Volver a sentir (3)

El hombre (en este caso, la mujer), es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

CAPÍTULO 6

Dicen que el que olvida su pasado está condenado a repetirlo. Pues eso es, básicamente, lo que me pasó a mí.

Dos meses después de mi primera infidelidad, volví a tropezar con Jorge.

Durante varias semanas estuve intranquila pensando en que José se enterara de mi affaire .

Trabajando en el mismo hospital y, teniendo en cuenta lo chismosa que es la gente (sobretodo con la vida de los demás), me preocupaba que alguien le dijera que me habían visto salir del despacho del doctor Ruiz esa maldita noche. O que le contaran que se nos vio muy “compenetrados” mientras trabajábamos.

Me pasé dos semanas agasajando a mi marido para resarcir mi error y dos meses esquivando al doctor para no tener más remordimientos. Estaba decidida en borrar ese fatídico momento y no volver a repetirlo. Tenía claro que nunca más engañaría a José y que me mantendría fiel aunque la tentación fuera muy fuerte.

Pero, como he dicho antes, conforme fueron pasando los días, mi preocupación se fue diluyendo. Y, con ella, también la culpabilidad y el remordimiento.

No había notado ningún cambio en el comportamiento de José. Lo cual era bueno para certificar que seguíamos siendo la misma pareja de antes de mi desliz. Pero, por otra parte y egoístamente, era malo para mí.

Seguíamos teniendo poquísimo sexo y, cuando lo teníamos, era un “aquí te pillo, aquí te mato”. Algo rápido y de poca calidad para saciar el hambre y seguir con lo nuestro.

Me auto convencí de que eso era momentáneo. Que pronto pasaría. Que tenía que sacrificarme por él y más después de lo ocurrido.

Pero, ¿qué queréis que os diga?. Dos meses después y tras una medio pelea con José, volví al despacho de Jorge.

CAPÍTULO 7

  • Por favor José, sólo una noche.

  • No puedo María. Ya sabes que es el único momento en el que puedo dedicarme al cien por cien a la tesis. Estoy a punto de terminar.

  • ¡Es que no entiendo por qué no puedes parar todo una noche y dedicarla a nosotros!

  • Si tienes razón, cielo. Se que te tengo abandonada. Pero comprende que si lo demoro tardaré más en terminar. Quiero quitarme esto de encima para poder relajarme.

José se acercó hasta mí y me besó con dulzura.

  • Dame un par de meses más y, en cuanto termine, te prometo que te compensaré.

  • Siempre dices lo mismo. Y estoy cansada de esperar.

  • Si quieres te puedo relajar antes de irte a trabajar.

José me dio la vuelta, me agarró de la cintura y restregó su, ya crecido, bulto sobre mi culo simulando que follaba conmigo.

  • Déjalo José.

No hizo caso a mi petición y comenzó a desabrochar mi pantalón.

  • No tengo tiempo José.

Su mano ya se adentraba en mi vulva y acariciaba mi clítoris mientras yo intentaba resistir pero era imposible hacerlo así que, abrí las piernas para facilitarle la tarea. Empezaba a excitarme y  mi interior lo demostraba segregando fluidos que permitían a mi marido introducir un dedo en mi vagina mientras masajeaba, con su pulgar, mi hinchado botoncito.

  • Para José. ¡¡¡Aaaaggg…!!! no tengo tiempo ahora.

José continuaba su trabajo manual con una mano, mientras la otra estrujaba mis tetas. Oleadas de placer emergían desde mi interior y yo me debatía entre si dejarlo seguir o parar todo y marcharme a trabajar.

  • Por… aaaaggg… favor. Para ya… mmm…

  • ¿Quieres que pare ahora? ¿No quieres correrte en mi mano y quitarte la calentura que llevas encima? ¿No quieres que te relaje un poquito?

No se  por que motivo me dolieron tanto esas preguntas hechas desde el morbo y el juego. Imagino que cuando tu cabreo es considerable no puedes separar la verdad de la provocación.

De repente, todo lo que estaba sintiendo se transformó en rabia y, de un fuerte manotazo, retiré el brazo de mi marido y me aparté de él mientras me volvía a poner el pantalón.

  • ¿Qué pasa amor?- dijo un desconcertado José.

  • Pasa que no quiero calmar mi calentura para tranquilizarme, que no quiero ser una mal follada. Pasa que estoy empezando a cansarme de follar en cinco minutos y esperar a ver si sacas tiempo para nosotros. Pasa, José, que necesito que me folles bien follada. Que me empotres contra el cabecero de la cama mientras me azotas el culo. Pasa que llevo varios meses con orgasmos de medio pelo. Y necesito sexo, ¡SEXO!.

  • Cariño, no te pongas así. Te prometo…

  • No prometas nada, amor.- le corté tratando de serenarme- Si no lo puedes cumplir, no lo prometas. Me voy a trabajar.

Me fui muy enfadada esa noche. No era capaz de entender que mi marido no pudiera darme lo que necesitaba, lo que le pedía a gritos.

Necesitaba sexo y, justo el peor día en el que podría querer reencontrarle, volví a terminar en el despacho de Jorge.

CAPÍTULO 8

Como ya he dicho, llevaba dos meses esquivando sus intentos para hablar conmigo. Varias veces había venido a la sala de enfermeras (cosa poco común en él) preguntando por mí.

Yo me escondía en el baño y le pedía a Eva que le dijera al doctor Ruiz que no sabía donde me encontraba.

Las primeras veces, mi compañera bromeaba con el tema de que el doctor se había encaprichado conmigo. Pero se que, tras pasar el primer mes preguntando por mí, Eva empezó a sospechar que algo pasaba entre nosotros y poco a poco empecé a ser la comidilla de todos.

Esa noche en concreto, no fue diferente a las demás. El doctor vino preguntando por mí, Eva le dijo que creía que estaba en pediatría y Jorge dio media vuelta sobre sus pasos.

  • Nena, te lo tengo que preguntar. ¿Qué os traéis entre manos vosotros dos?- preguntó Eva.

  • ¿Nosotros?... Nada, ¿qué crees que nos traemos?

  • No se chica. Es que es muy raro que el doctor pregunte casi todos los días por ti y tú juegues al escondite con él. ¿No habréis…?

  • ¿Qué dices loca?- intenté disimular yo- ¿por quién me tomas? Soy una mujer casada.- contesté algo azorada.

  • No te pongas así, reina. Yo ya se que estás loquita por tu marido, pero la gente ya empieza a hablar y ya sabes como son estos chismes, empiezan con “los vi mirarse” y acaban con “ los oí gemir en el despacho del doctor”.

  • ¡Joder Eva! Si se enterara José de alguno de esos chismes… ¿Qué crees que debería hacer?- pregunté angustiada.

  • Pues lo más sensato es coger el toro por los cuernos. Si te busca es por que quiere decirte algo. Ves a su despacho y, si te dice algo inapropiado, le cortas de raíz. Que le quede claro que no quieres nada con él y ya está.

  • ¡Tienes razón! Voy a ir y le voy a decir que me deje tranquila de una vez. Que no me busque más o le denunciaré por acoso.

  • ¡Para el carro, potrilla! Antes de decirle nada, espera a ver que quiere de ti. A ver si te va a decir algo de un paciente y tú te embalas y la lías.

  • Si, bueno…. Ya veré como lo hago.

Estaba decidida a entrar en su despacho y dejarle las cosas claras. Lo que pasó fue un error y no volvería a ocurrir, así que sería mejor que no me persiguiera por el hospital.

Llegué a la puerta de su despacho, respiré profundamente un par de veces y toqué con los nudillos en la madera.

  • ¿Si? Pase

  • Buenas doctor, ¿puedo pasar?- dije asomando la cabeza.

  • Jorge… llámame Jorge. Pasa María.

Entré con prudencia en la sala y me dirigí hacia la mesa de Jorge. Este, al ver que me aproximaba, se levantó y bordeó su mesa para que quedáramos enfrentados pero sin ningún obstáculo entre nosotros.

  • Llevo tiempo queriendo hablar contigo.- comenzó el doctor Ruiz.

  • Ya lo se, me lo han dicho.

  • Bueno… es que eres una mujer escurridiza.

  • Doctor…..Jorge, soy una mujer casada y lo que pasó aquella noche…

  • Fue maravilloso, María. Desde ese momento he deseado volver a verte. No se que me has hecho que estoy como embrujado.

Las palabras de Jorge me descolocaron. Todo el hospital sabía de sus conquistas y me sorprendió que yo, una mujer como cualquier otra, le hubiera dejado huella.

  • Eso se lo dirás a todas.

  • Te aseguro que no.- mientras me tomaba la mano…- Mira María, se la fama que tengo en el hospital y créeme si te digo que no es del todo cierta. Si que es verdad que me he acostado con bastantes mujeres del hospital, sería de necios negártelo. Pero con todas ha habido feeling . Todas las mujeres que han pasado por mi cama han sido compensadas con amor. Pero contigo es diferente. Contigo me sale un instinto animal. Es algo primitivo que me dice que te haga mía.

¡Dios! No era el mejor momento para oír esas palabras. Las cuales, era consciente, las decía para tener sexo conmigo. Caliente y enfadada como estaba, necesitaba que me follaran. Y eso era lo que me prometía Jorge, ni más ni menos.

  • Pero yo estoy casada, Jorge. No puedo hacerle esto a mi marido.

  • Ojos que no ven…

  • No. No está bien esto. Ya rompí mi fidelidad una vez y no lo volveré a hacer.

Jorge me besó nada más terminar la frase. Yo, inmediatamente me separé de él.

  • Te he dicho que no.- le espeté.

  • Déjate llevar. Es sólo diversión. Lo pasaremos bien y nadie se culpabilizará de nada.

EL doctor Ruiz me basaba el cuello después de cada palabra y yo, instintivamente, ladeaba la cabeza para facilitarle su labor.

  • No Jorge, por favor, no sigas.- dije yo, cada vez más entregada.

  • No voy a parar, María. Te voy a follar y, si no quieres que lo haga, solamente tienes que marcharte. No te forzaré.

Jorge me desabrochó el tejano mientras intentaba meter la mano dentro de mis bragas. La tarea era muy complicada debido a que estábamos encarados, con lo que se colocó a mi espalda y continuó con su cometido de una manera más cómoda.

La postura que adoptamos era, curiosamente, la misma con la que José quería “calmarme la calentura” horas antes.

Jorge me comía el cuello mientras sus dedos ya hurgaban dentro de mí.

No me moví ni un milímetro. Quería escapar, pero también deseaba quedarme. Estaba ansiosa por obtener el placer que llevaba tiempo demandando. Así que comencé a emitir sonidos de aprobación mientras movía mis caderas hacia ambos lados, sin darme cuenta de lo que eso significaba.

  • Veo que ya te vas animando.- dijo Jorge- nos vamos a divertir, ya verás.

Los dedos del doctor paseaban libremente entre los pliegues de mi vagina y alternaban caricias en mi clítoris, con pequeñas intrusiones en mi interior.

La sensación era muy placentera y pronto me olvidé de mi resistencia, justamente lo que tardé en alcanzar mi primer orgasmo.

El cuerpo temblaba de placer y los dedos de mi amante continuaron masajeándome hasta que dejé de jadear y pude recomponerme.

En ese momento volví a la realidad. Otra vez había caído. Otra vez me había dejado llevar por mi lívido.

  • Esto no puede volver a pasar.- dije separándome de Jorge y subiéndome los pantalones nuevamente.- mejor me marcho.

  • No te vayas mujer. No me dejes así.- dijo señalando el bulto de sus pantalones- No es justo para mí y se que tú tienes ganas de más. ¿Vas a dejar que tu conciencia venza a tu deseo?

No contesté nada, no estaba en disposición. Continuaba muy caliente ya que el orgasmo no había calmado mi apetito, sólo había hecho que volviera mi cordura.

Justo antes de marcharme, cuando la puerta ya estaba abierta y me disponía a abandonar el despacho, Jorge lanzó su último ataque:

  • María, el daño ya está hecho. Quédate y termina lo que está a medias. Si te vas ahora le habrás engañado nuevamente y, encima, seguirás deseosa de sexo. Merece más la pena que te quedes saciada, porque arrepentida ya estás.

Salí y cerré la puerta. Me quedé apoyada en ella mientras pensaba en lo último que había dicho el doctor.

Tenía razón en todo. En que el mal ya estaba hecho, en que le había vuelto a engañar aunque no hubiera follado, en que lo habíamos dejado a mitad y, sobretodo, en que me había quedado con ganas de más.

Me sentía fatal por lo que iba a hacer y se que fue otra decisión poco inteligente, pero en ese momento pensé que si quedaba saciada, se calmaría mi sed. El daño ya era irreversible, así que…

Abrí la puerta y miré al doctor que se sobresaltó al verme. Continuaba en el mismo lugar donde le había dejado y, por su expresión, se le veía contrariado.

  • Vamos a terminar con esto. Pero hoy se acaba todo. No pienso volver a traicionar a mi marido nunca más, y me va a costar mucho resarcir mi error, pero voy a intentar que José sea el marido más feliz del mundo a partir de hoy. Así que aprovéchalo porqué será tu última oportunidad. A partir de hoy ni me mires.

No dijo nada. Solamente se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme de forma descontrolada mientras, con sus manos, trataba de quitarme el jersey que llevaba puesto. Sólo dejó de comerme la boca para poder deslizar la prenda por mi cabeza y contemplar mis senos, cubiertos aún por el sujetador.

  • Como me pones. No sabes las ganas que tenía de volver a verte desnuda.

Sin prisas, como si la primera calentura la hubiera saciado con los besos, recorrió todo el contorno de piel que el sujetador dejaba libre. Mi cuerpo se erizó y mis pezones se endurecieron, cosa que no pasó desapercibido para Jorge.

Bajó lentamente sus manos y, con la yema de los dedos, acariciaba mis diamantes sobre el encaje.

  • Están muy duros, se ve que tienes ganas.

Me desabroché el corchete del sujetador y conduje su cabeza, con mis manos, hacia mis tetas. No quería escucharlo. Sus frases estropeaban el momento. Comenzaba a escenificar el papel de macho y, sinceramente, no le quedaba bien.

Jugaba con sus labios en mis pezones y su lengua, trazando círculos, me arrancó el primer gemido. Me encanta que me laman los pezones y que me los muerdan, me vuelve loca. Pero, ni Jorge lo hizo, ni yo se lo demandé.

Terminé su ataque a mis senos arrodillándome frente a él, le bajé los pantalones e hice salir a su pene. Ante mí se encontraba un pene grueso y de mediana longitud. Tampoco me paré comparar si era más grande o más pequeña  que la de mi marido. No estaba centrada en eso, no entraba dentro de mis inquietudes el comparar ambos penes.

  • Cómetela, lo estás deseando.- dijo Jorge.

  • Ni lo sueñes. Vamos a follar, pero no voy a hacerte una felación.- le contesté.

Jorge torció el gesto y me levantó cogiéndome de las axilas. Mi intención era masturbarle un poco para ponérsela más dura y empezar a follar, pero él tenía prisa por metérmela. Se tumbó en el sillón y me indicó que le cabalgara.

Esa era mi postura preferida. En esa posición controlas la profundidad y la velocidad, así que no me negué a complacerle.

Coloqué una pierna sobre el sofá y la otra se quedó recta, con el pie tocando el suelo. Le cogí el pene y lo acerqué a mi vagina. Lo moví sobre mis labios para humedecer la punta de su glande y empecé a introducirlo.

Poco a poco notaba como se abría paso hacia mi interior y como mi coño se amoldaba a su polla.

Jorge resoplaba fruto de la excitación y, cuando la metí hasta el fondo, exclamó un “¡¡¡Jooooder!!!” que debieron escucharlo hasta en la cafetería.

Una vez acoplada comencé a subir y bajar notando como resbalaba su polla en mi interior. No tardé mucho en conseguir mi primer orgasmo (el segundo si lo sumamos al que me brindó con sus dedos).

Disminuí la cadencia buscando un mayor contacto. Eso sumado a las penetraciones más profundas, hicieron que tuviera un orgasmo tan potente que casi llegara a marearme.

No se cuanto tiempo estuve orgasmando pero 20 o 30 segundos después de haber explotado, caí exhausta sobre su cuerpo con la respiración agitada y empezando a traspirar.

  • Sigue, no pares ahora.

Sus palabras me sacaron de mi letargo y volví a colocarme sobre él. Coloqué mis manos en sus muslos y elevé el tronco para ofrecerle una mejor imagen de mis tetas.

  • Eres una puta diosa. Como me pones.

Jorge no paraba de gruñir mientras yo subía y bajaba, lentamente pero encontrando un roce extremadamente placentero. Mientras mi cadera trazaba líneas perpendiculares y Jorge amasaba mis pechos, noté como se me avecinaba otro gran orgasmo.

Al sentirlo llegar, coloqué mis manos en su pecho y comencé a gritar.

Un orgasmo potente se apoderó de mí. Durante un rato no fui consciente de lo que sucedía en esa habitación. Mi mente se trasladó a un lugar de éxtasis y lujuria que no abandoné hasta que encadené otro orgasmo más, este más flojo, pero muy gustoso también.

Tras pasar el último orgasmo volví a mi realidad para ver como su pecho estaba surcado por varias líneas sanguinolentas. Mis manos, presas del desenfreno, horadaron la piel de mi pareja sexual y le hicieron sangrar, sin ser consciente de ello.

  • No pares ahora que voy a correrme.

Las palabras de mi amante me sacaron de mis pensamientos  dándome cuenta de que no era José al que había dañado con mis uñas, sino al doctor.

Otra vez el remordimiento volvió a mí.

  • ¡Qué bien, nena! Estoy a punto ya.

Otra vez el sentimiento de deslealtad hacia mi marido.

  • ¡Ya voy, ya voy, ya vooooy…!

Otra vez el sentirme sucia al engañar a mi esposo.

  • ¡Aaaaahhh…..!

No había empezado a eyacular cuando me percaté que lo habíamos hecho sin preservativo.

Durante todo el acto, y siendo costumbre que no utilizara preservativo en mis relaciones debido al problema de José, no me paré a pensar que tenía que ponérmelo. Sencillamente, no caí en ese detalle.

Mientras Jorge anunciaba su corrida, retiré mis caderas desacoplándome de él.

Sus trallazos salían disparados hacia el techo y descendían como un castillo de fuegos artificiales mientras Jorge me gritaba que la volviera a meter dentro. No dejé que terminara de eyacular. Aún disparó un par de veces, tímidamente, mientras me ponía de pie e intentaba buscar mi ropa para salir de allí.

Llorando pero follada.

  • La próxima vez no quiero correrme fuera, ¿entiendes?.- dijo Jorge.

  • No habrá próxima vez. Eso tenlo claro.

Nada más cerrar la puerta me derrumbé. Mi pecho se quedó sin aire y mi conciencia me acribilló a recriminaciones.

“¿Era eso lo que querías? ¿No necesitabas follar?. ¡Pues ahí lo tienes, golfa! Disfruta de tu infidelidad”

CONTINUARÁ...