Volver a sentir (4)

La hora de saber la verdad.

CAPÍTULO 9

  • ¡María, ven, mira!

José entró a casa dando un portazo y tirando sus cosas en el recibidor.

  • ¡Estoy en la cocina!

Vino corriendo y me abrazó hasta levantarme del suelo.

  • ¡Por fin lo tengo! ¡Ya soy doctor!

  • ¿Yaaaa? Creía que aún no habías terminado la tesis. ¿Cuándo la has presentado?

  • La semana pasada. Quería darte una sorpresa. He acelerado todo lo que he podido para que no esperaras más.

Desde que le fui infiel por segunda vez a mi marido todo había cambiado. Me propuse ser la mejor esposa del mundo y, sin tener en cuenta que le mentí y le engañé dos veces (algo de lo que nunca estaré orgullosa), creo que lo conseguí.

Nuestros encuentros sexuales se intensificaron desde ese día tan negro. Las sesiones eran igual de cortas, pero más continuadas y más placenteras. Algo que no se me había ocurrido hacer meses atrás.

Aprendí a conseguir, en poco tiempo, lo que antes me costaba más. Mis orgasmos eran apoteósicos y José quedaba satisfecho y feliz.

En cuanto a nuestro amor,  se resintió un poco los primeros días. Me resultaba difícil olvidar todo lo sucedido y centrarme en José pero,  cómo la primera vez,  después de unos días me relajé y empecé a ser una esposa ejemplar.

Estaba pendiente de José en todo momento y antes de que él abriera la boca para pedir algo, yo lo tenía preparado.

  • “Así da gusto estar en casa, amor. Me tienes como un rey”

Solía decir José, mi rey.

Y  yo me llenaba de orgullo al saber que el hombre al que amaba estaba a gusto conmigo ya que nunca noté ningún cambio en su forma de tratarme.

  • ¡Que notición, cariño! Estarás contento, ¿no?

  • ¡Ya te digo! Tenía ganas de terminar con todo esto y, para agradecerte tu paciencia, he reservado una casita rural en la sierra para escaparnos.

  • ¿Y el trabajo?

  • Es para la semana que viene. He arreglado mi turno y así coincidimos cuatro días.

  • ¡Me parece genial! Que orgullosa estoy de ti, amor.

La sorpresa fue doble. Una por las mini vacaciones, y la segunda por haber conseguido doctorarse antes de lo previsto.

Y fue en esa segunda sorpresa donde me volví a sentir estúpida. Él esforzándose para terminar cuanto antes y yo zorreando en el hospital.

Una lágrima escapó de mis ojos mientras le abrazaba.

  • ¿Estás llorando?

  • Es que estoy muy contenta por tu éxito y por lo bien que te portas conmigo.

  • Anda, tonta.- dijo José secándome las lágrimas con su pulgar- el amor es eso, estar pendiente de las necesidades de la otra persona.

CAPÍTULO 10

Llegamos un Martes a la casita de la sierra que había contratado José y nos quedaríamos hasta el Viernes ya que ambos trabajábamos el fin de semana.

Nada más entrar pude ver que, de casita rural tenía muy poco.

La casa era enorme, no lo voy a negar, pero muy acogedora. El salón era muy amplio y estaba decorado con muebles rústicos. En el centro había una mesa grande con seis sillas, un sofá a un lado y, delante, un mueble con toda la vajilla en armarios y una televisión de bastantes pulgadas.

Junto al salón se encontraba la cocina. Grandísima y muy moderna. Contrastaba con el aspecto de cabaña que ofrecía el comedor.

Teníamos todos los electrodomésticos que os podáis imaginar, y alguno más que no tengáis en mente.

Desde el salón, a modo de ramificaciones, se veían tres puertas. Las fuimos abriendo para comprobar que eran dos habitaciones, una con dos camas y otra con cama de matrimonio, y un baño que disponía de ducha, retrete y lavabo.

Entramos en la habitación de matrimonio y observamos la solemnidad de la estancia. Una gran cama presidía el dormitorio y, como únicos muebles, habían dos mesitas de noche, un armario enorme y un diván aterciopelado. Había una alfombra y, frente a esta, una chimenea que le daba a la habitación un aire romántico.

El dormitorio tenia un baño con una ducha, retrete, lavabo y, lo que más me gustó, un jacuzzi donde José y yo podríamos pasar unos momentos inolvidables.

  • ¡Madre mía José, es una pasada!

  • Todo es poco para ti.

El primer día lo dedicamos a limpiar y a guardar todo lo que llevábamos entre ropa y alimentos. No cargamos mucho el coche con comida, ya que la idea era ir a comprar al día siguiente a la llegada, pero algo para comer el primer día y para desayunar, si cogimos.

Por la tarde, después de descansar un ratito nos decidimos por dar un paseo por la zona. El clima ya no era tan frío, pero se notaba la humedad de la sierra.

Mientras caminábamos José me dijo:

  • María, quería pedirte disculpas por esos momentos que hemos pasado. Se que ha sido duro, pero agradezco que fueras paciente.

Me sentí una mierda al escuchar su disculpa, si el supiera lo que hice…

Pero no se lo contaría, lo tenía enterrado y sabía que no volvería a pasar.

  • Que tonterías dices, amor. Es lo mínimo que podía hacer.

“¡¡¡MENTIROSA!!!”

  • Se que eres una mujer que tiene sus necesidades sexuales y que, en ese momento, no las pude cumplir.

  • No te preocupes, José. Ya pasó.

“¡¡¡HIPÓCRITA!!!”

  • Fíjate que incluso no me hubiera extrañado que hubieras echado una “canita al aire”.

  • ¿Pero qué dices?

“¡¡¡SINVERGÜENZA!!!”

  • Mujer, ya sabes, buscarte a alguien que te ayudara a pasar el momento.

  • ¿Y lo hubieras consentido?

“¡¡¡DESCARADA!!!”

  • ¡Ni de broma!

  • ¡Hay José! Que cosas tienes, hijo.

“¡¡¡RASTRERA!!!”

  • Déjalo, son cosas que me vienen a veces. Soy así de tonto. Por cierto, ¿quieres que estrenemos el jacuzzi antes de cenar?

  • ¡Mmmm…! Claro que me apetece.

Entramos en la casa y tiramos la ropa en el suelo mientras intentábamos avanzar hacia el jacuzzi. Con lo que no contábamos es que, para poder utilizarlo, es necesario llenarlo y eso requiere un tiempo que nuestra calentura no estaba dispuesta a esperar.

Miramos el jacuzzi y comenzamos a reírnos.

  • ¿Lo dejamos para mañana y nos vamos a la cama? – dijo José.

  • Vamos a la cama.

Me tumbé boca arriba en la cama y José se subió sobre mí. Nos besamos intensamente, desesperados por tener nuestro momento de amor y sexo.

José bajó hacia mi sexo y empezó a lamerlo. Estaba muy húmedo ya y, a cada lengüetazo de mi marido, respondía yo con un gemido debido al placer que me generaba.

No aguanté mucho y estallé en un orgasmo tan intenso como fácil de conseguir.

  • No aguanto más.

Diciendo esto José se levantó, estiró de mis piernas hasta el borde de la cama y me penetró ferozmente.

No dolió, estaba tan mojada que me supo a gloria, y con cada envite de mi amado más cachonda me ponía. José empujaba con tal fuerza que la cama crujía en cada empellón.

Dos orgasmos míos y poco más fue lo que tardó José en derramarse sobre mí.

Fue brutal. Estaba tan cansada que me quedé dormida.

Cuando desperté José estaba en el baño.

  • José, ¿qué hora es? -dije con un tono alto para que me oyera.

  • Son las ocho de la tarde. Has dormido media hora sólo. Ven, estoy preparando el jacuzzi.

Me levanté con los restos del combate anterior y entré en el baño. Lo primero que hice fue orinar y limpiarme parte de la corrida de José. Mientras, él acababa de llenar el jacuzzi y le estaba echando unas sales de baño.

Me cogió de la mano y nos metimos dentro. José accionó el botón de las burbujas y aquello empezó a cobrar vida.

Estaba en la gloria, José tenía su brazo alrededor de mi cuello y yo apoyé la cabeza en su hombro mientras las burbujas me sometían a un grado de excitación tal que incluso mi vulva comenzó a palpitar.

  • ¡Que bien José! Que gusto estar a tu lado. ¡Te quiero tanto!

  • Yo también te quiero María. Eres lo mejor que me ha pasado nunca.

Nos volvimos a besar. Esta vez fue más amor que deseo pero, poco a poco, se igualó la contienda. Mis manos buscaron la hombría de José que ya estaba preparada para otro asalto. Lo pajeaba lentamente sabedora de que, al estar dentro del agua, hacerlo más rápido podría hacerle daño.

José me acariciaba el clítoris de la misma forma delicada que lo hacía yo con él. No se si su intención era la de volver a hacer el amor pero me subí sobre él y, despacio, me empalé.

Con un sube baja lento estuvimos haciendo el amor hasta que cada uno terminó  en el otro. Una unión profunda que me hizo pensar si el amor que sentía por mi marido difícilmente terminaría algún día, pese a mi infidelidad.

Nos fuimos a la cama, sin cenar. Caímos en un sueño profundo hasta el día siguiente.

Desperté sintiendo el estómago revuelto, otra vez. Llevaba un par de semanas que no terminaba de encontrarme bien al despertar pero ese día fue más fuerte.

Como si fuera un velocista, salí pitando de la cama, entré al baño y comencé a vomitar. No había mucho que tirar, pues mi estómago estaba vacío al no haber cenado.

José apareció por la puerta y me cogió de la frente, apartando mi pelo para que no se ensuciara.

  • ¿Estás bien?

  • Si, si. Debe ser que tengo el estómago vacío y el cuerpo me pide comida.

  • Pues eso lo arreglamos en un periquete.

Cuando salí del dormitorio, después de ducharme, mi marido ya había preparado el desayuno y me esperaba con un zumo de naranja y unas tostadas con aceite y sal.

  • Come algo, te sentará bien.

  • No me apetece nada. Me tomo el zumo y luego ya veremos.

Y, como vino la angustia, se fue. Como estas últimas semanas.

Pensaba que sería alguna intolerancia a algún alimento o algo similar pero como tiempo después desapareció ya no le volví a dar importancia.

El resto del viaje fue excelente. Conectamos como nunca, si eso era posible. José se desvivía por mí, y yo por él. Pasamos los días caminando y riendo y, como no, haciendo el amor. Fue, pese a mi ya casi borrada pesadilla interna, el mejor viaje de mi vida.

A estas alturas, y después de todo lo vivido en el viaje, el recuerdo de mi infidelidad era poco menos que una mota de polvo en el espacio. Aunque nunca quise olvidarlo del todo, era mi forma de autoflajelarme por haber sido tan ruin con mi hombre.

Pero como os podéis imaginar y siguiendo la ley de  Murphy, “si algo puede salir mal, saldrá”. Así que aquí estoy yo, embarazada de cuatro meses, sin síntomas de estarlo y esperando que regrese mi marido para darle la noticia.

Ahora entiendo las nauseas del viaje, y el ligero aumento de mis pechos y mi tripa que, pese a que yo creía que se debía a que había ganado peso, en realidad era debido al embarazo.

Estaba en casa, sentada en el sofá, cuando escuché a José entrar a casa.

  • ¡María, cielo! ¡Ya he llegado!

  • Estoy en el comedor José.

-          No sabes que atasco había en la M-30. Me ha costado casi una hora llegar.-dijo José mientras iba de allá para acá en casa- ¿Quieres que prepare la cena? ¿A que hora empezabas hoy?

  • Me he pedido el día libre.

  • ¿Y eso? ¿Te encuentras mal?- dijo mi marido, ahora sí, entrando en el salón.

  • Encontrarme mal no.

  • ¿Entonces?

  • Estoy embarazada.

  • ¿Embarazada?- dijo José-¿cómo es posible?

  • Hombre, pues si te tengo que explicar como se queda una mujer embarazada…

Se que lo que iba a hacer era de ser una mala persona. Le iba a endorsar el hijo de otro hombre a José pero, tras meditarlo mucho, llegué a la conclusión que lo mejor que podía hacer era callar la infidelidad. El bebé crecería en un ambiente de amor y José lo querría como lo que sería, su hijo.

A todos los efectos, ese niño o niña sería de José. La paternidad la da el amor y no los genes. A fin de cuentas, ¿cuántos niños crecen con el amor de una persona que no es su padre biológico? ¿Cuántos huérfanos y niños sin alguno de sus progenitores hay que obtienen cariño de otra persona diferente?.

A demás, si no decía nada, José nunca sospecharía que no era hijo suyo. No habían indicios para pensar que José había sospechado de mis dos deslices. Era imposible que, después de cuatro meses, José sospechara ahora de dos encuentros esporádicos y clandestinos.

Y ya se lo que pensareis, ya. Que soy una hdp. Mejor dicho, que soy una HDP.

Pues si, lo soy. Pero quería mantener lo que tenía. Quería seguir con mi marido, al que nunca dejé de amar, y quería que ambos criáramos a nuestro hijo. Ese hijo que tanto costó que llegara y que llegó de una forma que no esperaba. Pero estaba aquí, con nosotros. Y lucharía por mi familia.

  • Y… ¿De cuánto estás?

  • ¿Qué?

La pregunta de José me sacó de mi mundo interior y me descolocó por la forma de plantearla, como si desconfiara de algo.

  • Que, de cuanto tiempo estás. No he notado nada raro.- dijo José nuevamente.

  • Estoy de 17 o 18 semanas…

  • ¡Vaya! Eso son más de cuatro meses. ¿Y no te has notado nada en este tiempo?

  • En su momento no le di importancia, pero supongo que las nauseas que tuve y las tetas que se me han puesto- dije sujetando ambos pechos como si los calibrara- eran por eso.

  • ¡Claro! Recuerdo las nauseas que tuviste en el viaje. Entonces, fue antes del viaje- dijo José mientras hacia como que calculaba mentalmente.

  • Si. ¿Por?

  • Es que es extraño que, con lo difícil que lo teníamos para tener un hijo y con lo poco que lo hicimos en esa época, te quedes embarazada.

No tenía derecho, ni debí hacerlo, pero esas palabras de José me sentaron fatal. Insinuaba que el hijo no era suyo y, aunque era cierto, me sentí insultada. No es lo mismo que tú te digas puta a que te lo llame tu marido. Aunque, insisto, no se equivocaba al decirlo.

  • ¿Qué quieres decir?

-  Nada, mujer, nada. Porque si ese niño no fuera mío me lo contarías, ¿no?.

  • Por supuesto. ¿Cómo te voy a ocultar algo así?.

Y ahí fue donde se debió de descubrir todo, donde yo debí afrontar la realidad y asumir las consecuencias. El bebé no era de José y se lo debía haber dicho.

Pero callé.

Tras mi última frase, mi marido pareció quedarse mudo. Parecía que mi estrategia funcionaba y decidí darle más credibilidad a mi alegato.

  • Si lo que pretendes decir es que este hijo puede ser de otra persona vas mal, José.

José se acercó a mí y me abrazó con dulzura.

  • Lo siento mucho cariño. No se porqué digo nada. Es un momento de alegría y yo lo estropeo todo.

No le contesté, sólo lloré como nunca.

Quizás fueran las hormonas o quizás mi conciencia se despertó en ese momento, pero me sentí una mierda. Mi marido pidiéndome perdón por algo que sí había hecho, cuando debía ser yo la que se lo pidiera por ser tan cobarde y egoísta.

CAPÍTULO 11

Pasaban los días y, tras conocer Jesús la noticia, todo se descontroló.

Era normal que el orgulloso padre publicara a los cuatro vientos que íbamos a ser padres.

“¡Un milagro!” decía él, tan feliz, que parecía flotar en el aire.

Y yo feliz también, aunque a medias.

“Si todo fuera más fácil”. “Si el hijo fuera suyo”…

Pero no. El hijo no era suyo, ni las cosas eran tan sencillas. Y todo empeoró cuando Jorge vino a mi encuentro.

  • Hola María- dijo el doctor al encontrarme en uno de los pasillos.

  • Hola doctor- contesté de forma seca.

  • Enhorabuena. Ya me han contado lo de tu embarazo.

  • Muchas gracias.

  • Y, ¿de cuanto estás?

  • Pues estaré de 18 o 19 semanas.

  • …..

  • ¿Pasa algo doctor?

  • Bueno… es que cuando me lo dijeron, estuve haciendo cuentas y…

  • ¡No!¡Ni lo piense!- le corté antes de que dijera nada más- José es su padre.

  • Perfecto, perfecto.- dijo el doctor algo aliviado.- Sólo quería que supieras que si era mío aceptaría lo que viniera y me haría cargo. Pero vamos, si tú dices que es de tu marido…

  • Eso es, doctor. No se preocupe que usted continúa libre como un pajarillo.

  • No mujer.- dijo Jorge tomándome del brazo y acercando su boca a mi oído. – Si no me preocupo por eso. Al contrario, me hubiera gustado dejarte embarazada. Eres una mujer increíble, me tienes loco y me encantaría volver a estar contigo, otra vez.

De un fuerte movimiento de brazo hice que me soltara y me separé de él un par de pasos. Le apunté con el índice en el pecho y, dándole golpecitos le sentencié:

  • En tu puta vida volverás a estar conmigo, ¿entiendes?. No quiero que me vuelvas a dirigir la palabra a no ser que me hables de trabajo.

  • Mujer, no te lo tomes así. Era un cumplido.

  • Tus cumplidos me aburren, doctor.

  • ¿Va todo bien?

En ese momento, la pregunta proveniente de uno de los pasillos me pareció una válvula de escape para terminar la discusión. Era un compañero que, alertado por la elevación de los decibelios de la conversación, decidió asomarse a ver el problema.

  • Todo bien Chema- le dije a mi compañero.- No tenía claro la medicación del paciente de la 206.

  • Pues ven que te lo explico yo.

Dos días más tarde llegué a mi casa después de un turno de noche agotador. El embarazo ya se notaba bastante más como si , tras el descubrimiento del mismo, mi cuerpo se decidiera a dejarse llevar y mostrara la realidad de lo que me sucedía.

Entré despacio para no molestar a José. Era su segundo día libre y quería dejarle descansar un poco más. Al entrar al salón me sorprendió verle sentado en una silla, junto a la mesa principal. Vestido y con semblante serio.

  • ¿Qué haces levantado? ¿Ha ocurrido algo?- le pregunté asustada por su hieratismo.

José estaba como ausente. Miraba la pared que tenía en frente pero sin verla, pensando en sus cosas.

  • José.- le llamé más alto- ¿estás bien?

Y como si no supiera que estaba allí, se giró, me miró y me hizo un gesto con la mano para que me sentara en la silla de la otra parte de la mesa.

  • Quiero que hablemos María.

Me asusté. No sabía que pasaba pero José no estaba bien. Parecía que no había dormido en toda la noche.

  • ¿Qué pasa cariño?- le pregunté.

  • ¿Me has engañado con el doctor Ruiz?

Sin anestesia, directo.

-  ¿Qué dices? ¿A que viene eso ahora?- intenté defenderme.

  • Mira María. Ya somos mayorcitos. Ahórrate el papel de sorprendida. Así que dime si te has acostado con el doctor o no. Ya son varias las personas que me hablan de vosotros y yo no quiero creerlo. Confío en tu palabra y en que, si me quieres, me dirás la verdad.

José me miraba a los ojos y yo, sin decir nada, lo dije todo. No pude sostenerle la mirada y comencé a llorar. No pude mentirle más, no quería mentirle más.

  • ¿Por qué María?  Te he tratado bien y te he respetado siempre. ¿Por qué me has hecho esto?

  • Perdóname, no se que porqué lo hice. Fue hace meses y no he vuelto a querer saber nada de él.

  • Hasta el otro día, ¿no?. Querías retomar lo que tenías con él porque ahora, con el embarazo, piensas que no eres tan atractiva y…

  • ¡No, no! Nada de eso. Es que él pensaba que el bebé…

Paré de hablar pero ya era demasiado tarde.

  • ¿El bebé? ¿El bebé puede ser suyo?

  • No, amor. Es tuyo, el bebé es tuyo. Sólo que las fechas se aproximan bastante.

  • Te lo pregunté, María. Te pregunté si el niño era mío y me hiciste creer que era un cabrón por sospechar. Pero mira tú por donde, mis sospechas eran ciertas.

  • ¡No! No digas eso. El bebé es tuyo y lo criaremos juntos, con amor.

  • ¡Venga María! ¿Cuánto tiempo llevamos haciéndolo sin protección? ¡Años!. Y ahora me vienes con que el niño es mío. Y, casualmente, coincide con las fechas en las que me engañaste. Un poco de dignidad, por favor. Que me tomes por estúpido me duele casi más que los cuernos que me pusiste.

Yo no dejaba de llorar. No tenía justificación alguna y terminé por confesar.

  • Si José, el bebé es del doctor Ruiz. Aunque también puede que sea tuyo, en esas fechas nosotros también hicimos el amor.

  • Y ahora pretendes que yo permanezca contigo hasta saber si es mío o del doctor. No María, no voy a cargar con el paquete de otro. Me voy a ir de casa, esto nunca lo hubiera imaginado de ti. ¡Que estúpido he sido!.

CAPÍTULO 12

Tras la marcha de José, intenté casi a diario que recapacitara y volviera conmigo. Le llamé y mandé mensajes hasta que me bloqueó en su teléfono.

En el trabajo cambié el turno para coincidir con él. Le sorprendía en la cafetería para pedirle perdón, para rogarle que no me dejara. Me ponía de rodillas, me humillaba ante nuestros compañeros sin importarme lo que pensaran.

  • Por favor José, vuelve a casa.- le imploraba.

  • No me hagas esto María, por favor. Aquí no. Levántate.- era lo que obtenía por respuesta.

Hasta que dejó de ir a la cafetería.

Le buscaba por el hospital o les dejaba notas a sus compañeros para que se las pasaran a él. Hasta que tuve que coger la baja por el embarazo (la ciática no me dejaba dar dos pasos) y no lo volví a ver cuando regresé de la baja de maternidad.

CONTINUARÁ...