Volviendo por la noche

Pero se dejo hacer, mis dedos iban entreabriendo la vulva aún perezosa.

Volviendo por la noche

Me había quedado a trabajar hasta tarde, bueno, ya se sabe reunión con los de la oficina, plática por parte del jefe, y un par de copas posteriores en el bar de copas cercano.

El resultado es que ya llegue a casa con la noche avanzada. En el bloque de pisos no se oía un ruido ni siquiera el clásico llanto de niño tocapelotas a las tres de la madrugada.

Hasta el ruido del ascensor me pareció escandaloso y respire tranquilo cuando salí al rellano de mi piso. Gire con mucho cuidado la cerradura y sigilosamente como suele ser habitual en mi, me encamine hacia mi habitación. Un mueble inesperadamente colocado me hizo tropezar, blasfemar y cagarme en las rebajas. Seguro que mi querida señora se lo había comprado en un arrebato consumista, pues esta mañana había nada ahí.

Estuve un rato callado, mis imprecaciones no parecían haber turbado la paz de la noche, el único afectado había sido mi rodilla, la cual había incrustado en el silloncito de marras.

Finalmente logre llegar a mi cama, en su lado el bulto de mi mujer yacía tranquilo, debajo de mi almohada no parecía estar el pijama, y para no montar más numeritos, me quite la ropa y me metí desnudo en la cama.

No se si serían las copas, el perfume, nuevo por cierto, de mi mujer, o el hecho de meterme en bolas en la cama, pero me apetecía un poco de tema sexual. Además sería una forma interesante de recriminar a mi mujer por su ansia amuebladora. Me pegue a su culo, mi polla aun fláccida contacto con sus nalgas, cubiertas por una suave braga. Una de mis manos se fue a hacer expediciones por su entrepierna, busco por debajo del algodón y empezó a acariciar el cuerpo dormido.

Una leve protesta surgió de ella, pero se dejo hacer, mis dedos iban entreabriendo la vulva aún perezosa. Normalmente esta era nuestra rutina amorosa, yo la excitaba un poquito, ella se ponía cachonda, se montaba encima de mi, y tratábamos de corrernos a la par, cosa que lográbamos con más o menos éxito.

Ya notaba como se iba humedeciendo, de un momento se revolvería y brincaría encima de mi tripa, pero no esta vez, se estaba dejando hacer, que guarra… Seguía de costado y parecía que quería que mis manos siguieran excitando su entrepierna. De hecho abrió los muslos impúdicamente para que mis dedos no se quedaran solo en los bordes externos sino que pudiera profundizar. Notaba su clítoris firme y caliente, cada vez que pasaba las yemas de mis dedos cerca de él, un suspiro muy leve salía de la boca de mi compañera de lecho. Con sus manos guiaba la mía, me llevaba por vericuetos inexplorados otras veces, mis dedos se introducían en su vagina empujados porlos suyos.

Ella solo suspiraba, notaba como le temblaban las carnes, se quito las bragas y se puso boca arriba. Una clara invitación a que mi lengua también probara sus mieles. Es curioso, a ella no le importa que me llene los morros de sus mocos, pero en varios años de matrimonio, aún no he logrado correrme dentro de su boca, me la chupa, pero en el momento justo siempre logra esquivar los disparos de mi glande.

Se corrió, calladamente pero se corrió, mis labios, mis manos, sus dedos, todos contribuyeron al éxito de la empresa. A todo esto mi querido miembro viril estaba como un palo, pero desasistido, y además seguro que esta ahora se dormía y me dejaba empalmado. Una vez más, aquella noche era noche de sorpresas, se acordó de devolver el placer. Me empezó a chupar, desde el cuello, hasta los pies, la sensación de su lengua pasando por mi pecho, bajando por mi vientre, sus dedos acariciando mis muslos, su boca abarcando mi pene, tal vez hoy fuera el día, tal vez hoy lograra que de sus labios colgaran las gotas de mi semen. Ese pensamiento casi hizo que me corriera antes de tiempo.

Sus dedos rozando mis testículos, mi perine, llegando a puntear cerca de mi ano, casi como queriendo entrar pero sin llegar. Ni cuando éramos novios en furtivos encuentros tenía yo esta excitación, ahora doce años de matrimonio y dos hijos por medio, estaba descubriendo a la amante perfecta.

Al final su boca abandonó el abrazo que le daba a mi pene, sentándose de espaldas a mi, engarzo suavemente este en su vagina. La sensación de entrar resbalando a la par que una firme presión alrededor del ingurgitado tronco me consoló de no haberme corrido hasta el fondo de su garganta.

Mientras ella se movía, balanceándose suavemente adelante y atrás, yo apretaba sus nalgas, recorría con mis manos su espalda, aun cubierta por una amplia camiseta, buscaba el inicio de sus pechos, sin poder abarcarlos. Ella seguía respirando suavemente y calladamente, que diferencia con otras veces, pues ella de habitual, solía lanzar grititos y advertencias:- Que me corro- -me duele, pero sigue- -aprieta, aprieta-; cosas de este estilo, pero hoy no, solo suspiraba.

Al final me derrame dentro de ella, no aguante más, de un empujón de mi pelvis vacié mi pasión y mi lujuria. Quedamos un rato quietos, aun unidos, mientras poco a poco me iba desinflando, le susurre un discreto comentario lascivo, sobre su voluptuosidad.

El encanto se rompió, ella se despego de mi, saltando como si estuviera quemando, la polla al salir de su coño emitió un ruido de chapoteo. Ella encendió la luz. Mi vecina, la del piso de abajo, ahí estaba en mi cama, con una amplia camiseta que ocultaba los pechos que yo había acariciado, e intentando taparse el pubis chupado, tocado, lamido y perforado.

Comprendí que el que estaba en lugar equivocado era yo, que me había equivocado de piso, y que estaba tripa arriba, con la polla morcillona aun perlada, por mi lefa y los mocos de mi vecina.

Medio excusándonos, algo avergonzados, comprendimos nuestro error. Ella esperaba a su marido, llevaban casados poco tiempo, y el estaba de viaje de negocios. Por mi parte tenia la excusa de mi cansancio y de que las cerraduras debían ser iguales, cosas de las constructoras para abaratar precios. Cogi mi ropa, y medio vestido, balbuceando tonterías, me escape, subiendo por la escalera al piso que realmente me correspondía.

En mi casa repeti la maniobra, encontré la cama con el bulto de costado de mi mujer, esta vez si era mi mujer, me introduje en el lecho, desnudo, y me acerque a su espalda, descansando mi polla agotada, pero aún pringosa entre sus nalgas y me quede medio adormaecido, pensando por un lado en el numerito con la vecina de abajo, resultaba vergonzoso, por otra parte los dos habíamos demostrado un ímpetu en el encuentro, que mostraba claramente nuestra desesperada lujuria.

Al alba, pocas horas después, me desperté, y tambien mis partes bajas también. A ella, no se si os lo he dicho ya, no le gusta follar por la madrugada, pro mi cuerpo necesitaba rematar esta noche.

Empecé a acariciarla, la misma técnica, dedos perdiéndose en un vello púbico, ella gruño, pero se dejo hacer. Note como iba a humedecerse, intento montarse en mi, quería un polvo rápido, un poco de ajetreo y seguir durmiendo un rato más. No le deje, le obligue a seguir recibiendo mis caricias, visite los lugares que otra mano me había enseñado esa misma noche, ella reconoció la efectividad de mis esfuerzos. No sabía si regañarme o aceptarme. No le di muchas opciones mi boca contribuyo a la excitación, y mi pene se acerco a sus labios.

Logre que se corriera, mientras daba tímidos chupetons a mi glande, en ese momento no me contuve y logre que su garganta, su lengua, su paladar recibieran una feliz eyaculación. Al tiempo sonó el despertador, el camión de la basura haciendo ruido y un nuevo día se puso en marcha.

Mi esposa algo disgustada por el regalito, pero feliz, pues algo diferente debió notar, corrió hacia la ducha, mientras yo remoloneaba cinco minutos más en la cama. Había sido una noche muy dura, y tal vez tres metros más abajo una mujer estuviera masturbándose pensando en mi, esperando en vano a su maridito, el cual seguro que andaba de golfas en cualquier puticlub inmundo de carretera.

Desde aquel día mi mujer pareció recobrar apetitos sexuales feroces, y no me daba tregua. La vecina y yo nos hemos cruzado varias veces dirigiéndonos palabras vacías y corteses. Ayer coincidimos en el ascensor, ella con voz tenue, justo en el momento de bajarse en su piso me ha indicado que no iba a cambiar de cerradura. Yo tampoco.