Volviendo del entrenamiento: en el autobús

En el autobús, de vuelta a casa, me encuentro con un compañero del equipo con ganas de acción.

¡Buenas! Os traigo un relato más tranquilo, aunque para mí ha sido muy morboso escribirlo por el dónde ocurre. Espero que os guste :)

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Solía coger el autobús para ir y volver del entrenamiento. Practicaba fútbol en ese entonces. Era cadete en un equipo de mi ciudad, siendo el portero de mi equipo. Siendo honestos, no se me daba mal. Tenía la complexión física necesaria para mi posición: era ágil, alto y fuerte, con unos brazos y piernas bien definidos y, por supuesto, un pectoral bien marcado. Mis reflejos eran rápidos y era intuitivo, por lo que solía saber qué pensaba el delantero antes de chutar y reaccionar en consecuencia. Sí, era una pieza clave del equipo. Lo pasaba bien con mis compañeros y me resultaba motivador para mis días malos de instituto. Lo único malo es la hora a la que terminábamos algunas veces, ya que se hacía demasiado tarde y me tocaba volver de noche a casa, cogiendo un autobús que a esas horas iba prácticamente vacío.

Fue en una de esas ocasiones cuando coincidí con Germán y ocurrió todo. Germán era un chico un año menor que yo que, debido a su gran calidad como mediocentro, entrenaba con nosotros una vez cada cierto tiempo. El tío estaba muy bien; melena rubia y medio ondulada, ojos grisáceos y unos labios rosados muy apetecibles. Físicamente tampoco se quedaba atrás, aunque estaba menos formado que yo. Sus abdominales ya se empezaban a marcar con firmeza y tenía unos hombros anchos continuados en aquellos brazos elegantes y fuertes. Sin duda, debía ser la comidilla de su clase.

Sin embargo, era un chico reservado. Quizá el verse en medio de 18 chavales un año mayor que él le hacía encerrarse en una burbuja de la que era difícil sacarle. Yo intentaba hablar con él de vez en cuando, pero lo cierto es que lo ponía muy difícil. Quizá mis ojos negruzcos lo intimidaban, ya que solía apartar su mirada cuando me dirigía a él.

Aquella noche, cuando entré al autobús a las 23:12, lo vi. El autobús estaba prácticamente vacío, como de costumbre. Solo un viejo dormido y una mujer joven con los auriculares puestos ocupaban los asientos de delante. Caminé hasta llegar a la fila del final, donde me gustaba ponerme, y allí lo vi. Mirando a la ventana, como si pudiera ver algo en la oscuridad, con esos ojos grises, tristes y silenciosos. Me miró al darse cuenta de que había alguien frente a él, pero de nuevo, apartó la mirada al instante.

Me senté en la última fila, como él, pero al otro lado del autobús. Había tres asientos entre nosotros, pero parecía como si German estuviera mucho más lejos de mí.

-Hey -saludé-. ¿Todo bien?

Ni siquiera miró. Tampoco soltó palabra. Simplemente asintió sin ganas.

-¿Qué tal el entreno? -pregunté, intentando que hablara.

De nuevo, no dijo nada. Se encogió de hombros, sin mirarme. Estaba claro que algo iba mal. Ese día no había entrenado con mi equipo, por lo que no sabía qué podía haber pasado. Me acerqué un poco a él, quedando a dos asientos de distancia.

-¿Es el instituto? ¿Alguna chica que te ha rechazado? Venga ya, si eres el prototipo perfecto -dije burlesco, intentando alegrarle.

Sin embargo, recibí hostilidad por su parte.

-Déjame en paz, Darío.

Me acerqué más a él.

-Oye, Germán, solo intento ayudarte, ¿vale? -repliqué, sonando agresivo.

-Pues no necesito tu ayuda.

Se giró, dándome por completo la espalda al tiempo que llevaba la mano a la entrepierna.

-Que te den, tío -dije, cansado.

Me alejé de él de nuevo y me puse en el asiento del extremo. Mi cabeza daba vueltas. Miraba a Germán cada dos por tres hasta que, unos cinco minutos después, giró la cabeza, curioso, y su mirada se cruzó con la mía. Esta vez, la mantuvo un buen rato. Se puso recto en el asiento y, como intentando que me fijara, se tocó el paquete, aún con sus ojos posados en los míos.

“¿Qué coño hace este?”, recuerdo que pensé. De nuevo, se tocó el paquete, esta vez más exageradamente. Miré casi por acto reflejo y pude ver una gran erección bajo el pantalón del equipo. Le había visto la polla anteriormente en los vestuarios, pero en aquel momento me pareció muy grande. Aquello me puso algo cachondo, aunque no entendí por qué. Siempre me habían gustado las pavas, por lo que eso no tenía sentido. Sin embargo, antes de poder darme cuenta ya me había llevado la mano a la entrepierna, imitando los movimientos de Germán.

Sonrió, por primera vez desde que había subido al autobús. Y lo hizo desde el fondo. Después, continuó magreándose el rabo por encima del pantalón. Mi mente estaba confusa y no conseguía esclarecerla. Me agarré el paquete entero con la mano por encima del pantalón corto del equipo. Germán estiró la goma del pantalón, bajándola lo suficiente para que pudiera ver su gran bulto debajo del calzoncillo. Para entonces, yo ya la tenía bien dura. Imité a Germán y dejé que viera mi erección. Sonrió de nuevo. Él ya me había atrapado en su red, pero yo no lo sabía. Ya no había vuelta atrás.

Sosteniendo su mirada en mi paquete, Germán liberó su rabo, que rebotó hacia arriba. Tragué saliva. Me acordé entonces de los otros dos pasajeros: seguían a lo suyo sin sospechar nada. De nuevo, seguí a Germán y liberé mi rabo. 15cm de largo, gordo y con un glande bien apetitoso. En el tronco, varias venas chiquititas acompañadas por una más grande que cruzaba todo el mástil y se coronaba en el glande. En la base, un par de huevos firmes, redondos y cubiertos por una mata de pelo consistente, aunque no demasiado abundante. Todo ello hizo que Germán se relamiera sus increíbles labios.

Se incorporó, se guardó el rabo de nuevo y, lentamente, se acercó a mí hasta situarse en el asiento de al lado de mí. Extendió su mano para tocarme la polla.

-E-Espera -interrumpí, susurrando-. No… No sé si deberíamos…

Me miró a los ojos, tristes de nuevo.

-Por favor -suplicó.

Cinco segundos de silencio y, después, una afirmación por mi parte. Cuando sus dedos rodearon mi tronco, supe que no debía haberle dejado, pues no conseguiría olvidar aquella sensación jamás.

-O-Oh… -gemí al tiempo que Germán me bajaba el prepucio, descubriendo así mi glande.

Germán miraba mi polla atentamente, observando cómo mi glande aparecía y desaparecía bajo mi prepucio. Yo estaba inmóvil; no quería que parara por nada del mundo. Cuando apartó su mano, me miró, arrepentido.

-Lo… Lo siento, Darío. No…

-N-No, no. Pu…Puedes seguir… si quieres.

Germán sostuvo su mirada, intentando descifrarme. Creo que se quería asegurar de que yo iba en serio y no me iba a meter con él. Supongo que algo en mis ojos debió convencerle, pues volvió a rodearme el cipote con la mano. Se sentía tan bien. Tan cálida. Continuó con aquella humilde paja un par de minutos. El bus se detuvo en la primera parada: aún quedaba un buen rato para llegar a la mía. La mujer con los auriculares se bajó. Germán no había apartado su mano de mi rabo, y había seguido pajeándome lentamente incluso cuando la mujer se había levantado.

Cuando el bus reanudó su camino, dirigí mi mirada a los ojos de Germán. Ahora era yo quien trataba de descifrarlo. ¿Qué estaba pensando? ¿Iba en serio? ¿Por qué lo hacía? Y, sobre todo, ¿estaría dispuesto a dar un paso más? Con el fin de resolver estas dudas, tomé la iniciativa por primera vez. Posé mi mano en el bulto que se marcaba bajo los pantalones del equipo de Germán. Una tela fina y deportiva que dejaba poco a la imaginación. Germán empezó a dejarse hacer. Apartó su mano de mi polla para dejarme más margen de maniobra. Metí mi mano por el hueco que había entre la pierna de Germán y su pantalón, tocando su paquete a ciegas. Lo palpé por encima del calzoncillo. Confirmé mis sospechas: aquello era más grande de lo que parecía que podría ser.

Con cuidado, saqué mi mano. Después, tiré de su pantalón y calzoncillo con ambas manos. Él levantó el trasero, permitiendo así que toda la zona desde su cadera hasta la mitad de su muslo quedara al aire. Volví a echar un vistazo al resto del bus; el viejo seguía durmiendo, ahora incluso más inclinado, y el conductor iba encerrado en su cabina, a lo suyo. Lo siguiente que vi, al bajar la vista, fue la polla de Germán. Efectivamente, tenía un buen tamaño. De hecho, a pesar de ser un año más pequeño que yo, era solo un pelín más pequeña. Con una pequeña mata de pelos en la zona del pubis y ni uno visible en los cojones, aquella polla me encandiló. Era gruesa, arqueada ligeramente hacia la izquierda y con un glande proporcional al tronco, lo que la hacía extremadamente bella a mi vista. Sus huevos no se quedaban atrás. Eran bien redonditos, suaves y sensibles. Tenía una mezcla de sentimientos encontrados. Por una parte, sentía unas ganas tremendas de tocar aquella maravilla; por otra parte, me aterraba la idea de que me gustara. Pero tras pensarlo, deduje que, si estaba dudando, era porque ya me gustaba y no era del todo consciente.

Al sujetar aquel rabo con mi mano izquierda, Germán contuvo la respiración. Lo sentía palpitar en la palma de mi mano. Moví lentamente mi mano, descubriendo así su glande, que ya chorreaba algo de precum. Subconscientemente, me relamí los labios. Entonces, sin saber muy bien qué hacía, arqueé mi cintura, acercando mi cara a la polla de mi compañero.

-¿S-Seguro? -preguntó, nervioso.

No respondí. No sabía qué decir, por lo que simplemente actué. Abrí la boca, cerré los ojos y, con la polla de Germán aún en la mano izquierda, la dirigí a mi boca. Lo primero que tocó ese rabo fue mis labios, cuando cerré la boca para rodearlo. No quise tocarlo con la lengua, como si al hacerlo fuera a dejar de gustarme. Sin embargo, a los pocos segundos lo acabé haciendo y, para mi sorpresa, me agradó. Noté un sabor salado en la lengua, con la que di vueltas alrededor de aquel glande. Era la primera polla que chupaba en toda mi vida. De hecho, era la primera vez que tenía relaciones sexuales como tal. Alguna paja con amigos había caído, pero nada más allá. Mi mente estaba nublada, pero había algo que tenía claro: quería hacer aquello.

Creo que en parte lo hacía por Germán. Lo había notado triste, apagado, y supuse que aquello le haría feliz. Exhaló varios suspiros nerviosos, sincronizados con cada uno de mis lametones a su glande. Me animé un poco más y con mi mano libre le acaricié los huevos, aquellos huevos tan increíbles. Germán se dejaba hacer, disfrutando como nunca.

Apenas un minuto después, el bus paró. Me aparté del rabo de Germán. Habíamos llegado a la siguiente parada. El conductor dio un grito.

-¡Amancio! ¡Es su parada!

El viejo despertó, confuso. Asintió, dio las gracias al conductor, se levantó y salió del autobús. El conductor giró la cabeza, dirigiendo su mirada hacia nosotros. Bufó y volvió a mirar a la carretera, poniendo el bus en marcha de nuevo. Germán me miró, divertido.

-Por poco…

-Ya ves…

Estaba avergonzado. Me sentía raro, pero no arrepentido. Entonces, Germán volvió a sujetar mi polla con su mano.

-Me… Me toca… ¿no?

-Oye, no tienes que hacer nada que no quieras. Por mí, adelante, pero no te sientas en la obli-

Sin dejarme terminar la frase, se abalanzó a mi rabo. Lo hacía mejor que yo, sin duda, pero no podía asegurar que lo hubiera hecho antes. Quizá había aprendido observando bien en los vídeos porno, a saber. O quizá solo me pareció que lo hacía genial porque era la primera mamada que recibía. Sentir sus labios deslizándose por mi tronco y su lengua recorriendo mi glande fue un momento de placer absoluto. Casi sentí que me corría al momento, pero no lo hice.

Germán se esmeraba, sin duda alguna, en lograr que me gustara. Lo hacía con dedicación y ansias, pero también con precaución. Quería que aquello fuera algo que no pudiera olvidar fácilmente. Y vaya si lo consiguió. En un momento dado, hizo un esfuerzo y, haciendo hueco en su garganta, logró comerme toda la polla. Sentí cómo mi capullo chocaba con su pared, y noté sus labios moviéndose por mis huevos, como intentando meterlos a la boca. Aquello me volvió loco, y empecé a acariciar el torso de Germán, oculto bajo su camiseta. Con mis dedos palpé su espalda y abdomen hasta llegar a los pezones, los cuales apreté con sutileza.

-Hhm… -gimió Germán, casi en un susurro.

Mi mano se volvió atrevida y, disimuladamente, fue bajando hasta su cadera. Germán sacó culo, dejando así vía libre para que mi dedo se aventurara en aquellas tierras no tan prohibidas. Dudé antes de hacerlo, pero finalmente recorrí su abertura con mi dedo corazón. Me sorprendió notar que apenas tenía pelos en aquella zona, pero me gustó.

Mientras mi dedo presionaba suavemente la entrada de Germán, este continuaba chupándome la polla. Sus labios apretaban mi glande y veía cómo su cabeza se movía a un ritmo tranquilo. Cuando mi dedo penetró ligeramente el agujero de Germán, este se detuvo un momento. Sentí cómo su culo intentaba cerrarse alrededor de mi dedo para luego volver a relajarse. Unos segundos después, mi compañero continuó comiéndomela.

-Lo… Lo haces muy bien -le dije, algo tímido.

Germán no paró. Siguió chupándomela, cada vez a un ritmo mayor. Mi dedo también entraba y salía de su ano cada vez con más velocidad, comenzando una mini follada que Germán disfrutaba sin duda alguna. Un minuto después, saqué el dedo y dirigí mi mano a su rabo, que seguía duro como una piedra, y lo rodeé. Lo sentí cálido, y Germán volvió a gemir en un susurro.

Con su mano izquierda comenzó a masajearme los huevos, como intentando que empezaran a producir semen. Y vaya si lo consiguió. Mi mano en su rabo, el mío en su boca y su mano acariciando mis huevos. Yo pensaba que no podía haber una sensación mejor que aquella.

-Germán… Me voy a…

Germán se sacó mi polla de la boca. Entonces, empezamos a hacernos una paja a mano cambiada. Nunca pensé que algo tan trivial como eso pudiera suponer tanta diferencia de placer con respecto a hacértela con tu mano. Al mismo tiempo que notaba la mano de Germán subiendo y bajando la piel de mi polla con rapidez, sentía su rabo latir, produciendo leche que se iba acumulando en sus cojones. Y entonces, con un gemido casi imperceptible por parte de ambos, nos corrimos a la vez.

Mis cuatro trallazos cayeron directamente en mi barriga. Los tres de Germán se distribuyeron entre su abdomen y, los restos, en mi mano. Germán me miró, medio tímido. Sin embargo, apenas unos segundos después, acercó de nuevo su boca a mi rabo para limpiar los restos de mi corrida. Me dejó impoluto. Intenté hacer lo mismo con la suya, pero no me vi capaz. Al ver que dudaba, Germán me cogió la mano y pasó su lengua por mis dedos y por la palma, tragándose los restos de su propia lefa. Después, con su mano recogió la que había caído en su barriga y se la llevó de nuevo a la boca.

Me sentí raro. No mal, pero sí extraño. Sentía que no debía haber hecho eso. Pero luego, al ver a Germán y distinguir una sonrisa en su rostro, se me fueron aquellas dudas.

No dijimos nada más. Él se apartó y volvió a ponerse al otro extremo de los asientos, como si aquella distancia fuera suficiente para enterrar lo que habíamos hecho.

Cuando llegué a mi parada, me incorporé y lo miré a la cara.

-Germán. No te preocupes.

Le regalé una sonrisa. Quería que entendiera que aquello no saldría de ahí. Que no se lo contaría a nadie. Lo entendió. Me devolvió la sonrisa.

-La semana que viene… -dijo, dudando-. Nos vemos en el entrenamiento.

Asentí. Bajando del autobús, mi corazón comenzó a latir con fuerza.

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Pues hasta aquí llega. Tenía pensado hacerlo un relato independiente, sin continuación, pero me he enamorado de los personajes, sobre todo de Germán, así que igual lo continúo. De cualquier forma, espero vuestros comentarios, valoraciones y sugerencias. ¡Gracias!