Volver a sentir
María nunca pudo imaginar lo que podría ser su vida tras una noticia inesperada.
CAPÍTULO 1
- Señora Marín. Pase a consulta número 3.
La voz metálica que salía desde el altavoz me indicaba cual era mi camino.
Me levanté inmediatamente e investigué que puerta, de todas las que tenía la sala, llevaba inscrito el número 3 en su lateral. La divisé y me dirigí hacia allí.
Hacía 4 meses que tenía una menstruación irregular, sangraba muy poco (el mes que lo hacía) y no me duraba más de uno o dos días.
Ya sabía lo que significaba, la menopausia.
Tenía 35 años y se que aún era joven para empezar con los sofocos y las pastillas de calcio pero, en mi familia, la norma era esa.
A mi abuela se le retiró el periodo a los 32 años y después de haber tenido 2 hijas, las cuales también sufrieron una menopausia precoz. Mi tía a los 35 años y mi madre a los 37 eran las que constataban el mal de la familia.
Casada con José desde los 25 años, ya me había resignado a no tener descendencia.
Y no por mi parte, no. Era por mi marido.
Al año de casarnos empezamos a buscar la familia ya que yo estaba loca por tener hijos, y más si era junto a José. Pero, tras dos años intentándolo, no me quedaba embarazada y buscamos ayuda profesional.
Tras las pruebas pertinentes a ambos, determinaron que mi marido tenía un flujo de espermatozoides muy inferior a lo normal. Con esa calidad de esperma, habían poquísimas posibilidades de quedarme embarazada, casi un milagro lograrlo.
Ya se que hoy en día la ciencia te permite muchas posibilidades fiables para quedarte embarazada, incluso con los pocos espermatozoides sanos de mi marido. Y lo intentamos. Me sometí a una in-vitro y, llenos de alegría y esperanza, me inseminaron los espermatozoides de José extraídos y seleccionados previamente.
Pero no cuajo. No me quedé embarazada y entonces nos asaltaron algunas dudas.
¿Era una señal que no me quedara embarazada?
¿Quizás no era el momento apropiado para ser padres?
No sabíamos que hacer pero, tras planteárnoslo seriamente, decidimos postergarlo para más adelante. Quizás otro momento sería más propicio para poder tener hijos.
Y pasaron los años, y no volvimos a hablar del tema.
Empezamos a trabajar en el mismo hospital y, entre el trabajo y la vida estresante, ya no se nos volvió a prender la llama de la paternidad.
CAPÍTULO 2
Ambos somos enfermeros y nos conocimos en la facultad un día en el que la cafetería estaba tan llena que José y su amigo Sergio nos pidieron permiso, a mí y a mis otras tres compañeras, para sentarse junto a nosotras.
Ese día conocí a un hombre encantador. Gracioso, noble, tierno, guapísimo y con un cuerpo de infarto. Pero no fue hasta la siguiente vez que nos encontramos, que nos hicimos íntimos.
Estábamos en una fiesta organizada por un grupo estudiantil que recaudaba dinero para un viaje de fin de carrera (cualquier excusa era buena). La fiesta se realizaba en una discoteca de la zona y, lógicamente, asistía casi todo el campus.
No os contaré que todo fue precioso y que nos encontramos por casualidad mientras pedíamos nuestras consumiciones en la barra, dando pie a una conversación amena donde los dos nos enamoramos dulcemente, no. No fue tan peliculera la historia.
Nos cruzamos en los servicios y nos reconocimos al instante. Dos besos de cortesía y adiós.
Bueno… lo de adiós es un decir, porque ya procuré yo que mi grupo de amigas se quedara cerca de su grupo de amigos.
Y así, espontáneamente, me fui situando detrás de él hasta que nuestros traseros estaban enfrentados.
Fortuitamente sobé a conciencia su culo unas 20 o 30 veces. ¡Sin querer, ojo! Estábamos tan apretados que era inevitable no rozarse.
- Me has tocado el culo- dijo José.
- ¿Yo?- pregunté con cara de angelito- Te habrá parecido a ti. Como estamos tan estrechos…
- No te preocupes, si no me molesta. Puedes tocar lo que quieras, pero dímelo antes que me asusto y se me cae el cubata al suelo.
Y os juro que su sonrisa me mató. En ese momento supe que follaríamos esa noche.
Y lo hicimos en su coche, de mala manera pero deliciosamente. José condujo hasta un descampado y allí empezó el baile.
Ni él ni yo éramos vírgenes, en mi caso había un currículum bastante amplio para saber moverme con soltura en esos encuentros.
Nada más parar el coche nuestras bocas se encontraron y las lenguas curiosearon en el interior del otro. A esas alturas yo ya estaba deseando follar con José y él, tras ver su bulto en el pantalón, me hacía sospechar que también.
Mis manos buscaron rápidamente el cierre de su vaquero para liberar su endurecido pene. José colaboró ágilmente, levantó el trasero y así pude despojarle de su pantalón y su ropa interior.
Ante mí apareció una polla grande y gorda, con el glande a punto de estallar y empezando a salir líquido transparente.
Siempre me ha gustado chupar las pollas de mis amantes y, esta vez, no haría una excepción. Bajé la cabeza hasta toparme con la punta de su capullo y exhalé un poco de aire sobre su pene.
- ¡Ufff…!
El suspiro de José me indicaba lo bien que lo hacía. Sabía como enloquecer a un hombre sin apenas tocarle.
Continué amasando, delicadamente, los testículos de mi amante y luego subí mi mano, rodeé su pene pero sin apretárselo, y comencé a subir y bajar la mano muy lentamente. Sin lubricar y con la mínima velocidad de mi paja sabía que no se llegaría a correr, pero tenía la polla a punto de reventar. Era como acero, de dura que estaba.
- ¡Joder, María! ¡Que bueno!
- ¿Te gusta? Pues esto no es nada…
Engullí todo su pene hasta que mis labios casi tocaron su pubis. Era lo más que pude meterla sin vomitar ya que tenía ante mí una polla de unas dimensiones considerables.
Me mantuve con su miembro dentro de mi boca unos segundos y después fui subiendo y bajando la cabeza apenas unos centímetros. Practicaba la mamada en la base de su polla y solamente subía un cuarto de su longitud mientras la saliva empezaba a escaparse por las comisuras de mis labios.
Tras unos cuantos sube- baja, me dediqué a trabajar su glande. Con succiones agresivas, comencé a aspirarle como si fuera la pajita de un cóctel. De esa manera sabía que no aguantaría mucho y se vaciaría en mi boca y no era lo que quería. Yo quería follármelo. Así que lo miré a los ojos.
- Métemela José- le dije sin pudor ninguno.
Y, para mi sorpresa:
- No. Te voy a devolver el favor.
José tiró mi asiento para atrás y lo reclinó, se colocó entre mis piernas, subió mi faldita tableada y se deshizo de mi tanga.
Mi vulva pedía a gritos atención y José estaba dispuesto a dársela.
Al momento entendí lo que quería decir con “devolverme el favor”. Como yo le hice, se dedicó a soplar ligeramente mis labios vaginales. Al notar la corriente de aire se erizaron todos mis vellos. Notaba como se humedecía, aún más, mi vagina y sentía que podría correrme en cualquier momento.
Pero no, José no lo iba a permitir y paró de soplar para empezar a acariciar toda mi gruta delicadamente. Empezaba por mi perineo y subía hasta el clítoris. Suavemente, como si dibujara en un lienzo y trazara líneas difusas. Al llegar a mi capuchón daba varias vueltas sobre él. Sin apretar, sólo deslizando sus dedos debido a la gran humedad de mi flujo.
- ¡Aggg…!
Estaba tan cachonda que estaba empezando a enfadarme por no darme José, el orgasmo que necesitaba.
Movía mis caderas para que los dedos de José apretaran más fuerte y así lograr correrme.
- ¿Ya quieres correrte?- dijo José.
- Siiii…
- Pues, sólo tienes que pedírmelo.
- Quiero correrme.
- Jajaja. Así no me vale. Tienes que pedirlo sinceramente.
José movía sus dedos más insistentemente sobre mi clítoris y, con la otra mano, introducía uno de sus dedos dentro de mi vagina.
Estaba enloquecida. Pese a mi experiencia, nadie me había hecho sentir de esa manera y cada movimiento de dedos era una tortura en mi interior. Estaba a punto, pero no llegaba.
- ¡Joder, quiero correrme! ¡Haz que me corra! ¡Estoy muy cachonda ahora mismo…aaaaaaaa!
No acabé de decirlo cuando uno de los dedos que tenía en mi clítoris se apartó para enterrarse en mi ano. Los dedos de la otra mano se metieron hasta el fondo, y comenzaron a acariciar en la parte alta de mi interior. Al placer que ya sentía se le unió la boca de José succionando mi clítoris mientras con la lengua lo tocaba rápidamente.
No pude más, me corrí como nunca y grité tanto que creía que nos oirían en Australia. Fue un orgasmo brutal, demoledor. Arrasó con toda mi energía y me dejó derrengada y sin fuerzas.
José se colocó sobre mí y metió su pene en mi coño. Sin prisa, pero sin pausa, la metió hasta el fondo y noté como me llenaba esa gran polla. Allí parado se quedó el tiempo necesario hasta que me recuperé. Sin casi prepararme, comenzó a embestir de una manera brutal mientras sus pies tocaban el suelo del automóvil. Me cogió de los hombros y eso le facilitó el poder percutir más rápido y más fuerte.
Era una delicia, no paraba de tener orgasmos encadenados mientras José me decía que gritara fuerte para que todos escucharan lo bien que nos lo estábamos pasando.
- Si quieres, esto que estás sintiendo ahora te lo daré en exclusiva. Te haré tocar el cielo y tú me harás tocarlo a mí.
Su declaración me llegó al alma. Me ofrecía amor y sexo, todo únicamente por y para mí.
- Para, para.- le dije.
José paró de bombear y me miró extrañado.
- ¿Me estás pidiendo que tengamos una relación formal?- le dije.
- Te estoy pidiendo una relación. Que sea formal dependerá de como actuemos desde hoy hacia delante.
Me lo comí a besos mientras maniobraba para darnos la vuelta. En ese incómodo y estrecho coche estábamos bastante limitados para ofrecer un repertorio de posturas dignas de nuestra experiencia.
- Acepto.- le dije- Y, para que veas como me entrego, te dejaré sequito.
Me monté sobre él y empecé a cabalgarle con movimientos largos y pausados.
- Tienes que tener en cuenta una cosa antes de aceptar. Soy un hombre que lo da todo en cuanto a amor, pero en el sexo también. Si aceptas estar conmigo, aceptarás tener un amante entregado y me tendrás que satisfacer de igual modo.
- ¿Qué eres el más macho del lugar, o qué?
- Ni lo soy, ni lo pretendo. Es mi forma de hacer el amor. Lo que has visto hoy no es nada comparado con lo que hago o me gustaría hacer. Porque, si me sigues el ritmo, quiero hacer cosas que nunca haría con una mujer de la que no estuviera enamorado.
- Acepto todo. Te daré el mejor sexo de tu vida y, de momento, voy a hacer que te corras y te quedes tranquilito.
Dicho y hecho. Comencé a saltar sobre su polla mientras me pellizcaba los pezones. José, al ver mi entrega, me sujetó de las caderas y acompañaba mis subidas con sus brazos.
- ¿Así te gusta que te folle?- le dije- ¿Así de duro te gusta follar?
¡¡¡PLAS!!!
Una fuerte palmada en mi nalga izquierda, me dio a entender que era lo que le gustaba y, pese a la fuerza de esta, me corrí otra vez.
Al notar mis contracciones, José se derramó dentro de mí hasta que ya no pude saltar más.
Nos quedamos un rato abrazados. Desnudos y sudorosos comprendimos que esa era la relación que ambos buscábamos. Amor y sexo es lo que necesitábamos.
Durante los años de noviazgo y de matrimonio José fue un auténtico follador. Me sacaba mil orgasmos a base de una mezcla de rudeza y suavidad que disfruté desde el principio.
Utilizamos tantos juguetes sexuales que bromeábamos diciendo que nos harían socios honoríficos del sex-shop.
Mi vida sexual era plena y satisfactoria hasta hace unos meses atrás. Eso fue lo que desencadenó todo.
CAPÍTULO 3
- Buenos días señora Marín.
- Buenos días.
- Pues, ¿usted dirá?
- Si, a ver. Llevo unos meses con un periodo irregular, sangro ligeramente, apenas si mancho. Este mes, ni siquiera lo he hecho. En mi familia hay antecedentes de menopausia precoz y creo que ya he empezado.
- ¿Qué edad tiene?
- 35 años. Ya se que es pronto, pero en mi familia…
- ¿Podría estar embarazada?
¿Podría? No, sería casi imposible. O si…. ¡Mierda, mierda,mierda!
- No creo que esté embarazada. Mi marido tiene un flujo muy bajo de espermatozoides y sería un milagro.
La matrona sonrió y se levantó de su silla. Se dirigió a un cajón de un armario que tenía a su derecha y de él tomó una cajita alargada.
- Tome, vamos a hacerle una prueba.
- Pero es imposible.
- Querida mía, en obstetricia los milagros existen, créame. He visto casos mucho peores donde la mujer dio a luz una hermosa bebita cuando, prácticamente ambos eran infértiles. Hágase el test y así salimos de dudas.
Cogí el test de embarazo y me dirigí al baño del hospital para realizarme la prueba.
No era posible que estuviera embarazada. No podía ser posible. José no podía darme hijos y ya habíamos renunciado a tenerlos de manera natural.
Oriné en el aparatito y lo cerré. Entré nuevamente en la consulta y le di el test a la matrona.
Minutos después ya tenía el resultado.
- ¡Se lo dije!, ¡se lo dije! ¡Los milagros existen! Enhorabuena.
Mi cara era un poema. ¡Embarazada!
- Espere un momento. -frené la alegría de la matrona- ¿ese test es fiable?
- Mujer, es fiable en un 99%. Siempre puede haber algún error pero suele ser al revés, un falso negativo debido a la falta de la enzima necesaria para hacer la reacción. En su caso, es positivo. ¡Está embarazada!
La mujer comenzó a preparar la cartilla de embarazo y a hacerme preguntas sobre mi salud y la de mi marido. Poco a poco mi perplejidad dio paso a la ansiedad y comencé a llorar presa del pánico.
- Querida, ¿Qué te pasa? ¿No es buen momento para ser madre?
- No, no lo es. ¿Podría abortar?
No estaba segura de querer abortar pero quería saber mis opciones.
- Depende del tiempo de gestación. Si estás de 16 semanas o más sería legalmente imposible abortar, pero si estás de menos…. Aunque yo te recomiendo que medites esa decisión. Eres una mujer con salud, joven y estable económicamente. Este bebé es una bendición para vosotros.
- ¿Cómo puedo saber de cuantas semanas estoy?
- Pues habría que hacer una ecografía para determinarlo.
- ¿Me la pueden hacer ahora?
- Voy a consultar si hay algún doctor libre ya que, siendo trabajadora del hospital no habrá problema en hacértela ahora.
Media hora después estaba tumbada en una camilla con la barriga al aire y el doctor me estaba pasando el ecógrafo.
- Pues parece que hay latido y ahora vamos a comprobar el estado del feto- dijo el doctor.
Observaba con horror como en mi interior había crecido una personita que observaba muy definida. La cabecita, las piernas y los brazos se apreciaban claramente y empecé a enamorarme de lo que vi.
- Pues parece que está todo normal pese a no llevar un control desde el principio.- dijo el doctor.
- ¿De cuántas semanas estoy?- le pregunté intrigada.
- Pues por la longitud del embrión creo que rondará la semana 17 o 18. Habrá que hacerle varias pruebas urgentemente para determinar que todo marcha correctamente.
Ya no escuché nada más. Estaba embarazaba y no podía ser de mi marido. Él no podía darme hijos.
Salí del hospital llorando y temblando, muerta de miedo por lo que estaba por venir. José no era el padre, lo intuía y, aunque intenté ser cuidadosa, mi madre decía: “Antes de llover chispea”.
CONTINUARÁ....