Volver atrás

Aquel fin de semana llegué a temer la posibilidad de serle infiel a mi mujer, pero los acontecimientos dieron un giro inesperado que no podía imaginar.

Volver atrás.

El verano se presentó muy caluroso y en el trabajo todos estábamos deseando que llegaran las vacaciones. Había sido un año complicado y en cierto modo teníamos ganas de que aquel curso pasara a la historia y podernos olvidar del instituto y sus problemas.

Queríamos celebrarlo entre compañeros con alguna comida como hemos hecho otras veces, pero esta vez sería distinto. María Teresa nos propuso pasar el próximo fin de semana en su casa de la playa, y a casi todos nos pareció una buena idea. La casa era bastante grande, con lo cual podríamos ir con nuestras parejas, y decidimos hacerlo el viernes de esa semana antes de que todos nos marcháramos.

Mi mujer me dijo que no podía venir, ya que unos familiares de fuera llegaban ese mismo día y quería recibirles después de tantos años sin verlos, además no hubiera sido fácil dejar a los niños ese fin de semana. Así que me dijo que me fuera y me lo pasara bien por los dos - ¡pero me debes una! - me dijo.

El viernes por la tarde me despedí de mi mujer y los niños, a la vuelta el domingo seguro que tendría mucho que contarles. Por el camino, presentía algo extraño, sentía un cierto temor pero no sabía por qué. Pensé en dar la vuelta y volver a casa, cualquier excusa hubiera podido valer, pero era más fuerte aquella extraña atracción que me llevaba hacia delante. Llegué por fin a la casa de María Teresa, era mejor de lo que imaginaba, al borde de una hermosa playa y muy cerca de un pequeño puerto deportivo. Demasiado lujo para nuestro sueldo de funcionario, todos sabíamos que el marido de María Teresa tenía mucho dinero y aquella casa era prueba palpable de ello.

Allí estaban ya casi todos y me recibieron en la piscina con un ambiente ya claramente festivo. María Teresa me presentó a sus dos hijas Helena y Rosa – son guapísimas – le dije, le pregunté por su marido y me dijo, con un poco de resignación que no estaba, había un importante congreso al que debía asistir. Después de ver mi habitación y ponerme un bañador, volví al grupo, tomé una copa y nos fuimos a dar un paseo por la playa hasta el puerto, donde estaba el barco de doce metros de María Teresa. Ella tenía licencia para navegar y nos propuso dar al día siguiente un paseo en él. Yo no iría, el mar no me gusta y me da miedo navegar, aunque en ese momento no dije nada, no quería que los planes se cambiaran por mí.

María Teresa es una hermosa mujer madura, seguramente todos habríamos fantaseado mas de una vez con ella. Su voz pausada y sensual te envuelve haciéndola aún mas atractiva, la brisa fresca del mar y la luz del atardecer hacían que aun me lo pareciera mas. Ambos éramos los únicos sin pareja, lo cual sirvió para que estuviéramos mas tiempo juntos charlando mientras caminábamos, de alguna manera yo intuía que ella sentía interés por mí, y mi imaginación volaba recorriendo su cuerpo e imaginando las mil y una formas de hacerle el amor, al tiempo que me sentía un poco culpable por aquellos pensamientos de infidelidad.

De vuelta a su casa, ya casi de noche, me encontraba perdido en mis pensamientos ¿De verdad quería follarme a mi compañera de trabajo? ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué ocurrirá después? Traté de disimular y hablar con los demás como si no pasara nada, quería huir de los pensamientos que me llevaban una y otra vez hacia ella, me sentía cada vez más confuso.

Aparecieron en el jardín sus dos hijas que se marchaban para dar una vuelta con sus amigos. Sus vestidos eran provocadores, sacando a relucir unos cuerpos que parecían especialmente diseñados para el placer. Un grupo de chicos y chicas las esperaban fuera. Parecían todos muy jóvenes, le pregunté a su madre qué edad tenían y me dijo que Helena era la mayor con 17 años y Rosa iba a cumplir 16 la semana que viene. No esperaba que fueran tan jóvenes, me sentí un poco raro al sentirme atraído por aquellas jovencitas menores de edad de las que yo podría ser su padre.

Cenamos todos juntos, tomamos unas copas y poco a poco todos se fueron a dormir. Mª Teresa y yo nos quedamos hasta el final, me confesó que se ponía un poco nerviosa cuando sus hijas salían de noche y que se quedaba a esperarlas siempre que podía. Intenté tranquilizarla diciéndole que no iban solas y seguro que sabían cuidarse bien. La situación volvió a ser un poco incómoda, un hombre y una mujer solos y ninguno quería dar el paso adelante. La conversación al menos era distendida con lo que pasaba el tiempo rápidamente. Por fin volvieron Helena y Rosa entre risas, despidiéndose de sus amigos ruidosamente. Cada uno de nosotros se fue a su cuarto y no pasó nada, en el fondo sentí alivio, la atracción que sentía hacia María Teresa hacía que por momentos mi vida sosegada y tranquila, sin riesgos, estuviera en riesgo.

Esa noche apenas dormí, no pude quitarme de la cabeza los sentimientos contradictorios que me invadían. Era casi de día cuando me dormí, pero sin darme cuenta ya me estaban llamando a la puerta para despertarme. Pensé que tendría que pasar otro día mas sin caer en la tentación de intentarlo con María Teresa y eso se me hacía un mundo, quizás podría poner una excusa para marcharme, pero no fui capaz. En el desayuno sólo se hablaba de la excursión en el barco, en ese momento les dije a todos que no iba a ir con ellos, me quedaría en la casa tranquilamente. En el fondo pensé que también me vendría bien alejarme un poco de María Teresa, ella insistió mucho en que fuera, pero yo no lo dudé.

María Teresa habló conmigo y me dijo que, ya que me iba a quedar, le hiciera el favor de vigilar a sus hijas, ya que sospechaba que cuando se quedaban solas en casa, sus amigos las visitaban sin ella saberlo, y eso no le gustaba siendo tan jóvenes. Le dije que no se preocupara y que estaría atento a lo que pudiera pasar. Pronto se fueron todos y yo me quedé con las dos jovencitas en el porche donde desayunamos, junto a la piscina. Estuvimos hablando un rato y me parecieron simpáticas e inteligentes, Helena, la mayor demostraba un grado de madurez superior al de la mayoría de las chicas de su edad y Rosa era un encanto, graciosa y ocurrente. Decidí dar un paseo por la playa, les dije que no tardaría mucho.

Cuando caminaba por la orilla, intenté pensar sólo en el presente, me propuse no torturar más mi mente y dejarme llevar por el momento. Mi vida había estado llena situaciones en las que renuncié al placer de lo inmediato, mi cabeza me empujaba siempre hacia lo convencional y previsible. El miedo a lo desconocido e incierto me hicieron tener una vida monótona y aburrida, pero eso sí, segura y cómoda. Por una vez me abrí a la curiosidad de saber qué ocurriría al otro lado, y la idea empezaba a gustarme, la ansiedad de la noche anterior comenzó a desaparecer. De pronto me acordé de las dos jovencitas que dejé hacía un rato y de las que me había hecho responsable, así que volví a la casa.

Al llegar, para mi tranquilidad, las dos seguían solas en la piscina donde nadaban entre risas. Fui a tomar algo de beber y me senté en una tumbona junto a la piscina para leer un poco. Mientras leía, las dos chicas salieron del agua y para mi sorpresa no tenían la parte de arriba de sus diminutos tangas, que dejaban ver sus dos preciosos culitos, y sus deliciosos pechos. Disimulé como pude la mirada detrás de mis gafas de sol, aunque era evidente que ellas sabían que las miraba mientras se dirigían hacia unas tumbonas un poco separadas de donde yo estaba. Allí tendieron sus toallas, se tumbaron boca abajo y pude apreciar sus culitos atravesados por el fino hilo de los tangas que llevaban. Si querían ponerme cachondo lo habían conseguido, intenté seguir leyendo pero no había manera, hablaban entre ellas pero no podía oír lo que decían y a veces se les escapaba una risa de complicidad. De pronto Rosa, la más joven, se levantó y comenzó a caminar hacia mí, sus tetitas eran lo suficientemente grandes como para rebotar armónicamente mientras se acercaba y entonces sentí pánico o algo parecido.

-¿Qué estás leyendo?- me preguntó. Hubiera salido corriendo de allí, sabía que estaba en serio "peligro", pero ya era demasiado tarde,- es una novela- dije con la voz un poco entrecortada. Se colocó junto a mí en una tumbona, boca abajo, muy despacito, y pude apreciar aquellas deliciosas tetas mientras se posaban sobre la toalla. Su culo era hermoso, la textura de su piel tersa y lisa me hizo desear besarlo, acariciarlo, lamerlo, morderlo… mi calentura era tremenda y me pregunté hasta dónde quería llegar aquella niña con cuerpo de mujer.

Hablamos acerca de lo que estaba leyendo, me costaba trabajo concentrarme en aquella conversación mientras la observaba con un deseo irresistible. Entonces, ella dio una vuelta mas de tuerca y me pidió que si quería darle un masaje en la espalda como solía hacer su madre, tuve que tragar saliva, pero no podía decir que no, estaba claro que ella tenía el control de la situación… y ya casi de mi voluntad. Empecé a darle un suave masaje por toda la espalda y entonces se acercó su hermana que con una voz sensual me dijo que si no me importaba que le hiciera a ella el masaje después. Moví la cabeza afirmativamente sin poder decir nada. Estaba atrapado, tenía miedo de seguir adelante, pero no podía parar, y entonces Rosa me pidió que siguiera hacia abajo.

Seguí su deseo como un autómata, tocar su culo me hizo estremecer, mientras Helena se situó detrás mía acariciándome los hombros dándome un suave masaje. Seguí hacia las piernas en lo que ya se había convertido en un autentico rito sexual, Helena comenzó a olvidarse del masaje y sin quitarse de detrás mía comenzó a acariciarme el pecho pegando sus tetas a mi espalda, la respiración profunda de Rosa mientras la acariciaba me decía que aquello iba a explotar en cualquier momento. Helena me seguía acariciando cuando Rosa se quitó el tanga, me bajó el bañador liberando mi pene y comenzó a lamerlo en toda su extensión para luego comenzar a chuparlo como si de un helado se tratara. Aquella jovencita la chupaba de maravilla, la visión de su cara de ángel, la dulzura de su boca metiéndose mi pene, me llevaban al éxtasis.

La aparté porque estaba a punto de correrme y en ese momento no quería acabar sin probar a su deliciosa hermana, me di la vuelta y la recliné un poco hacia delante para que me mostrara su precioso culito, le bajé el tanga y comencé a devorar su vagina y su agujerito anal con devoción. Era verdaderamente delicioso, le metí mi pene hasta el fondo mientras ella daba un suspiro de placer. Mientras, Rosa se masturbaba viendo cómo me follaba a su hermana que me estaba dando todo un recital de gemidos dulces y profundos mientras la penetraba sin piedad y a fondo hasta que sentí claramente que estaba llegando a un fuerte orgasmo y por su boca salió un gemido largo y dulce. Ella cayó de lado inmóvil, como una muñeca de trapo. Rosa me miró con cara de deseo mientras se masturbaba, me tumbé boca arriba y ella se sentó sobre mí clavándose mi pene despacito hasta el final ¡Qué criatura más hermosa!¡Qué pechitos mas dulces! Comenzó a moverse poco a poco gozando de la penetración con la boca abierta y los ojos en blanco, sus tetitas se movían acompasadas adelante y atrás, y al momento llegó al orgasmo de una forma deliciosamente dulce, que me hizo explotar haciendo que mis chorros de semen la llenaran en su interior.

Me quedé tendido junto a ellas inmóvil, mirando aquel resplandeciente cielo azul y pensando en la increíble experiencia que había tenido con esas dos jovencitas. Pero al poco tiempo, se oyó que llamaban al timbre de la cancela. Les pregunté si esperaban a alguien y me dijeron que sí mientras se volvían a poner sus tangas. Me apresuré a ponerme el bañador y me refugié en la cocina, tenía que asimilar rápidamente lo que estaba pasando y pensar en qué iba a hacer a partir de ahora. Por la ventana vi que eran dos chicos, entonces me acordé del encargo que me hizo la madre de esas jovencitas, y que tenía razón en sus sospechas, pero sólo en parte, ya que acabé siendo yo el verdadero "peligro". No podía quedarme en la cocina todo el día, así que salí disimulando con una bebida en la mano y me presentaron a sus dos amigos, Sergio y Mario, que me saludaron educadamente pero con cara de extrañeza.

Había llegado la hora de comer y nos pusimos manos a la obra, nos habían dejado bastante comida preparada en la cocina y nos sentamos todos en la mesa del jardín, Sergio y Mario me cayeron bien, estuvimos charlando un buen rato. Después se metieron en la piscina, tomaron el sol y se sirvieron unos refrescos, yo me dediqué a retomar la lectura aunque seguía sin poder concentrarme del todo en ella, observé que los chicos estaban un poco nerviosos y miraban de reojo hacia donde yo estaba, mi presencia allí les estaba aguando la fiesta sin duda. Entonces las dos hermanas volvieron a tomar la iniciativa, se quitaron los tangas y se tiraron a la piscina desnudas, me llamaron para que me bañara con ellas y decidí seguirles el juego otra vez. Me quité el bañador y me tiré a la piscina ante la mirada incrédula de los dos muchachos.

Rosa se acercó, me besó dulcemente, y me dijo al oído que quería que la follara otra vez, lo cual me provocó una erección en toda regla. Mi voluntad hacía rato que había sido pisoteada sin piedad por aquellas mujeres con cara de niña. No me importaba ya el hecho de ponerle los cuernos a mi mujer, ni tampoco follarme a las dos hijas de mi compañera, ni que éstas fueran menores de edad. Sin duda me encontraba en una especie de estado de locura sexual que no podía, ni quería, controlar.

Los dos amigos se tiraron también a la piscina desnudos y comenzaron a jugar con Helena. Salí con Rosa de la piscina pensando sólo en follármela, comenzamos a hacer un 69 con ella encima. Su vagina rasurada y su ano eran de un delicioso color rosa pálido me hacía enloquecer, me deleitaba con cada pliegue, con cada estría mientras sentía la deliciosa mamada que me estaba dando entre los gemidos y los sonidos de succión que salían de su boca. Le metía la lengua y los dedos por todas partes y ella se contorsionaba de placer. Nunca sentí nada igual, me encontraba en un estado de éxtasis y desenfreno absoluto.

Miré a un lado buscando a Helena que ya se encontraba haciendo un trío con los dos chicos, Sergio la penetraba a fondo con ella sentada sobre él, a la vez que tenía en su boca el pene de Mario. Rosa se dio la vuelta y se sentó sobre mí clavándose mi miembro poco a poco hasta el final, su mirada dulce su boca abierta y sus movimientos me estaban llevando otra vez al cielo. Helena seguía sobre Sergio mientras Mario se retiró para volver con un bote de crema con el que lubricó abundantemente su pene y el ano de Helena, sobre el que colocó después su brillante miembro, del que goteaba un hilo de líquido seminal. Mario comenzó a empujar y su pene fue entrando poco a poco en el ano de la chica mientras ésta se quedó inmóvil. Él comenzó a moverse despacio hacia delante y hacia atrás sin meterla del todo y Helena al poco respondió con un ligero movimiento de cadera, me di cuenta de que Mario era todo un maestro, sin duda no era la primera vez que penetraba un culito.

Entonces Rosa me dijo que se la metiera por el culo, que ella nunca lo había probado. Sabía que su esclavo en ese momento la iba a complacer, y por su puesto no lo dudé, me dispuse a prepararla colocándola a cuatro patas, le chupé y le lamí su delicioso agujero trasero y luego le fui metiendo poco a poco mi dedo índice bien lubricado mientras ella, inmóvil, no perdía de vista a su hermana follando como una diosa. Al poco ella comenzó a participar activamente balanceándose adelante y atrás, introduciéndose sola mi dedo hasta el fondo, por lo que pensé que era el momento de meterle un segundo dedo y dilatarla un poquito mas mientras mi lengua acariciaba su vagina con devoción. Después me lubriqué el pene abundantemente y apoyé el glande en la entrada de su culito, empujé hasta que noté que entró la punta del pene, en ese momento me preocupaba que le doliera, así que poco a poco la fui penetrando entrando y saliendo con movimientos muy suaves. Hasta que conseguí llegar al final y mi cuerpo temblaba del inmenso placer y el morbo de desvirgar aquel delicioso culito. Ella giró su cabeza y, dulcemente, mirándome de reojo me dijo – me guuusssstaaaa- eso me hizo estremecer, sentí un hormigueo de placer que recorrió cada centímetro de mi piel.

Entretanto, Helena seguía follando salvajemente con sus amigos, que se habían intercambiado de posición, ahora Mario estaba debajo y Sergio la penetraba por detrás. Yo seguía hundiendo mi pene en el culo de Rosa a fondo, hasta que sentía mi vello púbico rozar sus nalgas y ella gemía suave y bajito, girando su cabeza a veces hacia mí y otras observando al trío de su hermana que estaba delante. Sergio se corrió dentro del culo de Helena y se retiró a un lado exhausto, al momento Mario y Helena también llegaron a un fuerte orgasmo. Los espasmos del orgasmo de Helena hacían que el semen de Sergio que tenía todavía dentro del ano, saliera expulsado a borbotones y en ese momento sentí cómo el esfínter del culito de Rosa se contraía rítmicamente mientras llegaba al orgasmo, me pareció que mi corazón se expandía e iba a explotar hasta llegar a un final tremendo, agonizante, derramando toda mi leche en las entrañas de aquella preciosidad.

Nos quedamos todos sin decir nada un buen rato. Rosa me miró y me dijo que había disfrutado mucho, y Helena la miró sonriente con cierta complicidad. Tuve la tentación de sentirme culpable por hacer lo que hice, pero no hubiera sido sincero conmigo mismo. Había gozado como nunca del sexo, incitado por dos jovencitas, dejándome llevar por ellas casi sin querer, pero no me arrepiento.

Pronto se fueron Mario y Sergio, y me quedé con ellas esperando a María Teresa y los demás, que llegaron al cabo de un buen rato. María Teresa me dijo que cómo me había ido con sus hijas, yo le contesté que no les había perdido de vista en ningún momento y todo había ido de maravilla, ella me dio las gracias con una sonrisa (si ella supiera…) Hicimos una barbacoa por la noche, bailamos y bebimos hasta tarde y al día siguiente nos marchamos de vuelta a casa. Helena y Rosa actuaron como si no hubiera pasado nada y nos despedimos con normalidad, no sabía si volvería a verlas y disfrutar con ellas como lo había hecho ¿Quién sabe?

Me marché camino de casa pensando en que había experimentado un cambio radical en mi forma de ver las cosas y que mi vida quizás ya no volvería a ser igual, tan monótona y segura, no podía negar que me gustó lo que sentí y lo que hice, ya no quería volver atrás.

Fanuma01