Volvernos a encontrar
El valor de encontrarse en una mirada.
Al llegar a casa me la encontré allí.
Tumbada en el sofá, como a ella le gusta, las piernas en el respaldo y tumbada boca arriba.
Cuando entré en el salón y la vi, pensé, es preciosa.
Ella no me escuchó, estaba leyendo y con la música puesta.
Me quedé mirándola unos minutos, la piel morena, aquellos culotes rosas, con lacito al lado y encaje, una camiseta de tirantes blanca; no llevaba sujetador, se intuían los pezones debajo de la tela.
Su busto era grande, y la gravedad hacía que asomasen sus pechos, un poco, por el lado de la camiseta.
Me miró; creo que fue mi perfume lo que me delató.
No se sorprendió, me miró; una mirada dulce, cariñosa. Sonreí.
Se levantó del sofá sin decir nada, al incorporarse su pecho se puso en la posición natural.
Me dio la espalda para ir a la cocina, su intención era beber agua.
Pude ver su espalda, recta, ancha, los hombros fuertes la ropa interior dejaba ver la mitad de sus nalgas, la nalga derecha se veía por completo, el culote se le metía entre ellas.
Un calor me invadió de pronto, nacía en mi cuello y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Sin decir nada, la seguí a la cocina.
En el momento que abrió la puerta de la nevera, mi mano agarró su nalga derecha, firmemente, sin apretar.
Un jadeo se escapó de su garganta, arqueó la espalda.
La besé el cuello, “estás preciosa” , susurré en su oído.
Por encima de su hombro podía ver como sus pezones reaccionaron a mis palabras, se que un escalofrío recorrió su cuerpo, su vello se erizó.
Se dio la vuelta y me miró a los ojos, la besé.
Un beso eterno, atrapando su labio inferior con los míos, las lenguas se rozaban, notábamos nuestras respiraciones.
Era preciosa, pensaba; y era mía.
Mi mano derecha en su pecho izquierdo, por encima de la camiseta, en mi palma podía notar el pezón, gordito y muy duro; otro gemido sordo.
Apreté el pecho, lo amasaba, podía notar por su respiración, como la excitación iba en aumento; la mía también.
Su rodilla rozaba mi sexo, ella sabía de mi excitación, era evidente, mi cuerpo no podía engañarla.
Me besó, más intensamente, y posó su mano en mi paquete, para entonces mis manos ya estaban en sus nalgas, acariciándolas, sosteniéndolas firmemente y apretando su cuerpo contra el mío.
- Me encantas, dije.
- Y tú a mí, cariño. Respondió.
Deslicé las manos por las caderas y subí su camiseta para dejar su pecho desnudo.
Miré su pecho con deseo, era precioso, besé su escote y ella colocó las manos en mi cabeza, acariciando mi pelo y guiando mi boca hasta su pezón.
Pasé la lengua por él, ella tiró un poco del pelo en ese momento, pero a la vez no dejaba que mi cabeza se retirase.
Ahora sí, tiró del cabello y separó mi cabeza de su cuerpo, para besarme, pasando su lengua por mis labios y mordisqueándolos después.
Yo ya estaba a mil, me quité la camiseta y nos fundimos en un abrazo, nuestros pechos desnudos se tocaron, nuestros cuerpos se reconocían.
Podía notar sus tetas contra mi cuerpo, firmes, suaves; los pezones duros.
Bajé las manos por su espalda, su cuerpo se estremeció, las pasé por su culo y bajé por los muslos.
Abrí ligeramente las nalgas y mis dedos buscaron el calor de la entrepierna, noté como exhaló, su aliento caliente, alcanzó mi cuello.
Ella buscaba dentro de mi pantalón.
Acariciando mi sexo, estaba muy muy excitado.
La miré a los ojos, me sonrió tímidamente, en un gesto de aprobación.
Agarré sus nalgas y con fuerza la levanté y posé en la encimera de la cocina.
Acariciando su espalda y besándola; besándonos mucho.
Mis manos recorrían su cuerpo, notaba su respiración acelerada.
Su boca en mi cuello, mordiéndolo, besándolo, “esnifando” mi perfume.
Rodeó mi cuerpo con las piernas, yo la agarré del pelo y tiré de su cabeza hacia atrás, suavemente, y empecé a devorar su cuello, su clavícula, su hombro…
- Hazme tuya, me susurró al oído.
Me escapé de la trampa de sus piernas y retiré muy despacio su ropa interior.
Pude comprobar lo excitada que estaba, en la prenda se adivinaba una “mancha” de humedad.
Nos miramos intensamente, cogió mi mano y la llevó a su pecho; se mordía el labio.
Apreté su pecho, jedaba.
Abrió las piernas y sin dejar de mirarme a los ojos dijo:
- Ahora.
Acerqué mi cuerpo al suyo, mi sexo se acercó al suyo, noté su calor.
Nuestros cuerpos se hicieron uno; en ese mismo instante besé su boca.
Pasamos un largo rato los dos unidos, con movimientos suaves, que por momentos se volvían espasmódicos.
Ritmo lento y luego acelerado, muchas caricias, muchísimos besos; perdí la noción del tiempo.
Nuestros cuerpos se derramaron y nos encontramos el uno al otro, acalorados, sudorosos; su mirada perdida en la mía y la mía en la suya.
Fue como volvernos a encontrar después de un largo tiempo perdidos.