándola de la barbilla, el jefe la miró a los ojos y le secó las lágrimas con sus dedos.

-¿Qué vas a hacer ahora putita?- le preguntó él

-Voy.. voy.. a abrir... mis pi .. piernas..- respondió entre sollozos Liz abriendo las piernas

-Buena putita... ¿y te imaginas qué haré yo?-

-Tocarás.. .tocarás.. mi ... mis .. Noo.. por favooor..- lloraba ella

-Tu sexo putita.- dijo él deslizando la mano por entre los labios vaginales de ella

Liz sentía los dedos del hombre abriendo toscamente su sexo y deslizándolos por sus labios. Se moría de vergüenza. Su rostro enrojecido, sus manos crispadas pero inútiles, todo su cuerpo se resistía a esa humillación. En ese momento recordó su cámara y levantó un poco la vista hasta poder notar la luz roja debajo de la lente apuntando a ella. Un hombre detrás de la cámara utilizaba el zoom y en la pantalla al costado aparecía un primer plano de la mano del jefe dentro de su tanga acariciando su sexo.

-¿Has tenido algún hombre alguna vez putita?- le preguntó el

-Si, sólo uno..- respondió ella totalmente avergonzada

-¡Sólo uno!.- reflexionó él bajándole la tanga hasta el medio de sus muslos

-Tu suerte ha cambiado... - le dijo el sonriéndole

-Creo que es hora que sepas cómo pagarás lo que nos debes.- agregó

Soltándola, el jefe se dio media vuelta y fue a buscar su silla. La trajo hasta muy cerca de ella y se sentó muy pegado, de forma tal de poder continuar acariciándola mientras estaba sentado. Instintivamente Liz cerró sus piernas. El elástico de la tanga y la difícil posición hacían que ella buscara cerrarlas. Además su instinto de ser una muchacha recatada como siempre le habían enseñado le indicaba qué era lo que debía hacer. Sin embargo, en cuanto volvió su vista al perverso jefe delante de ella, sus dedos índices indicaban negativamente. Juntando ambos índices y separándolos le hacía señas que debía volver a abrir sus piernas. Con sus nalgas aun ardidas por los azotes Liz no se hizo rogar. Totalmente humillada y sin poder hacer nada al respecto volvió a abrir sus piernas.

-Así está mejor, nadie te dijo que las cerraras.- le aclaró él con el rostro serio

-Creo que ya te estarás dando cuenta cual va a ser el pago de tu imprudencia... Pero por si no lo has notado, te lo diré, tú ya no eres más dueña de ti misma.- dijo haciendo un silencio luego

-Tu puto salario no alcanzaría a pagar ni en 10 años lo que nos debes, pero tomaremos en parte de pago tu cuerpo.- agregó

Liz temblaba al oír esas palabras. La expresión del rostro del jefe no dejaba lugar a dudas. Estaba totalmente perdida y en manos de vaya a saber qué mafia. Su cuerpo temblaba silenciosamente. No se animaba a emitir sonido. La mirada poderosa del jefe la tenía aterrorizada y sólo sollozaba pensando en lo oscuro de su destino de ahora en adelante.

-Hoy por la noche tendremos una reunión de amigos. Será la primera de muchas en las que tú pagarás tus deudas con tu cuerpo... y con tu alma.- dijo él

-Te preguntarás por qué he dicho "tu alma"..- agregó tomándola de la barbilla y mirándola a los ojos

Liz desviaba su vista al piso. No deseaba escuchar más, estaba aterrada y paralizada por el miedo. Nunca en su vida se había sentido tan mal, tan desamparada, tan indefensa. Sus fuerzas la abandonaban y su esperanza también. Luego de un silencio intencionalmente tenso dejado en el medio por el jefe, volvió a hablarle.

-Tenemos unos amigos con algunos gustos un tanto... peculiares se podría decir..- agregó

-Les encantará tu cuerpo, les encantara violarte de las formas más perversas que te hayas imaginado. Pero aparte de eso tienen una predilección especial por las lágrimas.- dijo él pasándole su mano por sus llorosos ojos

La aterrada joven no terminaba de comprender lo que había escuchado. Miraba a los ojos del jefe y no podía creer lo que escuchaba. La tranquilidad con que el hombre hablaba parecía estar hablando de algo totalmente natural. Sin embargo, dentro de ella las palabras de ese hombre la hacían debatirse en mil imágenes e ideas que la devastaban por el miedo.

Totalmente sumergida en sus pensamientos, casi no reaccionó cuando el hombre tomó el borde de su tanga y la arrastró hacia abajo dejándola totalmente desnuda. Los ojos del hombre y de sus ayudantes se incrustaban en su cuerpo. Las manos del jefe de posaban sobre sus rodillas y las abrían nuevamente. Temiendo lo peor Liz se dejó abrir las piernas mientras sentía las manos del hombre recorriendo sus muslos. Luego apretó sus ojos al sentir como los dedos del jefe hurgaban nuevamente en su vagina abriéndola. Dos dedos comenzaron a empujar en la entrada de su sexo hasta que dolorosamente se hundieron en su canal. Una inspiración profunda antecedió a la apertura de sus ojos al sentir la intrusión en su cuerpo.

-La tienes apretadita y reseca, perra... esto puede dolerte...- dijo el mientras desabrochaba su cinturón con la otra mano

-Nooo.. por favoor.. no me hagas daño..- suplicaba ella colgando de sus brazos sin fuerza

-Haré contigo lo que me plazca... - le aclaró él

-No comprendiste.. tu cuerpo no es más tuyo..- le agregó

Era una dura realidad, y recién ahora Liz comenzaba a comprender lo que significaba. Sus ojos no deseaban ver lo que estaba por suceder, pero su curiosidad podía más. Con sus ojos apretados, de vez en cuando los abría mirando la dura verga que se escapaba entre las ropas del jefe. Al principio vio el extremo saliendo de sus calzones y se asustó, luego cuando la vio entera su respiración casi se detiene. El hombre tenía un miembro descomunal, era el doble del de su novio cuando la había desvirgado hacia dos años.

-No podré... es muy grande.. - se quejaba Liz tratando de disuadirlo que lo hiciera

-Peor para ti, mejor para mí... - dijo él

-De todas formas, en una semana más podrás recibir a un elefante sin problemas... Cuando terminemos esta noche contigo sabrás lo que es tener tu sexo ardiendo.- le agregó

De pie delante de ella lamió sus pechos jugando durante largo rato con sus pezones hasta que logró ponerlos duros y erectos. Con su lengua los acariciaba y con sus dientes los mordía suavemente haciendo que Liz se balanceara en sus amarres queriendo escapar del suave dolor.

-Con el tiempo amarás el dolor...- dijo el jefe azotando con su mano las nalgas de Liz

Las manos del hombre continuaban en la entrepierna de Liz. Sus dedos acomodaban y abrían los labios vaginales de ella mientras sus labios saboreaban sus pechos. Mirándola fijo a los ojos sintió el pánico que recorría el cuerpo de la muchacha y sonrió. Acercando su pubis desnudo al de ella comenzó a rozar su miembro en los labios expuestos de Liz.

-¡Mírame perra!- le ordenó

-¡Siempre debes mirar al hombre que te está por violar, o serás duramente castigada!- amenazó

Con lágrimas corriendo por sus ojos Liz levantó la vista hasta la de él. Sus ojos tenían cierta fuerza que la amedrentaban. En ese momento él la tomó por la cintura y ella supo que venía lo peor. Rozando sus muslos sentía la inquieta verga del pervertido jefe que se acercaba a su sexo. Por algún motivo que no sabía explicar Liz no cerraba sus piernas ni dejaba de mirar al hombre a los ojos. Liz cumplía exactamente lo que le habían indicado, aun sabiendo que en cualquier instante la penetraría violentamente para violarla.

-¡¡Aaaauuu!! se quejó la joven al sentir la violenta penetración

-Ohh.. apretadita y dulce.. como las buenas señoritas..- dijo él gimiendo con el placer del calido sexo de ella

Liz podía sentir que su sexo se abría en dos. La seca e involuntaria penetración raspaba en su interior y cuanto más se metía el miembro del jefe dentro de ella, más sufría. Tomado de sus caderas, el hombre embestía dentro de ella hasta que su pubis rozó contra el de ella. En la incómoda posición Liz sentía jalar sus muñecas con cada embiste del hombre. Colgando de las cadenas era una marioneta sobre el pene de su violador.

-Me duelee..- se quejaba Liz

-Así está mejor, perra.. y no será la ultima vez que te duela.- le advirtió sin dejar de follarla

La joven se lamentaba sintiendo su sexo arder del roce del pene dentro de ella. Gemía lastimeramente y se preguntaba por qué ese hombre era tan perverso con ella. En su mente, las deliciosas sensaciones de su última vez con su novio contrastaban con el dolor intenso que sentía en ese momento. Hubiera deseado desaparecer en ese momento, pero el hombre delante de ella se tomaba de sus pechos apretándolos y amasándolos mientras gemía y la violaba sin piedad. Con sus dedos acariciaba los pezones de la dolorida mujer hasta sentirlos bien erectos entre sus dedos. Cuando estuvo bien seguro de haberlos sensibilizado lo suficiente, los oprimió sin piedad hasta que Liz se comenzó a saltar entre sus dedos desesperada.

-¡¡Ya nooo.. por favoooor...!!- suplicaba ella

-¡¡Grita perra!! ¡¡Grita que te daré más fuerte aún!!- la incentivaba él

Totalmente enloquecida por las numerosas sensaciones de dolor, Liz se debatía en sus amarres y comenzaba a lastimar sus muñecas. Su llanto y sus contorsiones eran casi convulsiones de dolor que apretaban más y más el sexo del hombre que tenía dentro de ella. Su violador disfrutaba y gemía en su oído mientras comenzaba a sentir los temblores previos a su orgasmo.

Tomado por el pelo de ella, el hombre se comenzaba a convulsionar. Arremetiendo más adentro y más fuerte que nunca sobre su víctima, el hombre gemía e insultaba a Liz. Totalmente humillada ella sentía cada centímetro de su verga como un alfiletero que le hacia ver las estrellas. De repente sintió como el pene dentro de ella se inflaba y pulsaba dentro de ella. El impacto de la primera descarga de leche dentro de ella la sorprendió haciéndole abrir los ojos de par en par. Con su vista anclada en sus ojos, el hombre sonreía y demostraba su placer. La leche de su verga inundaba el sexo de Liz que lloraba nuevamente sintiéndose derrotada y humillada.

Cuando el hombre se retiró de adentro de ella Liz se sintió derrotada. Su sexo le dolía, también sus pezones, pero lo que más le dolía era su orgullo. había sido violada por ese hombre, y le habían prometido que sería la única forma de pagar su deuda. Tendría más de ello, mucho más. Todas las noches, todos los días, su cuerpo sería violado y usado hasta el cansancio y aun más allá. Mirando a un costado recordó la cámara y al ver el monitor pudo observar un primer plano de su sexo con un hilo de blanco semen derramándose por la cara interna de su muslo.

-Serás muy popular en nuestra página de Internet.- le dijo él burlonamente

-Por favor.. no lo hagan.. no en Internet.- suplicaba ella

-Es tarde, putita. Ya tenemos una cinta en camino y habrá mucho más material hoy por la noche.- respondió riendo perversamente

Cuando por fin la bajaron de sus cuerdas Liz tenía todo su cuerpo adolorido. Casi de inmediato intentó llevar sus manos a su sexo, a sus nalgas, a sus pezones. Todo le dolía.

Poco pudo consolarse. Dos hombres tomaron sus manos y las amarraron a su cuello con un grueso collar de cuero y dos muñequeras de cuero. Luego de eso le colocaron dos tobilleras de cuero. Cada una tenía una argolla en forma de D. Con cadenas entre sus tobilleras que no le permitían dar pasos muy largos, totalmente desnuda y dominada, fue llevada a otra habitación donde la arrojaron sobre un raído y sucio colchón.

Liz lloró por largo rato su destino. Sus manos habían sido liberadas, pero una cadena la unía a la pared a un costado de la cama. Estaba en una especie de calabozo. Nerviosa y desesperada intentaba jalar de la cadena y escapar, pero era demasiado fuerte para ella. Nunca se liberaría. Con lágrimas en los ojos se arrojó boca abajo sobre el colchón deseando desaparecer. Por un momento imaginó lo que le esperaba de allí en más y sintió una sensación de frió que le recorría la espalda erizándole la piel. Su mente se debatía entre el deseo de escapar y el de abandono total. Lo que sí estaba segura era que nunca más desafiaría al jefe. Los azotes en sus nalgas la habían dejado marcada y aun le ardían.

Los minutos parecieron días, las horas parecieron meses, quizás años. Sin poder descansar y nerviosa por lo que le esperaba esa noche se revolvía sobre el colchón. Finalmente terminó cayendo rendida sobre el colchón que la recibió en un reparador sueño.

Un par de toscas manos tomando las suyas hicieron sobresaltar a Liz al despertarse. Antes que pudiera darse cuenta sus manos estaban nuevamente amarradas con una cortísima cadena a su nuca. Luego de eso la pusieron de pie y la obligaron a seguirlos.

-¿Donde me llevan? preguntó inocentemente Liz apenas recobrándose del sueño.

Sin decirle palabra la tomaron de los codos y la llevaron por varios pasillos hasta una habitación a oscuras. Allí fue dejada sobre un colchón que al tacto de sus nalgas Liz pensó que parecía ser de plumas forrado en seda. Antes de irse, los hombres tomaron una bolsa de gruesa tela y le cubrieron la cabeza hasta su cuello amarrándola con una soga que no le permitía quitársela pero no la ahorcaba tampoco. Luego de eso fue sólo silencio.

El tiempo parecía haberse detenido. Liz sufría el silencio y la oscuridad total sin tener noticias de lo que sucedía alrededor de ella. Por varios minutos el silencio fue absoluto. Los oídos de Liz le zumbaban suavemente al no escuchar nada. Quiso ponerse de pie, pero sintió luego que la cadena en su cuello la jalaba hacia abajo sin dejarla moverse. Estaba atrapada en ese lugar y tendría que aguantar lo que le sucediera. Su mente dibujaba ideas tremendas en la oscuridad y la ausencia de sonidos casi la llevaba al borde de la locura.

Casi 45 minutos después, aunque a Liz le parecieron años, comenzó a sentir sordos ruidos que no pudo identificar. Los sonidos fueron aumentando con el tiempo y ella descubrió que se trataba de pasos. Durante algunos momentos recordó la frase del jefe esa tarde y su cuerpo tembló. Nadie emitía palabra, solo ruidos, muchos ruidos de diversos lados alrededor de ella que la comenzaban a enloquecer.

En un determinado momento Liz pudo sentir el ruido de pasos que se acercaban a ella. Estaban muy cerca de ella. Luego de eso el ruido de cadenas y a continuación algo que jalaba de su cuello hacia arriba. La estaban jalando de la cadena. Sabiendo que si no obedecía sería más doloroso Liz se puso de pié como pudo.

De repente alguien le quitó la bolsa de su cabeza y una luz tremendamente brillante la encegueció. Un sonido de asombro se escuchó en el recinto.

-Buenas noches señores.- dijo el hombre al lado de ella rompiendo el silencio

-Les agradezco que hayan aceptado mi humilde invitación a esta pequeña fiesta privada.- agregó

-Esta noche tenemos una noche especial. Tenemos aquí una hermosa jovencita, completamente sana, de clase media, acostumbrada a la vida de lujos y de derroche, de suave figura y carnes calientes, que será nuestra anfitriona de esta noche.- dijo señalando a Liz

-Como se imaginarán ella no está aquí por voluntad propia. Eso hace aun más interesante la noche, y creo que muchos de Uds. agradecerán este detalle. Ella estará con nosotros por mucho tiempo, hasta que termine de pagar una deuda o se haga inútil, lo que antes ocurra.-

-Las reglas de la casa son las mismas que las de todas las sesiones. Todo está permitido en tanto y cuanto no afecte a la salud de la dama. Las heridas leves están permitidas en tanto y en cuanto no amenacen su salud.-

Liz temblaba al escuchar eso. No podía creer que la estuvieran presentando de ese modo. Esos degenerados la iban a castigar y a violar como desearan. La noche iba a ser una pesadilla de la que ella deseaba escapar. Poco a poco la vista de Liz se fue aclarando y pudo observar un salón lleno de sillas y mesas donde unos 40 hombres bebían y la miraban a ella. Las paredes estaban recubiertas de una gruesa capa de goma espuma forrada en cuerina que seguramente aislaba los sonidos. En varios lados podía ver las cámaras colgadas del techo y apuntándole. A su alrededor varios muebles y objetos presagiaban una noche violenta y salvaje.

Cuando el primero de los hombres se acercó a ella, Liz tembló y se orinó encima. Presa del pánico no pudo contener su vejiga y su orín por poco dio en el colchón. Solo había dejado un charco en el piso de la habitación. Inmediatamente el hombre le dio un tremendo sopapo en su mejilla que la dejó atónita.

-¡¡Perra sucia!! ¡¡Te has orinado!!- le dijo dándole dos bofetadas más.

-¡¡Agáchate y límpialo!!- le ordenó

La aterrorizada muchacha no podía creer lo que escuchaba. Observaba la mancha en el piso y al hombre que le había dado la orden y no se atrevía a responderle. Sus mejillas le ardían y podía sentir un ligero gusto a sangre en su boca. En cuanto el hombre alzó la mano para darle otra bofetada Liz se arrojó de rodillas y cerrando los ojos para no mirar comenzó a lamer el piso debajo de ella. En pocos minutos terminó de lamer todo el orín y levantó la vista mirando al hombre que la tenía por la garganta.

-¡¡Has ensuciado tu boca ahora!!.- le recriminó

Tomando una botella de whisky de arriba de la mesa la giró sobre la boca de Liz y derramó el líquido sobre su boca. El whisky caía interminablemente y Liz bebía lo más rápido que podía la bebida. No estaba acostumbrada a tomar en tanta cantidad ni mucho menos con el estómago vacío, por lo que en poco tiempo sintió un mareo atroz y su vista se nubló. Luego que le quitara la botella de la boca la jaló de los cabellos hasta llevarla al borde más angosto de la mesa y la dobló por su cintura justo en el borde. Liberando sus manos las ancló nuevamente en las dos patas más lejanas a la posición de Liz dejándola expuesta sobre la mesa.

-Eres una niña mala y serás castigada.- le dijo el hombre tomando una palmeta de al lado de ella

El primer azote sobre las nalgas de Liz la hizo saltar en sus ataduras y levantar su vista. Luego de ese hubo muchos más. Los azotes era suaves pero firmes y poco a poco Liz sintió como el calor subía en sus nalgas hasta hacerse realmente inaguantable. La joven jalaba las ataduras con cada azote y lloraba lamentándose y pidiendo piedad.

Cuando el hombre terminó de azotarla se colocó detrás de ella y acarició con sus manos las marcadas nalgas. Liz podía sentir como los dedos del hombre revivían el dolor de la herida y la hacían sufrir más y más. Sin saber cuando, el hombre se había bajado los pantalones. Con sus manos abrió las nalgas de Liz y de un solo empujón se estrelló contra su ano cerrado y seco.

-¡¡Aaaaaaaaauuuuuuu!! ¡¡ Por ahí no...!! ¡¡Por favor!! - suplicaba llorando Liz

Los gritos y los lamentos de ella, más que amedrentar o generar compasión en esos hombres, los excitaban más. Pronto sintió como su cuerpo se abría en dos al recibir la penetración del pene de su violador por el culo. Sólo había podido meter la cabeza del pene y seguía empujando haciendo ver las estrellas a Liz. Poco a poco el tronco de la verga se metía más adentro hasta que ella pudo sentir como el vientre de él chocaba con sus nalgas. Totalmente humillada sabía que tenía toda la verga dentro de ella y que la estaba violando a su antojo.

Liz dejó caer su rostro de costado sobre la mesa y lloró desconsolada. Sentía el ir y venir de esa dolorosa penetración dentro de ella que la estaba taladrando. Tomándola del cabello el hombre la hizo mirar a las mesas y se dispuso a llenarle el ano de semen. En una eyaculación que la recorrió por dentro Liz recibió un fuerte chorro de semen que le inundó el cuerpo y la devastó.

Cuando ese hombre se retiró pasó el siguiente. Cambiando de lugar las ataduras la giró boca arriba y la comenzó a azotar con una fina vara en sus pechos y abdomen. Liz creyó que moría del dolor. Su cuerpo se convulsionaba con cada impacto y sus gritos desesperados ya la comenzaban a dejar disfónica. Entusiasmado azotando sus pechos y en especial sus pezones el hombre se preparaba para violarla también. Con su sexo cerrado por el dolor Liz recibió la tercera violación de la noche y sintió cada centímetro de la verga que la abría en dos al meterse dentro de ella. Sin soltar la vara y dándole más y más azotes el hombre la violaba disfrutando de las contracciones de su sexo con cada impacto. Poco tardó el hombre en descargarse dentro de ella y en inundarla de leche que le recorría el sexo sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo.

La muchacha sufría esa pesadilla y pensaba en pánico total que al menos había visto 40 hombres. Su mente deseaba irse de allí, ese infierno que la estaba matando. En ese momento sintió que el hombre en su sexo era reemplazado por otro y otros dos se acercaban a su rostro. Mientras la verga entre sus piernas la violaba otra vez, otro de los hombres preparaba un nudo corredizo de horca y se lo colocaba en el cuello.

-¡Ahora vas a abrir la boca putita. Nos vas a mamar como nunca, y mejor que no muerdas o mueres aquí mismo!.- le amenazaron

La boca de Liz se abrió tímidamente para recibir una verga que se metió sin más dentro de ella. Con asco en su rostro la muchacha sentía por primera vez la carne de un hombre acariciándole su lengua. Siempre lo había considerado algo asqueroso y nunca lo había hecho. El salado gusto del líquido preseminal del hombre se untaba sobre su lengua. Azotándola en sus pechos le ordenaron chupar más y más fuerte. Ella obedeció hasta que sintió como los jugos venían hacia ella por propia succión. Preocupada por los azotes y en la verga sobre su rostro sintió como entre sus piernas otro hombre la llenaba de leche y ella pensó que esa noche no acabaría jamás.

Uno tras otro los hombres se ensañaron con ella. Su cuerpo no tenía lugar donde no le doliera o le ardiera. Su sexo era una pasta de semen blanco chorreando constantemente entre sus piernas que estaban untadas de los restos de leche hasta sus rodillas. Liz ya no luchaba, solo dejaba que le hicieran las cosas.

Promediando los veinte hombres hicieron un alto en la violación. Recostada sobre el piso Liz no necesitaba ser amarrada. Su cuerpo estaba destruido. Las marcas de los azotes se veían aquí y allá , en sus piernas, en sus nalgas, en su vientre. Solo sus pechos y su rostro se habían salvado de la salvaje azotaina que había recibido. Los ojos de Liz estaban enrojecidos y miraban al infinito como perdidos. Su boca chorreaba semen entre sus labios y sobre sus dientes. Sus cabellos estaban pegados al cuerpo por su propia transpiración y los restos de semen sobre ellos. No podía ponerse de pie, sus piernas estaban totalmente agotadas y sus rodillas temblaban cada tanto.

Dos hombres se encargaron de acomodar a Liz, asearla con unos paños y agua tibia y dejarla reposar nuevamente sobre el colchón. Entre sus quejidos y gemidos Liz llegó a susurrar un "gracias" para ellos y se dejó caer nuevamente. Mientras tanto, los hombres disfrutaban de generosas copas de whisky y algunas delicias para comer que eran servidas en el lugar. Las cintas de los videos fueron reemplazadas y todo estaba en orden para seguir. Todo menos Liz.

Cuando los reflectores del salón comenzaron a brillar nuevamente, Liz se sentía algo mejor, pero el sólo pensar lo que había pasado y lo que estaba por venir la amedrentaba tremendamente. Mientras dos hombres acercaban un marco de acero con un cuadrado de 2mts por 2 mts. al centro de la escena, el jefe se acercó a Liz y se sentó a un lado de ella. De solo verlo Liz comenzó a temblar.

-Tranquila Liz.- le dijo acariciándole el cabello

-Lo has hecho muy bien hasta ahora..- le agregó con una sonrisa en el rostro

Poco a poco, con su voz melodiosa y calmada le fue infundiendo confianza a la aterrorizada muchacha. Con sus manos acariciando el cuerpo de ella la iba calmando hasta que Liz pudo mirarlo a los ojos sin problemas.

-Ha pasado la peor parte ya..- le dijo sonriéndole

-Si te comportas y nos obedeces en lo que te pidamos no te azotaremos más.- le prometió

El rostro de Liz se iluminó un poco. El solo ver un látigo o una fusta la aterrorizaba en ese momento. Su piel sentía el ardor aun fresco de los azotes en su cuerpo y no deseaba más.

-¿Me lo.. prometes...?- se animó a preguntar Liz

-¡Por supuesto!- le respondió él

-¿Continuamos?- le invitó él

Liz sabía que más que una pregunta era una orden. No podía negarse. Miró a su alrededor y vio los muchos hombres aun con sus vergas duras y supo que cuanto más tardara, más posibilidades había que los hombres volvieran a excitarse. Con un esfuerzo tremendo tomó la mano que le ofrecía el jefe y se puso de pie. Sus rodillas flaqueaban y su paso era totalmente desarticulado, pero poco a poco se llegó junto al jefe. Caminaron unos pasos y la llevo hasta el cuadro.

-Ahora Liz te pediré que demuestres que sabes que nos perteneces por completo y nos obedecerás.- le indicó en voz alta el jefe

La muchacha cerró los ojos pero una lágrima se escapó igual de entre sus ojos rodando hasta el piso. Sabía que era verdad, pero no podía hacer nada al respecto, al menos si deseaba no morir azotada.

-¿Ves esos grilletes en el piso sobre la barra? Colócatelos en tus tobillos, ambos tobillos, y aseguralos bien fuerte.- le indicó

Inclinándose hacia adelante se colocó el pie izquierdo primero. Luego, para colocar el derecho notó que tenía que hacer un esfuerzo y abrir sus piernas. Finalmente logró colocar los dos y quedó con sus piernas abiertas más de 1 metro. Miraba como pidiendo que fueran suave con ella a los hombres presentes. Siguiendo las instrucciones del jefe se colocó un cinturón sostenido en ambas barras verticales que le envolvía su cintura. Luego, ya con lágrimas en los ojos miró al jefe mientras que le pedía colocarse una muñequera que colgaba desde arriba. Acercándose a ella, el jefe le colocó la otra muñequera dejándola a Liz en una expuesta e incómoda posición de X.

Luego de felicitarla y acariciarla un poco el jefe hizo señas a los hombres para que se acercaran. Formándose delante y detrás de Liz se acercaron a ella y comenzaron a manosearla y a acariciarla. Liz sabía que algo se venía. Con su pene erecto el hombre delante de ella se ubicó entre sus piernas y la penetró. Liz pudo sentir la tiesa verga del hombre llenándola y se tomó de los amarres lo más que pudo para no caer por los violentos empujones. En ese momento, otro par de manos envolvieron su cintura y se deslizaron a sus nalgas. La mujer sintió que poco a poco sus nalgas se abrían y el miembro se apoyaba en su ano.

-Nooo.. por favooor..- suplicó retomando el aliento por unos segundos.

La penetración fue violenta, y Liz tembló mientras el hombre empujaba su verga dentro de ella. Penetrada por ambos lados Liz jamás se había sentido tan humillada en su vida. Miraba la cámara delante de ella y se lamentaba llorando amargamente sobre el hombre delante de ella.

Luego que ambos hombres descargaran su leche dentro de ella, otros dos tomaron sus lugares. Interminablemente sus dos orificios fueron violados por todos y cada uno de los hombres en la sala. Cerca del cuarto hombre, Liz comenzó a sentir una sensación entre sus piernas. Su cuerpo comenzaba a excitarse. Uno de los hombres lo había logrado, y con cada empujón dentro de ella le hacía gemir y subir más su excitación. Muy pronto su cuerpo reaccionó también placenteramente a la penetración anal, y los gemidos se hicieron más evidentes. Todos se habían dado cuenta de ello y ahora jugaban con sus pezones y con su clítoris. Era como un desafío el lograr que Liz tuviera su primero orgasmo involuntario, y registrarlo en las cámaras sería genial.

-Noo.. por .. por.. favoooor... no me.. no me hagan.. esto...- suplicaba respirando entrecortada Liz

Con otra lágrima corriendo por sus mejillas Liz abría la boca sintiendo un intenso placer, que pese a que su mente deseaba detener, su cuerpo no podía. Sus jadeos y sus gemidos eran deliciosos. Su cabeza girando negativamente y sus esfuerzos por contenerse fueron inútiles.

Sintiéndose la peor de las putas Liz explotó en un orgasmo exquisito que casi la hace perder el sentido. Por varios minutos tembló en el medio de los dos hombres sin poder detenerse, casi hasta quedar sin aliento. Sus aullidos se escuchaban en toda la habitación y todos los hombres la aplaudían. Por fin, cuando los hombres descargaron sus chorros de semen caliente en ella, ella tiró la cabeza hacia atrás y dio el último salto.

-¡¡Son unos bastardos!!- lloraba Liz

-Te ha gustado putita.. y lo harás otra vez...- le dijo uno de ellos al oído.

Media hora más tarde volvieron a descansar y a asear a Liz. Las siguientes sesiones de violación y sexo desenfrenado con la pobre muchacha le arrancaron cuatro orgasmos más que ella se negaba a dar. Violada dos y tres veces por cada hombre Liz terminó exhausta completamente.

Ya amanecía, y aunque Liz ya no disfrutaría más el mar y las playas de esa zona, otras personas lo hacían sin percatarse de la ausencia de la joven. El hotel cobró el voucher del premio y se dio por satisfecho sin investigar más.

El tiempo pasó y en su trabajo la dieron por desertora. Sus padres, que vivían lejos de ella estaban acostumbrados a que no escribiera y por eso no echaban de menos su presencia. Sus amigas creían que había huido con algún hermoso hombre que hubiera conocido en las vacaciones.

Nadie se había percatado de su ausencia. Cautiva por la mafia de la isla Liz dormía en una habitación sin luces ni comodidades, sólo esperando a la próxima semana o al próximo día que su jefe deseara usarla para sus fiestas con sus amigos.

¿Fin?