Volver al pasado

Cerca de la puerta vi a un hombre alto, fuerte, de cara cuadrada y pelo muy corto, llevaba unas gafas metálicas y hacía rato que no me quitaba los ojos de encima, lo miré suplicante, y vi que poco a poco se abría paso a empujones entre la gente para llegar hasta mi lado.

REGRESO AL PASADO

Cuando tenía 16 años, vinimos a vivir a Cataluña. Como en mi casa éramos muchos, y el dinero nunca había sobrado, lo primero que hizo mi padre, fue buscarme un empleo. No era fácil, yo era muy joven, y en todos los trabajos pedían que se tuviese más edad, y sobre todo, algo más de experiencia.

Mis padres tenían unos amigos que vivían en Barcelona, en el barrio de San Andrés. En el mercado donde ellos solían comprar, siempre andaban escasos de personal y, en una de las fruterías, al darles referencias mías, estuvieron encantados de contratarme.

Mi horario laboral sería, de lunes a sábado de 8 a 14. Los viernes trabajaría todo el día. Hasta aquí todo muy bien. El problema, era que para llegar a mi puesto de trabajo, primero había de subir al tren durante algo más de media hora y luego otro cuarto de hora de metro. Por lo eso, había de salir a las seis de la mañana, y no volvía hasta las cuatro de la tarde.

El primer día me acompañó mi padre. Donde nosotros vivíamos, no había estación de tren, tan solo un pequeño apeadero. Era el mes de Noviembre, y había amanecido lluvioso. Además el tren venía con retraso y, por mucho que intentase taparme con el paraguas, el agua al caer salpicaba mis piernas, y me sentía fría, somnolienta y mojada.

Como no estaba acostumbrada, al subir al tren, un vaho a sudor, tabaco, y un revoltillo de diferentes masajes y colonias inundó mis fosas nasales. La calefacción estaba muy fuerte, y al entrar, del ambiente frío de la calle, sentí una sensación de ahogo. Nos sentamos cerca de la puerta, delante de una señora con un travieso niño que no hacía más que saltar sobre los sillones.

Pese a los gritos nerviosos de la madre y a los continuos empujones del niño, me quedé endormiscada. Estaba nerviosa, helada y muy cansada, pero me sentía tranquila al estar mi padre a mi lado. Podía relajarme tranquilamente porque sabía que si me dormía él iba a avisarme al llegar a la estación

Al llegar nos apeamos rápidamente y mi padre buscó, en los carteles indicativos, la línea de metro que teníamos que utilizar para llegar a mi destino. Mi padre era alto y muy fuerte, y yo que soy muy pequeña, me dedicaba a seguirle como una perrita perdida, por un laberinto de pasillos que llevaban hasta el metro. Mientras, yo trataba de memorizarlos, porque a la vuelta tenía que hacer el recorrido sola, y no quería perderme.

Si alguien ha utilizado el metro de Barcelona, a las siete de la mañana, sabrá que no exagero ni un poquitín. Nada más pasar las cabinas expendedoras de billetes, una marea humana te va empujando, y ya no eres dueño de tus pasos, solo te diriges donde te llevan los demás, o sea. dentro de un vagón donde quedas encajada, y a poco que te descuidas, llega tu estación y ni siquiera puedes abrirte paso para salir. O te empujan de tal manera en una estación anterior, que cuando te das cuenta, te han echado del vagón y pasas mil apuros para volver al interior.

Antes de venir a Cataluña, vivíamos en Las Islas Canarias, un lugar maravilloso y tranquilo, donde la palabra "prisa" había sido eliminada del diccionario. Jamás había estado en una situación semejante, y me angustiaba pensar que ese viaje lo tendría realizar yo sola a la vuelta.

Mi padre, me aconsejó que siempre ocupase un rincón que había cerca de la puerta, lo suficiente cerca para poder salir, y bastante resguardado para que no me tiraran fuera. Pero eso era muy fácil de decir, lo difícil era realizarlo, porque todos los viajeros pensaban lo mismo.

Llegamos a Fabra y Puig, (esa era la estación donde yo tendría que bajar cada día,) y a empellones mi padre, consiguió abrirse paso hasta la puerta. Y salimos como los tapones de champán, empujados por la multitud.

Todavía faltaban 20 minutos para las 8,, pero teníamos que andar tres manzanas para llegar al mercado, y al no conocer muy bien el trayecto, mi padre equivocó la dirección, y llegamos justo cuando tocaban las ocho.

Me incorporé al trabajo inmediatamente, y conocí a mis nuevos compañeros…..

Era una gran frutería, y en ella trabajaban, además de los dos hijos de la propietaria, dos dependientes mas, una chica de unos 20 años, rubia, de grandes pechos y complexión recia, (debía hacer bastante tiempo que trabajaba con ellos, porque se desenvolvía como si el negocio fuese suyo). Y un joven pecoso y muy delgado, que con una moto entregaba los encargos. Los hijos de la dueña eran muy diferentes entre si, ella era alta y muy guapa, tenía una boca grande y carnosa, y unos ojos verdes preciosos, me miró como si fuese un gusano, y yo me sentí como si en realidad lo fuese. El chico debía tener unos 25 años, era mucho mas bajo, no era feo, pero tenía una fea joroba. Desde el primer momento se adjudicó el trabajo de defenderme y enseñarme mis obligaciones.

La mañana fue interminable, además del problema del idioma (allí todos hablaban catalán) estaba el problema del sistema de pesas, en esa zona había muchísimas personas mayores, y eran catalanes recalcitrantes, que compraban por onzas, y libras jamás en mi vida había oído esas definiciones, (propias de Cataluña) y me costó mucho adaptarme a ellas. Gregorio con paciencia me ayudó, y cuando terminó la jornada de trabajo, me acompañó al metro, dándome unas recomendaciones, para que al día siguiente me fuese más fácil llegar.

Tomé el metro a las 2,30 y aunque no había la misma aglomeración de la mañana, los empujones eran frecuentes, y al no estar mi padre para acompañarme, me di cuenta de otro problema que por la mañana no había advertido.

Nada más entrar en el vagón, me encontré empotrada entre dos hombres, sus manos rozaban como al descuido mis nalgas, muslos y pechos, yo los miraba queriendo ver un atisbo de mala intención….Quería llamarles la atención, decirles algo…pero ni siquiera me miraban, pensé que si me quejaba me armarían un escándalo, me llamarían creída, pretenciosa, o peor aún dirían que tenía una mente calenturienta y que me imaginaba cosas…. El hombre de mi derecha, parecía un ejecutivo de unos 45 años, alto, muy delgado, podía ver su cara inexpresiva, con la mirada perdida reflejada en los cristales de las ventanas. Llevaba una cartera en la mano derecha, y sentía como sus dedos tocaban mis piernas… y aunque estábamos muy apretados, sentí como se deslizaban subiéndome con disimulo la falda. Yo estaba angustiada, pensaba que podía ser casual, pero notaba perfectamente sus dedos acariciar mis muslos.

Intenté moverme para apartarme de él, y mi espalda tropezó con otro cuerpo, giré la cabeza para ver quien era. Un hombre grueso y sudoroso me sonreía, sentí un bulto sospechoso que se apretaba en mis nalgas, y un rancio olor a cerveza llegó hasta mi olfato. Quise moverme, pero ahora ya estaba casi empotrada entre los dos hombres. Mi corazón empezó a latir desaforadamente y mis mejillas estaban totalmente teñidas de rojo. Miraba a mí alrededor en busca de auxilio, pero nadie parecía prestarme atención….Es mas, ni siquiera mis acosadores parecía que me la prestasen..Mientras, en mis nalgas, cada vez sentía con mas fuerza el miembro del viajero maloliente, y mi falda iba subiendo empujada por la cartera del otro hombre….Estaba asustada, intentaba inútilmente bajar la falda, pero incrustada como estaba entre los dos hombres no podía mover los brazos y sentía como sus manos ya llegaban hasta mis bragas.

Mis ojos no dejaban de observar a los demás viajeros, (alguno se daría cuenta, pensé)...Pero no…cada uno iba a su rollo, y nadie se fijaba en quien tenía al lado. Cerca de la puerta vi a un hombre alto, fuerte, de cara cuadrada y pelo muy corto, llevaba unas gafas metálicas y hacía rato que no me quitaba los ojos de encima, lo miré suplicante, y vi que poco a poco se abría paso a empujones entre la gente para llegar hasta mi lado. A codazos fue haciendo sitio hasta llevarme al fondo del vagón…yo seguía asustada, parecía que lo que buscaba era ocupar el puesto de mis acosadores y yo no estaba segura de lo que era peor. Mi espalda ya tocaba la pared del fondo, y él seguía empujando. Entonces apoyó la mano derecha en la pared, y pude darme cuenta de lo poquita cosa que yo era….su brazo quedaba por encima de mi cabeza, y dejó un espacio entre nuestros cuerpos, sin llegar a tocarme en ningún momento. No me dijo nada……..yo a él tampoco…Al llegar a mi estación de destino, se apartó de mí, y abriéndome paso salió delante. Y sin decirme ni buenas tardes… cuando vio que estaba segura, se fue casi sin que yo me diese cuenta.

Volví a casa, y no conté a mis padres nada de mi accidentado viaje. Además de ser muy vergonzosa, no quería preocuparles, sabía que mi sueldo era necesario, y también sabía que si ellos creyeran que en el viaje podía correr algún peligro, no me dejarían ir. Lo mejor era no dar explicaciones, quizás solo eran imaginaciones mías. Por eso, en la cena, hice un resumen, (a mi manera) de lo bien que me lo había pasado, lo amables que eran mis compañeras de trabajo, lo divertido que resultaba utilizar unas nuevas medidas de peso, la paciencia que tenían las clientes cuando me equivocaba… En fin, al contrario totalmente de lo que había sucedido, pero eso, unido a la alegría que yo demostraba por no tener que estudiar, era suficiente para que ellos no se sintiesen culpables por aceptar mi sueldo.

A la mañana siguiente, volví a hacer el recorrido, la misma gente, los mismos olores…. Solo una cosa fue mejor, no llovía, así que mis pies estaban secos y no sentí el espantoso frío del día anterior. Ya dentro del vagón, tuve que emplear mis cinco sentidos para no dormirme… tenía miedo de pasarme de estación, esa mañana no tenía a mi padre para que me avisara, inventé mil cosas para entretenerme durante el viaje, pero conseguí llegar despejada hasta mi destino. Llegué al metro y todo volvió a ser como el día anterior, la gente empujando, las voces, olores…….Pero entre la multitud destacaba una cabeza de pelo corto, moreno, era mi paladín del día anterior, estaba distraído leyendo el periódico, pero en un momento dado, levantó la vista mirando a su alrededor. No se si se sorprendió al verme, pero vi que se acercaba donde yo estaba, abriéndose paso a codazos y cuando llegó a mi lado se colocó detrás de mi antes de que la muchedumbre nos empujara dentro del vagón y él como el día anterior, me llevó al mismo rincón y repitió el mismo gesto protector.

Lo volví a encontrar por la tarde… y al día siguiente….y al otro, y así durante seis meses que duró mi trabajo. Nunca me dijo ni "Buenos días" ni "Buenas tardes" pero siempre acudía a la no, convenida cita, me buscaba entre la multitud y su brazo protector, me apartaba del resto de los viajeros. A veces, yo había pensado saludarlo al llegar….Pero por aquel entonces yo era muy tímida, y no me atrevía a dirigirle la palabra, esperaba que el diese el primer paso, pero él nunca se decidió.

Y así pasaron los seis meses, yo encontré trabajo cerca de casa, en un hotel de ayudante de recepción y dio la casualidad que esa última semana el no viajó en el metro, cada día esperaba encontrarlo, y al menos despedirme de él, pero llegó el sábado y no él vino.

Los primeros días no podía sacarlo de mi cabeza, pero fue pasando el tiempo, conocí a mi marido, y mis pensamientos fueron ocupados por otras historias y poco a poco, fui olvidando a mi protector.

Pasaron los años…..me casé, viví mas o menos bien los primeros años, pero poco a poco la convivencia se hacía insoportable, por lo cual cuando apenas faltaban dos meses para cumplir los 15 años de casados, nos separamos. Lo hicimos de mutua acuerdo, no fue traumático, ni tampoco muy doloroso, pero no quería continuar mi vida cerca de él, necesitaba un cambio total, romper el cordón umbilical que me mantenía unida a él, y que me impedía respirar por mi sola….En fin….necesitaba demostrar que era una persona útil y no un parásito como me habían echo sentir durante esos años.

Volví a Barcelona, y por casualidades de la vida, encontré un empleo, en la misma zona donde trabajé por primera vez.

Esa mañana volví a tomar el metro. Sentí el mismo ahogo. La misma angustia, y el mismo sentimiento de acoso…entonces recordé a mi paladín.

Miré con curiosidad a la gente que había a mí alrededor, tenía la fantasiosa idea de que lo iba a ver de nuevo, pero ninguna cara me pareció conocida, aunque después de 20 años era muy difícil encontrarse con él, y en caso de que nos cruzáramos lo más probable es que no le conociese.

La vida me había enseñado mucho, y ya no me daban miedo los hombres, hoy no necesitaba guardián como la primera vez, me vi rápidamente cerrada en un círculo, y una mano se movió sobre mi muslo, lo miré a los ojos, y el tipo me sonrió irónico. Sin pensarlo dos veces, levanté el pié y clavé mi fino tacón en su zapato, vi como torcía el gesto en una mueca de dolor, pero igual que a mi, veinte años atrás, le pudo mas la vergüenza y se apartó de mi lado.

Ocupó su sitio un joven, y aprovechando los vaivenes del vagón, se dejaba caer sobre mis pechos, al principio pensé que era casualidad, era verdad que el tren se movía mucho, pero cuando me di cuenta que sus tocamientos eran intencionados, levanté la rodilla y golpeé no muy fuerte su entrepierna, lo miré y sonreí haciéndole comprender que la próxima podía ser peor.

Me sentía valiente, y disfruté viendo como se apartaba avergonzado. En eso desocuparon un asiento a mi lado y yo me senté en él, acabando el trayecto sin más contratiempos.

Esa noche en casa, recordando los incidentes del viaje, no pude por menos que pensar en mi amable paladín, pero veinte años, eran veinte años, debía estar muy cambiado, yo también lo estaba, incluso era probable que hubiese cambiado de trabajo, o que hiciese el trayecto en coche. Me lo imaginaba el día que no volví al trabajo, a las 7,30 mirando por todo el andén intentando localizarme…… ¿7,30? Pensé….¡¡¡Dios mío!!! Hoy había tomado el metro a las 8,30, si continuaba haciendo el mismo trayecto, era imposible que nos hubiésemos encontrado.

Me dormí con la firme intención de madrugar más, y solo por curiosidad, hacer el recorrido más temprano. Me levanté a las 6,30, me arreglé y sin prisas porque tenía suficiente tiempo, me dirigí al metro, como iba tranquilamente, caminaba pegada a la pared, despacio, evitando los empujones y magreos. Me detuve en lo alto de la escalera, y desde allí di una rápida mirada a la gente que ocupaba todo el andén. En realidad no sabía que buscaba, después de tanto tiempo, no tenía ni idea de cómo sería, iba descartando los mas bajitos, lo recordaba alto, muy alto, y buscaba a alguien con gafas, aunque sabía que podría llevar lentillas, o incluso operarse la vista ahora que mucha gente lo hacía. Era como buscar una aguja en un pajar…..De pronto vi una cabeza de cabello blanco, era un hombre alto, de mirada perdida, usaba unas gafas con montura al aire y sus anchas espaldas lo hacían destacar entre los demás viajeros. Delante de él, había una jovencita de no más de quince años, me llamó la atención la forma protectora de guiarla al interior, me apresuré a bajar deprisa el resto de las escaleras y subir al mismo vagón, y mis ojos lo buscaron entre la multitud.


Al fin los vi. Estaban en el fondo, ella arrinconada, él, con la mano derecha apoyada en la pared, dejando un hueco que la resguardaba del resto de los pasajeros. Bajaron una estación antes de la mía, y como yo, hasta las nueve no tenía que empezar a trabajar, bajé tras ellos. Los seguí, subieron las escaleras…no era casual….iban juntos. Llegaron a la primera travesía, se encontraron con otra jovencita, se saludaron, se besaron, y ellas se alejaron mientras él las miraba. Cuando se habían perdido de su vista, él siguió su camino y entró en una cafetería. De pronto recordé que yo aún no había tomado nada, y entré tras él.

Estaba sentado mirando unos papeles, y yo tomé asiento en una mesa continua, y pedí un café con leche, el camarero me lo sirvió prestamente, y yo le pedí tres sobrecitos de azúcar -- soy muy golosa –le dije-- el hombre sonrió asegurándome que él también lo era. Mientras, no podía apartar la mirada de mi vecino de mesa, lo miraba fijamente, queriendo asegurarme de que era él. Tanto lo miraba que al final él se dio cuenta, y mirándome me dijo.

--- ¿Nos conocemos?---creo recordar su cara, pero no consigo situarla---

---Creo que sí, pero no estoy muy segura----

Se levantó y acercándose a mi mesa hizo gesto de coger la silla.

--- ¿Puedo?---

---Naturalmente, sin problemas---

Tomó asiento frente a mí, y con una media sonrisa dijo

---Vamos a ver… ¿Cómo es posible, si te conozco que te haya olvidado?---

---No, de verdad que no estoy segura, ha sido tu gesto en el metro, al proteger a una chica…. Me hizo recordar mi propia juventud---

---Se llama Elisa---

--- ¿Cómo?----

---La chica, se llama Elisa, y es mi hija---

--- ¡OH, claro!—

Miré mi reloj alarmada y vi que se estaba haciendo tarde.

---Lo siento, he de ir a trabajar---

---Si, claro---dijo levantándose --- ¿Nos volveremos a ver?

---Es posible, hacemos el mismo trayecto, aunque yo bajo en Fabra y Puig---

--- ¿Y a que hora tomas el metro?---

---Por las mañanas, sobre las 8,30, y por las tardes a las 19,30---

Salí corriendo, volviendo sobre mis pasos hasta la estación del metro, y tomé el primero para ir a mi trabajo.

Esa mañana se me pasó volando, no podía creerlo, una cosa casi imposible y había sucedido. Lo había encontrado, y había hablado con él, al fin conocía su voz, y era muy agradable. Tenía la esperanza de volver a verlo, ahora sabía que no era imposible, pero ni siquiera nos habíamos presentado, no sabía ni como se llamaba… ¡Que tonta! … Le tenía que haber dado mi teléfono…. O decirle donde trabajaba… O pedirle su teléfono

Claro, que bien pensado, también podría haberlo pedido él, quizás no le interesaba… Bueno… pues por mí no iba a quedar, era una asignatura que dejé pendiente de jovencita, y siempre he pensado que las cosas no se dejan a medias, hay que llegar hasta el final

A la una salí de la oficina para comer, tenía dos horas, era un poco justo pero tenía que intentar verlo. Cogí el metro hasta Sagrera, y volví a la cafetería donde estuvimos por la mañana. Tenía la esperanza de que él fuese asiduo del establecimiento, y acostumbrase a hacer sus comidas allí. Tomé asiento cerca de una ventana, desde donde podía controlar la puerta de entrada, y mientras saboreaba un delicioso plato combinado, me entretuve mirando a la gente que pasaba por ella.

La cafetería no era muy lujosa, pero se veía limpia y bien atendida (los platos de calidad y bien condimentados) habían como doce mesas, casi todas estaban ocupadas por hombres y mujeres vestidos con trajes de ejecutivo. Se oía un runruneo, de las típicas conversaciones de negocios. Personas desapasionadas, que comían casi sin paladear los alimentos, sin tomarse un respiro para disfrutar de unos momentos de relax.

Acabé mi plato y pedí un café, me lo sirvió el mismo camarero de la mañana, y con una sonrisa, me señaló los tres sobrecitos de azúcar. Le sonreí agradecida, y pensé ¡con tanta gente, y se ha acordado!.... Quizás también recordaba al hombre que me acompañaba.

---Perdona…. ¿Te puedo preguntar algo?---

--- ¡Dígame!---

--- ¿Recuerdas que esta mañana estaba con un hombre?---

---Si, el señor Ricardo----

El corazón me dio un salto, mi paladín ya tenía nombre…Ricardo…Si, el nombre le pegaba, tenía nombre de caballero de leyenda….Ummmm soy muy fantasiosa, y mi cabeza empezó a imaginarme sentada a la grupa de un caballo, cogida a su cintura, y apoyando la cara en su cálida espalda.

--- ¿Suele venir por aquí?---

---Casi todos los días, pero hoy, creo que tenía que viajar a Madrid---

Mientras hablaba iba recogiendo la mesa, yo, ya había terminado de comer, y era la hora de volver al trabajo, le agradecí la información dejándole una buena propina junto al importe de mi factura, y recogiendo mi bolso, salí de la cafetería para volver al trabajo.

Toda la tarde estuve pensando en él, me parecía entupido de mi parte ilusionarme de esta manera, pero no lo podía evitar.

A la mañana siguiente, salté de la cama al primer sonido del despertador, el camino hasta la estación del metro se me hizo interminable, solamente pensando que le volvería a ver. Estaba tan ilusionada como si tuviese quince años. Desde lo alto de la escalera lo busqué con la mirada, ahora era más fácil, ya sabía cual era su rostro, aunque costaba distinguirlo entre tanta gente, al fin nuestras miradas se cruzaron por un instante, me di cuenta que él también me buscaba, levantó la mano en señal de saludo, y yo le contesté sonriente mientras me dirigía a su lado.

--- ¡Hola Ricardo!---

---Ya sabes más que yo—dijo enarcando las cejas---

Le conté como había averiguado su nombre, y creí entender que le gustaba que me hubiese interesado por él, al mismo tiempo le dije que mi nombre era Shere, para que los dos tuviésemos la misma información, extendió su mano sonriendo y dijo.

---Encantado Shere, ven… te voy a presentar a Elisa, ayer le conté que había conocido a una misteriosa mujer.---

Nos acercamos hasta la jovencita que nos miraba intrigada.

---Esta es Elisa, ¡mi tesoro!---

---Papá, que me vas a avergonzar---

---Yo soy Shere, una antigua conocida de tu padre, aunque él aún no lo sabe---

Hicimos el trayecto los tres juntos, y durante el mismo, yo les expliqué donde y como nos habíamos conocido. Ricardo se quedó pensativo, parecía buscar en su memoria mi rostro, le expliqué que ahora estaba muy cambiada, y no me parecía mucho a la niña que era a los dieciséis años. De pronto como si le hubiese llegado un flash, comenzó a explicar pequeños detalles que yo ni recordaba, me habían pasado inadvertidos, detalles de mi vestimenta, de mi peinado, de una mochila que yo solía llevar con mis cosas.

---Estuve mas de un mes buscándote entre la multitud, solo después de ese tiempo comprendí que no volverías---

Elisa nos escuchaba embobada, y su romántica cabeza, comenzaba a trzar planes ilusionada con la historia

---Tenemos que comer juntos, ---dijo --- y contarnos lo que ha pasado durante todo este tiempo---

--- ¿Tenemos?---dijo su padre divertido---.

--- ¿No pensareis dejarme de lado? Yo también quiero saberlo todo---

Cuando bajamos en la estación, Elisa se encontró con su amiga y dándonos un beso a los dos se fueron. Seguramente explicándole la historia, porque las furtivas miradas que

nos dirigían, las delataban.

Nosotros reemprendimos el camino hacia la cafetería del día anterior, y mientras desayunábamos, nos pusimos un poco al día de estos veinte años transcurridos.

Ricardo tenía ahora cuarenta y cuatro años, era abogado, y desde hacía veinte y un año trabajaba en el mismo buffet, del que ahora era socio, se casó joven, muy joven. Sus padres vivían en Logroño, y él desde que llegó a Madrid estaba hospedado en casa de una tía, hermana de su madre, pero su tía era muy mayor y últimamente no estaba muy bien de salud, el doctor le había recomendado un cambio de clima, mas cerca del mar, por lo tanto había decidido trasladarse a Málaga, donde vivía otra de sus hermanas, ella también estaba sola, y recibió encantada la noticia. La casa de su tía era muy grande, cuando se la regaló su idea era montar un día allí su despacho, para poder estar cerca de su familia, pero las cosas no siempre salen como las tenemos planeadas. Donde trabajaba estaba muy bien considerado, y tenía fama de ser el mejor abogado del buffet pese a su juventud, allí conoció a su mujer, y juntos hicieron planes para montar su propio despacho, pero al faltar ella, él ya no quiso emprender nuevas aventuras, y se acomodó a su trabajo.

Se casaron un primer domingo de Mayo, el sol lucía esplendoroso, y nadie hubiese podido vaticinar el trágico destino que esperaba a la pareja, ella totalmente de blanco, con su rubia cabellera cayendo en cascada bajo el largo velo, él con un traje gris marengo, que aún lo hacía parecer más alto y elegante, la gente se paraba a mirarlos eran la pareja perfecta, se les veía felices, sonrientes, la vida había sido generosa con ellos, y durante tres años, pensaron que incluso debía ser pecado ser tan felices, no creían que nadie pudiese ser tan feliz como ellos, parecía que incluso respiraban al mismo tiempo de tan compenetrados como estaban. Solo una cosa, solo una, parecía que les faltaba, desde que se casaron estaban intentando tener un hijo, tanto ella como él lo deseaban, pero ese hijo se resistía, no había forma de que viniese visitaron varios médicos, todos opinaban lo mismo, no había ningún impedimento para que fuesen padres, solo su ansiedad, el mismo deseo tan grande que tenían de ese hijo impedía su concepción. Decidieron relajarse, tomaron unas vacaciones y viajaron a unas islas paradisíacas, donde la prisa no existía, y del stres no conocían ni el significado, allí se amaron, retozaron y disfrutaron como crios, y al volver, con gran alegría tuvo su primera falta.

Su embarazo fue perfecto, Ricardo complacía el menor de sus caprichos, pero siempre eran inventados, ella se dejaba mimar, y a él le encantaba complacerla, disfrutaron el embarazo día por día, y cuando la ecografía les reveló que era una niña, lloraron los dos de alegría, nada, nadie, en ningún momento, les hizo sospechar que pudiesen haber complicaciones en el parto….Pero las hubieron. Maria Luisa, que así se llamaba su esposa, murió de una hemorragia que fue imposible detener. Se fue, si, se fue dejándolo solo y desconsolado con su pequeña Elisa. Él le hizo de padre y madre, la niña había sido la única ilusión de su vida. Hasta hoy, que Elisa había crecido, y se daba cuenta que cada vez exigía más libertad, y él se encontraba cada vez más solo.

Yo le conté de mi vida, de mi matrimonio…. Intentamos inútilmente durante años tener un hijo, un hijo que alegrara nuestra monótona existencia, pero nunca lo conseguimos, incluso yo quise adoptarlo, pero mi marido no aceptó, y nuestro matrimonio se fue degradando hasta llegar a un punto desde ya no era posible el retorno. Lo dejamos sin malos rollos, sin rencores… Con la pena de haber dejado atrás una etapa de nuestras vidas, pero con la esperanza de una vida más plena, y desde luego más fructífera, porque teníamos la sensación de haber malgastado quince años de nuestras vidas, sin haber sacado ningún provecho de ellos..

El tiempo se pasó casi sin darnos cuenta, y nuevamente tuve que correr para no llegar tarde al trabajo. Así fueron pasando los meses, con nuestros encuentros diarios, nuestros desayunos, nuestras confidencias. Elisa, estaba encantada de ver a su padre feliz, incluso habíamos cenado los tres juntos varias veces, pero ella prefería dejarnos solos, como ella decía, dejar el campo libre, era muy lista, porque así, ella también disponía de más libertad.

Y llegaron los besos, suaves, dulces, los dos habíamos pasado por otros amores, y de una forma u otra, los dos los habíamos perdido. Ahora no queríamos correr, ambos teníamos miedo de equivocarnos y perder esta bonita amistad, que recien, estaba naciendo. Yo había callado durante muchos años por falta de interlocutor (quizás esa fue una de las causas de nuestro fracaso matrimonial "falta de comunicación") y ahora me daba cuenta de lo mucho que me gustaba hablar, hablaba hasta por los codos, hasta una mosca que entrase en la oficina, para mi era tema de conversación, el me escuchaba embobado, como si estuviese oyendo el alegato más importante de su carrera, y a mi me parecía mentira que alguien me escuchase.

Un día me dijo que tenía un juicio en Madrid, un juicio con jurado, era algo grande, sonado, todos los periódicos llevaban meses hablando del caso, y él, era el abogado defensor. Creía en su cliente, pero lo tenía muy mal, habían muchas pruebas circunstanciales en contra, y él solo disponía de un testigo crucial, una persona que con su testimonio podría lograr su total libertad, pero se negaba a declarar por problemas personales. Me pidió que le acompañase….Si, es verdad que no podría dedicarme mucho tiempo, pero según él, mi presencia le haría sentirse apoyado, y en los ratos de ocio, mi conversación le ayudaría a evadirse de los problemas generados en la sala. En realidad a mi también me apetecía, llevábamos seis meses de lo que comenzaba a parecer una relación, y aún no lo había visto nunca defender una causa. No me lo pensé dos veces, y esa misma mañana pedí tres días libres por "asuntos personales", desde que trabajaba en la empresa, nunca había tomado ninguno, y me los debían.

Pasamos la semana haciendo planes, donde nos hospedaríamos….que haríamos…pero había un tema que a los dos nos apuraba tocar. Éramos adultos, nos deseábamos, a veces nuestras manos habían llegado más allá de lo moralmente admitido, pero no habíamos tenido relaciones sexuales, y ambos dábamos por sentado que había llegado el momento….Nuestros cuerpos estaban ansiosos, pero en el fondo temíamos no estar a la altura, él, temiendo defraudarme y que nuestra amistad acabase, yo, por una inseguridad que había crecido con el paso de los años. La falta de apetito sexual de mi esposo, la había achacado a mi poco atractivo, o quizás a mi inexperiencia sexual, y eso me hacía tímida en lo referente al sexo.

El juicio comenzaba en la mañana del miércoles, por eso el martes después de comer emprendimos el viaje, yo, solamente llevaba una pequeña maleta, ropa intima, pantalones, jerséis y un par de vestidos por si salíamos a cenar alguna noche, y en una bolsa aparte, unos mocasines y unos zapatos negros de tacón alto, eso, junto a la ropa que llevaba puesta y un chaquetón que llevaba colgado del brazo, sería toda mi indumentaria. Él llevaba una gran maleta, indudablemente llevaba más ropa que yo, al preguntarle intrigada el porqué de tanta ropa, me dijo que él siempre iba preparado para lo peor, y como el juicio duraría varios días, y él debería ir siempre impecable, llevaba ropa para solucionar cualquier problema.

Realizamos el viaje casi de un tirón, solamente una vez, paramos en una zona de descanso de la autopista, para tomar un café y mover un poco las piernas, Ricardo tenía un buen coche, un "Audi 4" y el viaje casi no se hacía sentir, además a nosotros nunca nos faltaba tema de conversación, y uno de ellos era Elisa, hacía como quince días que nos había presentado a un noviete, un chico de dieciocho años que estudiaba leyes en la facultad, quizás por esa coincidencia de carreras, Ricardo y él habían congeniado rápidamente, Creo que se veía reflejado en él, y le hacía recordar su juventud, y sus años de estudiante.

Llegamos al hotel sobre las ocho de la noche, subimos a la habitación a asearnos, y salimos a cenar. Ricardo conocía Madrid de otros viajes, y quiso que diéramos una pequeña vuelta con el coche, como decía él, "para hacer boca" para que viera todas las cosas bellas que me estaba perdiendo al no conocer Madrid, pasamos por La Castellana, Cibeles, El Arco de Triunfo, El Palacio real, todo iluminado y bellísimo, reconocí que era verdad, y le arranqué la promesa de que me lo enseñaría todo con más calma.

Cenamos en un restaurante céntrico, donde yo, como una niña, me sorprendía al ver muchas de las caras famosas que conocía por televisión, y Ricardo disfrutaba viéndome continuamente con la boca abierta, en un Ohhh, de sorpresa. A veces sin poder contener la risa por mis comentarios, y es que a mí, toda esa gente no me parecía de verdad, y alucinaba al estar cenando en el mismo restaurante que ellos..

Al salir, fuimos a un espectáculo de Paco Moran, y me reí con ganas, hacía tiempo que no reía tanto, las lágrimas corrían por mis mejillas, y con ellas el rimel con el que había maquillado mis ojos, al final, el pañuelo de Ricardo quedó totalmente negro de tantas veces como limpió mi cara.

A la una de la madrugada decidimos volver… Ya habíamos cenado, disfrutamos de un espectáculo, incluso tomamos una copa en una cafetería cercana al hotel… ya no había excusa, cogidos de la mano como dos adolescentes regresamos a la habitación.

Después de haber estado durante quince años casada, me consideraba una mujer liberada, sin prejuicios, pero este hombre, no sabía porque, me hacía volver a la adolescencia, y me sentía tímida y recatada como en mi noche de bodas. Él no parecía más tranquilo, íbamos a pasar una prueba de fuego, del resultado de esta noche dependían muchas cosas, ambos lo sabíamos, por eso nos había costado tanto dar este paso.

Para la ocasión, yo había comprado una tentación negra, de encajes, deseaba estar arrebatadora para él, pero me miraba al espejo y solo veía una chica, pequeña y rellenita, sin grandes atractivos. Cuando él hablaba de su mujer, la definía como una mujer alta, bellísima, una real hembra que hacía girarse a todos los hombres cuando pasaba, y yo era tan poquita cosa… No me atrevía a salir, estaba ensimismada en mis pensamientos cuando unos suaves golpes en la puerta, me hicieron reaccionar.

--- ¿Te encuentras bien?---

---Si, ya salgo, contesté decidida mientras abría la puerta---

Mis ojos buscaron los suyos intentando descubrir un atisbo de desilusión, su mirada recorrió mi cuerpo, y mis mejillas se arrebolaron, el nerviosismo hacía que mis manos temblasen, y él, las tomó entre las suyas.

---Eres lo más bonito que he visto en mi vida---dijo besándome dulcemente

Con esas palabras me desarmó, respondí a su beso con toda la pasión acumulada durante años, su mirada de adoración me hacía sentir bella, deseada, era un sentimiento nuevo, que me volvía audaz por momentos, y pasamos la noche amándonos como si quisiéramos recuperar todos los años perdidos. A la mañana siguiente amanecimos abrazados, sus ojos perdidos en los míos, posó sus labios sobre mis labios, y casi en un susurro me dijo….

---¡¡¡Te quiero!!! Te quiero a ti como eres, por tu dulzura, tu timidez, amo la forma que tienes de sonrojarte, adoro tus ojos cerrados cuando suspiras, y tus besos de mariposa que me enloquecen, te quiero a ti, para siempre, y no deseo que nunca más, dejes de estar a mi lado. No puedo imaginar una vida sin ti, y no comprendo como he podido vivir estos años sin tenerte a mi lado.

Acurrucada en sus brazos, solo podía pensar que la vida a veces nos da segundas oportunidades, y nosotros éramos dos almas gemelas que habíamos regresado al pasado para reencontrarnos.

FIN