Volviendo a casa

Llegaba a casa hacia las tres de la mañana. Era viernes noche y la semana había sido especialmente dura en el trabajo, por lo que había hecho un plan tranquilo: cena en casa de unos amigos, charla y apenas un par de copas.

Llegaba a casa hacia las tres de la mañana. Era viernes noche y la semana había sido especialmente dura en el trabajo, por lo que había hecho un plan tranquilo: cena en casa de unos amigos, charla y apenas un par de copas. De ahí a casa para descansar. Ya aprovecharía el sábado noche para salir más en serio.

Vivo cerca de una discoteca bastante grande, y los fines de semana el barrio se llena de coches con la música alta, chavales haciendo botellón y, en definitiva, un gran follón. Por eso no me extrañó ver a un par de chicas borrachas en el banco de enfrente de mi casa. Una de ellas estaba vomitando, mientras la otra le sujetaba la cabeza. Pasé de largo con una mezcla de risa y asco: no me gusta encontrarme con ese tipo de "restos" por las mañanas cuando salgo de casa, pero por otro lado todos hemos pasado por eso alguna vez (o más de una).

Cuando estaba abriendo la puerta del portal ví como las chicas se levantaban y se acercaban a mi. Me giré con la llave en mano, sujetando la puerta con curiosidad. La que estaba más sobria, una chica rubita con el pelo corto empezó a hacerme señales mientras intentaba mover a la otra, de la que solo podía ver que tenía el pelo negro y largo cubriéndole la cara, ya que la cabeza le colgaba, medio dormida por la borrachera.

-"Perdona, ¿te importa si pasamos? Mi amiga vive aquí, pero ha perdido el bolso con las llaves y no podíamos entrar" dijo la rubia mientras se acercaba.

Me quedé mirando a la morena algo extrañado, hasta que una sonrisa afloró a mi cara -"¡Joder, si eres Cristina!" Cristina es la hija de la pareja del quinto, y siempre la había tenido por una niña buena. Debía de tener poco más de diecihocho años, veinte como mucho, y siempre que me la cruzaba me saludaba con la boca pequeña, como avergonzada. Y ahora, había que verla, con un vestidito negro ajustado de esos con tirantes que marcaba una figura interesante .

Ella levantó la cabeza, sonriendo tontamente por el alcohol y un poco balbuceante, me saludó. -"Hoolaaa veciiinooo... " La rubia se la quedó mirando con cara de cansancio y luego se dirigió a mí -"Genial, ya os conocéis ¿te importa entonces subirla a su casa? La muy idiota ha perdido las llaves y yo paso de despertar a sus padres".

Levanté una ceja sin dejar de sonreir -"Pues me temo que yo tampoco pienso subirla. ¿Te imaginas la que se puede montar si un tío de 30 años lleva a una tía en este estado a su casa? ¿lo que iban a pensar sus padres?" -"Pues a mi casa no se puede venir tampoco, y aquí no podemos dejarla" replicó ella. Y tenía razón, así que suspiré y dije algo que pensaba que me iba a traer más problemas que otra cosa -"Está bien, ayúdame a subirla a mi casa, y mañana por la mañana cuando se le haya pasado la borrachera ya se irá ella sola". La rubia sonrió aliviada. -"¡Gracias! Por cierto, me llamo Ana" dijo sonriendo.

La verdad es que su sonrisa me hizo darme cuenta de lo guapa que era, y mientras la metíamos en el ascensor y la subíamos hasta mi casa aproveché para darle un repaso: donde Cristina era delgada y fibrosa, Ana era un compendio de curvas genialmente colocadas, forradas con una minifalda negra y una camiseta plateada sin tirantes. Suspiré y abrí la puerta haciéndolas pasar.

Una vez dentro, Ana me pidió pasar al cuarto de baño para intentar lavar un poco a su amiga. La verdad es que resultó divertido ver como se peleaba con el peso muerto de Cristina, estando ella también bastante achispada. Refunfuñó al oirme reir desde la puerta del baño, hasta que se hartó y la dejó caer sentada sobre el wc, quedándose mirándola con los brazos en jarras, pensando en como terminar con el asunto.

Entonces se giró y me echó una mirada de suficiencia, con una sonrisa en la cara. -"A tomar por culo, si no se deja por las buenas, lo haremos por las malas". Y ni corta ni perezosa procedió a quitarle el vestido de un par de tirones por encima de la cabeza, dejándola en bragas y con las tetas al aire. Luego la metió en la ducha y abrió el grifo del agua caliente.

Yo estaba alucinado por la escena y no pude evitar quedarme embobado mirando el cuerpo practicamente desnudo y mojado de la vecina del quinto. Oía sus balbuceos, parecidos a gemidos mientras me fijaba en sus pechos, de tamaño mediano, coronados por unas areolas castañas y unos pezones erectos. Sus braguitas negras dejaban transparentar una pequeña mata de pelo, evidentemente recortada. Los labios del coño se le marcaban en la tela mojada.

Una risa me sacó de mi ensimismamiento -"Vaya, parece que el vecinito está necesitado. Si sigues así se te va a desencajar la mandíbula". Al girarme ví a Ana muerta de risa qué, con un gesto de los ojos me señalaba hacia mis pantalones. No necesité mirar hacia abajo para darme cuenta de que tenía una más que notable erección. Como no tenía sentido negarlo, me encogí de hombros y le lancé una toalla a la rubia mientras le guiñaba un ojo -"Mujer, uno no es de piedra, y ver a un par de chicas así de estupendas le alegran la noche a cualquiera. Pero será mejor que seques a tu amiga antes de que coja una pulmonía". Ella siguió sonriendo mientras se encargaba de su amiga. Le indiqué donde estaba la habitación de invitados, y me pidió que le preparase una copa mientras la acomodaba. Algo soprendido accedí. La cosa iba en una dirección evidente, y no iba a ser yo el que se echase atrás. No todos los días se te presenta una oportunidad así, ¿verdad?

Al cabo de quince minutos estabamos en el sofá, ella con un ron cola en la mano y yo con un gin-tonic. Ana, ahora descalza, pasaba uno de sus pies por su otra pierna, en un movimiento claramente insinuante, sin abandonar la sonrisa que tanto me había llamado la atención. Sus labios eran rosados y carnosos, húmedos por la bebida. -"Bueno, ¿y que vas a hacer ahora que tienes a una jovencita inocente, desnuda e indefensa en tu casa?" preguntó con sorna. "¿una? Yo cuento dos..." le respondí siguiendo el juego. -"Te equivocas, señor pervertido. Una es inocente, pero la otra no, ni mucho menos". Y al decir esto se levantó, dándome la espalda y dejando la copa sobre una mesa. Evidentemente Ana no tenía un pelo de tonta, y sabía como actuar con un hombre delante.

Mientras caminaba llevó sus manos a su camiseta, haciéndola pasar por encima de su cabeza y dejándola caer al suelo. Le siguió el sujetador, despacio, con indiferencia. Sus pechos eran lo suficientenmente grandes como para que pudiese ver sus formas redondeadas sobresaliendo desde detrás. Dí un trago de mi bebida. Luego se bajó un poco la falda, justo hasta la cadera. Y ahí, con un par de contoneos, la hizo deslizarse hasta el suelo junto con el resto de la ropa. Su culo, redondo, alto, duro, respingón, estaba enmarcado por un coulotte negro, de encaje transparente. Esta vez dí un trago más largo. Giró su cabezita rubia y me dió una orden que me apresté a cumplir: -"Sígueme. Quiero demostrate lo poco inocente que soy".

La seguí a la habitación donde dormía Cristina algo sorprendido. Ella estaba cubierta con una sábana, el pelo negro y largo tapándole media cara. Los labios entreabiertos dejaban oir su respiración, profunda. Sin volver a girarse Ana estiró de la sábana, dejándome ver de nuevo la delgada figura de mi vecinita. Sus pechos subían y bajaban ritmicamente, y costaba no quedarse embelesado con ellos. Pero como pensaba, la rubia sabía como calentar a un tío. Se subió a la cama, primero una rodilla y después la otra, haciendo resaltar su redondo culo con el movimiento. Muy poco a poco, deslizó las braguitas de su amiga hacia abajo, hasta sacárselas y me las lanzó sin mirar atrás. Volví a recrearme en el cuerpo de mi vecina y comprobé que tal como se anunciaba solo tenía un pequeño mechónd e pelo sobre el coño depildadito. Y entonces Ana hizo algo que me sorprendió: empezó a lamerle el coño a su amiga. Despacio, con pasadas largas de su lengua, mientras yo alucinaba viendo el espectáculo. A pesar de todo Cristina no se despertó, pero empezó a gemir de forma suave mientras la rubia hundía su cabeza entre sus muslos, acariciándo su cuerpo al mismo tiempo con sus pequeñas manos.

Harto de ser el que solo observaba ante los juegos de una chica que acababa de pasar la adolescencia, decidí tomar cierta iniciativa de una vez. Me desvestí, con calma para dejarle hacer, y después agarré a Ana de su corto pelo rubio con una mano, sacándola de entre las piernas de Cristina y haciéndole dar un gritito de sorpresa. Cuando la tuve a mi altura, con esa boca de carnosos labios abierta y aún sorprendida, la besé con fuerza, sin dejar de tirar de su pelo hacia atrás. Más que un beso la verdad es que fué una mezcla de mordisco y lucha de lenguas. Forzaba mi lengu dentro de su boca, le estiraba del pelo y le mordía los labios, así varias veces. Luego la dejé caer de nuevo sobre su amiga, que se retorcía medio dormida y medio despierta. Probablemente no sabía ni donde estaba. Llevé mi otra mano a una de sus grandes tetas, agarrándola también con fuerza, estirando de ella hasta que solo su pezón quedó entre mis dedos. Ana arqueaba su espalda, evidentemente gozando del trato y gimiendo de forma suave, casi ronroneando. Solté su pezón y pasé mi mano por su costado, acariciándola hasta llegar a su culo, donde la trabé entre sus bragas, y seguí bajando hasta tenerla desnuda, de rodillas sobre la otra jovencita. Desde luego eran diferentes: una delgada y una voluptuosa. Una morena y de pelo largo la otra rubia y de pelo corto. Pero ambas con un cuerpo increible, de los que solo se pueden disfrutar hasta cierta edad.

Al bajarle las bragas había notado que su coñito, este depilado del todo, estaba muy mojado, por lo que aproveché la posición y dirigí mi polla hacía su agujero. Froté el glande con sus labios suavemente, humedeciendo con sus flujos mi miembro. Ella empezó a mover su culo, metiéndosela poco a poco y yo volví a cogerla del pelo: me permitía controlarla y a ella parecía excitarle bastante. Cuando empezó a entrar gimió más alto, suspirando, mientras cada vez entraba más carne dentro de ella. Al final sus nalgas chocaron con mi abdomen, momento en el que la acerqué aún más, forzando mi pelvis hacia ella, notando su tensión, sus huesos apretados contra mi. Luego la saqué igual de despacio, y volví a empezar, una y otra vez. Notaba como ella se tensaba intentando moverse hacía mi para clavársela más rápido. Pero no la dejé, seguí sujetándola, alargando el momento. Cuando por fin se rindió le solté el pelo, venciéndose ella hacia adelante y apoyando su cabeza sobre los pechos de su amiga que nos miraba aún adormilada. La agarré por el culo, separando su nalgas para poder tener más recorrido con cada embestida, y para que ella la notase entrar más adentro. Y continué con la follada, aumentando la velocidad poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Mientras estaba en ello pude ver como Cristina, más despierta, acunaba la cabeza de Ana entre sus brazos, dirigiéndola hacia sus tetas. Ana entendió el mensaje implícito y empezó a pasar sus manos por los pechos de la morena, sobándolos despacio pero con energía, frotándolos, estirándolos y llevándoselos a la boca como si fueran caramelos. Cristina gemía contagiada por nuestra lujuria, y yo notaba sus piernas moverse por debajo de mi, levantando sus caderas hasta chocar con las de Ana, frotándose con ella mientras yo aceleraba cada vez más mis embestidas. Ana por su parte estaba desatada: su culo se retocía entre mis manos forzándome a agarrarla con fuerza y a hundir mis dedos en sus nalgas, su boca se agarraba a uno de los pechos de Cristina como si le fuese la vida en ello, gemía, gritaba, hundía la cabeza... Yo estaba casi al límite cuando ella se lanzó a culear contra mí, cada vez más fuerte, cada vez gritando con más ganas. Llegó un momento en el que coincidió una de sus culeadas con mi embestida más fuerte y ella se arqueó con una especie de espasmo, un grito cortado en su garganta, y derrumbándose sobre el pecho sudoroso de la morena.

A mi me temblaban las piernas del esfuerzo, por lo que me tumbé a su lado para descansar, pero aún enhiesto. Mientras respiraba con fuerza para recuperar el aliento Cristina habló, su voz aún evidenciando el alcohol que llevaba encima -"Serrréis cabronesss, yo toda borraacha y vosssotros os aprovechás de mi...". Al recostarme ví que se estaba durmiendo de nuevo, por lo que me dió la risa. Ana también la miraba riendo, su respiración aún rápida. La visión de su cuerpo humedo y agitado, con los grandes pechos moviéndose al compás de su respiración me devlvió las energias que me faltaban. Y como no había conseguido correrme decidí acercarme a ella y solucionarlo: le sujeté la cabeza de lado contra la almohada y le acerqué la polla, aún brillante de haberme follado su joven coñito, a la boca. Al principio era ella la que me lamía, chupando con ganas, pero no con mucha maña la verdad sea dicha. Tras unos minutos en los que empecé a impacientarme al no recibir todo el placer que necesitaba en ese momento, me tomé el asunto por mi mano. Le indiqué que abriese la boca, con la lengua fuera y se la metí despacio hasta el fondo de la garganta. Y tras unos segundos la saqué, arrastrando con ella un hilo de saliva que unía su lengua con mi glande. Volví a metérsela, aumentando el ritmo, follándome su boca. Notaba como a Ana le costaba aguntarse las penetraciones más profundas, pero no se quejaba y yo no iba a aguantar mucho más, así que continué con el mete-saca, haciendo resbalar mi polla sobre su lengua, entre sus labios, hasta que mis huevos chocaban con su boca. Aumenté la velocidad y veía como su saliva chorreaba en hilillos sobre las sábanas, dejando un redondel húmedo en ellas. Y noté esa tensión en los huevos que te embarga cuando estás a punto de correrte. Le agarré la cabeza con más fuerza para que no se moviera y se le metí hasta el fondo, todo lo que pude mientras ella intentaba abrir aún más su boca. El orgasmo me recorrió de abajo hacia arriba, como una descarga eléctrica, y tres chorros salieron de mi golpeando el cálido interior de su garganta. Ella aguantó mis últimas embestidas como una campeona, y tan solo un par de gotas de mi semen cayeron sobre la cama por culpa de la incómoda posición. Ahora ya completamente exhausto, me senté apoyado en el cabecero, respirando con agitación, sonriendome a mi mismo por el magnifico polvo que acaba de echar.

Ana se incorporó también, cruzando su mirada conmigo, buscándome. Sin dejar de mirarme, con unos ojos que exhudaban lascivia se acercó a Cristina y plantós sus labios sobre los de ella, repitiendo el beso que yo le había dado un rato antes. Ella también forzó su lengua dentro de la Cristina, la veía moverse a través de su mejilla, quien se dejaba hacer, respondiendo despacio, pero sin separarse, dejando que la lengua de la rubia hiciese con ella lo que quisiera. Y mientras esto ocurría Ana seguía fijando su mirada en mi, ahora cargada de humor. Me fijé mejor, si eso es posible, y ví con sorpresa como de sus labios salía el semen que yo acababa de descargar en ella, pasándoselo a su compañera, jugando con el en su boca. No se cuanto duró ese beso, pero al final se separó y con una sonrisa hizo el gesto de tragarse lo que quedaba de mi corrida -"¿ves?" dijo -"No tengo nada de inocente".