Volviste a mi cocina
"Tú no has venido aquí a por café", te dije
- Tú no has venido aquí a por café - te dije. Tu respiración quedó cortada y tu corazón paralizado al notar mi cuerpo pegado al tuyo en la cocina. El azucar se desparramó sobre la encimera.
- No - acertaste a responder, de forma casi inaudible.
Te besé el cuello y soltaste el primer gemido de aquella mañana. Mis manos te apretaron contra mi por debajo de tu camiseta, y giraste la cabeza para besarme de nuevo, tras tantos meses deseándolo.
- No has venido aquí porque me quieras.
- No.
- Has venido aquí por sexo.
Tus piernas temblaron. Comenzaste a notar mi paquete en tu espalda, y tu culo cobró vida propia frotándose contra mi.
- Acariciate - ordené. Tras unos segundos de duda, tu mano derecha bajó por tu abdomen por debajo de tu ropa interior.
- Estoy empapada. - confesaste.
Mis manos no se movieron de tu cintura. Tan sólo bajaron levemente para disfrutar de la curvatura de tus caderas mientras te hablaba.
- ¿Cuántas veces te has masturbado estos meses pensando en mis manos de nuevo?
Lamí tu cuello obscenamente. Algo de saliva fue acariciándote, una gota, recorriendo tu piel hasta perderse en tu escote, en la fantástica vista de tus tetas, pequeñas y duras, que me regalaba estar detrás de ti. Más abajo, tu muñeca moviéndose bajo tu falda.
- ¿Cuántas veces te has desnudado en la cama y pensaste que era yo el que te arrancaba las bragas de nuevo?
Gemiste. Tu mano iba acelerando sobre tu húmeda piel.
- ¿Cuántas veces has cerrado los ojos comiéndole la polla a tu novio y has recordado la mía?
Volviste a gemir, más fuerte. Yo no lo ví, pero dos dedos se introdujeron en tu coño. Los botones de la blusa fueron siendo liberados hasta mostrarme tu sujetador. Te viste reflejada en el cristal de la puerta de la cocina, medio desnuda, masturbándote, com mis manos comenzando a desnudarte de nuevo, y notaste tu primer orgasmo cerca. Puse mis dedos en tu boca. No hizo falta decirte nada, comenzaste a lamer ansiosa.
- No he dejado de pensar en lo bien que chupas, cielo.
Tu culo se frotó contra mi, rápido y fuerte. Acababas de llegar pero ya estabas a punto. Llevé tu propia saliva de la boca a tu pezón izquierdo y te susurré.
- Cielo, hoy te voy a hacer correr de nuevo hasta que vuelvas a ser adicta a mi.
Gritaste. Te corriste en mis brazos, que te mantuvieron en pie. Notaste tus flujos caer por tus piernas, atravesando tus empapadas bragas. Los notaste hasta el tobillo mientras no parabas de temblar y gemir, con los ojos en blanco.
- Echaba de menos notarte temblar en mis brazos, cielo.
Me puse delante de ti y te besé tiernamente.
Después me arrodille. Mis manos subieron por tus muslos y agarraron las gomas de tus bragas en tus caderas.
- ¡Oh! - suspiraste.
Después la tela recorrió tus piernas hasta el suelo, donde las recogí. Levantándome, te las devolví. Me abrazaste por los hombros y confesaste.
- Lo he intentado con otros, pero nadie me ha vuelto a poner como tú.
Mis manos fueron a tus glúteos, amasándolos, mientras nos besábamos como hacía años no hacíamos. Primero por encima de la falda, pero después la fui subiendo para notar tu piel. Notabas tus muslos empapados mientras lo hacía.
Después me separé de ti.
Me apoyé en el frigorífico.
- Desnúdate - ordené.
Tus ojos se clavaron en los míos cuando dejaste caer lentamente la blusa al suelo. Cuando hiciste lo mismo con el sujetador pude por fin contemplar tus aureolas, oscuras y duras, deseando ser lamidas. Después fue la falda, desvelando tu rasurado pubis.
Y en ningún momento dejaste de mirarme, saboreando cada movimiento sobre ti.
- Déjame contemplarte - pedí.
Me miraste melosa, bajando los ojos a tu cuerpo y recorriendo tus curvas con los dedos. Acariciaste primero tu pecho y después tus muslos.
- Eres preciosa, cielo. - te dije desde el lado opuesto de la cocina antes de acercarme hasta ti y darte la vuelta.
Me ofreciste tu generoso trasero.
- Pégame - dijiste, mirándome primero a mi y luego a tu culo. Te di un azote.
- Más - pediste, y repetí, más fuerte.
- Más, hasta que note tu anillo - seguiste pidiendo.
Te azoté más y más. Al hacerlo oía tu coño empapado. Seguí hasta que gemiste. Mi mano izquierda te agarró por el pelo. Sonreiste malvada. mis dedos corazón y anular entraron en tu coño hasta el fondo. Mi alianza desapareció dentro de tu vulva. Mi pulgar comenzó a trazar círculos lubricando tu ano.
- Mi novio no lo toca - me dijiste, casi nostálgica - Lo echaba de menos.
Gritaste cuando mi pulgar entró en tu ano. Comencé a follarte los los agujeros, cada vez un poco más rápido y fuerte.
- Así, asi…
Ahora el que no habló fui yo.
- Me pones muy cerda, joder… Qué manos…
Mis dedos chapoteaban en tu empapado interior. Tu ano se dilataba recibiéndome una y otra vez. Mi mano izquierda enloquecía en tu cuerpo, agarrándote el cuello, apretando tu pecho, azotándote una y otra vez…
- Más, joder, más…
Lamí tu espalda al arquear más mis dedos, buscando tu talón de Aquiles. Te recliné, después tendrías que ducharte para limpiarte de la grasa y el azucar de la encimera, pero el placer era tal que todo te daba igual.
- Hazme correr, joder…
Todo mi pulgar desapareció en tu culo y te empotré contra el mueble, penetrándote con mis dedos con fuerza, acariciando tu punto e impidiéndote moverte con mi mano izquierda.
- Me voy... - gritaste.
Tu culo y tu coño se contrajeron cortando la circulación de mis dedos cuando lo hiciste. Me recliné sobre ti para que el calor de mi cuerpo te acompañase en tu temblor. Gritaste por un minuto entero durante tu orgasmo mientras me empapabas la mano y tus líquidos comenzaban a fluir por mi brazo.
Caíste al suelo, sentándote mirándome. Te veías preciosa, sudorosa y despeinada, desnuda en mi cocina. En mi móvil sonó un mensaje.
- ¿Es ella? - preguntaste.
Me incliné sobre ti y te besé en los labios.
- Este rato es para nosotros - te susurré.
Me erguí para contemplarte de nuevo. Tú te arrodillaste, apoyando tu culo en tus talones, y metiste la mano por los pantalones cortos con los que me habías encontrado en casa. No llevaba calzoncillos. Me miraste sonriendo al agarrar mi polla dura por debajo de la tela. Metiste la otra mano para acariciar mis huevos. Besaste mi abdomen cuando me quité la camiseta.
Me bajaste los pantalones y lamiste el tronco de mi falo. Besaste la punta.
Me miraste a los ojos y mi polla, centímetro a centímetro, fue desapareciendo en tu boca y tu garganta. Tu nariz llegó a mi pubis. Sonreí y acaricié tu pelo.
- Lo echaba de menos, cielo.
Mi larga polla volvió a aparecer a medida que te separaste de mi. La sacaste entera por última vez antes de comenzar a comerme con todas tus ganas. Notabas tu coño empapado derramándose en tus pies al hacerlo, y mis manos acompañaban tu cabeza.
- Dios…
Tu lengua recorría mi tronco en tu boca, y no dejabas de mirar al hacerlo. Te gusta hacérmelo, volverme loco así, notarme a tu merced…
- Me vas a hacer correr…
Tus manos fueron a mi culo y casi me dabas cabezazos al comerte mi polla entera. Tu lengua llegaba a escapar mojando mis huevos. Sonreías al verme gimiendo.
Tenerte en mis manos me había excitado demasiado, no podía aguantar más.
Sin avisar, grité y comencé a eyacular en tu garganta. Te apretaste contra mi mientras gemía y me vaciaba en ti, tragando toda prueba. Mis rodillas flaquearon y tuve que apoyarme en la encimera para no caerme sobre ti mientras me lamías despacio, limpiando mi polla y tragando las últimas gotas. Sólo cuando acabé por completo, con mi polla ya flácida en tu boca, te levantaste y me besaste. Noté semen en tu lengua al entrelazarse con la mía. Lamí una gota que se había escapado en tu barbilla.
- Somos unos hijos de puta - me dijiste al dejar de besarme.