Volver a sentir

-Voy a abrirte para que sientas, y vas a sentir como nunca en tu vida.

Es de noche y escribo. Hace días, meses, tiempo incontable que escribo y escribo en la soledad del departamento que apenas abandono por la mañana para hacer las compras de las cosas imprescindibles para no terminar de hundirme en la nada. Frutas, verduras, café, yerba, hierba. Un porro de tanto en tanto alivia el desasociego, diluye lo queda de mí y me devuelve algo de la sensibilidad perdida con las pérdidas. No importa lo que pasó, lo que pasé. El pasado fue. Ahora estoy solo y escribo.

Hoy me levanté a las tres de la tarde, como tantas otras tardes, rutinarias, aburridas. Calor, mucho, demasiado. Después de bañarme salí al balcón a fumar y tomar mate. Tres, cuatro, una ducha fría y otra vez el balcón. Pasa una moto y rompe el silencio. Alguien tose. Miro al balcón vecino y lo veo, echado sobre una lona, en eslip, el cuerpo dorado del joven soporta estoico el sol sobre la piel. Es un cuerpo cuidado, trabajado. Levanta la cabeza, sacude la melena y se queda mirándome. Recién entonces me doy cuenta que estoy desnudo. O mejor dicho, recién entonces me doy cuenta que alguien puede verme. Me meto en el departamento y me siento raro. Incómodo, era mejor creerme solo, absolutamente solo. Pero me siento en el comedor desde donde yo lo veo y él a mí no. Lo espío. Veo su abdomen subiendo y bajando lentamente por la respiración. Sus manos grandes que se meten por debajo del eslip y se quedan allí, quietas. Signos vitales. Es joven. Quizás tenga la mitad de mis años. Pero no me interesa volver sobre mí, que ya no soy, que ya no siento el cosquilleo tentador y placentero que él debe sentir ahora. Vuelvo a ducharme y a mí pesar me tiento y pruebo. Despacio, caricias. No hay respuesta. No me importa. ¿Para qué?

Pasada la tarde en la lectura, llega la noche y escribo. Cuento lo que vi, releo, y cuando mis dedos no tamborilean sobre el teclado, cuando el silencio es total, escucho. Del otro lado de la pared de mi escritorio, débil, suena un jadeo. Me molesta, no me puedo concentrar. Ametrallo las teclas con mis dedos para tapar es sonido que se cuela, pero el sonido crece y me obliga a desistir de mi propósito. El sonido que no cesa me crispa. Enciendo un porro tratando de distenderme. Me aflojo, me disuelvo, dejo de luchar con el jadeo que se mete por mi oído como acariciándolo, me da vueltas por la cabeza, me llena, me transporta. De pronto estoy contra la pared, la oreja contra la pared, el cuerpo contra la pared, y el jadeo la atraviesa, se mete dentro de mí y tiemblo al rítmo de ese sonido que aumenta, crece, sube. Ahora gime, gruñe, se desespera. Puedo percibir su desesperación de macho alzado y solo. Lo imagino, no porque me lo proponga sino porque todo es tan claro que me parece verlo. Parado en la penumbra, frente a un espejo. Se masturba incansable, ferviente, su mano va y viene llevada por el impulso de su calentura. Ahora el sonido es gutural, veo las venas de su cuello que se hinchan, grita, tensa su cuerpo, sacude una y otra vez la verga enhiesta hasta que escucho el rebuzno y comprendo, veo, que la leche salta en un chorro, rebuzna, se pajea fuerte la pija y salta otro chorro, otro, otro. Otra vez jadea, suspira, se la acaricia, salen los últimos gotones, suspira profundo. Acabó. Acabó, y con su final percibo mi propia exitación, tiemblo. Me miro y me doy cuenta que aquello que creí que no volvería a pasarme me está pasando, y en una situación en la que jamás hubiera pensado. Me toco la pija, la acaricio y me gusta. Siento. No quiero. Y menos con esa fantasía. Siempre me gustaron las mujeres. Me importa una carajo ese pajero, pienso mientras me pajeo, y quiero parar y no puedo. Y sigo, me detengo, continuo, me pajeo, paro, me pajeo. Resoplo, paro. Lo imagino y me vuelvo a pajear. ¿Cuánto tiempo? No sé, el porro distorsiona el tiempo y me impide precisar. Sólo sé que me gusta, me gusta mucho, pero no puedo acabar. Dulce tortura. Me ducho, escribo, me canso, me acuesto y duermo. Profundo, sin sueños, sin poluciones, simplemente duermo.

Es otra vez de tarde, tal vez las tres. Acabo de levantarme, me ducho, cebo mate, estoy por salir al balcón y de golpe me detengo. Vuelvo sobre mis pasos hasta el baño, me ato una toalla a la cintura y ahora sí, salgo. El no está. Debería sentir alivio, sin embargo creo que lo que siento es una vaga desilusión. Estoy un rato tomando mate, transpiro, hace mucho calor. Voy a entrar cuando veo que él sale. Me doy vuelta como un rayo y me vuelvo a instalar.

El vecino lleva puesto el eslip del día anterior. Es una prenda pequeña pero no diminuta, de color rojo con elástico negro. El es robusto, sus piernas son robustas, su cadera ancha. Se pasa una crema blanca sobre el pecho bronceado y la restrega lentamente. Se echa el pelo hacia atrás y se acerca al macetero que separa nuestros balcones.

-Hola –dice.

-Hola.

-Disculpá que te moleste ¿puedo hacerte una pregunta?

Me limito a mirarlo sin responder.

-¿No sos el escritor?

La vanidad me hace un cosquilleo, me agrada que me reconozcan.

-Si, lo soy.

-Me encantan tus novelas.

-Gracias.

-Aunque creo que en la última estás un poco frío, como distante. No se te ve el vigor de otros trabajos.

-Uno no está siempre igual.

-Tal vez te esté faltando algo...

-Tal vez...

Empiezo a malhumorarme y decido retirada.

-¿Te vas?

-Estoy escribiendo.

-Qué bueno. Algún día podrías invitarme a ver lo que estás haciendo.

-Algún día.

-Te pido un favor.

-Si puedo...

Me pide que le pase la crema por la espalda. No espera respuesta, la pone en mi mano y se da vuelta. Lo hago, parece una pared, pero lisa, suave, tibia. Gira, me saca la crema, agradece.

-Tendrías que tomar un poco de sol –dice y en gesto rápido pasa un poco de crema por mis pectorales, rosa los pezones. Me estremezco y se nota en la piel. Sonríe.

-Brisa interior que te refresca.

-¿Qué?

-Si con este calor se te pone la piel de gallina, es que te corre una brisa interior que te refresca.

-Sos poeta.

-Ojalá, apenas un gimnasta. Pero la piel de gallina también puede ser una descarga de corriente interna que te calienta.

Me siento descubierto y me da rabia. Amago a irme y me detiene con una mano sobre el hombro.

-Ves que no soy poeta, si lo fuera no te hubiera molestado.

Aprieta mi hombro.

-Estás tenso –dice.

-Y vos impertinente.

-Disculpá. ¿Son lindos los departamentos, no?

Estoy furioso, me molesta y luego pretende congraciarse.

-Si, son lindos –busco la revancha. –Pero las paredes son delgadas y se escucha todo.

El no se amedrenta.

-Todo –repite.

No, no puede ser que me haya escuchado porque los míos apenas fueron débiles jadeos, algún suspiro. Si hubiera acabado, si, podría haber habido algún grito. Pero no, no pudo escucharme.

-Aunque en el mes que llevo acá, puedo decir que sos muy silencioso –dice y sonríe con picardía. Dientes blancos, perfectos.

-Un mes –digo estupefacto. El sonríe. –Hasta ayer no te había visto –lo pruebo.

-Yo a vos si. Tomo sol todas las tardes.

Me estuvo mirando durante un mes, el hijo de puta me miró durante un mes tomando mate en bolas en el balcón.

-Eso no se hace –le digo.

-¿El qué?

-Me espiaste.

-No, yo no me escondo para mirar, y ayer me pareció que vos si. Y no te preocupes por lo que no debe hacerse, me parece que eso es lo que te tiene tenso –estira su mano y la apoya en mi hombro. –Si querés te hago unos masajes –tiene una manera de apretar que me paraliza y me agrada. Algo se mueve debajo de mi toalla, algo todavía está vivo en mí. Es ridículo, me retiro avergonzado.

Voy a la compu. Escribo. No puedo. Qué voy a hacer con esto que me pasa. Bañarme. Agua fría. La cama y descanso. Por la noche todo habrá pasado.

Es de noche. Tomo una copa de vino blanco bien frío, enciendo un porro, fumo e intento escribir. Hoy no hay sonidos extraños. No le habrá gustado saber que lo escuché. No debí decirle nada. Me encantaría volver a escucharlo. Una vez, aunque sea una vez más sólo para saber qué me pasa. No puedo escribir, estoy atento esperando ruidos que no llegan. Me levanto, me pongo una toalla a la cintura respondiendo a una lección aprendida, y salgo al balcón. Veo la brasa, también él fuma un porro, también él lleva una toalla atada a la cintura.

Nos acercamos al macetero, fumamos sin hablarnos.

El empieza.

-Es bueno que fumes, que te aflojes. Estás apagado, a la defensiva. Deberías abrirte más. Yo te puedo dar lo que necesitás.

-¿Qué sabés lo que necesito?

Salta el macetero limpito con un envión.

-¿Qué hacés?

Se mete en el departamento y lo camina a oscuras.

-Dejame que te haga unos masajes.

-Andate pendejo, salí de acá.

Avanza hacia mí, retrocedo, caigo en el sillón. Se arrodilla levanta mi pie y comienza a masajear la planta, pasa sus uñas provocándome una cosquilla que altera mis sentidos, me estremezco.

-Ahí va, ahí va –repite. Lo dejo. Sus manos suben e intenta pasarlas por debajo de la toalla. Lo freno.

-Por qué me parás si te gusta.

-Dejame pendejo –lo aparto y me escabullo.

-Mirame –dice.

Me doy vuelta y lo veo quitarse la toalla que lo cubre. Tiene la pija parada y grande, y se la está tocando.

-¿Esto querés, que me vuelva a pajear? Un mes te estuve mirando, pensando, imaginando, y cuando te diste cuenta que estaba ahí, cuando por fin me percibiste y vi que te detenías a espiarme, no pude más de calentura y me pajee. Y no pensé si me escuchabas o no, simplemente no daba más y me hice la paja pensando en vos. ¿Querés que me vuelva a pajear? Si eso es lo que te gusta, lo vuelvo a hacer –dijo manoseándose la verga. –Pero yo sé lo que te va a gustar de verdad, sé lo que te puedo hacer sentir.

-No me gustan los hombres –digo –y menos los pendejos.

Me arrebata la toalla. Yo también estoy caliente. Aunque mi pija no termina de endurecerse, siento, si, siento como hace un siglo no sentía. Me atropella, me lleva contra la pared, me muerde los pezones, el cuello, los pezones. Me encanta. Me apoya su pija.

-No te gustan los hombres, ni a mi. A mí me gustás vos, y a vos te gusto yo y vamos a cogernos.

Me apoya todo el cuerpo, me empija, me muerde los pezones. Lo separo con un empujón.

-¡Basta pendejo!

-Vení acá -dice tomándome de la muñeca –Lo que necestitás es esto –y me da una nalgada con todo el peso de su mano. Gimo de placer. Se da cuenta y me da otra, y otra, y otra, y otra. –Esto querés –y vuelve a pegarme, y me arde la cola y gimo y suspiro, y de repente para.

-Voy a abrirte para que sientas otra vez. Y vas a sentir como nunca en tu vida. Esto –dice agarrándose la gruesa poronga –esto es para vos, porque está así por vos. No sabés lo que te deseo. Vení –y me toma de la nuca y me hace arrodillar y me arrima la poronga y me la pasa por la cara, me la friega y jadea, y me la mete en la boca. –Chupámela papito, chupámela.

Es algo grueso, caliente y salado que siento en mi boca y me exita. La chupo, si, la chupo abrazado a sus piernas firmes, la chupo acariciando múslos, huevos, cola. Hasta que me la arrebata entre jadeos y me sube, y me besa en la boca salada y me gira y baja por mi espalda. Me separa los cantos y mete la lengua y lame suavecito, y después usa como látigo la punta de su lengua martirizando de placer mi ojete. Me estremezco, tiemblo, y más cuando lentamente me acaricia la pija y me la pajea. Me pone de frente y se la mete en la boca, me la chupetea y sube. No puedo más, si me dejo llevar por los sentidos creo que me voy a dejar coger. Me chupa los pezones, el cuello, mete su lengua salada en mi boca, me levanta por los múslos y me sostiene en el aire, apoyado sobre su verga. Le susurro al oído.

-Tengo miedo, nunca me cogieron.

-¿Querés?

-Un poquito.

Siento que entra la puntita en mi cola bien dispuesta por la posición. Apenas un tanto de su cabezota y duele. Me mueve despacio, arriba y abajo y siento que me abro, entero me abro, desde la cola me abro, todo me abro y penetra, se mete dentro de mí, me coge.

-Me estás cogiendo, pendejo.

-Si, papito, te cojo. Esto necesitás y tu pendejo te lo da -y bufa, empuja y la siento entrar y llenarme todo. Es un dolor intenso que parece partirme y me gusta, me gusta que me duela cuando me coge. Me está cogiendo, siento, siento, mi pija está endureciéndose, deseo, gozo otra vez, por eso me gusta que me duela, me siento vivo, estoy caliente. Me gusta como me coge el pendejo. Me gusta el pendejo, si me gusta y lo dejo que me coja. Me lleva montado en su pija hasta la habitación, caemos en la cama y me la clava toda y empuja con esas portentosas caderas, y me la mueve, y me tiene me posee me penetra, me da, me da, me da. Y me coge y ríe, ríe.

Dice que ríe porque me devolvió a la vida, porque lo siente, porque me desvirga la cola, porque le doy a él lo que no le di a nadie. Y yo lloro de placer y le pido que me coma las tetitas, que me mordisquee los pezones y que no pare de cogerme, no pares de cogeerme, no pares, no pares, no pares pendejo no pares, dale a papá, dale pija a papá, damela toda, damela toda, toda, toda, toda, me la como toda. Se alza sobre los brazos, me clava con la fuerza de un toro y rebuzna como un burro, me coge con fuerza, y rebuzna y gime y me muerde los pezones, y me coge como un perro, y me grita que se va, que se va, que le viene la leche. Y empuja con toda su fuerza y larga el primer chorro gritando de placer, rebuznando. Y coge y coge y descarga otro chorro mientras me tiene abotonado contra el colchón, y me llena de leche la cola, y yo me desespero y quiero acompañarlo y no puedo, no puedo acabar. Y él sigue echando leche con cogidas cortitas y rápidas que lo enloquecen y terminan agotándolo, bufando, suspirando, lamiendo despacio. Y su pija se empieza a achicar, a ablandar, pero antes de sacármela se da cuenta que no acabé.

-No pude -me excuso.

El la quita de dentro de mí, me pone boca abajo y me monta, y me coge con la pija un poco más blanda, y él es más blando, más suave, y me coge y me acaricia los múslos, desliza las manos y me toca la pija, y me coge, no deja de cogerme con una pija que ya no duele pero igual me gusta, mucho me gusta. Y me enloquece cuando me lame la oreja, y jadea y se lo digo.

-Me enloquecés, no puedo más y no acabo. Haceme acabar, necesito acabar. Por favor, haceme acabar...

-Ya papito, ya, venga la lechita, venga –y me toma de la base de la pija, desde los huevos, y tira para que el escroto tirante me de placer y empiece a desagotarme, y la pija tensa como una cuerda, me palpita, y siento como late su pija adentro mío, y empiezo a sentir un dulce temblor que me viene desde la punta de los pies, me trepa como un fuego por las piernas, se pierde entre las nalgas, reaparece por los huevos, y sale de mí como la lava de un volcán que se derrama. Y chillo, chillo, chillo, y otra vez la lava que quema, y él que rebuzna y acaba otra vez, y yo sigo, y cogemos, y sigo largando leche y chillando como un puto, su puto, tu puto, y me voyyyyyyyyy, pendejo me voy, divino, diviiino, diviiino, pendejo. Y el fuego final me arrasa cuando desesperado me arrastra por la cama sacando su última leche, mi última leche.